Tasuta

La alhambra; leyendas árabes

Tekst
iOSAndroidWindows Phone
Kuhu peaksime rakenduse lingi saatma?
Ärge sulgege akent, kuni olete sisestanud mobiilseadmesse saadetud koodi
Proovi uuestiLink saadetud

Autoriõiguse omaniku taotlusel ei saa seda raamatut failina alla laadida.

Sellegipoolest saate seda raamatut lugeda meie mobiilirakendusest (isegi ilma internetiühenduseta) ja LitResi veebielehel.

Märgi loetuks
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

XX

Entretanto, Leila se paseaba furiosa por el magnífico alcázar, viendo que Abraham se le huia.

Consultaba al génio esclavo del abanico de Fatimah la Santa, y el génio se le reia diciéndole que no podia nada contra Dios.

– Pero Abraham saldrá alguna vez de la mezquita, decia la enamorada maga.

– Cuando salga te prometo traértelo. Entretanto, y para que te diviertas, te voy á traer al califa que se ha asombrado al ver levantarse desde sus miradores este magnífico alcázar que yo he construido para tí.

– En efecto, el califa al ver aquellas altas torres, y aquellos magníficos jardines que el dia anterior no existian delante de su palacio afrentándole con su hermosura, llamó á los sábios y les dijo:

– ¿Qué alcázar es aquel resplandeciente que se levanta sobre un monte donde ayer era un llano cubierto de viñas?

Los sábios miraron y se restregaron los ojos, porque dudaban.

Y del mismo modo las gentes de Damasco se asomaban á los terrados de sus casas, maravilladas de aquello.

Y los sábios dijeron al califa:

– Artes mágicas debe haber en esto, porque ni los hombres pueden hacer una obra tan grande en tan poco tiempo, ni el mas sábio trabajando toda su vida podria idear una obra tan magnífica.

El califa envió á su wazir para que se informara de aquello.

El wazir volvió asombrado y enloquecido.

– No vayas, señor, le dijo, á ese alcázar, porque en él encontrarás una muger tal y tan hermosa que perderás tu alma.

Esto mismo incitó con mas fuerza al califa para ver aquella peregrina hermosura que, como una perla en su concha, se escondia en una obra tan magnífica.

Hízose preceder por sus esclavos, montó en un caballo blanco, y precedido de su córte se encaminó al alcázar misterioso.

XXI

– Hé aquí que el califa de Oriente se acerca, dijo el geniecillo a Leila-Fatimah. Mira si quieres ser sultana.

– Por Abraham maté á mi padre, y solo de Abraham seré, dijo la vírgen maldita.

– ¿Pero no recibirás al califa?

– Sí, le recibiré, y le enloqueceré, para que me sirva.

– Pues ya se acerca.

– Vete, pues.

Poco despues, un esclavo eunuco tocaba con una varita de oro á la puerta del retrete de la jóven.

Levantóse ésta del diván, abrió la puerta, y al verla tan resplandeciente y tan hermosa, el califa su prosternó.

– ¡Levántate, Walid, emir de los creyentes, dijo Leila; y no te prosternes ante tu esclava!

Y alzó al sultan.

Luego cerró la puerta y se quedó sola con él.

Walid, que aun era mancebo, desfallecia de amor.

Leila le hizo sentarse en el diván, y se sentó junto á él.

– Clara y dichosa ha sido el alba en que has aparecido junto á Damasco, cabeza de mi imperio, sultana de las huríes, dijo el califa. ¿Por qué has venido á alegrar esta tierra con tu hermosura?

– Venia á buscarte, señor.

– ¡A buscarme! ¿será acaso que Dios se ha propuesto premiarme por mi fé y por mis victorias contra los infieles, y me envia un pedazo de su paraiso, y con él un arcángel del sétimo cielo?

– Dios me envia á salvarte, señor.

– ¿A salvarme dándome tu amor?

Mi amor no puede ser de los hombres de la tierra.

Walid se prosternó.

– ¡Oh! poderoso génio, esclamó: ¿por qué te han visto mis ojos, si no ha de ser mia tu hermosura?

– No pienses en el amor, cuando Dios me envia á salvar tu imperio.

