¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas?

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No incluiremos referencias del componente funcional (técnico-militar) ni del político, pues nos parece pertinente centrar la atención en el ético. Los autores explican que este componente busca en cada nivel de análisis dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿qué deben hacer el oficial y el soldado?, ¿qué clase de líderes debe tener el ejército? Las respuestas a estas preguntas establecen normas de comportamiento individual y colectivo, en función de los cursos de acción y resultados que el oficial está obligado a buscar; es decir, constituyen una ética militar profesional, definida por los autores como “el cuerpo de principios morales o valores que gobiernan una cultura particular o grupo”.17

En el nivel de la sociedad, a pesar de reconocer que la sociedad estadounidense es ecléctica y abraza una variedad de creencias éticas, esas tendencias han sido etiquetadas incorrectamente como postmodernas. Los autores sostienen que el término alude más bien a una compleja colección de creencias y teorías que en esencia rechazan la idea de que haya una verdad objetiva, ética o de otra índole. Sin un estándar objetivo de verdad, los individuos y grupos eligen qué es la verdad, es decir, que esta es relativa a sus deseos y creencias. Otra manifestación de esta suerte de relativismo es el egoísmo irreflexivo, el cual promulga que lo moralmente bueno es “lo que es mejor para mí”. Los autores separan la tendencia ética postmoderna de la ética fundada en el egoísmo, y sostienen que esta última, a diferencia de la primera que apela al absoluto relativismo, se constituye en un estándar objetivo contra el cual medir la conducta. Sin embargo, observan que las personas, en general, tienden a combinar la ética egoísta con la postmoderna; confían y aceptan este contradictorio sistema ético como válido. Los autores manifiestan cierta preocupación, producto de su experiencia, al enseñar a jóvenes militares, pues advirtieron que muchos de ellos aceptaban aquellas creencias contradictorias en una institución basada en valores que privilegia el pensamiento racional, de modo que el potencial de conflicto era enorme. Asimismo, reconocían que los oficiales no veían nada de malo en abrazar una ética personal de interés o relativismo irreflexivo junto con las exigencias éticas objetivas de la profesión.18

En aquel momento, ya entrada la postmodernidad, los autores identificaron un problema estructural que se ha agudizado en la actualidad y que nos interesa enfatizar: la contradicción y divergencia entre sistemas de valores; en un contexto más amplio, como lo hemos definido, entre sistemas de referencia. Esta es una característica de la postmodernidad, de su racionalidad: la ambigüedad y la contradicción están presentes en todas las dimensiones de la vida, y la ética no es una excepción.

En el nivel de la institución militar, como anticiparon los autores, la contradicción era más evidente cuando los oficiales intentaban reconciliar su ética personal con la de la institución: “Las creencias de egoísmo y relativismo postmoderno pueden ser mantenidas consistentemente por muchas personas en [Estados Unidos], pero no pueden ser mantenidas por los oficiales del ejército, quienes simultáneamente tienen una ética profesional objetiva”.19 Rechazan la idea de que un individuo pueda compartimentar su vida en diferentes roles, mantener diferentes éticas para cada rol y aun así llevar una vida moralmente consistente. Las razones que exponen son que la ética militar precisa de que al menos una verdad sea mantenida como objetiva; en cambio, la ética social, no. La ética militar profesional requiere que los oficiales pongan su propio interés como secundario, mientras que la ética social no encuentra motivos para renunciar al egoísmo. Los autores encuentran problemas irresolubles entre la perspectiva social y la institucional, básicamente porque parten de la concepción tradicional de ética militar profesional, entendida como normativa y prescriptiva por razones funcionales y de legitimidad política. Las obligaciones éticas del militar están predeterminadas por mandatos y han de primar sobre cualquier otro sistema de valores; la contradicción o la oposición a tales disposiciones objetivas hace inviable o poco efectiva la acción militar y debe ser proscrita.20

