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La alhambra; leyendas árabes

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XVI
UNO PARA CADA CAUTIVO

Maravilláronse los sabios y aturdiéronse los ignorantes con la estraña resolucion del rey Nazar.

¿Para qué queria aquellos treinta mil esclavos?

¿Qué treinta mil almenas eran aquellas de que habia hablado?

No se murmuraba de otra cosa en la córte.

Pero creció la maravilla cuando el rey llamó á ciertos oficiales que se ocupaban en labrar piedras, y encerrado con ellos en su castillo, les dijo:

– Yo tengo en la sierra canteras de preciosos mármoles: mio es el blanco y brillante, que al marfil semeja: mia la serpentina verde como la esmeralda: mio el granito rojo, verde y azul, y el manchado, que imita á la piel del tigre: ¿cuánto me dareis si os dejo sacar mármoles por dos años de esas canteras?

– Te daremos diez mil doblas marroquíes, señor, dijo el principal de aquellos menestrales.

Movió el rey la cabeza.

– Te daremos veinte mil doblas marroquíes.

Repitió el rey su movimiento negativo.

– Te daremos treinta mil doblas marroquíes.

– Dadme treinta mil morteros de granito negro, dijo el rey, uno para cada cautivo.

– ¡Ah! señor, ¿y con qué compraremos el granito?

– Tomadle de mis canteras.

– ¿Y cómo traeremos tanto mortero?

– Dejadlos al pie de las canteras.

– ¿Y en cuánto tiempo, señor, hemos de arrancar el granito y labrarlo?

– En quince soles.

– ¡Ah, poderoso señor! ¡tú quieres que hagamos maravillas!

– Vuestro es el mármol de todo género que podais arrancar durante dos años de mis canteras: pero habeis de entregarme dentro de quince soles treinta mil morteros de granito negro con su maza, uno para cada esclavo.

Consultaron algun tiempo entre sí los menestrales.

– ¿Y si dentro de los quince soles nos faltase algun número de morteros, señor?

– Entonces perdereis los que hallais fabricado y no os daré nada.

Volvieron á consultar entre sí los mecánicos.

– Dentro de quince soles, señor, dijeron, tendrás al pie de las canteras de la sierra, treinta mil morteros con su maza.

– Sí, sí, dijo el rey: eso es, treinta mil: uno para cada cautivo.

Los menestrales salieron maravillados:

– ¿Para qué querrá el rey, se decian, treinta mil morteros?

XVII
¡EL REY NAZAR SE HA VUELTO LOCO!

Uno de los que mas se maravillaban y mas recelosos andaban con la determinacion del rey Nazar, era el mismo que le habia metido en la tentacion de construir el Palacio-de-Rubíes.

Yshac-el-Rumi.

Aquel estraño viejo daba en vano vueltas á su imaginacion para adivinar los proyectos del rey.

El destino que queria dar á aquellos treinta mil esclavos y el objeto á que destinaba aquellos treinta mil morteros, eran dos acertijos.

Sin embargo, aquellos dos acertijos, como veremos mas adelante, eran de muy facil resolucion.

A pesar de la facilidad de esta resolucion, Yshac-el-Rumi no daba con ella.

Lo que demostraba que tenia mas de charlatan que de astrólogo.

Sin embargo, Yshac-el-Rumi, como veremos mas adelante no era un hombre malo.

Se habia propuesto motivar un gran acto de justicia, y para ello se habia valido como medio de lo maravilloso, porque sabia demasiado lo dados que eran á la supersticion los musulmanes.

Y cuando decimos los musulmanes, como separando de ellos á Yshac-el-Rumi, parece que decimos que Yshac no era musulman.

En efecto, no lo era originariamente: su mismo sobrenombre de Rumi lo decia33.

Si ahora os contáramos la historia de Yshac-el-Rumi, perderia gran parte de su interés nuestro relato.

