El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión

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Las fronteras difusas entre operaciones argumentativas

Justificación y explicación. Las fronteras de la justificación argumentativa y la explicación (explanation) demostrativa son muy debatidas (ver, por ejemplo, Grize en la lógica natural o Michel Scriven en la lógica informal). La justificación está en la base de la argumentación, las garantías justifican la conclusión; no hay argumentación sin cierta justificación. La explicación, por su parte, participa de un continuo con la argumentación. Grize considera en diversos artículos que una teoría T es una explicación del hecho expresado por la proposición p, si y solamente si p es deducible de T; es decir, una teoría permite deducir las proposiciones y explicar los hechos a que remite sólo dentro de su propio horizonte. Karl-Heinz Göttert38 considera que la explicación y la justificación son dos tipos polares de argumentación. Considera la explicación como situada en el eje objetivo de los hechos; inclinada hacia la demostración, se da en el plano teórico o cuasi-teórico de un juicio constativo (que constata los hechos o datos) realizado desde el punto de vista de un observador, fundado en causas y motivos soportados en el criterio de una ley o generalización. La justificación es práctica y remite a acciones, se ubica en el eje valorativo o normativo y remite por tanto a un juicio evaluativo o prescriptivo (recomendación) fundado en razones soportadas en una norma o valor consensual. Otros consideran que una explicación trata de especificar las causas mientras que la justificación funciona de manera diferente y proporciona por ejemplo evidencia, justificación moral o política, aunque en ambos casos se emplean razones. Nosotros comprendemos estas polémicas a la luz del cuadro expuesto: explicar es algo que se hace desde el sujeto epistémico de la teoría, da cuenta sobre todo (aunque no sólo) de hechos y datos, y acude a causas demostrables. Justificar es algo que se hace desde el sujeto sociocultural, dando cuenta sobre todo (aunque no sólo) de normas y valores, acudiendo a la comprensión mediante ejemplos, analogías, deducciones y contradicciones.

Crítica y justificación. La crítica forma un movimiento único con la argumentación, ya que, salvo en la lógica unívoca monológica que elimina al oponente, estamos siempre frente a un fenómeno de argumentación-refutación real o en potencia que cumple una función de evaluación, de crítica al discurso por un contradiscurso. En la retórica y la erística, sin embargo, se ve disminuida la función crítica cuando se busca sólo persuadir al auditorio particular o vencer a toda costa al enemigo con independencia de la validez de las razones.

Elucidación, amplificación y argumentación. La argumentación se distingue de la elucidación y de la amplificación porque en su objetivo esencial está obtener la aceptación.39 Pero la elucidación o aclaración es en realidad crucial para argumentar en tanto es la base misma de la exteriorización o explicitación de una noción, por lo cual se plantea en el centro de los esclarecimientos (éclairages) de la esquematización de los objetos discursivos de la lógica natural. Un esquema argumentativo también es esclarecido en el texto. Una esquematización justifica pero además elucida y amplifica su objeto al presentarlo de cierto modo. Así por ejemplo, cuando Estados Unidos quiere combatir a un enemigo, lo presenta como «terrorista», «comunista» y dice de él que es un «asesino», un «mentiroso» y que es una «amenaza para la democracia y el mundo libre»; argumenta, pero lo hace a partir de la amplificación y la elucidación bajo una «ideológica» determinada.

Indagación, deliberación y argumentación. Cuando al argumentar se indaga y se efectúan juicios, se acerca la argumentación a la investigación. Cuando al argumentar negociamos y buscamos tomar la mejor decisión estamos ante la deliberación (boulesis, en Aristóteles, un proceso mental de asociación entre medios y fines, muy propio del discurso político). Cuando argumentamos para resolver un asunto de acuerdo con la opinión, estamos ante la argumentación en sentido lato. Las tres operaciones están vinculadas en forma íntima y dan lugar a diversas teorías.