En el nivel individual, siguiendo la misma lógica, los autores sostienen: “El problema no radica en las contradicciones discutidas anteriormente, que los soldados escojan erróneamente una ética sobre otra, que den mayor peso a la ética social cuando deberían haber dado peso a la ética profesional, aunque en ocasiones esto también pueda ser un problema”.21 El problema fundamental que subrayan los autores es el relativismo promovido por la contradicción, pues si no existe verdad ética, cualquier creencia puede pasar por guía moral y cualquier decisión puede ser tan justa como otra. La preocupación de los autores que se sigue de sus conclusiones es que el ethos postmoderno y el egoísmo irreflexivo, incompatible con la ética militar profesional, deriven en que el oficial falle a la hora de identificar sus obligaciones morales como subsidiarias de la perspectiva institucional que debe ser prioritaria, y que esto lleve a una conducción operacional deficiente, a la disminución del compromiso y el sacrificio, al incumplimiento de la misión y, en última instancia, a la derrota militar.

Finalmente, respecto a los trabajos antes relacionados —que constituyen los antecedentes de nuestra investigación—, debemos aclarar una diferencia notable entre los propósitos que aquellos persiguen y el nuestro. Cuando Barrett y Snider, Oh y Toner sostienen que no existe un marco de referencia para la ética militar profesional, se refieren a la ausencia de un modelo de análisis y de lenguaje comunes para determinado nivel —Ejército, OTAN, ONU, etc.— que abarque las dimensiones y perspectivas relevantes en el contexto postmoderno, que permita observar el impacto de los cambios sociales y las variaciones en los conceptos y las premisas. Incluso se esperaría que fuera posible evaluar su eficacia en el momento de ser implantado en el Ejército e incorporado en los procesos de educación y formación de personal; en contraste, no nos limitamos a buscar el modelo adecuado, pues consideramos la ética militar institucional como una variable más que debe ser valorada en el contexto. El constructo sistemas de referencia permite disponer ordenadamente todos los elementos materiales y formales relevantes para llevar a cabo la investigación, delimitando así nuestro espacio de configuración y contribuyendo a suplir la deficiencia señalada.

Adicionalmente, en la medida en que consideramos estéril llevar a cabo una indagación suscrita al relativismo, hemos aceptado el pluralismo y el perspectivismo; por ello, fuimos congruentes cuando rechazamos los argumentos de Hude, pues no pensamos que ideología alguna pueda erigirse en la postmodernidad y guiar los destinos del orbe, así como tampoco defendemos un nihilismo radical. Creemos que por encima de los efectos desintegradores de la postmodernidad perviven instancias, instituciones y sobre todo personas que eligen y dotan de sentido el mundo en procesos dinámicos y versátiles de generación y corrupción de subjetividades e identidades. En este mundo de “apariciones” todavía podemos percibir y tratar de objetivar relaciones, es decir, tenemos referencias.

Notas

1 Nos referimos a estudios especializados en temas militares (fuerzas armadas y sociedad, moralidad de la guerra, sociología militar, ética militar profesional) llevados a cabo por centros de investigación universitarios y otros adscritos o vinculados con las fuerzas militares, como el seminario sobre Fuerzas Armadas y sociedad de la Universidad Loyola de Chicago (“Inter-University Seminar on Armed Forces and Society”, Loyola University of Chicago), el Army Center for the Professional Military Ethic, el Strategic Studies Institute del War College del ejército o The Stockholm Centre for the Ethics of War and Peace de la Universidad de Estocolmo en Suecia.

2 Stephen Dale, “Conmoción política por crimen militar en Somalia”, Inter Pres Service, Agencia de noticias, 15 de octubre de 1996. Disponible en: <www.ipsnoticias.net/1996/10/canada-conmocion-politica-por-crimen-militar-en-somalia>.

3 Usmilitarymobile.com. 2011-03-21. [Traducción propia] Disponible en: <www.usmilitarymobile.com/military-news/military-abuse.html>. [Última consulta: 24 de junio de 2013]

4 Barret, Finding “The Right Way”, VII. [Traducción propia]

5 Don M. Snider, Paul Oh y Kevin Toner, The Army’s Professional Military Ethic in an Era of Persistent Conflict (Carlisle: Strategic Studies Institute, U.S. Army War College, 2009), 3 y 4. [Traducción propia]

6 Henry Hude, “¿Existe una Ética Militar Europea?”, entrada de blog en Sociedad Internacional de Ética Militar en Europa (EuroISME), 15 de marzo de 2014. Disponible en: <www.euroisme.eu/es/existe-una-etica-militar-europea>.

