El niño problema

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A veces se formula descarnadamente la pregunta acerca de para qué sirve el cerebro. Inclusive se han publicado casos de niños y aun adultos con lesiones o hidrocefalías extremas con conductas y aprendizajes aparentemente normales, negando o poniendo en duda su importancia. Casi todos estos casos, más que negar, parecen poner en tela de juicio el corticocentrismo como clave de toda conducta. Desde la biología y la medicina parece una pregunta razonable ya que en ese ámbito hay respuestas bastante claras acerca de la utilidad y funciones cada órgano o sistema. En el caso del cerebro la respuesta es bastante escurridiza en tanto reconozcamos la existencia de algo intangible como la mente. Se suma a la dificultad el cuidado de no caer en la teleología.



Sintetizando, debemos ver al cerebro como aquel órgano que contribuye en forma determinante a nuestra integración individual y con el medio. Lo hace continuamente y sin descanso. Siendo sede de formas muy particulares de memoria, es un buscador de certezas y coherencias, un desambiguador que a resultas de todo esto funciona como una máquina predictiva. Decide, ejecuta, coteja, controla y crea. Basado en un pasado utilizable en un presente fugaz, proyecta y prevé un futuro que rápidamente pasará a ser pasado, en un eterno camino de ida y vuelta que no se repite con exactitud; por esto último, el término máquina no le aplica directamente a menos que hablemos de máquina biológica y de esa forma hablemos de plasticidad. Es un sistema cerrado en sí mismo, pero abierto con el medio incluyendo otros sistemas similares. Humberto Maturana y Roger Bartra elaboran en ese sentido.



Hasta aquí hemos recorrido lo que considerado desde el punto de vista de la neuropsicología será la base o esencia de las conductas humanas, aplicable tanto al niño como a los responsables de su existencia, supervivencia, crianza y educación. Ver no significa conocer ni comprender y menos explicar, al menos no siempre. Sabemos más, pero ese saber conlleva nuevas preguntas cuyas respuestas aún no tenemos y quizás no tengamos nunca. Esto no debe detener la búsqueda. Se hace camino al andar y eso nos mantiene vivos.







Capítulo III

¿Quién aprende?



¿Por qué siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos los hombres?

George Bernard Shaw





El niño: el sujeto que aprende



Habiendo esbozado en el capítulo anterior los conceptos básicos que nos interesan con relación al ser humano, corresponde ahora encarar una etapa que nos interesa en particular: la niñez.



Definirla como un período con límites solo cronológicos resulta insuficiente por caer en un enfoque muy sesgado y casi exclusivamente biológico, basado en la ontogenia, el desarrollo, la fisiología y las patologías médicas, lo que no es erróneo de por sí, aunque es insuficiente.



Por otro lado, los límites temporales culturalmente establecidos para este período son también variables al igual que la manera de considerar al niño en una determinada sociedad. Lo mismo sucede con las distinciones entre niñez e infancia. Extremando este planteo puede cuestionarse inclusive a partir de qué momento el cachorro humano es considerado un ser humano pleno. El uso del término cachorro humano ha sido intencional para marcar un reduccionismo extremo a lo biológico. Estas disquisiciones se hacen aparentes con diversos ropajes según épocas y culturas.



En el momento actual suelen aparecer discusiones en tanto que algunos consideran al embrión un ser humano en potencia y otros piensan que sólo es un ser vivo que se humanizará a partir de cierto momento y dadas ciertas circunstancias favorables. Tercia en esto la religión, que a pesar de admitir ahora a la biología y la ciencia en general, persiste en sostener variantes del creacionismo. Según esta postura, desde la unión de los gametos, estaríamos en presencia de un designio divino incognoscible al que no debemos desafiar señalando el riesgo de una nueva versión de la Torre de Babel.



Vale la pena considerar estos planteos no solo como un ejercicio epistemológico o académico, sino también por su utilidad frente a un problema encontrado en nuestra sociedad actual como son los embarazos adolescentes o de alto riesgo y su alta posibilidad y probabilidad de anomalías en la gestación y el desarrollo fetal. Llegados a término, sus frutos pueden mostrar diversas alteraciones con las que tendremos que lidiar, y que los colocarán en condiciones desventajosas para integrarse al mundo al que se asoman. Afortunadamente no se da en todos los casos, lo que no nos autoriza a desentendernos o tomarlos a la ligera.



