Periscopio universitario

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

1.4. Verdad y veracidad

Dado que de alguna manera en el imaginario colectivo rige el lema: “Nature locuta, causa finita”, no poco esfuerzo hay que hacer para decidir enfrentar un tema del que se ha dicho que es un debate que produce más calor que luz; pero esta postura no es óbice para trabajar en alguna de las múltiples aristas que presenta. Sin lugar a dudas, Verdad, es una de las grandes palabras que ha acompañado y nutrido la historia de las ideas; intentar un recorrido sobre el desarrollo de este concepto sería viaje de no acabar a las entrañas de la filosofía. Y por esto llama poderosamente la atención el que hoy haya una línea que proclame su final en la forma de debate irrelevante. Una posición que toma fuerza en el ámbito político es que si no hay confianza hacia dentro de los sistemas sociales, el problema político por excelencia, a saber: ¿Por qué debe alguien obedecer? (Berlín, 1988) pierde posibilidades de resolución. Y precisamente de eso trata la ‘Verdad’, de generar confianza. Para empezar, habría que distinguir entre dos imágenes de la ‘Verdad’: por un lado aquella que tiene que ver con una realidad objetiva y pura, inalcanzable como para ser corrompida, pero cercana para iluminar el camino con suficiencia; es la ‘Verdad’ con mayúsculas, el tesoro prometido y con posibilidad de ser hallado. De otro, aquella exigencia que pedimos al tratar en sociedad y con la que contamos en nuestras relaciones más cercanas.

Bernard Williams las distingue llamando a la primera ‘Verdad’, y a la segunda ‘Veracidad’ (Williams, 2006) En principio no es tan sencillo captar la diferencia, pero ejemplos simples ayudan a aclararnos: de una parte (veracidad), no queremos ser engañados cuando leemos un periódico o escuchamos una noticia; deseamos que se nos brinde información ‘veraz’ sobre la cual podamos sacar nuestras propias conclusiones a cerca de los hechos que se nos narran. Pero, a la vez, existe desconfianza sobre la existencia de la Verdad como tal. Hemos visto que la historia la escriben quienes ganan las guerras, las marchas de protesta tienen tantos convocados como grande sea la imaginación del editorialista de un periódico, y una ley natural tanta verdad como años en ser reconocidas sus anomalías, o reinterpretados los fenómenos.

No cabe duda de que éste es un concepto central en la discusión que nos ocupa. En el tránsito por sustituir los sistemas de creencias por aparatos epistémicos robustos no son pocos los obstáculos que se han presentado: escepticismo, pragmatismo, relativismo, posmodernismo; son ejemplos que surgen sin esfuerzo. La moderna sociología de la ciencia, en concreto el denominado ‘programa fuerte’{12} de la Escuela de Edimburgo, ayudó a dar forma teórica al movimiento CTS (ciencia tecnología sociedad) que, en primera instancia, ofrecía una nueva postura en contra de la ciencia como empresa generadora de ‘verdades’. Si bien los críticos de CTS atinan al endilgarle posturas livianas al enfrentar problemas filosóficos de alto calibre, difícil será obviar que su accionar militante ha despertado, al menos, curiosidad con respecto a las ‘certezas’ y racionalidad de la ciencia{13}.

1.4.1. A favor y en contra

‘La guerra de las ciencias’ ubicó en un extremo a los reduccionistas más eximios y en el otro a los relativistas más connotados; en el medio, toda la fauna y flora de la Ciencia (con mayúscula) y del Pensamiento (en iguales condiciones). La muerte de los metarrelatos que proclamaron los posmodernos y el obús que significó el llamado caso Sokal{14} fueron, en su momento, motivo de enconados debates que hoy vemos más con simpatía que admiración como quiera que de ellos no salió mucho que guardar para la posteridad; como no sea el debate mismo que, reconocerlo es obligado, permite ver los intricados caminos de la historia de las ideas. Intentando una síntesis del debate, hacemos acopio de posiciones recientes —aunque no todas novedosas- que nos permiten identificar elementos fundamentales de éste: el problema de la objetividad, la justificación y el valor de la verdad.

