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La alhambra; leyendas árabes

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V
CELOS Y MISTERIO

Era la media noche.

El príncipe Mohammet velaba en su alto calabozo de la torre del Gallo de viento.

La veleta rechinaba.

Sin embargo, la lanza del caballero no se fijaba en ningun punto.

El príncipe, para entretener su tristeza, leia los amores del poeta cordobés, Abu-Amar, que tenian mucha semejanza con los suyos.

De tiempo en tiempo se asomaba á una ventana y miraba á un ángulo del patio á un ajimez donde se veia el reflejo de una luz y delante de aquel reflejo una sombra de muger.

Pero una de las veces que el príncipe miró á aquel ajimez, le encontró oscuro.

Pasó algun tiempo, y el ajimez permaneció abandonado.

Al fin, vió luz en la galería inferior y aparecieron una muger que iba enteramente cubierta con un velo, acompañada de un anciano que la alumbraba con una lámpara.

A pesar de ir tan cuidadosamente encubierta la dama, el príncipe la reconoció.

– ¿A dónde irá á estas horas y acompañada de un viejo Bekralbayda? esclamó con celos y con rabia.

La muger y el viejo atravesaron el patio y desaparecieron por otra parte de la galería.

El príncipe continuó abstraido en la ventana.

Poco despues se oyó un ligero ruido en la escalera de la torre.

Luego la llave de los cerrojos de la compuerta.

Al cabo la compuerta se alzó, y apareció una muger.

Volvió á caer la compuerta y la muger quedó sola é inmóvil aunque estremecida delante del príncipe.

El príncipe creyó reconocerla de nuevo y la arrancó el velo.

No se habia engañado.

Era Bekralbayda, pero de luto.

A causa de la sencillez de su trage, estaba mas hermosa.

El príncipe fué á arrojarse en sus brazos.

– Detente, dijo ella, la desgracia nos separa.

– ¡La desgracia! esclamó el príncipe.

– Sí; tu padre no consiente en nuestra union.

– ¡Ah! esclamó el príncipe; me habia olvidado, es verdad.

– Y… ¿qué es verdad?

– Tú no puedes ser mi esposa, porque…

– ¿Por qué?

– Yo te he visto perderte con mi padre en los bosques de los jardines.

– ¿Y has creido acaso?

– Yo sé que mi padre te ama.

– Sí, es verdad; el rey Nazar me ama.

– Cúmplase la voluntad de Dios.

– Pero yo no he sido del rey Nazar.

– ¡Ah! ¡tú me engañas!

– Dios no ha permitido que yo sea del rey Nazar, porque no ha querido que se cometan dos crímenes.

– ¡Dos crímenes!

– Yo hubiera muerto de vergüenza y dolor si el rey Nazar me hubiera hecho suya por la violencia; y el rey Nazar haciéndome suya hubiera cometido un incesto.

– ¡Un incesto!

– Sí, ¿no vés mi luto?

– ¡Ese luto!

– Este luto es por mi madre.

– ¡Por tu madre! ¿y quién es tu madre?

– La sultana Wadah.

– ¡La sultana Wadah! ¡la esposa de mi padre!

– Sí.

– ¿Eres acaso mi hermana?

– No: Dios no lo ha querido.

– ¿Pero si eres hija de la sultana Wadah…?

– Yo habia nacido antes de que el rey Nazar conociese á mi madre.

– ¡Ah! ¿y sabe el rey mi padre que tú eres hija de su esposa?

– Sí.

– ¡Ah! de modo que…

– Sí… sí… el rey Nazar no me perseguirá mas; pero…

– Te encerrará, te guardará, tendrá celos…

– ¿Tendrá celos de tí?

– ¡De mí! ¡Dios mio! yo sabia que mi padre te amaba, y aunque en los primeros momentos he tenido celos, despues estos celos me han horrorizado: mi padre es mi señor, yo soy su hijo y su siervo: él puede hacer de mí y de lo mio lo que mejor quiera: yo no puedo dejar de amarle y respetarle.

– Por lo mismo, Mohammet, yo he aprovechado la buena voluntad de un wacir de tu padre que se ha brindado á traerme aquí.

– ¿Y para qué vienes?

– Para decirte que es necesario que me olvides.

– ¿Me olvidarás tú?

– ¡Ah! esclamó Bekralbayda.

