El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión

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Es claro que el discurso de y sobre la teoría de la argumentación forma parte de la historia de cada momento, produce un efecto sobre el saber y la vida. En este sentido la batalla contemporánea y el fundamento de la teoría de la argumentación es para mí —entre otras cosas— por lo siguiente:

• La difusión masiva de las técnicas de discusión y crítica

• La inclusión y respeto de las diversas racionalidades de las diferentes culturas oprimidas, en contra del etnocentrismo y del simple desconocimiento de las tradiciones indígenas y «orientales»

• La consideración de la argumentación en cada ciencia natural o social

• La valoración de las emociones y la intuición como centro de nuestra humanidad, así como el abandono del racionalismo estrecho y mecánico fundado por Descartes; cuestión que trae aparejada la comprensión dinámica de la comunicación, en una mirada que sustituya la simple visión del comunicar como procesamiento de información

• La consideración central no sólo de la forma sino también del qué de la argumentación (su contenido), el porqué y el para qué de su fundamento social y humano

• La ampliación de la pragmática de la argumentación hacia el estudio ideológico y político que comprenda las condiciones de producción, circulación y recepción de los discursos

• La consideración de lo complejo, multidimensional e interdisciplinario (la totalidad; lo verbal-paraverbal-no verbal; lo lógico, dialéctico, retórico, erístico, semiótico, pragmático, discursivo y hermenéutico)

• El énfasis en la comprensión y crítica del universo de los argumentos visuales que nos rodean, deleitan y envenenan a un tiempo

• La construcción de un acuerdo en beneficio de todos en un mundo cada vez más interdependiente

• Y la contribución, desde la práctica de la argumentación, a la reconstrucción de la posibilidad de un horizonte donde la mayoría de los seres humanos, hoy abandonados en la pobreza y el olvido, pueda vivir mejor; es decir, la formulación de propuestas capaces de integrar el estudio de la forma, del contenido y de una vocación liberadora —sin los excesos y monstruosidades del siglo XX — en la teoría de la racionalidad y la razonabilidad

El mercado teórico

A modo de resumen, el cuadro de la figura 2 muestra con un «+» los énfasis de cada teoría, con un «-» los componentes débiles y con el espacio blanco la ausencia. Además señalamos ciertos focos de interés en cada teoría. La tabla no es exhaustiva ni puede ser totalmente precisa, ya que puede discutirse algún criterio y su mayor o menor presencia en una escuela de pensamiento. Sin embargo, estoy seguro de que servirá como una orientación inicial para que el lector o lectora se ubique en el campo mundial de la teoría de la argumentación.

Clasificamos a los autores según la subdisciplina predominante en la cual se ubican, aunque es importante aclarar de entrada que varios de ellos, en especial Willard y Gilbert, no se colocan con claridad en una sola tendencia. De hecho puede notarse en el cuadro de teorías que en muchos casos no hay un corte tajante sino muy diversas mediaciones que nos llevan de lo lógico a lo dialéctico, lo retórico y lo lingüístico discursivo. Además de que, de por sí, la dialéctica supone la lógica, la erística pone en contacto dialéctica y retórica, y la semiosis es un componente ineludible de la significación. A riesgo de ser un poco repetitivos, a continuación desglosamos un resumen del cuadro para mejor comprensión del lector y para que pueda ubicar las corrientes y autores a lo largo del libro de un solo golpe.

