No quiero ser una muñeca rota

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—Hace poco estuve viendo una película del Señor de los Anillos, El Retorno del Rey para ser más exactos, y me fijé en los cuatro hobbits y sus comportamientos ante la actitud de respeto al final de la película, cuando se arrodilla el rey Aragorn —el gobernante del reino unificado de Gondor y Anor— y le siguen los demás con las rodillas en el suelo. El tema es que los dos hobbits de apariencia similar —Merry y Pippin— no se lo merecen demasiado, ya que tampoco es que hayan hecho grandes hazañas con respecto a los demás y se comportan de manera egocéntrica, alzando bien la barbilla y sacando pecho. El otro hobbit, Samsagaz Gamyi, en mi humilde opinión, se lo merece el que más. Y se comporta con sinceridad. Observa el respeto que le muestran los demás y se encuentra agradecido, creo que entiende la palabra respeto, y que él se lo ha ganado a pulso. El último, Frodo Bolsón, está situado entre los tres hobbits. Frodo no cree merecer ese elogio y se acobarda, siente vergüenza por él mismo y por la situación.

»Mi gran dilema, querida Vanina, es el siguiente: ¿Crees que el ser humano se comporta de manera semejante a estos pequeños hobbits? —preguntó Eloise enlazando las manos entre ellas y esperando la respuesta de su amiga (parecido al Sr. Burns de los Simpson).

—Buen argumento para definir el comportamiento humano. Me ha gustado, sí señora. Y a tu pregunta… sí. Lo creo con gran firmeza. Deberías saber que nuestro peor enemigo, no es otro que nosotros mismos. De ahí, que no debería importarnos una mierda lo que opinen los demás. Pero por desgracia, siempre damos más crédito a las críticas ajenas que a las propias. ¡Pero bueno! Si se ha hecho tardísimo… ¡Acaba la copa y nos vamos! —ordenó Vanina, quien apuró la suya hasta el final, cogió los bolsos e instó a Eloise a marcharse, toqueteando la punta de los tacones contra el suelo. Un sonido irritante y cómico al mismo tiempo—. ¡La vida nocturna de Queenstown acaba demasiado pronto! Hay que intentar aprovechar al máximo nuestra noche de locura, Eloise. ¡Vamos, querida, acelera! Eres un poquito lenta de todas formas. Creo que, en una vida pasada fuiste una tortuga y de tu familia de tortugas, serías la más lenta sin lugar a duda —exclamó Vanina riéndose y cogió a su amiga del brazo, para salir por la puerta del pub. Eloise consiguió apoyar la copa en la mesa auxiliar antes de irse.

—¿A dónde quieren ir, señoritas? —preguntó el taxista.

—Al 54 de Shotover, por favor —respondió Vanina.

El taxista, un hombre con las orejas repletas de anillas plateadas y tatuajes por doquier, levantó una ceja y les preguntó si estaban seguras de la dirección.

—¡Claro!, vamos al club 88, ¿se encuentra allí, no? —replicó con arrogancia Eloise.

—Mmmmmmm, sí, sí, por supuesto. Muy bien, allá vamos —comentó el taxista con una mirada ceñuda.

Al salir del taxi, Eloise susurró a Vanina:

—¿Por qué crees que ha puesto esa cara tan rara?

—No tengo ni idea, la verdad. Pero no importa, vamos a entrar al pub, anda.

Lo primero que vieron los ojos de Eloise fueron luces de colores que cegaban a los pocos minutos, posó la mirada en el centro del bar, donde la mayoría de las personas se encontraban reunidas y vio muchas piernas; siguieron avanzando para ver qué pasaba allí. Vanina la cogió del brazo, se acercó a su oído, ya que la música estaba muy alta, y dijo:

—Voy a describir este sitio con dos palabras: purpurina y tetas.

Las dos amigas se echaron a reír, mientras intentaban avanzar hacia la barra sin dejar de mirar a todas partes.

—¡No me lo puedo creer! El instructor pensó que éramos lesbianas, qué fuerte… ¿creía en serio que nos iba a gustar este ambiente de sexo barato, mujeres sin ropa y hombres tocándose la polla? —Vanina estaba que echaba humo por las orejas. Iba recorriendo la corta barra de un lado a otro sin parar de murmurar sobre la incompetencia humana.