Y se echó á llorar.

– Tu padre te tiene preso por mi amor: añadió la jóven.

– Mi padre me matará quitándome tu amor: esclamó el príncipe.

– Hemos nacido muy desgraciados.

– Que se cumpla la voluntad de Dios.

En aquel momento se oyeron en las escaleras pasos de muchos hombres armados.

– ¡Oh! ¡Dios poderoso! esclamó el príncipe, viene gente á mi prision y es necesario que te ocultes.

– ¡Que me oculte! ¿y dónde?

– ¡Ah! es verdad, esclamó con desesperacion Mohammet, cúbrete con tu velo.

Bekralbayda se cubrió precipitadamente.

Poco despues se oyeron los cerrojos de la compuerta que se abrió.

Apareció un walí, que se prosternó ante el príncipe.

– ¿Qué quereis? le dijo este.

– El poderoso y magnífico sultan tu padre me manda llevarte á su presencia con las personas que se encuentren contigo.

– ¿Lo manda así el sultan?

– Así lo manda.

El príncipe se encaminó á las escaleras y las bajó resueltamente.

Bekralbayda le siguió.

Tras él iban el walí y los soldados silenciosos.

Cuando estuvieron en la parte del alcázar habitada por el sultan Nazar, el walí abrió la puerta de una cámara donde dejó solos al príncipe y á Bekralbayda.

VI
MISTERIOS

Aquella cámara era de las mas bellas del palacio del Gallo de viento.

Un ancho divan de seda y una lámpara velada convidaban al reposo.

Búcaros de flores se veian por todas partes.

Braserillos de oro quemaban deliciosos perfumes.

A lo lejos, entre el silencio, se oia una guzla á cuyo son cantaba una voz de muger una cancion de amores.

El príncipe y Bekralbayda estaban de pié en medio de la cámara.

Esperaban.

Pero pasó el tiempo… mucho tiempo y nadie apareció.

Bekralbayda se sentó, al fin cansada, en el divan.

El príncipe fué á apoyarse en silencio en el alfeizar de un ajimez.

No se atrevian á acercarse ni á hablarse por temor de ser oidos y escuchados.

Pasó la noche y llegó el alba.

El príncipe oyó el ruido de los añafiles y de las atakebiras que despertaban á los soldados del rey Nazar.

Poco despues vió pasar bajo el ajimez caballos magníficamente enjaezados, esclavos deslumbrantemente vestidos, banderas y soldados.

– ¿Qué fiesta irá á celebrarse hoy? pensaba el príncipe al ver todo aquello.

Bekralbayda, que no habia dormido, oia tambien todo aquel tráfago y se maravillaba.

De repente se abrió la puerta de la izquierda de la cámara y apareció el nuevo alcaide de los eunucos.

– Poderosa sultana, dijo prosternándose ante Bekralbayda, ven si quieres á que tus esclavas engalanen tu hermosura.

– ¿Lo manda el sultan?

– El esclarecido y magnífico sultan Nazar quiere que arrojes de tí la tristeza, luz de los cielos.

– Cúmplase la voluntad del señor: dijo Bekralbayda y se levantó y siguió al alcaide de los eunucos.

El príncipe vió salir á Bekralbayda con inquietud.

En aquel punto se abrió la puerta de la derecha y apareció el alcaide de los esclavos de palacio.

– Poderoso príncipe y señor, dijo prosternándose, ven si te place á que tus esclavos te cubran de las vestiduras reales.

El príncipe salió.

La cámara quedó desierta.

Fuera crecia á cada momento el ruido de las gentes de armas, de las pisadas de los caballos, y del toque de añafiles y timbales.

Asomaba por el oriente un sol esplendoroso y todo anunciaba un gran dia.

VII
EL PERGAMINO SELLADO

Aun no habia acabado de levantarse el sol sobre la cumbre del Veleta, cuando el rey Nazar departia mano á mano con Yshac-el-Rumi.

– Estoy satisfecho de ellos, le decia, y soy feliz.

– ¡Ah señor! tú has nacido para la gloria y para la fortuna: esclamó Yshac tristemente.

– ¿Paréceme que te pesa de mi felicidad? dijo con recelo el rey.

– ¡Ah! no, no señor: es que soy tan desgraciado que la alegría me entristece, y hoy hasta el dia es alegre.