Los cambios culturales recientes con la posibilidad de manipular genéticamente gametos y embriones, la fertilización asistida o in vitro y la maternidad subrogante, desarrollados por loables razones, parecen ir derivando en la aparición de una tendencia o moda del “bebé por encargo” según especificaciones arbitrarias a gusto del consumidor. No contamos aún con los recursos morales, éticos y científicos que nos ayuden a aventurar el futuro y las consecuencias en los seres humanos de estas conductas novedosas. Así como semejante desarrollo científico tecnológico era inimaginable hasta no hace mucho tiempo, tampoco fueron previstas muchas de sus posibles consecuencias, entre ellas los cambios en la estructura familiar y los roles parentales. Dejando de lado pero sin ignorar esta situación novedosa y particular, debemos encarar los problemas más frecuentes en la niñez actual teniendo en cuenta a los padres, el sistema educativo y el de salud. Es necesario estar educados y dispuestos para aceptar posibles cambios de paradigmas, lo que no significa adscribir servilmente a ellos o antagonizarlos in límine.



Es probable que las dificultades de aprendizaje y de conducta sigan existiendo a pesar o tal vez a causa de los cambios socioculturales y educativos y de la ayuda social. Ciertamente tendrán nuevas manifestaciones de una magnitud difícilmente predecible por ahora. Frente a la incertidumbre es prudente volver a las bases.





Punto de partida



El punto de partida para una humanización exitosa es la posesión de un cuerpo adecuado y en particular de un cerebro adecuado. Si llegamos a ser humanos tal como lo somos ahora, lo fue debido a la evolución que mantuvo aquellas ventajas útiles para la subsistencia del sujeto. La clave del éxito para el desarrollo de dicha condición han sido los aprendizajes sustentados por una base biológica apropiada y efectuados a partir de un medio ambiente deseante, afectivamente rico, comprometido y estimulante.



Por lo tanto, es evidente que las situaciones negativas o de riesgo, por carecer de algunos elementos valiosos de las vertientes biológica y sociocultural, condenan desde el comienzo a una existencia en condiciones desventajosas. La posibilidad de perpetuar en la descendencia las desventajas y sus patologías, es una probabilidad que asusta pero debe ser reconocida y tenida en cuenta. La pobreza, responsable principal de dichas posibilidades negativas, es autosustentable y en consecuencia lo esperable es la generación de más pobreza.



Mirar en esa dirección, en lugar de ignorarla u ocultarla detrás de un velo, será el primer paso para poner en práctica un principio fundacional de las ciencias de la salud: mejor prevenir que curar.



La gravedad de lo que está en juego requiere un tratamiento ético y realista en el que aquellos comprometidos con esta problemática realicen un debate serio con la mirada puesta en dirección a la detección de sus causas, evaluación ajustada de su magnitud y pronóstico, junto con su prevención y posibles soluciones. Es lamentablemente frecuente acotar la observación y el tratamiento a los efectos y no a sus causas por ser estos más visibles y concretos y por ende más fáciles de tratar. Un buen ejemplo es tomar la alimentación y el hambre como prioridades absolutas y no mirar a su causa principal como es la pobreza que es multideterminada y más compleja. Este debate, así como las propuestas que vayan surgiendo, traerá a un primer plano la necesidad de ayuda a los progenitores dado que un embarazo de riesgo, cualesquieran sean sus causas, ya los ubica frente a un proceso en curso para el que nuestras soluciones suelen ser tardías, parciales, precarias o inexistentes.





La niñez



Es aleccionador y aún sorprendente mirar la niñez desde una perspectiva histórica. En Egipto y la Mesopotamia los ritos religiosos, entre ellos la circuncisión por ejemplo, tenían fundamental importancia. Los niños eran tenidos en cuenta para las leyes sucesorias, trabajaban y podían ser encarcelados. También se los abandonaba para provocar su muerte dejándolos expuestos, de allí la palabra expósitos. Incluso se hacían sacrificios humanos que incluían niños.



