Rugby mental

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El test del periodista deportivo

Una técnica sencilla que solemos utilizar los psicólogos deportivos es el “test del periodista deportivo” (ver Marcelo Roffé, Evaluación psicodeportológica), cuyo objetivo es trabajar en el desarrollo de la autocrítica. Dicho test consiste en colocarse imaginariamente en el rol de un periodista deportivo para intentar realizar un análisis más objetivo describiendo cómo fue nuestro desempeño en el último partido, destacando las cuestiones favorables y desfavorables.

Con la consigna “Imaginá que sos un periodista deportivo y escribí un comentario sobre tu actuación y la de tu equipo en el último partido”, podemos ayudar fácilmente a trabajar este aspecto fundamental, ya que, si desconocemos qué es lo que tenemos por mejorar, difícilmente podamos hacerlo.

Este trabajo, junto con la filmación de su última actuación, suele ayudarlos mucho, ya que no es lo mismo que su entrenador les diga qué tienen por mejorar, que si ellos consiguen verlo, analizarlo y elaborarlo.

Recuerdo haber implementado este ejercicio con el equipo de Pumas Seven en 2013, en etapas previas a la participación del Mundial de Rusia, con resultados muy positivos. Cada jugador aplicaba este trabajo a cada uno de los partidos jugados, aprovechando la mayor frecuencia que tienen en este reducido y, por lo tanto, pudiendo, a su vez, hacer una comparativa de las diferentes performances y encontrar más fácilmente denominadores comunes de aspectos de sus actuaciones individuales, de sus pares y del equipo en cuanto tal.

(Aprovecho para agradecerle al entrenador Andrés “Pájaro” Romagnoli –y a todos los muchachos del plantel–, por la gran predisposición y entusiasmo con los que tomaron y trabajaron todos los trabajos que compartimos).

La supuesta falta de tiempo

La experiencia me indica que muchos son los entrenadores que presentan cierta dificultad para comunicarse en forma interactiva, por la lógica resistencia que implica el cambio de hábito. Hábito incorporado que es el resultado de lo que recibimos cuando fuimos jugadores y que repetimos inevitablemente con nuestros dirigidos.

Si consideramos el perfil psicodeportológico generacional general del jugador expuesto en el “síndrome de Popeye”, tomaremos real conciencia de las grandes falencias que tiene la forma de comunicación directiva para pretender llegar a los corazones y las mentes de nuestros actuales jugadores. Se trata de generar deseo y convencer, y no de pretender imponer.

Al respecto, quisiera intentar derribar el prejuicio (que en ocasiones resulta en excusa) de algunos entrenadores que, ante estas propuestas de cambio de estilo comunicacional, se escudan (sin mediar intención alguna) en una supuesta falta de tiempo, con una simple anécdota de la que fui partícipe observando un entrenamiento de tantos de los que acostumbro observar.

El entrenador protagonista del caso frenó cuatro veces el entrenamiento (de una hora de duración) para juntar a sus jugadores en ronda, explicándoles en todas las ocasiones, en forma directiva, lo que pretendía de ellos, exigiéndoles concentración y compromiso, entre otros tantos pedidos varios. Cada una de las cuatro ocasiones tuvo una duración aproximada de cinco minutos, lo que equivale a utilizar veinte minutos del entrenamiento para pretender explicar algunas cuestiones que evidentemente nunca fueron comprendidas (tampoco preguntó si las comprendían, en ningún momento).

A posteriori, y ante su consulta relacionada con lo que yo opinaba sobre esto, porque los veía desconcentrados y desmotivados, le propuse que, en el inicio del próximo entrenamiento, fijara metas utilizando la comunicación interactiva, para poder preguntarles, al finalizar, sobre lo entrenado, y le brindé algunas pautas de comunicación en las que pudiese respaldarse.

El resultado fue que, en la siguiente práctica, utilizó finalmente solo 10 minutos (la mitad del tiempo) y logró un entrenamiento mucho más dinámico (sin que haya aparecido la falta de concentración y compromiso a las que había hecho alusión). Utilizó 10 minutos (que con el correr de la internalización del hábito fueron, en las prácticas subsiguientes, tan solo cinco) que le sirvieron para optimizar el rendimiento deportivo de los entrenamientos.

Es evidente que se trata de calidad y no de cantidad. Se trata de que los jugadores comprendan y elaboren, y no de una insistente petición o exigencia… ¿Faltaba realmente tiempo para comunicarse mejor?

