Las luchas del deseo

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Henos aquí enfrentados de nuevo con la lancinante pregunta: ¿cómo “inventar” nuevos tipos de organizaciones capaces de obrar en el sentido de esta confluencia, de este cúmulo de efecto de las revoluciones moleculares, de las luchas de clase en Europa y de las luchas de emancipación en el tercer mundo; organizaciones capaces de responder caso por caso, cuando no golpe por golpe, a las transformaciones segmentarias del CMI que tiene por consecuencia que ya no se pueda seguir hablando de masas indiferenciadas? ¿Cómo conseguirán semejantes agenciamientos de lucha (a diferencia de las organizaciones tradicionales), procurarse los medios de análisis que les permitan no ser sorprendidos ni por las innovaciones institucionales tecnológicas del capitalismo, ni por los brotes de respuesta revolucionaria que los trabajadores y las poblaciones sometidas al CMI experimentan en cada etapa? Nadie puede definir hoy en día lo que serán las formas futuras de coordinación y organización de la revolución molecular, pero lo que parece evidente es que implicarán —como premisa absoluta— el respeto a la autonomía y singularidad de cada uno de sus segmentos. Desde ahora resulta claro que la sensibilidad de estos segmentos, su nivel de conciencia, sus ritmos de acción, sus justificaciones teóricas no coinciden. Parece deseable e incluso esencial que no coincidan jamás. Sus contradicciones, sus antagonismos, no deberán ser “resueltos” ni por una dialéctica imperativa, ni por aparatos de dirección que los dominen y opriman.

Entonces, ¿qué forma de organización? ¿Algo vago, poco definido? ¿Un retorno a las concepciones anárquicas de la Belle Époque? No necesariamente, e incluso seguro que no. A partir del momento en que este imperativo de respeto a los rasgos de singularidad y heterogeneidad de los diversos segmentos de luchas se pusieran en marcha, sería posible desarrollar, sobre objetivos delimitados, un nuevo modo de estructuración —ni vago ni fluido—. Las realidades con las que se enfrentan la revolución molecular y la revolución social, son difíciles; requieren la constitución de aparatos de lucha, de máquinas de guerra revolucionaria eficaces. Pero para que tales organismos de decisión lleguen a ser “tolerables” y no sean rechazados como injertos nocivos, es indispensable que no comporten ninguna “sistemocracia”, tanto a nivel inconsciente como a nivel ideológico manifiesto. Muchos de los que han experimentado el carácter pernicioso de las formas tradicionales de militantismo, se contentan hoy con reaccionar de manera sistemáticamente hostil frente a cualquier forma de organización e incluso, frente a cualquier persona que quisiera asumir la presidencia de una reunión, la redacción de un texto, etc. A partir del momento en que la preocupación primera y permanente ha pasado a ser la de una auténtica confluencia entre las luchas globales (molares) y moleculares, el problema de la instalación de organismos no sólo de información, sino también de decisión se plantea bajo una nueva luz (a escala global, a escala de la ciudad, de la región, de un sector de actividad, a escala europea e incluso más allá). Con todo lo que eso puede suponer en cuanto a rigor y disciplina de acción, aunque respondiendo a métodos radicalmente distintos de aquellos usados por los socialdemócratas y por los bolcheviques: no programáticos, sino diagramáticos.

Qué más decir acerca de esta complementariedad (y no sólo coexistencia pacífica) entre: 1. Un trabajo analítico-político relativo al inconsciente social; 2. Nuevas formas de luchas sobre las libertades; 3. Las luchas de las múltiples categorías “no garantizadas”,38 marginalizadas por la nueva segmentaridad del CMI; 4. Las luchas sociales más tradicionales.

Los pocos esbozos que han surgido en este sentido, a partir de los años 60 en los EE. UU., en Italia, en Francia, etc., no podrían servir de modelo. Sin embargo, no avanzaremos en la reconstrucción de un verdadero movimiento revolucionario más que a través de múltiples y sucesivas aproximaciones de este tipo, parciales y llenas de altibajos. En esta perspectiva, debemos prepararnos para los encuentros más imprevistos.