La argumentación más allá de la justificación

Aun cuando las macro-operaciones aparecen como básicas y universales, el discurso no se agota en ellas. Al argumentar proponemos o rechazamos acudiendo a operaciones mediante las cuales justificamos, explicamos, describimos, definimos, negociamos, deliberamos, indagamos, esclarecemos, amplificamos y criticamos. Al hacerlo fundamentamos nuestra opinión en forma multidimensional: acordamos con los otros o negociamos con ellos; polemizamos con los demás y los comprendemos; objetamos de manera temporal y descalificamos la razón del otro; trabajamos juntos para comprender algo; apoyamos a nuestros grupos de pertenencia; implicamos determinadas consecuencias de las opiniones; probamos nuestros juicios; aclaramos problemas y precisamos malentendidos; y corregimos, matizamos o confirmamos nuestra propia postura. Más allá de estas operaciones, la argumentación sirve también para funciones sociopolíticas: identificar, estigmatizar, excomulgar, aprobar o alentar a los otros o sus razones y puntos de vista. Sirve además, como escribe Vignaux, para funciones cognoscitivas y discursivas. Y todo ello puede ser relevante, como bien se dio cuenta Willard en su formulación abierta a la consideración de cualquier elemento que sirve a la argumentación. ¿Por qué llamarle entonces argumentación a todo eso?, dirán algunos. Y la respuesta es: porque se ubica aún en el campo de una macro-operación discursiva que es el argumentar y que tiene por centro la problematicidad y la posibilidad de plantear un pro y un contra en torno a una cuestión que es del orden de la opinión.

El mundo de la cuestión y sus respuestas

La argumentación clásica se desarrolló centrada en la noción fundamental de la llamada quaestio. La cuestión nos habla de la pregunta y el problema que el discurso argumentativo tiene que resolver en forma positiva o negativa, en pro o en contra. Esta problematicidad, la existencia de la duda y la posibilidad de respuestas diversas a ella constituyen el núcleo de toda argumentación y de toda teoría sobre la misma.

Los latinos clasificaron la argumentación en función del tipo de cuestiones tratadas en ella y de los comienzos que eran más adecuados para tratar cada materia con la finalidad de comprobarla, definirla o calificarla. Estudiaron las relaciones entre el auditorio, el orador y el objeto de la argumentación. Distinguieron la diferencia entre las cuestiones que atañen a lo general y las hipótesis dependientes de lo particular de un tiempo y lugar. Tomaron igualmente en cuenta la facilidad o dificultad de la cuestión tratada para construir una mejor argumentación en cada caso.

El problema nuclear de la quaestio latina es todo menos simple. Ahora bien, más allá de los matices de los términos y prácticas asociadas a ellos, existe algo radicalmente diferente a la posibilidad de la «cuestión». La opinión dominante o dogma, no se interroga. Antes de la «cuestión» está el tabú cultural, lo prohibido por la ideología, el silencio del poder en sus múltiples formas. O está, también, el objeto necesario, impuesto, obligatorio, que debemos tratar forzados por las instituciones, los poderes o las circunstancias. Aceptar una pregunta es situarse en la posibilidad de la argumentación, de las respuestas alternativas, de la confrontación del poder. Por ello la argumentación nos parece el núcleo del proyecto de ciudadanía responsable del siglo XXI, porque no nos pide ninguna ley de obediencia sino tan sólo el seguimiento de aquella opinión sostenible y respetable en función del mantenimiento de la comunidad cultural humana, así como del bienestar y del conjunto de las libertades para el mayor número y para las minorías que a través de su diferencia no ponen en riesgo al conjunto social.

La «cuestión», reiteramos, está en el centro de toda teoría de la argumentación, asociada a las alternativas de respuesta y al problema que evoca. Ahora bien, como hemos ido expresando, la cuestión se resuelve tanto en la justificación de puntos de vista a partir de esquemas argumentativos (entimemas, analogías, ejemplos) como en la justificación de nociones a partir de esquematizaciones de un objeto discursivo y en el orden en que se presentan tanto esquemas como esquematizaciones.

La función de justificar sostiene lógico dialécticamente el punto de vista. El disponer los argumentos o esquematizaciones de un objeto en el discurso prepara desde la persuasión hasta la demostración. Esquematizar da un particular alumbramiento al objeto discursivo.

