Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri

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CANTO II

Él les hizo la señal de la santa cruz, a la cual se lanzaron todos a la playa, y él se marchó tan veloz como había venido.

(II, vv. 49-51)


Nos hallamos en la playa situada delante de la montaña del purgatorio. Está amaneciendo y Dante y Virgilio ven acercarse una barca guiada por un ángel de la que bajan algunas almas (vv. 1-51). Entre ellas, Dante reconoce a un amigo músico, Casella, al que le pide que cante, y todos se paran a escucharle (vv. 52-117). En ese momento reaparece Catón y reprende a las almas por pararse, y estas se apresuran hacia la montaña del purgatorio (vv. 118-133).

Una vez terminado el rito de purificación, el Dante personaje está listo para partir. Pero el Dante poeta prolonga la espera, parece querer seguir degustando este nuevo inicio. Los primeros tercetos (vv. 1-9) contienen una larga perífrasis que indica que aún estamos antes de que rompa el alba, en el momento lleno de expectativa que anuncia algo nuevo; e inmediatamente después vemos a Dante y Virgilio en la playa, deseando moverse pero todavía quietos, sin saber el camino que tienen que seguir, a la espera de algo que les guíe (vv. 10-12).

Ya hemos señalado que estamos en el amanecer del domingo de Pascua, el día de la resurrección, el día en que irrumpe en el mundo una novedad absoluta, clamorosa, impensada e impensable, imposible para los hombres. Y efectivamente la novedad se presenta bajo la capa de un ángel que guía una barca cargada de almas. Y la secuencia con la que lo presenta Dante es espectacular (vv. 13-45): al principio, una luz indistinta, luego paulatinamente se va perfilando la figura hasta mostrarse con todo detalle. Exactamente como sucede a menudo en la vida ante una experiencia buena y novedosa, como pasó con los primeros que conocieron a Jesús o como nos pasa cuando nos enamoramos: al principio no lo entendemos bien, percibimos solo la fascinación de un atractivo; después, a medida que crece la familiaridad con el objeto, su fisionomía se manifiesta y vamos comprendiendo cada vez mejor de qué se trata.

Aquí la aparición suscita un respeto infinito, una reverencia. De hecho, Virgilio conmina enseguida a Dante —como ya lo había hecho antes, al aparecer Catón— a arrodillarse; Dante se queda deslumbrado ante semejante luz y baja la mirada.

En este gesto de bajar los ojos he percibido siempre dos cosas. Por un lado, desde luego, la humildad, el asombro agradecido que se experimenta ante una realidad que supera toda expectativa; pero, a la vez, también el esfuerzo que implica adaptarse a una nueva realidad. Dante viene del infierno, el reino de la oscuridad, y aquí estamos aún en la penumbra del crepúsculo; no es inmediato que los ojos se acostumbren a la luz. Se trata de un esfuerzo que vale para todos y para todo. Cuanto uno cambia de vida resulta difícil adaptarse a las nuevas condiciones; es preciso tener paciencia y hacer un trabajo. Siempre está el riesgo de renunciar, de evitar el compromiso que requiere asimilar lo nuevo. Por eso se necesita una compañía que —como Virgilio— sugiera, sostenga y anime al camino continuamente.

Después, encontramos un primer esbozo del tema de la Revelación que recorre todo el Purgatorio. La vida humana —ya se capta en el canto I del Infierno— va siempre acompañada de un sentimiento de infinito, de la intuición de que en el origen de las cosas hay algo divino. De aquí arrancan todas las religiones. Pero precisamente porque está más allá de la realidad perceptible, lo divino es inevitablemente misterioso, inaccesible; lo máximo a lo que puede aspirar la inteligencia humana es a que lo divino se muestre, como dice de forma ejemplar Platón.1

A mí me parece, Sócrates, y quizá a ti también, que la verdad segura en estas cosas no se puede alcanzar de ningún modo en la vida presente, o al menos solo con grandísimas dificultades. Pero pienso que es una vileza no estudiar bajo todo punto de vista las cosas que se han dicho al respecto, o abandonar la investigación antes de haberlo examinado todo. Porque en estas cosas, una de dos: o se llega a conocerlas o, si esto no se consigue, se agarra uno al mejor y más seguro entre los argumentos humanos y con este, como en una barca, se intenta la travesía del piélago. A menos que no se pueda, con más comodidad y menor peligro, hacer el paso con algún transporte más sólido, es decir, con ayuda de la palabra revelada de un dios.

