Rugby mental

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La culpa es de Adán y Eva

Hay algunas palabras que deberíamos borrar de nuestro diccionario, ya que carecen de connotación positiva, y reemplazarlas por otras que son más motivantes, o menos desmotivantes, aunque de uso necesario.

Por ejemplo: resultado “adverso o desfavorable” en reemplazo de resultado “negativo”, ya que este último tiene la connotación más cercana a lo irremontable; “temor” en lugar de “miedo”, ya que la segunda no da lugar a la aceptación por la falsa connotación de falta de virilidad; “responsabilidad” en lugar de “culpa”, ya que la primera denota posibilidad de cambio futuro y, por lo tanto, “activa”, en contraposición a la segunda, que tiene connotación de condena y, por lo tanto, paraliza; entre muchas otras.

Con respecto al último ejemplo, considero importante hacer una mención especial respecto del tema de la culpa y la responsabilidad, ya que pertenecemos a una cultura culpógena, producto de las raíces de nuestra religión judeocristiana (basta tan solo con mencionar la parábola de Adán y Eva, que dio lugar al origen del ser humano y al pecado original) y de la influencia de diferentes culturas europeas que contienen características similares.

Si bien el sentimiento de culpa de la humanidad, según Freud, tiene psicológicamente sus raíces en el complejo de Edipo, podemos inferir que, en culturas como la nuestra, la culpa tiene un rol determinante aun mayor que en muchas otras. Tendemos a confundir la culpa con la responsabilidad y declaramos culpables a modo de condena en lugar de responsables, con la oportunidad de cambio que esta palabra implica.

Por el contrario, nos cuesta también asumir responsabilidades ante críticas determinadas, porque tendemos a sentirnos culpables y paralizarnos, y hasta preferimos evitar no escuchar algo que marque que pudimos habernos equivocado. Si bien para el ser humano de cualquier cultura la crítica puede sentirse, en mayor o menor medida, como una herida narcisista (al propio ego), es una característica muy particular nuestra el no querer admitir errores, por el consecuente dolor emocional que ello implica.

En conclusión, utilicemos la palabra “responsabilidad”, que hace a la posibilidad de cambio y activación (y actuemos como conductores en función de su significado), e intentemos borrar de nuestro diccionario la palabra “culpa”, por su condición de condena paralizante.

El ladrón de tesoros

Es importante que, como entrenadores/conductores, utilicemos un discurso que apunte a generar el deseo en reemplazo de la voluntad. Esto significa hacer especial énfasis en lo que queremos, en lugar de lo que debemos hacer. El jugador o equipo que entrena tres veces por semana en su club, o se concentra con su seleccionado, cumple con la nutrición y el descanso adecuado, concurre al gimnasio, etc., para jugar el partido del fin de semana con su equipo o su selección, no debe poner garra y corazón (o “huevos”) en la cancha, sino que quiere hacerlo, y para ello se ha entrenado de esta manera, sin necesidad de imposición alguna sino por su deseo personal de querer hacerlo. Nada ni nadie lo obligan. Lo hace porque quiere. Es un compromiso con su deseo, con lo que quiere y le gusta hacer.

El deber hacer algo (imposición) no apunta a la motivación pura o propiamente dicha. La motivación es “la causa que promueve a una persona a actuar o realizar algo”; por lo tanto, difícil es que corresponda a una imposición o una obligación. Ahora bien, si bien a nivel consciente el jugador sabe lo que desea, debemos tener en cuenta que el nivel inconsciente tiene un papel determinante en relación con el deseo de las personas. Y hacia allí es a donde debemos apuntar con nuestro mensaje.

Habitualmente recurro, para contribuir a la comprensión de este tema, a una leyenda de origen irlandés, “El tesoro al final del arco iris”, narrada por José Gregorio Villalobos.