Hubo un momento de silencio:

– Pero esto no importa, continuó Yshac; lo que yo queria lo he conseguido, Leila-Radhyah y Bekralbayda son felices; ¿qué mas puedo yo desear?

– A propósito, es necesario que vayas á traer á Bekralbayda; el camino es por aquí.

Y el rey abrió una puerta secreta.

Cuando salia Yshac, entraba por otra puerta una muger magnífica y resplandeciente: era Leila-Radhyah.

– ¡Ah! ¡luz de mis ojos! esclamó el rey: al fin luce para nosotros el dia de la felicidad.

– Y para nuestros hijos tambien.

– ¡Oh! ¡y cuán lejos está de sospechar su ventura mi hijo!

– ¡Y cuán digno es de ser feliz! ¡pobre niño! tres meses encerrado con su amor y su desesperacion en aquella torre.

– Eso le hará mas querido á su esposa, y le enseñará á respetar mas mis órdenes; pero ve, ve tú por él, vida de mi vida: quiero que tú seas quien me le traiga á mis pies para que le perdone.

Leila-Radhyah sonrió de una manera enloquecedora, lanzó un relámpago de amor de sus negros ojos al rey, y desapareció por una puerta.

Al-Hhamar el magnífico, sacó entonces de un arca un pliego cerrado y le puso en una bandeja de oro sobre una mesa.

Pasó algun tiempo, y al fin aparecieron por dos puertas distintas Leila-Radhyah, trayendo de la mano al príncipe Mohammet; Yshac-el-Rumi, llevando del mismo modo á Bekralbayda.

Al verse los dos jóvenes delante del rey, palidecieron y temblaron.

No sabian lo que iba á ser de ellos.

El rey adelantó hácia Bekralbayda, la besó en la frente, la asió de la mano y la llevó hasta su hijo, á quien abrazó.

– Tú amas á Bekralbayda, dijo el rey Nazar al príncipe Mohammet.

El príncipe bajó los ojos, creció su palidez y mirando al fin á su padre con temor le dijo con acento trémulo:

– Tanto la amo, que por ella he provocado tu enojo, señor.

– Y tú, tú tambien amas al príncipe mi hijo, Bekralbayda.

 

– El destino ha querido que sea suya mi alma, contestó Bekralbayda.

– Tú, dijo el rey Nazar dirigiéndose á su hijo, has tenido celos de tu padre.

– ¡Ah señor! murmuró el príncipe.

– Y tú, añadió el rey, volviéndose á Bekralbayda te has creido amada por mí.

Bekralbayda calló.

– Es verdad dijo el rey que yo he buscado tus amores.

Leila-Radhyah palideció intensamente al oir esta confesion del rey y dió un paso hácia adelante.

– Pero antes de pedirte amores, continuó el rey Nazar, escribí lo que se contiene en ese pergamino que está cerrado sobre esa bandeja y sellado con mi sello. Tú Bekralbayda escribiste tu nombre sobre el pergamino cerrado ¿le conoces?

El rey tomó el pergamino y le mostró á Bekralbayda.

– Sí señor, dijo la jóven, este es el pergamino que tú escribiste la primera vez que hablaste conmigo, que cerraste y sobre el cual me mandaste escribir mi nombre.

– ¿Recuerdas esta circunstancia, Yshac-el-Rumi? añadió el rey volviéndose al viejo.

– Sí señor, dijo este, tú escribiste ese pergamino y le sellaste y mandaste que pusiese sobre él su nombre á Bekralbayda, la primera vez que hablaste con ella.

– Rompe el sello de ese pergamino, Bekralbayda, desenróllale y léele en alta voz.

La jóven obedeció, desenrolló el pergamino y leyó con voz trémula lo siguiente:

«He conocido una doncella blanca de ojos negros.

Es hermosa como las huríes que el Señor promete á sus escogidos, y pura como la violeta que se esconde entre el cesped á la márgen de los arroyos.

Mi hijo primogénito, el príncipe Mohammet Abd-Allah, mi sucesor y mi compañero en el gobierno de mis reinos, la conoce tambien y la ama.

Por ella ha desobedecido mis órdenes, ha dejado abandonadas en el castillo de Alhama mi bandera y mis gentes de guerra, y se ha venido á Granada enloquecido de amor.

Yo debo castigar al príncipe y le castigaré.

