Perdón, compasión y esperanza

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Referencias

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Cárdenas, J. (2014). Álvaro del Portillo y el perdón. En P. Gefaell (Ed.), Vir fidelis multum laudabitur. Nel centenario della nascita di Mons. Álvaro del Portillo (vol. 2) (pp. 481-496). Roma: Ediciones Universidad de la Santa Cruz.

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Malo, A. (2018). Antropologia del perdono. Roma: Ediciones Universidad de la Santa Cruz.

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Notas

* Decano de la Facultad de Teología y profesor de Teología Sacramentaria, Eclesiología y Ecumenismo en la Universidad de la Santa Cruz, Roma.


DIOS ANTE EL SUFRIMIENTO HUMANO: PERDÓN, COMPASIÓN Y ESPERANZA
Fr. Franklin Buitrago Rojas, O.P.*

Reflexionar sobre el perdón, la compasión y la esperanza, desde el horizonte de la teología, tiene mucho significado para nosotros hoy en Colombia. En primer lugar, porque estas tres palabras, aunque pueden ser enunciadas y comprendidas desde el derecho, la filosofía o la psicología, tienen una profundidad y un fundamento concretos dentro de la tradición de fe y de vida cristiana que los teólogos cristianos tratamos de reflexionar. Aún más, podemos afirmar que el valor que tienen estas tres palabras en nuestra sociedad se debe finalmente a la matriz cristiana de nuestra cultura. Por otra parte, como colombianos reconocemos la necesidad de reflexionar sobre el significado del perdón, la compasión y la esperanza en una nación como la nuestra, necesitada de reconciliación y de una mirada de futuro compartido, pero que no está dispuesta a aceptar una paz que simplemente cubra las atrocidades del pasado con un discurso fácil de perdón o con una amnistía rápida que favorezca la impunidad.

Una investigación con víctimas de desplazamiento forzado

Las reflexiones que les quiero compartir nacen de una investigación realizada hace algunos años a partir de un trabajo de construcción de relatos de vida y de entrevistas semiabiertas hechas a un grupo de sesenta personas víctimas de desplazamiento forzado en Colombia. En la investigación se indagaron las interpretaciones religiosas que ellas mismas hacían de sus experiencias de migración forzada, peligro de muerte, pérdida de seres queridos y de medios de sustento.1 Tal vez para algunos de ustedes pueda resultar extraño o novedoso el recurso a este tipo de investigación de campo dentro de una reflexión teológica. En realidad, este tipo de investigación se inscribe dentro de una corriente denominada “teología práctica” (Grieu, 2009) que ha ido creciendo, especialmente en medios angloparlantes y francófonos. El método teológico implementado, que puede ser especialmente útil en contextos de diálogo entre teología y cultura, como en el título de este libro, es un método teológico de “correlación” desarrollado por autores como Edward Schillebeeckx (1994) y David Tracy (1996). Dicho método concibe la labor del teólogo como un “poner en resonancia” los textos de la tradición cristiana junto con la experiencia y los lenguajes humanos contemporáneos, buscando proponer nuevas formulaciones de la fe cristiana que sean comprensibles para los hombres y mujeres de nuestro tiempo (Tracy, 1996).

Las sesenta personas entrevistadas fueron contactadas gracias a una organización católica llamada Opción Vida, dirigida por los dominicos y dominicas de Colombia, que durante varios años brindó atención humanitaria a centenares de personas víctimas del conflicto armado en distintos lugares de nuestro país, especialmente en Bogotá, Soacha, Tunja y Barranquilla. Con el objetivo de tener una visión amplia de la realidad estudiada, se entrevistó a personas de diferentes edades, medios sociales, afiliaciones religiosas y procedencias geográficas (Kaufmann, 2011). Se estableció solo un criterio para seleccionar a las personas que fueron entrevistadas: que su desplazamiento forzado hubiera tenido lugar entre seis meses y dos años antes de la entrevista. Con esta limitación temporal, se buscó que las personas hubieran tenido un cierto tiempo para reflexionar sobre su experiencia de desplazamiento. Se sabe que la interpretación de una experiencia puede evolucionar con el tiempo, por eso resultaba importante establecer un límite temporal de distancia con respecto a la experiencia.

