La guerra de Catón

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Sari: Emporion #2
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El furioso tranquilo

Roma, oficinas del Consulado en la Curia Hostilia. Nonas de maius. Año 558 (del 2 al 3 de mayo del año 195 a. C.).

La primera noche de las nonas de maius, Lucio salió a contemplar la Luna romana. La primavera se intuía. Desde la terraza del apartamento se podían ver miles de lucecitas en las colinas del Capitolio y el Palatino. La algazara de la calle llegaba amortiguada al balcón de su palomar. Valentina todavía roncaba, expandida plácidamente en el jergón, como era habitual, después de una tarde desenfrenada de pasión y sudor. En el encuentro se habían consumido los lamentables versos de Cneo Nevio. Lucio, escaso de carbón, había utilizado los papiros para encender el fuego, calentar vino y asar unas morcillas. Los pesados versos de la Guerra Púnica chisporrotearon con alegría contribuyendo a la preparación de una comida de campaña. Al llegar la hora nona, Valentina se despidió bostezando.

─ Me voy, Lucio. No sé, cada día me gustas más. Deberíamos casarnos o quizás vivir juntos... ¡mhhh, mi delicioso amante!, y con esta bravura que pones. Seguro que en Hispania hiciste muchas fechorías... Lo único que no soporto es que no tengas una buena bañera... siempre salgo pegajosa y con este hedor a sudor y sexo. Sin embargo, si quisieras vivir conmigo... tendríamos una gran bañera...

─ Recuerda que soy pobre, Valentina. Deberías ir a pie y prescindir de este delicioso perfume... no creo que fuera buena idea. Seguro que te cansarías pronto de mí y entonces... mala cosa...

Valentina se colgó del cuello de Lucio y le mordió el labio con una pasión excesiva. Finalmente, dulzona como siempre, se marchó. Lucio, desde la terraza, vio como en el cruce cuatro esclavos la recogían discretamente, en una silla de manos. Desaparecieron rápidamente entre las increpaciones obscenas de los trabajadores de la fullónica de la viuda Antonia que holgazaneaban en la entrada del establecimiento. Pasada la medianoche intentó dormir, pero el estado de excitación se lo impedía. Valentina le provocaba una sobreexcitación que pagaba con insomnio. Como en otras ocasiones, volvió la pesadilla recurrente: la última visión del padre y del hermano partiendo a la batalla, la masacre de Cannas... Los cartagineses arrancando anillos y cortando los dedos de los muertos, y la risa sardónica de Aníbal bailando sobre los cadáveres. De repente, unos terribles golpes en la puerta resonaron fuertes e impacientes. La pesadilla se desvaneció de inmediato. Lucio se levantó vacilante y pensó lo más lógico.

─ Algún cretino habrá confundido mi puerta con la de la viuda Antonia. Ya se sabe, esta mujer escasa de recursos vende su cuerpo a vecinos ociosos, viciosos o deseosos... ¡Qué pesadez de mujer... a ver...!

Lucio abrió la puerta con la lucerna en la mano, al pronto se iluminó una especie de armario humano con cota de malla y casco, acompañado de un segundo soldado. Eran hombres de Antonino Varrón, miembros de la milicia urbana, la cual, teóricamente, ponía orden en la ciudad y a menudo era una fuente de problemas, dado que ella misma actuaba como delincuencia organizada. Tras unos segundos de perplejidad, empezó a atar cabos.

─ Por todos los dioses, hoy si que han descubierto mi relación con Valentina. Antonino la ha atrapado y ahora vienen a detenerme. Su denso perfume todavía impregna la habitación... demasiado tiempo jugando con fuego...