Básteos saber que Yshac-el-Rumi no era astrólogo mas que en la charla, que el cuento del rey Aben-Habuz habia sido una invencion suya para maravillar al rey, que el encantado alcázar de Rubíes era una mentira, y que los hermosos planos, dibujos y vistas que habia mostrado al rey y que tanto le habian encantado, los habia comprado á un alarife africano que habia muerto en la miseria, sin lograr que ningun emir de oriente quisiese gastar sus tesoros en la construccion de aquel magnífico alcázar con el cual habia soñado veinte años de su vida, invertidos en la composicion, distribucion, trazas y adornos que estaban demostrados en los pergaminos.

El alarife moribundo, vendió á Yshac-el-Rumi aquellos planos, dibujos y trazas mediante á una estraña condicion, fundada en una historia de amores y desgracias, y por algunos dirahmes de plata con los cuales debia ser comprada una sepultura de piedra.

El alarife habia entregado todos los sueños de su vida á Yshac-el-Rumi, á trueque de una estrecha vivienda donde dormir por toda una eternidad.

Además, el alarife habia entregado á Yshac-el-Rumi una muger y una niña.

La muger era hermosísima, la niña daba señales de serlo.

Fiel Yshac á su juramento, habia embalsamado y puesto en su lecho de piedra al africano: se habia consagrado á aquella niña y á aquella muger, y estaba á punto de realizar los sueños del difunto.

El rey Nazar conocia á la niña.

El príncipe Mohammet la amaba.

Porque aquella niña era Bekralbayda.

El alcázar maravilloso iba á construirse.

Pero no podia Yshac-el-Rumi sacar en claro para qué queria el rey Nazar aquellos treinta mil cautivos y aquellos treinta mil morteros.

Y no era solo Yshac-el-Rumi el que andaba pensativo y confuso por aquel misterio: llegó á interesarse en él todo el reino.

Porque autorizados los walíes, capitanes y arrayaces vasallos del rey Nazar para entrar en algara por las tierras cristianas y las riberas de Africa, empezaron á tomar gente á sueldo, y no se veian por do quier mas que escuadrones armados y banderas tendidas, atravesando la Vega y los desfiladeros de las montañas: y por otra parte los alarifes y labradores de mármol, buscaban cuantos oficiales podian, y pagándolos á precio de oro, se los llevaban á las canteras del rey, donde trabajaban de dia y de noche.

Entre tanto el rey Nazar hacia frecuentes escursiones con Yshac-el-Rumi, y llevando consigo los maravillosos pergaminos, á la Colina Roja.

– Pero aquí no cabe este alcázar, decia á su falso astrólogo: será necesario subir con los muros por la ladera del cerro, y correr por su cumbre, y bajar despues á la Colina de Al-Bahul, cerrando las dos alas del alcázar como con un herrete, con una muralla que cierre el barrio de los Gomeles. ¡Oh! ¡quién tuviera vida para ver terminada esta maravilla!

Yshac se maravillaba de que el rey Nazar pidiese á Dios vida y no tesoros para construir aquel alcázar.

– Muy rico debe ser el rey, decia para sus adentros.

– Cien torres y treinta mil almenas en ellas y en los muros, decia el rey Nazar contemplando los planos: un cautivo para cada almena, un mortero para cada cautivo: treinta mil dirahmes de oro cada un dia; ¡sí, sí, por Allah! hay lo bastante para construir una nueva Damasco. ¡Treinta mil cautivos! ¡uno para cada almena! ¡treinta mil morteros! ¡uno para cada cautivo! ¡treinta mil dirahmes de oro cada un dia!

Yshac-el-Rumi se contristó, porque creyó que el rey habia perdido el juicio, y esto echaba á tierra todos sus proyectos.

Y no era solamente Yshac el que pensaba de esta manera.

Los habitantes de Granada decian tambien, pero en voz baja por temor de ser castigados:

– ¡El rey Nazar se ha vuelto loco!

XVIII
¡EL REY NAZAR ES UN SABIO!

Pasaron los ocho dias que el rey habia concedido á los caballeros del reino para un solo dia de algarada alrededor de las fronteras y al frente de la costa.