En la práctica, la mayoría de las personas entrevistadas fueron mujeres: 46, frente a 14 hombres. Esta proporción no sorprende si se tiene en cuenta que la mayoría de los beneficiarios de los programas de ayuda a población desplazada son mujeres. Los coordinadores de estos programas afirman que esto se debe a que la violencia afecta de modo más directo a los hombres: dentro del núcleo familiar son los que mueren o deben esconderse. Además, existen razones culturales: a la mujer le resulta más fácil pedir ayuda que al hombre. Por eso, son ellas las que acuden a las instituciones para recibir ayuda en nombre de su familia.

En cuanto a la edad, los entrevistados más jóvenes fueron tres personas de menos de veinte años. Nueve entrevistados se ubican entre los veinte y treinta años. El grupo más numeroso lo formaban las personas entre los treinta y cuarenta años (diecisiete) y entre los cuarenta y cincuenta años (veintiuno). Se entrevistó a cinco personas entre los cincuenta y sesenta años y cuatro personas entre los sesenta y setenta años. La mayoría de las personas entrevistadas eran padres y madres de familia con hijos pequeños o adolescentes.

Las personas entrevistadas procedían de diferentes regiones del país. Sin embargo, un grupo importante venía del corredor centro-sur formado por los departamentos de Cundinamarca, Tolima, Huila y Caquetá. Esto se explica, posiblemente, por la ubicación geográfica de Soacha como punto de llegada de ese corredor desde el sur hacia el centro del país. En cuanto al medio sociocultural de origen, diecinueve personas provenían de medios urbanos. La mayoría trabajaba en pequeñas empresas, comercio o en el sector de servicios. Las otras 42 personas venían de áreas rurales donde trabajaban en actividades agropecuarias.

Tres causas de desplazamiento forzado fueron mencionadas con mayor frecuencia por los entrevistados: 1) la presión de grupos armados para adueñarse de sus tierras; 2) amenazas de reclutamiento de sus hijos por parte de las guerrillas, y 3) enfrentamientos armados en el lugar donde habitaban. Once personas manifiestan haber perdido un familiar cercano por causa de la violencia, generalmente, el esposo o un hijo varón. Casi todos mencionan amigos, parientes lejanos, vecinos o conocidos que murieron a causa de la violencia. No siempre resulta fácil establecer con exactitud cuánto tiempo han vivido estas personas como desplazadas. Muchos de ellos han vivido varios desplazamientos forzados a lo largo de su vida. Otros han tenido que moverse de un lugar a otro durante varios años por amenazas repetidas, sin lograr arraigarse en ningún sitio.

Frente a la formación religiosa y la identificación confesional de los entrevistados se puede decir que treintaisiete personas se identificaron como católicas, de las cuales diecinueve manifestaron una participación activa en actividades religiosas y dieciocho, solo una participación esporádica. Diecinueve personas afirmaron ser protestantes (en su mayoría, miembros de iglesias evangélicas), de las cuales siete manifiestan una participación activa y doce una participación ocasional. Cinco personas hablaron de un proceso de cambio confesional a partir del desplazamiento forzado; dos de ellas se pasaron definitivamente a una iglesia diferente. La gran mayoría de las personas hablan de una cierta “itinerancia religiosa” tras el desplazamiento: siendo católicos han participado ocasionalmente en cultos protestantes o siendo protestantes han participado en misas católicas. De todo el grupo, tres personas afirmaron no pertenecer a ninguna iglesia en particular.