Olió mecánicamente para constatar, con terror, que toda la cámara olía a sexo, sudor y perfume, el maldito y pegajoso perfume cartaginés. Calculó rápidamente sus posibilidades, la espada estaba bajo el jergón, podía intentar cogerla y abrirse paso. Veía dos soldados pero ignoraba si había más en la escalera. No, no podía presentar resistencia en el apartamento, aquello era una ratonera sin escapatoria. Pero, aun así, decidió que lucharía allí mismo si intentaban atarlo, en caso contrario, lo mejor sería huir cuando bajaran al portal, cargaría contra los guardias e intentaría perderse en las callejuelas del barrio. Pasado el momento de pánico, Lucio se serenó. Cuanta más tranquilidad más posibilidades tendría. El gigante estaba visiblemente enfadado ya que había tenido que subir las escaleras de cinco pisos, pero no parecía especialmente precavido ni agresivo. En una segunda ojeada pudo constatar que ni siquiera llevaba la espada desenvainada, y su acompañante aguantaba la lanza como si de una escoba se tratara. Entonces, el gigante avanzó el hocico y empezó a oler ruidosamente... sniff, sniff, sniff.

─ Chico, si tu eres Lucio Emilio vístete y sígueme, los jefes quieren hablar contigo, y se están impacientando. ¡Puaf! ¡Qué tufo! ¿Guardas animales muertos? ¿No sabes que está prohibido?

─ No, no es el olor de ningún animal, es un olor de mujer... ─precisó Lucio cada vez más intrigado.

─ ¡¿De mujer!? Pues vigila tu méntula, igual se te cae a pedazos, y dile que se limpie... qué repugnancia. Cada vez vemos cosas más extrañas en esta profesión.

─ Mira optio, esto son problemas míos, además ya pasa de la hora duodécima. ¿Quién dices que quiere ver? ¿Antonino Varrón?

─ Peor aún muchacho, tengo que llevarte a la oficina del cónsul Marco Porcio Catón, así que, espabila, que no estoy para bromas.

Lucio respiró profundamente, y aliviado. A lo que parecía aquella noche no terminaría en el fondo del Tíber, y la blanca Valentina podría continuar coqueteando desde su nube de perfume. El panorama imaginado unos segundos antes cambiaba. Ahora cualquier opción parecía buena, incluso si venía del maldito cónsul. Lucio intentó escabullirse dando largas.

─ Dile a ese Catón que éstas no son horas, además estoy medio borracho. Mañana iré a la Curia Hostilia y haré todo lo que haga falta, pero ahora marchaos que me vuelvo a la cama. ¡Hasta la vista chicos...!

El armario humano comenzó a impacientarse. Lanzó un par de sonoros bramidos. Lucio notó cómo el rostro del coloso cambiaba de color.

─ Tú eliges, o vienes directamente a las buenas o te sacudo y te llevamos arrastrando.

─ Bueno, tranquilo, no es para tanto, me pongo el sagum y te sigo.

Los guardias le dejaron en uno de los anexos de la Curia Hostilia, una entrada que no era la que Lucio frecuentaba cuando trataba con las comisiones de la administración. El guardia le indicó que subiera la escalera y preguntara. Las dependencias estaban mal iluminadas. Una luz tenue lo guió hasta un cuarto con un funcionario olvidado que seguía peleando, a pesar de la avanzada hora, contra una montaña de papiros. Lucio se extrañó, tal vez la eficacia de la administración iba mejorando...

─ Disculpa, busco la sala de recepción del cónsul Catón ¿Puedes indicarme?

El supuesto funcionario se incorporó. Entonces Lucio reconoció la figura rolliza y la calva que brillaba a la luz de las lucernas: era Catón y, sin duda, aquel no había sido un buen comienzo.

─ Bienvenido, yo soy el cónsul Catón... y tú debes ser aquel al que llaman... La Sombra de Roma.

La última parte de la frase la dijo en tono burlón y con énfasis. Lucio quedó perplejo pero antes de que pudiera articular disculpas, Catón le desautorizó con un gesto enérgico a la vez que acercaba una de las lucernas para escrutar mejor la cara del convocado. Tras las presentaciones, el cónsul le habló con parsimonia y tranquilidad.