El mismo dia en que se cumplia el plazo, amanecieron delante de las puertas de Granada los cuatro mil caballeros, con sus banderas y sus taifas en número de cincuenta mil hombres34.

En el centro del aduar ó campamento formado por cada una de estas taifas, se veian las presas hechas en las fronteras cristianas y en la ribera de Africa, consistiendo la mayor parte de estas presas en cautivos.

 

Notábase que todos estos cautivos eran hombres y hombres robustos; si los caballeros habian hecho cautivas, se habian abstenido sin duda de llevarlas á Granada, enviándolas con algun ligero resguardo á sus posesiones.

El rey Nazar que esperaba, no sin fundamento, que sus caballeros cumplirian fielmente su promesa, estaba preparado, y cuando le avisaron de la presencia de aquellas gentes de la Vega, salió de su castillo rodeado de su córte y seguido por los mismos esclavos de su guardia.

Cuando el rey salió á la Vega por la puerta de Elvira, las dulzainas, las trompetas, los tambores, los atabales y las atakeviras de sus caballeros, tocaron la zambra, á la que contestaron los músicos del rey.

Al pasar por medio de los cerrados escuadrones, los soldados gritaban:

– Al-Hhamar le galib35.

A lo que el rey Nazar contestaba, sonriéndose benévolamente, á walíes y soldados.

– ¡We! ¡le galib ille Allah!36

El rey llegó al fin acompañado por los xeques37 de las tribus, y de los principales walíes, á una magnífica tienda alrededor de la cual habia amontonado un botin inmenso.

– Hé ahí poderoso y magnífico señor, dijo el mas anciano de los xeques, señalándole los despojos amontonados, la quinta parte de nuestra presa que te corresponde como emir y sultan de los creyentes.

Y empezó á poner de manifiesto la presa.

Consistia esta en dinero, en oro y plata, en cálices, copones, viriles, cruces, ornamentos y otros objetos sagrados robados á las iglesias, y por último, en una multitud de armas y de alhajas de uso particular.

– Buena grangería habeis hecho, dijo el rey.

– Nos ha costado en cambio mucha sangre, señor.

– Si los cristianos se dejasen entrar á saco sin resistencia, las algaras serian el mejor entretenimiento del mundo: todo tiene su precio: la presa de las algaras se paga.

– Allá quedan sobre la sangrienta frontera centenares de muslimes y millares de infieles.

– Pero no es esto lo que os he pedido.

– Espera, espera, señor; dentro de la tienda está la presa que han hecho los que han pasado á Africa.

Entró en la tienda el rey Nazar.

Estaba enteramente cubierta de telas de brocado: la mirra, el aloe y el incienso, formaban grandes montones; brillaban, dentro de cajas, diamantes y perlas y otras piedras preciosas. Veíanse en gran número pieles de leon y de tigre, y en el centro una gran caja llena de doblas marroquíes.

– Pero yo no os he pedido oro, ni perfumes, ni alhajas, ni preciosidades, dijo el rey Nazar: y ¡ay de vosotros, si solo esto habeis traido!

– Es, dijo el xeque, que entre africanos y españoles, te traemos justos y cabales los treinta mil esclavos.

– ¡Los treinta mil esclavos! esclamó el rey.

– Sí, poderoso señor.

– ¿Y todos fuertes y robustos?

– Sí, magnífico señor, porque hemos matado á los viejos, á los niños y á los enfermos.

– ¡Treinta mil cautivos! esclamó el rey: ¡un dirahme de oro cada un dia por cada cautivo!

– ¡Treinta mil dirahmes de oro cada un dia! murmuraron por lo bajo los circunstantes. ¿Y de dónde vá á sacar ese tesoro el rey Nazar?

– El rey Nazar está loco.

– ¿Y dónde teneis esos treinta mil cautivos? dijo con ansia el rey Nazar.

– Al punto van á pasar por delante de tí, magnífico sultan.

Y saliendo algunos walíes, se oyó poco despues la música tañendo la zambra.