Los movimientos obreros y los movimientos revolucionarios, a todos los niveles, están lejos aún de haber comprendido la importancia del debate sobre todos estos asuntos de organización. Les vendría bien ponerse al día siguiendo la escuela del CMI, que por su parte se ha dado los medios de forjar nuevas armas para afrontar los trastornos que engendran sus reconversiones y su nueva segmentaridad. El CMI no posee teóricos en estos asuntos. No los necesita. Le basta con una práctica sistemática; sabe lo que es el multicentraje de las decisiones; no le plantea mayor problema el hecho de no disponer de estado mayor central, ni de una súper comisión política para orientarse en las situaciones complejas. (Aunque haga creer en la existencia de estados mayores; de ahí el mito orquestado en torno a la famosa “Comisión Trilateral”. Se deja creer que “ahí es por donde va la cosa”, que ahí es donde hay que apuntar, mientras los verdaderos “actantes”, los verdaderos centros de decisión, están en otro lado).

Mientras nosotros mismos sigamos dominados por una concepción de los antagonismos sociales, que ya no tiene mayor relación con la situación presente, seguiremos caminando en círculo en nuestros guetos, nos mantendremos indefinidamente a la defensiva, incapaces de apreciar el alcance de las nuevas formas de resistencia en los campos más diversos. Antes que nada, se trata de darse cuenta del grado en que estamos contaminados por los engaños y trampas del CMI. La primera de estas trampas es el sentimiento de impotencia que conduce a una especie de “abandonismo” a las fatalidades del CMI. Por un lado, el Gulag; por el otro, las migajas de libertad del capitalismo y, fuera de eso, aproximaciones confusas hacia un vago socialismo del que no se ve ni el inicio del comienzo, ni sus verdaderas finalidades. Ya seamos de izquierda o de extrema izquierda, ya seamos políticos o apolíticos, tenemos la impresión de estar encerrados en el interior de una fortaleza o, más bien, de un enrejado de alambres de púa que se despliegan no sólo sobre toda la superficie del planeta, sino también en todos los rincones del imaginario. Y, sin embargo, el CMI es mucho más frágil de lo que parece y, por la naturaleza misma de su desarrollo, está destinado a fragilizarse cada vez más. Sin duda, en el futuro, el CMI logrará resolver todavía innumerables problemas técnicos, económicos y de control social. Pero la revolución molecular se le escapará progresivamente. Otra sociedad está gestándose desde ya en los modos de sensibilidad, en los modos relacionales, en los vínculos con el trabajo, con la ciudad, con el medio ambiente, con la cultura, en una palabra: en el inconsciente social. En la medida que se sentirá sobrepasado por esas olas de transformaciones moleculares, cuya naturaleza y contorno se le escapan, el CMI se endurecerá. Ese es el sentido del temible recrudecimiento reaccionario en París, Roma, Londres, New York, Tokio, Moscú, etc. Pero los cientos de millones de jóvenes que hacen frente a lo absurdo de este sistema en América Latina, en Asia, en África, constituyen del mismo modo una ola portadora de otro futuro. Los neoliberales de toda especie se hacen dulces ilusiones si piensan realmente que las cosas se arreglarán por sí mismas en el “mundo feliz” capitalista. Podemos conjeturar razonablemente que las más diversas pruebas de fuerza revolucionaria irán desarrollándose en los próximos decenios.

Nos corresponde a todos considerar en qué medida —por pequeña que sea— cada uno de nosotros puede trabajar en el levantamiento de máquinas revolucionarias políticas, teóricas, libidinales y estéticas que puedan acelerar la cristalización de un modo de organización social menos absurdo que el que toleramos hoy en día.

31 Patrick Lagadec, Le risque technologique majeur, politique et processus de développement (París: Ed. Pergamon Press, 1981).