─ Roma vive momentos difíciles. Aníbal es sufete y ha puesto en marcha una revolución democrática que convertirá a Cartago en una gran potencia. Primero comercial y luego, naval y militar. Los Escipiones, que están engrasados con plata cartaginesa ni se inmutan y siguen coqueteando con Aníbal.

Lucio se excitó al oír la palabra Aníbal, y se atrevió a matizar al cónsul.

─ Aníbal sólo tiene una obsesión, Cónsul, destruir Roma. Simpatizo con cualquier democracia pero será difícil una convivencia entre Roma y Cartago. Aníbal nunca será inocuo. Hay que acabar con él.

─ Me gusta esta música, ya sabes, hay que destruir Cartago. Parece que coincidimos, Sombra...

─ Eh... no es por falta de respeto, pero, mejor Lucio Emilio... Cónsul...

Catón sonrió mientras desarrollaba una de las copias del mapa de Eratóstenes en la que había pintado los territorios correspondientes a los diferentes estados, ciudades, bases y rutas comerciales. Su dedo índice fue recorriendo los diferentes escenarios.

─ La destrucción de Cartago es una premisa para que Roma se desarrolle. Pero, hoy por hoy, no nos podemos plantear destruir la ciudad. Tenemos otros problemas más urgentes. En Grecia continua la sedición, como si la batalla de Cinoscéfalos no hubiera servido de nada; Antíoco III de Siria quiere controlar la Tracia, los celtas de la Cisalpina amenazan y, para rematar la situación, Hispania se subleva en masa. Creo que Aníbal no es ajeno a nada de lo que sucede, es él quien empuja la rebelión íbera y la sedición griega.

─ La responsabilidad de Aníbal es más que evidente ─dijo Lucio sin apartar la vista de aquel maravilloso y detallado mapa, nunca antes había apreciado nada igual.

─ Como si nos conociéramos de siempre, Lucio, me gustaría saber tu opinión. ¿Cómo ves las cosas?

─ Con todos los respetos, Cónsul. Yo de ti golpearía, primero, en Hispania. Grecia es preocupante, pero si desplazas tus fuerzas al este la rebelión hispana acabará triunfando y el beneficiario será para Aníbal. En Grecia hay gloria, en Cartago comercio y en Hispania plata, y ahora necesitamos plata. La plata la tenemos que controlar nosotros, si se la dejamos a Aníbal los sacrificios de la guerra habrán sido inútiles. Pero... te queda poco tiempo, Cónsul.

─ Coincidimos, Lucio. Roma sólo tendrá una oportunidad. Nuestras opciones estratégicas son claras: primero golpear occidente, controlar Hispania y sus recursos, luego golpear en Grecia y rematar a Macedonia, a continuación nos comemos a Cartago y, finalmente, nos imponemos en Egipto y Oriente...

 

Catón enrolló el mapa de Eratóstenes y desplegó un nuevo papiro que reproducía el territorio de las provincias hispanas.

─ Según me han dicho, has sido uno de nuestros agentes en Hispania. Quiero saberlo todo y, cuando digo todo, es todo. Cuéntame tu anterior misión, sin ahorrar detalles.

─ Primero te corregiré esta carta, Cónsul. La Tierra Libre no está bien representada. Mira, aquí, los ilergetes, están sobre el Sícoris, un río aurífero. Indika está mucho más cerca de Emporion. Falta señalar el camino de la cicatriz ceretana...

