Las luchas del deseo

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DE

CARTOGRAFÍAS DEL DESEO (CHILE, 1989)

El Capitalismo Mundial Integrado y la revolución molecular

Un concepto sin parangón en la historia de la modernidad atormenta nuestro planeta: el de “riesgo tecnológico mayor”.31 Este concepto ya tiene endosado a su cuenta un terrible inventario de muertes y malformaciones. Me referiré a los últimos acontecimientos de mayor relevancia internacional: Seveso, Therre Mile Island, México 84 (explosión de un depósito de stock gas, con la proyección de fierros por sobre varios kilómetros y más de 1.000 muertos de un solo golpe, 7.000 heridos graves con el éxodo de 2.000.000 de personas durante el incendio); Bhopal, diciembre 84 (nube tóxica, 2.300 muertos, 60.000 heridos); Chernóbil 86; Bale (Suiza) 1986 (polución química del Rhin, simbolizada por la imagen de ese pez buscando agua para “respirar”); el descubrimiento en 1987 de la grave alteración de la capa de ozono que nos protege de los rayos cósmicos; la reciente “marea amarilla” que se puso a invadir y a devorar todo el ecosistema del mar del Norte…; en fin, a este inventario habría que agregarle —ya que evidentemente no es exhaustivo— la categoría de “muerte por hambre” o la de “muerte por hambruna” que deja sin vida, por minuto que pasa, a más de un millar de niños en el continente latinoamericano.

La dicotomía que prevaleció hasta nuestros días entre conocimiento y ética o entre “saber” (desvinculado de los agenciamientos concretos) y cotidianidad, se hace cada vez más evidente. Tanto las catástrofes ecológicas como las mayores miserias sociales están hoy a la orden del día.

El Capitalismo Mundial Integrado (CMI) tiende cada vez más a desplazar sus núcleos de poder de las estructuras productivas de bienes y de servicios hacia estructuras productivas de signo —código— y de subjetividad (M. N.). 32

***

El capitalismo contemporáneo puede ser definido como Capitalismo Mundial Integrado: 1. Porque sus interacciones son constantes con países que, históricamente, parecían habérsele escapado (los países del bloque soviético, China, los países del Tercer Mundo). 2. Porque tiende a que ninguna actividad humana, en todo el planeta, escape a su control.

Podemos considerar que el capitalismo ya ha colonizado todas las superficies del planeta y que lo esencial de su expresión reside actualmente en las nuevas actividades que pretende sobrecodificar y controlar.

Este doble movimiento, el de una extensión geográfica que se encierra sobre sí misma y el de una expansión molecular proliferante, es correlativo con un proceso general de desterritorialización. El CMI no respeta las territorialidades existentes; tampoco respeta los modos de vida tradicionales, como los de la organización social de aquellos conjuntos nacionales que parecen hoy día firmemente establecidos. Recompone tanto los sistemas de producción como los sistemas sociales en sus propias bases; sobre aquello que llamaría axiomática propia (“axiomática” en tanto opuesta en este caso a “programática”).33 En otras palabras, no hay un programa definido de una vez por todas; siempre es posible, en el contexto de una crisis o de una dificultad imprevista, agregar axiomas funcionales suplementarios o sustraer otros. Ciertas formas capitalistas parecen derrumbarse frente a una guerra mundial o una crisis como la de 1929, pero luego renacen bajo otras formas, encontrando otros fundamentos. Esta desterritorialización/recomposición permanente concierne tanto a las formaciones de poder como a los modos de producción (prefiero hablar de formaciones de poder en vez de relaciones de producción, noción demasiado restrictiva en relación con el tema aquí considerado). Abordaré el problema del CMI desde los ángulos siguientes:

1. De sus sistemas de producción, de expresión económica y de axiomatización del socius;

2. de las nuevas segmentaridades que éste desarrolla: a) a nivel transnacional, b) en el marco europeo y c) a nivel molecular;

3. de lo que yo llamo: las máquinas de guerra revolucionaria, los agenciamientos de deseo y las luchas de clase, desde el punto de vista de sus objetivos, de sus referencias y de sus modos de acción.

