Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri

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CANTO V

«Este tropel que avanza hacia nosotros es muy numeroso y viene a hacer alguna súplica —dijo el poeta—, pero sigue andando y mientras andas escucha».

(V, vv. 43-45)


Dante y Virgilio retoman la subida, Dante se entretiene y Virgilio lo reprende (vv. 1-21). Después se encuentran con los muertos por muerte violenta, arrepentidos en el último momento, que le piden a Dante que lleve a los vivos noticias suyas, y él promete hacerlo (vv. 22-63). Entonces se presentan tres personajes y cada uno cuenta la historia de su muerte: Jacobo del Cássero (vv. 64-84), Bonconte de Montefeltro (vv. 85-129) y Pía de Tolomei (vv. 130-136).

Dante ha comprendido, pero aún no ha aprendido. Como nosotros. Necesitará subir toda la montaña del purgatorio para aprender de verdad lo que empieza a ver claro, igual que cada uno de nosotros necesita toda la vida para aprender de verdad lo que incluso sabe teóricamente.

Acaban de retomar el camino y, de repente, se distrae: algunas almas, sorprendidas al ver un cuerpo que proyecta una sombra, empiezan a hablarle y él se gira para mirarlas. Virgilio le llama la atención: ¿por qué te distraes? ¿Por qué ralentizas la marcha? «Ven detrás de mí y déjalos hablar» (v. 13). ¿No sabes que «el hombre, en el cual un pensamiento bulle sobre otro pensamiento, se aleja de su meta» (vv. 16-17)? No te dejes distraer por las charlas, no te preocupes de lo que dicen los demás. Y tampoco te pierdas detrás de tus pensamientos, que corren el riesgo de ahogarse el uno con el otro. Es lo que ya sucedió en el canto II del Infierno: «pues, pensándolo bien, abandoné la empresa que tan súbitamente había comenzado» (Infierno II vv. 41-42). Dante tiene muy presente el peligro de perderse en razonamientos en lugar de seguir por el camino emprendido. Por fortuna, hay alguien que le llama la atención y él vuelve a ponerse en marcha, ruborizado por la vergüenza.

Entonces se topan con otro grupo de almas. También estas van cantando el Miserere.1 Pero ¿por qué «miserere»? ¿Invocan piedad como Dante en la selva oscura? Pero estos ¿no han encontrado ya la misericordia de Dios, no han sido perdonados? Al introducir de nuevo la invocación, Dante subraya una vez más el dinamismo ya señalado: también el perdón «satisfaciendo del todo, despertaba nuevos deseos» (Purgatorio XXXI v. 129). Ciertamente estas almas ya han sido perdonadas, pero siguen deseosas de perdón. Como yo, como todos. El perdón es una necesidad continua. No es casualidad que en la liturgia del Purgatorio, que es una liturgia penitencial, el Miserere aparezca cinco veces.

También estas almas se sorprenden al ver la sombra de Dante y mandan a dos de ellas a pedir explicaciones. Cuando Virgilio confirma que es un vivo y que, por tanto, deben tratarle con aprecio (¿por qué? Virgilio no lo dice, pero las almas lo captan al vuelo: porque puede rezar y hacer que recen por ellos), todas las almas se precipitan hacia él gritando, suplicándole que se detenga. Sin embargo, Dante ha aprendido, al menos por ahora, y sigue la indicación de su maestro: «Pero sigue andando y mientras andas escucha» (v. 45). Por eso, el diálogo que viene a continuación se produce mientras los dos siguen caminando.

Antes de seguirlos nosotros también, vamos a detenernos un momento a observar el clima de unidad y de comunión que se respira. Lo hemos percibido hablando del canto coral de las almas que bajan de la barca del ángel y del «rebaño» de los excomulgados. Según vayamos avanzando, nos daremos cuenta de que es un aire constante: las almas cantan, se mueven y a menudo hablan juntas; incluso las voces individuales se presentan como expresión de un «nosotros». El perdón, recibido y dado, genera realmente una compañía nueva entre los hombres. Dante, que sufrió en su pellejo durante toda la vida las heridas de la división, de las luchas fratricidas, debía de sentir ardientemente el deseo de la unidad.