—Bueno, ya está. Ya me he calmado. Tiene que haber personas con retraso y no me refiero a personas que lleguen tarde, sino a esas personas que les falta un verano y no dan más de sí, ni aunque lo intenten. Y tampoco para aclarar que estoy en contra de las personas con discapacidad mental porque sería muy hitleriano por mi parte.

—No podemos hacer nada, Eloise, ¿te parece si nos tomamos una copa con tranquilidad mientras nos reímos de esta situación tan poco ortodoxa? Porque en una hora van a cerrar todos los bares de la ciudad, así que más nos vale aprovechar este… lugar tan apropiado para dos jovencitas de alta alcurnia como nosotras. —Vanina intentaba reírse y al final, como todo lo que se proponía, lo consiguió.

Pidieron un par de copas simples y fueron a sentarse a una mesa alejada del ruido, la purpurina y las tetas. Por su lado pasaron dos hombres hablando muy fuerte y alto.

—Tío, ¿pero qué coño te pasa?

—No sé por qué te pones así, tampoco es para tanto. Solo la he invitado a una copa.

—¡Tío, que son strippers! ¿Crees en serio que le has gustado a esa?

—No le faltes al respeto llamándola esa, ¡y sí!, creo que le he gustado.

—¡No me lo puedo creer! ¡Se ve a 100 km que son como buitres, tío! ¿No ves que utilizan su cuerpo para atraer a los clientes? Tendrán una comisión por cada copa o yo qué sé. Pero vamos… ya eres un hombre, joder, ¿tienes pelos en los huevos o no?, no sé qué coño te pasa. No quería sacar el tema, tío, pero desde que te dejó Charlotte, parece que te enamoras de cualquier palo con tetas.

El otro hombre parecía que le iba a pegar, pero se contuvo en el último momento y decidió irse del local dando fuertes pisadas al salir.

Eloise y Vanina se quedaron un poco anonadadas ante tal conversación, se miraron y rieron a la vez como si una cascada de hielo se fundiera tras el invierno.

Eloise parecía que estaba feliz.

Había un grupo de hombres, a pocos metros de donde se encontraban nuestras amigas. Eran grandes, como osos peludos. Toscos y desagradables a simple y no simple vista. Tenían una energía negativa que flotaba en el aire.

Estaban concentrados en sus diferentes tareas, uno de ellos contaba el fajo de billetes con una mirada ansiosa, diría que casi desesperada; otro metía su gorda mano en el bolsillo de atrás del pantalón de sus clientes y el otro observaba la situación para que no se descontrolara.

En un momento de la noche —se desconoce si fueron los astros que se conjugaron o una mala posición del zodiaco chino en el cielo—, el tercer hombre-oso, el que controlaba la situación, alzó la mirada y la posó en Eloise. La vio unos segundos.

Luego la miró un minuto.

No esperó más. Agarró a sus dos amigos del clan-oso y les susurró al oído.

Los tres observaron a Eloise.

Afirmaron con la cabeza y siguieron con los clientes donde lo habían dejado, sin que estos notasen ninguna anormalidad —más de lo normal, me refiero—.

Nuestra protagonista y su amiga estaban analizando de qué manera Internet y las redes sociales habían transformado y en su opinión, deteriorado —palabra muy eufemística—, la sociedad actual.

—Tienes mucha razón en lo que dices. Claro que Internet es un avance, pero deberías leer el ensayo de Byung-Chul-Han, En el enjambre, te despejará un poco la mente y no volverás a querer formar parte de la masa.

Vanina se levantó como un pequeño ciclón y dijo:

—¡Voy al baño un momento! ¡Intenta no subirte a la barra y enseñar cachete en mi ausencia! ¡Odiaría perdérmelo! —Se alejó riendo a carcajada suelta.

«¡Esta mujer me saca de quicio!», pensó Eloise con la mueca de una risa. Miró en la dirección a la que se dirigía su amiga.

Sin que le diera tiempo a reaccionar, de repente los tres hombres-oso se acercaron a la mesa de Eloise y se sentaron a su alrededor, como si hubiesen concertado una cita previa.