De hecho, todas las teorías de la argumentación reconocen lo que venimos comentando: que un acto de argumentación implica necesariamente una «cuestión», un problema a decidir o resolver. Esta consideración atraviesa nuestra cultura argumentativa occidental: los dilemas y paradojas, la dialéctica griega, la quaestio latina y la moderna «problematología». Esto sería cierto incluso para el caso de la argumentación en la lengua, que investiga los «lugares» (topoï) del lenguaje que orientan nuestras conclusiones en determinada dirección ante una opción, una cuestión (un «a pesar de todo», por ejemplo, responde a la pregunta de si hay que sostener una opinión aunque existan argumentos en contra de ella). O para la lógica natural, que estudia la «esquematización» de objetos discursivos que nos remiten a nociones, lo que de ellas decimos, en qué orden y desde qué perspectiva subjetiva las tratamos. Nos orientamos en determinada dirección o esquematización ante otras posibles y, por lo tanto, es deducible una pregunta que subyace a la alternativa (así, cuando Estados Unidos esquematiza las propiedades del llamado « terrorista Hussein», responde a la cuestión «¿qué debemos pensar de Hussein?»). Es ésta cuestión también la que, según Gadamer en Verdad y método, se trata de reconstruir al interpretar un texto desde el enfoque hermenéutico; es decir, cada texto responde a un problema, como la obra de teatro Santa Juana de los Mataderos, de Bertolt Brecht, que nos dice que al problema de la miseria en el capitalismo no se responde con la caridad, sino con la lucha contra la explotación. El problema subyace tanto a la producción como a la interpretación del texto argumentativo.

 

Todos los juegos de la argumentación se ubican pues bajo el macro-juego que ha sido privilegiado por siglos: establecer lo que se denomina una quaestio, una «cuestión». Justificamos, esquematizamos, disponemos y valoramos —de una u otra manera— el punto de vista sobre ella. El juego y metalenguaje de la cuestión constituye la argumentación y sus teorías.

En cierta medida —y sólo en cierta medida— la teoría de la argumentación proviene del carácter normativo de los juegos lingüístico culturales acerca de la cuestión, el cual es sistematizado en otro nivel por la teoría, transformando a la vez el lenguaje y las prácticas lingüístico culturales. En esta mutua influencia, las «lenguaculturas» sirven para jugar los más diversos juegos de argumentación, que resumen las posibilidades de lo que por asociaciones de aires de familia podemos llamar «el arte de argumentar» en una «lenguacultura» dada. Así, al hablar negociamos y al normar la negociación construimos, por ejemplo, la teoría coalescente de Michael Gilbert que busca el acuerdo entre los argumentadores. Discutimos como en la guerra y al teorizarlo conformamos la erística de Kotarbinski que nos enfrenta unos a otros como enemigos. Justificamos y al hacer teoría de la convicción racional creamos la dialéctica de Hamblin, la lógica informal de Blair y Johnson o la pragma-dialéctica de Van Eemeren y Grootendorst. Seducimos mediante técnicas diversas de la lógica o de la estructuración de lo real y al normar la persuasión damos lugar a la nueva retórica de Perelman y Olbrechts-Tyteca.

En nuestras prácticas culturales damos un valor a las actitudes argumentativas. La lógica misma redefine, repiensa y precisa en términos universales los términos y marcadores discursivos que están en las lenguas: los conectivos «y», «o»; la negación; los conectores «pero», «sin embargo» o «por lo tanto»; los indicadores de temporalidad; los cuantificadores «todo», «algún» y »ningún»; los modales «necesario» y «posible».

Cuando jugamos el juego de la dialéctica y la convicción en particular debemos, como dice Taylor: «Identificar el estado de cosas que debe existir para que entender sea afirmado de manera justificable. Mostrar que tal estado de cosas realmente tiene lugar».40 Y para jugar ese juego, el metalenguaje normativo dialéctico reelabora la normatividad ya inscrita en la lengua: «Te expresas confusamente»; «No le diste al clavo»; «No deberías haberle replicado»; «Es inobjetable»; «Es comparar el agua y el aceite»; «Mostraste todas las debilidades del argumento». De la misma manera, la lengua alimenta nuestra justificación de la argumentación bélica o de la negociación: «voy a liquidarlo», «ataca su posición», etcétera.