32 Esta es una de las varias notas introductorias para la edición Cartografías del deseo que acompañan los artículos del libro. Se trata de una escritura que la mayoría de las veces es a cuatro manos entre Miguel D. Norambuena y Francisco Zegers, traductor y editor respectivamente. Hemos señalado a quien corresponde el texto introductorio indicando las iniciales de los nombres de Miguel Denis Norambuena o Francisco Zegers. Así como, respecto a las notas al pie, se han mantenido para esta nueva edición aquellas que pertenecen al traductor y agregado otras que corresponden a los editores de esta nueva edición. Para efectos de legibilidad, en esta nota, como en aquellas que se encuentran a pie de página, se indicará las siglas N. del T. o N. del E. según corresponda.

33 Para el caso podría decirse que el concepto de “axiomática” opera en dos dimensiones complementarias: Primeramente, los principios del sistema dominante aparecen como verdades materializadas que no requieren demostración. Por lo tanto, las reestructuraciones necesarias a la reproducción del sistema se realizan a partir de su propia práctica, de su condición de “sociedad en movimiento” y no a partir de una teorización previa [N. del T.].

34 “Grosso modo”, la noción de “sistemas maquínicos” sobrepasa el concepto de máquina en el sentido estricto (el sistema cerrado, instrumento, función). La máquina técnica aparece como la extensión instrumental de una dinámica inscrita en el funcionamiento global de la realidad o de sus componentes individuales. En ese sentido, “lo maquínico” recubre cualquier fenómeno procesual físico o abstracto. Todo fenómeno procesual articula niveles y elementos heterogéneos; así, lo maquínico subyace como matriz, acto o resultado (producción) en todo momento o segmento de lo real. Las primeras máquinas técnicas (herramientas) completan funciones que no puede cumplir el “sistema maquínico” del cuerpo humano, amplifican la capacidad operativa de algunos segmentos (brazo, voz, etc.); estos segmentos responden a un sistema maquínico orgánico, metabólico, que a su vez constituye un segmento de sistemas maquínicos ecológicos, etc. En el seminario de 1984 titulado “La machine” dictado en París, Félix Guattari precisa: “Los sistemas maquínicos exceden todos los modos de territorio, de territorialización, incluso cuando son considerados en su integración a una cierta mecanósfera, a una cierta etología maquínica, siendo, al mismo tiempo, históricos” [N. del T.].

 

35 Concepto de informática que se refiere al conjunto de procedimientos de análisis, de programación y a la matriz lógica necesaria para el funcionamiento de un sistema de tratamiento de información (computador) [N. del T.].

36 El sentido cibernético de servidumbre remite a la noción de servo-mecanismo; sistema de control automático con retroalimentación —feedback— ampliamente utilizada en la industria de mecanismos como amplificador de energía, cuya especialidad es el control de elementos. El término “servo” marca aquí una servidumbre mecánica. En este contexto, las personas son concebidas como dispositivos que procesan información para una acción que obedece a las necesidades de un sistema dado. Desde este punto de vista, las acciones humanas se limitan a ser pensadas como “adecuadas” o no, en cuanto funciones de un sistema global. Para Guattari, entonces, existe una diferencia entre “sujeción” (del francés: assujetissement) que engloba tanto “servidumbre” (control de elementos infrapersonales e infrasociales), como “alienación social” (control de las personas globales y de las representaciones subjetivas), y “servidumbre” en el sentido antes descrito [N. del T].

37 Reducir uno mismo y colectivamente el monto de las facturas, cuando el Estado aumenta los impuestos, los arriendos, las tarifas de los servicios. Cuando el mecanismo de fijación de precios se convierte en una máquina de guerra contra los asalariados, la lucha directa de los “consumidores”, las huelgas de usuarios, pueden desembocar en “desobediencia civil”. Este movimiento tuvo una cierta relevancia en las luchas políticas, culturales, etc., que tuvieron lugar en Italia y Francia entre 1972 y 1976 [N. del T.].

38 “No garantizados”: Expresión difundida por los sectores vinculados a la “Autonomía italiana” (Potere operaio, Autonomía operaia), que distingue dentro de las fuerzas de trabajo una serie de sectores de trabajadores no-calificados y no-sindicalizados. Trabajadores que no se benefician de la seguridad social ni laboral. Este término incluye a los desempleados.

