Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri

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CANTO III

Cuando negué humildemente haberlo visto nunca, él dijo: «Mira, pues», y me mostró una herida en lo alto del pecho.

(III, vv. 109-111)


Seguimos en la playa. Dante se asusta porque cree que Virgilio lo ha abandonado, pero este lo tranquiliza y lo invita a razonar mejor (vv. 1-45). Cuando llegan a las primeras pendientes del antepurgatorio, los dos ven a las almas de los excomulgados y les piden indicaciones sobre el camino que deben seguir (vv. 46-102). Se adelanta con respecto al grupo de Manfredo, quien le cuenta a Dante la historia del final de su vida (vv. 103-145).

Tras la advertencia de Catón, las almas se dispersan corriendo hacia la montaña, mientras que Dante y Virgilio se quedan ahí, en la playa del antepurgatorio, sin saber muy bien por dónde seguir. Pero no es una espera en vano, ya que del juego de gestos, miradas y palabras que se dan entre ambos surgen cuestiones muy interesantes.

Para empezar, Dante se arrima a Virgilio y se pregunta: «¿Cómo habría seguido adelante sin él? ¿Quién me hubiera llevado por la montaña?» (vv. 5-6). Pero esto no basta para tranquilizarlo. Justo después observa su propia sombra en el suelo pero no ve la de su maestro y, de nuevo, se asusta, teme que lo haya abandonado, por lo que Virgilio debe reprenderlo tiernamente (vv. 22-24):

Y mi protector: «¿Por qué desconfías aún? —empezó a decirme vuelto hacia mí— ¿No crees que estoy contigo y te guío?».

La Divina comedia está llena de menciones en las que Dante considera el papel de su guía. Nunca se extiende al hablar de él, pero la paternidad de Virgilio emerge constantemente. Y este es uno de los rasgos que siempre me ha conmovido, porque Virgilio se hará eco más adelante de este diálogo inicial con una de sus expresiones más tiernas: «Y tú afirma tu esperanza, querido hijo mío» (v. 66): mantente firme en la esperanza, hijo mío. Por ello aprovecho la ocasión para referirme aquí a la relación entre los dos y a lo que esta tiene que decir a nuestra vida.

Pues bien, Virgilio le pregunta: ¿por qué no te fías, por qué no te crees que estoy contigo? Es decir, ¿por qué tienes miedo?

¿Cuándo tenemos miedo? ¿Qué nos asusta de verdad? Lo que realmente nos da miedo es la soledad, el aislamiento, la falta de relación con las personas y las cosas y, por ello, la imposibilidad de tener certeza. La cultura moderna es hija de la duda universal que Descartes proyectó sobre la realidad: podría no existir nada, todo podría ser una ilusión, un engaño. Como escribe maravillosamente Montale1: «Tal vez una mañana, caminando en un aire de vidrio, / árido, al volverme veré cumplirse el milagro: / la nada a mis espaldas, el vacío detrás / de mí, con un terror de borracho».2 Pero si ninguna realidad es cierta, si vivimos en una época «líquida» —por recurrir al término que introdujo Zygmunt Bauman3 en el habla común— en la que lo que era verdad ayer ya no lo es mañana, la consecuencia es que nuestros hijos no quieren levantarse del sofá porque son presa de un «terror de borracho», todo les amedrenta. Porque solo podemos levantarnos por la mañana y afrontar el día si estamos seguros. Y lo más seguro que tenemos es una relación que nos constituye. Si existe esta relación, entonces es posible estar en pie ante la realidad entera. Si dudamos de ella, se desdibuja la percepción de nosotros mismos, se suspende la relación con la realidad. Lo perdemos todo. Es como si un padre le dijese a su hijo de tres años: «Ve al sótano a por vino». Al niño le entraría miedo. Pero si el padre le dijera: «Vente conmigo al sótano a por vino», entonces así, de la mano de su padre, el hijo podría ir incluso a tirarle del rabo al diablo.

En una relación como esta hay errores, límites. También Virgilio se equivoca, como cuando se entretiene escuchando a Casella. También él es un hombre y, como nosotros, sigue, se equivoca y aprende. Y también por eso Dante le mira con admiración (vv. 7-9):

Me pareció que él estaba descontento de sí mismo. ¡Oh conciencia recta y limpia! ¡Cómo la más pequeña falta te produce amargo remordimiento!

«Qué hombre cabal», exclama Dante —así es como podríamos expresar la frase «oh conciencia recta y limpia»—, que por un error tan pequeño experimenta un remordimiento tan grande. El guía no es un hombre perfecto, se equivoca como yo; pero es más capaz que yo de juzgar enseguida el error, de luchar y actuar. Por eso lo sigo.

En los siguientes versos, Dante deja caer casi de pasada dos expresiones que requieren otras observaciones importantes (vv. 10-15):

Cuando sus pies dejaron de caminar con aquella prisa que le quita la dignidad a todas las acciones, mi pensamiento, antes ocupado por aquella idea, desplegó de nuevo su atención, ansioso de novedades, y volví los ojos a mirar al monte más alto que se levanta al cielo sobre el mar.