Nuestras «lenguaculturas» responden de manera distinta a la cuestión y la argumentación. Así por ejemplo, de acuerdo con la lengua inglesa, quien argumenta (to argue) discute, hace algo polémico, mal visto en ocasiones, en lo cotidiano. Mientras que en español, quien argumenta es valorado en forma positiva: «da razones, no sólo palabras». En nuestra lengua «argüir» no es ya tan claro y «ser argüendero» es en definitiva negativo, casi equivalente a mentiroso. En inglés, la lengua nos impulsa a una teoría del debate polémico, en español eso no ocurre necesariamente y se abre la puerta a la cooperación. La lengua, en asociación con nuestras prácticas culturales y científicas, fija nuestro horizonte del sentido del argumentar. Así que la argumentación y su posible teoría, como hemos repetido en distintas oportunidades, se ven afectadas por la lengua en que se escribe (Plantin41 investiga este punto también, respecto al inglés y el francés) y ello sólo puede evitarse en forma parcial, es decir, en la medida en que establecemos una distancia entre palabra y concepto, en que podemos traducir o innovar y criticar nuestra lengua (aunque no podemos abandonar nuestro idioma por completo).

Interrogar, preguntar, cuestionar, inquirir

Es importante indagar acerca de los términos del campo de la argumentación en cada idioma para ver la influencia que va del lenguaje argumentativo y la práctica cultural a la teoría de la argumentación, así como de regreso de ésta al lenguaje y la cultura. Así, significativamente, en nuestros andares por la lengua y cultura castellanas, al hablar de argumentación podemos oscilar del examen al poder policiaco, de la solicitud a la demanda, de la búsqueda del saber a la manipulación, de la creencia a la imposición. La argumentación tiene múltiples connotaciones, no tiene un valor único ni la «cuestión» nos remite tan sólo a la búsqueda desinteresada de la verdad. Pero para mostrar esto al lector, nos adentraremos en algunas de las palabras del campo de la cuestión. Empezaremos por la asociación más corriente de la «cuestión» en el lenguaje cotidiano: la pregunta.

Las preguntas. Existen preguntas trascendentales que se responden mediante la fe, preguntas abiertas como las de la filosofía, preguntas que llevan a las soluciones de la ciencia y preguntas que remiten a diversas alternativas de la opinión. No hay una fractura absoluta entre las distintas preguntas, ya que pueden compartirse en la historia o la sincronía, como al cuestionarnos: ¿cuál es el centro del universo? En un primer momento, los sabios de occidente respondieron tal cuestión de manera casi unívoca, a favor del geocentrismo. Después, se siguió respondiendo todavía a favor del geocentrismo desde la fe religiosa católica, mientras que desde la ciencia emergente se opinó en pro del heliocentrismo. Fueron esos los tiempos de Copérnico y de la «demostración» de tal postura por Galileo, en confrontación con la iglesia. Ya en la segunda mitad del siglo XX, la iglesia reconoció la validez de la respuesta de Galileo; existe pues un movimiento en la historia que permite cambiar de respuesta frente a cada pregunta, volver sobre ella, como en una espiral del conocimiento, cada vez más cerca de la verdad, cuando no hay olvidos, mala fe, pérdidas históricas o extravíos notables. Incluso los discursos filosóficos, científicos, argumentativos y religiosos encuentran puntos de contacto a través del tratamiento de las cuestiones de unos y otros que se imbrican en la vida social.

Solemos decir que si una «cuestión» tiene más de una respuesta es argumentativa. La fe típica tiene sólo la respuesta del dogma —aunque santo Tomás o Teillard de Chardin, por ejemplo, piden un acuerdo entre la fe y la intelección—. Y la ciencia, hasta ya entrado el siglo XX, tenía sólo una respuesta «adecuada» a la realidad, aunque hoy tiende a abrirse paso el pluralismo epistemológico. La fe y la opinión tienden al extremo de la doxa, la ciencia al de su cuestionamiento, la filosofía se sitúa en el plano de la perpetuación de la pregunta y la argumentación en el de la oposición-diferencia entre las respuestas.

