Lo que vendrá

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En tanto en el interior de este grupo no pueden existir relaciones de igualdad, importa establecer la lógica de las acciones que llevan a cabo, en la palabra absoluta, los personajes. Hay personajes que mandan a trabajar y que protegen, que tienen dinero y poder; hay otros que son mandados y que no poseen. Isidro y Jacinto acusan a Jacinto y a Álvarez no solo porque los mandan, sino sobre todo porque les han dado protección, consejos, casa. Si el personaje inmediatamente superior en la jerarquía ofrece protección y actúa como dador y como padre bueno, el inferior lo odia y desea eliminarlo: este esquema es exactamente homogéneo en Isidro y Jacinto. Esta primera repetición nos lleva a examinar las relaciones que cada miembro mantiene con su superior, aunque no lo delate; en una palabra, qué figura parental hay en cada uno de los personajes.

Isidro no tiene padre en la novela, simplemente se ha ido; la madre lo manda a dormir afuera por las noches; Isidro vuelve a la obra, donde el sereno (el asesinado) le da consejos y mantiene relaciones sexuales con él. La adhesión de Isidro a Jesús es total: después de nueve meses –los meses de la gestación– de estar con él tiene los mismos gestos, el mismo modo de hablar, el mismo olor. Isidro se identifica con Jesús y le entrega su novia; Jesús la viola. Pero ante Isidro está Jacinto, que le ofrece otro tipo de protección; Isidro lo acusa del crimen de Jesús. Álvarez roba material para construir la casa de Jacinto sin pedirle nada a cambio; Jacinto lo acusa del crimen. Se protege para afirmarse como superior; se niega la protección para negar la autoridad. Sergio García, llamado el cura por los demás albañiles, es un ex seminarista, cuyo “padre” en el seminario, su superior, lo ha separado de la carrera por razones oscuras. El Nene es el hijo por excelencia, el hijo de papá, pero debe afirmar su precaria autoridad ante los albañiles: acusa a Jacinto que lo cuestiona (episodio de las varillas). Álvarez acusa al cura, que no reconoce su liderazgo entre los albañiles. Se trata en todos los casos de dos tipos complementarios de acción que pueden formularse con estas leyes:

1) Si A está, en la escala jerárquica, por encima de B e intenta protegerlo –es decir, reafirmar su autoridad y superioridad–, B no le reconocerá la protección y lo acusará, deseando su eliminación.

2) Si A está, en la escala jerárquica, por debajo de B e intenta cuestionar su autoridad, B lo acusará, deseando su eliminación.12

La narración misma, las secuencias y microsecuencias, son variaciones fugadas sobre el tema de la paternidad y del parricidio: cada hijo narra a su padre y lo mata: Isidro narra a Jesús, Jacinto a Álvarez, el Nene al ingeniero Zamora; el odio y la impotencia ante el superior invade la novela entera: el detective debe abandonar la investigación pues su jefe le pone un plazo perentorio, debe terminarla esa misma noche. Hasta los personajes que no llegan a existir como tales, como el médico al que alude Jesús en su historia del manicomio, tratan de eludir esa estricta legalidad: el médico facilita la huida de Jesús del manicomio, porque allí, por las autoridades, “no puede hacerse nada”.

Y llegamos a Jesús: se lo ha asesinado, se le ha quitado la mujer y el dinero. Jesús es la víctima y el triunfador al mismo tiempo: roba y no es castigado –la impunidad del robo es absoluta en toda la novela–, posee a Isidro y a Celerina. El viejo Jesús es el mal del grupo: homosexual, mentiroso, ladrón, vicioso, enfermo; todos sus atributos remiten a un anti Jesús; es la inversión –inversión sexual–, es el revés –sereno, trabaja de noche–, es el viejo cuya autoridad nadie reconoce, excepto Isidro. Es la desintegración, la exclusión, la negación. Todos los integrantes del grupo tienen motivos para querer su muerte: por rivalidad amorosa, por conflictos de dinero, por venganza, por necesidad de destruir y perseguir. Jesús es el perseguido; pero Jesús se llama Jesús; su muerte está prefigurada desde tiempo atrás, desde el tiempo legendario de la muerte de su padre; sobre el edificio en construcción ha quedado una cruz desde la fiesta del tres de mayo, esa cruz indica su redención: ha pagado una deuda por el grupo entero.