Pues bien, para mí, la barca del ángel que llega ante Dante corresponde precisamente a la imagen de la respuesta que soñaba Platón. En Jesucristo, ese Misterio al que todos los hombres tienden ha dejado los cielos y ha bajado a la tierra, revestido de carne humana, ha venido a nuestro encuentro. Ese Misterio que Ulises trató de alcanzar con medios insuficientes se acerca ahora en su forma adecuada: en vez de los «remos» con los que el héroe griego intentó hacer «alas para el loco vuelo» (Infierno XXVI v. 125), son las alas del ángel las que hacen que la barca se deslice sobre la superficie del agua sin que se hunda la quilla. En definitiva, nos hallamos ante algo que hemos soñado, esperado, y que al mismo tiempo desborda infinitamente nuestra imaginación, de modo que no podemos evitar arrodillarnos ante ello y bajar la mirada.

¿Y qué hacen las almas que van en la barca? ¡Cantan! ¿Y qué cantan? El Salmo 114, que celebra la salida de los judíos de Egipto, el salmo de la liberación. Se trata del mismo salmo que Dante cita dos veces, en El convite y en la Carta al Can Grande de la Scala,2 en ambos casos para explicar cómo un texto tiene a la vez un significado literal y uno alegórico: los versos recuerdan un acontecimiento histórico, real, y también aluden a la liberación de cada hombre por los méritos de Cristo. Esto corrobora que la cuestión decisiva es la liberación, la libertad.

Además, ¿cómo cantan los salvados? «Todos a una voz» (v. 47). Cantan a coro. Se trata de un cambio de perspectiva. En el infierno las almas están solas, aisladas; las únicas relaciones que son capaces de entablar caen en la ira, en el insulto, en la mutua acusación. En cambio, ¿cuál es, desde el principio, el primer signo de salvación de la vida nueva que empieza para aquel que se deja abrazar por la misericordia de Dios? La comunión. La tarea que Jesús deja a los doce es: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12); y la invocación con que se los confía al Padre es: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros» (Jn 17, 11). En definitiva, se restablece aquí desde el principio esa capacidad de relación que nos constituye y que en el infierno queda definitivamente rota.

Es cierto que esta comunión, esta capacidad de relación, solamente se cumplirá por entero en el paraíso; mientras están en el purgatorio, mientras caminan sobre la tierra, los hombres permanecen «bestiales como siempre, carnales, buscándose a sí mismos como siempre, egoístas y cegatos como siempre». Pero, prosigue Eliot, «siempre luchando, siempre reafirmándose, siempre reanudando la marcha por el camino iluminado por la luz; / a menudo, deteniéndose, vagueando, perdiéndose, retardándose, volviendo, pero sin seguir otro camino».3

En el resto del canto, Dante muestra cumplidamente el dinamismo del camino, el continuo pararse y reanudar la marcha. De hecho, cuando llega la barca los salvados «se lanzaron todos» (v. 50) a la playa, se tiran impetuosamente, impacientes por proseguir. Lo mismo hacen las almas condenadas (cf. Infierno III vv. 109-117). Tanto unos como otros están ansiosos por llegar a lo que Dios les ha asignado o, lo que es igual, a lo que ellos mismos han elegido. Sin embargo, las almas se detienen nada más bajar, pues dudan ante el camino que han de tomar, y preguntan a Dante y Virgilio (vv. 52-66). Cuando se dan cuenta de que Dante respira —es decir, que es un vivo, no un muerto como ellos—, se quedan mirándole con la boca abierta, «casi olvidando que tenían que ir a embellecerse» (v. 75).

Entonces, un alma sale del grupo y corre a abrazar a Dante, que le devuelve el abrazo. La escena que sigue (vv. 79-81) es maravillosa: Dante intenta estrechar al otro contra sí tres veces y las tres veces se encuentra abrazándose a sí mismo. Evidentemente, el otro no tiene un cuerpo como el suyo, ¡no se le puede estrechar! La imagen del intento vano de abrazar a un alma del más allá le viene a Dante de la lectura de la Eneida, donde en dos ocasiones Eneas intenta abrazar una sombra: en el libro II trata en vano de aferrar el fantasma de su mujer en el momento de su huida de Troya; y en el canto VI baja al Hades y de nuevo, ante su padre Anquises, sus brazos estrechan el aire.4 Pero ¡qué diferencia! Los abrazos de la Eneida son tristísimos, la última palabra la tiene la melancolía, mientras que aquí enseguida la alegría sigue a la desilusión: «la sombra sonrió» (v. 83) y «suavemente» (v. 85) le dice a Dante que renuncie a su intento. En el Hades pagano vence la tristeza; en el más allá cristiano se puede sonreír incluso ante el fracaso. Es solo una cuestión de tiempo: ese deseo bueno de unidad está destinado a ser satisfecho en su momento, cuando el camino de purificación se haya cumplido.