Los llamados “garantizados” responden a todos los trabajadores sindicalizados. Esta diferencia categorial apuntaba a distinguir las posturas reivindicativas (y subjetivas) de ambos sectores. Los “garantizados” —de obediencia sindical—luchaban casi exclusivamente por más salarios y por la seguridad del empleo. Los “no garantizados” al mismo tiempo que reivindicaban el derecho al trabajo, incluían —como diría Guattari— los tres niveles de la ecología: lo mental, lo social y el medio ambiente, cuestionando, por lo tanto, el modo de explotación y de producción, y la finalidad de esta última, como también el “disciplinamiento” del hombre social de la fábrica y el Gran Kronos industrial, como único medidor de los tiempos sociales [N. del T.].

El capital como “integral” de formaciones de poder

Desde la revolución industrial —que dio un nuevo rumbo a la historia— hasta la actual era de la informática postindustrial (Capitalismo Mundial Integrado), el capital como eje del sistema económico reinante ha sufrido transformaciones profundas. Félix Guattari habla del surgimiento de un nuevo capitalismo, que no reemplaza al antiguo, sino que coexiste con éste, generando capitalismos de niveles distintos en una misma realidad.

Es así como el capitalismo, que luego del acelerado desarrollo maquínico ocupa todos los espacios de la vida social, somete al hombre mucho más allá de la sola relación capital-trabajo.

A esta capacidad “algorítmica” de adicionar y recodificar nuevas áreas de sujeción, apunta el presente esbozo económi-co-analítico (M. N).

Todas las notas relativas a la obra de Karl Marx, presentes en este capítulo, pertenecen a la edición francesa de Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade (F. Z).

***

El Capital no es una categoría abstracta, es un operador semiótico al servicio de formulaciones sociales determinadas. Su función es asumir el registro, el equilibrio, la regulación y la sobrecodificación de:

1. Las formaciones de poder propias a las sociedades industriales desarrolladas.

2. Los flujos y las relaciones de fuerza relativos al conjunto de las potencias económicas del planeta. Bajo múltiples formas, encontramos sistemas de capitalización de poderes en las sociedades más arcaicas (Capital de prestigio, capital de poder mágico encarnado en un individuo, un linaje, una etnia). Sin embargo, es sólo al interior del modo de producción capitalista que se ha autonomizado un procedimiento general de semiotización de la mencionada capitalización. Este procedimiento se ha desarrollado en torno a los siguientes dos ejes:

- Una desterritorialización de los modos locales de semiotización de poderes; modos locales que caen bajo el control de un sistema general de inscripción y de cuantificación del poder;

- Una reterritorialización de este último sistema sobre una formación de poder hegemónico: la burguesía de los Estados naciones.

El capital económico, expresado en lenguaje monetario, contable, bursátil, etc., descansa siempre, en última instancia, sobre mecanismos de evaluación diferencial y dinámica de poderes enfrentados en un terreno concreto. Un análisis exhaustivo de un capital, sea cual fuere su naturaleza, implicaría, por ende, la consideración de componentes extremadamente diversificados, relativos tanto a prestaciones más o menos monetarizadas, por ejemplo de orden sexual o doméstico (los regalos, las ventajas adquiridas, los “beneficios secundarios”, el dinero para el bolsillo, los peculios, etc.), como a gigantescas transacciones internacionales que —bajo la cobertura de operaciones de crédito, de inversiones, de implantaciones industriales, de cooperaciones, etc.— no son otra cosa que enfrentamientos económico-estratégicos. Desde este punto de vista, toda puesta en referencia demasiado insistente del Capital hacia un equivalente general o bien de las monedas hacia sistemas de paridad fijos, etc., no puede sino esconder la verdadera naturaleza de los procesos de sujeción y de servidumbre capitalistas; a saber, la puesta en juego de relaciones de fuerza, sociales y microsociales, de deslizamientos de poder, de avances y retrocesos de una formación social con respecto a otra, o bien, de actitudes colecticas de arranques inflacionistas a fin de sortear una pérdida de terreno, o incluso imperceptibles tomas de poder que no llegaron a hacerse visibles. Los patrones de referencia no tienen otro rol que el de cómputo, de operador relativo y de regulación transitoria. Una verdadera cuantificación de poderes sólo puede descansar en modos de semiotización conectados directamente con formaciones de poder y con agenciamientos productivos (tanto materiales como semióticos) debidamente localizados en las coordenadas sociales.