El rey Nazar, en la puerta de la tienda, á caballo, rodeado de su córte, á ambos lados los xeques y los walíes espedicionarios, empezaron á pasar por delante de él entre ginetes moros escuadronados, los cautivos.

Iban delante los africanos atezados y fieros en medio de su vencimiento: todos jóvenes, todos robustos, todos bravíos: su número llegaria á diez mil: venian despues los cautivos españoles, avergonzados por su derrota, pero al mismo tiempo altivos: conocíase que pertenecian á todas las clases y condiciones, desde el orgulloso noble hasta el humilde pechero: todos fuertes, todos robustos, todos jóvenes; pero impresas en las frentes de todos la desesperacion de la desgracia.

El rey Nazar contempló los esclavos trasportado de alegría.

En aquellos tiempos estos azares de la fortuna eran tan comunes, que la desolacion de un esclavo no conmovia á nadie.

Aquella época endurecia el corazon.

Por lo tanto nada tenia de repugnante la alegría del rey Nazar.

Cuando hubieron acabado de pasar los cautivos, el rey Nazar se volvió á los xeques y á los walíes, y les dijo:

– Guardaos vuestra presa por completo: yo no os he pedido oro sino cautivos; me los habeis traido y estoy satisfecho.

Y haciendo que se encargasen de la guarda de los cautivos los walíes de los seis mil de su guardia negra, se fué con su presa la Vega adelante.

– ¡No quiere oro! esclamaban maravillados los espedicionarios: ¡y le hemos ofrecido una riqueza inmensa! no hay duda: ¡el rey Nazar está loco!

Entre tanto el rey, llevando consigo su córte y sus treinta mil cautivos, custodiados por sus seis mil esclavos negros, rodeó por fuera de los muros, llegó al lecho del rio Darro, y siguió por su corriente arriba.

Siguiéronle la córte, los esclavos y los cautivos.

El rey atravesó la ciudad, se metió por las angosturas del rio, y siguió adelante.

– ¿A dónde irá el rey? se preguntaban los señores de su córte.

Pero el rey seguia caminando en silencio y aguijando su caballo, siempre contra la corriente del rio.

El rey avanzaba, el sol habia llegado á su mayor altura, y el rey seguia aguijando á su caballo.

Habian quedado atrás los frondosos cármenes y las alegres alquerías, y empezaron á marchar por las anchas ramblas de la montaña, cerca del nacimiento del rio.

Al fin el rey dejó el lecho del rio, y trepó por el repecho de una colina deprimida y estrechísima.

En la cumbre de ella se detuvo.

– ¡Mi buen alarife Kathan-ebn-Kaleb! dijo el rey Nazar dirigiéndose á un anciano que iba entre su córte.

– ¿Qué me mandas, poderoso señor?

– ¿Ves aquellos pinares que sombrean la sierra?

– Los veo, señor.

– ¿Ves esas piedras que se amontonan sobre el lecho del rio?

– Sí señor.

– Pues bien, derroca esos pinos, levanta esas piedras, y haz aquí el aduar de los cautivos.

Despues revolviendo su caballo, gritó:

– ¡Ah del alcaide de mi guardia negra!

Adelantó un africano atlético.

– Te dejo seis mil soldados: guarda con ellos mis cautivos, y ten presente, que si te falta uno solo de los treinta mil que te entrego, te corto la cabeza: ahora mis buenos amigos á Granada.

Y solo con su córte se volvió al Albaicin.

– No hay duda, decian los wazires y los sabios en vista de todo aquello: el buen rey Nazar se ha vuelto loco.

Se levantó una ciudad rústica en la colina que habia señalado el rey por aduar de sus cautivos.

Los pinos habian sido derrocados de la montaña, y las piedras alzadas del lecho del rio.

La poblacion habia sido dividida en cuarteles.

Al frente de cada cuartel habia un alcaide encargado de vigilar á los cautivos y de cuidar que trabajasen.

En solo cuatro dias el aduar habia sido levantado.

Los cautivos ya no tenian nada que hacer, y sus guardianes se preguntaban:

– ¿Querrá el rey levantar en estas solitarias breñas una ciudad?