Una investigación de este tipo, en nuestro contexto colombiano, implica entrar en relación con un cristianismo popular (Scannone, 1977) que está en lo profundo de nuestra cultura y que muchas veces rebasa los límites confesionales o de práctica religiosa. Tras un primer ciclo de entrevistas indagando las interpretaciones religiosas del desplazamiento forzado, fue tomando forma aquello que constituiría el tema central de la investigación. Las personas en sus relatos y respuestas hablaban continuamente de aquello que Dios había hecho (o no había hecho) por ellas en medio de las experiencias difíciles relacionadas con el desplazamiento forzado: lo que Dios hizo, permitió, no permitió, iluminó, socorrió, evitó, movió, protegió, sanó, condujo, etc. De igual modo, el hecho de que la acción divina esperada no se produjera se fue mostrando como un factor importante en aquellos que manifestaban haber vivido crisis de fe.

 

El tema de la acción divina también brindó elementos útiles para establecer más adelante una tipología de las interpretaciones religiosas del desplazamiento forzado encontradas en estas personas. Un primer elemento fue identificar, en cada caso, si la persona afirmaba haber vivido un periodo de cuestionamiento a nivel religioso, de reclamo hacia Dios o de distanciamiento de sus prácticas religiosas habituales a causa de la experiencia del desplazamiento forzado. Frente a este tema, algunas personas afirmaron de manera clara que nunca cuestionaron a Dios por su sufrimiento, ni se alejaron de la práctica religiosa. Otras manifestaron haberse cuestionado seriamente sobre el porqué de la situación que estaban viviendo y haber llegado a la conclusión de que Dios estaba permitiendo una gran injusticia hacia ellos. Algunas narraron sus “peleas” con Dios, en las que le pedían que les mostrara las razones de su sufrimiento. Algunos entrevistados reconocieron haberse distanciado de la práctica religiosa o de toda forma de comunicación con Dios de manera temporal o permanente. Dentro de este grupo, algunos narraron de qué modo y a partir de qué acontecimientos decidieron retomar la práctica religiosa. Algunos pocos cuentan haber cambiado definitivamente de afiliación religiosa tras la experiencia del desplazamiento. En algún caso, el entrevistado sostiene haberse alejado definitivamente de Dios y no encontrarle ningún sentido a la práctica religiosa. Sin embargo, un buen número de estas personas explicó que con el tiempo había llegado a comprender las razones por las que Dios permitió su sufrimiento. Otras afirmaron que, aunque habían retomado la práctica religiosa, en el fondo nunca comprendieron por qué Dios permitió que sucediera lo que tuvieron que vivir. Algunas dicen haber escuchado explicaciones por parte de líderes religiosos sobre el porqué de su sufrimiento que les parecieron poco convincentes o, incluso, inaceptables (por ejemplo, la idea de que se trataba de un castigo divino).

Un segundo elemento útil para establecer una tipología entre las respuestas de los entrevistados fue las razones por las cuales, según ellos, Dios permitió su sufrimiento. Una buena parte de los entrevistados habló de razones pedagógicas: Dios permitió los eventos desafortunados para hacerlos crecer y madurar, para enseñarles cosas nuevas, para corregirlos o para hacer de ellos mejores personas. Otros consideran que Dios ha establecido un plan providencial que predetermina los eventos que sucederán en la vida de cada persona. En ese plan también está contemplada una serie de eventos desafortunados por los que cada persona debe pasar. Dios habría puesto las adversidades en su vida como medio para traer un bien mayor, una bendición, un cambio favorable o para evitar un mal mayor. Otros entrevistados sostuvieron que la causa de sus calamidades se encontraba en potencias maléficas de carácter espiritual. En cambio, algunos pocos entrevistados afirmaron que Dios no tiene nada que ver con los acontecimientos negativos en su vida porque Él simplemente no interviene en la vida presente. Dios respeta nuestra libertad en este mundo, hasta que llegue el día cuando se manifestará para pedirnos cuentas de nuestras acciones.