Para los defensores de la existencia de la verdad objetiva y con valor en sí misma (y no sólo instrumental) entre los demonios a exorcizar están el pragmatismo, el relativismo o el escepticismo, siendo Richard Rorty{15} hoy día el poseso favorito. ¿Por qué se ha hecho merecedor de tan enconados odios? Para iniciar, y no es poco, por estar convencido de que “distinciones entre hechos duros y hechos débiles, verdad y placer, y objetividad y subjetividad son instrumentos espinosos y torpes. No son aptos para dividir nuestra cultura; son más los problemas que crean que los que resuelven. Lo mejor sería encontrar otro vocabulario, empezar de nuevo” (Rorty, 1996: 58)

Pretencioso e inútil hacer aquí una defensa de Rorty. Lo primero por la talla del acusado: guste o no, las ideas de este norteamericano han sido piedras lanzadas a un lago que olía; e inútil porque el mismo Rorty se encargó de hacerlo con “Trotskyy las orquídeas silvestres”, que hallamos en su ‘Pragmatismo y Política’ (Rorty, 1998, pp. 27-47) Así, mejor lo tomaremos de excusa para intentar un diálogo con algunos de sus objetores.

Para Bernard Williams, Rorty es la cabeza visible de un grupo al que denomina ‘negadores’, dueños de “un estilo de pensamiento que rechaza, de manera desmesurada, desafiante, [...] irresponsable, toda posibilidad de verdad, descarta su importanciay sostiene que toda verdad es ‘relativa’ o que padece algún otro inconveniente de ese tipo” (Williams, 2006, p. 16) Bastará con decir que al grupo contradictor de los negadores Williams los llama ‘grupo de sentido común’ para captar el grado de animadversión. Incluso se niega a llamar a los primeros como escépticos porque “esto podría inducir a error, pues ‘escepticismo’ es un término que, por tradición filosófica, viene cargado con la implicación de que los problemas conciernen a nuestro conocimiento de la verdad, de modo que los escépticos aceptarían que hay algo que podemos llegar a conocer o fracasar en el intento de conocerlo” (Wiliams, Op. cit)

Pero, ¿de qué, o por qué, acusa Williams al filósofo de Stanford? De pronto una de las quejas más fuertes sea que los ‘negadores’ no acepten que cosas tales como la “verdad” tengan valor intrínseco, sino más bien instrumental. Para Williams es claro que eso atenta contra el sentido de la honestidad y la precisión que acompañan a la ‘Verdad’; y acusa a los pragmatistas de no ser muy claros al explicar qué les hace suponer que los valores instrumentales de la verdad (en caso de existir) seguirían siempre teniendo el mismo grado de valor. A lo que Rorty contesta diciendo que el problema con la metafísica es su obsesión por situarse como lugar privilegiado para someter toda realidad.

Un ataque no menos contundente proviene de Fernando Broncano{10}, para quien “el escepticismo se convierte de nuevo en un componente motivacional en medio de las tensiones. Comoya ocurrió en las tensiones religiosas que recorrieron la cultura occidental, el escepticismo es una estrategia retórica y una actitud.” (Broncano, 2003, p. 50). Parte del trabajo de Broncano es una defensa paso a paso y trinchera a trinchera de la Verdad, la objetividad y la racionalidad, contra los embates de toda forma de escepticismo: en ese mismo paquete caben los relativistas de la sociología de la ciencia, los nuevos escépticos que proclaman la muerte de la epistemología, o los pragmatistas que defienden que lo que no tiene utilidad práctica no debe ser asunto de la filosofía. (Broncano, 2003, pp. 23-94).

Convencidos de que es un debate que seguirá dando oficio a las editoriales, y conscientes de lo redundantes que podrían ser nuestros análisis sobre la existencia o no de la ‘Verdad’, vemos más pertinente de cara al problema que nos ocupa, situar el debate desde otra perspectiva. Explicamos: apoyados en la diferencia que plantea Williams entre Verdad y Veracidad, modificamos un poco la pregunta para que, sin perder los frutos de la controversia, no nos enredemos en una discusión que se antoja sin término. No eludimos, sin embargo, la responsabilidad de tomar una postura al respecto, y aunque bien pudiéramos obviar el compromiso diciendo que nuestro problema no es discutir sobre la existencia o no de la Verdad o de la Objetividad, parece serio aclarar de qué lado se es más proclive. Convencidos de que las dificultades surgen porque gran parte de las discusiones giran en torno a la pregunta ¿Por qué la Verdad?, aquí intentamos mostrar que, para efectos prácticos, la pregunta conveniente es ¿Para qué la Verdad?, lo que nos pone más del lado del pragmatismo y del denostado escepticismo.