Lucio corregía el mapa con carboncillo y se dirigía al cónsul con absoluta normalidad. Catón, a corta distancia, no era el tonto que Lucio había imaginado. Era un tipo más bien corpulento, con una cabeza considerable pegada al tronco con un poderoso cuello de toro. A la calvicie natural se le sumaba un afeitado rotundo. Sus francos ojos destacaban escrutadores. Tenía unos cuarenta años. La manera intencionada de llevar la ropa y las cáligas denotaba su origen campesino. Su apariencia inspiraba tranquilidad y confianza. Una permanente media sonrisa contribuía a darle una imagen de simpatía. Lucio se sintió a gusto con aquel individuo inteligente y afable que sabía escuchar y entender. Catón, a su vez, analizó a Lucio. Parecía leal, competente, digno, astuto y decidido y, además, era un singular héroe de guerra dispuesto a arriesgarlo todo por Roma, y sin contrapartidas. En ningún momento se mostró adulador, al contrario, había criticado la inoperancia de la administración. Un individuo libre que decía lo que le parecía... estaba claro que nunca haría carrera política. La intuición le decía que podía confiar en él.

─ Mira, Lucio, me gustaría que me acompañaras a Hispania. Saldremos a media mañana, iremos a Ostia y embarcaremos en dirección a Luna. Desde allí, con mis legiones consulares iremos a Hispania. Después se nos unirán los aliados y las tropas de los nuevos pretores.

─ ¿Hispania? ¿Mañana? ¿Cómo es posible? ─Lucio manifestó perplejidad─. No me ha llegado ninguna noticia de preparativos de guerra... Pensaba que la clase política se dedicaba al problema del lujo femenino. Si lo que dices es cierto, en pocos días nos podríamos plantar en Emporion.

Catón fingió ignorar la sorpresa de Lucio...

─ ¿Emporion o Tarraco? ¿Qué opinas? ¿Dónde debemos desembarcar?

Lucio intentó reponerse de la sorpresa y adaptarse a la vertiginosa situación.

─ Perdona, Cónsul, pero las cosas no son tan lineales. Las comunicaciones militares con Hispania son exclusivamente de cabotaje. Emporion es la puerta de entrada imprescindible. Tarraco o Cartago Nova sólo tienen valor si, además, se controla Emporion. Por otra parte, la experiencia me dice que tardarás todavía un par de semanas en concentrar tus legiones... ¿O no?

─ No, nada de eso Lucio, mis dos legiones consulares se han preparado en secreto y están listas. Mira, Roma es un hervidero de espías. Los masaliotas son nuestros aliados, pero serían felices si nos perdieran de vista. Los íberos tienen informantes en toda la costa y, por supuesto, Aníbal está al día de todo. Al menor indicio de preparativos de embarque de tropas las noticias hubieran volado, de puerto en puerto, hasta llegar a oídos del enemigo. Tú no has detectado preparativos y eso es bueno.

─ Bueno... Se dice que hay tropas correteando por Ostia... ─puntualizó Lucio.

─ Sí, ciertamente ─Catón sonrió con satisfacción─. Son las tropas destinadas a los pretores hispanos Claudio Nerón y Publio Manlio, y las de refuerzo de las legiones V y VI que acampan a la vista de todos, cerca de Ostia. Nadie piensa que este ejército se pueda poner en marcha a corto plazo.

─ ¿Son un cebo? ─preguntó Lucio cada vez más sorprendido.

─ Efectivamente, Lucio, la gente cree que el ejército está inactivo, pero las dos legiones consulares, en pequeñas columnas, ya han marchado hacia el puerto de Luna. Y a los legionarios se les ha dicho que van a someter a los celtas boios. Tengo barcos de gran arqueo preparados en el litoral de Cosa, en Telamón, Tarquinia y Vetulonia, y mañana requisaremos naves en Ostia y Centumcellae. Pasado mañana, mis legionarios embarcarán hacia Hispania. Llegaremos antes que los íberos reciban la noticia de nuestra partida. No tendrán tiempo para movilizarse. Podremos asegurar campamentos en los primeros días de campaña.

─ No puedo creerlo ─Lucio estaba muy sorprendido, nunca había sospechado que la administración pudiera ser tan eficaz.