• Los análisis del malentendido de Naess41 y Crawshay-Williams42 que renovaron la lógica tradicional para acercarla a la visión del diálogo, camino que fue seguido por Lorenzen43 con su lógica propedéutica, así como por Barth y Krabbe con su sistema de dialéctica formal44 que abreva de la tradición estoica y convirtió las tablas de verdad en un proceso dialógico

• Las propuestas lógico dialécticas del esquema universal de la argumentación de Toulmin,45 el estudio de las falacias por Hamblin,46 la teoría de la acción comunicativa de Habermas47 y sus reformulaciones por Kopperschmidt.48 La teoría de la pragma-dialéctica,49 la lógica informal de Blair y Johnson,50 así como numerosas obras y autores del pensamiento crítico (Estados Unidos y Canadá) y la dialéctica formal (Barth y Krabbe)

• La argumentación multimodal y la argumentación coalescente de Michael Gilbert que rebasan el horizonte lógico,51 los análisis abiertos a la retórica de Tindale52 y los que consideran lo visual como en el caso de Groarke53 y Blair.54 El enfoque sociológico de Willard55

• La erística de Kotarbinski56

• Perelman y Olbrechts-Tyteca,57 quienes son los fundadores de la nueva retórica, que recupera la tradición argumentativa antigua centrándose en un enfoque retórico y racional, así como las reformulaciones de ella efectuadas por Kienpointer.58 Klein,59 quien trabajó también el enfoque retórico, buscando una fusión con lo pragmático social

• Gadamer, Ricouer y De Man, que estudian la retórica filosófica

• La argumentación en la lengua (ADL) que estudia las formas en que el lenguaje es en sí argumentativo60 en un enfoque seguido en parte por Christian Plantin,61 que estudia la interacción argumentativa, lo mismo que por Moeschler,62 quien trabaja sobre conversación y argumentación

• El enfoque semiolingüístico de la argumentación en el discurso de Charaudeau63 y, de alguna manera, en la escuela de análisis semiótico narrativo de Greimas

• La lógica natural64 que representa una nueva lógica y una nueva retórica de los argumentos dentro de un enfoque lingüístico discursivo que estudia las nociones y objetos de la argumentación y la manera en que son determinados y vinculados con la subjetividad a lo largo del discurso

• Oleron,65 quien realiza un análisis discursivo social

• La problematología de Michel Meyer66 que indaga sobre el sentido de los problemas y preguntas que subyacen a toda argumentación

Otros autores no mencionados en el cuadro hacen aportaciones particulares notables, como O’Keefe, Eggs, Göttert, Dispaux, Maingueneau y muchos otros de una extensa lista. Los trabajos de diversas mujeres presentan un valor teórico en sí mismo: Govier, por sus enfoques filosóficos;67 Jaggar, por los epistemológicos;68 o por sus aportes particulares: Sharon Bailin69 en el pensamiento crítico, por ejemplo, o Barbara O’Keefe70 en el análisis discursivo y de la comunicación.

Recapitulando el orden a seguir, del conjunto de autores y teorías, privilegiaremos las siguientes, yendo, en orden de complejidad, de lo lógico a lo semiótico discursivo: Naess y Williams, que abordan la lógica desde el malentendido, que constituye el umbral inferior de la argumentación (no tratamos en este trabajo la lógica propedéutica y la perspectiva lógica de la dialéctica formal, porque nuestro interés central es discursivo, más que lógico); Toulmin y la dialéctica en su estado elemental de la mayéutica de preguntas y respuestas que da pie a la formulación de un esquema general de la argumentación; Habermas, que fundamenta la visión pragmática e introduce los actos de habla en la dialéctica de la argumentación; Van Eemeren y Grootendorst que fundan la pragma-dialéctica, corriente principal de la teoría contemporánea (dejamos de lado a Hamblin, la lógica informal y el pensamiento crítico, que se conocen ya en español y tienen un centro de interés local: las falacias); Perelman, fundador de la neorretórica y los diversos autores de la retórica filosófica (en los márgenes del campo de la teoría de la argumentación, por lo cual no abundaremos en su tratamiento); Ducrot, Grize y Vignaux en las ciencias del lenguaje, porque fundan el análisis sintáctico, semántico pragmático y pragmático discursivo respectivamente (tratamos en forma breve a Lo Cascio, porque dedica su esfuerzo a la producción de argumentos y nuestro foco es el análisis; mencionamos, sin detallar demasiado, las propuestas de Greimas y Charaudeau, que se mueven dentro de definiciones marginales de la argumentación como campo mundial; y sólo comentamos a Plantin y Moeschler, debido a que no plantean enfoques autónomos).

