Del umbral de la piel a la intimidad del ser

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Pero en este caso, más que pócimas, necesitan el tacto profundo y superficial al límite, de forma resolutiva, y luego caricias selladoras o palabras expertas que ayuden al «darse cuenta» individual e instrumentalicen un cambio activo, curativo, basado en la captación de la información táctil que llega a través del sistema de células y corpúsculos sensitivos, para llevarla luego al sistema subcortical y cortical y cambiar un referencial engramado en el sistema nervioso. Pero no se trata de fármacos de última generación ni de hilos de sutura especiales.

Para no medicalizarlo (al menos en terminología) más allá de lo necesario, decir que en ello no hay anatomía patológica, ni diagnósticos con terapéuticas protocolizadas, ni microscopios para definir un epitelio estratificado queratinizado con su base de tejido conectivo, u otros, y su trama vascular, etc., es algo muy diferente que nos lleva a otra dimensión.

Se trata de historias ancladas en un tiempo y espacio pretéritos, tan irreales como los aspectos oníricos o los pensamientos proyectivos del futuro; pero en el aquí y ahora aparecen cristalizadas de forma hiriente en la trama de aquello que conceptualizamos como pasado inconcluso o traumático, parasitando a la persona en su globalidad, sus percepciones y sus relaciones.

Pero una vez traspasada la primera barrera mecánica con la que nos encontramos en el contacto, todo se abre a la conjunción de sentidos y conciencia puestos en nuestros dedos, que examinan una superficie en la que se muestran, en juegos de densidades, unas estructuras transparentes y diáfanas salpicadas por nudos, enredos y bloqueos, algunos como tenues marañas y otros como inextricables parajes. Si regresamos a su relatividad, aparecen concretados en estructuras musculoesqueléticas cubiertas de piel, que a modo de capa tejida y decorada al modo de las diferentes latitudes y culturas, se muestra como en las figuras tristes que pintara Villaverde en sus dibujos anatómicos artísticos, hechos a propósito de los primeros libros de anatomía.

En ellos aparecían disecciones humanas, como la figura de un desollado que sostiene en la mano su propia piel; como una queja silenciosa hacia Vesalio y contemporáneos que, en aras de la ciencia y sus propias inquietudes, se habían atrevido a hurgar en la intimidad de sus personas ya cadáveres, ahora convertidos en cuerpos anatomizados obligados a sostener una pose aún viva tras despojarlos de su piel y mostrarla mientras mantienen un gesto humano; excusando así el haber profanado la sacra integridad del cuerpo al diseccionarlo y mostrar la interioridad y la exterioridad de una rex extensa, que ahora parecía no tener secretos para el naciente mecanicismo.

La naciente ciencia quiere escudriñar de forma más pragmática y médica los secretos de la interioridad desde los rincones profundos. Vesalio nos muestra: «Esto es el cuerpo y sus secretos», y casi le cuesta la vida hacerlo público; otros con un talento indescriptible, como Leonardo da Vinci (en este caso metido a anatomista), busca el secreto y el locus de la ubicación del alma. Aún de forma un tanto tímida, pretenden descubrir el lugar de las cogitaciones humanas y, sobre todo, del alma humana, y describen una res extensa y una res cogitans (sobre las cuales filosofara con innegable erudición el buen Descartes, que nos dejó de forma profunda el legado del dualismo, que , si viera la evolución actual del constructo que con su dualismo hemos hecho en todos los órdenes, es posible que cambiara el discurso, quién sabe).

Lo cierto es que la actualizada y preciada cobertura necesita cada vez de más maquillajes, y que estos a su vez requieren ser sofisticados y resistentes, de forma que al final, tienden a cubrir e impermeabilizar la barrera que pretenden decorar (tanto, que llegan a esclerosarla e insensibilizarla de forma selectiva). Y con ello, lo que en apariencia utilizamos para mejorar e incluso creemos que nos reafirma en relación con lo que sería la supuesta exterioridad, nos reseca y nos hace frágiles, pues rompemos la tersura y naturalidad con la que de manera natural se expresa.