Y volvian á recaer en la opinion de que el rey se habia vuelto loco.

Se acercaba el dia que el rey Nazar habia fijado á los mecánicos para que tuviesen concluidos los treinta mil morteros de granito negro con su maza.

Dos dias antes, el rey Nazar convocó su córte, salió con ella de su palacio del Gallo de viento, y tomó el camino de la sierra.

Al llegar á Dar-al-Huet38, encontraron los que le acompañaban escuadronados sobre una loma los treinta mil cautivos custodiados por seis mil esclavos negros de la guardia del rey Nazar.

A una señal del rey la guardia y los cautivos siguieron tras de la córte, y caminaron hasta que llegaron á unos altísimos barrancos, sobre los cuales brillaba el sol en cortados mármoles de mil colores distintos: aquellas eran las ricas canteras de la sierra, las canteras del rey Nazar: una maravilla de la mano de Dios.

Aquellos lugares, famosos hoy por sus mármoles, se llaman el barranco de San Juan.

Muchos de los que iban con el rey no habian visto aquel prodigio, y les maravilló su hermosura. Pero lo que mas les maravilló, fué ver en el fondo del barranco una interminable sucesion de filas de morteros de granito negro con su maza.

Los canteros, los menestrales, orgullosos con su gigantesca obra, salian á recibir al rey Nazar tocando sus dulzainas y atabalejos, como celebrando una gran fiesta.

– ¿Están los treinta mil? preguntó con anhelo el rey.

– Sí señor, contestó el que hacia de cabeza de los mecánicos: sin faltar ni sobrar uno.

El rey mandó que cada cautivo tomase sobre sus hombros un mortero, y se notó que solo quedaba un mortero, cuando llegó el último cautivo.

Cuando al dia siguiente entró el rey en Granada con aquella estraña procesion, todos se confirmaron en que habia perdido el juicio.

– ¿A no ser, decian algunos, que quiera moler á todos sus vasallos?

Pero cuando los curiosos vieron algunos dias despues que á lo largo del rio Darro, desde Granada hasta su nacimiento, se estendian los treinta mil cautivos machacando arenas sacadas del rio hasta reducirlas á polvo; cuando vieron que lavadas aquellas arenas dejaban en el fondo de los morteros partículas de oro; cuando supieron que el oro obtenido por este medio por cada esclavo, ascendia al valor de mas de una dobla, entonces el desprecio se trocó en admiracion, y todos, chicos y grandes, esclamaron:

– ¡El rey Nazar es un sabio!

XIX
EL SURCO DEL REY NAZAR

Y tenian razon.

El rey Nazar habia podido muy bien, para proporcionarse tesoros, oprimir á sus vasallos con impuestos; pero el rey Nazar sabia muy bien que los pueblos oprimidos suelen acabar por hacer pedazos á la mano que los oprime.

El rey Nazar sabia esto porque habia estudiado la historia de los tiempos y conocido las catástrofes causadas por los tiranos.

Además de esto, el rey Nazar queria ser amado por sus súbditos, y un rey para ser amado, necesita ser el padre de su pueblo, no su verdugo.

Habia preferido, pues, arrancar sus tesoros á la tierra de promision de que era rey.

Leyendo en una ocasion un antiguo libro romano, habia encontrado la manera de sacar el oro y la plata de las arenas de los rios.

El Darro era abundantísimo de oro, y el rey recurrió á él.

Hubiera podido tambien, estremando la tiranía, haber obligado á sus vasallos á aquel áspero trabajo de machacar arena durísima.

El rey prefirió que aquel rudísimo trabajo cayese sobre cautivos tomados en la tierra de sus enemigos.

Así es, que ningun sacrificio costaban los tesoros del rey Nazar á los naturales del reino de Granada.

Era, pues, un rey bueno y sabio.