Pero yo tambien debo hacer su felicidad y procuraré hacerla.

Ama con toda su alma á Bekralbayda.

Bekralbayda será esposa de mi hijo si es digna de su amor.

Yo rodearé á Bekralbayda de cuantas seducciones pueden enloquecer á una muger.

Me fingiré enamorado de ella.

La ofreceré mis tesoros, y si esto no bastare, la ofreceré mi trono.

Si resistiere á esto, procuraré aterrarla.

Si Bekralbayda no resiste á la ambicion, la alejaré de mi hijo.

Porque una muger que ama, y que ha pertenecido á otro hombre debe despreciarlo todo por el hombre de su amor.

Si resistiere á la ambicion y sucumbiere al miedo, la apartaré tambien de mi hijo, porque una muger que ama, debe morir antes que ofender al hombre de su amor.

»Pero si Bekralbayda conservare la fé que ha jurado al príncipe mi hijo, á pesar de mis dádivas, de mis promesas y de mis amenazas, será esposa del príncipe, porque será digna de él.

Yo por mí mismo pondré á prueba la virtud de Bekralbayda, porque tratándose de la felicidad de mi hijo, de nadie me fio mas que de mí mismo.

Despues de haber adoptado esta resolucion he escrito esta gacela, que enrollaré y sellaré, y sobre la cual pondrá Bekralbayda su nombre.

De este modo, ya la entregue á mi hijo, ya la separe de él, podré hacerla comprender cuáles han sido mis intenciones al pedirla amores, y no podrá dudar de mi nobleza y de mi fé como caballero y como rey.»

Bekralbayda habia leido lentamente y con acento trémulo este escrito; durante su lectura el corazon del príncipe y de la sultana Leila-Radhyah habian latido violentamente.

– Ya lo habeis oido, dijo el rey: necesitaba saber si Bekralbayda era digna de mi hijo, y la he sujetado á grandes pruebas: Bekralbayda ha salido de ellas victoriosa: Bekralbayda es la esposa de mi hijo.

Y asiendo á la jóven de la mano, la arrojó en los brazos del príncipe.

Los dos jóvenes se arrojaron á los pies del rey Nazar, llorando de alegría.

Leila-Radhyah lloraba tambien.

Yshac-el-Rumi, estaba pálido, trémulo, con la vista fija en el suelo.

En aquel momento resonó fuera una alegre música, y luego alto alarido de trompetas y ronco doblar de timbales y atambores.

– Ha llegado la hora, dijo el rey Nazar: hoy serán las bodas del sultan de Granada con la noble y hermosa sultana Leila-Radhyah, y las de su hijo el príncipe Mohammet, con el sol de los soles la sultana Bekralbayda.

Y asiendo de la mano á Leila-Radhyah, salió de la cámara, seguido de su hijo y de Bekralbayda, á los que seguia con paso lento y á alguna distancia con la cabeza inclinada Yshac-el-Rumi, que murmuraba en acento ininteligible:

– ¡Todos son felices! ¡todos menos yo!

VIII
EN QUE SE DA FIN Á ESTA MARAVILLOSA HISTORIA

Y hubo aquella noche zambra en el alcázar en celebridad de aquellas dobles bodas, y durante ocho dias justas, sortijas, toros y cañas en Bibarrambla.

Se dieron cuantiosas limosnas á los pobres, y se pusieron en libertad centenares de cautivos.

Todo el mundo estaba alegre.

Granada disfrutaba de una paz inalterable bajo el justo y sábio dominio del sultan Nazar; crecia en comercio y en industria, y por lo tanto en riqueza, y en aquellas alegres y felices bodas veian los súbditos de Al-Hhamar el augurio de nuevas prosperidades.

Solo un hombre asistió triste y silencioso á aquellas bodas, á pesar de que el rey le habia honrado y favorecido nombrándole wacir y concediéndole grandes mercedes.

Aquel hombre era Yshac-el-Rumi.

Terminadas las fiestas, Yshac desapareció sin despedirse del rey ni de Leila-Radhyah, ni del príncipe ni de Bekralbayda.

En vano el rey movido de piedad, porque creia comprender la causa de la desaparicion de Yshac, ofreció una fuerte cantidad al que le encontrase.

Nadie supo lo que habia sido de él.