En la piel se manifiesta nuestra fisiología (energía, sensibilidad y expresividad) cubierta mediante los juegos de sombras y reflejos del espíritu. La vida la va surcando de arrugas de expresión basadas en dolorosas vivencias repetitivas y en una mímica gestual manifiesta del carácter; se impregna del dolor humano sobre la sedosidad, tersura o aspereza propias de la piel de cada individuo y las cicatrices visibles ligadas a accidentes traumáticos o intervenciones quirúrgicas (alrededor de las cuales se añade la historia de las mismas y el trauma que las produjo, que también deja su memoria en la cicatriz, convirtiéndola a veces en una diana que absorbe a su trama cualquier aspecto, aunque su relación sea lejana). Por tanto, visibles o invisibles, las hemos de examinar todas y, de alguna forma, diluir la memoria traumática en ellas depositada. La más pequeña de todas las presentes (si hay varias), o la invisible a nuestros ojos, serán las que cuenten su historia a nuestros dedos. Las cicatrices siempre están presentes en sus variadas formas y ubicaciones, con sus diferentes historias no resueltas.

Tanto cicatrices como arrugas, como cualquier defecto o exceso en su superficie —que solemos cubrir con pretendidos maquillajes o ropas—, acaban magnificando en nuestro interior el fondo de la historia, cuyas posibles salidas dificultamos con ficticios, pero a la vez confusos, obstáculos, impidiendo la entrada de luz a un umbral que se abre a los laberintos y pasadizos desconocidos que podrían conducirnos con la ayuda de la caricia, mirada, tacto e incluso la palabra, hacia algo más esencial del Ser y sus relaciones y conflictos.

Podemos decir que es posible añadir a la coraza caracterial descrita por Reich —y expandida como modelo por Lowen y Boadella—, otra coraza, puede que con menos carácter, pero sí con una exquisita sensibilidad: la coraza herida de la piel.

Es evidente que a las personas nos interesa mucho delimitarla en una figura personalizada, pero fluctuante según las necesidades, indecisa según las conveniencias, supeditada al ego narcisista; queremos se identifique con lo que creemos es nuestro yo real. Pretendemos que sea genuina, que, si lo deseamos, aleje al otro o bien lo atraiga según nuestras voliciones, ligadas a la necesidad o al dominio, al secreto de la intimidad enmascarada, a la autocomplacencia, y así podríamos citar una enorme suma de prestaciones y ardides que, en definitiva, no dejan de ser una ingente tarea cotidiana y una pérdida enorme de energía.

Para los terapeutas, el hecho de conocer que sobre una superficie tan sutil y amplia se inscribe lo que es en esencia nuestro anhelo humano y sus frustraciones o traumas, comprender que en ella caben infinitos motivos, tantos como todo un guion de vida y sus relaciones y legados del pasado, nos puede llevar a una cierta reflexión y cambio paradigmático, alejado de las interpretaciones aún incompletas del genoma y la epigenética (que tienen sin duda una gran importancia).

A pesar de las dificultades, maquillajes y constructos de nuestras diferentes formaciones psicoterapéuticas o médicas, hemos de aspirar a un cambio que transcienda las capas de tejidos humanos, su espesor de hecho ficticio, y nos lleve más allá de la gélida desnudez ante la muerte, a lo que hemos construido, al miedo y la ignorancia; tenemos que salir de aquel frío que nos cala hasta los huesos con sus más profunda incertidumbre. Podemos entrar en esa superficie refleja de nuestra propia piel; eso sí, después de explorar en cada una de las lecturas de su territorio infinito e impermanente.

Como las personas ciegas, podemos desarrollar el tacto necesario para aprender la lectura en un orden jerárquico de todos los mensajes importantes para la evolución de nuestra persona en concreto y luego de las personas que tratamos. El yo, desde este conocimiento ignoto de la expresión de los sentidos y en este caso de la piel, se cose al nosotros y tapiza la tierra con un mensaje de esperanza. Con excesiva frecuencia no parece ser ese el camino más transitado, pues su manifestación actualizada aparece desde una supremacía del cuerpo: lo bello y lo elegante, lo que se expresa, el personaje hegemónico que monta una escena de conveniencias de su propia vida.

El camino tiene momentos de placer, pero también muchos de dolor, aunque los disfracemos y teatralicemos; en esa dificultad nos encontramos y encontramos a los otros, pero el maquillaje parece imponerse incluso a la propia alma.