─ Algunos piensan que solo estoy preocupado por las mujeres, lo cierto es que las joyas no me interesan lo más mínimo. Pero el debate ha permitido encubrir lo que ha sido nuestra actividad principal: movilizar el ejército. El destino ha querido que yo sea cónsul, y te aseguro que nuestra campaña cambiará el destino de Hispania, de Roma y del mundo. A finales de maius estaremos en Emporion, durante el verano derrotaremos a los íberos de la costa y marcharemos a someter el sur. Mi mandato sólo dura un año, dispongo de poco tiempo para cambiar el futuro y quiero que me ayudes en esta aventura.

Lucio, sorprendido, se emocionó... el plan era perfecto. Catón iba a descargar el golpe cuando, entrado el mes de maius, se descartaba cualquier posibilidad de intervención. Naturalmente, los íberos después de dos meses esperando el desembarco también estarían pensando que el peligro se alejaba un año más.

─ Perdona, Cónsul. ¿Me estás diciendo, pues, que el ejército está preparado y me propones que me incorpore, inmediatamente? ¿Y que en pocas horas iniciaremos una travesía marítima hacia Hispania?

─ Bueno, no será una travesía sino una navegación de cabotaje aprovechando las ciudades masaliotas que utilizaremos como refugio si hay tormentas. Una marcha terrestre supondría casi dos meses de caminata, mayor intendencia y erosión de las cáligas. Así que... navegaremos saltando de puerto en puerto y evitando la navegación nocturna: Luna, Genua, Nikala, Antipolis, Olbia, Tauroels, Masalia, Agatha y... Emporion. Seguiremos como el rayo la derrota masaliota hasta la puerta de Hispania.

─ Estoy a tu servicio... y al servicio de Roma. ¿Puedo ir a recoger algunas cosas?

─ Pronto comenzará el amanecer. Tienes dos horas. Luego partiremos hacia Ostia y tomaremos un quinquerreme. Arregla tu documentación con mi secretario Anaxágoras.

Saludos de Escipión

Roma, Lucio marcha con Catón hacia el puerto de Luna. Días V, IV y III antes de las nonas de maius. Año 558 (3, 4 y 5 de mayo. Año 195 a. C.).

Lucio se puso a disposición de Anaxágoras, el liberto griego secretario del cónsul. Era un tipo parecido a Catón, gordo, calvo, y más o menos de su misma edad. Recordó que en el Foro bromeaban, y que los llamaban Pólux y Castor. Anaxágoras acreditó a Lucio como servidor de la República en misión especial. Luego le preguntó dónde debía ingresarle los emolumentos.

─ En la delegación del banco de Anaximandro de Alejandría, y quiero una cláusula que especifique que, en caso de muerte, las cantidades depositadas se hagan llegar a Friné, la dueña del hostal El Unicornio, de Emporion.

─ De acuerdo, dalo por hecho, pero te recuerdo que este no es un buen banco, está vinculado al banco de Antígono de Cartago... A ver si acabarás engordando a Aníbal.

─ Señor ─Lucio, que tenía una enemistad de manera permanente con los bancos, se excitó─, hoy por hoy, y que yo sepa, tenemos un tratado de paz con Cartago. Los bancos romanos me extorsionan, el de Anaximandro siempre me presta cuando necesito, por otra parte, que yo sepa, la plata no tiene patria... ¿No crees?

─ De acuerdo, lo que digas. ¿No quieres saber la remuneración que te corresponde?

─ No es necesario, viniendo del Estado seguro que es miseria. Esperaré a ver si sois capaces de sorprenderme.