FIGURA 2. AUTORES EN LA NUEVA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN MUNDIAL



El umbral inferior de la argumentación

¿Cuántas veces no hemos escuchado la frase «es sólo un malentendido»? La afirmación pareciera indicar que un malentendido es algo sencillo, que se disuelve con facilidad y que lo realmente importante está en otra parte. Sin embargo, lo que está detrás del malentendido es todo menos simple, es el nodo mismo de la teoría lingüística, de la comunicación y de la argumentación en su umbral inferior, como voy a tratar de mostrar.

El malentendido puede definirse, en un sentido amplio, como una mala comprensión de algo, como una diferencia entre los participantes de la comunicación que es debida a un error inconsciente de producción (dije algo que no quería), un error de recepción (entendí algo que no dijiste o querías decir) o una diferencia de interpretación (concebimos algo en forma diferente) de una o todas las partes en el debate interpretativo. El malentendido puede ser disuelto cuando los actores en conflicto de interpretación parten de un acuerdo compartido respecto a uno o más criterios de validez o llegan a la construcción de tal acuerdo.

 

Si los errores o diferencias del malentendido no trascienden, se corrigen automáticamente o simplemente se aclaran, no sucede nada ulterior. En estos casos, lo que en realidad requerimos es, como se dice en las disputas maritales, «aclarar las cosas»; aclarar o precisar forma parte del argumentar, pero no es una argumentación en el sentido fuerte, de una discusión asociada a un verdadero y asumido diferendo. Existe aquí una tensión entre la compatibilidad y la incompatibilidad, ya que la argumentación y el malentendido parten de algo no compartido pero necesitan un mínimo compartido, de otra manera no hay posibilidad de poner una discusión sobre la mesa o precisar un punto. Es decir, si no podemos entendernos de forma mínima, el acuerdo o la disolución del malentendido es imposible. Si no hay una base común ni siquiera podemos hablar de malentendido sino que estamos ante una incomprensión plena.

Como sucede en muchos umbrales, las fronteras del tema que nos ocupa son difusas. Cuando las interpretaciones se enfrentan, el malentendido constituye de cualquier manera el umbral inferior de la argumentación. El malentendido, aparente o real, puede evolucionar hacia una disputa, como lo vemos acontecer, desafortunadamente, en todos los ámbitos de la vida social. Por un malentendido puede acabar un matrimonio (te vieron darle un beso al «novio» que era sólo un amigo), comenzar la guerra (se comprende mal un gesto diplomático), imposibilitarse la unión de dos organizaciones (una de ellas considera, erróneamente, que la otra fue formada con dinero de hombres del poder) o, en sentido positivo, iniciar un descubrimiento o discusión insospechada (aplicar un reactivo equivocado, debido a un malentendido, y descubrir un nuevo compuesto). Si estos casos avanzan, donde parecía haber un malentendido por aclarar, nos topamos con una real diferencia a ser argumentada.

El malentendido está en el origen de la nueva teoría de la argumentación. Después de la segunda guerra mundial, como hemos ya indicado, contribuciones como las de Arne Naess1 y Crawshay-Williams2 nos ayudaron a comprender la forma de poner en claro qué es lo que se está debatiendo con exactitud en una disputa, así como la manera de establecer el propósito exacto de un acto proposicional (el acto mediante el cual se presenta una proposición que expone el contenido componente de un juicio). Con ellos, la ruptura con la lógica fue triple: ésta dejó de ser una cuestión de monólogo y pasó a ser también una lógica dialéctica en forma nítida; la abstracción dio entrada a una noción inicial del sujeto de la argumentación; y la lógica comenzó a estudiarse ligada al contexto, abriendo camino a la pragmática (es decir, al estudio de los argumentos según su uso).