Y entonces se entiende por qué es tan grave el pecado contra la comunión.

Volvamos ahora a las almas que están siguiendo a Dante y que —hablando juntas, a una sola voz— se presentan (vv. 52-57):

«[…] Nosotros fuimos muertos todos por la violencia y pecadores hasta la última hora. Entonces la luz del cielo nos iluminó, de modo que, arrepintiéndonos y perdonando, salimos de la vida en paz con Dios, que nos enciende el corazón con el deseo de verle».

No repetiremos lo dicho en la introducción al canto III sobre el valor del último instante, pero creo que es preciso hacer una observación sobre otro aspecto. ¿Por qué se han salvado estos? Porque se ha producido un encuentro de dos libertades. Por un lado, «luz del cielo»: la libertad de Dios, que es paciente, que espera siempre y se inclina ofreciendo la salvación hasta el último instante. Por el otro, la libertad humana, que responde «arrepintiéndonos y perdonando», es decir, reconociendo el propio mal y perdonando el de los demás, en este caso, el de quien fue causa de su muerte violenta. Tanto la muerte como la vida son un encuentro gratuito con Otro al que la libertad puede adherirse.

Habíamos dicho que dos de esas almas se adelantan. La primera es Jacobo del Cássero. Cuenta la historia de su muerte (vv. 64-84) y le ruega a Dante que, cuando vuelva a la tierra, busque a sus seres queridos y les pida que recen por él. La segunda es Bonconte de Montefeltro, que se apena porque sus parientes —que evidentemente lo creen condenado— no piden por él (vv. 88-90). Bonconte murió durante la batalla de Campaldino, en la que también Dante había participado, y su cuerpo nunca se encontró. Dante aprovecha la ocasión para preguntarle cómo fue su final (vv. 91-93) y Bonconte, a su vez, al contestarle, se apresura a aclarar no solo cómo murió y dónde acabó su cadáver (vv. 94-99), sino también cómo se salvó.

Llegué —dice— hasta la orilla del río Archiano. Después (vv. 100-108):

«[…] Allí perdí la vista, pronuncié como última palabra el nombre de María, allí caí y allí quedó mi cuerpo abandonado. Te diré la verdad y tú la repetirás entre los vivos: el ángel de Dios me acogió y el del infierno gritaba: “¡Oh tú, el del cielo! ¿Por qué me privas de él? Te llevas lo eterno suyo por una lagrimita que me lo arrebata; pero yo trataré de modo distinto lo demás”».

Es una imagen maravillosa. También Bonconte había cometido muchos desmanes, también él, como Manfredo, podría haber dicho «horribles fueron mis pecados» (Purgatorio III v. 121); pero con su último aliento invoca a la Virgen, y esto basta para que «el ángel de Dios» se lo lleve consigo.

Y es realmente divertida la forma en que dibuja Dante la figura de «el del infierno», el diablo, que ya estaba saboreando la victoria y que ve cómo se la arrebatan delante de sus narices. Dan ganas de decir: ¡pobre diablo! Se lo había trabajado toda la vida, le había inducido a caer, estaba preparado para recoger el fruto de todo su esfuerzo, cuando de repente llega un ángel como un rayo que se lo quita de las garras y se lo lleva. Podemos imaginarnos su cara: «Pero ¿cómo es posible? Me lo he trabajado desde que era pequeño, hizo todas las jugarretas posibles, me siguió a pies juntillas y ahora “por una lagrimita”, por murmurar “María” en el último instante, ¿me lo quitáis? ¡No es justo!». Y entonces, para desahogar su rabia, se venga de lo único que le queda, el cuerpo («lo demás» se refiere al cuerpo, a lo que queda, en contraposición con «lo eterno» que es el alma): lo hace rodar, lo arrastra de acá para allá, hasta que termina sepultado en el fondo del río Arno; y esta es la razón por la que no se encontró su cuerpo (vv. 109-129). Pero es un consuelo muy pobre, ya que el alma está a salvo y, al final, Dios rescatará también su cuerpo.