La primera expresión: «Aquella prisa que le quita la dignidad a todas las acciones», la prisa que estropea cualquier gesto. El hombre sabio, el hombre verdadero, no tiene prisa. Como escribe Emmanuel Mounier4: «De la tierra, de la solidez, es de donde brota el parto lleno de alegría y el paciente sentimiento de una obra que crece, de etapas que se suceden y que han de esperarse con calma, con seguridad».5 El hombre sabio sabe que solo se construye con tiempo y paciencia. «La gatta frettolosa fa i micini ciechi»6 dice el refrán: con prisa no se construye nada, se construye mal e incluso nos perjudica.

La prisa linda con la mentira porque encubre la presunción de quien quiere escabullirse de la fatiga que implica cualquier trabajo. Un campesino no tiene prisa. Para él que la relación con la realidad es determinante, sabe que los tiempos de esta no son los mismos que los suyos, que debe esperar. Pero no se trata de una espera vacía, sino que sabe que debe esperar trabajando. Así que ara, se esfuerza día tras día, quita las piedras y las malas hierbas. Y después hay que cavar de nuevo y, más tarde, hay que regar, mojar, cubrir… Tiene que labrar con constancia una tierra que aparentemente está siempre igual. Pero el campesino sabe que, con tiempo y paciencia, con el tiempo que es de Dios y la paciencia que es la virtud que requiere su oficio, la semilla dará su fruto, siguiendo unos tiempos que no decide él.

¡Qué caridad y qué misericordia hemos de tener los humanos para ser pacientes entre nosotros! Qué paciencia deben tener una madre o un padre para que su hijo se haga mayor, para aguantar sus caprichos y errores sin pretender que cambie como les gustaría a ellos. Y, al mismo tiempo, cuánto cuidado deben poner para acompañarle en cada paso del camino.

La vida es así, la paciencia se juega entre estos dos polos. Por un lado, evitar la tentación de la «prisa que le quita dignidad a todas las acciones», que estropea, ensucia e introduce una mentira en nuestros actos. «El amor y la precipitación no concuerdan, Mañara. Es la paciencia la que mide el amor. Un paso igual y seguro: esta es la andadura del amor», escribe mi querido Milosz.7 Por el otro, cultivar una paciencia diligente, que llena el tiempo de una obra continua, vigilante, incesante, como dirá Dante un poco más adelante: «Que perder el tiempo disgusta a quien más sabe» (v. 78). Es un planteamiento genial: cuanto más sabes, más entiendes el valor de la vida y de las cosas, más quieres aprovechar bien el tiempo en función del objetivo que persigues, en función del destino. Sin prisa y, a la vez, sin perder el tiempo. Esto es lo que da valor a cada instante. Como sintetiza la preciosa expresión festina lente, «apresúrate lentamente», atribuida al emperador Augusto, que más tarde retoma Cosme de Médici en la insignia de su flota, simbolizada por una tortuga con una vela inflada clavada en el caparazón.

La segunda expresión es: «Mi pensamiento, antes ocupado por aquella idea, desplegó de nuevo su atención». La mente, que antes estaba ocupada, concentrada en algo concreto, de repente se ensancha. Y aquí siempre me acuerdo de la invitación a «ampliar nuestro concepto de razón» que lanzó Benedicto XVI en el célebre discurso de Ratisbona.8

¿Qué quiere decir «ampliar la razón»? Quiere decir mirar las cosas, juzgarlas, teniendo presente toda la amplitud de nuestro deseo, de nuestro corazón, es decir, nuestra grandeza, la altura del destino al que estamos llamados. Entonces sí que se razona y comprende. En cambio, si nos obsesionamos con algo particular y hacemos de ello el horizonte de nuestra vida, mortificamos ese deseo y ese particular acabará traicionándonos.

De hecho, Dante concluye el verso con un inciso determinante, «ansioso de novedades», es decir, la razón se ha ampliado tanto como deseaba, conforme al propio deseo.

El llamamiento de Dante y de Benedicto XVI a ampliar la razón es el presupuesto para afrontar adecuadamente el pasaje que sigue un poco más adelante. Dante se sorprende de que solo su cuerpo proyecte sombra y Virgilio intenta explicarle el porqué; prosigue de este modo (vv. 31-33):

Para sufrir tormentos y calor y frío, la Virtud divina ha hecho aptos cuerpos semejantes; pero cómo lo hace, no quiere que nos sea revelado.

No sé decirte cómo es posible —admite— que cuerpos de esa naturaleza, cuerpos inmateriales, sufran dolor y sientan calor y frío, porque Dios («la Virtud») «no quiere que nos sea revelado». El hecho es que no resulta nada fácil explicar la idea un poco contradictoria de «cuerpo inmaterial»; para ello, tendrá que intervenir mucho más adelante otro personaje, Estacio (cf. Purgatorio XXV).