Esta leyenda cuenta que, al final del arco iris, se encuentra un cofre lleno de monedas de oro, y que cada uno de los siete colores del arco iris representa un obstáculo que debemos sortear para alcanzarlo. Muy pocas fueron las personas que pudieron atravesar cada uno de los obstáculos (colores), y tan solo una llego a encontrarse frente al tan codiciado tesoro.

Cuando, luego de un gran esfuerzo, esta persona consiguió abrirlo e intentó tomar las brillantes monedas, el cofre comenzó a alejarse, impidiéndole la tarea. Probó varias veces con el mismo resultado, hasta que decidió intentar levantarlo. Al hacerlo, apareció debajo del mismo un pequeño y horrible duende, que lo asustó riendo sarcásticamente, motivo por el cual decidió alejarse corriendo y abandonar su tarea.

Ahora bien, imaginemos por un instante que los colores del arco iris son todos los obstáculos que conscientemente conoces y que debes atravesar para alcanzar tu anhelado sueño, y el duende… es tu inconsciente, ¡que no te permite alcanzar tu deseo! Y así tu duende interior (inconsciente) te convence de que es mejor no seguir intentándolo. No es fácil cambiar los paradigmas y reconocer que solo uno es el responsable de no poder alcanzar el tesoro al final del arco iris.

A diario contemplamos en nuestro espejo al culpable de nuestras derrotas y miedos, sin atrevernos a reconocerlo y enfrentarlo, y así evitar que el tesoro se siga moviendo de lugar cada vez que nos acercamos al deseo anhelado; y, en lugar de ello, conseguimos la excusa siempre perfecta para justificar pequeños avances. Es cuestión de cambiar de actitud y pasar de estar interesado a estar realmente comprometido, involucrándonos con pasión en nuestra metas y reemplazando nuestros “debo” (imposición) por nuestros “quiero” y “puedo” (deseo).

El deseo es la energía clave con la que cuenta nuestra voluntad para conseguir nuestras metas. Hay personas que piensan que todo es cuestión de voluntad, pero esta no es suficiente para seguir escalando y obtener el tesoro.

Si cada vez que equivocamos el camino, tomando decisiones erróneas, recomenzamos nuestra búsqueda dándole lugar a nuestro deseo, recordando y tomando conciencia de lo que queremos, más temprano que tarde llegaremos al final del arco iris, venciendo al duende y obteniendo el tesoro. Por ello es fundamental que nuestro mensaje apunte en forma permanente al deseo. Este último es el motor de la voluntad. Sin él, y solo con voluntad, podremos ir a algún lugar, pero no tan lejos ni tan rápido como con el deseo. En conclusión, la voluntad es una herramienta del deseo.

Preparados, apunten…, ¡fuego!

Hay algunas frases que apuntan directamente a la voluntad, pero no al corazón del deseo, tales como “tenemos que ganar como sea” u otras arengas de capitanes y entrenadores que no toman en cuenta el deseo. En realidad, el deseo prácticamente no debería necesitar de arengas. Poner el deseo por sobre la voluntad es fundamental para tener siempre presente el convencimiento. Esto es “atar” cada acción deportiva a nuestro sueño. En este sentido el deseo es la “motivación por excelencia”.

Cuántas veces vemos equipos que hacen una emotiva y aguerrida arenga, la cual provoca pensar “Estos se los van a comer crudos”; y, sin embargo, luego salen a la cancha y la nafta sólo dura diez minutos, no pasa nada, sino todo lo contrario: el rival los pasa por arriba. Es que debemos comprender que la arenga es el disparador de la motivación. Metafóricamente, podríamos ejemplificar a esta última como a las balas de un revólver. La arenga sería algo así como el gatillo que hace al disparo de las balas del arma (motivación). Pero, si el revólver no está cargado con balas, no dispararemos nada o no dispararemos lo suficiente.