Ahora bien, podemos argumentar sobre una u otra respuesta de la fe, sobre una u otra salida filosófica, sobre una u otra solución científica, sobre una u otra opinión. Las opciones diferentes serían el sello de la argumentación, que es el polo siempre móvil, activo, inacabado en el continuo que va de la operación argumentativa a la demostrativa.

En el carácter básico de la oposición argumentativa todas las corrientes actuales están de acuerdo, aunque de ello algunas derivan, de manera inadecuada, el predominio de la lógica, de la veridicción (la certificación de lo verdadero o falso) y el desdén o deslegitimación de la retórica. Ahora bien, independientemente del debate entre lógica-dialéctica y retórica, es interesante preguntarse sobre cómo cada lengua matiza de diversa manera los verbos interrogativos del «campo de la cuestión».

El acto discursivo: interrogar, preguntar, cuestionar, inquirir. Para Ducrot y Anscombre, en una de las interpretaciones que dan del acto de interrogación en su sentido general42 se le debe atribuir, a un nivel intrínseco, un valor argumentativo; y su valor le confiere la misma orientación argumentativa que poseen las frases negativas correspondientes. Ello significa que si pregunto en determinados casos: «¿vas a venir al baile?», ello tiene el valor equivalente a suponer «no vas a venir al baile», de otra manera no preguntaría yo. En la pregunta retórica, que cumple un acto de argumentar, se actúa como si la respuesta fuera obvia, se interroga sólo para recordar determinada respuesta y se niega lo presupuesto en la pregunta.43 Aunque existen preguntas retóricas invertidas, positivas, como actos de subordinación o de cortesía («¿me permite abrirle la puerta?»).

El acto de preguntar, interrogar, cuestionar o inquirir convoca un contenido proposicional mínimo compartido. De acuerdo con el efecto comunicativo e interactivo del acto, los verbos de cuestión son considerados jurídicos, implican el forzar en cierto sentido al otro, que se ve obligado a responder o a guardar silencio, lo cual tiene ya un costo, pues en el extremo, en estos casos, «el que calla otorga». Aunque no responder puede constituirse en un poder, un reto a lo establecido.

El acto de preguntar conlleva una posición de menor poder en lo general. Parte de una condición de responsabilidad —salvo uso retórico o de mala fe— de que se ignora algo y de pensar que quizá el otro puede estar en condición de responder. El acto de preguntar no supone por fuerza el efecto interactivo de una respuesta argumentativa, ya que puede conducir también a la simple aclaración. Su condición esencial y de sinceridad es que se ignora algo, se supone puede dársele una respuesta a la ignorancia y se la quiere en verdad conocer. El otro debe comprender de acuerdo con el efecto comunicativo qué se le pregunta y la pregunta lo mueve a responder o al menos a preguntarse a su vez. Preguntar es buscar el saber, es un acto de pretensión cognoscitiva.

El acto de cuestionar es un acto que convoca una condición de responsabilidad crítica y argumentativa, presupone la posibilidad de dar una respuesta distinta a la formulada por el otro. El acto de inquirir es incluso investigativo, conlleva la sinceridad de suponer por el inquisidor una pregunta sobre algo respecto a lo cual el otro puede tener a su vez cierta responsabilidad; inquirir puede llegar a tener una carga negativa respecto a la valoración moral del otro. Esto último no sucede cuando el sentido de inquirir se carga ya hacia la interpretación científica, como búsqueda abierta para indagar respuestas a un problema.

En suma, preguntar supone ignorancia o deseo de saber. Interrogar es directamente un ejercicio jurídico y de poder. Inquirir es investigar (de hecho hay dos entradas de los verbos de cuestión: inquirir como investigar acerca de un objeto e inquirir al otro respecto a algo en sentido positivo o negativo). Cuestionar puede ser crítico o también agresivo y retador.