 

Pero la cuestión decisiva es la que viene justo después (vv. 34-39):

Loco es quien espera que nuestra razón pueda comprender los infinitos medios de que dispone el que es una sola sustancia en tres personas. Contentaos, humanos, con los efectos; pues, si hubierais podido verlo todo, no hubiera sido menester el parto de María.

Aquí Virgilio amplía la perspectiva del problema de las sombras a todo lo que no es comprensible para la razón humana, hasta llegar al Misterio de los misterios: el de la Trinidad, «una sola sustancia en tres personas», y su acción. Quien crea que puede abarcar con la razón la comprensión del Misterio de Dios está simplemente «loco».

Pero, entonces, ¿dónde queda todo el elogio de la razón que hemos tejido hasta ahora siguiendo a Dante?

Algunos textos y algunos profesores sostienen que Dante se estaría retractando aquí de su posición anterior con respecto a la razón, como si dijera: «¿Lo veis? La fe y la razón están separadas. La razón es una cosa, la fe otra». Es un disparate que deriva de la separación indebida de los dos tercetos, que es preciso leer juntos. Si los leemos así dicen: no esperéis llegar a acceder a la naturaleza del Misterio de Dios con vuestra razón porque, si así fuese, no habría sido necesario que María diera a luz. Es decir, María dio a luz justamente para que vosotros pudierais conocer el Misterio al que la razón por sí sola no puede acceder.

No es que no podamos entender la verdad última de las cosas, porque la razón está hecha para entender, pero, por sí sola, con sus propias fuerzas, llega hasta la exigencia de comprender y se para en el umbral del Misterio. Es más, entiende justamente que la naturaleza de Dios desborda de tal modo la razón que, si no es Dios el que entra en el ámbito de la experiencia del hombre, en la historia, esa verdad última permanece para él oscura e inaccesible. Es decir, Jesús nació, murió y resucitó para que la razón tuviera por fin la posibilidad de reconocer el Misterio, el Infinito en términos adecuados a ella, es decir, mediante un acto completamente razonable. La fe como un acto al alcance del hombre en cuanto razonable y plenamente libre es exactamente fruto de la gratuita iniciativa de Dios al encarnarse.

Es tan cierto esto que, según avancemos, veremos que hasta al final, hasta terminar el Paraíso, Dante no deja de preguntar, porque quiere comprender. Y veremos también, prosiguiendo el recorrido del Purgatorio, cómo se dará cuenta poco a poco de que el conocimiento verdadero no nace de una comprensión abstracta, racionalista, sino de la participación amorosa en una relación.

Desde esta perspectiva, también el verso central adquiere otro valor: «Contentaos, humanos, con los efectos». No significa, como habitualmente se entiende, «contentaos con constatar el hecho», sin pretender explicarlo; sino «permaneced firmes en el hecho». Es decir, no tengáis prisa por entenderlo enseguida, pero no dejéis de considerarlo, tenedlo presente porque llegará el momento en que vuestro conocimiento —iluminado por la gracia, por el parto de María— cambiará y podréis comprenderlo.

Volveremos sobre ello a su debido tiempo. Por ahora, sigamos a Virgilio que, en cambio, reclama la condición de aquellos que, como él, no han podido acceder a tal conocimiento (vv. 40-45):

«[…] Desear visteis sin fruto a quienes, de ser posible, hubieran visto satisfecho un deseo que eternamente los acompaña como pena. Lo digo por Aristóteles y Platón y muchos otros». Y aquí inclinó la frente, no dijo más y quedó pensativo.

Por eso desearon inútilmente en el pasado personas tan insignes, tan geniales que, si la razón del hombre fuera capaz de conocer el Misterio de Dios, ellos lo habrían conseguido sin duda. En cambio, todo lo que anhelaron durante su vida se les dio solo como algo que les falta eternamente, «como pena», como privación.

Y con este pensamiento Virgilio «inclinó la frente […] y quedó pensativo». Me imagino que le entrarían ganas de llorar porque él también está atrapado ahí durante toda la eternidad, en el limbo, en un deseo vivo pero sin esperanza de satisfacción: «un deseo sin esperanza» (Infierno IV v. 42).

Dante y Virgilio llegan por fin al arranque de la montaña. Aquí las primeras almas con las que se encuentran son las de los excomulgados, descritas con una larga imagen que las compara con un rebaño de ovejas (vv. 79-87).

¿Quiénes son los excomulgados? «Excomunión» deriva de ex- y communio, «fuera de la comunión». Por eso, los excomulgados son los que han sido excluidos de la comunión, de la unidad de la Iglesia. ¿Por qué uno termina excomulgado? Yo creo que se puede explicar así: porque cree que, respecto a la experiencia cristiana, sabe más que la Iglesia. Afirma su propio punto de vista en contra de la autoridad que guía al pueblo de Dios.