En Grecia eran considerados hijos del estado y por lo tanto al momento de nacer una comisión de expertos determinaba su valor. Si eran fuertes y sanos serían soldados (Esparta), si tenían defectos congénitos o eran débiles los arrojaban desde el monte Taigeto o los abandonaban en los “expositorios”. Lo individual era sacrificado en pos de lo social. No obstante, no en todos lados era así; en Atenas, Platón aconsejaba mecerlos y dejarlos jugar libremente hasta los 6 años. A partir de allí aparece el pedagogo y la escuela. Un ciudadano de la polis debía crecer libre y estimulado inicialmente para luego ser formalmente educado y así poder hacerse cargo de las tareas de la ciudad como institución. Aristóteles sostenía algo parecido pero claramente preconizaba eliminar a los defectuosos. La educación era solo para los varones y dependía de cada familia. El cuerpo era idealizado y la educación tendía a lograr su perfección en el gimnasio o la palestra. Los niños tenían sus dioses protectores y la filosofía era considerada como el logro del espíritu y del cuerpo. Los esclavos no eran considerados en otros aspectos más que como posesiones y mano de obra y sus hijos tenidos como inversiones a futuro.

 



En Roma aparece la figura del padre con poder absoluto, el pater familiae. El niño es tomado como un proyecto para ocupar un lugar en la sociedad con un rol determinado y variable: guerrero, ciudadano, trabajador o madre. Para estas sociedades el rol de la mujer era secundario y en el mejor de los casos tomada desde su posición reproductora y criadora. Las tareas pertinentes de la crianza y el hogar le estaban destinadas.



Hipócrates, gestor de la mirada médica, consideraba a la infancia según períodos: de 0-7 años los consideraba bebés, de 7 a 14 niños y de 14 a 21, adolescentes. Esa división y la concepción subyacente predominaron hasta el Renacimiento.



El cristianismo propone una visión religiosa y valora al hijo en relación con la figura del padre, Jesús hijo de Dios, generando una metáfora interesante en tanto que lo visible del padre es el hijo, lo visible del hijo es el padre y ambos se honran recíprocamente. El niño es más valorado e inclusive la función materna es también revalorizada. Surge el lema que promulga a las mujeres reinas del hogar y a los niños reyes de la casa.



Poco a poco se va instalando la familia moderna a partir del siglo XVII. Posteriormente aparece la medicina científico-positivista y su foco en los niños da lugar a la pediatría. Un rasgo a destacar, por razones que se verán más adelante, es preconizar la lactancia materna, inicialmente como una conveniencia nutricional. Mucho después se reconoce el aspecto relacional constituyente del aparato psíquico, los primeros aprendizajes, la subjetivación, la mirada compartida y el lenguaje. Es interesante ver cómo cuando se dan nuevos criterios estéticos y de realización femenina, comienza la sustitución de la lactancia materna por el biberón, las leches artificiales, el “babyfood” envasado e inclusive la alimentación por una tercera persona. Algunas sociedades avanzadas buscan paliativos con las licencias por maternidad e inclusive con el desplazamiento del rol paterno como trabajador proveedor de bienes al de colaborador estrecho en la crianza. En nuestro medio la crianza está sujeta a avatares variables según la clase social, el nivel educacional, la época y el lugar, no muy distinto de lo que sucede en otras comunidades. En uno de esos típicos movimientos de flujo y reflujo sociocultural ahora se revaloriza la lactancia materna en sus dos aspectos, pero nuevamente con más aceptación y posibilidades en las clases media y alta. En las clases bajas suele quedar como único recurso alimenticio y dado el precario nivel nutricional de las madres, es un recurso limitado y de nivel nutritivo insuficiente sumado a las dificultades de permanencia del niño junto a la madre trabajadora.



En las sociedades modernas la niñez es enfocada y atendida por tres actores principales; los padres en primer lugar, seguidos por el Estado y por la medicina en último término, que actúa como asesora y ejecutora de los programas de promoción, atención, prevención, docencia e investigación en las áreas de la salud infantil a través de la pediatría. La pedagogía, las ciencias de la educación y los docentes promueven la escolarización/educación, la planifican, guían y ejecutan vinculándose con el estado y los padres.



La pediatría a su vez se ocupa no solo de las enfermedades sino también de los aspectos normales y preventivos que se pueden englobar como la crianza y los cuidados particulares que un niño requiere y que suele denominarse puericultura. Por otro lado reproduce el modelo médico general con los pediatras generalistas y todas las especialidades reconocidas. Entre ellas para la problemática de nuestro interés, la neuropediatría y la psiquiatría infantojuvenil son las de mayor relevancia y las más recientes.