En esta presentación he evitado poner cifras exactas sobre las personas que estarían dentro de cada categoría por dos razones: primero, porque se trata de una investigación de carácter cualitativo, no cuantitativo. No es una encuesta de opinión, sino un esfuerzo por brindar una comprensión del fenómeno. Segundo, porque muchas veces una misma persona puede identificarse con dos o más de los tipos de interpretación religiosa propuestos. Un relato de vida es una unidad coherente de sentido que muchas veces puede armonizar imaginarios religiosos opuestos o dispares: diferentes circunstancias o la evolución misma de los procesos de duelo y de recomposición de la propia vida pueden llevar a las personas a considerar más plausible una interpretación religiosa en un momento determinado de su vida. Los detalles de cada tipo de respuesta e interpretación religiosa identificada a partir del estudio, así como abundantes ejemplos tomados de los mismos relatos de vida y de las respuestas de los entrevistados, pueden encontrarse en el libro La acción de Dios frente al sufrimiento humano publicado en el 2018.

Nociones teológicas sobre la acción de Dios ante el sufrimiento

A nivel propiamente de los contenidos teológicos, el estudio permitió identificar cinco nociones sobre la acción de Dios en medio del sufrimiento producido por el desplazamiento forzado que se encuentran presentes en la mayor parte de los entrevistados.

Dios es el Creador y Señor del mundo, por eso es bondadoso y cuida a sus creaturas

La gran mayoría de los entrevistados cree que Dios es el creador del mundo y de los seres que lo habitan, por eso Él tiene señorío sobre su creación. Es interesante constatar que no se encontró ateísmo o agnosticismo entre los entrevistados, incluso entre aquellos que declararon haberse alejado de la práctica religiosa a causa del sufrimiento. Para la gran mayoría de ellos, Dios conoce y tiene control sobre todo lo que pasa en el mundo. Él dispone o permite los acontecimientos favorables o desfavorables que marcan la vida de cada ser humano. Dios tiene derecho y potestad para decidir sobre los acontecimientos de nuestra vida, porque Él nos creó y nos guía nuestra existencia con sabiduría y bondad. Algunos entrevistados afirman que aunque Dios no puede ser la causa de los infortunios que afectan a los seres humanos, por diferentes razones, Él decide permitir el mal.

Casi la totalidad de los entrevistados dice que Dios se opone directamente a la violencia y a la injusticia. Como creador del hombre, Dios se opone a la violencia que amenaza y destruye la vida humana. Por eso, quienes han sido víctimas de la violencia afirman que Dios está (o debería estar) de su lado, mientras que aquellos que reconocen haber participado en acciones violentas tienen conciencia de haber actuado en contra de Dios. Otra convicción muy extendida es que Dios es más poderoso que las fuerzas que amenazan la vida humana. Algunos consideran que tales fuerzas contrarias a la vida humana provienen de personas alejadas de Dios, mientras que otros las ven como manifestaciones de poderes malignos que existen más allá de la realidad material. En cualquier caso, aunque a veces parezca que las fuerzas contrarias a la vida humana triunfan, Dios conserva su señorío sobre el mundo. El predominio del mal solo puede ser transitorio.

Un buen número de entrevistados ve en su propia supervivencia y la de sus familiares una confirmación del poder salvador y la bondad de Dios que triunfan por encima de las amenazas de muerte y de las acciones de los grupos armados. Con frecuencia, las personas explican que Dios se valió de diferentes personas o circunstancias para salvar sus vidas. Para muchos, la acción protectora de Dios va más allá de los momentos de peligro inminente. Dios sigue protegiendo a los desplazados, asegurándoles que tengan las cosas esenciales para su supervivencia. Por esta razón, muchas personas ven confirmada su fe en el poder y la bondad de Dios, en las oportunidades y el apoyo que encuentran para recuperarse a nivel socioeconómico en el nuevo lugar donde viven tras el desplazamiento forzado. Pero, al mismo tiempo, la ausencia de estos elementos puede generar cuestionamientos frente a Dios e incluso una crisis religiosa. La muerte violenta de un ser querido es una de las razones más citadas entre quienes manifestaron haber vivido periodos de alejamiento de Dios. Algunos se sienten cuestionados o decepcionados en su fe cuando son víctimas de las acciones de los grupos armados. Estas personas sienten que Dios no responde a sus oraciones, que permanece indiferente ante la injusticia o que se ha olvidado de ellos. Es común que se pregunten por qué Dios no quiere oírlos o por qué no hace nada ante el mal que los afecta.