Y aquí se abre la cuestión sobre qué placer existe en tener razón uno solo. Porque el excomulgado puede en parte tener razón; cuántas veces un excomulgado ha afirmado un principio justo, una preocupación importante… Pero, en vez de poner humildemente lo que descubre al servicio de la unidad, hace de ello un motivo para romperla. Los excomulgados usaron la razón para dividir en vez de trabajar para construir, para que todos pudieran reconocer —con humildad y paciencia, con el tiempo, como ya hemos dicho antes— el valor de lo que ellos habían descubierto. Es más, si retomamos lo dicho previamente, podríamos decir que usaron esa razón entendida de forma reducida, racionalista, lo cual —dice Dante— no es suficiente, en lugar de insertarla en una relación, en una experiencia afectiva. Y, por eso, no comprendieron de verdad, no comprendieron en profundidad. ¿Por qué? Porque para comprender de verdad es necesario pertenecer al cuerpo vivo de Jesucristo, participar de la comunión, lo único que nos capacita para la comprensión verdadera. Este es el pecado que aquí se purga.

¿Cómo se purga? ¿Qué hace Dante con estas almas? Las compara con las ovejas. Es preciso entender esta comparación. Nosotros le damos a la oveja o al borrego un valor negativo, solemos decir «eres un borrego» para reprochar a alguien que sigue ciegamente lo que hacen todos. En cambio, Dante nos remite aquí a la imagen que usa Jesús cuando dice: «Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas» (Jn 10,14-16). Por eso presenta a los excomulgados en el purgatorio como un rebaño en el que todos son partícipes de la vida de los demás, sin crearse el problema de ser originales en el sentido de diferenciarse del resto.

Porque la verdadera originalidad —una vez más nos ayuda la etimología— es la de quien ha decidido descubrir su propio origen. La verdadera originalidad, la verdadera diversidad, es la de quien combate «la lucha del cuerpo y del alma» (Infierno II vv. 4-5), la batalla por llegar hasta el fondo de sí mismo. Y nadie puede combatir en tu lugar o sustituirte en la batalla, precisamente porque es tuya. Esto te hace original. Sé tú mismo, busca tu origen, esta es la única originalidad que puedes vivir.

Y de esta guerra nace también la unidad verdadera. Porque la verdad no divide, al contrario, une. La verdad es una y es la raíz del corazón de cada uno, por eso nos une. Dante construye la imagen de los excomulgados como un rebaño, en el sentido positivo del término: es el pueblo que nace cuando buscamos unidos una verdad más grande que nosotros y cuando seguimos unidos a la verdad que ha encontrado.

En un momento dado, se adelanta del grupo de excomulgados un alma que Dante dibuja con dos versos muy famosos: «Era rubio, hermoso y de gentil porte, pero tenía una ceja rota de un golpe» (vv. 107-108). Es Manfredo, último rey suabo de Sicilia. Había sido jefe de los gibelinos, y por tanto enemigo de Dante (que era güelfo), y había sido excomulgado muchas veces. Era un candidato perfecto para ocupar un puesto en uno de los círculos más profundos del infierno. En cambio, Dante lo sitúa entre los salvados. Y a él, precisamente, le confía una de las expresiones más bellas del abrazo, el perdón y la magnanimidad de Dios.

Manfredo le pide a Dante que, a su vuelta al mundo de los vivos, vaya a tranquilizar a su hija contándole que no está en el infierno, sino que está salvado. Y relata el fin de su vida (vv. 118-123):

Después de tener mi cuerpo herido por dos golpes mortales, me volví llorando hacia Aquel que se complace en perdonar. Horribles fueron mis pecados, pero la bondad infinita tiene brazos tan largos que toma en ellos a quien a ella se vuelve.

Herido de muerte en una batalla, se arrepintió justo en el último instante. Y por eso se salvó.

¿Cómo es posible?

Es posible porque la vida se juega siempre en un instante. En cada instante me pongo en juego por entero. En cada instante decido quién soy, quién quiero ser, qué valor tiene lo que he hecho y lo que he sido hasta ese momento. Es la cuestión de la libertad, como ya hemos visto. En el fondo, la vida se compone de dos factores: la historia y la libertad. La historia, es decir, lo que he visto, aprendido y hecho. Y la libertad, es decir, el uso que decido hacer con mi historia ahora. En cada instante establezco qué valor tiene el pasado y decido si proseguir o cambiar de rumbo, si seguir defendiendo lo que siempre he afirmado u optar por otra cosa. Entonces la muerte, el momento de nuestro acto supremo, o los instantes que la preceden, son esta posibilidad que se me ofrece por última vez.

Después de haber aclarado que la misericordia de Dios ha abrazado incluso a un desgraciado como él, Dante pone en boca de Manfredo, del excomulgado Manfredo, una digresión sumamente significativa sobre la relación entre la justicia divina y la humana, incluida la de la Iglesia. Si el obispo de Cosenza —dice Manfredo— hubiera sido un poco más consciente de lo que es la misericordia de Dios, no habría hecho desenterrar mis restos para tirarlos fuera de los confines del reino de Sicilia, donde «ahora los moja la lluvia y los empuja el viento» (v. 130). Pero prosigue (vv. 133-135):

Por su maldición [a pesar de que mis restos fueron maldecidos], uno no se pierde de modo que no pueda volver al eterno amor mientras florezca la esperanza.

