El Último Tinigua

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Indio soy

Indio soy.

Estoy firme mirando

la inmensidad de la llanura.

Tras de mí está la selva . . .

ella ha sido mi cuna

y la de mis hermanos

que hace tiempo se fueron

para un país lejano.

Esa selva es mi madre…

conocí en lunas claras

sus misterios lejanos

y en soleadas mañanas

el canto de los pájaros.

Me enseño a hacer la flecha

y a manejar el arco

y a conocer el rumbo

por sus ríos verdes claros.

Fuera de ella

está el inmenso llano. . .

a él no tengo derecho

porque eso es de los blancos,

esos que nos destruyen,

los que nos humillaron,

desde cuando Colón

con sus hombres pisaron

éstas tierras tan nuestras. . .

mi suelo americano.

Cuando yo llego a un pueblo

se me quedan mirando

y al no entender mi lengua

se van de mí burlando

señalando mi rostro

y mis pobres harapos

que traje de la selva

hechos de matapalo.

Pero yo los entiendo,

los entiendo y recalco

que son seres sin alma,

son seres desgraciados

que se prenden del mundo,

que se ríen de sí mismos

y del dolor causado.

Yo no soy de esa casta

pues jamás me rebajo:

soy indio por ancestro

y de serlo me jacto.

Yo no tengo gobierno

pues yo mismo me mando,

pero dirán entonces

que soy un renegado?.

No, no es eso;

lo que pasa es que escucho

que dicen de soldados

que ellos mismos se acaban,

se están acribillando,

y eso me hiela el cuerpo

y trae de mi pasado

recuerdos imborrables

cuando me destruyeron

a mis antepasados.

Quisiera dar un grito,

a todos estrujarlos,

gritar de que soy libre,

de que soy un tucano,

de que mi raza india,

no debe relegarse,

para que si me escuchan

en el país lejano

donde un día se marcharon

con chinchorro y mujeres

toditos mis hermanos

recuerden que en la selva

los estoy esperando.

Quizás, cuando en sus marchas

ya se sientan cansados

y me cuenten que fueron

a ese país arcano,

a una tierra con nombre

de suelo colombiano,

que vieron sus montañas

y sus picos nevados

blancos como los lirios

cuando comienza mayo.

Que mas podré decir?.

Que estoy viejo y cansado.

Que un dolor muy profundo

a mi cuerpo ha abrazado,

que cuando se oscurezca,

cuando cierre mis párpados

antes de que yo expire

en un grito pagano,

diré: Que yo nací en la selva,

la que me dio la mano,

que del blanco iracundo

yo soy su antepasado,

que soy su misma sangre,

que jamás he llorado,

que yo tengo derecho a ser americano

y más que todo esto,

a ser un colombiano.

Llegó la noche y acalló la selva

sirvió el silencio de mortaja al indio,

filtró la luna sus plateadas hebras

y se marchó su alma al infinito.

Colombia: ve hacia acá

Aquí estoy sin parpadear

contemplando tu faz fiero Vichada.

Contemplo la belleza de tus ríos

y el profundo verdor de tus sabanas

que se extienden grandiosas e infinitas

por palmares y esteros adornadas.

Tus ríos son sierpes que impetuosos bajan

y en una trilogía cual potros briosos,

rinden sus aguas al mítico Orinoco,

el Meta, el Guaviare y el Vichada.

Que esplendoroso panorama he visto

cuando miro que en oriente se agiganta,

un sol que me recuerda al de los griegos

amantes de sus guerras y batallas.

Y en esas tardes cuando va muriendo,

despidiendo arreboles raudo baja,

viene el anochecer y en las mañanas

son espejos de amor sus claras aguas.

De golpe el horizonte se oscurece,

relampagueantes rayos fieros tajan,

estremeciendo el trueno los caminos

y el agua inunda manglares y cañadas.

Después del vendaval viene un susurro:

y el ave adormecida vuelve y canta,

y aparecen las flores campesinas

porque mayo ha anunciado su llegada.

¡Qué grandeza conservas todavía!

es pura y limpia como tú la casta,

y en las venas sangrantes de tus indios

queda una luz que mantendrá a esa raza.

Luz que no apagará ni el mismo tiempo

ni la ferocidad con que los tratan,

ni la injusticia con que se les tiene

porque ellos tienen corazón y alma.

Parece una mentira pero es cierto,

esa casta tan pura está humillada,

por la desidia de nosotros mismos

se muere sola, como no ser nada.

En tus campos se mira por doquiera

madrina de caballos y vacadas,

y alegran a tus campos florecidos

los patos, los gabanes y las garzas.

Más que justa sería tu redención

moribundo gigante. ¡Oh, mi Vichada!

en donde Dios creó fue un paraíso

con rocas de granito y montañas.

En donde el hombre pulsa entre sus manos

tropel de melodías en el arpa,

en donde el cuatro destila sus amores

se escucha el zapateo, se oye la canta.

Pensador: agacha la cabeza, piensa un rato,

esta región es parte de la patria,

enviémosle un abrazo fraternal

digámosle:

¡No pierdas la esperanza!