7 Sarkesian, Beyond the battlefield, 6. [Traducción propia]

8 Ibíd., 9. [Traducción propia]

9 Ibíd., 10. A partir de este esquema que evalúa la profesión militar, en el planteamiento de Sarkesian se puede estudiar la ética militar profesional ya no solo como variable, sino como componente en relación con los tres niveles o perspectivas (comunidad, institución e individuo), y allí centraremos la atención. La síntesis es que la ética profesional incluye las relaciones entre las convicciones individuales, los requerimientos institucionales y las expectativas de la comunidad; sin embargo, estas relaciones no son las únicas relevantes. La mayoría de reflexiones del autor, aludiendo incluso a los componentes políticos y la habilidad técnica, incluyen consideraciones éticas o morales, lo cual sugiere que la ética profesional era en ese momento de posguerra de Vietnam el componente fundamental al cual se asociaban la mayoría de dilemas de la profesión militar, por un par de razones al menos: en los momentos álgidos de la guerra de Vietnam se produjo un fuerte rechazo social —la institución militar se enfrentó a la contradicción de verse privada del apoyo de la sociedad a la que servía y obligada a cumplir los mandatos de la ley y el sistema político; asimismo, tuvo que enfrentar un quebrantamiento sin precedentes de la disciplina, al tener que conducir la guerra con soldados confundidos y desmotivados—; la segunda razón fueron los numerosos crímenes de guerra y las transgresiones morales en las que incurrieron las tropas, pues esta guerra irregular considerada además injusta había lesionado los fundamentos de la institución militar. Así, era evidente la necesidad de recomponer la cultura y la ética militar, pero para ello hacía falta encontrar dónde se había perdido el rumbo, adónde se había llegado, qué se debía hacer y hacia dónde se quería avanzar. Es evidente que ese era el espíritu que animaba el trabajo del autor, y en buena medida su planteamiento contribuyó a alcanzar aquellos objetivos.

 

10 Ibíd. [Traducción propia]

11 Ibíd., 15. [Traducción propia]

12 Ibíd., 16. [Traducción propia]

13 Esto es posible en la medida en que el pensar, a diferencia del juicio, es un acto incesante de la conciencia que no depende de la acción.

14 “La volatilidad, la incertidumbre y la ambigüedad que caracterizan el ambiente operativo contemporáneo [COE, por sus siglas en ingles], exige que los militares profesionales constantemente reflexionen sobre los roles, las normas y los valores de su profesión”. Christopher R. Paparone y George E. Reed, “El militar reflexivo: cómo piensan los militares profesionales en acción”, Military Review (enero-febrero 2012), 37.

15 “Por ejemplo, un jefe de pelotón puede discutir la importancia de la rendición de cuentas exacta de la propiedad y la preparación de informes, durante la inspección de vehículos. Un comandante de batallón puede iniciar un debate de diez minutos sobre el respeto al final de una sesión de adiestramiento. Un comandante de compañía puede discutir un conflicto de lealtades con sus compañeros comandantes o soldados mientras almuerza en el comedor para militares”. Joe Doty y Walter Sowden, “¿Competencia versus carácter? ¡Tiene que ser tanto uno como el otro!”, Military Review (marzo-abril 2010), 56.

16 Snider, Nagl y Pfaff, Army Professionalism, 3.

17 Ibíd., 7.

18 Ibíd., 8.

19 Ibíd., 7.

20 De acuerdo con nuestro planteamiento, argumentar a favor de una ética militar profesional como marco normativo en la posmodernidad es desconocer el principio de imparcialidad que la misma valoración ética exige. El uso de la fuerza militar incluye, por lo general, actos de violencia y, en la medida en que la violencia es una relación social que involucra perpetradores, víctimas y espectadores, ninguno puede ser excluido. La postura cambia en el momento en que las exigencias éticas y morales se amplían; ahora, más que la efectividad y el deber, se impone la responsabilidad con la vida de los soldados que son enviados a matar o destinados a morir. En atención a ello, consideramos más afortunado hablar de sistemas de referencia, con lo cual se degrada en parte la fuerza de un sistema de valores que se opone a otro.