Es imposible no comunicar

El primer axioma de la comunicación descripto por Paul Watzlawick (uno de los principales autores de la teoría de la comunicación humana) destaca el indiscutible hecho de que “es imposible no comunicar”, ya que “la ausencia de comunicación en sí misma nos está comunicando algo” (tal vez indiferencia, ausencia de realidad exterior, ensimismamiento, etc.). Por lo tanto, cada acción del ser humano implica en sí misma una comunicación.

Básico y de fundamental importancia es intentar tener muy presente este axioma, para jugar con él a modo de estrategia comunicativa, ya que, a partir de ello, podremos profundizar en el sistema de premios y castigos, y en los bemoles y las consecuencias de cada uno de ellos.

Pasaré a describir algunos conceptos básicos de fácil aplicación, que son prioritarios para tener en cuenta a la hora de comunicarnos.

Jamás peguemos un palazo sin antes dar un caramelo

Este conocido refrán hace alusión al objetivo de obtener la permeabilidad mental necesaria por parte del receptor (jugador), para que pueda abrirse luego a asimilar la crítica, elaborarla y buscar las estrategias necesarias para generar el cambio. Si nos basamos en la premisa del proceso conductual del comportamiento humano, “pienso-siento-actúo” (mencionada en “El ‘bombero’ versus el ‘techista/plomero/peluquero’”), obtendremos que por medio de mi comunicación puedo predisponer a que el jugador:

 Piense: “El entrenador solo nos/me marca el error, y no lo que hacemos/hago bien”.

 Sienta: frustración, amenaza.

 Actúe: con falta de motivación para generar un cambio o jugando “atado” para no arriesgarme a ser criticado.

O puedo predisponer a la inversa a que el jugador:

 Piense: “El entrenador destaca lo que hice/hicimos bien”.

 Sienta: reconocimiento, confianza.

 Actúe: con la motivación necesaria para aceptar críticas, y generar y aceptar estrategias para provocar el cambio, y juego con desinhibición, confiando en mis capacidades.

Es por esta razón que habitualmente sugiero –hasta en forma exagerada– a entrenadores, capitanes y referentes de los equipos que, a pesar de concluir, determinar o considerar que determinado jugador o equipo no haya hecho nada bien, intenten ser creativos y, de ser necesario, lleguen al límite de inventar algo favorable.

Entiendo que, por lo general, el hecho de no hacer nada bien corresponde a una vivencia subjetiva de una situación frustrante, ya que, si nos esforzamos en buscarlo, sin lugar a dudas, y por lo común, encontraremos algo favorable para destacar.

Recomendamos, para estos fines, utilizar en cuanta oportunidad tengamos la “comunicación sándwich” (ver Carlos Giesenow), que está en relación con utilizar a priori un mensaje positivo para provocar dicha permeabilidad, que nos permitirá dar paso luego a la crítica/error, y finalizar con un mensaje de aliento o motivador.

Para ello, es fundamental poner el foco en cómo están jugando, y no en el ganar o perder. Debemos poner el foco en el esfuerzo (y en el resultado solo cuando se da con esfuerzo), ya que, como ya dijimos, el esfuerzo está bajo la órbita de nuestro control, pero el resultado no.

Subrayar el desempeño por sobre el resultado será de importancia fundamental si buscamos continuar ratificando determinadas conductas y que sean sustentables a través del tiempo; ya que, como mencionamos con anterioridad, los resultados no son manejables, pero sí los objetivos de desempeño, que son los que nos permitirán alcanzar los primeros a futuro. Por otro lado, remarcar el desempeño hace a lo motivacional, independientemente del resultado obtenido. Al respecto, Francisco Arnut Echave propone un claro ejemplo:

Comunicación correcta

Pan “Estamos entrenando con mucha intensidad, los felicito por el esfuerzo”.

Fiambre “Cuando se nos cae la pelota, es porque estamos algo alejados del compañero”.

Pan “¡Vamos que estamos cada vez más cerca de conseguirlo!”.

Comunicación incorrecta

Fiambre “¿Qué están haciendo? ¿Hasta cuándo se les caerá la pelota?”.

Pan “¡Concentrémonos de una buena vez!”.

Fiambre “¡Si están lejos, nunca saldrá!”.

Qué fácil que es ponerle buena onda

Aconsejamos utilizar reforzamientos positivos (elogios, sonrisas, palmadas, aplausos, etc.), ya que están estrictamente vinculados con la motivación. Tengamos en cuenta que el elogio tiene un mágico efecto, y el asociarlo a su vez a las destrezas (por ejemplo: “¡Muy bien! ¡Así se tacklea!”) hace a la integración mental de los aspectos físicos, técnicos y táctico-estratégicos.