Sorprende el paralelismo entre el relato de Bonconte y el de su padre Guido, al que Dante encuentra en el canto XXVII del Infierno. En ambos casos, Dante sitúa en escena la llegada del diablo que quiere llevarse el alma del muerto. Allí el diablo venció porque, aun reconociendo sus pecados, Guido no se había arrepentido de verdad; aquí se queda con las manos vacías porque el arrepentimiento de Bonconte, aunque tardío, es sincero.

Al final, casi para recuperar el aliento tras las horripilantes imágenes de la destrucción del cuerpo de Bonconte, Dante cierra con los dulcísimos tercetos de Pía de Tolomei, que resume su historia con versos que son un alarde de ternura (vv. 133-136):

[…] acuérdate de mí. Soy Pía. Siena me hizo y las marismas me deshicieron. Bien lo sabe aquel que, siendo ya viuda, me desposó poniéndome su anillo.

La mató su marido, arrojándola desde una torre para casarse con su amante. La buena Pía tendría todos los motivos para arremeter contra él, y sin embargo no le recrimina nada. Una vida entera recogida en un único verso —«Siena me hizo y las marismas me deshicieron»— esboza la muerte en una pincelada —«bien lo sabe aquel» (obviamente su marido)— y, por lo demás, solo queda el recuerdo del bien: el anillo, el amor. Es el milagro que obra el perdón: consigue borrar el mal —«piensas en esas cosas que ya no existen y que nunca han existido, hijo mío» hemos citado—2 y conserva únicamente el bien.

Por tanto, no es casualidad que Dante sitúe a Pía precisamente en el canto V, al igual que situaba a Francesca en el canto V del Infierno. Pía —parece sugerir— es la antítesis de Francesca: esta no se arrepintió, permanece ligada por toda la eternidad al mal que la perdió y maldice a su asesino, mientras que Pía lo ha superado, lo ha vencido, quedándose solo con el bien.

 

Antes de proseguir el viaje en compañía de Dante, quiero detenerme en este pasaje tan decisivo, tan liberador, de los que se salvan «por una lagrimita», por un instante de lucidez al final de su vida. Y lo hago usando una imagen que me deslumbró cuando la vi por primera vez.

Se trata de un bajorrelieve esculpido en la capilla del Rosario de la basílica de la Sagrada Familia, la obra maestra de Antoni Gaudí. La obra representa a un moribundo a cuyo lado se encuentra la Virgen, que con una mano lo consuela y con la otra sostiene al niño Jesús; Jesús mira al moribundo, mientras que María tiene los ojos fijos en Jesús.

Es como si la Virgen, sujetando la mano del agonizante y mirando a Jesús, confiase el moribundo a su Hijo: «Mira, Jesús, este hombre fue un niño como tú, también él es hijo mío; y siempre le he mirado por el corazón que Dios le dio al nacer, un corazón deseoso de bien, de belleza y de cosas grandes y buenas. Luego se habrá dado cuenta o no, habrá cometido muchos pecados o pocos, habrá hecho tonterías, habrá traficado, en resumen, nos habrá puesto a prueba todo lo que ha podido. Pero lo que le movía era el deseo de alcanzar una felicidad plena, es decir, el deseo de Dios». Así que, cuando vi ese bajorrelieve, no pude evitar pensar que la Virgen nos mira a cada uno —joven, viejo, moribundo, pecador…— con esos ojos. Es impresionante pensar que uno pueda tener la gracia de morir bajo la mirada de María, que nos mira no por los pecados que hemos cometido sino por el corazón bueno con el que nuestra madre nos trajo al mundo, es decir, perdonándonos todo.