Al respecto, debemos pensar en términos de grados de motivación, y no en términos de si tenemos motivación o no. Existen matices y grises, es decir, se puede estar motivado en mayor o menor medida. La motivación debe trabajarse en forma permanente, apuntando nuestro mensaje al deseo, fundamentalmente en la semana, para que el gatillo de la arenga previa pueda luego tan solo ejecutar el disparo.

Lo ideal es lograr que nuestros jugadores piensen en términos de “querer” y no de “deber”. Reemplazar la exigencia por la motivación, para dar lugar al compromiso personal y grupal en pos del objetivo. Si reemplazamos, en el diálogo interno, “el yo debo o tengo que” por el “yo quiero y puedo”, reforzaremos la presión positiva del deseo y quitaremos la presión negativa de la exigencia del mensaje.

Decía que la voluntad es una herramienta del deseo. Esto significa que, una vez generado el deseo de obtener algo, sea un bien material o un bien espiritual, este deseo es el que pone en funcionamiento nuestra voluntad de actuación, nuestra voluntad de realización de un acto, o los actos que sea necesario realizar, para llegar a obtener lo que se desea. Por ello, es fundamental que nuestro mensaje apunte a tenerlo siempre presente.

Entrenando lo que pedimos…

Continuando con el tema de la arenga y con el del significado de las palabras, como conductores (entrenadores o capitanes), muchas veces actuamos como si los momentos previos a los partidos de rugby fueran los únicos válidos para el desarrollo psicológico de estos, pretendiendo preparar a los jugadores mentalmente solo en esta instancia, pidiéndoles concentración, humildad y compromiso, entre otras cosas, y recordándole a cada uno qué es lo que se pretende de él, para intentar así motivarlos.

Esto es porque consideramos que todos estos aspectos son algunas de las causas del alto rendimiento. Sin embargo, resultará poco útil, ya que todos estos atributos que pretendemos de ellos no son causas sino consecuencias de nuestra forma de comunicarnos.

 

Generalmente, reforzamos algunos pocos conceptos y, en todo caso, reforzamos los temas psicológicos, algunas veces por medio de largas charlas en el vestuario (con contenidos motivantes y alentadores), para terminar en una tradicional arenga. Lo mismo ocurre con las charlas de entretiempo. Olvidamos que, para aspirar a lograr todo esto, es condición indispensable estar muy bien preparados psicológicamente en la semana, ya que se juega como se entrena.

Por lo tanto, con el fin de estar mentalmente preparados para jugar, es menester haberse preparado psicológicamente en los entrenamientos. Al respecto, considero importante acotar que el jugador ya sabe que tiene que jugar concentrado, ser humilde y comprometido, pero la pregunta que se impone en forma inevitable es: ¿Fue esto entrenado en la semana previa alguna vez?

Desglosaré a continuación, a modo de ejemplo, por el momento, solo estas tres palabras (concentración, compromiso y humildad) de uso habitual en nuestro discurso.

¿Y si nos concentráramos en que aprendan a concentrarse?

El decirles a nuestros jugadores “juguemos concentrados” es al menos algo inútil, ya que el jugador sabe que tiene que hacerlo, pero el problema pasa por otro lado, ya que no sabe cómo y por qué se desconcentra; y, por lo tanto, no le estamos facilitando las herramientas para que lo entrenen. Estas palabras resultan, así, vacías o carentes de contenido, ya que la concentración es una habilidad mental que no están habituados a entrenar.

Una de las tantas definiciones de la palabra concentración dice que “es la capacidad que hace al proceso voluntario de atención sostenida en un foco por un período de tiempo determinado”. Tan solo tomando en cuenta esta breve definición, nos daremos cuenta de que, muchas veces, hasta facilitamos que existan factores distractores con nuestro accionar (periodismo, miembros del staff que utilizan el celular o hablan aparte con otra gente en voz alta o hacen chistes en entrenamientos y partidos, etc.).

Decíamos que, para pedirles concentración, previamente tienen que saber concentrarse o aprender a hacerlo. De lo contrario, el pedírselos carece de lógica alguna. (Complementaré el tema de la concentración en la semana, la previa al partido y el entretiempo en las próximas páginas, cuando me refiera a los “rivales de la concentración” y las herramientas con las que contamos para vencerlos).