Eloise se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos y una expresión de terror palpable. Conocía demasiado bien aquel prototipo de hombre. Colocó las dos manos abiertas encima de la mesa de madera y como estatua que era no dijo ni una mísera palabra. En todas las situaciones que se había encontrado a lo largo de su vida actuaba de la misma manera: esperaba callada a que la tormenta amainara cuanto antes, para luego lamerse las heridas con esmero.

—¡Pero bueno! Si tenemos a la chica más guapa de todo el bar.

—¿Qué haces aquí tan solita?

—Estabas buscando nuestra compañía, ¿verdad?—intervino el hombre-oso con un anillo metálico en su grueso dedo.

—Sé que nos estabas mirando.

—No mientas.

—¿Eres un poco callada, verdad?

—Eso es porque quiere comernos la polla y no se atreve a decirlo.

—No vayas de santa, sabemos que eres una puta barata.

En ese instante y con un minuto de diferencia, ocurrieron dos situaciones diferentes pero complementarias; el hombre-oso con una calva incipiente vertió un líquido cristalino y traslúcido en la copa de Eloise, mientras los otros hombres-oso continuaban acosándola para que así no se percatara.

Y, por otro lado, Vanina regresó del servicio y cruzando la columna que limitaba la mitad del pub vio la escena completa. Fue corriendo como pudo, sorteando a las personas que reclamaban un trozo de carne y cuando llegó al fin a la mesa donde se encontraba su amiga, intentó gritar, retirar la copa de un manotazo, saltar sobre ella…

Pero fue demasiado tarde.

Un segundo tan solo.

Parecía que el tiempo las odiaba.

Curioso, porque el tiempo no pueda odiar a nadie.

En apenas unos segundos, el clan de los hombres-oso había divisado a Vanina y previniendo sus acciones se retiraron con rapidez, a la espera de conseguir su presa más tarde, o enfadarse por haber malgastado el dinero en una puta silenciosa.

 

Eloise se encontraba todavía en plena conmoción, continuaba quieta como una estrella de mar en medio de la playa; la única acción que podía realizar era levantar la copa y beber.

Y bebió. Bebió tanto que cuando llegó Vanina sudando y con el aliento desbocado, Eloise ya había terminado su copa.

Vanina la miró asustada con los ojos tan grandes como planetas.

Eloise no comprendía la expresión de su amiga. Entendía que había visto a esos hombres en la mesa, pero no creía que fuera para tanto escándalo. Unas pocas personas del pub las miraban con los ojos entrecerrados, y se removían en sus asientos, como si así pudieran evitar la misma situación.

—¡Joder, Eloise! ¿Estás bien? —preguntó Vanina asustada, mientras la cogía de la cintura para salir del pub—. ¡Venga, nos vamos! Creo que tardará una media hora en hacer efecto —gritó por encima de la música.

—¿Qué te pasa? No entiendo nada —parpadeó Eloise con desasosiego, sin apenas oír nada.

—No me lo puedo creer. ¿Eres tan ingenua de verdad o es solo tu modo de defensa? ya sabes… para que tus células no sufran demasiado…

—En serio, Vanina, no entiendo nada. ¿Por qué te comportas así? A ver, entiendo que hayas visto a esos hombres conmigo y te hayas asustado. Yo también lo estaba, te lo aseguro. Y mucho. Peor, justo cuando llegabas tú, ellos se marcharon al instante. Ya lo viste igual que yo. —Eloise intentó defenderse ante la actitud de su amiga, que parecía que iba a entrar en un combate cuerpo a cuerpo. No entendía nada.

—¡Oh, Dios mío! —Vanina se restregó las manos por la cara buscando la poca paciencia que tenía—. Mira, vamos a tranquilizarnos. Salimos con mucha calma del pub y cogemos un taxi que nos va a llevar a tu hotel y cuando estemos en tu habitación con la puerta cerrada voy a explicártelo todo, ¿te parece? —explicó Vanina con una mueca suplicante en su rostro de duende.

Eloise no entendía por qué su amiga se comportaba de ese modo.

No entendía por qué esos hombres se habían evaporado tan rápido.

Eloise no entendía nada y… tampoco quería entenderlo.