Los sistemas de producción, de expresión económica y de axiomatización del CMI

a) Sobre la evolución de los sistemas de producción del CMI seré breve e incluso esquemático, dado que este tema ya ha sido largamente desarrollado en otros lugares. Señalemos para empezar que hoy ya no sólo no existe una división internacional del trabajo, sino una mundialización de la división del trabajo, una captación general de todos los modos de actividad, incluidos aquellos que escapan formalmente a la definición económica del trabajo. Los sectores de actividad más “atrasados” y los modos de producción marginales, las actividades domésticas, el deporte, la cultura, etc., que hasta ahora no incumbían al mercado mundial, están cayendo uno tras otro bajo su dependencia.

El CMI integra el conjunto de sus sistemas maquínicos34 al trabajo humano, de modo que se hace cada vez más difícil el pretender dar cuenta de los valores económicos únicamente a través de una noción cuantitativa de “trabajo socialmente necesario”; dado que lo que resulta pertinente en la asignación de un trabajador a un puesto productivo, no es sólo su capacidad de proporcionar un cierto tiempo de trabajo, sino el tipo de secuencia maquínica que va a introducir en el proceso de producción, donde se considera, evidentemente, un trabajo físico, pero de manera cada vez más relativa. Así, las reivindicaciones sindicales que apuntan a la disminución del tiempo de trabajo, pueden volverse perfectamente compatibles con el proyecto de integración del Capitalismo; y no sólo compatibles, sino incluso deseadas, para que el trabajador pueda dedicarse a actividades financieramente improductivas, pero económicamente recuperables. El ámbito de la integración maquínica ya no se limita únicamente a los lugares de producción, sino que se extiende también a todos los demás tipos de espacios sociales e institucionales (agenciamientos técnico-científicos, equipamientos colectivos, medios de comunicación de masas, etc.). La revolución infor mática acelera considerablemente este proceso de integración, que contamina también la subjetividad inconsciente tanto a nivel individual como social.

Esta integración maquínico-semiótica del trabajo humano implica, en consecuencia, que se tome en cuenta, dentro del proceso productivo, la modelización de cada trabajador no sólo a nivel de su saber —eso que ciertos economistas llaman el “capital de saber”—, sino también en el conjunto de sus sistemas de interacción con la sociedad y con el entorno maquínico (imbricando en este entorno, tanto las máquinas propiamente dichas, máquinas técnicas, como las máquinas semióticas y las máquinas deseantes, que funcionan como un logiciel35 en los comportamientos sociales, en los tejidos urbanísticos, en todos los niveles de sensibilidad, de interiorización de los sistemas jerárquicos, etc.).

b) La expresión económica del CMI, su modo de sujeción semiótica de las personas y de las colectividades, no sólo atañe a una serie de sistemas de signos como el sistema monetario, el bursátil, los aparatos jurídicos relativos al salario, a la propiedad, al orden público, etc. Descansa igualmente en sistemas de servidumbre, pero en el sentido cibernético del término.36 Los componentes semióticos del capital funcionan siempre en un doble registro: de la representación (donde los sistemas de signos son independientes y se encuentran distanciados de los referentes económicos) y del diagramatismo (donde los sistemas de signos se encadenan directamente con los referentes, como instrumentos de modelaje, de programación, de planificación de los segmentos sociales y de los “agenciamientos” productivos). De este modo, el capital es mucho más que una simple categoría económica relativa a la circulación de bienes y a la acumulación. Es una categoría semiótica que concierne al conjunto de los niveles de producción y al conjunto de los niveles de la estratificación de los poderes. El CMI se inscribe primeramente en el marco de las sociedades divididas en clases sociales, en clases raciales, burocráticas, sexuales, clases de edad, etc., y en segundo lugar, en el seno del tejido maquínico proliferante. Su ambigüedad con respecto a las mutaciones maquínicas materiales y semióticas características de la situación actual, está en el hecho de que utilizan toda su potencia maquínica, toda la proliferación semiótica de las sociedades industriales desarrolladas, al mismo tiempo que la neutraliza a través de sus medios de expresión económicos específicos.