21 Snider, Nagl y Pfaff, Army Professionalism, 10.

Capítulo 2

Descripción objetiva del Ejército y el militar en la postmodernidad

Hemos enfatizado que en la postmodernidad los militares están expuestos a riesgos excepcionales de transgresión moral, que no se explican desde el campo de estudio Fuerzas Armadas-sociedad o de las tradicionales relaciones civiles y militares basadas en el control civil, sino mediante una reformulación de los conceptos de ética y moral y, en consecuencia, de las dinámicas entre éticas “colectivas” y conciencia moral “individual”. Estas originan una serie de problemáticas filosóficas, existenciales y de orden práctico que impactan enormemente en las instituciones y las sociedades en el contexto de guerra global contemporáneo.

El propósito del presente capítulo es presentar una perspectiva actualizada de la profesión militar en torno a la figura del soldado biopolítico, y establecer la relación entre los nuevos roles, el uso de la fuerza y la violencia postmoderna. Comenzaremos, pues, por reflexionar sobre la postmodernidad y el mundo postmoderno, para luego analizar el lugar y el rol del Ejército —dentro y respecto al sistema internacional y el Estado— atendiendo al concepto de seguridad colectiva y seguridad nacional, respectivamente. Después nos centraremos en los trabajos llevados a cabo en la primera década del presente siglo bajo la denominación de “militar postmoderno”, describiendo el planteamiento original y sus variables. En última instancia, ofreceremos una reinterpretación, una actualización de su formulación basada en los cambios doctrinarios recientes centrados en las exigencias operacionales y la naturaleza de las intervenciones militares postmodernas, que en buena medida involucran el uso de fuerza no letal y el ejercicio de violencia sin actos violentos.

Postmodernidad y mundo postmoderno

“Postmodernidad” es un concepto polémico y ciertamente confuso; por ello, son necesarias algunas precisiones orientadas a especificar el uso que se hace del término, distinguiendo las acepciones teóricas filosóficas de las descripciones pragmáticas, sin perder de vista que las temáticas que se incorporan en este apartado no son anotaciones marginales, sino que aportan una perspectiva orientadora para abordar las figuras del Ejército y del militar postmoderno. Si “los términos operativos utilizados para describir las circunstancias postmodernas son pluralismo, fragmentación, heterogeneidad, deconstrucción, permeabilidad y ambigüedad”,1 cabe preguntarse cómo esta lógica, esta racionalidad y este pensamiento filosófico afectan, influyen y actúan sobre las condiciones formales —la construcción de la ética militar profesional, la identidad moral, la conciencia y mentalidad militares, los mecanismos de autocensura—, en los casos en los que se presenta algún tipo de transgresión moral.

En el inhóspito escenario de guerra global postmoderno, los ejércitos tienen una tarea crítica: llevar a cabo múltiples misiones —atención de desastres, misiones humanitarias, misiones de paz, apoyo a autoridades civiles en la reconstrucción de la democracia, enfrentar a grupos terroristas o insurgentes— adaptando sus capacidades operacionales a las exigencias de cada misión, “activar” y “desactivar” su potencial de daño, seleccionar qué clase equipamiento y armamento utilizar, qué ética y qué moral aplicar. Este problema, que “técnicamente” se resuelve con relativa facilidad, constituye una fuente de conflictos, dilemas y transgresiones morales que muchos ejércitos no han acertado en identificar ni resolver.

La postmodernidad: conceptos, perspectivas y problemáticas

“Postmoderno”2 es sinónimo de todo lo actual y contemporáneo; por ello, es necesario abordar el concepto desde diferentes perspectivas y disciplinas, en aras de aprehender lo esencial del término.