Cuánto olvido te han dado

Quiero expresar en un lenguaje claro

todo el dolor por lo que está en olvido,

y pienso que las aves de otros días

dejaron para siempre el albo nido.

Cuánta belleza encierran tus senderos

imperioso Vichada, y has sufrido,

el desengaño de los promeseros

que a tí tanto te ofrecen

y no han cumplido.

Fíjate que tus aguas cristalinas

como un cántaro roto, está vacío.

¿Por qué tantas riquezas siendo tuyas,

para tierras ignotas se te han ido?

Tú que sufres callada y cabizbaja,

entre camas de roca y de granito,

a ti te miran como ver a un pobre,

como ver un ladrón, ver un proscrito.

Quisiera preguntarte: ¿qué ha pasado

con tus montes, tus caños y tus ríos?

¿Qué se hicieron los peces en tus aguas,

y tus selvas con árboles sombríos?

Estás enferma… tu mal es muy agudo

tus problemas son muchos y sabidos:

no tienes carreteras y tus males

son tan agudos que producen frío.

¿Qué pasa con tu sangre tan castiza?

¿Por qué no se le atiende a nuestros indios?

Se atribula mi mente y mil recuerdos

llegan pasitroteros a mi oído.

El indio es una raza sin amparo,

se le mira indefenso como a un niño,

es solamente un semoviente enfermo

y las hembras la presa del sadismo.

Los hombres que dejaron la montaña,

que abrieron pica e hicieron su bohío,

se marginaron por hacer más patria

y están cansados y echados al olvido.

El llanero que puebla tus sabanas

que tiene sus ganados y sus críos,

son víctimas señor del atropello,

del hurto, la amenaza, el vandalismo.

Pero todo no puede ser tristeza:

hay esperanza porque aquí en tus hijos,

bulle el ancestro del lancero en ristre

que habrá de rescatar lo que ha perdido.

Bien me atrevo a decir que éstos, mis brazos,

brazos trabajadores y curtidos,

listos están a defender tu nombre

por verte grande como tu sol mismo.

Estaciones
Inviernos

La tarde de encendidos arreboles,

dejó de aparecer en lontananza,

y el horizonte de color naranja

se rompió en mil pedazos

semejando unas garzas

que en silencio volaron

y aparecieron viajeros nubarrones

cubriendo las distancias.

 

Un relámpago cruzó la faz del llano

rizó la brisa del estero el agua

cantó al descuido la infantil gaviota

cruzó el espacio y se perdió en la nada.

Mayo se anuncia sobre una sabana

que está reseca pues la sed la mata

parece que se abrieran cataratas

para saciar la sed de las cañadas.

Se despierta el reptil que ha dormitado

silencioso, callado en la solapa.

El padrote recoge la manada

pita el toro llanero y la vacada

se abriga de los vientos,

presagiando silente que ha llegado

inclemente el invierno.

Ha llegado la lluvia, hay nueva vida,

y de la selva vestida de esmeralda

parece que vinieran carcajadas,

son loros parlanchines que desgranan

los frutos madurados de la palma.

Cambió la faz de la llanura inerte,

creció el retoño del pajal quemado,

cantó a lo lejos su canción de amores

la sentida y sencilla paraulata.

Llegó la noche cargada de fantasmas,

y un gallo despuntó la madrugada

y del cantor de los caminos reales

se escuchó lisonjera una tonada.

Amaneció, la brisa trajo olores

del caujaro florecido en la cañada,

de los guamales del río trajo perfumes

que envolvieron al campo en su fragancia

y besó los retoños florecidos

de la cambiada y juvenil sabana.

Se despereza el brazo del llanero

parece que creciera, se alargara

pues lo alarga la magia de la soga

para enlazar mostrencos en la sabana franca.

Jinete el hombre en su cerril potranco

se adentra en la llanura,

se convierte en centauro y cruza raudo

los caminos sin rumbo

que una tarde cruzaron

en similar montura y sin aperos

nuestros antepasados

dominando los toros cimarrones

que un día se mañosearon

y fueron reducidos al corral de “paloapique”

para luego marcarlos.

El invierno llegó

como han llegado

los abriles, los junios y los mayos

y crecieron los ríos y bajaron corrientosos

desbaratando playas y barrancos

mientras los topochales ven el paso

de las furiosas aguas del río Capanaparo.

Crecieron los maizales, que el viejo sembrador

en su nuevo conuco había plantado,

y recogió mas tarde con sus hijos

el fruto redentor de su trabajo.

Los hombres con anzuelo y con arpón,

en sus curiaras subieron y bajaron

las aguas cristalinas de los caños

arponeando coporos y cachamas

en las tranquilas aguas del rebalso.

Y volvió la sequía de la mano del verano

acabando sin afanes el milagro de la vida

que una mañana fresca

nos brindara amorosa un mes de mayo.

La nube negra que anunció el invierno

la despidió el verano como todos los años

a regiones ignotas, tan lejanas

que nos es imposible imaginarlas.

Pero el hombre, el llanero de acero, el de a caballo

sigue unido a la tierra de los profundos surcos

que en inclementes tardes le hicieran los veranos

esperando que el dios de los inviernos

vuelva y meta su mano

mostrando la grandeza omnipotente

del Todopoderoso Señor de los arcanos.

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