Veremos ahora cómo Naess y Crawshay-Williams —cuyas propuestas casi no se conocen en español— pusieron sobre la mesa la discusión acerca del malentendido. Invirtiendo el orden histórico, voy a tratar primero, en beneficio de la lógica de exposición, la propuesta de Crawshay-Williams. Ahora bien, como una ilustración de la posibilidad de los distintos tipos de análisis, quiero exponer no sólo el aporte lógico dialéctico de Naess y el lógico, dialéctico, retórico y lingüístico de Crawshay-Williams, que recupero de Fundamentals of Argumentation Theory (Fundamentos de la teoría de la argumentación) sino también el acercamiento al malentendido desde otras perspectivas. Quiero mostrar y demostrar que es posible el tratamiento de un problema desde diversas perspectivas con resultados pertinentes en diversos niveles —aunque no necesariamente conciliables o unificables siempre— y que este ejercicio permite además una crítica más orgánica de los problemas de la teoría de la argumentación, ya que en el fondo el fenómeno argumentativo es multideterminado, por más que cada teoría lo observe sólo bajo su particular óptica.

Crawshay-Williams: ¿cuál es tu propósito?

Este autor inglés pone gran atención en los malentendidos verbales. Su libro clave, Methods and Criteria of Reasoning. An Inquiry into the Structure of Controversy (Métodos y criterios de razonamiento. Una investigación sobre la estructura de la controversia), se pregunta ¿cómo usa un texto el lenguaje en tanto instrumento de razón? Busca, a la vez, responder a la cuestión de si el uso que hacemos de la lengua es eficiente. En la perspectiva de la integración resulta interesante señalar que el enfoque de Crawshay-Williams es sobre todo lógico, pero tiene componentes dialécticos, retóricos, lingüísticos y pragmáticos; lógicos, en un sentido amplio y en tanto se interesa en la verdad o falsedad de las proposiciones; lingüísticos, en un sentido estricto de la investigación sobre las palabras, los malentendidos y sus remedios; pragmáticos en cuanto se interesa en el contexto, así sea éste restringido; y retóricos también, en la medida en que considera los propósitos —no sólo los hechos— al evaluar los malentendidos y, por extensión, los argumentos en general. El análisis es retórico así mismo cuando considera la importancia no sólo de operar de acuerdo con normas convencionales sino de estudiar el origen de las mismas y la construcción del consenso, al relativizar antropológicamente la argumentación en función del contexto. Para Crawshay-Williams si un defensor y un atacante de un punto de vista están de acuerdo en los criterios de prueba concernientes a la proposición, no debe tomar mucho decidir si:

• Es verdadera o falsa

• Es probablemente verdadera o falsa

• Es imposible determinar si es verdadera o falsa

Quedan fuera de este enfoque los actos de habla que no son verdaderos o falsos, sino vacíos, huecos o insinceros, como un bautizo sin el ritual establecido o una promesa por compromiso.

En una discusión entre dos o más miembros de una «compañía» (un grupo, una comunidad de discusión) hay tres tipos de criterios para resolver desacuerdos:

• Lógicos

• Convencionales (pragmáticos, de uso)

• Empíricos

El criterio lógico remite a reglas de un razonamiento válido y de un buen argumento, las cuales son aceptadas, implícita o explícitamente por la compañía. El criterio convencional apela a otras proposiciones que la compañía acordó. El acuerdo puede lograrse de diversas maneras:

• Aceptando definiciones

• Estableciendo procedimientos

• Por negociación

El criterio convencional incluye también reglas que la compañía toma como punto de partida garantizado. Entre éstas estarían: el no desvío del lenguaje común (no usar las palabras en un sentido obtuso o privado); no decir que algo puede ser a la vez falso y verdadero en el mismo respecto y en el mismo tiempo.