Y este abrazo fallido me sugiere también la idea de virginidad. ¿A qué me refiero? A que nosotros, cuando nos encontramos con algo bello, con una persona buena, corremos el riesgo de querer poseerla, de querer atraparla o atarla a nosotros. Pero, a pesar de nuestras buenas intenciones, este abrazo posesivo ahoga al otro. El otro es precisamente otro, distinto de nosotros, no nos pertenece. Y esta alma que escapa al abrazo de Dante porque ya pertenece definitivamente a Dios me recuerda siempre esta experiencia: el abrazo verdadero se produce en una distancia que reconoce la alteridad del otro, no en el afán de posesión, que inevitablemente acabaría ahogándolo. Como explica don Giussani, comentando el cuadro del beato fray Angélico que representa el episodio evangélico del encuentro entre Magdalena y Jesús resucitado (Jn 20,11-17): «Como en el Noli me tangere del Beato Angélico, en ese detalle que representa a la Magdalena dirigiéndose a Jesús. Apenas lo ve, es decir, apenas cae en la cuenta de que es Jesús, pues antes creía que era el jardinero, se abalanza sobre Él. Y Jesús la para con la mano. Se ven las dos manos de la Magdalena y la mano de Jesús deteniéndola: es la imagen que siempre hemos puesto de la posesión virginal, que tiende a la totalidad. Mientras este tender a la totalidad se mantenga a un palmo del rostro del otro, posee verdaderamente, mucho más que si se abalanzara sobre ese rostro; cuando se abalanza sobre el rostro la mano se torna semejante a la garra de un animal».5

 

En ese momento, Dante reconoce al alma: es Casella, un gran amigo suyo que era músico, así que le pide que le alegre con una de sus canciones. Casella complace con gusto su petición y empieza a cantar «tan dulcemente» (v. 113) que todos se ponen a escucharle, «como si nadie pensara en otra cosa» (v. 117), cautivados por esa belleza. Pero de repente, en el culmen de esta escena llena de dicha, reaparece Catón (vv. 120-123) diciendo: «¿Qué es esto, espíritus tardos? ¿Qué olvido, qué descuido es este? Corred al monte a despojaros de vuestra impureza, que no permite que Dios se os manifieste».

Ante este reclamo, todos —tanto las almas purgantes como Virgilio y Dante— se espabilan y retoman el camino a toda prisa.

¿Qué nos está diciendo Dante en estos últimos tercetos? Desde luego no está condenando la música o el canto, que resuenan continuamente en el purgatorio y el paraíso. Se está refiriendo a una cuestión que ha surgido muchas veces en el Infierno: las cosas son buenas, son bellas, es normal que nos atraigan, pero en su justa medida, tenemos que aprender a darles su justo valor. El pecado es quedarse en un detalle perdiendo de vista el cuadro completo. Casella canta bien, sí, pero lo hace solo, fuera del coro, de la comunión que están conquistando aquí las almas. Se trata de un detalle que en este momento despista. Ahora no es el momento de pararse a escuchar música, hay algo más urgente, ¡hay que «ir a embellecerse»! Por tanto, el afecto por Casella se expresa con mayor verdad si se reanuda la marcha que si se quedan ahí parados para oírle cantar.

En paralelo, la trama de Casella enmarca la cuestión del tiempo en sus dos factores fundamentales: el valor de la espera y el valor del instante. Antes de llegar allí, Casella ha esperado tres meses a que llegara el momento adecuado para subirse a la barca del ángel, porque es preciso que pase un tiempo para volverse dignos de subir a ella. Y, precisamente por eso, el paso de Dante y Virgilio por el antepurgatorio se extenderá a lo largo de nueve cantos, para confirmar el valor de la espera, de la paciencia. Al mismo tiempo, esta paciencia está vigilante, es prudente; no es pasiva, sino que se muestra atenta para captar el valor del instante y vivir plenamente cada momento. Una vez más, resulta evidente que solos no podemos, que tendemos a pararnos, a contentarnos con el pequeño bien presente; afortunadamente llega alguien —en este caso Catón; hasta Virgilio necesita que le llamen la atención— que nos recuerda adónde nos dirigimos, para qué estamos hechos: para liberarnos de la «impureza», de la costra que nos impide ver a Dios y disfrutar de la vida en toda su amplitud. «A menudo, deteniéndose, vagueando, perdiéndose, retardándose, volviendo, pero sin seguir otro camino», escribía Eliot.