Explicamos. La primera pregunta sugiere un antecedente, un objetivo o una causa sobre la que en principio se debería estar de acuerdo. Supongamos la pregunta: ¿por qué es importante la Verdad? Aquí vemos cómo todo intento de respuesta pasa por considerar acuerdos preestablecidos; desde la pueril respuesta ‘porque es feo decir mentiras’’ (que confunde mentira con falsedad), hasta la elaborada ‘porque es necesario dotarnos de un aparato normativo que legitime la autoridad’ (que supone: Verdad ‘ergo’ confianza), nos hablan de acuerdos anteriores, de negociaciones sucedidas a lo largo de la historia, o de los constituyentes de una cultura o civilización, cuando no de anclajes al cielo y ocultos determinismos si no completamente descarados. Por otra parte, preguntarse ¿Para qué es importante la verdad?, sitúa el debate en los fines, en los lugares de llegada. De acuerdo; puede que dichos lugares hayan sido discutidos con anterioridad, y así, la diferencia no sería mucha; pero es precisamente la sutil distancia entre una pregunta y otra la que puede permitirnos un camino alterno. “Cuando se está de acuerdo en los fines, los únicos problemas que quedan son los de los medios, y estos no son políticos, sino técnicos; es decir, capaces de ser resueltos por los expertos o por las máquinas, al igual que las discusiones que se producen entre los ingenieros o los médicos.” (Berlín, 1988, p. 187).

 

1.2 Un catecismo para la Verdad

1.2.1 La verdad como sinceridad y precisión

El intento de Williams por fijar la sinceridad y la precisión como principios de la verdad, luce desesperado cuando iguala Verdad y veracidad{16}. Puede que alguien actúe de manera veraz, pero esto no implica que no esté dando información falsa; puede que ofrezca una información que él cree es verdadera, y lo hace con toda la sinceridad del caso, pero eso no obvia el hecho de que esté confundido.

Igual sucede con la precisión; viene muy a cuento el caso del paracaidista que ha caído en la copa de un árbol y pregunta a un transeúnte:

—¿Sabe usted dónde estoy?

—Por supuesto, usted está en la copa de un árbol.

 Ah, es usted sacerdote.

 Sí, buen hombre, ¿cómo lo ha descubierto?

—Pues porque lo que dice es verdad, pero no sirve para nada.

Ese es nuestro reclamo. Incluso podríamos llevarlo más lejos: ¿Por qué debemos decir siempre la verdad? ¿Por qué eso es bueno? Y las respuestas, por más esfuerzos que se hagan, sólo tendrán sentido si tienen un referente externo a la verdad como concepto: porque valoro tu amistad, porque quiero tu confianza, porque así me lo enseñaron... En la base de la pregunta está el supuesto que al decir la verdad se hace el bien siempre, y eso si acaso será relevante en la discusión de un código moral, con el que unos estarán de acuerdo y otros no; lo que se junta al reclamo de Berlín cuando hace notar que en no pocas ocasiones se considera, equivocadamente, que todas las cosas buenas, por serlo, pueden ir juntas en el mismo paquete (Cfr. Berlín, 1988).

Puede alegarse que un sistema interrelacionado como la sociedad requiere que sus miembros no mientan para que pueda desarrollarse en armonía, lo que escurre ingenuidad por todos lados. El mismo Williams reconoce que “podríamos continuar diciendo que en este mundo el engaño está descartado, que no se le necesita ni se le espera, pero eso sería un error. Como nos recuerdan los psicólogos sociales y los novelistas, en situaciones de amistady confianza es común que las personas mientan abiertamente a las demás, los confundan o les transmitan impresiones falsas, para no dañarlos o exponerse ellos mismos a ser heridos...” (Williams, 2006, p. 117). Lo curioso es que Williams no repare en que ese es precisamente el argumento de su ‘negador’ salvaje. Para Rorty es evidente que las situaciones descritas por Williams se explican si se tiene en cuenta el grado de ‘solidaridad’ que une a dos actores. De allí que ligue el concepto de ‘verdad’ con los de ‘solidaridad’ y ‘justicia’ (Rorty, Objetividad, relativismo y verdad, 1996).