Después alcé la mirada y me sorprendió aún más el contexto en el que se inserta esta figura. Encima está esculpida, en vertical, la última parte del avemaría («Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte»), que termina con la palabra «Amén» justo encima de la imagen. Entonces entendí por qué la Iglesia nos sugiere rezar el avemaría, con esta invocación final que se refiere justo al momento de nuestra muerte. Lo hace para recordarnos que en el momento del tránsito se juega todo, y cabe esperar que entonces la Virgen implore al niño Jesús que nos lleve consigo.

No es casualidad que la palabra con que nos referimos a este momento, agonía, venga de un vocablo griego, agon, que significa «batalla». Ahí se vuelve a poner en juego, por última vez, de forma resolutiva, la vida entera. Ahí, por última vez, uno puede decantarse por la propia existencia con sus pecados y errores, uno puede reafirmarla, quedarse atado a ella; o puede decir que no a lo que ha sido hasta ese momento, puede rechazarlo, renegar de ello, reconocer el propio mal. Con un gesto último de libertad puede reconocer que, aunque haya sido un desgraciado, un delincuente, un bribón, estaba hecho para el bien, su corazón deseaba otra cosa. Y entonces la misericordia de Dios, «la bondad infinita» que «tiene brazos tan largos» (Purgatorio III v. 122), está ahí, preparada para recoger en ese último aliento el mismo deseo con el que había creado a ese hombre y para acogerlo en la felicidad que desde siempre había preparado para él.

Sé que un cierto tipo de moralismo, propio del laicismo pero que puede ser también del cristiano, no digiere fácilmente esta idea. Pero ¿cómo es posible que uno que ha cometido en su vida todo tipo de tropelías se salve por una última mirada, por un último suspiro? Entonces, ¿dónde queda la coherencia? El problema es que desde el principio del cristianismo fue así. ¿Quién es el primero en orden cronológico al que Jesús se lleva consigo al paraíso? Aquel Dimas al que la tradición llama «el buen ladrón». El episodio es conocido por todos. Junto a Jesús se crucifica a dos delincuentes: uno sigue maldiciendo hasta al final, se burla de Jesús; y el otro, con el último aliento que le queda en el cuerpo, implora misericordia. Y Jesús no vacila en decirle: «[…] Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Además, incluso entre nosotros, ¿quién no le diría que sí a un hijo que, después de una vida malgastada, pidiera, en el último momento, volver a casa?