Aconsejamos también utilizar reforzamientos negativos en forma indirecta. Tomemos en cuenta que la ausencia de reforzamiento positivo (recordemos que “es imposible no comunicar”) implica en sí misma indirectamente una forma de castigo (por ejemplo: indiferencia).

 

En otras palabras, podemos decir que la falta de reforzamiento positivo (premio) implica un castigo en sí y, por lo tanto, cuando un jugador nota que se está premiando a un compañero que realiza algo positivo, y que a su vez se es indiferente para con él (por no obtener logros o por no preocuparse en obtenerlos), automáticamente pondrá también toda su energía para obtener un elogio similar al que obtuvo su par (provocaremos así, indirectamente, en él también la búsqueda del resultado deportivo esperado).

Por esta razón, estos castigos por remoción de un estímulo valorado son los más aconsejables de utilizar, por sus indudables beneficios y su facilidad de implementación, en contraposición a los reforzamientos negativos de forma directa, denominados “castigos por aplicación de un estímulo aversivo”. Sobre estos últimos, nos explayaremos a continuación, para explicar las dificultades de su implementación y algunos ejemplos de mal uso corriente.

Cuidado con meter la gamba

Aconsejamos utilizar reforzamientos negativos en forma directa (sanción, castigo) únicamente para cuestiones de indisciplina (impuntualidad, inconducta, orden) que hacen perjudicial el trabajo grupal. Es común ver que algunos conductores utilizan el reforzamiento negativo directo del castigo con el noble objetivo de modificar algunas conductas, pero incurriendo en un grave error.

Un ejemplo de ello es el entrenador que castiga al jugador con determinada cantidad de flexiones de brazos cuando se le cae la pelota o, lo que es aun peor, castiga a todo el equipo señalando al jugador al que se le cayó como responsable de dicho castigo, por su supuesta falta de concentración o predisposición.

Si lo analizamos en detalle, se está utilizando un reforzamiento negativo a modo de castigo (cuando el jugador sabe que no se le tiene que caer la pelota y no quiere que ello ocurra), en lugar de analizar las razones de por qué se le cae y, en consecuencia, intentar ayudarlo a mejorar sus destrezas con herramientas claras relacionadas con la mejor forma de recibir la pelota, tanto desde lo técnico como desde lo mental (herramientas para saber cómo concentrarse y/o donde debería poner el foco).

A su vez, se genera aun mayor confusión al castigarlo con un ejercicio que implica algo positivo (ejercitar sus brazos) y se lo desmotiva delante de sus pares, con la condena social que esta implica, cuestión que hará a que posiblemente no quiera ser protagonista del juego y que, en lugar de buscar recibir la pelota, lo evite, “escondiéndose” para no prestarse a esta situación predisponiéndolo así a jugar “atado” por temor a equivocarse (además de lo contradictorio que puede llegar a ser también la posibilidad de provocar fatiga en sus brazos, lo que tampoco lo predispondrá físicamente a realizar mejor los pases).

Lo paradójico es que, muchas veces, después de implementar estos reforzamientos en forma errónea, nos preguntamos: ¿Por qué juegan “atados”? ¿Por qué no son protagonistas? ¿Porqué se “esconden” detrás de sus compañeros?…

Un estilo de conducta similar solemos utilizar cuando sancionamos a un jugador ante una indisciplina, castigándolo con ir a referear a otra división del club, cuando, por el contrario, el ir a referear a una división del propio club debería ser parte del entrenamiento y el desarrollo de todo jugador, por todos los beneficios que implica para el que lo realiza (conocimiento del reglamento, toma de decisiones, exposición social que hace a elevar su autoestima y su seguridad personal, solidaridad con otros equipos del propio club, etc.) y para el club mismo.

Es habitual que muchos padres también castiguen a sus hijos impidiéndoles ir a entrenar o jugar cuando no sacan buenas notas en el colegio, o por cualquier otra razón similar, impidiéndoles así realizar algo sano que hace al ejercicio físico y la socialización.

Todas estas conductas constituyen mensajes contradictorios (nos referiremos a ellos en breve), y sólo hacen a la confusión o la parálisis de nuestros jugadores. No hay mejor correctivo que predisponer a generar el dialogo (requiere mucha paciencia) para fomentar la capacidad de análisis y autocrítica que conllevará la toma de conciencia que, a su vez, desencadenará en el cambio de conducta. Como ya dijimos, se trata de generar el deseo de algo, en lugar de pretender imponer (tarea desgastante para todo formador, que no tiene mayor sentido, ya que no es útil para alcanzar el objetivo en forma sustentable a lo largo del tiempo).