Los criterios empíricos son relativos a los hechos (a proposiciones sobre la práctica, según Crawshay-Williams). Comprenden un criterio objetivo y otro contextual. El criterio objetivo apunta al acuerdo con los hechos. El criterio contextual lleva a la descripción de los hechos de acuerdo con el propósito de la proposición: « S es P» = « S es P con vistas al propósito M». La traducción metodológica sería: «en conexión con M, es un buen método ver S como algo que es conocido comúnmente como P». Así por ejemplo, no tiene sentido evaluar y decir que un alumno sabe o no sabe matemática en la universidad, si no se aclara el propósito variable: para construir puentes, para resolver la ecuación de Schrödinger o para medir el metro en la poesía.

El propósito es el contexto mismo de la declaración. De hecho, en esta visión, los términos «propósito» y «contexto» se intercambian. La diferencia de opinión no se resuelve con sólo atender a los hechos. El criterio empírico engloba lo objetivo y lo contextual. Coincidiendo de alguna manera con el segundo Wittgenstein («el significado es el uso») para Crawshay-Williams, decidir sobre la verdad de una proposición empírica sólo es posible si se conoce el contexto: ¿ Son los hechos tales que en conexión con el contexto concernido podemos decir que la declaración «S es P» es correcta?3 Muchos conflictos se dan porque suele pensarse que para aclarar un malentendido basta mirar los hechos, cuando en realidad es necesario darse cuenta de que se están asumiendo diferentes contextos para validar la declaración. El enfoque del filósofo inglés es, en este sentido, pragmático.

El origen de muchos malentendidos está en que se presentan «proposiciones indeterminadas».4 Para resolver estos casos, hay que volver determinadas las proposiciones. Un ejemplo sería el de dos niños que corren hacia su madre. Si uno cruza una línea blanca ante la mamá a los diez segundos y otro la cruza una centésima de segundo después, puede decirse que llegaron al mismo tiempo o que llegaron en diferente momento. Es decir, no basta la «objetividad» de que uno llegó antes, sino que hay que aclarar el propósito. Puede decirse que llegaron al mismo tiempo si la finalidad era atender a la solicitud de la madre o puede decirse que uno llegó primero si se trataba de una carrera. Al explicitar el contexto (en el sentido estrecho de Crawshay-Williams) la declaración queda determinada.

Para volver determinada una declaración, hay que distinguir entre corrección y precisión: Una descripción es correcta si su grado de precisión es apropiado a su propósito. Tal noción de Crawshay-Williams estaba ya contenida por entero en Wittgenstein: «lo inexacto no alcanza su meta tan perfectamente como lo exacto. Ahí depende, pues, de lo que llamemos “la meta”. ¿Soy inexacto si no doy nuestra distancia del sol con un metro de precisión; y si no le doy al carpintero la anchura de la mesa al milímetro?».5

Ninguna descripción es correcta en sentido absoluto, siempre puede mejorarse, variarse, lo que importa es su adecuación. Esta visión implica una actitud epistemológica y ética: no declarar el contexto propio como equivalente al contexto universal. Hacerlo implica caer en muchos malentendidos. Y en éstos, hay más complicación si no se trata de una proposición empírica, si la discusión no puede ser decidida al comprobar los «hechos».

En los casos en que los criterios lógicos y empíricos no funcionan, hay que acudir a criterios convencionales. Al estudiar éstos y los malentendidos hay que tener claro qué es una convención, estudiar la creación del acuerdo o ley y también las consideraciones contextuales que justifican la decisión de consenso. Los términos en estos casos se negocian. En cambio las leyes y reglas lógicas son válidas porque son aceptadas como tales por los miembros de una compañía. Los criterios generales de racionalidad deben siempre descansar en dos fundamentos:

• Una base convencional «intersubjetiva» (el acuerdo)

• Una base contextual «objetiva» (de consideraciones subyacentes a los argumentos)

A nuestro parecer, los criterios convencionales se relacionan con las leyes de paso de la argumentación, con la garantía que nos permite pasar de lo aceptado a lo no aceptado. Así que cuando se discute el criterio convencional se discute sobre el conformismo social que permite validar una opinión dada.