El CMI favorece las innovaciones y la expansión maquínica sólo en la medida en que puede recuperarlas y consolidar los axiomas sociales fundamentales sobre los cuales no puede transigir: un cierto tipo de concepción del socius, del deseo, del trabajo, del tiempo libre, de la cultura, etc.

c) Abordemos el tercer punto, que se refiere a la axiomatización del socius por el CMI. Ésta se caracteriza en el contexto actual, por tres tipos de transformación: de clausura, de desterritorialización y de segmentaridad.

- La clausura. A partir del momento en que el capitalismo ha invadido el conjunto de las superficies económicamente explotables, deja de mantener el impulso expansionista que lo caracterizaba durante sus fases coloniales e imperialistas. De este modo, su campo de acción queda clausurado y esto lo obliga a recomponerse constantemente sobre sí mismo, sobre los mismos espacios, profundizando sus modos de control de sujeción de las sociedades humanas. Su mundialización, lejos de constituir un factor de crecimiento, corresponde de hecho a una reformulación radical de sus bases anteriores, que puede desembocar, ya sea en una involución completa del sistema, ya sea en un cambio de registro. El CMI tendrá que encontrar sus medios de expansión y de crecimiento, trabajando las mismas formaciones de poder, retransformando las relaciones sociales y desarrollando mercados cada vez más artificiales, no sólo en el ámbito de los bienes, sino también en el de los afectos. Propongo la hipótesis siguiente: la característica de la crisis actual —que en el fondo no es tal, sino más bien una gigantesca reconversión—, es precisamente esta oscilación entre la involución de un cierto tipo de capitalismo que tropieza con su propia clausura y un intento de reestructuración sobre bases diferentes, que conduce al CMI a aceptar, tal cual, su finitud —en particular la de sus mercados— y la necesidad de redefinir permanentemente sus campos de aplicación (inclusive en los espacios “socialistas”, URSS, China, etc.). En otros términos, le es necesario operar una reconversión decisiva, aunque esto implique liquidar completamente sistemas anteriores, ya sea a nivel de la producción o a nivel de los compromisos nacionales, de la democracia burguesa, de la socialdemocracia, etc. Fin, pues, de los capitalismos territorializados, de los imperialismos expansivos y paso a imperialismos desterritorializados e intensivos. Abandono de toda una serie de categorías sociales, de sectores de actividad, de zonas básicas de implantación y, por otra parte, remodelación, domesticación de las fuerzas productivas, tendiente a adaptarlas al nuevo modo de producción. Integración desterritorializada, que no es necesariamente incompatible con la existencia de regímenes diversificados y que puede incluso estimular esta diversificación, a condición de que se establezca sobre la base de su axiomática segregativa.

 

- La desterritorialización del capitalismo sobre sí mismo es aquello que Marx había llamado “la expropiación de la burguesía por la burguesía”, pero, esta vez, a una escala muy diferente. El CMI no es universalista. No pretende generalizar la democracia burguesa sobre el conjunto del planeta, ni tampoco, por otra parte, un sistema dictatorial. Pero requiere, sin embargo, una homogeneización de los modos de producción, de los modos de circulación y de los modos de control social. Esta es la única preocupación que lo conduce a apoyarse sobre regímenes relativamente democráticos en algunos lugares e imponer regímenes dictatoriales en otros. De manera general, esta orientación tiene por efecto relegar las viejas territorialidades sociales y políticas o, por lo menos, despojarlas de sus antiguas fuerzas económicas. Pero esto sólo es posible si funciona a partir de un multicentraje de sus propios núcleos de decisión.

Hoy en día, el CMI no posee un centro único de poder. Inclusive su rama norteamericana es policéntrica. Los centros reales de decisión están repartidos por todo el planeta. Y no se trata solamente de estados mayores económicos “de cumbre”, sino también de engranajes de poder que se escalonan en todos los niveles de la pirámide social, desde el “mánager” hasta el padre de familia. En cierto modo, el CMI instaura su propia democracia interna. No impone necesariamente decisiones que vayan en el sentido de sus intereses inmediatos, ya que mediante mecanismos extremadamente complejos mantiene “interconsulta” con los otros centros de interés, con los demás segmentos con que debe componer. Esta “negociación” ya no es política a la manera antigua, sino que pone en juego sistemas de información y de manipulación psicológica a gran escala, utilizando los medios de comunicación de masas (asistimos hoy día, por ejemplo, a una especie de negociación inconsciente del CMI, a propósito de las opciones energéticas: petróleo, energía nuclear, nueva energía, etc.).