Lucio volvió a la carrera, hasta su apartamento. Quería cerrar bien, tirar los restos de comida, tomar su espada y el puñal celtíbero de antenas que tanto apreciaba. Llegó sin aliento a la quinta planta. La puerta del apartamento estaba abierta, pensó que con las prisas del desalojo nocturno había olvidado cerrar. Pero su instinto le advirtió que algo pasaba. Avanzó con prudencia. Apenas entró un fuerte puñetazo se le estrelló contra su cara. Todo quedó oscuro. Notó cómo su cuerpo se desplomaba. Inmediatamente, sus costillas recibieron una lluvia de patadas, quedó sin respiración. A continuación, notó un acero frío acariciándole el cuello y pensó que había llegado el final... En una fracción de segundo hizo balance de su vida, no había ido mal, pero... pero... algo pasaba, el final se retrasaba. El pinchazo o corte no llegaba. Finalmente, enfocó la vista. Tres matones lo tenían inmovilizado, uno amenazaba con un puñal y los otros usaban cáligas claveteadas de tipo militar para pisarle el estómago y un brazo. Un cuarto individuo daba las órdenes y era el que hablaba.

─ Hola chico. Soy Lupus y... soluciono problemas, y tú eres un problema. Te estás portando mal. Escipión está molesto contigo. Vas por ahí diciendo que fuiste el artífice de la victoria de Zama. Esto... no está bien. Ahora dicen que vas con el cerdo tusculano. Esto al Africano tampoco le gusta. Sin embargo, no impediremos que vayas a... ¿Hispania?

Lucio aún no había recuperado plenamente la conciencia pero empezó a entender que pasaba. Escipión quería información de primera mano. En una campaña había transacciones y beneficios, informaciones útiles en política… y también en los negocios. Lupus continuó justo en el sentido que Lucio esperaba.

─ Escipión quiere saber si Catón tiene beneficios en la campaña, y tú nos informarás. Y también trabajarás para que el suministro de pertrechos quede en manos de Servius Sura. Sí, efectivamente... el hermanastro de Valentina, que, por si no lo sabías, es de nuestro partido... y que además, es cuñado del prefecto Antonino Varrón, ya sabes, el jefe de la policía.

Los matones acompañaron las explicaciones con una discreta sesión de golpes que recalcaban los puntos clave del discurso. Lucio, con poca fortuna, intentó asentir

─ Sevicius Puras, de acuerdo, de acuerdo...

La pronunciación no gustó a los matones que le dedicaron una serie adicional de patadas y golpes.

─ Es Servius, Servius, Ser-vi-us… Sura, cuñado de Antonino Varrón a quien, sin duda, debes conocer debido a la tu, digamos... ¿Amistad? con Valentina. Por cierto, mientras esperaba he leído unas cartas, probablemente femeninas, que he encontrado en tu baúl y en las que tú y una mujer, y espero sinceramente que no se trate de ella, jugáis a Medea y Jasón. Son muy cursis y describen una relación que tiene mucha gracia... Seguramente también le resultarán simpáticas a Antonino si las llega a leer. Las he dejado en su sitio, como muestra de buena voluntad... En fin, estás avisado, Sura debe ser el suministrador principal del ejército consular y sin ningún problema. ¿Lo has entendido? Tienes que apoyar a Sura, nadie le debe discutir los precios...

Los facinerosos clavaron en el cuerpo de Lucio una nueva tanda de golpes contundentes, después desaparecieron. Lucio empezó a maldecir las veleidades literarias de Valentina mientras guardaba en un fardo la espada, el puñal, un par de túnicas, unas cáligas de repuesto y una bolsita con monedas de plata. Quemó las cartas comprometedoras, escribió una nota para Valentina, bajó rápido a la fullónica de la viuda Antonia y le pidió permiso para lavarse en una de las tinas. La viuda, dulzona, se deshizo en sonrisas y le ayudó a desnudarse.

─ Lucio, ya no tienes edad para pelearte. ¿Has visto qué cara te han puesto? Cásate conmigo y olvídate de todo. No tendrás que trabajar y te mantendré gordo como un cerdito. ¡A ver! ¿Déjame inspeccionar los daños? ─Antonia empezó a comprobar los desperfectos en el cuerpo de Lucio─. Un ojo totalmente morado. ¡Mmmh...! Nariz sangrante, suerte que no te la han roto. Labio partido... moratones en las costillas... nada serio. Si todavía conservas los genitales me interesas, déjame hacerte la inspección.