El pez por la boca muere

Mencionamos con anterioridad las dificultades que presenta la implementación de esta clase de reforzamientos. Pasaremos a detallar algunos aspectos relacionados con su implementación, para facilitar su uso en el caso extremo de que así sea necesario. Para la aplicación adecuada de reforzamientos negativos en forma directa o castigos por aplicación de un estímulo aversivo (retomando a Carlos Giesenow), se deberán tener en cuenta varios factores:

 La explicación del sistema en la pretemporada. Nos referimos a reglas claras de parámetros esperables. Podemos optar por volcarlas por escrito y que todos cuenten con ellas, para no dar lugar a ninguna clase de malos entendidos.

 La advertencia previa a la aplicación del castigo. Hablamos de advertencia y no de amenaza, ya que el objetivo que persigue la primera es el de orientar y marcar el rumbo de lo esperable, brindando una oportunidad de cambio, y no el de infundir temor o miedo. Por ello, es fundamental que la advertencia esté acompañada de una oferta de conductas esperables en esa situación que hagan a esa orientación y oportunidad de cambio.

 La coherencia, lo que implica que, una vez explicado y advertido el castigo, y en el caso de continuar persistiendo en las conductas sancionables, no habrá otra opción que la decisión de su aplicación. Decisión que deberá ser coherente. Esto significa que no hay marcha atrás, una vez decidida su aplicación.

 La equidad, que significa que, ante la aparición de la conducta sancionable, deberá aplicarse la sanción independientemente de quién sea protagonista del hecho sancionado. En otras palabras, se deberá, en estas instancias, tratar a todos por igual.

 El cumplimiento y la reintegración tienen un carácter de fundamental importancia, ya que, una vez cumplida la sanción, se deberá poner el foco en hacer sentir al jugador nuevamente parte, para que no quede con la sensación de que cayó en desgracia de su entrenador, quien no deberá dejar que transcurra demasiado tiempo para buscar en su jugador una conducta positiva para ser reconocida.

 La impersonalidad: continuando con la lógica del factor anterior, es importante tener en cuenta que, al aplicar la sanción, es menester que nos enfoquemos en el error y en sus formas de solución, y no en quien lo cometió; es decir, en el hecho objetivo, y no en el subjetivo del acto.

 La asociación, que está relacionada con no utilizar la actividad física como castigo (entrenar más o referear), ya mencionado con anterioridad. Podemos agregar al respecto que no es aconsejable sacar a un jugador del partido y/o entrenamiento inmediatamente después de haber cometido un error en el juego, y menos aun ridiculizarlo por sus acciones.

Para finalizar, debemos tener en cuenta también la inmediatez y la reflexión, que implican que, ante la posibilidad de dudar de la aplicación de la sanción por cualquier motivo, se le podrá comunicar al deportista que se reflexionará al respecto y que lo hablaran luego. Esto hace a la posibilidad de postergar la sanción para ganar tiempo y poder reflexionar sobre el tema, sin haber dejado de señalar en forma inmediata una acción irregular.

Interpreto que, a esta altura, el lector habrá tomado fácilmente conciencia de las dificultades de la implementación de este tipo de reforzamientos, con tan solo imaginar las consecuencias que puede acarrear el no tener lo suficientemente presente cualquiera de los aspectos recientemente detallados. Debemos tener un especial cuidado, ya que, tal como dice el refrán, “El hombre es esclavo de sus palabras”.

Los profetas del desconcierto

A continuación haré referencia a algunos otros aspectos comunicacionales fundamentales que deberíamos tener especialmente en cuenta en nuestro discurso cotidiano:

– Debemos tener especial cuidado con los dobles mensajes o mensajes contradictorios (“haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” o reclamar a algunos que cumplan algo y a otros no, ante circunstancias similares). Mensajes todos que provocan solo desconcierto, confusión y frustración en nuestros jugadores. De allí la importancia de que el staff cuente con un discurso unificado (y comportamientos consecuentemente coherentes), ya que los mensajes contradictorios pueden emitirse desde un interlocutor o desde varios.

Un ejemplo del primer caso ocurre cuando el entrenador pide a su equipo disciplina o que tenga tranquilidad, y pasa gran parte del partido quejándose del referee o de los jugadores que cometen errores, a los gritos o gestualmente, desde el banco de suplentes (con el perjuicio que, a su vez, implica observar estas conductas y críticas en un posible reemplazante, quien con toda lógica podrá preguntarse: “Si llego a entrar, ¿me va a criticar también así?”).

El segundo caso se da cuando un entrenador emite un mensaje determinado, y su colaborador, otro diametralmente opuesto. Es decir, el entrenador actúa en función de lo que pide de manera coherente, pero no así los miembros de su staff y sus colaboradores, lo cual constituye un mensaje contradictorio que parte del seno de su equipo de trabajo.