– ¿A salvar mi imperio?

– Si los hijos de Abbas despliegan en silencio la sangrienta bandera contra los hijos de Omeya: ¡ay de tí, y ay de los tuyos, si yo por mandado de Dios no te revelase la traicion que se acerca á ti en silencio!

– ¡Habla, poderoso génio! dijo Walid, aterrado por aquella oscura profecía.

– Ven acá, dijo Leila, llevándole á un mirador: ¿ves aquella mezquita en el valle junto á la vertiente de la montaña?

– Allí mora un santo.

– Allí mora la traicion.

– ¿La traicion dices?

– Sí, en aquella mezquita se oculta un sábio médico llamado Abraham, que viene á alentar á los partidarios de Abul-Abbas.

– ¿Y qué he de hacer, poderoso génio?

– Escucha; cuando medie la noche, rodearás tú mismo con tus gentes aquella mezquita.

– Lo haré.

– Sacarás fuera al morabitho y al hebreo Abraham.

– Lo haré.

– Despues te llevarás á esos dos traidores á la alcazaba, y los encerrarás en una mazmorra.

Sí, ¿y luego?

– Luego… mira… primero crucificarás al morabitho.

– ¿Y despues?

– Despues cortarás por ti mismo la cabeza, y á solas con él encerrado en su mazmorra, al hebreo Abraham.

– ¿Y habré salvado mi corona?

– Tu corona, tu familia y tus parciales.

– ¿Y despues no me amarás tú?

– Consiste eso en la voluntad de Dios.

– ¡Oh! yo serviré de tal modo á Dios, que Dios me recompensará dándome tu amor.

– Sí, yo te amo… dijo lánguidamente Leila.

– ¡Ah! ¡sol ardiente de mi alma! esclamó Walid.

– Pero no te daré mi amor hasta que hayas esterminado á los traidores y á los impíos.

– ¡Oh! pues los esterminaré.

Y el califa y Leila siguieron hablando familiarmente hasta la caida de la tarde.

Walid cada vez mas enamorado: Leila cada vez mas traidora con él.

Pero á pesar de su amor, Walid se sentia dominado, sujeto por un poder invencible.

Y era que protegia la pureza de Leila el cíngulo mágico que rodeaba su cintura.

El califa salió del alcázar de Leila al empezar la noche, afirmándola que haria pedazos á los traidores y que volveria al dia siguiente.

Cuando el califa salió, Leila-Fatimah se puso el abanico sobre el corazon, sobre los ojos y sobre la cabeza, y llamó al génio.

El génio acudió.

– El califa sacará á la media noche á Abraham de la casa de Dios, le dijo: prepárate á hacerle venir.

– ¿Y vendrá?

– Vendrá.

Ahora prepárame mi aposento nupcial, y aumenta mis galas y mi hermosura.

El geniecillo al escuchar aquel mandato, soltó una carcajada tal, y tan siniestra, que aterró á Leila.

– ¿Por qué te ries, dijo la maga?

– Me rio por la locura de tu amor, contestó el génio: pero ya he hecho tu cámara nupcial, y he aumentado tu hermosura y tus galas: ven á ver mi obra, y á mirar tu belleza.

Y ella fué á examinar aquel nuevo milagro del génio.

XXII

Llegaba la media noche.

El anciano morabitho de la mezquita del valle, consultaba tristemente las estrellas.

Junto á él estaba Abraham.

– El espíritu del mal te persigue, dijo el morabitho al hebreo.

– ¿Y cómo podré conjurarle? dijo este.

– La muerte se acerca: si la arrostras sin temblar serás salvado, pero si no caerás en poder de Satanás y te perderás.

– ¿Y no hablan mas claro las estrellas?

– Las estrellas hablan siempre misteriosamente; pues te avisan de un peligro y te dan el medio de conjurarlo; ese medio es morir con el valor de un mártir sin estremecerte ante la muerte.

– Voy á orar, dijo Abraham, para que Dios me dé su fortaleza.

– Oremos juntos, hermano, dijo el morabitho, porque la hora de la tribulacion se acerca para los dos.