La degeneración de las localizaciones concéntricas, de los modos de poder y de las jerarquías que se escalonan desde aristocracias a proletariados, pasando por las pequeñas burguesías, etc., no es incompatible con su mantenimiento parcial, sin embargo, ya no corresponden a los campos reales de decisión. El poder del CMI está siempre en otra parte, al interior de mecanismos desterritorializados. Esto lo hace aparecer hoy como algo imposible de aprehender, de localizar y de atacar. Esta desterritorialización engendra también fenómenos paradójicos como, por ejemplo: que se desarrollen zonas tercermundistas dentro de países más desarrollados y que, inversamente, aparezcan centros hipercapitalistas desarrollados en zonas de subdesarrollo.

- El sistema general de segmentaridad. Hemos visto que el capitalismo, al no estar ya en una fase expansiva a nivel geopolítico, debe reinventarse sobre los mismos espacios, de acuerdo con una especie de técnica de palimpsesto. Tampoco puede desarrollarse según un sistema de centro y periferia a transformar sincrónicamente. Actualmente, su problema consiste en descubrir nuevos métodos de consolidación de sus sistemas de jerarquía social. Henos aquí frente a un axioma fundamental: para mantener la consistencia de la fuerza colectiva de trabajo a escala planetaria, el CMI tiene que hacer coexistir zonas de superdesarrollo, de superenriquecimiento en beneficio de las aristocracias capitalistas (localizadas no sólo en los bastiones capitalistas tradicionales) y zonas de subdesarrollo relativo; e incluso verdaderas zonas de pauperización absoluta, de tal modo que la pirámide social se vaya socavando por otro lado. Estos son los extremos entre los cuales se puede establecer una disciplinarización general de la fuerza colectiva de trabajo y una compartimentación, es decir, una segmentación de los espacios mundiales. La libre circulación de bienes y de personas está reservada a las nuevas aristocracias del capitalismo. Todas las demás categorías de la población están condenadas a residir en algún rincón de un planeta que se ha convertido en una verdadera fábrica mundial, a la que son agregados campos de trabajo forzado o campos de exterminio a la escala de países enteros (Camboya). Así, el CMI puede hacer coexistir una perspectiva de “progreso social” en las zonas ricas (mejoramiento de las condiciones de trabajo desde el punto de vista de la duración de la jornada y de la cantidad de relaciones humanas, etc.) y una verdadera política de exterminación de la fuerza colectiva de trabajo en otras regiones.

Esta segmentación social, esta segregación acondicionada a escala planetaria, es la consecuencia del fenómeno de clausura del CMI. Si el CMI logra cohesionar todos estos segmentos, atravesar las disparidades por él instituidas y ser rey y señor de los más variados sistemas, es gracias a la desterritorialización y a su multicentraje. Esta redefinición no sólo afecta las cuestiones económicas, sino que es el conjunto de la vida social el que se encuentra remodelado. Allí en el Este de Francia, donde se vivía por generaciones de la industria del acero, el CMI decide liquidar el paisaje industrial. Otros espacios serán transformados en zona turística o en zona residencial para las élites; se alteran los niveles de vida a escala de regiones enteras. Se ha visto hasta qué punto la instauración del Mercado Común ha reactivado los sentimientos nacionalistas corsos, vascos, bretones, etc. Nuevas interacciones, nuevos antagonismos surgen entre los segmentos del CMI y los agenciamientos humanos que tratan de resistir a su axiomatización y de reconstituirse sobre bases diferentes.

No enumero aquí los demás axiomas de segmentaridad que tienden a regir el conjunto de los agenciamientos moleculares (relaciones familiares, relaciones conyugales y domésticas, función de educación, de justicia, de asistencia, etc.). Todos ellos se ensamblan para modificar y adaptar el modo de valorización de la vida social y económica. ¿En/con qué condiciones merece la pena seguir viviendo en tal sistema? ¿Qué ataduras inconscientes hacen que sigamos adhiriendo a pesar de nosotros mismos?