Seguro que he hecho algo malo. Vanina está muy enfadada conmigo. Después de verme con aquellos hombres, ¿querrá ir al hotel para poder pegarme más a gusto? No. Vanina no es así. Vanina es mi amiga. Quiere lo mejor para mí. Entonces… ¿Por qué actúa de esa forma tan rara? Vanina intuyó el caos desconcertante que tenía Eloise en su cabeza, así que decidió hacer una pregunta que funcionaba, o por lo menos lo hacía en las películas de Disney pensó.

—Eloise… —dijo mirándola a los ojos—. ¿Confías en mí?

—Bueno… esto… a ver, no quiero que te sientas ofendida… pero no suelo confiar en la gente. A veces… no confío ni en mí misma.

—Eloise, te prometo que esto es necesario. MUY NECESARIO —añadió en voz alta y seria para que su amiga comprendiera la importancia.

—De acuerdo —aceptó con docilidad Eloise, sin entender la reacción de su amiga, ni la insistencia por irse de aquel bar.

—Gracias —suspiró agradecida Vanina.

Juntas abandonaron el pub y a los hombres-oso que la seguían con los ojos entrecerrados por haber perdido a su víctima.

Llegaron al hotel en veinte minutos, y cuando subieron por el ascensor a la habitación de Eloise, esta comenzó a sentir los estragos de la droga.

—Vanina… no me encuentro muy bien… tengo la visión borrosa, como si hubiera una tela en mis ojos… y… se me ha olvidado lo que iba a decirte. Vanana…Vinana… ¡¿Qué me pasa?! —gritó con ansiedad. Quiso sujetar su cabeza en el hombro de Vanina, pero no lo consiguió y su cabeza resbaló por el pecho de su amiga como una babosa parapléjica.

Eloise intentaba hablar, pero las palabras se agolpaban en su cerebro y este iba muy lento. Comenzó a ponerse nerviosa, sudaba mucho y las mejillas empezaron a teñirse de un rojo burdeos.

—No te preocupes, Eloise, estoy aquí contigo. No te va a pasar nada. Confía en mí, por favor —dijo Vanina intentando parecer calmada, pero salió una voz latente de preocupación, una pizca de ansiedad y nerviosismo—. Ve a tumbarte en la cama. Intenta no pensar en nada y relájate. Voy a buscar en Internet cuáles son los efectos de esta droga —explicó, mientras cogía su móvil del bolso y comenzaba una búsqueda intensiva por Google.

Eloise estaba sentada en la cama con los brazos alrededor de sus piernas y la cabeza agachada. Mostraba una actitud estoica. Como si no fuera con ella el asunto; aun con la lista que había creado continuaba siendo una persona pasiva y demasiado conformista.

—Vanina, ¿sabes que he tenido sexo con tantas personas en mi vida que ni recuerdo sus rostros? —confesó Eloise con una voz muy suave y sin levantar la mirada del suelo del hotel.

Vanina no respondió. Se quedó callada observando en silencio. Después de unos minutos decidió hablar:

—Creo que te han drogado con burundanga, Eloise. Estuve escuchando a unos chicos en el baño del bar que habían conseguido esa droga de los hombres que se sentaron contigo en la mesa; no lo sé a ciencia cierta, pero por los síntomas que tienes, creo que es burundanga. —Vanina continuó leyendo para sí misma los efectos y el tratamiento que debía realizarse—. Vamos a ver… sí… aquí lo pone: Debe conservarse la vía aérea permeable y una adecuada oxigenación, hidratación, control de hipertermia con medios físicos (bolsas de hielo, compresas frías, etc.), y sonda vesical. Deben evitarse los estímulos externos como el lumínico.

—De acuerdo, vamos a ello. —Vanina se levantó con rapidez de la silla, fue al baño a por unas toallas y las empapó en agua fría. Mientras realizaba la tarea intentaba mantener una calma sosegada que no sentía en absoluto. Colocó las toallas mojadas en la cabeza de Eloise en forma de turbante árabe; luego apagó las luces de la habitación y encendió una lámpara pequeña, que estaba situada en la mesilla de noche.

Si no fuera porque su amiga lo estaba pasando muy mal, Vanina se hubiese reído con ganas de aquella situación tan cómica. Volvió a sentarse en la silla y dijo:

—La duración no es exacta… esto… puede durar unas horas… todo depende de la constitución de la persona y la cantidad que haya ingerido… por desgracia no sabemos cuánta cantidad te echaron en el vaso esos cabrones —gruñó Vanina con un brillo en los ojos capaz de destruir a una persona.