Es verdad que las correrías de sus caballeros sobre las fronteras de los reyes con quien tenia ajustadas paces, produjeron algunas enérgicas embajadas; pero el rey Nazar contestó que no estaba en su mano el evitar aquellos sucesos, que en otras ocasiones los cristianos fronterizos hacian lo mismo con los moros, y despues de muchas idas y venidas no se volvió á hablar mas del asunto; los tratados de paz continuaron en su fuerza y vigor, y los cautivos machacando arena en las márgenes del Darro.

 

El rey Nazar era un gran rey.

Pero se preguntaban los que diariamente iban á ver trabajar á los cautivos:

– ¿En qué empleará el rey Nazar tanto oro?

Porque todos sabian que el rey no era avaro, ni queria sus riquezas mas que para invertirlas de una manera útil y beneficiosa á su reino.

Habian pasado dos meses desde el dia en que los cautivos habian empezado á estraer oro de las arenas.

Los canteros, que por la labranza de los treinta mil morteros, habian obtenido el derecho esclusivo durante dos años á los mármoles de las canteras de la sierra, habian recibido del rey la órden de cortar grandes trozos á propósito para columnas, pavimentos y otras piezas de fábrica.

Aquel mármol habia sido pagado á gran precio por el oro del Darro acuñado en la Casa de la moneda.

– ¿Qué obra irá á hacer el rey Al-Hhamar? se preguntaban los curiosos.

Al-Hhamar entre tanto hacia frecuentes escursiones con Yshac-el-Rumi á la Colina Roja.

La recorria en toda su estension, subia el repecho del monte, se estendia hasta el Cerro del Sol, bajaba hasta la Colina de Al-Bahul, y observaba todos los diferentes puntos de vista que se ofrecian desde estas alturas.

Al fin, un dia, se vió salir de la casa del Gallo de viento á Al-Hhamar seguido de su córte. Pero lo que mas se estrañó fué que entre la córte iban dos hermosos bueyes ayuntados, cubiertos de paramentos de seda y oro, y de penachos y campanillas de plata, y arrastrando un arado.

Cuando llegaron á la Colina Roja, el rey descabalgó y descabalgaron todos; el walí que guiaba la yunta la llevó por órden del rey á la parte estrema occidental de la colina; entonces el rey volvió sobre la tierra la corva punta del arado, y apoyándose fuertemente en la mancera, dijo clavando el hierro en la colina:

– ¡Aquí será mi alcazaba!

Y los bueyes siguieron adelante guiados por el walí; y el rey tras ellos afirmado en la mancera y abriendo un profundo surco.

Asomaba el sol por cima de la Sierra Nevada, cuando la yunta empezó á andar en direccion de occidente á oriente.

El walí seguia guiando la yunta.

El rey se apoyaba en la mancera, y levantaba pedazos de tierra, acaso jamás tocada por el arado.

Detrás seguia la córte admirada.

Al llegar á la parte media de la Colina Roja, frente por frente del alto y distante monte de Aynadamar, el rey se detuvo y esclamó:

– ¡Aquí se levantará mi trono de justicia!

Y luego siguió adelante.

– El rey Nazar vá á construir un alcázar, dijeron entre sí los cortesanos. ¿Pero por qué no lo construye allá arriba en lo alto del cerro?

La yunta siguió, y al llegar á un barranco torció á diestra mano, siguió la configuracion de la Colina hácia oriente, siguió torciendo á diestra mano, y al llegar á la parte media oriental de la Colina, se detuvo y dijo:

– ¡Aquí abriré la puerta de mi alcázar sobre una torre de siete bóvedas!

Y siguió adelante.

Y los cortesanos repitieron:

– ¿Por qué el rey no construye su fortaleza en lo mas alto?

Siguió la yunta marchando hácia la parte media occidental de la Colina al mismo punto donde el rey habia empezado el surco, pero antes de llegar á aquel punto se detuvo otra vez y dijo:

– ¡Aquí se alzará la torre de la puerta por donde entrarán los que hayan menester justicia! ¡Torre y puerta del juicio se llamarán!

Y continuó.

– Pequeño alcázar construye el rey, murmuraron los cortesanos: ya han pasado los tiempos en que un Abd-el-Rahman construia la ciudad de Azarah.