Entretanto la construccion del Palacio-de-Rubíes continuaba.

Nazar le habia dado su nombre.

Aquel alcázar que prometia ser maravilloso, se llamaba la Alhambra40.

Al-Hhamar habia terminado la Alcazaba que mira al occidente, donde se levantan aún la torre de la Vela, la del Homenage y los Adarves; la plaza de las Cisternas, colocadas entre el muro interno de la Alcazaba y la fachada principal del alcázar, y toda la parte de este, desde la plaza de las Cisternas (hoy de los Algibes) hasta la torre de las Siete Bóvedas, y la de las Infantas; lo restante del recinto crecia: levantábanse ya sobre la ladera del monte los muros de Djene-al-Arife41, mas arriba los del castillo de la Silla del Moro, mas allá, en el cerro del Sol, los del palacio de los Alijares, y por último, sobre la colina de Al-Bunets (hoy de los Mártires), crecian los muros del recinto de las Torres Bermejas.

Pero Al-Hhamar no pudo ver terminado su alcázar; solo habia visto parte de él: la torre del Juicio; la parte en que hoy se alza el palacio del emperador Cárlos V; la gran mezquita en cuyo mirab habia ocho columnas con capiteles de oro, en cuyo lugar se levanta hoy la iglesia de Santa María; la mezquita del palacio que aun se conserva; el patio del Mexuar ó del Consejo (hoy del Estanque ó de los Arrayanes); la sala de Comares y el Mirador de la sultana.

Los demás retretes, cámaras, patios, jardines y departamentos estaban únicamente comenzados, trazados, preparados, pero en embrion.

Sus nietos debian terminar aquella maravilla.

Su hijo, su nieto y su biznieto continuaron lentamente su construccion.

Su tercer nieto Ismail Abul-Walid concluyó el delicioso palacio del Generalife; por último, su cuarto nieto Juzef-Abul-Hhedjadj, vió al fin completo aquel acrópolo inmenso que cubria cuatro montes, compuesto por la Alhambra, por el Generalife, por el palacio de la Silla del moro, por el de los Alijares y por las Torres Bermejas.

Por el año de la Hegira 650, durante la luna de Xawan, unos labradores trajeron al rey Nazar, que ya contaba sesenta años, una caja de lata cerrada, sobre la cual se leia.

«Solo el poderoso sultan Nazar ó su hijo, si ha muerto, cuando se encuentre esta caja deben ver, so pena de traicion de quien la encuentre, lo que en ella se contiene.»

Aquella caja se habia encontrado en lo profundo de una gruta del rio Darro, cuya entrada correspondia á un ensanchamiento en que habia un remanso, entre las ropas podridas de un esqueleto humano.

El rey Nazar mandó abrir aquella caja, y dentro se encontró un pergamino muy bien conservado, en que se leia lo siguiente:

«Yo amaba con toda mi alma á la sultana Leila-Radhyah.

Pero jamás conoció esta mi amor.

Leila-Radhyah amaba á un poderoso rey.

Yo la vengué de su enemiga, cuya sombra lívida acompaña á mi espíritu condenado, y la entregué al rey á quien amaba y la hice dichosa.

He cumplido la última voluntad de Daniel-el-Bokarí: su hija será sultana y el Palacio-de-Rubíes se levantará sobre cuatro montes.

Pero no he podido sobrevivir á mis celos.

No he podido ver á Leila-Radhyah entre los brazos de otro hombre.

He preferido la muerte, y un tósigo me ha abierto las puertas de la region de las sombras.

Para que se sepa cuánto he amado á Leila-Radhyah, y cuánto he sufrido por ella; para que se sepa hasta qué punto me he sacrificado por cumplir el último y ardiente deseo de mi único amigo, dejo escrito este pergamino que algun dia se encontrará sobre mi cadáver.==Yshac-el-Rumi.»

El rey se enjugó una lágrima y mandó poner en un sepulcro de mármol los restos de Yshac-el-Rumi con esta inscripcion.

«En el nombre de Dios piadoso y misericordioso: el sultan Nazar á los restos del mártir del amor y de la amistad. Que Dios, el Altísimo y Unico tenga compasion de su alma.»

El Mirador de la sultana permaneció cerrado y deshabitado mientras vivieron los que tenian memoria de la desastrosa muerte que habia sobrevenido en él á la terrible sultana Wadah.