Todos estos axiomas de segmentaridad están conectados entre sí. El CMI no solamente interviene a escala mundial, sino también en los niveles más personales. Inversamente, las determinaciones moleculares inconscientes no cesan de interactuar sobre componentes fundamentales del CMI.

Las nuevas segmentaridades del CMI

La segmentaridad transnacional

El antagonismo Este-Oeste tiende a perder consistencia. Incluso en las fases de tensión, dicho antagonismo adopta un giro artificial, de juego teatral. Esto responde a que lo esencial de las contradicciones ya no se sitúa en el eje Este-Oeste, sino más bien en el eje Norte-Sur; estando claro que para el CMI se trata siempre, a fin de cuentas, de asegurarse el control de todas las zonas que tienden a escapársele, y que existen nortes y sures al interior de cada país. ¿Bastaría con decir, entonces, que la nueva segmentaridad descansa en el “cruce” entre un fenómeno esencial, que sería una guerra permanente y escondida entre Norte y Sur, y un fenómeno secundario, el de las rivalidades Este-Oeste? Me parece que eso sería insuficiente. La separación Tercer mundo en vías de desarrollo (o incluso hiperdesarrollado: países petroleros) y Tercer mundo en vías de pauperización absoluta, en vías de exterminación, se ha vuelto un elemento permanente de la situación actual. Pero también intervienen otros factores. La oposición entre el capitalismo transnacional, multinacional, lobbies internacionales, por un lado, y el capitalismo nacional, por otro (oposición que sigue siendo el principio clasificador exclusivo de la mayor parte de los puntos centrales locales), ha dejado de ser pertinente desde un punto de vista global, a pesar de subsistir localmente. De hecho, todas estas contradicciones internacionales se organizan entre sí, se cruzan, desarrollan combinaciones complejas que no se resumen en sistemas de eje Este-Oeste, Norte-Sur, Nacional-Multinacional, etc. Proliferan más bien, como una especie de rizoma multidimensional, incluyendo innumerables singularidades geopolíticas, históricas, religiosas, etc. Nunca estará de más insistir en el hecho de que la axiomatización, la producción de nuevos axiomas en respuesta a esas situaciones específicas, no proviene de un programa general, no depende de un centro conductor que dictaría esos axiomas. La axiomática del CMI no está fundada en análisis ideológicos, es parte integrante de su proceso de producción. En semejante contexto, cualquier perspectiva de lucha revolucionaria circunscrita a espacios nacionales, cualquier perspectiva de toma del poder político por la dictadura del proletariado, aparece cada vez más ilusoria. Los proyectos de transformación social están condenados a la impotencia, si no se incluyen en una estrategia de cambio a escala mundial.

La segmentaridad europea

La oposición entre Este y Oeste dentro de Europa también está llamada a evolucionar considerablemente en los próximos años. Aquello que nos parecía un antagonismo fundamental se revelará quizás progresivamente “fagocitable”, negociable a todos los niveles. En consecuencia, nada de modelo germano-norteamericano, nada de retorno al fascismo de la preguerra, etc., sino más bien evolución por aproximaciones sucesivas hacia un sistema de democracia autoritaria de un tipo nuevo. Los métodos de represión y control social de los regímenes del Este y del Oeste, tienden a aproximarse mutuamente; un espacio represivo europeo de los Urales al Atlántico amenaza con reemplazar el actual espacio jurídico europeo. Y los partidos comunistas europeos no son los últimos en obrar en este sentido. Durante un tiempo ha podido pensarse que la desaparición relativa de la oposición Este-Oeste en Europa, se vería acompañada por una intensificación de la oposición entre Europa del Norte y la Europa del Sur. Pero en esta dirección tampoco es probable que lleguemos hasta una nueva guerra de secesión. Aquí una vez más el CMI acomoda su segmentaridad económica y social, en referencia a una estrategia esencialmente mundial. Por otra parte, las amenazas secesionistas dentro de los países de Europa del Este, considerablemente reforzadas por el problema polaco, estimularán a los dirigentes occidentales y soviéticos a negociar entre ellos un nuevo statu quo, un nuevo Yalta.