Trabajo maquínico y trabajo humano

El valor del trabajo puesto en venta en el mercado capitalista, depende de un factor cuantitativo —el tiempo de trabajo— y de un factor cualitativo —la calificación media del trabajo—.

Bajo este segundo aspecto de servidumbre maquínica,39 el valor no puede estar circunscrito a un nivel individual. Primeramente, porque la calificación de una performance humana es inseparable de un medio ambiente maquínico particular.

Luego, porque su competencia depende siempre de una instancia colectiva de formación y de socialización.

Marx habla frecuentemente del trabajo como la resultante de un “trabajador colectivo”; pero para él, esta categoría continúa siendo una entidad de orden estadístico: “el trabajador colectivo” es un personaje abstracto salido de un cálculo que se sustenta en el “trabajo social medio”. Esta operación le permite superar diferencias individuales en el establecimiento del valor del trabajo, que se encuentra de este modo ajustado a factores cuantitativos unívocos, como el tiempo de trabajo necesario para una producción y el número de trabajadores concernidos. A partir de allí, este valor puede descomponerse en dos partes:

- Una cantidad correspondiente al trabajo necesario para la reproducción del trabajo.

- Una cantidad constitutiva de la plusvalía, que es identificada con la extorsión de un sobretrabajo por el capitalista.40

Una semejante concepción de la plusvalía encuentra, quizás, su correspondencia, en una práctica contable del capitalismo, pero ciertamente no en su funcionamiento real, particularmente en la industria moderna. Esta noción de “trabajador colectivo” no debería ser reducida a una abstracción. La fuerza de trabajo se representa siempre a través de agenciamientos concretos, mezclando íntimamente las relaciones sociales con los medios de producción, el trabajo humano con el trabajo de la máquina. También, el carácter esquemático de la composición orgánica del Capital —que Marx divide en Capital relativo a los medios de producción (Capital constante) y Capital relativo a los medios de trabajo (Capital variable)—debería ser cuestionado.

Recordemos que Marx distingue la composición de valor del Capital (Capital constante, Capital variable) relativo a la masa real de medios de producción comprometidos en la valorización de un Capital y la cantidad objetiva de trabajo socialmente necesario para su puesta en marcha. Pasamos así, de un juego de valor de signo, a un juego de relación de fuerza material y social. El modo de producción capitalista —con los progresos del maquinismo— desembocaría inevitablemente, según Marx, en una disminución relativa del Capital variable con respecto del Capital constante, de la cual él deduce una ley de baja tendencial de la tasa de beneficio (ganancia), que sería una especio de destino histórico del capitalismo. Pero en el marco real de los agenciamientos de producción, el modo marxista del cálculo de la plusvalía absoluta, basado en la calidad de trabajo social medio —del cual una parte sería hurtada por los capitalistas—, está lejos de ser evidente. De hecho, el factor tiempo no constituye más que un parámetro de la explotación, entre otros. Sabemos, hoy día, que la gestión del Capital del conocimiento, el grado de participación en la organización del trabajo, el “espíritu casero”, la disciplina colectiva, etc., pueden adquirir igualmente una importancia determinante en la productividad del Capital. Desde este punto de vista, podemos incluso admitir que la idea de un promedio social de rendimiento horario para un sector dado casi no tiene sentido por sí mismo. Es en los equipos, los talleres, las fábricas, donde aparece por x razones una disminución local de la “entropía productiva”, son ellos quienes empujan, quienes “pilotean” de algún modo este tipo de promedio en un sector industrial o en un país, mientras que la resistencia obrera colectiva, el burocratismo de la organización, etc., lo frena. Dicho de otro modo, son agenciamientos complejos —relativos a la formación, a la innovación, a las estructuras internas, a las relaciones sindicales, etc.— lo que delimitan la amplitud de las zonas de beneficio capitalista y no una retención de tiempo de trabajo. Por otro lado, el mismo Marx había detectado perfectamente el desfase creciente que se instituía entre los componentes maquínicos, los componentes intelectuales y los componentes manuales del trabajo. En los Grundrisse, Marx subrayó que el conjunto de los conocimientos tiende a transformarse en una “potencia productiva inmediata”. “A medida que la gran industria se desarrolla, la creación de la verdadera riqueza depende menos del tiempo y de la cantidad de trabajo que de la acción de factores puestos en movimiento en el curso del trabajo, cuya poderosa eficacia no guarda ninguna relación con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta la producción; depende más bien del estado general de la ciencia y del progreso tecnológico, de la aplicación de esta ciencia a la producción”.41 El insistía entonces en la absurdidad y en el carácter transitorio de una medida del valor a partir del tiempo de trabajo. “Cuando en su forma inmediata, el trabajador ha dejado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo dejará y deberá dejar de ser la medida del trabajo, del mismo modo que el valor de cambio dejará de ser la medida de los valores de uso”.42