1 Platón, Fedón XXXV.

2 Cf. El convite II, I, 7 y Carta XIII, 7, en Obras completas de Dante Alighieri, op. cit., pp. 587 y 815, respectivamente.

3 T. S. Eliot, «Coros de la Piedra», en Poesías reunidas 1909-1962, op. cit., p. 182.

4 Cf. Publio Virgilio Marón, Eneida, libro II, vv. 792-794 y libro VI, vv. 700-702.

5 Luigi Giussani, El templo y el tiempo. Dios y el hombre, Encuentro, Madrid 1995, p. 36.


Già era ’l sole a l’orizzonte giunto lo cui meridïan cerchio coverchia Ierusalèm col suo più alto punto;e la notte, che opposita a lui cerchia, uscia di Gange fuor con le Bilance, che le caggion di man quando soverchia;sì che le bianche e le vermiglie guance, là dov’ i’ era, de la bella Aurora per troppa etate divenivan rance.Ya estaba el sol en el horizonte, cuyo círculo meridiano cubre a Jerusalén en su punto más alto, y la noche, que sigue la parte opuesta del círculo, salía del Ganges con las balanzas, que se le caen de las manos cuando supera al día de modo que las blancas y sonrosadas mejillas de la bella Aurora, desde allí donde yo me encontraba, según ganaban en edad, se volvían de oro.1
Noi eravam lunghesso mare ancora, come gente che pensa a suo cammino, che va col cuore e col corpo dimora.Permanecíamos aún a orilla del mar, como quien piensa en su camino y lo anda con el corazón mientras el cuerpo está quieto.
Ed ecco, qual, sorpreso dal mattino, per li grossi vapor Marte rosseggia giù nel ponente sovra ’l suol marino,cotal m’apparve, s’io ancor lo veggia, un lume per lo mar venir sì ratto, che ’l muover suo nessun volar pareggia.Y he aquí que, como en la hora matutina Marte enrojece por los densos vapores allá en el poniente sobre la superficie del mar, así se me apareció, y ojalá pudiera verla aún, una luz que por el mar venía tan rápidamente, que a su movimiento ningún vuelo podría superar.
Dal qual com’ io un poco ebbi ritratto l’occhio per domandar lo duca mio, rividil più lucente e maggior fatto.Y, como apartase un poco la vista de ella para preguntar a mi guía, la vi de nuevo más brillante y mayor.
Poi d’ogne lato ad esso m’appario un non sapeva che bianco, e di sotto a poco a poco un altro a lui uscìo.Después, a cada lado me pareció ver un no sé qué blanco, y debajo, poco a poco, vi salir algo blanco también.
Lo mio maestro ancor non facea motto, mentre che i primi bianchi apparver ali; allor che ben conobbe il galeotto,gridò: «Fa, fa che le ginocchia cali. Ecco l’angel di Dio: piega le mani; omai vedrai di sì fatti officiali.Mi maestro aún no había dicho palabra, cuando me advirtió que las primeras cosas blancas eran alas; y entonces, conociendo bien al marinero, gritó: «¡Dobla, dobla las rodillas! He aquí al ángel de Dios. Junta las manos. De ahora en adelante veras tales ministros del Señor.
Vedi che sdegna li argomenti umani, sì che remo non vuol, né altro velo che l’ali sue, tra liti sì lontani.Fíjate cómo desdeña los medios humanos. No quiere más remo ni velas que sus alas entre lejanas orillas.
Vedi come l’ha dritte verso ’l cielo, trattando l’aere con l’etterne penne, che non si mutan come mortal pelo».Mira cómo las tiene levantadas hacia el cielo, moviendo el aire con las eternas plumas, que no sufren las mudanzas del cabello de los mortales».
Poi, come più e più verso noi venne l’uccel divino, più chiaro appariva: per che l’occhio da presso nol sostenne,ma chinail giuso; e quei sen venne a riva con un vasello snelletto e leggero, tanto che l’acqua nulla ne ’nghiottiva.Después, cuanto más y más se acercaba a nosotros el ave divina, más luminosa aparecía; y, puesto que los ojos no pueden mirarlo de cerca, los incliné mientras él llegaba hacia la playa en una barquilla tan ágil y ligera que no cortaba el agua.