Aquello de la belleza interior como metáfora quedó en algo anecdótico, ahora la exterioridad se ha de adecuar a las exigencias de una superficialidad de etiqueta de moda a todos los niveles, en nuevos guiones de exigencia-competencia donde la toxina botulínica o derivados (silicona, cosméticos y tintes), pretenden ayudar a convertir en hegemónica, heterogénea y presentable una superficie idolatrada por nuestros aspectos narcisistas para que los demás nos vean lo mejor posible; o tal vez lo hagamos para nosotros mismos sin ser conscientes del disfraz y la sombra que todo ello esconde, y donde el hedonismo no será más que la fugaz tapadera para el dolor de un camino que pudiera de ser de esperanza y encuentro.

Como estamos viendo, se sigue con frecuencia esta teatralización y disfraz de forma un tanto compulsiva y bajo unos esclavizadores cánones estéticos que, por naturaleza, son un tanto volátiles y díscolos, se crean a partir de estilistas, modas y «culturas» muy cuestionables, y acaban imponiendo los dictados de lo que se convierte con excesiva frecuencia en una neurosis estética que, como sociedades, esconde muchas otras neurosis personales y colectivas.

Aunque parezca pesimista, seguro que también podemos ver cosas agradables, bellas, creativas y simpáticas (y muchos otros adjetivos), pero en general se acaban imponiendo unos cánones lesivos y poco respetuosos con lo genuino de la persona que, no tienen demasiado que ver con la ropa que viste.

 

De todas formas, no me considero ninguna autoridad en el tema de la moda, maquillajes, tatuajes y otros tantos. Pero sí que a partir de un umbral tan sutil como el de la piel, este tema me produce un cierto prurito reactivo y un posicionamiento al respecto que, entiendo, no es imparcial, pero que espero que también nos ayude en la conclusión de una finalidad terapéutica.

En definitiva, con todo ello, nuestra máscara se construya como más densa para aislarnos aún más; pero al final ¡qué ilusos!, nos la creemos auténtica, moderna, original, personal, y la identificamos con el self.

En realidad es el reflejo narcisista de un ego engañoso, de una realidad efímera, apenas útil para salir a transitar escenarios e interpretar algunas de las escenas protocolarias; del mismo modo que para los actores griegos colocarse la máscara era condición sine qua non para que se desarrollara el drama, porque la voz resonaba en su superficie interna y daba volumen a los personajes que representaban la tragedia.

Por lo demás, hay tantos escenarios y escenas que representar que, sin la naturalidad y autenticidad, todo se convierte en un ímprobo esfuerzo camaleónico de adaptación a una comedia en la que acontecen, entre otros aspectos, conflictos nuestros por resolver. Si actuamos disfrazados, el mismo disfraz nos hace más vulnerables en su artificiosidad precipitada, y pasada la escenificación hedonista que huye de toda polaridad asociada al displacer, cambio, fealdad, enfermedad, vejez o muerte (por más que utilicemos pócimas culturales, cosméticos, estéticas y muecas en apariencia adecuadas), cuando no hay escenario en el que actuar y estamos solos, surgen a flor de piel los conflictos en toda su crudeza.

Estos aspectos —ligados a un culto al cuerpo que quiere expresar los vanidosos reflejos de la belleza, juventud, poder y todo aquello que creemos que es pertinente que aparezca en escena a modo de valores que creemos en auge, en detrimento de los auténticos— comportan múltiples sufrimientos. Pues la piel, que resuena con la pulsación en superficie desde el tambor interior de nuestro corazón, queda bloqueada en algunas zonas o sistematiza en toda su superficie, y eso tiene un correlato con algo que no se expresa o no se puede expresar, y empezará a anudarse más, ya que no entra en resonancia. Las zonas de la trama tisular con ello relacionadas en el seno de las emociones y sentimientos son la diana correspondiente a lo más frágil, que cicatrizó en falso, o ni tan solo lo pudo hacer. Insisto en estas correspondencias con la piel, que me parecen de suma importancia, no solo por conocer su mecanismo de producción, sino por las posibilidades terapéuticas que la cartografía de este sutil sistema nos puede facilitar.