1 Se refiere al Salmo 150, que comienza con las palabras: «Misericordia, Dios mío», en latín Miserere mei, Deus.

2 O. Milosz, Miguel Mañara, op. cit., p. 44. Cf., más arriba, El cántico de la misericordia.


Io era già da quell’ ombre partito, e seguitava l’orme del mio duca, quando di retro a me, drizzando ’l dito,una gridò: «Ve’ che non par che luca lo raggio da sinistra a quel di sotto, e come vivo par che si conduca!».Me había alejado ya de aquellas sombras y seguía las huellas de mi guía, cuando detrás de mí, señalándome con el dedo, una gritó: «¡Mirad! No parece que brille el rayo de sol a la izquierda de aquel de más abajo y parece moverse como un ser vivo».
Li occhi rivolsi al suon di questo motto, e vidile guardar per maraviglia pur me, pur me, e ’l lume ch’era rotto.Volví los ojos al oír estas palabras y las vi mirarme asombradas a mí, solamente a mí y a la luz que yo interceptaba.
«Perché l’animo tuo tanto s’impiglia», disse ’l maestro, «che l’andare allenti? che ti fa ciò che quivi si pispiglia?«¿Por qué tu espíritu se preocupa tanto que el paso acorta? —dijo el maestro—. ¿Qué te importa lo que allí se murmure?
Vien dietro a me, e lascia dir le genti: sta come torre ferma, che non crolla già mai la cima per soffiar di venti;ché sempre l’omo in cui pensier rampolla sovra pensier, da sé dilunga il segno, perché la foga l’un de l’altro insolla».Ven detrás de mí y déjalos hablar. Permanece firme como una torre, que no se estremece nunca en la cima por el soplo de los vientos, pues siempre el hombre, en el cual un pensamiento bulle sobre otro pensamiento, se aleja de su meta, porque uno debilita el ímpetu del otro».
Che potea io ridir, se non «Io vegno»? Dissilo, alquanto del color consperso che fa l’uom di perdon talvolta degno.¿Qué podía yo decir sino «Ya voy»? Lo dije, aun cuando cubriéndome del color que hace al hombre, a veces, digno de ser perdonado.1
E ’ntanto per la costa di traverso venivan genti innanzi a noi un poco, cantando ‘Miserere’ a verso a verso.Entre tanto, a través de la ladera venían algunas almas hacia nosotros cantando el Miserere en versículos alternados.
Quando s’accorser ch’i’ non dava loco per lo mio corpo al trapassar d’i raggi, mutar lor canto in un «oh!» lungo e roco;e due di loro, in forma di messaggi, corsero incontr’ a noi e dimandarne: «Di vostra condizion fatene saggi».Cuando se dieron cuenta de que yo no ofrecía lugar en mi cuerpo por donde me traspasasen los rayos de luz, cambiaron su canto por un «¡Oh!» largo y ronco, y dos de ellas, a modo de mensajeros, corrieron hacia nosotros para decirnos: «Hacednos saber vuestra condición».
E ’l mio maestro: «Voi potete andarne e ritrarre a color che vi mandaro che ’l corpo di costui è vera carne.Y mi maestro replicó: «Podéis volveros y referir a los que os han enviado que el cuerpo de este es de verdadera carne.
Se per veder la sua ombra restaro, com’ io avviso, assai è lor risposto: fàccianli onore, ed esser può lor caro».Si por ver su sombra se detuvieron, como yo pienso, baste la respuesta; hónrenle, pues puede serles conveniente».2
Vapori accesi non vid’ io sì tosto di prima notte mai fender sereno, né, sol calando, nuvole d’agosto,che color non tornasser suso in meno; e, giunti là, con li altri a noi dier volta, come schiera che scorre sanza freno.A las estrellas fugaces no vi tan rápidamente hendir a plena noche el cielo sereno ni a las exhalaciones de agosto al caer el sol como aquellas almas volvieron hacia arriba y, juntas ya con las otras, hacia nosotros dieron vuelta, tal que un escuadrón que corre sin freno.
«Questa gente che preme a noi è molta, e vegnonti a pregar», disse ’l poeta: «però pur va, e in andando ascolta».«Este tropel que avanza hacia nosotros es muy numeroso y viene a hacer alguna súplica —dijo el poeta—, pero sigue andando y mientras andas escucha».