 

La segmentaridad molecular

En los espacios capitalistas encontramos constantemente dos tipos de problemas fundamentales:

a. Las luchas de interés; las luchas económicas, las luchas sociales, las luchas sindicales en el sentido clásico.

b. Las luchas relativas a las libertades que yo asociaría con las luchas de deseo, los cuestionamientos de la vida cotidiana, del medio ambiente, etc., en el registro de la revolución molecular.

Las luchas de interés, los problemas de nivel de vida, continúan siendo portadores de contradicciones esenciales. No se trata, en ningún caso, de subestimarlas; sin embargo, podemos plantear la hipótesis de que, a falta de una estrategia global, estas reivindicaciones darán pie cada vez más a su propia recuperación, a su integración por la axiomática del CMI. No conducirán jamás por sí mismas a una verdadera transformación social. No volveremos a asistir a enfrentamientos tipo 1848, Comuna de París o 1917 en Rusia; ya no asistiremos más a una ruptura neta, clase contra clase, que inicie la redefinición de un nuevo tipo de sociedad. En caso de conflicto grave, el CMI está en condiciones de poner en marcha una especie de plan ORSEC internacional y de un plan Marshall permanente. Los países europeos, el Japón y los Estados Unidos pueden subvencionar a pérdida, y durante un buen período, la economía de un bastión capitalista en peligro. Se trata de la supervivencia del CMI, que funciona, en este caso, como una especie de compañía internacional de seguros, capaz, tanto en el plano económico como en el plano represivo, de hacer frente a las pruebas más difíciles.

¿Entonces qué va a ocurrir? ¿La crisis actual desembocará en un nuevo statu quo social, en una normalización “a la alemana”, una guetización de los marginales, un Welfare (Estado de Bienestar), acompañado de la habilitación parcial de algunos nichos de libertad? Es una posibilidad, aunque no la única. En cuanto nos salimos de los esquemas simplificadores, nos damos cuenta de que países como Alemania o Japón no están exentos de grandes trastornos sociales. Sea como sea, parece que, por lo menos en Francia, la situación evoluciona hacia una liquidación del equilibrio sociológico que, desde hacía varias décadas, se manifestaba por una relativa paridad entre las fuerzas de izquierda y las fuerzas de derecha. Nos orientamos hacia una ruptura de tipo: 90% de una masa conservadora amedrentada, embrutecida por los medios de comunicación de masas, y 10% de minoritarios más o menos refractarios. Pero si abordamos este problema desde un ángulo distinto, no sólo desde aquel de las luchas de interés, sino también a nivel de las luchas moleculares, entonces el panorama cambia. Lo que aparece en esos mismos espacios sociales, aparentemente encasillados y aseptizados, es una especie de guerra social bacteriológica, algo que ya no se afirma según frentes de lucha claramente delimitados (frentes de clase, luchas reivindicativas), sino bajo la forma de trastornos moleculares difíciles de aprehender. Distintos tipos de virus de esta índole están trabajando el cuerpo social en su relación con el consumo, con el trabajo, con el tiempo libre, con la cultura, etc., (autoreducciones,37 cuestionamiento del trabajo, del sistema de representación política, radios libres, etc.). En la subjetividad consciente e inconsciente de los individuos y de los grupos sociales, no dejarán de aparecer mutaciones de consecuencias imprevisibles.

Nuevas máquinas de guerra revolucionaria, agenciamientos de deseo y lucha de clases