—¿Vanina? ¿Me has escuchado? —chilló Eloise—. Te he dicho que he tenido sexo con tantas personas en mi vida que no recuerdo ni sus rostros… ¿Por qué no me contestas? ¿Tan puta te parezco?

—Tranquilízate, Eloise, no me pareces una puta. Cada persona disfruta la sexualidad como le parezca. Pero no pasa nada —dijo Vanina, intentando relajar a su amiga—. No eres una santa ni una puta —respondió Vanina, moviéndose intranquila en la silla. No le gustaba esa conversación. Sabía, por cómo evitaba las conversaciones sobre su pasado, que Eloise guardaba muchos secretos… y no quería conocerlos estando bajo los efectos de aquella maldita droga. Debería contárselo cuando confiase en ella... o cuando necesitase desahogarse. No… no era el mejor momento para desvelar oscuros secretos.

Eloise seguía con la cabeza entre las piernas, cuando volvió abrir la boca.

—Los primeros fueron mi hermano y mi padre. Los dos únicos hombres que me han tocado con algo de afecto. ¿Crees que ahora sí que soy una puta? Si se enterase mi madre… pobrecita… ella pudo escapar… me dejó con ellos para que aprendiera, supongo… ¿crees que soy mala persona, Vanina? No respondas… tienes razón, soy una mala persona. Si me hubiese comportado de manera decente, mi padre jamás se hubiera fijado en mí. Con mi hermano no me importaba demasiado, por lo menos no tenía tantas arrugas. Me daba mucho asco.

—Eloise, por favor, intenta no pensar en nada. Yo… yo no sé qué decir… Estoy segura de que jamás me hubieses contado nada de esto si no fuera por la droga. Por favor, no quiero que te arrepientas. —Vanina se encontraba al borde del colapso. Tenía lágrimas en los ojos que secaba con la manga de su chaqueta gris. Deseaba que nada de esto hubiera pasado en realidad. Que todo fuera un poco de imaginación de su amiga… sabía a la perfección que era imposible. Con mirarla a los ojos lo había descubierto… eran un pozo negro de tristeza acumulada. No veía ni un atisbo de luz. Emanaba oscuridad y resplandecía con ella. Jamás había visto aquellos ojos en Eloise.

Vanina tuvo una idea para evitar que Eloise siguiera recordando aquellas experiencias retorcidas. Decidió levantarse de la silla y cogió el pequeño libro que habían comprado en la librería. Lo abrió donde estaba el marcapáginas y exclamó en voz alta, para que su amiga saliera de su ensimismamiento:

—¡Mira lo que he encontrado, Eloise! ¡Nuestro libro! ¡Voy a leer un poco en voz alta para ver si puedes quedarte dormida! —Vanina no esperó la respuesta por si era una negativa, y comenzó a leer con voz clara, obligándose a sí misma a que ninguno de sus sentimientos la embaucasen.

«Tengo que ayudar a mi amiga», repetía incesante una pequeña voz en su cabeza.

Érase una vez un niño llamado Pablo. Un día cualquiera al salir de la escuela, se fue con sus amigos a jugar al escondite. Él siempre ganaba porque sabía dónde esconderse para que no lo descubrieran.

Ese día en particular, Pablo estaba muy bien escondido debajo de un tronco muy alto y grande y alzando la vista al cielo descubrió al Sol.

«Sería imposible ganar al escondite si juega el Sol», pensó Pablo.

Pero como a Pablo las cosas imposibles le parecían muy posibles, decidió jugar con el Sol.

Así pues, al día siguiente de un día cualquiera, decidió jugar con el Sol desde que abrió los ojos en su pequeña cama, y allí descubrió, para su sorpresa, que el Sol ya lo estaba esperando para jugar.

Pablo tenía que ir a la escuela y no podía jugar, pero el Sol insistía mucho. Desde la ventana de la cocina lo veía mientras desayunaba.

Entonces decidió jugar. Iba a ganar al Sol al escondite.