«O anima che vai per esser lieta con quelle membra con le quai nascesti», venian gridando, «un poco il passo queta.Guarda s’alcun di noi unqua vedesti, sì che di lui di là novella porti: deh, perché vai? deh, perché non t’arresti?«¡Oh alma que caminas hacia la dicha con aquellos mismos miembros con que naciste! —venían gritando—. Acorta un poco el paso; mira si viste un día a alguno de nosotros, de modo que puedas llevar noticias de él. ¡Eh! ¿Por qué te vas? ¡Eh! ¿Por qué no te detienes?
Noi fummo tutti già per forza morti, e peccatori infino a l’ultima ora; quivi lume del ciel ne fece accorti,sì che, pentendo e perdonando, fora di vita uscimmo a Dio pacificati, che del disio di sé veder n’accora».Nosotros fuimos muertos todos por la violencia y pecadores hasta la última hora. Entonces la luz del cielo nos iluminó, de modo que, arrepintiéndonos y perdonando, salimos de la vida en paz con Dios, que nos enciende el corazón con el deseo de verle».
E io: «Perché ne’ vostri visi guati, non riconosco alcun; ma s’a voi piace cosa ch’io possa, spiriti ben nati,Y yo contesté: «Aunque, por más que mire vuestros rostros, no reconozco ninguno, si os place cualquier cosa que yo pueda hacer, espíritus bien nacidos, decídmela y yo la haré por aquella paz que, caminando detrás de este guía, se me hace buscar de mundo en mundo».
E uno incominciò: «Ciascun si fida del beneficio tuo sanza giurarlo, pur che ’l voler nonpossa non ricida.Y uno exclamó: «Todos nos fiamos de tu buena voluntad sin que lo jures, a no ser que ella no pueda por algún obstáculo.
Ond’ io, che solo innanzi a li altri parlo, ti priego, se mai vedi quel paese che siede tra Romagna e quel di Carlo,che tu mi sie di tuoi prieghi cortese in Fano, sì che ben per me s’adori pur ch’i’ possa purgar le gravi offese.Por eso, yo que hablo solo antes que los demás, te ruego que, si ves alguna vez aquel país que está entre la Romaña y el de Carlos,3que tú me consigas por tus ruegos corteses en Fano que los buenos recen por mí para que pueda purgar mis graves pecados.
Quindi fu’ io; ma li profondi fóri ond’ uscì ’l sangue in sul quale io sedea, fatti mi fuoro in grembo a li Antenori,là dov’ io più sicuro esser credea: quel da Esti il fé far, che m’avea in ira assai più là che dritto non volea.Ma s’io fosse fuggito inver’ la Mira, quando fu’ sovragiunto ad Orïaco, ancor sarei di là dove si spira.De allí fui yo;4 pero las profundas heridas por las que salió la sangre que me sustentaba me fueron hechas en la tierra de los Antenórides5, allí donde yo creía estar más seguro. El de Este ordenó que me las hicieran, pues estaba airado contra mí mucho más de lo que permite el derecho; pero, si yo hubiese huido hacia la Mira cuando había llegado a Oriaco,6 aún estaría allí donde se respira.
Corsi al palude, e le cannucce e ’l braco m’impigliar sì ch’i’ caddi; e lì vid’ io de le mie vene farsi in terra laco».Corrí al pantano, y las cañas y el cieno me estorbaron a tal punto, que caí, y vi cómo la sangre de mis venas formaba en la tierra un lago».
Poi disse un altro: «Deh, se quel disio si compia che ti tragge a l’alto monte, con buona pïetate aiuta il mio!Después dijo otro: «¡Ah! Así se cumpla el deseo que te trajo al alto monte como con tu piadosa bondad ayudas al mío.
Io fui di Montefeltro, io son Bonconte; Giovanna o altri non ha di me cura; per ch’io vo tra costor con bassa fronte».Yo fui de Montefeltro; yo soy Bonconte7. Juana8 y los demás no se acuerdan de mí, por lo cual voy entre estos con la cabeza baja».
E io a lui: «Qual forza o qual ventura ti travïò sì fuor di Campaldino, che non si seppe mai tua sepultura?».Yo le contesté: «¿Qué fuerza o qué aventura te extravió de tal modo fuera de Campaldino que no se supo nunca tu sepultura?».
«Oh!», rispuos’ elli, «a piè del Casentino traversa un’acqua c’ha nome l’Archiano, che sovra l’Ermo nasce in Apennino.«¡Oh! —respondió él—. Al pie del Casentino corre un río que se llama el Archiano, que nace en el Apenino, sobre el Ermo.