1.2.2 “La verdad es objetiva... y buena”

Otro autor bastante molesto con el pragmatismo a la Rorty es Michael Lynch{12}: “Si algo sé es que niyo ni nadie lo sabemos todo. Hay cosas que nunca sabremos y hay otras cosas que pensamos que sabemos, pero que no es así. Si aceptan esta muestra de sentido común, admitirán entonces la primera obviedad sobre la verdad: la verdad es objetiva” (Lynch, 2005, p. 24) Luego Lynch nos dice que ‘La verdad es buena porque a nadie le gusta estar equivocado', que además ‘vale la pena investigar la verdad’ y que ‘merece la pena preocuparse por la verdad en sí misma’ (Ibíd., p. 161). En síntesis, nos deja una tabla de mandamientos sobre la verdad: objetiva, integra, buena, y con valor en sí misma.

Sin embargo, el reclamo de Lynch no deja de ser curioso; pide que le aceptemos, sin más, que verdad es igual a conocimiento, o en sus palabras, que verdad es el contrario de ignorancia (¡y a eso le llama ‘sentido común’!). Pero no satisfecho con su pedido, nos deja pendientes de un hilo cuando al responder a la pregunta ¿Qué es la verdad?, nos dice: “La pregunta no va a desaparecer. Los misterios son así, y eso es bueno. Las preguntas arduas nos recuerdan que no hemos de tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos. Somos seres históricos; somos producto de una cultura y, a la postre, nuestras conclusiones no son sino nuestras conclusiones.” (Lynch, 2005, p. 219). Un pragmatista no lo hubiera dicho mejor; quizá hubiese agregado que por esa razón la pregunta por la ‘Verdad’ (con mayúsculas) no debe interesar a la filosofía, toda vez que lo que no tiene sentido en la práctica no debe tenerlo para aquella.

Hemos traído esta discusión porque por lo general y de manera equivocada, se le pide a la ciencia que nos diga verdades, olvidando así que la ciencia explica y propone, no fija ni pontifica; y es esta actitud la que le permite ser dinámica (Cfr. Kitcher, 2001, p. 11) Si bien es cierto que entre buena parte de los científicos dedicados a la física puede existir propensión al realismo y al reduccionismo{13}, es decir, a considerar que nuestra piel es una frontera que nos separa definitiva y esencialmente de un mundo exterior al cual podemos no obstante acercarnos y desentrañar sus leyes de funcionamiento, no lo es menos que esa postura implica, a la postre, la aceptación de un solo mundo posible; y así, de una sola aproximación válida, una sola mirada acertada, y una sola cultura en lo cierto.

2. LA POLÍTICA: EL PODER COMO GARANTE DE PRODUCTIVIDAD

‘La crisis de la democracia es sobre todo una crisis de control y de legitimidad frente a los nuevos desarrollos económicos y políticos’ Ralf Dahrendorf (Después de la democracia).

Hacemos ahora un paréntesis aburrido, a más de largo, que consideramos necesario con el fin de traer a la memoria un tema que si bien puede ser tan interesante como contar ovejas en una noche de desvelos, nos permitirá recuperar elementos importantes al momento de plantear la tensión entre conocimiento y poder.

2.1. Haciendo memoria

En un breve recuento histórico recogemos los elementos consustanciales al desarrollo de los conceptos de Estado y Democracia moderna a fin de medir sus posibilidades de realización según las condiciones que impone la dinámica mundial actual. También se abordan los conceptos de libertad e igualdad como quiera que son centrales en el desarrollo de la democracia. La escasa univocidad que padecen los conceptos componentes del corpus teórico de las ciencias políticas y de la administración pública, es una de las causas generadoras de los distintos problemas que se presentan en política tanto en su teoría como en su ejercicio.

2.1.1. El Estado

El Concepto de Estado no escapa a este inconveniente (la ambigüedad) y su estudio es proclive a distintos enfoques y perspectivas. De hecho, si bien podemos ubicar su andadura como organización política a finales del siglo XV y comienzos del XVI ‘en lo stato, por la expresión seminal de Maquiavelo’ es en la Alemania del siglo XVIII donde se consolida la disciplina conocida como Teoría del Estado (Cotarelo, 1996, p. 15).