– Y entraron en la mezquita y entrambos se prosternaron ante el mirab.

XXIII

Poco tiempo despues llamaron á la puerta.

– Hé ahí la muerte, dijo el morabitho.

– Abrid al califa magnífico y vencedor, dijo fuera una voz robusta.

– El momento ha llegado, dijo el morabitho á Abraham, valor y fé en Dios, y dentro de poco tiempo nos encontraremos juntos en el paraiso.

– Moriré como un mártir, dijo Abraham; vé, y abre al califa, hermano.

El morabitho abrió.

Walid se arrojó frenético dentro de la mezquita, y dijo á los esclavos que le seguian:

– ¡Apoderaos de esos dos traidores, y cargadlos de cadenas!

Abraham y el morabitho fueron conducidos á la alcazaba del califa, y arrojados en profundas mazmorras.

Abraham sin temor estuvo orando á Dios.

Sentia, sin embargo, en su alma un combate rudo que no era terror á la muerte.

Parecíale que una voz poderosa le llamaba, y que una fuerza irresistible tiraba de él.

Era que Leila, viéndole fuera de la casa de Dios, donde únicamente estaba protegido por sus encantos, compelia al génio á que le trajese á sí.

Pero Abraham, tenia fijo el pensamiento en Dios, no le habia asaltado el temor de la muerte, y Dios le amparaba.

Pero de repente se oyeron gemidos de agonía.

Gemidos horribles.

Y junto á los gemidos, gritos y risas de verdugos.

Era que crucificaban al morabitho.

Al oir aquellos lastimosos gemidos, Abraham dejó de orar.

Un terror vago empezó á apoderarse de él.

De repente se abrió la puerta de la mazmorra, y unos feroces esclavos entraron con un hornillo encendido y unos hierros de forma horrorosa.

Entonces Abraham temió á la muerte, y esclamó:

– ¿Acaso no se habrá engañado el morabitho? y llegó… yo no quiero morir…

Apenas habia pronunciado estas palabras, cuando se encontró en una magnífica y resplandeciente cámara nupcial delante de Leila, cuya hermosura era tal, como la de un arcángel.

Abraham creyó que le habian matado en la mazmorra, y que se encontraba en el paraiso delante de su hurí.

– Sí, sí, dijo Leila; has muerto y eres mio.

Pero quítame mi cingulo de pureza, porque de otro modo no podré ser tuya.

Y se abrió sus magníficas túnicas, dejando descubierto el cingulo que tenia sobre su cintura desnuda.

Abraham se arrodilló, y quitó el cingulo á Leila.

En aquel momento se oyó un estruendo pavoroso como el de un inmenso edificio que se desplomara: oyóse una carcajada horrible, y la voz de Satanás que dijo:

– Has perdido el talisman de la madre del profeta por tu impureza, y al derrocarse el alcázar de tus locos deseos, se ha sepultado con él el tesoro que habia reunido la avaricia de tu padre.

 

– Pero Abraham es tuyo.

– Suya eres tú.

– Y bien: su amor me basta, esclamó Leila-Fatimah.

XXIV

Encontróse de repente Abraham caminando entre montañas, llevando delante su asno, y sobre su asno una muger hermosísima y sencillamente vestida.

Abraham habia perdido completamente la memoria de lo que le habia acontecido.

Del mismo modo la habia perdido Leila-Fatimah.

Pero Abraham se abrasaba en los amores de ella, y ella en los amores de él.

Aquel amanecer llegaron á Damasco.

Abraham tomó una casita en los arrabales de la ciudad, y empezó á curar como médico.

Y como era muy sábio, adquirió una gran fama, y le llamaron los mas ricos, y le pagaron maravillosamente sus curas.

Antes del año de haberse unido Abraham y Leila-Fatimah, ésta dió á luz un niño.

Aquel niño se llamó Jamné.

Púsose enfermo el califa, y de tal modo y con una enfermedad tan estraña, que los médicos de la córte no atinaban con ella.

Al fin fué llamado Abraham.

Y Abraham, despues de muchos dias, restituyó su salud al califa.

Y el califa dió á Abraham, en premio de su curacion, un palacio con jardines dentro del mismo Damasco, y muchos miles de mitcales de oro.