 

Señalemos de paso la fragilidad de este último paralelismo: en efecto, si en nuestros días pareciera que el reinado absoluto de la medida del tiempo de trabajo está, quizás, a punto de esfumarse, eso no es en ningún caso lo que ocurre con el valor de cambio. Es verdad que si el capitalismo parece capaz de rescindir del primero, no es imaginable que sobreviva a una desaparición del segundo, desaparición que sólo podría ser el resultado de transformaciones sociales revolucionarias. Marx considera que la supresión de la oposición diversión-traba-jo coincidiría con el control del sobretrabajo por las masas obreras.43 Lamentablemente, es perfectamente concebible que sea el mismo capitalismo quien se vea inducido a flexibilizar progresivamente la medida del tiempo de trabajo y llevar adelante una política de recreación y de formación (¿Cuántos obreros, empleados, funcionarios, pasan sus veladas y sus fines de semana preparando el paso de los escalones promocionales?). La modificación de la cuantificación del valor a partir del tiempo de trabajo no habrá sido entonces, como pensaba Marx, el tributo de una sociedad sin clases. Y, de hecho, a través de los medios de transporte, de los modos de vida urbana, doméstica, conyugal, a través de los medios de comunicación de masas, la industria de la recreación e incluso, de los sueños…, bien pareciera que ya ningún instante escapa al dominio del Capital.

No se paga al asalariado un momento, un instante, un lapso, un intervalo de funcionamiento de “trabajo social medio”, sino una puesta a disposición, una compensación por un “poder” que excede aquel que se ejerce durante el tiempo de presencia en la empresa. Lo que cuenta aquí es la ocupación de una función, un juego de poder entre los trabajadores y los grupos sociales que controlan los agenciamientos de producción y las formaciones sociales. El capitalista no hurta una prolongación de tiempo, sino un proceso cualitativo complejo. El no compra fuerza de trabajo sino el poder sobre agenciamientos productivos. El trabajo aparentemente más serializado —por ejemplo, mover una palanca, vigilar un intermitente de seguridad—, siempre supone la formación previa de un capital semiótico multicompuesto: conocimiento de la lengua, de los usos y costumbres, de las reglamentaciones, de las jerarquías, del dominio de procesos de abstracción progresivos, de itinerarios, de interacciones propias de los agenciamientos productivos, etc.

El trabajo ya no es —si alguna vez lo ha sido— un simple ingrediente, una simple materia prima de la producción. Dicho de otra manera, la parte de servidumbre maquínica que se incluye en el trabajo humano, nunca es cuantificable en tanto tal. Por el contrario, la sujeción subjetiva, la alienación social inherente a un puesto de trabajo o a no importa qué otra función social, es perfectamente mensurable. Es, por lo demás, la función que se le otorga al Capital.