El estudio de la Teoría del Estado, a su vez, presenta dos tendencias: la del Derecho Constitucional (normativo-jurídico) y la de la Ciencia Política (empírico-sociológica) No es del caso tomar partido por una o por otra, pero sí cabe anotar que algunas de las dificultades devienen por la preeminencia de uno u otro enfoque; el primero demasiado teórico como para atender los asuntos prácticos, y el segundo obviando lo normativo al privilegiar el análisis de los hechos concretos; el resultado es la poca unanimidad en los conceptos, un ejemplo de esto, presentado por Cotarelo en su obra ya citada, es la de sustituir ‘Estado’ por ‘Sistema Político’.

Obviamos en parte el problema planteado dado que nuestro interés se centra en identificar características fundamentales del Estado y ante todo la idea de Estado Moderno “que surge en la Italia de finales del siglo XV y que coincide en el tiempo con la que configura el ‘espíritu del capitalismo’.” (Sotelo, 1996, p. 26) A la vez, se constituye como organización política, con fronteras que definen un territorio y cuyos habitantes se someten a un ordenamiento jurídico y político. Tomemos el desarrollo del Estado desde la monarquía absoluta hasta el Estado democrático y veamos cuáles son los ejes centrales, los conceptos fundamentales y las ideas fuerza que se encuentran en ellos; sin olvidar que, previo a este proceso, el antecedente histórico y social más cercano es la distinción, al final del Medioevo, entre el poder espiritual del Papado y el poder temporal del Imperio, lo que vino a constituirse en elemento fundamental y característico de la cultura europea, y así mismo parte del pensamiento político en Occidente. (Sotelo, 1996, p. 29)

2.1.1.1. El absolutismo monárquico

‘Sólo en mi persona reside el poder soberano, y es exclusivamente gracias a mí que las cortes reciben su existencia y su autoridad. La autoridad sólo puede ser ejercida en mi nombre... pues sólo a mí pertenece el poder legislativo... Todo el orden público emana de mí, puesto que yo soy el guardián supremo... Los derechos e intereses de la nación... están necesariamente unidos a mi persona y sólo pueden descansar en mis manos’ (Luis XV, citado por (Held, 1997, p. 57).

Tenemos aquí uno de los ejemplos más claros de lo que se entendía por ‘el Estado soy yo’. Una vez hecha la distinción entre Iglesia e Imperio, es la figura del rey la que toma especial importancia; en él se depositan los derechos, deberes y la soberanía de territorios sobre los cuales el monarca ejerce ‘el monopolio de la violencia’ — por usar la definición de Weber-. Así, no importa qué lugar se ocupe en la organización social, todo súbdito queda en relación directa con el soberano, es decir, no hay ‘organigrama’ que señale un conducto regular; la posición social depende de la distancia a la que cada uno se encuentre de la corte y, el rey mismo se halla por encima del derecho que de él emana.

En el campo económico se puede afirmar que predominó el mercantilismo; esto se entiende al observar que en torno a la figura del monarca se unificaron las relaciones de territorios que poco a poco iban juntándose, borrando fronteras internas y consolidando carga fiscal impositiva semejante en toda la región. Esto no fue óbice para que apareciesen luego otras alternativas opuestas al mercantilismo; tal es el caso de la fisiocracia francesa del XVIII, para la que la manera de generar riqueza sólo era posible mediante el uso productivo del suelo a través de la agricultura. Su oposición con el mercantilismo se basaba en la concepción de que el comercio se limita a reponer insumos mientras que de la naturaleza es posible obtener excedentes productivos y así generar ganancias reales.

Tenemos entonces dos características fundamentales en el primer Estado moderno (absolutista), a saber: un marco jurídico de derechos y deberes ante el cual los individuos de un Estado son iguales en relación con quien ejerce la soberanía; y un modelo que rige la actividad económica de los territorios del Estado. En corto: soberanía y modelo económico.

2.1.1.2. Estado Liberal

Al Estado absoluto lo decapitó la Revolución Francesa de 1789. La instauración de ‘Los derechos del hombre’ hizo énfasis en la tríada: libertad, igualdad y fraternidad, de las que nos ocuparemos más adelante. Por ahora veamos cómo se resolvió el problema de tener la cabeza, entre un canasto, de quien ostentaba la soberanía.