Al extremo, sin el darse cuenta y promover cambios, las máscaras se acaban convirtiendo en «casi grotescas», de carnaval, desdibujadas por las lágrimas de la soledad, por el frío sudor del miedo y los gestos de anhelo. Estas máscaras de nuevos maquillajes, más prestas para una comedia festiva de fingimientos, divertimentos o dramas varios que para transitar por el camino de la vida, se convierten en alguna escena del infierno de la Divina comedia, o de la tragedia humana que supone el tránsito samsárico por la vida, y además disfrazados. Es posible que en la actualidad Dante añadiera algunos pasajes actualizados a sus descripciones, justo en lo referente al tránsito por los infiernos. Como veis, estamos dando el trabajo que no hacemos a los clásicos, que ya lo hicieron de forma magistral en su época; ahora, parece que nos toca a nosotros hacer algunos cambios de escenarios.

Lo cierto es que, al desmaquillarnos y desnudarnos, vemos en el espejo a un personaje desconocido, con el que apenas hemos dialogado, o al menos nunca de forma seria o transcendente. En el fondo del personaje está el niño abandonado, o reencontrado, cuyo dolor nos horada de forma profunda, pero también nos ofrece la posibilidad de un cálido contacto y reencuentro, ahora como una persona integrada y estable. Pero ante la posibilidad dorada de hacerlo, con frecuencia huimos de esa necesaria confrontación (en realidad encuentro); confundimos todo ello con un retazo de sueño o producto de una angustiosa pesadilla que se ha colado en nuestro espejo narcisista y desviamos la mirada, como si no fuera con nosotros, y, algunas veces, temiendo perder el equilibrio o la cordura.

Nos volvemos a maquillar, densa y precipitada, y nos ponemos un nuevo tatuaje en la piel, duele, pero menos que la sospecha del otro dolor, que representa cerca del corazón una filigrana de nombre escapismo, pero que queda escrita como abandono, en realidad de nosotros mismos; luego, en terapia diremos que «nuestros padres»; puede que en su tiempo, pero ahora somos nosotros.

Construimos, disfrazamos y ya hay otro personaje con el que partimos en busca de escenarios donde mostrarnos, fingir, o actuar y dejar que el tiempo pase.

Parece no haber remedio, somos reincidentes, y en cierto modo analfabetos, ágrafos, porque olvidamos en nuestro inconsciente una escritura y un lenguaje milenarios al ver un reflejo en superficie como Narciso, y fijar ahí nuestra mirada y metas, dejando de lado el interior fértil, que tiene dolor, pero también felicidad, y que está construido para un proyecto a imagen y semejanza de lo que aúna personas y universos, y que escribiría en nuestra piel maravillosos aprendizajes vitales.

Parece que nada puede resquebrajar las corazas, y en este caso la piel es una de ellas, y seguimos con tozudería enmascarados, amnésicos; vamos cada día a dormir queriendo hacer realidad el sueño hipotético que proyectamos respecto al día siguiente, y vemos paseando a los personajes reales y sus anhelos en el sueño de la noche anterior, ¿qué hacemos entonces con el día que nos toca vivir?, ¡nos volvemos a disfrazar! En realidad, los diferentes estados están llenos de sueños, perturbados por el propio sueño, parece que todo, de hecho, es por el estar dormidos y sin atención a lo fluyente. Vivimos confundidos, sin visos de una realidad que no sea los aspectos oníricos proyectados. Podría afirmarse, si no fuera por tanta somnolencia colectiva y tanta conceptualización, que ahora, en nuestros tiempos, soñar un futuro mejor acaba por convertirse en condición imprescindible para muchas personas. ¿Será que a todos nos ha picado un pequeño insecto portador de un virus que transmite adormecimiento colectivo?

Sea, que necesitamos el disfraz y lo soñado para salir al quehacer imprevisto e improvisado de lo cotidiano; eso sí, en este caso enmascarando las simplezas, los placeres o tragedias de nuestras largas noches de insomnio con los imaginarios personales que su lenta cadencia va creando.