Etapas



En nuestros días solemos hablar de neonatos, lactantes, primera infancia, segunda infancia y adolescencia. Estos límites cronológicos han sido fijados en base a criterios médicos surgidos de la pediatría y también de la pedagogía. Esta etapa, de desarrollo relativamente reciente (siglo XIX en adelante), se va consolidando desde mediados del siglo XX con variaciones socioculturales muy significativas.



El que escribe estas líneas disfrutó de las ventajas del novedoso servicio de pediatría en un hospital público y luego de su pediatra a quien era llevado para los controles periódicos. Situación excepcional en esa época (década de 1940) por vivir en la Capital Federal y en una zona cercana al centro, además de otros determinantes culturales y económicos.





La subjetividad



Es fundamental e interesante reflexionar que tanto la historia hasta aquí resumida como la evaluación de sus orígenes, observaciones, datos y consecuencias que dieron forma a lo que ha dado en llamarse el “estatuto de la infancia”, parten siempre de la mirada de los adultos y ocasionalmente si es que alguna vez, desde los niños, la que de todos modos es pasada, traducida, a través de la subjetividad de un adulto.



Este es un problema muy importante y a veces con graves consecuencias ya que se tiende a desubjetivizar a los niños por distintas razones y de diversas maneras. Como a veces no hablan o lo hacen mal, suponemos que no piensan, no escuchan o no sienten. Es posible entonces no hablarles, no escucharlos o ignorar sus conductas comunicativas de otro tipo y suponer que sienten lo mismo que nosotros, sin reconocer distancias y diferencias. Los tratamos como objetos y luego decidimos por ellos, ignorando, desconociendo o no respetando su demanda. Se entraría así en una circularidad señalada por algunos autores, en la que por la aparente falta de comunicación y comprensión se genera una falta de respuestas por parte del adulto a cargo, sean estos los padres o los docentes y así ambos términos se degradan en su funcionamiento, se aíslan y ocluyen posibilidades de comunicación y aprendizaje.



La gravedad es mayor cuando un niño tiene dificultades genuinas o cuando esas dificultades son agravadas y/o producidas por aquellos responsables de su crianza, enseñanza o del diagnóstico y tratamiento de sus problemas.



Por genuinas entiendo a aquellas fallas biológicas capaces por sí mismas de determinar discapacidades o inclusive incapacidad. Excluyo las vinculadas al medio en esta definición ya que el mismo actuaría secundariamente sobre un cuerpo en principio normal o quizás incrementando, gatillando y/o determinando la emergencia de fallas potenciales. Solo el abandono o las condiciones ambientales extremadamente adversas podrán considerarse genuinas a pesar de provenir del medio y en esos casos suelen ser incompatibles con la vida del sujeto.



¿Qué nos diría ese niño que no aprende, si pudiera, si lo alentáramos a que lo haga, si lo ayudáramos a hacerlo y por sobre todo si lo escucháramos? Puse aquí la palabra en primer lugar por su riqueza y valor simbolizante, pero es necesario reconocer que hay otros lenguajes igualmente ricos a disposición del niño y de los que lo rodean. Como profesionales estamos obligados y supuestamente capacitados para descubrirlos y utilizarlos como cuando hacemos zapping hasta que encontramos el canal deseado, tal como señalan Marisa y Ricardo Rodulfo, Esteban Levin y Silvia Bleichmar. Si no los escuchamos e interpretamos de alguna forma, negamos su ser profundo, aquello que los constituye e identifica como individuos humanos.



La subjetividad del niño, por ser un determinante tanto virtuoso como potencialmente riesgoso, construido a través de la subjetividad de un adulto en un proceso de ida y vuelta, nos debe llamar a reflexionar seriamente sobre el denominado estatuto de la infancia perteneciente a nuestra época, sociedad y cultura.