Los verbos y actos asociados a inquirir, cuestionar, preguntar e interrogar remiten a una diferente fuerza ilocutiva (este término fue acuñado por el filósofo del lenguaje ordinario John Austin para hablar de la forma en que debe ser interpretado un acto, ya sea de manera explícita o implícita, como cuando alguien dice intempestivamente en una conversación «¡hace mucho frío!» y nosotros podemos interpretarlo como un «no me interesa lo que dices»). Ahora bien, preguntar y cuestionar pueden admitir uno o dos sujetos en juego («me pregunto», o bien, «pregunto» algo a alguien diferente). Inquirir no admite el reflexivo («me inquiero» es agramatical) probablemente porque tiene la carga histórica de investigar acerca del otro. Interrogar es un verbo que a pesar de admitir el reflexivo (me) remite con más facilidad a dos sujetos.

No hay simetría entre los sujetos de los actos discursivos de cuestión en castellano. En español quien pregunta, interroga, inquiere o cuestiona ocupa, en principio, una posición conversacional alta, dominante; es decir, obliga con su poder al otro a responder o romper el contrato del diálogo. En este sentido, toda pregunta, interrogación o cuestión tiene un dejo predominante de acto de poder. Éste se anula, sin embargo, cuando el preguntar exhibe una ignorancia marcada, que indica una posición conversacional baja. En el cuestionar, aquel que cuestiona está más claramente en posición alta (y aquí hay que notar que en inglés, por ejemplo, no se da esta situación siempre, porque cuestionar es más equivalente a preguntar). Hay en realidad una escala en el saber-poder, en español, donde —en un sentido de diccionario, estructural y sin tomar en cuenta el contexto— el cuestionar es crítico (un saber opuesto a otro) mientras que preguntar es —muchas veces— condición de no saber e interrogar es recurrir a un poder que obliga al otro (de ahí que digamos «no me interrogues» cuando alguien es demasiado insistente en algún asunto comprometedor).

 

Preguntar, interrogar, cuestionar, inquirir remiten de algún modo al nodo de la argumentación. Sin embargo el campo de términos afines se ensancha con facilidad hacia otros actos discursivos fronterizos: la aclaración (aclarar, esclarecer, dilucidar, precisar), la investigación (interesarse, averiguar, examinar, investigar, indagar) y la duda (dudar), así como marginalmente la petición (pedir, solicitar, rogar), la exigencia (demandar, exigir, interpelar), la consulta (consultar) y la curiosidad (curiosear).

Los sujetos de la cuestión. Como acabamos de anotar, no hay simetría en la lengua española respecto a los sujetos de los verbos argumentativos. Quien pregunta es preguntón, lo mismo que quien responde es respondón, cosas consideradas malas, de entrada, aunque a mi entender no debieran serlo, ya que preguntar es base del conocer, como decía el ilustre mexicano Narciso Bassols: el que pregunta, aprende. Lo que está detrás del ataque a la pregunta es sin duda el poder. El preguntón y el respondón no están en la posición adecuada, porque jamás diríamos preguntón a un juez, a un fiscal o a un reportero autorizado.

No hay un preguntador y un respondedor o respondente fuera de las jergas jurídicas. Sólo aparece la función del que pregunta y responde en tanto exceso. Quien interroga es «interrogador», que es un término válido aunque suena peor aún que preguntón, por su carga de torturador o policía de averiguaciones judiciales. Quien responde el interrogatorio es por su parte el interrogado. Quien cuestiona es valorado como cuestionador (crítico, activo) en culturas del cambio y atacado en culturas de tradición y mantenimiento del poder. En tanto que el cuestionado está siempre en una mala posición inicial, tiene que remontar la desventaja a lo largo del intercambio comunicativo. Inquisidor es una palabra con carga histórica abrumadora, aunque puede usarse ya en sentido positivo si refiere a una actitud de investigación («es muy inquisidor», como sinónimo de penetrante). Su contraparte, el «inquirido», no existe en el habla común sino sólo en forma ocasional en el discurso judicial, referido a quien responde a la «inquisición».