Puede resultar interesante recordar que, de forma etimológica, máscara (personare) y personalidad se relacionan en su significado en la raíz griega, aunque parece claro que no es tan solo en la etimología la semejanza, pues en la actualidad bien puede representar los aspectos fusionados de una artificiosidad ligada a las representaciones del cuerpo en la modernidad.

Para no seguir abusando con las letras de aspectos críticos y de fondo triste, no me extenderé más en lo referente a la caricaturización, enmascaramiento y otros aspectos que no trato por su complejidad, como tatuajes, piercings, remodelaciones quirúrgicas y otros modos de actuación sobre la piel y el cuerpo en general, sobre los cuales urgen ciertas reflexiones.

Respecto a la piel, tema central, vamos a ensayar, por una vez, desnudarla y sostener el desnudo (como en el prólogo del libro), si ello es posible; al menos desmaquillarla con cuidado, con tal sutilidad que hagan invisible la cobertura como tal; que aparezca en su naturalidad genuina y nos abra una puerta a lo que sería un hiperespacio (en terminología cuántica), o un paraíso o el nirvana (echando mano a la transcendencia), o incluso, por qué no, un cierto infierno interior a transcender para no habitarlo in eternum.

Veamos si franqueando su umbral, entramos al espacio íntimo e infinito del Ser, llenos de clara luz, que transparente hasta los huesos, que haga desaparecer todo constructo artificioso, en un espacio diáfano, sin límites. Demos la vuelta al cuenco que contiene la vida, vaciándolo de lo innecesario, que son muchas cosas, para que resuene en su frecuencia genuina y se llene de algo fértil y fresco. Vamos a hacerlo, con objeto de ayudar en nuestro caso a las personas, a la ciencia y a nosotros mismos. Salgamos de las apariencias alrededor de la singularidad de la persona, vamos a levantar la mirada y el vuelo de los viejos paradigmas, llenos al límite de tantos y tantos conceptos fútiles. Así cada vez podremos observar más a flor de piel, como reflejo de la esfera infinita del cuerpo ya no solo físico, pues en realidad, sin centro ni superficie periférica todo es pura transparencia, claridad, espacio; ya no hay necesidad de microscopios ni artilugio alguno.

Pongamos la atención solo en el tacto, sorprendámonos; que bajo esa perspectiva tenemos una visión profunda sin fronteras, unida a una conciencia despierta y atenta. Ya solo falta la intencionalidad en una parada sobre la piel, sin pretensión alguna, y podemos proceder a la lectura de unos criptogramas de nuestra historia, ordenados de forma cronológica, que se muestran al cálido y preciso tacto entrenado en una manualidad casi iniciática y humanista, acrisolada por la maestría de siglos de placer y dolor de la humanidad, transmitida desde lo que va más allá de lo genético, e imprimada del juego cósmico inherente a todos los cuerpos, representado aquí y ahora en la humildad de un terapeuta que utiliza solo sus manos y sus percepciones pero que no se siente artífice de nada, pues ya ha aprehendido en lo experienciado de forma previa en su propia persona, y aunque todo está relativizado desde el sentir individual, nos disolvemos en un nosotros, en la totalidad, y aunque sea solo un atisbo, podemos capturar instantes próximos a ella y regalarlos al prójimo y a nosotros mismos.

Dejemos atrás las manos crispadas que se extienden pedigüeñas y pretenden atrapar lo efímero que se escapa entre los dedos y solo queda como anhelo irresuelto en el registro de nuestra propia piel. Podemos descifrar con nuestros dedos entrenados, y sin crispación o prejuicio alguno, aquello que nos propongamos.

Aunque usáramos muchas más palabras sobre el tema (y así lo he hecho yo mismo y he visto ensayado en muchos tratados y artículos de todo tipo), sería difícil plasmar de manera amplia los diferentes aspectos referidos a la importancia real de la piel-emoción; no ya solo por su importancia refleja, estética o en definitiva humana; sino porque se hace del todo imprescindible una reflexión profunda y un cambio al respecto en el marco de la postura, posicionamiento y humanismo en general. A ello espero que invite el texto.