Los dos problemas concernientes, por una parte, al valor trabajo, su rol en la plusvalía y, por otra parte, a la incidencia del aumento de la productividad generado por el maquinismo sobre la tasa de beneficio, están indisolublemente ligados. El tiempo humano se substituye cada vez más por un “tiempo maquínico”. Como dice todavía Marx, ya no es el trabajo humano el que se inserta en el maquinismo: “Es el hombre que, frente a ese proceso, se conduce como vigilante y regulador”. Bien parece que la sobrevivencia del trabajo en serie y las diferentes formas de taylorismo en los sectores más modernos de la economía, están pasando a depender más bien de métodos generales de sujeción social, que de métodos de servidumbre específicos a la fuerza productiva.44

Esta alienación taylorista del tiempo del trabajo, estas formas neoarcaicas de sujeción al puesto de trabajo, continúan siendo medibles, en principio, a partir de un equivalente general. El control del trabajo social medio siempre puede —en teoría— encarnarse en un valor de cambio de poderes (podríamos así comparar el tiempo formal de alienación de un campesino senegalés al de un funcionario del ministerio de Hacienda o de un técnico de IBM). Pero el control real de los tiempos maquínicos, de la servidumbre de los órganos humanos a los agenciamientos productivos, no podría ser medido de un modo válido, a partir de un tal equivalente general. Se puede medir un tiempo de presencia, un tiempo de alienación, una duración de encarcelamiento en una fábrica o en una prisión; no pueden medirse sus consecuencias sobre un individuo. Se puede cuantificar el trabajo aparente de un físico en un laboratorio, no el valor productivo de las fórmulas que elabora. El valor marxista abstracto sobrecodificaba el conjunto del trabajo humano concretamente destinado a la producción de valores de cambio. Pero el movimiento actual del capitalismo tiende a que todos los valores de uso se transformen en valores de cambio y que todo trabajo productivo dependa del maquinismo. Los mismos polos del cambio se han pasado al lado del maquinismo, los computadores dialogan de un continente a otro y dictan a los managers las cláusulas de cambio. La producción automatizada e informatizada ya no obtiene su consistencia a partir de un factor humano de base, sino de un phylum maquínico que atraviesa, contornea, dispersa, miniaturiza, recupera todas las funciones, todas las actividades humanas.

Estas transformaciones no implican que el nuevo capitalismo substituya completamente al antiguo. Hay más bien coexistencia, estratificación y jerarquización de capitalismos de diferentes niveles, poniendo en juego:

1. Los capitalismos segmentarios tradicionales, territorializado sobre los Estados naciones y que secretan su unificación a partir de un modo de semiotización monetario y financiero.45

2. Un capitalismo mundial integrado, que ya no se apoya sólo sobre el modo de semiotización del Capital financiero y monetario, sino fundamentalmente sobre todo un conjunto de procedimientos de servidumbre técnico-científicos, macro y microsociales, massmediáticos, etc.

La fórmula de la plusvalía marxista está ligada esencialmente a los capitalismos segmentarios. No permite dar cuenta del doble movimiento de mundialización y miniaturización que caracteriza la situación actual. ¡Por ejemplo, en el caso límite en que una rama industrial fuera completamente industrializada, ya no se ve qué ocurre con esta plusvalía! Ateniéndose rigurosamente a las ecuaciones marxistas, ésta debería desaparecer por entero; ¡lo que es absurdo! ¿Deberíamos entonces cargarla a la cuenta, únicamente, del trabajo maquínico? ¡Por qué no! ¡Podríamos anticipar una fórmula según la cual una plusvalía maquínica correspondería a un sobretrabajo “exigido” de la máquina, más allá de su costo de mantenimiento y de su renovación! Pero, de seguro, no es tratando de readecuar de esta manera la vertiente cuantitativista del problema, que podremos ir muy lejos. En realidad, en un caso como este —pero también en todos los casos intermediarios de fuerte disminución del Capital variable en relación con el Capital constante— la extracción de la plusvalía escapa en buena parte a la empresa, a la relación inmediata patrón-asalariados y nos devuelve a la segunda fórmula del capitalismo integrado.

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