Camino al altar

Algo similar ocurre con el compromiso. La definición dice que es “una obligación contraída o palabra dada, acuerdo o pacto formal al que llegan dos o más partes tras hacer ciertas concesiones cada una de ellas”.

De hecho, todos conocemos lo que el compromiso previo al matrimonio implica en cuanto a pacto explícito (más allá de que luego se cumpla o no). Mi experiencia en clubes y seleccionados me indica que muy pocas son las veces en que este pacto se hace explícito, ya que se les dice a los jugadores lo que se espera de ellos, pero no se escucha lo que ellos esperan de nosotros.

Muchas veces, los acusamos de no estar comprometidos, sin percatarnos de que este compromiso implica el saber darles la contención afectiva (incluyendo límites) y la confianza necesaria que requieren para poder pedirles a cambio los resultados deportivos esperados. No olvidemos que el jugador dedica gran parte de su tiempo a este deporte y a su club, y que este último tiene el especial y noble objetivo de socializarlo y contenerlo.

Por lo tanto, el rol paterno que sus entrenadores y los miembros del staff representan (están más tiempo, a veces, con nosotros que con sus propios padres) es fundamental para el desarrollo de todo jugador y para poder, así, generar el compromiso mencionado (contención a cambio de resultados deportivos), el cual deberá “objetivarse” (ser bajado a tierra) en forma conjunta con el grupo en conductas que puedan ser medibles (asistencia, puntualidad, actitud y concentración en entrenamientos, entre otras).

Esto es clave, ya que los entrenadores y su staff son los responsables de la motivación y el compromiso, que los jugadores sentirán únicamente si se los hace formar parte del proceso desde la pretemporada. La motivación y el compromiso, así entendidos, se trabajan a partir de allí y en cada entrenamiento (y no solo en los instantes previos a los partidos).

Es por esta razón que, como conductores, debemos poner nuestro foco y nuestra energía en la dinámica de los entrenamientos, la forma de comunicarnos, y la puesta de metas y objetivos compartidos en cada uno de ellos. Parafraseando a Francisco Arnut Echave, “motivación y compromiso son como una pareja que va de la mano: si bien no son iguales, es muy difícil que existan el uno sin el otro”.

Comprando la humildad en el kiosco

Para finalizar, hablaremos de la humildad (palabra a la que los hombres de rugby recurrimos en cuanta oportunidad se nos imponga, ya que, sin duda alguna, representa uno de nuestros valores fundamentales). Les pedimos a nuestros jugadores que… ¡sean humildes! Y, a su vez, ¡ellos también se lo piden entre ellos…! ¡Seamos humildes! O con frecuencia explicamos alguna performance deportiva desfavorable acudiendo a la frase “nos faltó humildad”… ¿Y qué hacemos al respecto?, ¿la compramos en un kiosco?

Debemos comprender que tampoco la humildad aparecerá por sí sola, porque la invoquemos o la pidamos. La definición de humildad dice que “es una virtud humana atribuida a quien ha desarrollado conciencia de sus propias limitaciones y debilidades, y obra en consecuencia”.

Para enseñar a nuestros jugadores a ser humildes, debemos previamente entrenarlos para ello, a fin de que no sea otra palabra vacía o carente de contenido. La humildad no pasa por otro lado que por el de predisponerlos a lograr el desarrollo de la capacidad de análisis y la autocrítica.

Por lo tanto, las preguntas obligadas son: ¿Enseñamos a desarrollar el análisis y la autocrítica en la semana? ¿Establecemos en cada entrenamiento físico, técnico y táctico-estratégico objetivos individuales y grupales junto con nuestros jugadores y, cuando finaliza cada entrenamiento, les preguntamos si los alcanzaron o no? ¿Qué hicimos bien? ¿Y qué no? ¿Qué proponen para mejorarlo? ¿Les facilitamos un breve espacio de análisis conjunto y los hacemos formar parte de él para que integren las destrezas mentales a las físicas?