De la cuestión a la respuesta. La unidad de todos los verbos parece estar dada en su contraparte. Al preguntar, interrogar, cuestionar o inquirir, sigue y se opone un único par adyacente: responder. A pregunta, interrogación, cuestión, inquisición, se opone la respuesta. Responder, dar respuesta es el verdadero centro unitario de la argumentación y no el preguntar, aunque las preguntas permanecen y las respuestas son transitorias. Una pregunta sin respuestas no es argumentación, sólo su posibilidad. Argumentar es por ello una cadena: pregunta-problema-alternativas de respuesta en pro y en contra (o de más de dos valores).

Interrogación, pregunta, cuestión, inquisición. En la lengua española, aunque los términos son intercambiables en ciertas situaciones, existe una gradación entre interrogación, pregunta y cuestión. No tienen el mismo sentido, no remiten al mismo hábito ni producen los mismos efectos. Creo que es útil sondear, al menos superficialmente, el valor de estos términos y su carga procesal.

La interrogación nos conduce a dos salidas: al acto interrogativo general en contraposición a la aserción que afirma, la exclamación que expresa o el imperativo que ordena; y a la interrogante, que es más subjetiva y evoca la duda, ya que es un tanto más filosófica, más epistemológica (de conocimiento). Como dice Peirce:44 «la irritación de la duda causa una lucha por alcanzar un estado de creencia». La interrogante por su parte es utilizada cuando la duda puede quedar «en el aire», sin resolver, sin respuesta. En la pregunta, la necesidad de creer pide de forma más exigente una respuesta. La interrogante, que es una nominalización, tiene una mayor carga de acto. La pregunta en cambio aparece más como un simple producto. Ambas pueden no incluir un sujeto determinado (como al decir «la interrogante es: ¿se calentará el planeta hasta hacer la vida del ser humano imposible debido a la contaminación o no?»).

Cada término remite a una diferente historia y práctica sociocultural de la palabra. Hoy la pregunta nos lleva, por ejemplo, a la evaluación del examen. Interrogación nos conduce al signo escrito (¿?). Como Peirce señaló, ni la pregunta ni el signo conllevan en sí argumentación. En cambio la «cuestión» remite, para los estudiosos, a la dialéctica griega y a la questio latina, y para el hablante ordinario supone la existencia de un problema, que es más propiamente argumentativo. La cuestión es un tanto positiva; decimos «ahí está la cuestión», es decir, el centro del asunto o el detalle a valorar, de manera todavía más decidida que en la pregunta. A la vez, la cuestión evoca también la duda («ser o no ser, ésa es la cuestión», reza el Hamlet de Shakespeare).

En nuestra cultura occidental, el poder que describimos de la cuestión se manifiesta en su extremo en la inquisición, que no es ya un objeto sino una institución, la cual pregunta —históricamente— hasta el límite de la tortura.

Cuestionario e interrogatorio. En cuanto a la derivación de nombres, en consonancia con lo anterior, el cuestionario es un examen, un dispositivo de poder escolar, una lista. El interrogatorio, en cambio, es un dispositivo policiaco, represivo. El «preguntario» no existe ni tampoco el «inquisitario», sino sólo el procedimiento inquisitorial.

Así pues, la argumentación se asocia a cada lenguacultura pero su práctica y teoría remite siempre a una cuestión, a un problema por resolver a cuya pregunta se responde reafirmando la duda o desde posiciones en pro o en contra de determinada solución en diversos grados. La argumentación como tipo de discurso es una macro-operación que reúne los macro-actos de argumentación a favor de una opinión y de refutación en contra de la misma. Es acompañada de diversas funciones comunicativas y cumple funciones propias de esquematización de objetos discursivos, justificación de esquemas de juicio, organización y valoración del discurso. Se mueve entre dispositivos de inquisición, poder, debate e investigación. Remite a diferentes juegos y prácticas socioculturales y teóricas, así como a distintas subdisciplinas: lógica, dialéctica, retórica, lingüística, semiótica, hermenéutica y análisis del discurso, mismas que vamos a exponer en cuanto a su estado del arte en la nueva teoría de la argumentación surgida después de la segunda guerra mundial.