Es allí donde comenzamos a ver el verdadero enigma de Los albañiles: no quién fue el asesino, sino qué mitos y qué símbolos en movimiento; el lector debe realizar la misma operación del detective pero en segundo grado, debe estructurar el mito religioso, la figura ética y psicológica.13 El enigma que plantea Leñero son los múltiples sentidos de sus símbolos, que remiten a un trabajo de interpretación: la ambigüedad del símbolo, la indeterminación de los varios sentidos, la equivocidad de las palabras y la anfibología de los enunciados es lo que el detective sabe que tiene que resolver. No caben lecturas a un solo nivel: el intérprete de Leñero es justamente el que da forma igualmente a todas las posibles lecturas; todas las interpretaciones son igualmente necesarias.

Aquí nos interesaba solo notar las formas y funciones de las dos figuras paradigmáticas que estructuran la novela. Y elegimos Los albañiles para desarrollar este análisis (que podría operarse en cada una de las novelas a partir de La voz adolorida) porque es, entre las obras de Leñero, la de mayor calidad. Desde nuestra perspectiva esto quiere decir: la distancia entre interlocutor y locutor es la mayor, por lo tanto la posibilidad “informacional” del locutor es mayor. Se establece una tensión rota por un equilibrio, roto a su vez por una nueva tensión, entre el yo y los otros, el detective y los albañiles, entre la historia y el discurso. Todos los niveles son igualmente legibles: la novela es a la vez psicológica, sociológica, simbólica, mítica. En Estudio Q el equilibrio comienza a quebrarse: el nivel simbólico y abstracto va ganando terreno, la distancia entre locutor y lector es mucho menor (se trata de un actor y un director escénico) que entre los albañiles y el detective; correlativamente surge la metaliteratura, Leñero comienza a trabajar sobre obras hechas. En El garabato el lector es el personaje y por primera vez está identificado desde el comienzo, y esa concretización absoluta del lector arrastra una desmaterialización igualmente absoluta del locutor: el locutor es ahora una novela. Los niveles de posibles lecturas se han ido desechando uno a uno y la única lectura es la simbólica. El camino que Leñero ha seguido es este: cuanto más concreto el lector, menos concreto el locutor, más desdén por la materialización, más importancia del nivel simbólico, más empobrecimiento. Creemos que Los albañiles es la única novela de Leñero donde están igualmente materializados ambos términos; de allí su calidad y la prioridad en el sistema total de su obra.

Publicado en Jorge Lafforgue (comp.), Nueva novela latinoamericana I, Buenos Aires, Paidós, 1969, ps. 194-208.

1 Causaron perplejidades a la crítica: en 1954 Roland Barthes se refería al “cosismo frío” de Robbe-Grillet e inauguraba el “objetivismo” deshumanizado; en 1964 Lucien Goldmann afirmaba que Robbe-Grillet y Natalie Sarraute “cuentan entre los escritores más radicalmente realistas de la literatura francesa contemporánea”.

2 Sacerdote, detective y juez tienen en Leñero la misma función narrativa; en El garabato el personaje perseguido acude a un sacerdote para confiarle su historia y pedirle protección; el sacerdote lo remite a un detective que se llama Munguía, el mismo nombre que el detective de Los albañiles.

3 Las funciones novelísticas del detective coinciden, referencialmente, con las del lector y en parte con las del autor reales. No nos detendremos en esto; el público al cual se dirige Leñero y al cual señala su función al atribuir una función determinada a su lector ficticio es no un público sino la figuración de un público futuro. Leñero quiere romper definitivamente y al mismo tiempo con el esquema del autor sobreprotector e hiperactivo que excluye la actividad del lector, y con el esquema del lector consumidor, que recibe pasivamente la ficción. El lector de Leñero parece estar a mitad de camino entre el lector pasivo y el crítico literario: ha superado la lectura consumo pero no comunica acabadamente su interpretación; no se expresa del todo; su destino es siempre el silencio, su lectura se realiza en soledad y concluye en soledad.