Hay quien cree que durante las oscuras noches de tormenta se ven vagar dos sombras blancas y diáfanas que exhalan de sí una claridad ténue, mate y pálida, por las galerías del Mirador de la sultana, precedidas de un buho que vuela lentamente en derredor de las columnas.

¿Serán las sombras de la sultana Wadah y de Yshac-el-Rumi? ¿de la víctima y del verdugo?

¿Será aquel buho Abu-al-Abu?

¿Será, en fin, todo esto una ilusion causada por una tradicion romancesca?

Nosotros, sin embargo, conociendo la tradicion hemos entrado algunas noches en las galerías del Mirador de la sultana, cuando la tempestad rugia en el espacio: ninguna sombra, ningun buho hemos visto, mas que las blancas columnas que aparecian un momento á la fugitiva luz del relámpago.

¿Será acaso que la tradicion haya mentido, ó que al coronar la cruz, las cúpulas de la Alhambra, hayan desaparecido de ella fantasmas y encantamentos, quedando solo y abandonado el Mirador de la sultana?

LEYENDA III
EL ALMA DE LA CISTERNA

Nos hemos propuesto relatar á nuestros lectores todas las maravillosas leyendas de las tradiciones árabes de la Alhambra.

Revolviendo un dia unos antiguos papeles encontrados en un desvan en una casa del Albaicin, hallamos uno que se decia traslado del arábigo al romance, de una historia árabe en que se esplicaba la causa por qué de tiempo en tiempo durante la noche, solia oirse un tristísimo suspiro saliendo por los brocales de los algibes de la Alhambra y muy semejante al gemido de un espíritu condenado.

La traduccion, aunque pesada y hecha bajo el mal gusto literario de la mayor parte de los prosistas españoles del siglo XVII, es tan bella en el fondo, tiene tal sabor oriental, que no hemos podido resistir al deseo de intercalarla entre las leyendas tradicionales é históricas referentes á la Alhambra.

Es un asunto fantástico; en él figuran hadas, conjuros y encantamentos, y aunque es un tanto embrollado y oscuro nosotros hemos procurado darle claridad.

Este cuento ha sido inspirado sin duda á algun poeta moro por la Alhambra, porque los árabes siempre buscan á las cosas que les impresionan por bellas ó por terribles un orígen maravilloso.

 

Antes de empezar á trascribir el cuento que llamaremos El alma de la cisterna, debemos describir esta cisterna que aun existe hoy con el nombre de los Algibes de la Alhambra.

Son estensísimos, como que ocupan todo el terreno comprendido entre la Alcazaba, y el lugar donde empezaban los muros de la fachada del alcázar, en un espacio como de cien pasos de anchura y trescientos poco mas ó menos de longitud.

Se componen de dos arcadas sostenidas en el centro por dos hileras de pilares, y se baja á ellos por dos escaleras situadas á sus dos estremos.

Junto á la escalera del estremo que mira al Albaicin están los dos anchos brocales por donde se saca el agua.

El techo es muy elevado y el muro interior por la continuacion del contacto del agua durante centenares de años, está cubierto de un fuerte revestimento de risco.

Conocidos los algibes, veamos la tradicion árabe fantástica que los supone habitados por un espíritu maldito.

En los primeros tiempos de la Hegira, cuando Mahoma estendió el conocimiento del Dios Altísimo y Unico entre su pueblo, el cielo de Granada no era tan resplandeciente, ni su tierra tan fértil como ahora; su cielo era de color de plomo, cargado continuamente de oscuros nublados; en sus vastos eriales solo crecia el espino y el cardo silvestre, y en las altas y peladas crestas de sus sierras, jamás se vió blanco manto de nieve, ni corrió por sus vertientes raudal fecundador: era una tierra muerta, azotada por furiosos huracanes y el fuego de Dios brotaba por entre las anchas grietas de sus montañas volcánicas.

Pasaban sobre ella, forzando su vuelo, las viajeras golondrinas que huyendo del invierno se lanzaban de Gecira-Alandalus42 á las costas de Africa, y nadie la habitaba, sino los moradores de Gebel-Elveira43, que sufrian la esterilidad de la tierra y la tiranía de los godos, y habitábanla solo acaso porque el poderoso Allah ha dispuesto que no haya tierra sobre la que no fije el hombre la huella de su planta.