Pero cuando el rey hubo llegado al punto de donde aquel surco habia partido, mandó que volviesen la yunta hácia el estremo occidental, del frontero cerro de Al-Bahul.

Habia que descender por un áspero repecho, bajar hasta la puerta donde empezaba el barrio de los Gomeles, y subir otro repecho para llegar á la Colina de Al-Bahul.

El walí, la yunta y el rey descendieron; cuando el rey llegó á la puerta de los Gomeles, se detuvo otra vez:

– ¡Esta será la puerta de mis alcázares y castillos: aquí el siervo sacudirá su calzado para entrar en la morada real de su señor!

Y trepó por el opuesto repecho.

Y señaló con un surco á la redonda el cerro de Al-Bahul, y luego por la parte de oriente del cerro, abrió de nuevo el surco, trepó al cerro del Sol, siguió en un estensísimo círculo, rodeó su cumbre, abrió otro surco en el pequeño valle que separa al cerro del Sol del cerro que domina la Colina Roja, y al llegar á su estremo esclamó:

– ¡Esta será la Silla del rey moro, su fortaleza y su atalaya, desde donde se verán sus jardines, su harem, el campo de escaramuza de sus ginetes, sus bosques y su alcázar; cascadas de aguas cristalinas se derrumbarán por las laderas, cubriendo de flores y de verdor esta tierra bravía y árida; cien torres con sus muros y treinta mil almenas, serán la coraza de esta maravilla, y sobre las ruinas del templo de los ídolos, se alzará la aljama dedicada al Dios Altísimo y único!

Los cortesanos no se atrevian á creer las palabras del rey, porque solo veian dentro del estendido surco que el rey Nazar habia abierto, una tierra rogiza, árida y pedregosa.

El rey descendió por la ladera de la Silla del moro hasta la Colina Roja, y cuando llegó á ella el sol trasponia en el occidente.

Al amanecer del dia siguiente un número incalculable de trabajadores, dirigidos por alarifes, á los cuales mandaba el alarife del rey, que obedecia á Yshac-el-Rumi, abrian profundos cimientos de torres y muros sobre el cerro, y una numerosa multitud de curiosos seguian maravillados aquella línea, que comprendia dentro de sí cuatro montes.

Granada estaba orgullosa con su rey.

Y eso que hasta entonces solo habia visto el surco del rey Nazar.

33Rumi, romano; así llamaban los árabes y los moros de España á los solariegos y á sus descendientes; esto es, á los españoles indígenas descendientes de los godos.
34No debe estrañarse que los capitanes y hombres de guerra del reino de Granada reuniesen bajo sus banderas particulares, tal número de ginetes: debe tenerse en cuenta que al reino de Granada se habian refugiado los restos dispersos por la conquista de los otros reinos moros, y consta por testimonios auténticos que solo la ciudad de Granada, una de las mayores entonces del mundo, tenia una poblacion de dos millones de almas, y arrojaba por sus puertas un dia de combate, ochenta mil caballos y un número incalculable de infantes: no hay que deducir su poblacion de entonces por la antigua demarcacion de sus muros, porque segun sus costumbres, en una habitacion muy reducida moraban y dormian diez, doce y aun veinte hombres, toda una familia: habia que contar además en la jurisdiccion particular de la ciudad, las aldeas y alquerías de la Vega, que eran entonces innumerables. Mas adelante veremos que por efecto de las guerras civiles y por las emigraciones á Africa, la poblacion de Granada habia decaido ya de una manera considerable en los tiempos de la conquista por los reyes católicos.
35Al-Hhamar el vencedor.
36¡Bah! ¡solo Dios es vencedor! este es el mote de las armas de los reyes moros de Granada adoptado por Al-Hhamar. Este mote está escrito en carácter nedji africano, en una banda diagonal de oro saliendo de la boca de dos dragantes, sobre un escudo campo verde.
37Llaman xeque, al mas anciano, al mas autorizado de una tribu, que tiene gobierno sobre ella y derecho de vida y muerte.
38Casa del rio; hoy casa Gallinas.