– A su vez debemos tener especial cuidado con las profecías autocumplidas (las cuales tienen un poderoso efecto psicológico sugestivo de futurismo determinante). A la hora de exponer y ejemplificar sobre el tema en alguna clínica, recurro con frecuencia al ejemplo del mensaje de un reconocido entrenador junto a quien tuve la oportunidad de trabajar, quien en la charla de entretiempo (y luego de que su equipo había jugado un excelente primer tiempo, después de varios partidos de no haberlo hecho) les dijo a sus jugadores (lejos de felicitarlos): “Si continúan haciendo penales, les van a dar vuelta el partido”.

Es evidente que primero hubiera correspondido, al menos, una felicitación (“Jamás pegar un palazo sin antes dar un caramelo”) por la performance del equipo para dar luego lugar a la pregunta “¿Qué les parece que tenemos por mejorar?”. Y, ante la inminente respuesta por parte de alguno de sus dirigidos, que hubiera sido sin duda “Estamos cometiendo demasiados penales”, recién preguntarles: “¿Por qué? ¿Qué proponen cómo solución?”.

Sin duda alguna, hubiera orientado así a que sus jugadores identificaran el problema y elaboraran una solución (la elaboración interna es una de las claves para el cambio y, por lo tanto, recordemos que no debemos dar las soluciones digeridas), actuando como “moderador” y aportando solo en el caso de ser necesario, para cerrar la idea o concepto.

Los rostros de los jugadores (quienes esperaban un refuerzo positivo por parte de su entrenador, por la gran actuación) ya lo decían todo, y sus palabras fueron la “crónica de una muerte anunciada”, ya que obviamente el cambio actitudinal del equipo luego de este mensaje (que actuó a modo de “profecía autocumplidora”) hizo que les dieran vuelta el partido y lo perdieran de manera categórica, luego de seguir cometiendo penales, ya que el conductor solo mencionó lo que ellos ya sabían, pero no tuvieron la oportunidad de ponerlo en palabras para encontrar en conjunto la solución apropiada.

– Es fundamental que hablemos por la necesidad del que escucha, y no por la nuestra de exponer. El ejemplo anterior marca a las claras las consecuencias que tiene el hecho de hablar por la necesidad de catarsis y/o por temores o ansiedades personales, y no por la necesidad que tiene el receptor, lo cual activó el fantasma del temor inconsciente lógico de cualquier equipo que viene siendo derrotado hace ya varias fechas (temor a que les den vuelta el partido).

En conclusión, debemos preguntarnos: ¿Qué es lo que necesitan oír para cambiar? Sin duda, son ellos los que nos orientarán en el mensaje adecuado que debemos utilizar, si aprendemos a darles la palabra y a escucharlos. No debemos prejuzgar ni hacer diagnósticos tajantes previos a lo que está sucediendo, sin antes escucharlos.

 

Adentrándonos en mayores detalles, es conveniente también que evitemos el uso del “no”, dentro de lo posible (como, por ejemplo, “No cometamos más errores”, “No cometamos más penales”, etc.).

Recuerdo el famoso juego de nuestra infancia llamado “ni sí ni no, ni blanco ni negro”. Intentemos jugar con la posibilidad de utilizarlo solamente para hablar sin el no, buscando otras opciones más positivas. El uso del “no” ocasiona inconscientemente temor e inhibe y ata en el juego. Sería algo así como “para no equivocarme, no me arriesgo a entregar mis destrezas al límite de mis capacidades”; por lo tanto, “hago solo lo que me ocasiona cierta seguridad”.

Hay otras formas de comunicarse que activan en lugar de paralizar o limitar, como por ejemplo: “Defendamos limpio/con inteligencia” o “Cometamos penales solo en caso de extrema necesidad”.

Utilicemos el “timing de la comunicación”. No solo es el “qué” sino el “cómo” y el “cuándo”. Demos mayor importancia a la forma que al contenido en sí. Decirles que “se tranquilicen o relajen o que jueguen seguros” no tiene mayor sentido, si no demostramos en nuestro mensaje tranquilidad, relajación o seguridad.

Es importante también encontrar o generar el momento propicio para hablar. Si vamos a marcar un aspecto desfavorable de algún jugador, es aconsejable no hacerlo en público, ya que se suma a la crítica la mirada social que paraliza en lugar de activar (recordemos también utilizar la comunicación sándwich). Por el contrario, si vamos a reconocer algo beneficioso, hacerlo en público, ya que será una herramienta muy eficaz para que se repita la conducta, y el resto busque también imitarla.