Tierra de muerte era para las razas dominadoras de Gecira-Alandalus, y la sangre de las batallas habia enrogecido muchas veces sus secos campos y sus peladas crestas.

Y nunca el caliente aire del estío habia oreado en ella las espigas de las mieses, ni las auras de la primavera habian volado entre la blanca y aromática flor de sus almendros.

Por aquellos tiempos existia ya la vieja torre, que se levanta hoy en el estremo occidental de la Colina Roja44 y delante de ella una profunda cisterna construida por los romanos.

Es tradicion que salian de la cisterna profundos gemidos, que bramaba en su seno haciendo retemblar la tierra un viento impetuoso, y que todas las noches salian de las oscuras bocas de aquel infierno, sombras medrosas que vagaban sobre la colina, y danzaban y flotaban en los aires bajo el rayo sombrío de una luna sangrienta, dejando oir tristes cantos de amor desesperado, y largos y profundos gemidos.

Nunca tornó á su tienda ó á su hogar cazador imprudente ni errante peregrino, que durante las sombras se atreviese á poner su planta sobre la Colina Roja, ni nadie, durante las horas mas claras del dia, asomó la frente á cualquiera de los profundos brocales de la cisterna sin que fuese tragado por él.

Y desaparecieron ginetes y guerreros, y damas y doncellas, y poderosos señores y ruines esclavos, y llegó á inspirar tal horror la cisterna maldita, que ningun mortal, ave ó fiera, se aventuró á pasar junto á ella sino á la distancia de una legua á la redonda.

Cuentan antiguas historias, que por los tiempos en que los romanos dominaban á Gecira-Alandalus, esta tierra era tan rica de fuentes y de verdor como ahora, sombrios bosques cubrian su tierra, y las amantes palomas anidaban en las grietas de las rocas sobre los frescos manantiales.

Y la ciudad, tendida hoy allá á lo lejos en ruinas sobre la peñascosa Gebel-Elveira, era rica y floreciente y venian á ella gentes de todas las naciones y la enriquecian dejándola su oro á trueque de sus mercaderías.

Y entre los estranjeros vino un hombre mago, y corrió la tierra, y fundó la torre que aun hoy existe en la parte occidental de la Colina Roja, y la cisterna para proveerla de agua, valiéndose de la alquimia para pagar á los alarifes romanos que construyeron la cisterna y la torre; y en lo mas alto de la torre labró un aposento hecho con tal virtud, que á través de una abertura de su bóveda, se veian de dia claro las estrellas.

Desde entonces empezó á decaer el comercio de Elveira, y sus mugeres, antes puras y honestas, se entregaron á la licencia y al desenfreno, y los hombres faltaron á sus pactos y volvieron unos contra otros sus armas, y la miseria y el hambre les afligieron como un azote de Dios.

El mago causador con sus conjuros de tantos males era un réprobo vendido á Satanás y la tierra sobre la cual habia puesto sus plantas, habia sufrido un terrible castigo.

Y este hombre á quien Satanás habia dado su poder, quiso en su soberbia ser como Dios, y vivir con los tiempos y gozar de cuanto alumbra el sol en la tierra y en los aires, y pensó edificar un palacio mágico, cuya hermosura atrajese á todas las gentes, comparable solo al jardin de Hiram, y en el cual hubiese un pozo de aguas tan milagrosas como las del pozo Zemzem.

– Yo fundaré, dijo, un palacio maravilla de las maravillas, y le enriqueceré con todas las hermosas flores que Dios crió, y regaré estas flores con aguas olorosas; y arderán en el palacio dia y noche aceites aromáticos en lámparas de oro, y sobre sus pavimentos de pórfido pondré alfombras de resplandores, y envolveré sus muros y sus cúpulas en un blanco velo de suaves perfumes, y arrancaré para que le habiten, sus hadas al quinto cielo, y á él vendrán las mugeres mas hermosas del mundo, y sus mesas se cubrirán con los manjares mas esquisitos, y me alhagarán los mas hermosos sueños, y tal será el paraiso que yo haga para mí sobre esta tierra, que me mirarán con envidia los arcángeles del sétimo cielo.