Y entonces dijo Leila á Abraham:

– Oye, amado mio, el oficio de médico es trabajoso: ir de acá para allá, correr todo el dia; levantarte de noche de entre mis brazos para ir á curar dolencias… te tengo muy poco tiempo á mi lado, y yo te amo mucho, con toda mi alma, y quisiera estar siempre á tu lado.

– ¿Y qué hemos de hacer?

– Deja de curar á otro que al califa: pídele licencia para vender el palacio que te ha dado, y que es muy grande y demasiado magnífico para nosotros, y con el dinero de la venta del palacio, y el que te ha dado el califa, compremos joyas y ricas telas y perfumes, y pongamos una tienda: yo atraeré á los magnates, que comprarán sin escusar el precio por hablar conmigo, y además prestaremos con usura y nos pondremos muy ricos.

– Pero eso es ofender á Dios.

– Yo no tengo mas Dios que tú, y además, tenemos un hijo.

– Lo pensaré, dijo Abraham.

Abraham hasta entonces era inocente: no habia ofendido á Dios; creia haber encontrado en un camino sola y abandonada á una hermosa y casta doncella que habia huido de casa de unos parientes codiciosos que querian venderla, porque habia olvidado lo del encanto y aquel resplandeciente alcázar donde habia quitado su cíngulo de pureza á Leila-Fatimah, que al perder el talisman no habia perdido su ciencia y habia engañado á Abraham. Este se habia casado con ella y habia seguido siendo bueno y compasivo.

Cuando Leila le propuso que aumentara su dinero con la usura, Abraham, que amaba ciegamente á su esposa, vaciló; pero aun le quedaba temor de Dios, y consultó á los astrólogos.

Estos, uno tras otro, hasta siete, á quienes buscó, le dijeron una misma cosa.

– Esto es: sepárate de tu muger, que le perderá: porque es un espíritu maldito vendido al diablo.

Pero creia tan buena y tan inocente á su esposa Abraham, que creyó mas bien que los astrólogos eran unos ignorantes, que no que decian la verdad, y despreció sus avisos.

Desde aquel momento pecó Abraham desoyendo las revelaciones de Dios.

Y como amaba á Leila-Fatimah, sobre todas las cosas, cedió al fin á sus halagos; vendió con licencia del califa en una gran cantidad á un príncipe de Persia el palacio que el califa le habia regalado, y con este dinero, y el que antes tenia, compró púrpuras, y sedas, y brocados, y perfumes, y alhajas, y puso una hermosa tienda en el bazar de Damasco.

Al mismo tiempo se negó á curar á todo el mundo, menos al califa, lo que fué una falta de caridad, y se pasaba los dias enteros en el fondo de la tienda, sobre una tarima y una alfombrilla, mascando opio, jugando sobre sus rodillas con su pequeñuelo Jamné, y tocando la guitarra, mientras Leila escitaba con sus miradas á los hombres poderosos que pasaban por delante de su tienda, y que compraban muy caro el breve placer de hablar algun tiempo con la hermosísima mercadera.

A puestas del sol se cerraba la tienda, y los dos esposos comian espléndidamente, bebian contra la ley licores espirituosos, y luego se entregaban á un amor desenfrenado.

Su oro se habia aumentado y se aumentaba cada dia mas, por medio de la usura.

Desde muy pequeñito, Leila á hurtadillas de su padre, enseñaba á su hijo su ciencia maldita.

Los dos esposos estaban continuamente ofendiendo á Dios.

Pero se amaban de una manera tal, que eran felices.

Las artes mágicas de Leila-Fatimah aumentaban cada dia el amor de Abraham.

Y así pasaron seis años, durante los cuales, Leila no tuvo mas hijos.

Pero al empezar el sétimo se encontró en cinta.

Al cumplirse los siete años del nacimiento de Jamné, Leila dió á luz una niña.

Aquella niña se llamó Zelpha.

XXV

Pasaron otros siete años, durante los cuales se multiplicó la riqueza de los dos esposos.