Precisamente el problema de la soberanía, o mejor, de dónde o en quién recae la soberanía, dio nuevo sentido a las nociones de ciudadano y nación; Nuevo sentido porque se hizo necesario hacer distinción entre ‘pueblos’ y ‘naciones’, “la diferencia obedeció a que mientras aquéllos se distinguen por su raza, religión y cultura, éstas se distinguen también por su territorio y gobierno, o por constituir un Estado” (González, 1996, p. 112).

En lo político, el Estado liberal tiene dos columnas sobre las cuales se desarrolla y autolimita: de un lado la ‘ley de leyes’ o Constitución, y de otro, la proclamación de derechos de los ciudadanos que llegaron a servir de base ideológica en las revoluciones independentistas de Sudamérica. Por supuesto, con bastante anterioridad Locke, en Inglaterra, ya había mencionado cómo el individuo antecede a la aparición de cualquier gobierno, para decir que sus derechos son inviolables.

 

Así pues, ya no es la cabeza del regente la depositaria de la soberanía, ahora es la nación, o al menos así fue en Francia. En Inglaterra se dio un equilibrio interesante en el punto de encuentro entre la corona y el parlamento. Los alemanes, más contagiados por el espíritu idealista, pensaron la nación no a la francesa (conjunto de ciudadanos) sino considerando al Estado como ‘persona jurídica; concluyendo entonces que la soberanía recae en esta nueva característica jurídica del Estado y no en el parlamento ni en el pueblo. La diferencia debiera hacer notar distancias entre el Estado democrático y el Estado de derecho.

Un asunto sobre el que volveremos luego, pero hacemos notar ahora, es que en el desarrollo de la noción de Estado, no en pocos casos se ve que, por querer abarcar todo, se dejan al descubierto aspectos que podrían dar a lugar a versiones ambiguas si no contradictorias sobre las nociones de Estado y nación. Esto se ha venido a convertir en un punto de apoyo para los que defienden las tesis de la crisis de la democracia; su argumento, como luego detallaremos, tiene que ver con la transnacionalidad de los entes portadores de poder.

Volviendo al Estado liberal, y como su nombre hace intuir, el cambio en lo económico se dio al predominar el apoyo al mercantilismo. La economía feudal hizo crisis al romperse su atadura endogámica y las ideas de la escuela de Manchester se fueron adoptando hasta los límites del traído y llevado ‘laissezfaire, laissezpasser’; el punto de vista fisiócrata si bien se distanciaba del comercio como depositario de la riqueza, no se oponía al desarrollo económico a través de la ampliación del mercado; este hecho marcó las posibilidades de existencia del Estado liberal.

El hecho de reducir la injerencia del Estado (‘Estado Mínimo’) hizo que su principal papel fuera el de garantizar la limpieza y cumplimiento de las reglas de juego. Sin embargo, el optar por la ‘libertad’ como el principio orientador de toda actividad, así como la promulgación de los derechos y deberes plantearon un serio problema al hacerse evidente que la igualdad que se proclama tenía mucho de abstracción y poco de realidad.

Una cosa es redactar una carta de derechos del individuo, o promulgar y cantar la igualdad y la fraternidad, y otra muy distinta hacer que todo eso se vea en la realidad. Como Cotarelo hace ver —en la cita que de él hemos seguido— la igualdad que se promulgó era puramente formal e incluso ni siquiera esto; baste con recordar que las mujeres tuvieron derecho al voto, base mínima de participación, mucho tiempo después de aparecer los derechos del individuo (Cfr. Cotarelo, 1996, p. 21).

Fueron estos debates, y la extensión de derechos, los que hicieron posible el tránsito entre el Estado liberal y el Estado democrático.

2.1.1.3. Estado Democrático

La generalización del derecho al sufragio marca una nueva diferencia haciendo que a comienzos del siglo XX se vaya asentando el Estado democrático; éste, cambia la preeminencia de la que había gozado la ‘libertad’ y, en cambio, enarbola la enseña de la ‘igualdad’; asunto que se vio favorecido por la eclosión de los movimientos de corte socialista.