Da poppa stava il celestial nocchiero, tal che faria beato pur descripto; e più di cento spirti entro sediero.‘In exitu Isräel de Aegypto’ cantavan tutti insieme ad una voce con quanto di quel salmo è poscia scripto.A popa estaba el barquero celestial, que parecía llevar la beatitud escrita en el rostro. Más de cien espíritus que dentro iban sentados, cantaban: In exitu Israel de Aegypto, todos a una voz, continuando con el resto de aquel salmo.2
Poi fece il segno lor di santa croce; ond’ ei si gittar tutti in su la piaggia: ed el sen gì, come venne, veloce.Él les hizo la señal de la santa cruz, a la cual se lanzaron todos a la playa, y él se marchó tan veloz como había venido.
La turba che rimase lì, selvaggia parea del loco, rimirando intorno come colui che nove cose assaggia.La multitud que dejó allí parecía asombrada del sitio, mirando y remirando alrededor como el que ve cosas nuevas.
Da tutte parti saettava il giorno lo sol, ch’avea con le saette conte di mezzo ’l ciel cacciato Capricorno,quando la nova gente alzò la fronte ver’ noi, dicendo a noi: «Se voi sapete, mostratene la via di gire al monte».Por todas partes el sol asaeteaba el día y había con sus saetas echado a Capricornio del centro del cielo, cuando los recién llegados levantaron la vista hacia nosotros, diciéndonos: «Si lo sabéis, mostradnos el camino para subir al monte».
E Virgilio rispuose: «Voi credete forse che siamo esperti d’esto loco; ma noi siam peregrin come voi siete.Y Virgilio respondió: «Vosotros quizá creéis que somos conocedores de este lugar, pero somos peregrinos, como sois vosotros.
Dianzi venimmo, innanzi a voi un poco, per altra via, che fu sì aspra e forte, che lo salire omai ne parrà gioco».Llegamos aquí un poco antes que vosotros por otro camino que fue tan áspero y rudo, que subir ahora nos parece cosa de juego».
L’anime, che si fuor di me accorte, per lo spirare, ch’i’ era ancor vivo, maravigliando diventaro smorte.Las almas, que cayeron en la cuenta, por mi respiración, de que yo estaba vivo todavía, se pusieron pálidas de asombro.
E come a messagger che porta ulivo tragge la gente per udir novelle, e di calcar nessun si mostra schivo,così al viso mio s’affisar quelle anime fortunate tutte quante, quasi oblïando d’ire a farsi belle.Y como el mensajero que llega con el ramo de olivo atrae a la gente para oír sus nuevas y ninguno se muestra esquivo a agruparse, así a mi vista se agolparon todas aquellas almas, casi olvidando que tenían que ir a embellecerse.
Io vidi una di lor trarresi avante per abbracciarmi, con sì grande affetto, che mosse me a far lo somigliante.Vi a una de ellas que se adelantó hacia mí para abrazarme con tan gran afecto, que me movió a hacer lo mismo.
Ohi ombre vane, fuor che ne l’aspetto! tre volte dietro a lei le mani avvinsi, e tante mi tornai con esse al petto.¡Oh sombras, vanas a excepción del aspecto! Tres veces crucé los brazos por detrás de ella, y otras tantas me los encontré sobre mi propio pecho.
Di maraviglia, credo, mi dipinsi; per che l’ombra sorrise e si ritrasse, e io, seguendo lei, oltre mi pinsi.Creo que el asombro se debió de pintar en mi rostro, porque la sombra sonrió y retirose, y yo avancé siguiéndola.
Soavemente disse ch’io posasse; allor conobbi chi era, e pregai che, per parlarmi, un poco s’arrestasse.Suavemente me dijo que me detuviese, y entonces conocí quién era y le rogué que para hablarme se parase un poco.
Rispuosemi: «Così com’ io t’amai nel mortal corpo, così t’amo sciolta: però m’arresto; ma tu perché vai?».Respondiome: «Así como te amé cuando estaba en mi cuerpo mortal, te amo desprendida de él; por eso me detengo; pero tú, ¿por qué vas por este camino?».