Là ’ve ’l vocabol suo diventa vano, arriva’ io forato ne la gola, fuggendo a piede e sanguinando il piano.Allí donde el nombre le resulta ya inútil9 llegué yo, herido en la garganta, huyendo a pie y ensangrentando la llanura.
Quivi perdei la vista e la parola; nel nome di Maria fini’, e quivi caddi, e rimase la mia carne sola.Allí perdí la vista, pronuncié como última palabra el nombre de María, allí caí y allí quedó mi cuerpo abandonado.
Io dirò vero, e tu ’l ridì tra ’ vivi: l’angel di Dio mi prese, e quel d’inferno gridava: “O tu del ciel, perché mi privi?Te diré la verdad y tú la repetirás entre los vivos: el ángel de Dios me acogió y el del infierno gritaba: “¡Oh tú, el del cielo! ¿Por qué me privas de él?
Tu te ne porti di costui l’etterno per una lagrimetta che ’l mi toglie; ma io farò de l’altro altro governo!”.Te llevas lo eterno suyo por una lagrimita que me lo arrebata; pero yo trataré de modo distinto lo demás”.
Ben sai come ne l’aere si raccoglie quell’ umido vapor che in acqua riede, tosto che sale dove ’l freddo il coglie.Bien sabes cómo en el aire se recoge aquel vapor húmedo que se convierte en agua tan pronto como sube donde lo asalta el frío.
Giunse quel mal voler che pur mal chiede con lo ’ntelletto, e mosse il fummo e ’l vento per la virtù che sua natura diede.Así él juntó su malevolencia, que los males busca, con su inteligencia, y movió el vapor y el viento con el poder que a su naturaleza es propio.
Indi la valle, come ’l dì fu spento, da Pratomagno al gran giogo coperse di nebbia; e ’l ciel di sopra fece intento,sì che ’l pregno aere in acqua si converse; la pioggia cadde, e a’ fossati venne di lei ciò che la terra non sofferse;e come ai rivi grandi si convenne, ver’ lo fiume real tanto veloce si ruinò, che nulla la ritenne.Entonces el valle, cuando acabó el día, desde Protomagno a la gran cordillera, se cubrió de niebla y el cielo se nubló de tal modo, que el denso aire se convirtió en agua, la lluvia cayó y fue a los barrancos toda la que no pudo absorber la tierra, y todas las corrientes se juntaron hacia el río principal con tanto ímpetu, que nada las retenía.
Lo corpo mio gelato in su la foce trovò l’Archian rubesto; e quel sospinse ne l’Arno, e sciolse al mio petto la crocech’i’ fe’ di me quando ’l dolor mi vinse; voltòmmi per le ripe e per lo fondo, poi di sua preda mi coperse e cinse».Mi cuerpo helado junto a su desembocadura encontró el Archiano crecido, lo arrastró hacia el Arno, deshizo en mi pecho la cruz que yo había formado con mis brazos cuando el dolor me venció, me volteó por las orillas y por el fondo y después con sus arenas me cubrió y me ciñó».10
«Deh, quando tu sarai tornato al mondo e riposato de la lunga via», seguitò ’l terzo spirito al secondo,«ricorditi di me, che son la Pia; Siena mi fé, disfecemi Maremma: salsi colui che ’nnanellata priadisposando m’avea con la sua gemma».«¡Ah! Cuando hayas vuelto al mundo y reposado de tu largo camino —siguió el tercer espíritu al terminar el segundo—, acuérdate de mí. Soy Pía. Siena me hizo y las marismas me deshicieron.11 Bien lo sabe aquel que, siendo ya viuda, me desposó poniéndome su anillo».12

1 Se entiende que se avergüenza y se ruboriza por la reprensión de Virgilio.

 

2 Dante, vuelto a la tierra, puede hablar de ellas a sus parientes y amigos, induciéndoles a rezar, único modo de que se acorte la estancia en el purgatorio.

3 La Marca de Ancona. El país de Carlos es Nápoles, regido por Carlos de Anjou.

4 Se trata de Jacobo del Cassero, ilustre personaje de Fano, enemistado con el duque de Este, que lo hizo matar.

5 Padua, que se dice fundada por Antenor.

6 Mira y Oriaco son dos lugares cercanos a Padua.

7 Bonconte de Montefeltro, muerto en la batalla de Campaldino (1289).

8 Su mujer.

9 Porque desemboca en el Arno.

10 Nunca se supo lo que había sido del cadáver de Bonconte.

11 Pía de Tolomei, de Siena, mujer de Nello de Pannochieschi, que, enamorado de otra, encerró a su mujer en un castillo de las marismas, donde la hizo morir.

12 El referido Nello de Pannochieschi.