En lo que se constituye en un claro movimiento pendular, elegir y ser elegido le devolvió nuevos escenarios de actuación al otrora ‘Estado Mínimo’ haciendo que éste ampliara sus niveles de intervención. Curiosamente Inglaterra, que no promulgó una constitución como sí lo hizo Francia, ofreció en la figura de su Parlamento un ejemplo de representatividad que incluía a las clases trabajadoras y humildes. Este hecho supuso la subordinación de los gobiernos ante los parlamentos, dando fuerza a una característica esencial del Estado democrático: la rendición de cuentas y la generación de mecanismos de control (checks and balances), lo que Weber denominó ‘parlamentarización de los gobiernos’.

El mismo Weber, al definir el Estado, lo dota de una característica que deviene en definición: “Estado es aquella comunidad humana que dentro de un territorio- el territorio es uno de sus caracteres- aspira con éxito al monopolio legítimo de la violencia” (citado por Sotelo, 1996, p. 35). Y con esto tenemos un cuadro interesante que nos permite abordar la última parte de este resumen sobre el desarrollo del Estado, a saber: el Estado, al poseer la soberanía del pueblo, se constituye en Estado- Nación; el ciudadano se ve representado en el parlamento y entiende que sus derechos son defendidos por la única fuerza legítima que emana del mismo Estado.

En lo económico, se había heredado la visión liberal y la idea del ‘Estado mínimo’ como garante de las libertades. Pero el hecho de que ahora se hiciera más audible la voz de los menos favorecidos hizo que apareciera una nueva forma de Estado.

2.1.1.4. El Estado Social de Derecho

Transcurridas las primeras décadas del siglo XX se fueron acentuando los debates entre distintas concepciones acerca de cómo debería conducirse el desarrollo de las sociedades. Mucho de ello tuvo que ver con la manera como se entendían los conceptos de igualdad y libertad, por lo que les dedicaremos más adelante especial atención; por ahora nos será suficiente el cambio en las ideas de soberanía y desarrollo económico que se suscitan en el periodo de la posguerra. Por supuesto, el Estado social de derecho es de raigambre democrática.

Al hacerse evidente que la consecución de algunos derechos políticos no conllevaban el desarrollo de los derechos económicos, los debates entre si es mejor fortalecerse adentro (mercado interno) o abrir fronteras (libre mercado) se hicieron cada vez más fuertes. Las escuelas económicas fueron dispuestas en un claro Smith vs. Keynes; del lado anglosajón las simpatías se decantan por el primero y la Europa continental, con su Estado del Bienestar, abraza al segundo.

Uno y otro modelo no se oponen a cierto convencimiento sobre la necesidad de ser algo menos estrictos en lo referente a la soberanía, y con dificultad pero con pragmatismo se abren a la injerencia de aparatos multinacionales que ayuden a la conciliación política y económica. En parte era ceder ante la evidencia: la internacionalización económica multinivel.

Aunque Europa puede mostrar orgullosa su capacidad para crear riqueza, no está claro si la puesta en práctica de su modelo ya hace aguas, y ahora, el Estado del bienestar, es cuestión sólo de pobres. Lo cierto es que quien encuentra medios quiere expandirse y no encontrar obstáculos en el Estado al adelantar su empresa; pero también se escuchan las voces de quienes esperan que todo llegue del Estado, incluso si no se hace mucho por fortalecerlo. Es el caso de quienes juegan y se aprovechan de mala forma de los periodos de subsidio al desempleo, en donde se ve que las segundas y terceras generaciones han sido sabias al aprender derechos pero algo torpes para entender deberes. ¿Se ha pasado del Estado del bienestar, al Estado del confort?

Apuntando a lo anterior, Winner lanza una advertencia que, aunque no discutamos a fondo, exponemos a manera de reflexión: “... una creencia muy común en los escritos de las antiguas Grecia y Roma, era que la virtud cívicay la prosperidad material eran antitéticas. Según este punto de vista, la naturaleza humana se corrompe confacilidad por la riqueza. Los hábitos indolentes de vida lujosa que sólo busca placer tienden a trastocar las cualidades de frugalidad, moderación y abnegación necesarias para el mantenimiento de una sociedad libre. En consecuencia, cualquier sociedad que desee mantener la virtud cívica debería encarar la innovación técnica y el crecimiento económico con la mayor cautela” (Winner, 1987, p. 60).

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?