Y el mago encendió sus hornillos, y sacó del jugo de yerbas estrañas filtros poderosos y escribió con ellos sobre pieles de serpiente signos cabalísticos formando terribles conjuros, y evocó á las hadas del quinto cielo, y cuando las vió ante sí, adoró su propio poder, sin alcanzar en su ciencia, ciego por su soberbia, que no hay poder que no venga de Dios, ni obra que no sea obra de su voluntad.

Cuando el mago vió en torno de sí á las hadas, repitió sus conjuros, y el palacio mágico se levantó sobre la Colina Roja, y las hadas fueron á esconderse en sus retretes, en sus jardines, en sus cúpulas y en sus estanques.

Entonces el mago fué á la cisterna que estaba á las puertas del palacio y la conjuró tambien.

Sus aguas se hicieron mágicas, é infiltraban en quien las bebia pensamientos impuros; les hacia olvidarse de su alma por los placeres de su cuerpo, y el mago llegó á ser un ídolo adorado por cuantos atraidos por la fama del palacio maravilloso, venian á la Colina Roja, y abrasados por la sed bebian el agua de la cisterna maldita.

Y así pasaron muchos años hasta la venida de Mohamet-ebn-Abd-Allah45 á difundir la luz de la verdad y el conocimiento de la ley alcoránica entre el pueblo de Ismael.

Moraba en aquel tiempo en las llanuras del Yemen un Ismaelita, hombre de gran ciencia y virtud.

Bajo su tienda de pelo de camello, encontraba hospitalidad el peregrino, pan el pobre, remedio á sus dolencias el enfermo; la bendicion de Dios era sobre su raza, y sus innumerables rebaños, jamás eran acometidos por las panteras, ni robados por los errantes árabes del Hedjaz.

Nadab, que este era el nombre del justo, no dejaba ningun dia de bendecir á Dios por sus beneficios, y nunca dejó de prosternarse y de adorar su omnipotencia, cuando el sol aparecia tras la alborada, ó cuando se dejaba ver el lucero de la tarde precediendo á la noche.

Y era muger de Nadab, Sarah, y de ella habia tenido una hija única que habia consagrado á Dios, llamándola Yémina46.

Y Yémina creció y con los años su hermosura llegó á ser maravillosa y á medida que su edad avanzaba era mas y mas lozana su juventud, mas tersa su frente, mas radiantes sus ojos, mas frescas sus megillas y mas húmedos y sonrosados sus lábios.

Nadab, que adoraba á su hija, y empezaba á olvidarse por ella de su adoracion á Dios, dejó de ser pastor nómada, vendió sus rebaños, abandonó las llanuras del Yemen y subió á las montañas del Hedjaz, sobre una de las cuales fabricó un bello palacio, adoptó la religion del Islam para poder ser rey de los pueblos comarcanos y lo fué, vertiendo su oro entre los xeques47 de las kabilas48 cercanas.

Hacia esto por Yémina; por ella se habia olvidado de Dios; por ella habia querido ser rey, y lo era para que Yémina fuese princesa.

Y corrió la fama de la hermosura de Yémina, y poderosos reyes de paises lejanos fueron al palacio de su padre á ofrecerla ricos presentes y á demandarla por esposa; pero ella no sentia el amor y rechazaba los presentes y se negaba á las pretensiones.

Y se tornaban los mensageros con los ricos regalos, y Yémina se mostraba cada dia mas jóven, mas hermosa y mas agena al amor.

Nadab llegó, al fin, por el amor de su hija á la idolatría, olvidándose de la ley de Dios, y lo que era peor, despreciándola; adoró á su hija, y levantó en su reino su estátua de oro, ante la cual hizo sacrificar víctimas segun el uso hebreo.

Y su impiedad trajo sobre él la justicia de Dios.

Ofendidos los reyes que habian sufrido la repulsa de Yémina, vinieron con poderosas huestes sobre el reino de aquel hombre, hecho rey por su soberbia y por sus tesoros, le acometieron, le vencieron y solo por permision de Allah, que le tenia reservado para otros fines, pudo salvarse con alguno de los suyos, pobre, disfrazado de pastor, llevando consigo á Yémina sobre un camello.

40Al-Q'ars-al-hhamar castillo del Rojo, por corrupcion Alhambra.
41Generalife.
42Península de España.
43Sierra de Iliberis.
44La torre de la Vela.
45Mahoma.
46Felicidad.
47Anciano, jefe de tribu.
48Tribu.