4 Este sistema es absolutamente comparable a la relación entre paciente y terapeuta en la situación analítica: el analizado transmite información acerca de sí mismo y el terapeuta acerca del analizado; se trata de un diálogo asimétrico en el que un miembro aporta material y el otro trabaja sobre ese mismo material ordenándolo, interpretándolo, pero no emitiendo a su vez material propio. Del mismo modo que en las novelas de Leñero, el analista remite el discurso del analizado a otra lengua, la del inconsciente; en Leñero los discursos de los personajes pueden considerarse significantes (o formas) y leerse sobre otras varias lenguas.

5 La voz adolorida. Universidad Veracruzana, Xalapa (México), 1961.

6 A fuerza de palabras. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967.

7 Estudio Q. Joaquín Mortiz, México, 1964.

8 El garabato. Joaquín Mortiz, México, 1967.

9 Hablante y oyente son personajes, agentes; se sabe que el narrador es, en este caso, la instancia impersonalizada a partir de la cual se ven y sienten personajes y cosas; el narrador de Los albañiles no está situado en un ángulo fijo de la narración sino que se desplaza continuamente; sigue un movimiento desde el interior del grupo, partiendo de Jesús, hasta el interior del detective.

 

10 Los juegos son significativos. Mientras que en Jesús, en sus historias y en el sentido mismo de la historia del grupo –en tanto circularidad, tiempo mítico– el juego es la ruleta, el grupo de detectives que no interrogan juega al dominó. La antítesis no es solo circularidad frente a linealidad; es sobre todo ser jugado por el azar y jugar el azar. El dominó, con su mezcla de fichas, es el juego de fondo de la actividad mental del detective; las fichas que mezclan los ociosos compañeros de Munguía son los nombres y las situaciones que mezcla el mismo Munguía; el juego de dominó que se va armando, sus líneas rectas, irreversibles, son las sucesivas construcciones estructurantes del detective. Leñero es ingeniero civil aunque ya no ejerce esa profesión; sus novelas tienen, desde el ángulo del receptor y de su actividad mental, un claro sentido constructivista; las narraciones de los personajes construyen un grupo; los albañiles construyen el edificio, tumba de Jesús, recinto común y obra común.

11 El culpable del crimen de Jesús es el grupo entero. El personaje individual o colectivo de la ficción en el interior de las novelas de Leñero es siempre un sujeto culpable, objetiva o intrapsíquicamente. En A fuerza de palabras, el personaje asesina a su único amigo; en Estudio Q ha deseado a su hermana; en El garabato la culpabilidad se escinde: el crítico literario se siente culpable por su relación con su amante, y el personaje perseguido es el personaje ficticio, sujeto de la novela que el crítico lee. Si la culpabilidad es el tema de la ficción en las novelas de Leñero, el “lector” (detective, director de cine, crítico, médico) asume rasgos persecutorios.

12 Patotas sería el único personaje no incluido en estas dos leyes: acusa a Federico Zamora por puro odio de clase, por vengarse de la explotación. Pero Patotas tiene un rol de sustitución, no es un verdadero personaje, es tan abstracto como su acusación, dentro de los límites de la novela. El detective no quiere escucharlo, lo despide constantemente; Patotas se esfuerza por hablar; en la jerarquía de la novela es el personaje que repite, por única vez, una situación: ocupa el mismo lugar en la pirámide, o muy levemente inferior, que Jacinto. Se contrapone a Jacinto porque tiene muchos hijos y es analfabeto (Jacinto perdió a su único hijo y es letrado), pero esta contraposición es complementaria: arma con Jacinto una misma imagen, es su doble. Su única función novelística es la necesidad, o la exigencia de Leñero, de que algún albañil se dirija directamente contra el explotador. Pero el hecho de que sea Patotas el que lo haga, el personaje sin otra función y rechazado por el detective, el personaje no enmarcado en las leyes que rigen la novela, introduce un hecho falso novelísticamente: se trata de relaciones sociales veladas por el paternalismo. Lo familiar, la imagen del padre que inviste al superior, lo desocializa y desclasiza; a pesar de que toda la novela es una metáfora de las relaciones sociales desiguales, la lucha real es contra el paternalismo por un lado y por el mantenimiento del paternalismo por el otro.