Leila por medio de su ciencia hacia que siempre apareciese para ella jóven y buen mozo Abraham, y que ella pareciese á Abraham hermosísima; pero no sucedia lo mismo con los estraños.

Leila, en verdad, aparecia cada vez mas hermosa; pero Abraham, gastado por los placeres y por los licores, parecia ya un viejo decrépito, cuando en realidad era aun jóven.

Al ver las gentes tan solícita y tan enamorada á la hermosísima mercadera de su viejo marido, se maravillaban y decian:

– Ese hombre debe de haber dado á su muger hechizos para que le ame de tal modo.

Y las gentes no sabian que el hechizado era Abraham.

Porque Leila parecia la mejor muger del mundo, con sus grandes y dulces ojos de gacela y su alegre sonrisa.

Pasaron aun siete años.

Centuplicóse el caudal de los esposos.

Jamné era ya un hermoso mancebo y un terrible mago, y su hermana Zelpha una hermosa niña de siete años, que parecia haber nacido de una sonrisa de la aurora.

Al cumplirse los siete años de la vida de Zelpha, Jamné empezó á amarla con un amor incestuoso y maldito.

Zelpha estaba crecida de una manera maravillosa.

Parecia una muger.

Y Leila se complacia en el amor de Jamné hácia su hermana.

Esta no habia llegado aun á la edad del amor, y aunque su madre la enseñaba la mágia y la astrología, su corazon aun no habia hablado.

Se acercaba el dia en que se cumplia el tercer periodo de siete años, desde el dia en que habia nacido Jamné.

Las riquezas de los esposos habian llegado á una suma maravillosa.

La hermosura de Leila, en vez de amenguarse, habia crecido.

Abraham estaba decrépito para las gentes; pero cada dia mas fuerte y mas hermoso para Leila.

Jamné era un mancebo hermoso, sabio, valiente, y amaba cada dia mas á su hermana.

Zelpha era una doncella hermosísima; tan hermosa como su madre, y soñaba ya con su primer amor.

Pero aquel primer amor no era para su hermano.

Era para un hombre soñado.

Todos envidiaban á Abraham, que era tan rico y que tenia una muger tan hermosa y unos tan hermosos hijos.

¡No sabian á qué precio pagaba Abraham aquella felicidad!

XXVI

Una noche velaba sola é impaciente Leila en su retrete.

Estaba sola porque habian venido á llamar á Abraham para curar al califa, que se habia puesto enfermo, y de quien seguia siendo médico.

Estaba impaciente porque Abraham tardaba y no sabia vivir sin él.

De repente Leila oyó ruido cerca de la habitacion, y su alma se inundó de alegría, porque creyó que era Abraham.

Se levantó del divan y corrió á la puerta; pero al llegar á ella retrocedió aterrada y dió un grito.

Una figura horrorosa se habia presentado en ella.

Era Satanás.

– ¿Qué quieres? le dijo Leila. Yo no te he llamado.

– Vengo por tí, dijo el diablo; ha llegado la hora.

– ¿La hora de qué? dijo estremecida de espanto Leila.

– Han pasado tres veces siete años desde que nació tu hijo, respondió Satanás; pronto llegará la hora precisa, y tu cuerpo morirá.

– ¡Oh! ¡no! ¡no! yo creo que solo ha pasado un instante desde que bebí el amor en los brazos de Abraham.

– ¡Tres veces siete años! dijo el diablo: esa era la cuenta de tu vida, y eres mia.

– Pídeme lo que quieras y no me mates, esclamó juntando las manos Leila.

– Has tenido en tu mano la vida eterna, la felicidad eterna, y la has cambiado por una felicidad de muerte.

– ¡La vida! ¡la vida! esclamó Leila que empezaba á sentir un frio estraño.

– Solo Dios podia dártela, y los decretos de Dios son inmutables.

– Te daré lo que me pidas.

– No puedes darme nada: me diste tu alma y despues las almas de tus hijos: tus hijos que son malditos, como tú, me darán el alma de sus nietos.

– ¡La vida! ¡oh mi vida de amores! ¡un instante mas! que me vea yo a antes de morir entre los brazos de Abraham.

– El momento llega, ya han pasado tres veces siete años desde que nació Jamné, el maldito.