Este es el desafío de Dante: ni siquiera la excomunión —«su maldición»— impide que el «eterno amor», el amor de Dios, «pueda volver», pueda disponer según su voluntad que el alma arrepentida se salve. Sin embargo —concluye Manfredo—, esto no quiere decir que la sentencia eclesiástica carezca de valor y, de hecho —explica (vv. 136-141)—, aquel que muere excomulgado debe pasar en el antepurgatorio un tiempo treinta veces superior al que ha transcurrido como excomulgado en la tierra. Lo cual quiere decir que es justo que se cumplan las normas y las leyes de la Iglesia, de modo que sus consecuencias se extienden también en el más allá; pero la misericordia de Dios desborda cualquier norma, ley o sentencia emitida en este mundo.

Ciertamente Jesús aseguró ante Pedro que «lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos» (Mt 16, 19), y hay que hacer cuentas con ello. Pero aquí prevalece la certeza de que la misericordia de Dios puede sorprendernos siempre. Tanto es así que la Iglesia no afirma de nadie que esté con total seguridad en el infierno. Mientras que sí afirma que algunos fieles —los santos y los beatos—están sin duda en el paraíso. Nunca ha afirmado de nadie, ni siquiera de Judas, que esté en el infierno.9 ¿Quién puede pretender medir realmente la apertura de los «brazos […] largos» de Dios?

Para concluir, quiero mencionar un episodio que me sucedió leyendo a Dante en una cárcel.

Un día, mientras salía del aula tras un par de horas de clase, un preso me paró en la puerta y me dijo: «Perdone, profesor, pero no se puede ir sin responder a esta pregunta». Tenía en la mano un texto de la Divina comedia subrayado, remarcado y comentado como nunca un alumno mío lo había tenido. Me leyó los tres versos de los que acabábamos de hablar y me dijo muy serio: «Profesor, usted me tiene que decir si esto vale también para mí. Porque yo he cometido todo tipo de delitos; pero cuando un día, herido gravemente, a punto de morir, tuve la lucidez de confiarle a Dios mi historia, mi vida, toda mi persona, entonces “la bondad infinita” que “tiene brazos tan largos” me abrazó también a mí, me perdonó. Así que estoy aquí en la cárcel como en el purgatorio, ¿no?».

Y ahí se me abrió todo un mundo. Era una de las primeras veces que leía a Dante en una cárcel y, desde entonces, he vuelto a hacerlo cada vez que he podido porque es una experiencia que ha cambiado completamente la idea que tenía de la justicia y la injusticia, del bien y del mal, del derecho.

 

Estaba acostumbrado, como muchos, a dividir el mundo en dos: los buenos por un lado y los malos por el otro. Pero allí descubrí que no es así. Con esto no quiero decir de ninguna manera, como hacen algunos cínicos, que los que están dentro deberían estar fuera y viceversa, o necedades por el estilo. En la medida de lo posible, hay que procurar ser justos. Pero es difícil porque, como escribe Solzhenitsyn, «la línea que separa el bien del mal no pasa entre Estados, ni entre clases, ni entre partidos: pasa a través de todos y cada uno de los corazones humanos. Es una línea que se mueve y que oscila en nosotros con los años. Incluso en un corazón invadido por el mal, ella conserva un pequeño bastión del bien. Incluso en el corazón más bueno existe un inextirpable rincón del mal».10 Y, por fortuna, el último juicio no es de los hombres, sino del Padre Eterno. Porque en una cárcel puedes entender de repente que alguien puede experimentar un dolor tan verdadero por su propio mal, un arrepentimiento tan sincero, un deseo de perdón tan limpio, que es santo. Porque, por lo que sé, santo es quien experimenta un hondo dolor por su propio mal y se deja abrazar por el perdón de Dios. Cuando leo ahora la Divina comedia, no puedo evitar pensar en ese mundo y en la discreción y delicadeza con las que debemos hablar de estos temas, en vez de dividir hipócritamente el mundo entre buenos y malos.

Añado un último comentario a este canto tan rico. Hemos visto que los excomulgados, antes de arrancar su ascensión por el purgatorio, tienen que esperar durante un período treinta veces superior a los años que han pasado excomulgados en la tierra. Por eso van tan despacio, no tienen ninguna prisa, ¡tienen mucho tiempo por delante! A no ser que ese período «no resulta abreviado por eficaces oraciones» (v. 141), no se acorte gracias a las oraciones de alguien. Y, en síntesis, aquí se refleja la idea de que la santidad de uno salva a los demás, contribuye a la salvación de todos. Es la idea de mérito: también yo puedo esperar ir al paraíso, no por mérito propio, sino por los méritos de Cristo, de la Virgen y los santos, de mi padre y mi madre y de los cristianos que rezan por mí. Esta es la comunión de los santos. Dante volverá sobre este tema, y nosotros con él.