13 Podrían hacerse cuadros sociológicos precisos sobre la situación de los albañiles, de los dueños de empresas constructoras, sobre el funcionamiento de un pequeño grupo; podrían interpretarse psicológicamente las conductas de cada personaje según los datos de su pasado; podría tipologizarse suficientemente cada actitud; puede elaborarse una interpretación teológica sobre el mal y la culpa, sobre Jesús y el chivo emisario, sobre la víctima que paga con su muerte el pecado original. Pero sobre el mito teológico puede elaborarse la lectura psicoanalítica: la muerte del padre de Jesús, que reitera la muerte del mismo Jesús (se conoce la vigencia de la ley del talión: Jesús muere porque debía pagar una deuda de sangre). El grupo de hermanos asesina al padre, le quita mujer y dinero; surgen las luchas por ocupar su lugar, lo cual lleva, por imposibilidad de cada uno de alcanzarlo, o un pacto que prohíbe el fratricidio (se hace puramente mental) e instaura la historia, con la exogamia y el culto al padre muerto. Los albañiles han eliminado al padre y están en la etapa de la lucha inmediatamente posterior. El crimen original se expía por el sacrificio del hijo: el crimen de Jesús será reparado por el de Isidro, su hijo, cuya muerte está prefigurada en la muerte del otro Isidro, hijo de Jacinto. La acumulación en Jesús de los rasgos malos (demoníacos) se explica por disociación de una representación ambivalente y la acentuación de un elemento de esa ambivalencia. Se sabe que el demonio es un ángel caído de la misma naturaleza que la divina; se sabe que los símbolos del mal (a nivel semántico y mítico) son el revés de un simbolismo más vasto, el simbolismo de la salvación: a todo esto alude la figura de Jesús, que además es epiléptico, está poseído por el morbus sacer.

BOQUITAS PINTADAS, SIETE RECORRIDOS
I. CRONOGRAFÍA

Años y estaciones

La historia abarca los siguientes años y meses: 1935 (marzo, abril, julio, septiembre), 1936 (abril, junio, septiembre), 1937 (abril, junio, julio, agosto, septiembre), 1938 (enero, noviembre), 1939 (abril, mayo, junio), 1941 (abril), 1947 (abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre), 1968 (septiembre). Sus límites extremos son marzo de 1935 por un lado y septiembre de 1968 por otro; hay tres saltos: entre 1939 y 1941, entre 1941 y 1947, y entre 1947 y 1968.

Es notable la preferencia por los meses que van desde abril a septiembre; es notable el énfasis en el frío. Los dos únicos meses de verano que constan en la historia consignan los momentos más agudos de separación o disgregación del grupo protagonista: en enero de 1938 Nené y Juan Carlos ya no tienen relaciones, Mabel está en Buenos Aires, Pancho en La Plata y Raba en el hospital. En noviembre de 1938 Nené está en Buenos Aires en luna de miel, y Mabel ha vuelto a Vallejos.

Es notable la preferencia por los meses de abril y de septiembre para iniciar o terminar relaciones, empresas y vidas: Juan Carlos muere en abril, Nené en septiembre; Juan Carlos inicia sus relaciones sexuales con Mabel en septiembre (la segunda vez en abril); con Nené comienza su noviazgo en septiembre; Mabel y Pancho se relacionan en abril; en septiembre concluye el intercambio de cartas entre Nené y Celina.

Series

Dos tipos de series ordenan los acontecimientos: la serie cronológica y la serie numérica de las entregas; su correspondencia es la siguiente:

Primera parte

Entrega primera: año 1947

Entrega segunda: año 1947

Entrega tercera: años 1937 (1935, 1936), 1935

Entrega cuarta: año 1937

Entrega quinta: año 1937

Entrega sexta: año 1937

Entrega séptima: año 1937

Entrega octava: año 1937

Segunda parte

Entrega novena: años 1937 (recapitulación), 1938

Entrega décima: año 1939

Entrega undécima: año 1939

Entrega duodécima: año 1939

Entrega decimotercera: año 1941

Entrega decimocuarta: año 1947

Entrega decimoquinta: año 1947

Entrega decimosexta: año 1968

Ejes

El año 1947 (entregas 1a, 2a, 14a, 15a) enmarca la novela; es el año en que se abre el relato; pero a partir de él hay un retroceso (3a entrega) hasta 1937, y un avance (16a entrega) hasta 1968. El año 1947 es un eje temporal, una fecha para medir los antes y los después; es el límite primero del relato: a partir de él, retrocediendo hasta 1937 y luego a partir de 1937 hacia adelante hasta 1947 se desarrolla la historia. 1947 es la fecha de comienzo del discurso literario; 1937 es la fecha de comienzo de la historia (de lo que se cuenta) que, en su desarrollo, alcanzará la fecha de apertura (en la entrega 15a se confunden las fechas de apertura del discurso y de la historia); desde allí el salto hacia adelante es simétrico al salto hacia atrás: desde 1947 a 1937 por un lado, y desde 1947 a 1968 por el otro. 1968 es la fecha de conclusión y cierre de la historia; es, también, el fin y la conflagración del discurso.

II. CREMAR, QUEMAR

Es cierto que la novela se abre y se cierra con noticias necrológicas:1 la de Juan Carlos y la de Nené; pero también es cierto que la novela se abre y se cierra con cartas: las de Nené y las de Juan Carlos. Boquitas pintadas es la historia de unas cartas, las que envió Juan Carlos desde Cosquín a Nené. Esas cartas, primero en manos de Juan Carlos, luego en las del compañero de la habitación 14 (que las corrige), luego en las de Nené (“la hoja de adentro sí que es una cosa íntima”), luego nuevamente en las de Juan Carlos (“nos devolvimos las cartas”), luego en las de la hermana de Juan Carlos (cuando este muere), de nuevo en las de Nené (cuando la hermana se las envía, terminada la transacción), por fin en las del escribano y por último en las del marido de Nené (ya muerta ella), terminan quemadas en el incinerador.

La posibilidad que abre el relato (la posibilidad de que exista un relato) es la necesidad de Nené de recuperar las cartas de Juan Carlos que, una vez muerto, deben haber quedado en manos de la madre y la hermana. Nené escribe a la madre para que se las envíe; cambia cartas por cartas; cambia un relato (el de su amor por Juan Carlos, el de su situación actual) por otro relato (el del amor de Juan Carlos por ella, el de su pasada situación en Cosquín). Nené teme que la hermana o la madre quemen las cartas (“¿Si Usted las encontrase las quemaría? (…) Entonces yo pensé que si Usted no piensa mal y encuentra esas cartas que él me escribió a mí, a lo mejor me las manda”, ps. 13-14); Nené teme que cremen el cuerpo de Juan Carlos (“…resulta que Juan Carlos me dijo más de una vez que a él cuando se muriese quería que lo cremaran. Yo creo que está mal visto por la religión católica, porque el catecismo dice que después del juicio final vendrá la resurrección del cuerpo y el alma”, p. 12); Nené teme que Juan Carlos mismo haya quemado las cartas (“Yo no sé si él las habrá quemado, a lo mejor no…”, p. 13); Nené teme que Celina, si encuentra sus propias cartas actuales dirigidas a la madre, se las queme (“Si Celina busca las cartas a lo mejor me las quema”, p. 18).

Pero las cartas de Nené a la madre van a parar a manos de Celina, que atribuye a Nené la causa de la muerte de Juan Carlos; Celina necesita vengarse; Celina “agradece” a Nené que le haya recordado el deseo de Juan Carlos de ser cremado y le insinúa la posibilidad (falsa) de cumplir con ese deseo; Celina coloca las cartas de Nené a su madre en un sobre y se las dirige al marido; coloca las cartas de Juan Carlos a Nené en otro sobre y se las dirige a Nené: “…y considera terminada su tarea”, p. 223. La transacción está terminada; se inicia el cierre del relato, que termina con la cremación de las cartas: Nené pidió expresamente que no la cremaran; Nené pidió al principio que la enterraran con las cartas de Juan Carlos en el pecho; Nené pide finalmente que la entierren con diversos objetos (el anillo de compromiso del marido, el reloj que regaló a su hijo menor, un mechón de pelo de su nieta); Nené pide a su marido que queme las cartas de Juan Carlos.