La escuela va creciendo en importancia y es el “segundo hogar”. Es ella la que delinea los aprendizajes, las normas, los hábitos y las actividades para cada edad en un contexto social, donde los actores principales e iniciales, madres y padres, a veces no pueden, saben o quieren hacerlo y allí se agiganta y consolida el rol de la maestra como “segunda madre”. Interesante para pensar por qué no el maestro “segundo padre”. Esta posición quizás dependa del rol materno como determinante fundamental en la crianza y educación de los niños en los estadios tempranos, en tanto que la figura masculina tiende a ser relegada a etapas posteriores en modelos de educación más formal y en particular en la adquisición de normas de respeto y obediencia que de otro modo llamamos “la ley”, muy bien delineadas en el psicoanálisis con la figura paterna, las prohibiciones y la aparición del no, el tabú del incesto, el complejo de Edipo y la constitución del súper yo.



Esto irá ensamblándose gradualmente como el basamento de la moral y la ética. La escuela es también un transmisor cultural junto con los padres; en conjunto deciden e imponen qué juegos, juguetes, lecturas, vestimenta, alimentos y actividades corresponden por ser socialmente aceptables, según edad, sexo, tiempo, lugar y, por supuesto, clase social o su equivalente nivel socioeconómico.



La idea de la escuela “segundo hogar” presupone la existencia de un “primer hogar” y la distribución aditiva de los aprendizajes. En la escuela se aprenden ciertas cosas y en casa otras. No hace falta señalar aquí los conflictos posibles a partir de ambos ámbitos, independientemente o en su interrelación cuando fallan en su rol, ya sea por déficit o por exceso y aún en algunos casos por inexistencia.



La medicalización de la sociedad actual lleva a la priorización de lo biológico a través de la pediatría con el establecimiento de pautas de crianza, actividades, riesgos, prevención, diagnóstico, tratamiento y cronogramas. Los aspectos positivos de estas intervenciones suelen opacarse cuanto más se alejan de las consideraciones por el niño sano, para mantenerlo como tal y se acercan a una mirada hacia y desde la patología.



En el campo de la salud mental esta postura es muy riesgosa si no se la sostiene criteriosamente, ya que el concepto de salud y enfermedad habitan un terreno escabroso y resbaladizo. Carecemos en la mayoría de los casos de conocimientos ciertos, seguros y profundos del funcionamiento cerebral y por ende de las conductas emergentes. Solemos catalogar como normales a aquellas exhibidas por la mayoría de las personas en determinadas circunstancias, usando criterios estadísticos que solo señalan la corrección del tratamiento de los datos, pero no son criterio de verdad o realidad. Aquí la ciencia es por el momento insuficiente cuando al tropezar con la subjetividad del observador intenta ignorar la subjetividad del observado.



Por lo tanto, los diagnósticos y tratamientos no siempre pueden asentarse en bases sólidas y, como todo conocimiento científico, debe ser considerado siempre tentativo, provisorio y sujeto a constante escrutinio.



Finalmente me interesa señalar aquellos determinantes sobresalientes de las conductas del niño en nuestras sociedades contemporáneas. Su análisis ha surgido desde numerosos ámbitos más allá de la biología. En primer lugar, el valor supremo de las imágenes. El hombre ha sido llamado animal óptico y ello se debe al importante desarrollo de su sistema visual, no solo de sus receptores, sino más importante aún, de su capacidad para procesar este tipo de estímulos y convertirlos de sensaciones en percepciones ligadas en redes de complejidad creciente. Eso ocurre en nuestro cerebro y es una de nuestras ventajas evolutivas. Una consecuencia ventajosa es la capacidad de elaboración, integración y asociación transensorial. Es este proceso el que posibilita que al mirar un objeto sepamos qué es, cómo se usa, para qué sirve, qué características físicas tiene, si lo conocíamos, si nos interesa, si entraña peligro, si será bueno acercarnos o mejor huir. Consecuencia de esta ventaja es que cada vez más, sólo se conoce y se cree aquello que es visible. Santo Tomás ha hecho escuela. El problema es que lo que el niño mira no es lo que finalmente ve, y por otro lado hay otro, un adulto, más raramente otro niño, que al menos inicialmente ve junto con él y le proporciona las imágenes a observar. Una doble traducción perceptiva y subjetiva. Esta situación puede y de hecho es manipulada con variadas intenciones. Dos ejemplos antagónicos son el material didáctico desarrollado para la enseñanza escolar y la publicidad/propaganda.