En algunos casos, dichos cuestionamientos pueden llevar a las personas hacia otras formas de interpretación religiosa como, por ejemplo, pensar que las situaciones adversas que está viviendo hacen parte de un plan providencial predeterminado por Dios con un propósito benigno o que son un medio del que Dios se vale para corregirlos o para ayudarles a crecer como personas. Los cuestionamientos religiosos también pueden aparecer cuando las personas sienten que, por más esfuerzo que hagan, no logran una verdadera recuperación socioeconómica después del desplazamiento forzado. En ciertas personas, vivir en una situación de pobreza, carecer de recursos mínimos, pasar hambre o residir en zonas urbanas violentas conduce a crisis temporales o permanentes frente a la dimensión religiosa.

Dios es aquel que hace justicia a los inocentes y desamparados

Un buen número de entrevistados ve a Dios como un juez sabio que conoce todo y, por eso, puede premiar a aquellos que han hecho el bien, castigar a quienes han hecho el mal y recompensar a quienes han sido víctimas de la injusticia humana. Esta noción aparece de manera aún más clara con relación a los culpables de la violencia y del desplazamiento forzado. Muchas personas consultadas expresan su confianza en que Dios hará justicia y, de hecho, muchos afirman que la justicia divina ya se ha ido cumpliendo por medio de eventos específicos como la persecución o el asesinato de los miembros de los grupos armados. Para muchas personas entrevistadas, la justicia de Dios se manifiesta en acontecimientos dentro de su historia personal; uno de los más mencionados es la supervivencia de los inocentes. Muy a menudo las personas que han escapado de una amenaza inminente de muerte afirman que Dios escuchó sus oraciones y los salvó de sus perseguidores debido a su inocencia.

Dos elementos hacen que la noción de justicia divina sea tan importante para las personas entrevistadas. Primero, la falta de confianza en la justicia legal. Muchas personas afirman que los delitos de los que fueron víctimas permanecen impunes o, peor aún, sabiendo quiénes son los responsables de su situación, no pueden hacer nada. La impotencia ante el agresor y la impunidad de los crímenes se convierte en una fuente de odio y de frustración para muchos. Esto hace aún más importante la fe en la justicia de Dios. Él conoce toda la verdad y tiene el poder para castigar a los culpables. Un hallazgo interesante de este estudio es que la mayoría de los entrevistados afirma ser inocente frente a la violencia armada de la que fueron víctimas. Se sienten, por una parte, desplazados por una guerra que no les pertenece y, por otra, víctimas de los prejuicios que la gente de la ciudad tiene contra los desplazados. Por eso, casi todos expresan su confianza en que Dios, viendo su inocencia, les hará justicia. Muchos afirman que Dios recompensará a los que sufren con paciencia y sin dejarse contaminar por la violencia que lo rodea.

La mayoría de estas personas rechaza la idea de que lo que les ocurre sea un castigo de Dios. Muchos encuentran ofensivo e injusto que algunas personas afirmen que la desgracia de las víctimas del desplazamiento es un castigo divino. Solo un pequeño grupo reconoce cierta responsabilidad frente a su desplazamiento forzado, pero incluso en ellos la posibilidad de que su situación sea un castigo de Dios aparece solo como una posibilidad, nunca como una certeza.

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