En filosofía, la modernidad se ha interpretado como un proyecto que Jürgen Habermas denominaría “inacabado”. Allí radica la primera discusión: (a) adoptar la modernidad como proyecto extendido hasta nuestros días y, en consecuencia, el término “postmoderno” como expresión de la reformulación de la modernidad sobre la base de los mismos objetivos o (b) asumir que la postmodernidad, en definitiva, marca el fin y decreta la obsolescencia del proyecto moderno a la vez que funda otro con propósitos renovados que responde tanto a los vertiginosos cambios de la realidad —especialmente en el orden global— como a las perspectivas epistemológicas que ahora permiten verlo e interpretarlo como sustancialmente es. Al respecto, Modesto Berciano señala:

No hay que entenderlo ni como transmoderno, ni como antimoderno. Entre lo moderno y lo postmoderno no habría una rotura, como podría sugerir el término. Pero tampoco hay que ver una identidad entre ambos [y concreta:] La llamada postmodernidad tiene sus características y modalidades, también en relación con las características de la modernidad.3

La crítica de la razón en la modernidad se basa en su desenmascaramiento como racionalidad instrumental con arreglo a fines, vinculada a la radicalización de la subjetividad, circunstancia que podía seguirse, por un lado, en las manifestaciones estéticas del arte, la literatura, la arquitectura y la fotografía y, por otro, en fundamentos ontológicos y filosóficos. Siguiendo esta línea, autores como Habermas y David Harvey reconstruyen el tránsito de las ideas modernas a las postmodernas sin lograr separar lo estético de lo filosófico, aproximándose usualmente a través de los mismos autores a lo que podría considerarse los “primeros retoños” de una época postmoderna.

Llama la atención que en ambos casos el autor de referencia sea Nietzsche, que “inscribiría su poderoso mensaje de efecto devastador, según el cual los sentimientos artísticos y estéticos tenían la capacidad de ir más allá del bien y del mal”,4 y asimismo, traería a escena la imagen de la “destrucción creadora” que daría cuenta del oculto dilema del optimismo moderno:

Si el modernista tiene que destruir para crear, la única forma de representar las verdades eternas es a través de un proceso de destrucción que, en última instancia, terminará por destruir esas mismas verdades. Sin embargo, si aspiramos a lo eterno e inmutable, no podemos dejar de poner nuestra impronta en lo caótico, en lo efímero y en lo fragmentario.5

De esta manera, con la intervención de Nietzsche se cuestionó el proyecto moderno, el lugar privilegiado del hombre y de la razón, así como su poder unificador de la fragmentación, el caos patente de la vida moderna y “la capacidad de superar las escisiones de la modernidad gracias a las propias fuerzas por las que esta se ve impulsada”.6 Finalmente, todas estas intenciones fracasaron y Nietzsche se vio abocado, al igual que el proyecto mismo de la modernidad, a elegir entre dos posturas: “Someter una vez más a una crítica inmanente la razón centrada en el sujeto, o bien abandonar el programa en conjunto. Se decide por esta segunda alternativa, renuncia a una nueva revisión del concepto de razón y licencia a la dialéctica de la Ilustración”.7

Sobre la base del problema de la subjetividad, la modernidad se distingue de la postmodernidad en cuanto a la concepción del sujeto frente al mundo y de todas las determinaciones que le atraviesan o le circundan: el saber, el conocimiento, la ética o la estética. La postmodernidad debe entenderse en orden a las resoluciones de dichas coyunturas; basta con notar que la modernidad se describe como la historia de la radicalización de la subjetividad y la postmodernidad como la muerte del sujeto, y observar que en ningún caso estas descripciones reflejan una separación antagónica. Tan solo dejan ver un dilema abierto a interpretaciones que, no obstante, fundan sólidas corrientes de pensamiento que respecto a la postmodernidad abordaremos más adelante; por el momento, una vez más Nietzsche hace evidente este conflicto:

La crítica de la modernidad renuncia por primera vez a mantener su contenido emancipatorio. La razón centrada en el sujeto queda ahora confrontada con lo absolutamente otro de la razón. Y como contrainstancia de la razón Nietzsche apela a las experiencias de autodesenmascaramiento, transportadas a lo arcaico, de una subjetividad descentrada, liberada de todas las limitaciones del conocimiento y de la actividad racional con arreglo a fines, de todos los imperativos de lo útil y de la moral. La vía para escapar de la modernidad ha de consistir en “rasgar el principio de individuación”.8