 



El procesamiento a su vez debe ser hecho con suma rapidez, ya que la transmisión de imágenes y datos es cada vez más veloz y abundante, el tiempo de exposición más breve y el cambio y variedad de los estímulos, en especial visuales, cada vez mayor. La manera privilegiada de procesar para mantenerse “al día” es la copia automática a la que parecen estar destinadas las neuronas espejo, o el pasaje rápido desde una red extensa a un circuito pequeño, memorizado y disponible en forma automática.



Como podemos ver, esto parece ser contrario al análisis, elaboración y cotejo que asociamos a nuestras conductas racionales, presumiblemente con menos margen de error y evolutivamente más exitosas aunque más onerosas y demandantes de esfuerzo.



El otro valor asignable es la velocidad, sobrevalorada actualmente. En principio la rapidez puede ser ventajosa en la toma de decisiones vitales y también en el procesamiento de estímulos abundantes y cambiantes o rutinarios, pero por otro lado existen límites biológicamente determinados que no podemos traspasar en forma natural. Podemos hacerlo prostéticamente con la ayuda de procesadores, pero igualmente en algún momento nuestra capacidad hace agua. De alguna manera, como dice Mario Bunge, debemos reconocer que el saber ocupa lugar y que su adquisición y manipulación lleva tiempo.



Como en toda transacción, puede no haber ganancias netas y la adquisición acompañarse de pérdidas equivalentes. Mayor rapidez significa mayor automatización y menos evaluación racional, lo que fuera de situaciones vitales puede provocar errores. Es bueno alejarnos automáticamente del dolor o de una variación peligrosa de nuestro medio interno, pero no lo es tanto para decidir un plan de vida, una pareja o las características de nuestro hábitat o de nuestra alimentación. En el fondo vivimos con una mezcla variable de procesamientos. La proporción de esa mezcla según circunstancias y tarea, hace que esta se realice de la manera más eficaz y eficiente posible. No obstante, algunas equivocaciones pueden ser insalvables o artificiosamente inducidas. Sobre este tema Daniel Kahneman ha elaborado brillantemente en su libro Thinking fast and slow.



En las sociedades desarrolladas, gradualmente se ha privilegiado la rapidez por sobre el juicio y la elaboración, aunque no tanto en el ámbito educacional y en especial en la educación superior y menos aún en los reservorios de pensamiento como son los think tanks, los departamentos de I&D (investigación y desarrollo) y otros por el estilo. Este proceso no ha sido inocentemente propuesto, desarrollado y aplicado en especial a las grandes masas poblacionales.



Expresiones como “el tiempo es oro”, el premio de un videojuego al mayor logro en el menor tiempo, la rápida instauración y desaparición de las noticias y de la información, las limitaciones impuestas al debate o el intercambio de ideas en cualquier charla, particularmente en la TV con la excusa de que el “tiempo es tirano”, son diversas maneras de automatizar y no permitir el pensamiento reflexivo con las consecuencias de su empobrecimiento junto a la precarización de algunos aprendizajes.



Pareciera que tenemos muchos estímulos disponibles, pero la realidad es que no podemos utilizarlos a todos. No podemos ni debemos “tragar sin masticar”. El texto en papel que permite el marcado, las anotaciones al margen que indican un tiempo de reflexión, el uso de un lenguaje rico y preciso, la construcción, utilización y comprensión adecuada de metáforas, junto con el diálogo respetuoso aun cuando apasionado, van siendo reemplazados por formas degradadas como el twitteo, la comunicación breve y pobre vía internet, el teléfono celular que además trae imágenes, y los medios de comunicación audiovisual, frecuentemente vociferantes y con lenguaje paupérrimo. En su conjunto van pasando a ser la cultura masiva vigente. A ella se oponen algunas minorías y entre ellas algunos docentes. Es una lucha desigual y llena de contradicciones.



¿Qué asegura más éxito, una pura habilidad física, un atributo físico exhibido obscenamente, la violencia y el poder a cualquier precio, la habilidad marketinera o el paciente y esforzado aprendizaje y desarrollo de una capacidad compleja que lleva tiempo, talento y constancia? Creo que cualquier lector, no solo argentino, puede intentar una respuesta a favor de la primera opción. Estamos hablando de la banalización de la cultura.



Esto es importante para la perspectiva que utilicemos al juzgar conductas y definirlas como anormales por no ajustarse a un