1 Eugenio Montale (1896-1981), poeta, ensayista y crítico de música italiano, premio Nobel de Literatura en 1975.

2 E. Montale, «Tal vez una mañana caminando en un aire de vidrio», en Huesos de sepia, Alberto Corazón Editor, Madrid 1975, p. 61.

3 Zygmunt Bauman (1925-2017), sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010. Cf. Ídem, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, México 2003; Amor líquido, Paidós, Barcelona 2018; Miedo líquido, Paidós, Barcelona 2010.

4 Emmanuel Mounier (1905-1950), filósofo francés atento sobre todo a la problemática social y política, fundador del personalismo comunitario y de la revista Esprit.

5 Cf. E. Mounier, Cartas desde el dolor, Encuentro, Madrid 1998, pp. 36-37.

6 Traducción: la gata que tiene prisa pare gatitos ciegos. Este curioso dicho popular italiano alude a la necesidad de hacer las cosas en el momento adecuado, sin prisa pero sin pausa, igual que un parto; no puedes forzar la situación, el nacimiento se producirá cuando tanto la madre como el niño estén realmente preparados de forma natural.

7 Cf. O. Milosz, Miguel Mañara, op. cit., p. 46.

8 Benedicto XVI, Encuentro con el mundo de la cultura, Ratisbona, 12 de septiembre de 2006: «Este intento de crítica de la razón moderna desde su interior, expuesto solo a grandes rasgos, no comporta de manera alguna la opinión de que hay que regresar al período anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna. […] La intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Solo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir su horizonte en toda su amplitud».

9 Cf., por ejemplo, Hans Urs von Balthasar, Sperare per tutti. Con l’aggiunta di «Breve discorso sull’inferno», Jaca Book, Milán 1997.