 

Coincidimos con Daniel Innerarity en que “la descomposición de la filosofía moderna se ha hecho patente en la oscilación de una subjetividad a la deriva que, o se afirma a sí misma como negación de lo distinto de sí, o se inmola en beneficio de una totalidad objetiva”.9 No obstante, ¿efectivamente debe entenderse la modernidad como momento de la subjetividad?, ¿esto no contradice la importancia de las instituciones y las identidades en el marco de la sociedad disciplinaria descrita por Foucault? En consecuencia, la declaratoria de Baudrillard acerca de la muerte del sujeto en la postmodernidad, ¿no significa el deterioro de la figura subjetiva? En efecto, así es, pero no se trata del mismo sujeto de la modernidad, pues este ha sido negado como disipador de sentido a la realidad y disuelto en las determinaciones de la estructura social y la cultura. De ahí que la sociedad de control postmoderna extienda su dominación más allá de las instituciones tradicionales en ausencia de absolutos y principios totalizantes: el poder debe esforzarse en llegar a lugares donde no existen vínculos ni agrupaciones ordenadas, solo sujetos que se declaran finalmente emancipados y libres a quienes poco puede requerírseles respecto a fines comunes. Allí radica la posible diferencia entre el sujeto moderno y el postmoderno: a este último lo mueve el simple yo quiero en lugar del yo debo.

Heidegger aporta luces a esta encrucijada, a saber: la continuidad dialéctica entre el subjetivismo moderno y la volatilización de la subjetividad en la filosofía contemporánea. Advierte, asimismo, que tanto el hombre como las colectividades son sujetos, y por ello:

La subjetividad ha aumentado su poder en la misma medida en que, por paradójico que resulte, el sujeto humano concreto ha sido disuelto en grupos, condicionamientos y determinismos. Es cierto, dice Heidegger, que la modernidad ha impulsado el subjetivismo y el individualismo. Pero no es menos cierto que en ella lo individual sea impuesto en forma de lo colectivo como en ninguna otra época de la historia. Solo cuando el hombre es esencialmente sujeto —concluye Heidegger— existe la posibilidad de deslizarse hacia el abuso del subjetivismo en el sentido del individualismo. Mas también solo allí donde el hombre sigue siendo sujeto, tiene sentido la lucha expresa contra el individualismo y a favor de la comunidad como campo final de todo rendimiento y provecho.10

Finalmente, el postestructuralismo, vinculado estrechamente a las ciencias y a la filosofía, suele ser interpretado como la totalidad de los planteamientos filosóficos contemporáneos, aunque esta es una posición reduccionista que desconoce que este es solo una vertiente más dentro de un amplio espectro de nuevas formas de pensamiento, lo cual se debe a su potencial teórico y explicativo. El postestructuralismo en filosofía y ciencias humanas se basa en el estructuralismo antropológico de Lévi-Strauss, según el cual, el hombre resulta ser el gran ausente, una cosa entre cosas donde surge el lenguaje como racionalidad sin sujeto. El postestructuralismo recoge las perspectivas de autores como Lyotard, Foucault, Lacan, Deleuze, Barthes, Derrida y Althusser, que proponen una revuelta contra la racionalidad que ahora se enfrenta a lo fortuito, la diferencia y la dispersión, la no centralidad y, como ya se ha dicho, la inexistencia del sujeto, la preponderancia de las relaciones estructurales en la configuración de la realidad y del orden simbólico que describe desde lenguajes particulares, instituciones, ideologías y discursos.

En síntesis, usualmente se entiende como correspondiente la postmodernidad con la sociedad y la cultura, el postmodernismo con el arte y la estética, y el postestructuralismo con el saber científico y filosófico. No obstante, esta categorización no es fácil de conservar y suele ocurrir que la descripción de la postmodernidad incluya elementos diversos de los demás ámbitos entremezclados.