Soy consciente de haber sido repetitivo sobre algunos aspectos o frases, y voy a seguir siéndolo; pues estoy convencido de que si sacamos las repeticiones de su posible monotonía, se produce un calado que a modo de cadencia mántrica tiene la pretensión de ir permeando vuestra propia sensibilidad, si así lo deseáis, y facilitando que algunas cuestiones penetren en ese espacio reservado para lo transcendente, que bien pueden serlo también. En definitiva, todo se acaba encontrando en el contacto personal e interpersonal, aunque sea a través de la lectura. Espero no haberos mareado mucho y haber aportado alguna idea válida.

Al final, siempre acabo citando para darle un toque de realidad y realización a Santa Teresa, que viene a decir: «Que a Dios se le encuentra trabajando, entre las cacerolas». Qué hay más loable pues que buscar lo transcendente en los cuerpos de las personas, manejando la cacharrería interna de lo humano y sus espejos polvorientos para limpiar en un soplo y buscar lo esencial a través de la tersura o las arrugas de la piel; poco importa, es umbral secreto sin prejuicio alguno.

He de decir que todo ello ya ha supuesto una gran evolución en la comprensión y tratamiento de una parte importante del posicionamiento de la persona, ha aparecido una cuestión fundamental que nos ha permitido seguir avanzando: la combinación e integración simultánea de las informaciones prurimodales sobre los diferentes captores y la sofisticación de su estimulación, que, tras muchos intentos, hemos conseguido en la Universidad de Barcelona y en uno de sus hospitales. Lo he realizado con un equipo de profesionales sin los cuales no hubiera sido posible. Lo hemos hecho en silencio, sin estruendos, poco a poco. Es un avance pionero, basado en lo que aprendimos en su momento de otros profesionales de otros países, sin los cuales tampoco hubiera sido posible, y ahora espero que mis alumnos y alumnas sigan actualizando sin personalismos, para devolverlo a la ciencia que lo promovió, al humanismo que lo guió y a los cientos de pacientes que nos visitan. Doy las gracias a una enorme lista de personas, con las que fue un placer aprehender y trabajar.

 

Eran unas líneas necesarias de agradecimiento y respeto a mis colaboradores y maestros, tanto en los temas más médicos como humanistas, y bajar con humildad algunos escalones para reconocer el nosotros, que tanto nos cuesta a veces.

Como podéis ver, el tema tiene muchas vertientes con caracteres muy diferentes, unas más ligadas a la actuación en el campo médico, otras psicoterapéuticas, y otras más desde un punto de vista de la antropología, de los imaginarios corporales y el humanismo en general, aunque la intencionalidad es integrarlo en su conjunto, porque creo que no debe fragmentarse en parcelas. Hago este preámbulo a un somero recorrido histórico, ya que me he planteado una especie de estrategia por capítulos, necesarios respecto al umbral de la piel y la postura, de forma que al final, con todo ello, podamos realizar lo que en cierto modo sería un collage del constructo humano reflejado en la piel, que nos invite a seguir explorando la interioridad humana y articulando nuevos equilibrios posturales.

Pero si al final de este capítulo que acabamos, nos queda la idea de utilizar el tacto sutil de nuestras manos que piensan y ven, y hacerlo sin crispación alguna, dejándolas actuar sabias en tacto sin directrices ni conceptos, y lo realizamos unido al recurso constante de nuestro corazón-mente, empático, cálido y transpersonal, seguro que podemos derretir sin violencia alguna la cera de cualquier maquillaje y entrar por el umbral de la piel al interior del corazón humano.

Unas líneas de un texto tántrico del Yoga del cuerpo ilusorio nos dicen: «Uno mismo, los otros, el mundo, todos los seres aparecemos aunque sin realidad propia. Somos tan aparentes como irreales. Aparecemos pero no existimos. Esto es un sueño, una ilusión mágica. Contempla el rostro mismo de lo inasible».

A partir de las citas que voy poniendo desde el preludio del libro, creo presentar, junto a las mías (mucho más modestas), una declaración de intenciones donde vemos que en algunos aspectos, como en el histórico, emergen en el panorama de la ciencia, en una determinada época, teorías o propuestas que cambian la concepción que hasta el momento teníamos sobre algunos temas y, por fortuna, en algunos casos se producen incluso cambios de paradigmas.

Ahora continuaremos con una presentación histórica general a propósito de la posturología y aspectos afines.