10 Alexandr Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag II, Tusquets, Barcelona 2019, p. 662.


Avvegna che la subitana fuga dispergesse color per la campagna, rivolti al monte ove ragion ne fruga,i’ mi ristrinsi a la fida compagna: e come sare’ io sanza lui corso? chi m’avria tratto su per la montagna?Tan pronto como la repentina fuga dispersó a las almas por la campiña hacia el monte donde la justicia se cumple, yo me arrimé a mi fiel compañero. ¿Cómo habría seguido adelante sin él? ¿Quién me hubiera llevado por la montaña?
El mi parea da sé stesso rimorso: o dignitosa coscïenza e netta, come t’è picciol fallo amaro morso!Me pareció que él estaba descontento de sí mismo. ¡Oh conciencia recta y limpia! ¡Cómo la más pequeña falta te produce amargo remordimiento!
Quando li piedi suoi lasciar la fretta, che l’onestade ad ogn’ atto dismaga, la mente mia, che prima era ristretta,lo ’ntento rallargò, sì come vaga, e diedi ’l viso mio incontr’ al poggio che ’nverso ’l ciel più alto si dislaga.Cuando sus pies dejaron de caminar con aquella prisa que le quita dignidad a todas las acciones, mi pensamiento, antes ocupado por aquella idea, desplegó de nuevo su atención, ansioso de novedades, y volví los ojos a mirar al monte más alto que se levanta al cielo sobre el mar.
Lo sol, che dietro fiammeggiava roggio, rotto m’era dinanzi a la figura, ch’avëa in me de’ suoi raggi l’appoggio.El rojo sol, que a mis espaldas llameaba, era interceptado por mi persona y encontraba en mí un obstáculo para sus rayos.
Io mi volsi dallato con paura d’essere abbandonato, quand’ io vidi solo dinanzi a me la terra oscura;e ’l mio conforto: «Perché pur diffidi?», a dir mi cominciò tutto rivolto; «non credi tu me teco e ch’io ti guidi?Me volví a un lado con temor de haber sido abandonado, cuando vi que solo delante de mí se oscurecía la tierra.1 Y mi protector: «¿Por qué desconfías aún? —empezó a decirme vuelto hacia mí—. ¿No crees que estoy contigo y te guío?
Vespero è già colà dov’ è sepolto lo corpo dentro al quale io facea ombra; Napoli l’ha, e da Brandizio è tolto.Atardece ya donde está sepultado el cuerpo dentro del cual yo proyectaba sombra.2 Nápoles lo tiene y a Brindis se lo han quitado.3
Ora, se innanzi a me nulla s’aombra, non ti maravigliar più che d’i cieli che l’uno a l’altro raggio non ingombra.Ahora, si delante de mí no hay ninguna sombra, no te admires más de que los cielos dejen pasar los rayos del uno al otro.
A sofferir tormenti, caldi e geli simili corpi la Virtù dispone che, come fa, non vuol ch’a noi si sveli.Para sufrir tormentos y calor y frío, la Virtud divina ha hecho aptos cuerpos semejantes; pero cómo lo hace, no quiere que nos sea revelado.
Matto è chi spera che nostra ragione possa trascorrer la infinita via che tiene una sustanza in tre persone.Loco es quien espera que nuestra razón pueda comprender los infinitos medios de que dispone el que es una sola sustancia en tres personas.
State contenti, umana gente, al quia; ché, se potuto aveste veder tutto, mestier non era parturir Maria;e disïar vedeste sanza frutto tai che sarebbe lor disio quetato, ch’etternalmente è dato lor per lutto:io dico d’Aristotile e di Plato e di molt’ altri»; e qui chinò la fronte, e più non disse, e rimase turbato.Contentaos, humanos, con los efectos; pues, si hubierais podido verlo todo, no hubiera sido menester el parto de María. Desear visteis sin fruto a quienes, de ser posible, hubieran visto satisfecho un deseo que eternamente los acompaña como pena. Lo digo por Aristóteles y Platón4 y muchos otros». Y aquí inclinó la frente, no dijo más y quedó pensativo.
Noi divenimmo intanto a piè del monte; quivi trovammo la roccia sì erta, che ’ndarno vi sarien le gambe pronte.Llegamos entre tanto al pie del monte y encontramos unas rocas tan escarpadas que en vano se mostrarían las piernas dispuestas a subirlas.
Tra Lerice e Turbìa la più diserta, la più rotta ruina è una scala, verso di quella, agevole e aperta.Entre Lerici y Turbia,5 el más desierto, el más quebrado derrumbadero, es una escalera practicable y abierta en comparación con aquellas.
«Or chi sa da qual man la costa cala», disse ’l maestro mio fermando ’l passo, «sì che possa salir chi va sanz’ala?».«Quién sabe de qué lado es accesible la pendiente —dijo mi maestro deteniéndose— ni quién podrá subir si no tiene alas».
E mentre ch’e’ tenendo ’l viso basso essaminava del cammin la mente, e io mirava suso intorno al sasso,da man sinistra m’apparì una gente d’anime, che movieno i piè ver’ noi, e non pareva, sì venïan lente.Y mientras tenía la vista baja y meditaba examinando el camino, yo miraba hacia arriba en torno al peñasco. Apareció entonces a mano izquierda un grupo de almas que caminaban hacia nosotros y no lo parecía por la lentitud con que avanzaban.
«Leva», diss’ io, «maestro, li occhi tuoi: ecco di qua chi ne darà consiglio, se tu da te medesmo aver nol puoi».«Levanta los ojos, maestro —dije—, que aquí hay quien nos dará consejo si tú por ti mismo no lo encuentras».
Guardò allora, e con libero piglio rispuose: «Andiamo in là, ch’ei vegnon piano; e tu ferma la spene, dolce figlio».Miró entonces y, con rostro sereno, respondió: «Vamos allá, porque ellos vienen despacio, y tú afirma tu esperanza, hijo mío».
Ancora era quel popol di lontano, i’ dico dopo i nostri mille passi, quanto un buon gittator trarria con mano,quando si strinser tutti ai duri massi de l’alta ripa, e stetter fermi e stretti com’ a guardar chi va dubbiando, stassi.Aún estaba aquel grupo tan lejano como un buen tiro de honda después de que habríamos andado nosotros unos mil pasos, cuando se arrimaron todos a las duras peñas de la escarpada orilla y se quedaron quietos y apretados como se queda mirando el caminante dudoso.