Desde esta perspectiva, ciertamente integrada, estamos en posición de ofrecer algunos conceptos de postmodernidad. Según Terry Eagleton:

La postmodernidad es un estilo de pensamiento que desconfía de las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad, de la idea de progreso universal o de la emancipación, de las estructuras aisladas de los grandes relatos o de los sistemas definitivos de explicación. Contra esas normas iluministas considera el mundo como contingente, inexplicado, diverso, inestable, indeterminado, un conjunto de culturas desunidas o interpretaciones que engendra un grado de escepticismo sobre la objetividad de la verdad, la historia y las normas, lo dado de las naturalezas y la coherencia de las identidades. Esa manera de ver, podrían decir algunos, tiene efectivas razones materiales: surge de un cambio histórico en Occidente hacia una nueva forma de capitalismo, hacia el efímero descentralizado mundo de la tecnología, el consumismo y la industria cultural, en el cual las industrias de servicios, finanzas e información triunfan sobre las manufacturas tradicionales, y las políticas clásicas basadas en las clases ceden su lugar a una difusa serie de políticas de identidad.11

A Jean François Lyotard se atribuye la conceptualización del término “postmodernidad” que vio la luz en su informe al Consejo Universitario del Gobierno de Quebec publicado en 1979 con el título La condition postmoderne. Rapport sur le savoir, donde expuso los cambios en las sociedades postindustriales a causa de la nueva tecnología informática. Allí presentaba el impacto de la dependencia tecnológica sobre la organización social y los Estados en función de una nueva naturaleza del saber que se trasladaba de su aplicación en disciplinas que regulaban el poder y la producción al esquema del mercado. De esta manera, para Lyotard la narración, las fábulas, los mitos y las leyendas constituyen la nueva fuente de legitimación del saber científico que puede ser refutado por juegos del lenguaje distintos e independientes. Por otro lado, las teorías del vínculo social predominantes, como el marxismo, que consideran la sociedad como una totalidad y derivan en modelos totalitarios no tienen cabida en la cultura de la postmodernidad, tanto si se refieren al campo especulativo como al campo práctico, emancipatorio o social, lo cual refleja una vez más la nueva legitimación del saber.

En la sociedad y la cultura contemporáneas, sociedad postindustrial, cultura postmoderna, la cuestión de la legitimación del saber se plantea en otros términos. El gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le haya asignado: relato especulativo, relato de emancipación.12

Un tercer concepto de postmodernidad lo encontramos en David Harvey, que por vía de contraste con la modernidad pone de relieve los fundamentos postmodernos basados en el rechazo de los “metarrelatos” (grandes interpretaciones teóricas de aplicación universal). Harvey cita un artículo del n.o 6 de la revista de arquitectura Precis:

El modernismo universal, concebido por lo general como positivista, tecnocéntrico y racionalista, ha sido identificado con la creencia en el progreso lineal, las verdades absolutas, la planificación racional de regímenes sociales ideales y la uniformización del conocimiento y la producción. El postmodernismo, por el contrario, privilegia la heterogeneidad y la diferencia como fuerzas liberadoras en la redefinición del discurso cultural. Fragmentación, indefinición y descreimiento profundo respecto de todos los discursos universales o “totalizantes” (para utilizar la frase en boga) son las marcas distintivas del pensamiento postmodernista.13

Harvey, con acierto, recoge diversas perspectivas bajo el concepto de postmodernidad no obstante su aparente divergencia:

La transformación de las ideas sobre la filosofía (Rorty, 1979), la transformación de las ideas sobre la filosofía de la ciencia propuesta por Kuhn (1962) y Feyerabend (1975), el énfasis de Foucault en la discontinuidad y la diferencia en la historia, y el privilegio que este otorga a “las correlaciones polimorfas en lugar de la causalidad simple o compleja”, los nuevos desarrollos de las matemáticas que destacan la indeterminación (catástrofe y teoría del caos, geometría fractal), la reaparición de la preocupación por la ética, la política y la antropología, por el valor y dignidad del “otro”, todo indica un cambio extendido y profundo en la “estructura del sentimiento”.14