Y mientras Satanás decia estas palabras, Leila cayó sobre el diván, y se puso fria, muy fria.

Murió.

XXVII

En aquel mismo punto Abraham, á despecho de su ciencia, veia morir en el palacio al califa.

Salió de allí con el alma entristecida, y cuando entró en su casa, encontró á Leila muerta.

Sus hijos dormian.

Cuando los despertaron los gritos de desesperacion de su padre, miraron á su madre muerta con los ojos enjutos.

Abraham lloró desconsoladamente sobre el cadáver de Leila.

Luego la mandó embalsamar como á una sultana, y la sepultó bajo una ostentosa tumba.

Despues, no permitiéndole su dolor vivir en Damasco, redujo á un pequeño volúmen sus tesoros, empleándolos en piedras maravillosas, en perlas incomparables, y en algunas telas de púrpura, oro y piedras preciosas que solo podia comprar un rey poderoso.

Cargó su tesoro en un asno, puso sobre él á su hija Zelpha, y acompañándole su hijo Jamné, salió un dia de Damasco.

Por aquel tiempo el caudillo Ocba-ebn-Nafhe, habia conquistado el poniente de Africa.

Abraham, para poder vender sus costosísimas joyas, fué á buscar aquel ejército vencedor que se habia enriquecido con los despojos de la victoria.

Pero una vez en la parte occidental de Africa en Tánger, supo Abraham que mas allá, al otro lado del estrecho de Alzacab, estaba la tan poderosa tierra de las Hespérides; que eran señores de ellas unas gentes riquísimas; y que allí podria vender sus tesoros, y llorar tranquilamente bajo un cielo tan azul como el de la Siria, á su perdida Leila-Fatimah.

Abraham se embarcó con sus hijos y con el jumento que conducia su tesoro, y pasó el estrecho.

Al fin puso sus plantas en España.

Y una tarde, ya te acuerdas, hermano lagarto, al encontrarse Jamné en un bosque solitario, en este mismo bosque al lado de esta sima, vió llegada para él la ocasion mas propicia para deshacerse del viejo padre, y apoderarse de su tesoro y de su hermana.

Ya sabes lo que sucedió la tarde de horrores.

– Sí, sí, lo sé, amiga culebra.

– Pero lo que tu no sabes, es que en la misma hora en que fué arrojado á la sima por sus malditos hijos Abraham, se contaban justos tres veces siete años, desde que Abraham poseyó la maldita hermosura de Leila-Fatimah.

– ¿Y no sabes mas, hermana culebra?

– Sí, sé que el alma de Abraham, por no haber sido dócil al consejo de los siete astrólogos á quienes habia consultado, cuando Leila le propuso ofender á Dios, estará penando hasta que sobre esta sima se levante una torre fuerte de siete suelos, que será la puerta de un alcázar como no habrá otra sobre la tierra, y hasta que muera en este alcázar y venga á penar en la torre, una muger que haya sido parricida, adúltera é incestuosa.

– ¿Y quién te ha dicho eso, hermana culebra?

– El alma en pena de Abraham.

– ¿Y no sabes lo que fué de los hijos de Abraham?

– No se lo pregunté.

– Dios es vengador, y justo é inexorable, hermana culebra.

– Tienes razon, hermano lagarto. Dios es Dios y no hay otro Señor que él: él ha criado este sol que abrasa mas de lo que yo quisiera, y me voy á mis profundidades.

– Y yo á mi grieta.

La culebra y el lagarto desaparecieron, y yo me quedé horrorizada, amigo ruiseñor, y no pude descansar, añadió la golondrina: de modo que cuando me puse en camino por la tarde para Toledo, estaba tan rendida, que me he visto obligada á pararme aquí.

 

– Vente á mi nido, y en él descansarás: es blando y mullido, dijo amorosamente el ruiseñor.

– Dios castiga á los adúlteros, dijo con enojo la golondrina, y como ya he descansado, me voy de un vuelo á mi nido del alcázar de Toledo.

Y la golondrina voló, y el ruiseñor se quedó gorgeando:

– ¡Solo! ¡solo! ¡solo!