Los beneficios serán innumerables, ya que esto les servirá para saber dónde deberán poner el foco y podrán mantenerse concentrados en los entrenamientos. A su vez sabrán que luego deberán exponer sobre sus actuaciones y desarrollarán así la concentración, la motivación, y la capacidad de análisis y la autocrítica… y es así como mágicamente irá haciendo su aparición la humildad solicitada.

Una herramienta de fácil implementación consiste en realizar trabajos grupales semanales que consisten en darles a cuatro o cinco jugadores, en forma alternada, una tarea para el hogar, que consiste en realizar un análisis de la semana de entrenamiento con el partido del fin de semana incluido, para que realicen luego una breve exposición al staff y al equipo, a posteriori, los días lunes.

Trabajos similares podemos implementar utilizando el video del último partido a modo de evaluación post competitiva, para lograr estar en conjunto en la misma sintonía de análisis. La pregunta que deberíamos hacernos es: si los jugadores y la totalidad del staff no tienen la misma visión de los aspectos favorables y desfavorables de lo realizado deportivamente cada semana, ¿cómo podrá encarar el equipo/grupo el próximo partido?

Ocasiona al menos una incertidumbre importante el solo hecho de imaginar que dos o tres jugadores (de un deporte donde quince jugadores serán protagonistas de un partido) tengan interpretaciones diferentes sobre determinadas cuestiones que hacen al rendimiento deportivo del equipo.

En definitiva, si pretendemos humildad (consecuencia de un adecuado desarrollo de la capacidad de análisis y autocrítica) debemos generar circunstancias propicias para que nuestros jugadores puedan generarla.

A propósito de la humildad, quisiera hacer referencia a diferentes artículos de circulación masiva que hacen alusión a la humildad (virtud/valor) como una habilidad clave de los jugadores del seleccionado neocelandés.

La humildad no es la clave de los All Blacks

¿Lo que distingue a los hombres de negro es la humildad? ¿La humildad es una habilidad? El lector podrá inferir a esta altura que la humildad corresponde a una dimensión valorativa que podrá desarrollarse a partir de la incorporación del desarrollo de la capacidad de análisis y autocrítica, que corresponden a una dimensión psicológica.

Por lo tanto, no es en sí misma una habilidad, sino un concepto que hace referencia a un valor que se alcanza por medio de tener la habilidad de utilizar dicha capacidad (de análisis y autocrítica) y únicamente si es que esta fue previamente desarrollada. Por otra parte, lo que han incorporado los hombres de negro es el hábito de ir a más. Decimos hábito porque es algo que realizan en forma automática y cotidiana, sin siquiera tener que proponérselo.

Por esta razón es que el acto mismo, por ejemplo, de tomar una escoba y barrer el vestuario no representa en sí mismo humildad alguna, sino la internalización de un hábito que representa la búsqueda permanente de autosuperación. Dicha búsqueda que hace al siempre hay algo más por hacer y, por lo tanto, una oportunidad para perfeccionarse, es ejercitada por ellos en todos los aspectos de su vida (independientemente de que sea en los entrenamientos, en el juego, luego del partido o en su vida personal). De allí la frase “mejores personas, mejores All Blacks”. Este hábito incorporado mencionado es la clave principal que los diferencia del resto de los seleccionados.

Fundamento esta afirmación de orden psicológico analizando tres de los puntos del escrito de James Kerr (escritor británico que tuvo acceso al campamento All Black durante cinco semanas en el 2010), titulado Legado. 15 lecciones sobre liderazgo. Luego de haber convivido con ellos, expuso a su criterio las siguientes y por demás interesantes lecciones de liderazgo, que transcribiré a continuación, para poder realizar el análisis pertinente a posteriori.

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