¿Hasta dónde podrá llegar esta revolución molecular? ¿No está condenada, en el mejor de los casos, a vegetar en los guetos “a la alemana”? ¿El sabotaje molecular de la subjetividad social dominante se basta a sí mismo? ¿Debe la revolución molecular establecer alianzas con fuerzas sociales del nivel molar (global)? La tesis principal que aquí se sostiene es que los axiomas del CMI (clausura, desterritorialización de los antiguos espacios nacionales, regionales, profesionales, etc., multicentraje, nuevas segmentaridades), jamás lograrán terminar con ella. Los recursos del CMI son quizás más infinitos en el orden de la producción y de la manipulación de las instituciones y de las leyes. Pero se enfrentan y se enfrentarán de un modo cada vez más violento, con un verdadero muro o más bien con una maraña de hostigamientos infranqueables en el terreno de la economía libidinal de los grupos sociales. Esto proviene del hecho de que la revolución molecular no sólo tiene que ver con las relaciones cotidianas entre hombres y mujeres, homo y heterosexuales, niños, adultos, etc., interviene también y, ante todo, en las mutaciones productivas como tales. La encontramos en el corazón de los procesos mentales puestos en juego por la nueva división mundial del trabajo, por la revolución informática. El desarrollo de las fuerzas productivas depende de ella. Por esta razón, el CMI no podrá esquivarla. La revolución molecular es portadora de coeficientes de libertad inasimilables, irrecuperables por el sistema dominante. Esto no significa que dicha revolución molecular sea automáticamente portadora de una revolución social capaz de parir una sociedad, una economía y una cultura liberadas del CMI. ¿No era acaso una revolución molecular la que sirvió de fermento al Nacional Socialismo? De aquí puede resultar lo mejor y lo peor. La conclusión de este tipo de transformaciones depende esencialmente de la capacidad que tengan los agenciamientos explícitamente revolucionarios para articularlas con luchas de interés, políticas y sociales. Esta es la cuestión esencial. A falta de tal articulación ninguna mutación de deseo, ninguna revolución molecular, ninguna lucha por espacios de libertad logrará impulsar transformaciones sociales y económicas a gran escala.

¿Cómo imaginar, entonces, que máquinas de guerra revolucionarias de nuevo tipo logren injertarse, a la vez, en las contradicciones sociales manifiestas y en esta revolución molecular?

La actitud de la mayoría de los militantes profesionales con respecto a estos problemas consiste, frecuentemente, en reconocer la importancia de esos nuevos terrenos de contestación, pero añaden enseguida que nada positivo se puede esperar de ellos por el momento: “Es necesario que hayamos alcanzado primero nuestros objetivos políticos, antes de poder intervenir en cuestiones de vida cotidiana, de escuela, de relación de grupos, de convivencia, de ecología, etc.”

Casi todas las corrientes de izquierda, de extrema izquierda, de la autonomía, etc. (esto era manifiesto en Italia en el período del 77), convergen en esta posición. Cada uno a su manera está dispuesto a explotar los “nuevos movimientos sociales” que se han desarrollado desde los años sesenta, pero nadie plantea el problema de forjar instrumentos de lucha realmente adaptados a estos movimientos. En cuanto se trata de entrar en este universo vago de los deseos, de la vida cotidiana, de las libertades concretas, una extraña sordera y una miopía selectiva aparecen en los portavoces “oficiales”. Les produce pánico la idea de que un desorden pernicioso pueda contaminar las filas de sus organizaciones. Los homosexuales, los locos, las radios libres, las feministas, los ecologistas, en el fondo todo eso es un poco sospechoso. En realidad, esta perturbación proviene del hecho de que lo amenazado es su persona de militante, su funcionamiento personal; no sólo sus concepciones en materia de organización, sino también sus “intereses” afectivos en un determinado tipo de organización.

Todo el problema está en que estas organizaciones son asimilables, en un grado u otro, a los equipamientos del poder. Independientemente del hecho de que aquellos que las animan se declaren de derecha o izquierda, funcionan en el sentido del conformismo. Trabajan de modo que los procesos moleculares entran en conformidad con las estratificaciones globales (molares). La verdad es que el sistema del CMI se alimenta precisamente de este tipo de equipamiento de poder. Las economías occidentales podrían funcionar hoy en día sin los sindicatos, los comités de empresa, las mutuales, los partidos de izquierda y, quizás también… los grupúsculos de extrema izquierda. No se puede, pues, esperar gran cosa por ese lado. Al menos en Europa, porque en países como los de América Latina, por ejemplo, puede que este tipo de formación tenga todavía que cumplir una función importante. Aunque allí también los problemas relativos a la revolución molecular se plantearán, sin duda, con una agudeza cada vez mayor (problemas raciales, problemas de la mujer, problemas de las poblaciones marginales, etc.). Toda clase de compromisos, de combinaciones reformistas seguirán gestándose. Toda clase de manifestaciones simbólicas o violentas seguirán animando la actualidad, pero nada de eso nos acercará a un verdadero proceso de transformación revolucionaria.