«O ben finiti, o già spiriti eletti», Virgilio incominciò, «per quella pace ch’i’ credo che per voi tutti s’aspetti,ditene dove la montagna giace, sì che possibil sia l’andare in suso; ché perder tempo a chi più sa più spiace».«¡Oh los que habéis muerto bien! ¡Oh espíritus ya elegidos! —comenzó Virgilio diciendo—. Por aquella paz que creo os espera a todos vosotros, decidnos por dónde la montaña es accesible, de modo que se pueda subir andando, que perder el tiempo disgusta más a quien más sabe».
Come le pecorelle escon del chiuso a una, a due, a tre, e l’altre stanno timidette atterrando l’occhio e ’l muso;e ciò che fa la prima, e l’altre fanno, addossandosi a lei, s’ella s’arresta, semplici e quete, e lo ’mperché non sanno;sì vid’ io muovere a venir la testa di quella mandra fortunata allotta, pudica in faccia e ne l’andare onesta.Como las ovejas salen del redil una a una, dos a dos, tres a tres, mientras las demás permanecen tímidas bajando a tierra los ojos y el hocico, y lo que hace la primera hacen las demás, deteniéndose con ella si ella se detiene, sencillas y quietas, sin saber el porqué de lo que hacen, así vi caminar hacia nosotros la primer alma de aquella tímida y afortunada grey, con rostro púdico y recatado andar.
Come color dinanzi vider rotta la luce in terra dal mio destro canto, sì che l’ombra era da me a la grotta,restaro, e trasser sé in dietro alquanto, e tutti li altri che venieno appresso, non sappiendo ’l perché, fenno altrettanto.Cuando las que iban delante vieron interrumpida la luz en tierra a mi derecha, porque mi sombra iba desde mí a la roca, se detuvieron y echaron un poco atrás, y todas las demás que venían con ellas, no sabiendo por qué, hicieron otro tanto.
«Sanza vostra domanda io vi confesso che questo è corpo uman che voi vedete; per che ’l lume del sole in terra è fesso.«Sin que me lo preguntéis, os confieso que este que veis aquí es un cuerpo humano, por lo cual ha interceptado la luz del sol sobre la tierra.
Non vi maravigliate, ma credete che non sanza virtù che da ciel vegna cerchi di soverchiar questa parete».No os asombréis, pero creed que solo por virtud venida del cielo está tratando de escalar esta pared».
Così ’l maestro; e quella gente degna «Tornate», disse, «intrate innanzi dunque», coi dossi de le man faccendo insegna.Así dijo el maestro, y aquella digna multitud respondió: «Volveos y seguid más adelante aún». Y al mismo tiempo nos hacían señal con el dorso de las manos.
E un di loro incominciò: «Chiunque tu se’, così andando, volgi ’l viso: pon mente se di là mi vedesti unque».Uno de ellos empezó a decir: «Quienquiera que seas, conforme vas andando, vuelve el rostro y piensa si en el mundo me viste alguna vez».
Io mi volsi ver’ lui e guardail fiso: biondo era e bello e di gentile aspetto, ma l’un de’ cigli un colpo avea diviso.Me volví hacia él, mirándolo fijamente. Era rubio, hermoso y de gentil porte, pero tenía una ceja rota de un golpe.
Quand’ io mi fui umilmente disdetto d’averlo visto mai, el disse: «Or vedi»; e mostrommi una piaga a sommo ’l petto.Cuando negué humildemente haberlo visto nunca, él dijo: «Mira, pues», y me mostró una herida en lo alto del pecho.
Poi sorridendo disse: «Io son Manfredi, nepote di Costanza imperadrice; ond’ io ti priego che, quando tu riedi,vadi a mia bella figlia, genitrice de l’onor di Cicilia e d’Aragona, e dichi ’l vero a lei, s’altro si dice.Después, sonriendo, añadió: «Yo soy Manfredo,6 nieto de la emperatriz Constanza, y te ruego que cuando regreses vayas a visitar a mi bella hija, madre de los que son honra de Sicilia y de Aragón,7y le digas la verdad, si es que se dice otra cosa.
Poscia ch’io ebbi rotta la persona di due punte mortali, io mi rendei, piangendo, a quei che volontier perdona.Después de tener mi cuerpo herido por dos golpes mortales8 me volví llorando hacia Aquel que se complace en perdonar.
Orribil furon li peccati miei; ma la bontà infinita ha sì gran braccia, che prende ciò che si rivolge a lei.Horribles fueron mis pecados, pero la bondad infinita tiene brazos tan largos que toma en ellos a quien a ella se vuelve.
Se ’l pastor di Cosenza, che a la caccia di me fu messo per Clemente allora, avesse in Dio ben letta questa faccia,l’ossa del corpo mio sarieno ancora in co del ponte presso a Benevento, sotto la guardia de la grave mora.Si el pastor de Cosenza,9 que fue enviado en mi persecución por Clemente, hubiese leído bien entonces esta página de Dios, los huesos de mi cuerpo estarían aún en la entrada del puente cerca de Benevento, bajo la guarda de las pesadas piedras.
Or le bagna la pioggia e move il vento di fuor dal regno, quasi lungo ’l Verde, dov’ e’ le trasmutò a lume spento.Ahora los moja la lluvia y los empuja el viento fuera del reino, casi a orillas del Verde, donde él los trasladó con cirios apagados.10
Per lor maladizion sì non si perde, che non possa tornar, l’etterno amore, mentre che la speranza ha fior del verde.Por su maldición, uno no se pierde de modo que no pueda volver al eterno amor mientras florezca la esperanza.
Vero è che quale in contumacia more di Santa Chiesa, ancor ch’al fin si penta, star li convien da questa ripa in fore,per ognun tempo ch’elli è stato, trenta, in sua presunzïon, se tal decreto più corto per buon prieghi non diventa.Verdad es que quien muere contumaz con la santa Iglesia, aunque se arrepienta al final, debe estar fuera de esta orilla treinta veces el tiempo que vivió en su arrogancia, si tal plazo no resulta abreviado por eficaces oraciones.
Vedi oggimai se tu mi puoi far lieto, revelando a la mia buona Costanza come m’hai visto, e anco esto divieto;ché qui per quei di là molto s’avanza».Mira, pues, si puedes hacerme dichoso revelando a mi buena Constanza cómo me has visto, pues esta prohibición de aquí mucho se abrevia con ruegos de los de allá».