«Casella mio, per tornar altra volta là dov’ io son, fo io questo vïaggio», diss’ io; «ma a te com’ è tanta ora tolta?».«Casella3 mío, para volver otra vez allá donde estuve, hago este viaje —dije—; pero tú, ¿cómo has tardado tanto?».
Ed elli a me: «Nessun m’è fatto oltraggio, se quei che leva quando e cui li piace, più volte m’ha negato esto passaggio;ché di giusto voler lo suo si face: veramente da tre mesi elli ha tolto chi ha voluto intrar, con tutta pace.Y me contestó: «Nadie me ha hecho injusticia, pues si aquel que conduce cuando y a quien le place me ha negado este pasaje muchas veces, justa es la voluntad que guía la suya. Cierto que desde hace tres meses ha traído, sin oponerse, a todo el que ha querido entrar, por donde yo, que estaba en la orilla donde el agua del Tíber se vuelve salada,4 fui benignamente recogido por él.
Ond’ io, ch’era ora a la marina vòlto dove l’acqua di Tevero s’insala, benignamente fu’ da lui ricolto.
A quella foce ha elli or dritta l’ala, però che sempre quivi si ricoglie qual verso Acheronte non si cala».A aquella embocadura dirige su vuelo, pues allí se congregan siempre los que no descienden hacia el Aqueronte».
E io: «Se nuova legge non ti toglie memoria o uso a l’amoroso canto che mi solea quetar tutte mie doglie,di ciò ti piaccia consolare alquanto l’anima mia, che, con la sua persona venendo qui, è affannata tanto!».Yo le dije: «Si alguna nueva ley no te quita la memoria o el uso de los cantos amorosos que solían aquietar todos mis deseos, te ruego que consueles un poco mi alma, que, viniendo aquí con mi cuerpo, se ha angustiado tanto».
‘Amor che ne la mente mi ragiona’ cominciò elli allor sì dolcemente, che la dolcezza ancor dentro mi suona.Amor que me habla desde el pensamiento5 comenzó a cantar tan dulcemente, que aquella dulzura resuena todavía dentro de mí.
Lo mio maestro e io e quella gente ch’eran con lui parevan sì contenti, come a nessun toccasse altro la mente.Mi maestro, y yo, y las gentes que estaban con él parecíamos tan contentos como si nadie pensara en otra cosa.
Noi eravam tutti fissi e attenti a le sue note; ed ecco il veglio onesto gridando: «Che è ciò, spiriti lenti?qual negligenza, quale stare è questo? Correte al monte a spogliarvi lo scoglio ch’esser non lascia a voi Dio manifesto».Estábamos todos pendientes de sus notas, cuando he aquí que el anciano venerable apareció, diciendo: «¿Qué es esto, espíritus tardos? ¿Qué olvido, qué descuido es este? Corred al monte a despojaros de vuestra impureza, que no permite que Dios se os manifieste».
Come quando, cogliendo biado o loglio, li colombi adunati a la pastura, queti, sanza mostrar l’usato orgoglio,se cosa appare ond’ elli abbian paura, subitamente lasciano star l’esca, perch’ assaliti son da maggior cura;così vid’ io quella masnada fresca lasciar lo canto, e fuggir ver’ la costa, com’ om che va, né sa dove rïesca;né la nostra partita fu men tosta.Al modo de las palomas cuando están picando arena o cizaña, reunidas en torno del pasto, quietas, sin mostrar su acostumbrado orgullo, si ocurre algo que las asusta, súbitamente dejan la comida porque las asalta un cuidado mayor, así vi yo a aquel grupo, recién formado, dejar el canto y dispersarse por la costa como quien va no sabe adónde. Nuestra partida no fue menos rápida.

1 Según la concepción de Dante, la montaña del purgatorio, en el hemisferio austral, es antípoda de Jerusalén. El mismo meridiano pasa, pues, por los dos puntos.

 

2 Salmo 113, que canta la liberación de los hebreos del poder faraónico.

3 Músico y cantor florentino del que nada se sabe. Parece que musicó una canción de Dante.

4 El que pudiéramos llamar «embarcadero» para el purgatorio lo sitúa Dante en la desembocadura del Tíber.

5 Primer verso de una canción de Dante, que es la que debió de musicar Casella.