La posibilidad de que exista el relato es la necesidad de que el receptor de las cartas (Nené, su receptor originario) las recupere. Las cartas han sido devueltas al emisor, pero este ha muerto. El relato se abre con la muerte del emisor y con el deseo del receptor originario de recuperarlas, con la necesidad de releer y poseer el mensaje; el relato se abre con la transformación de ese receptor originario en emisor y con su propuesta de transacción (Nené escribe para recuperar esas cartas); el relato se abre, en tanto mercancía, objeto de cambio, en 1947. Ese año, que enmarca la novela, es su eje temporal; la transacción comprende una propuesta (las preguntas de Nené; en las entregas 1a y 2a) y una respuesta (las cartas que envía Celina en la entrega 15a). Pero 1947 es también el año de la muerte de Juan Carlos, del autor de esas cartas: su muerte preside la transacción y la posibilita; las cartas (la literatura) comienzan a existir cuando el autor es negado, cuando deja de ser “hombre”; la muerte de Juan Carlos es la condición de posibilidad de la literatura, librada de la presencia de su autor, cerrada sobre sí misma. Juan Carlos morirá en la entrega 1a (antes de las cartas de Nené a la madre pidiendo las cartas de Juan Carlos) y volverá a morir en la entrega 14a (antes de las respuestas de Celina que culminan con la devolución de las cartas): allí, cuando se unen las dos muertes, se completa la pregunta con la respuesta, se cierra la figura programática de la ficción. El último salto (hasta 1968, entrega 16a) marcará la muerte de la receptora originaria, de Nené, de la lectora, que ya ha recibido por segunda vez las cartas de Juan Carlos; pero marcará también la conflagración del mensaje (las cartas terminan quemadas, consumidas) y el fin de la historia de las cartas: en 1968 se cierra el circuito, la posibilidad de su lectura y de su posesión; los vivos deben quemarlas, Nené no se las llevará a la tumba.2 La vida de la literatura se extiende, entonces, entre la muerte de su autor y la muerte de su lector. A manos de Massa (el marido de Nené) han llegado, por un lado, cartas de Nené (las dirigidas a la madre de Juan Carlos y reenviadas por Celina), y por otro, en el momento de la muerte de Nené, las cartas de Juan Carlos a Nené y las de Nené a Juan Carlos; Massa es el único que posee los juegos completos; Massa es el que debe quemarlos; Massa es un lector (posible) que se niega a leer (“Pensó que Nené sin duda desaprobaría esa intromisión”, p. 241). Las cartas de Nené solo fueron leídas por Juan Carlos (no figuran en la novela); las de Juan Carlos fueron leídas por el profesor, por Nené, por la hermana de Juan Carlos: son las que se “desparraman” en el incinerador, las que se “iluminan fugazmente” antes de quemarse; las de Nené se queman sin desparramarse.3

 

La voluntad de Nené (no cremarla, quemar las cartas) se cumple, la voluntad de Juan Carlos (ser cremado) no se cumplió. Escribir cartas –escribir– es, en Boquitas pintadas, un sustituto del cuerpo: quemar las cartas es como (sustituye a) cremar los cuerpos. Escribir es hacer presente un cuerpo que no se da como tal; las cartas intercomunican del mismo modo que intercomunican las relaciones corporales-sexuales. Juan Carlos y Nené se escriben porque no se dieron los cuerpos (con Mabel no hay intercambio de cartas). Nené desea unirse corporalmente con Juan Carlos en el otro mundo; en este quiere recuperar sus cartas; pero al morir ya no se las llevará (como había establecido años atrás); Nené no se llevará los sustitutos de un cuerpo muerto a la muerte; se irá con objetos (no letras) de los vivos. El tiempo no solo la cambió; cambió el sentido de ese mensaje y sobre todo cambió su sentido en el borde de la muerte: la literatura pertenece (como los cuerpos) al mundo de los vivos; debe ser leída y conservada por sus destinatarios, dura lo que sus lecturas.4

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