─ Gracias Antonia, eres un encanto y tú y yo sabemos que algún día nos casaremos, pero ahora todavía no. Marcho a la guerra... con Catón. Toma esta nota, por favor, ya sabes a quién tienes que darla, a mi amiga, a Valentina. Que le llegue personalmente y con discreción. Los chulos de Escipión quieren mi piel, y mis genitales y, si vuelvo con ellos, podrás continuar la inspección.

─ Vaya, aquella flaca que te visita... Bueno, lo haré, ya sabes que simpatizo con Catón. ¡Umm! ¡Qué pedazo de hombre! ¡Qué olorcillo de cebollino! Cumpliré tus encargos pero tengo que recordarte que esa chica no te conviene. Olvídala, sólo te traerá problemas.

 

Lucio llegó a la carrera hasta la Curia Hostilia. Catón, su estado mayor, lictores y sirvientes, estaban montando en sus cabalgaduras y a punto de irse.

─ Vamos, Lucio que llegas tarde. ¡Vaya! Veo que has tenido una última conversación con alguno de tus amigos ─precisó Catón sin inmutarse pero escrutando las huellas de la lucha en la cara de Lucio.

─ Amigos míos no, han sido los tuyos. Parece que los sicarios de Escipión han descubierto muy deprisa que trabajo para ti.

─ Vaya, lo siento... espero que no te causen más problemas. Como ves, vamos a caballo, hay prisa...

El grupo salió al trote, con discreción y sin protocolo, hacia la puerta del Campo de Marte para tomar la carretera de Ostia. En cuatro horas llegaron a la zona de embarque e inmediatamente subieron a un quinquerreme. Claudio y Manlio, los nuevos pretores de Hispania, hicieron formar algunas tropas que vitorearon a Catón. Desde los quinquerremes y buques de transporte de la base centenares de marineros saludaron al cónsul. En los próximos días estas fuerzas también debían partir hacia la Ulterior y la Citerior. El cónsul levantó los brazos y correspondió al saludo desde el puente de la nave que, a golpe de remo, remontó el estuario del Tíber.

El quinquerreme pronto ganó mar abierto y viró hacia el norte. A la derecha se intuyeron sucesivamente Castrum Novum y Tarquinia. Al llegar frente a la ciudad de Cosa le esperaban diez grandes naves de los aliados, así como una veintena de naves más pequeñas cargadas de pertrechos. Allí pasaron la noche. El día IV antes de las nonas mayas, de madrugada, formaron un convoy. Las naves siguieron la estela del quinquerreme que, utilizando los remos, pronto las dejó atrás. Ya entrada la noche llegaron a Populonia.

La personalidad de Catón seguía sorprendiendo a Lucio. Hablaba muy poco, departía tranquilamente con el capitán y actuaba con gran sencillez, y compartía su comida con la marinería. Su cabina no tenía ningún lujo y sus tres asistentes mantenían con él una relación respetuosa pero al mismo tiempo muy franca. Frente a Populonia, organizó una pequeña conferencia con los responsables de la flota. Se decidió que las naves pequeñas de abastecimiento irían directamente a Elvia y Corsica para dirigirse a Olbia y Masalia. Las naves con tropas debían hacer navegación de cabotaje, pero las de abastecimiento podían avanzar directamente practicando navegación de altura. La madrugada del día III antes de las nonas mayas, el quinquerreme prosiguió la carrera hacia el norte, seguido por el resto de los barcos. Las costas de Etruria se deslizaban por la amura derecha. El paso del buque insignia fue la señal para que zarparan otras diez grandes naves aliadas del Puerto Pisanu, en la desembocadura del Arnús.