Estuvo todo el día escondiéndose del Sol, caminaba por los callejones más oscuros, se tapaba con las ramas de los árboles y en clase acabó agachado debajo del pupitre.

Cuando llegó a casa, su padre estaba enfadado porque habían llamado de la escuela explicando el comportamiento de Pablo.

En ese mismo instante, el Sol se ocultó tras unas nubes y Pablo gritó:

—¡Papá! ¡Papá! ¡El Sol se ha dado por vencido! ¡Se ha rendido! —dijo saltando y brincando de alegría.

Entonces el Sol volvió a mostrarse y Pablo se escondió de nuevo.

Estaba muy cansado, tan cansado se encontraba Pablo que su padre lo tuvo que llevar en brazos hasta su pequeña cama y allí, cuando le iba a dar el beso de buenas noches, Pablo miró al cielo y susurró a su padre:—Papá, siento mucho lo de la escuela, pero hoy he hecho lo imposible. He ganado al Sol jugando al escondite.

Eloise levantó la cabeza con la mirada fija en el suelo de la habitación y dijo:

—Me ha gustado mucho, cuéntame otro, por favor.

Vanina asintió con la cabeza sonriendo y prosiguió con la lectura, contenta de que su propósito funcionase tan bien.

Comienza en un mundo lleno de sartenes, cremas pasteleras, crujiente de puerros, tomate confitado, pan de jengibre…

Esta historia nace de un par de cocineros. Los dos trabajan en un instituto dando clases de cocina y pastelería. La mujer no es ambiciosa, en cambio el marido, sí.

Él consigue un trabajo, pero no un trabajo cualquiera, sino el trabajo de sus sueños. Trabajar para el gran cocinero Arzak.

Por desgracia, tienen que separarse. La pareja sufre la distancia del amor, pero es feliz en la cercanía.

A lo largo de tres años, su relación es cada vez más inconclusa.

Aparece una niña, su hija. Fruto de la distancia del amor. Ella le ruega que vuelva con ellas, su familia; pero él se niega a dejar su sueño escapar.

No se divorcian, pero cada vez se ven menos, acaban con tres visitas al año.

La pequeña crece absorta en el trabajo de sus padres, viviendo casi en las cocinas. Ella quiere ser como su padre; a diferencia de su madre que está en contra de aquella solitaria y sacrificada vida.

Cuando llega a la edad de buscar un oficio decide seguir los pasos de su padre. Se va a estudiar las diversas técnicas culinarias con él.

Aquí es cuando llega lo interesante.

 

Su padre vive con un cocinero, su mejor amigo. En el preciso instante en que ella cruza la puerta, se enamoran; y en contra de toda opinión paterna, se casan.

Llega el momento de repetir la historia —como dicen los libros del instituto—, ahora ella comprende a su madre. Ya no quiere ser como su padre.

Pero… las historias siempre sufren pequeños cambios…

En este caso especial, ella decide que quiere verlo sufrir, como ella ha tenido que soportarlo. Deciden divorciarse, pero sin hijos esta vez.

Ella reduce toda su vida al estudio de diferentes platos. No quiere ser la mejor. Quiere ser única. Consigue su propósito. Arruinando cada pequeña oportunidad de aquel amor defraudado.

No desea rendirse, quiere más. La ambición se apodera de ella. La locura le sucumbe.

—No es mi pequeña —dice su madre.

—No sé a quién hemos criado —solloza con lamento su padre.

El fin de su carrera culmina un día soleado, en el que se despierta, desayuna, sale a la calle e invita a su exmarido a cenar.

Él está muy emocionado porque cree que va a poder volver a conquistar a esa mujer especial que un día lo amó.

Pero todo se vuelve oscuro.

Ella acaba en la cárcel y él en su estómago.

Durante todo el encierro no puede olvidar el sabor exquisito de la dulce y esperada venganza, con el amargor del vino y el salado dulzor de la carne fresca.

Lo recuerda tanto… en tantas ocasiones diferentes, que acaba por volver a probarlo. Esta vez sin venganza ni vino, solo carne.

Su propia carne.

Eloise se quedó callada observando a su amiga.

—Este cuento me ha gustado mucho más. —Le brillaban los ojos, pero no de luz, sino de una rabia contenida incapaz de explicar con ninguna de las palabras del diccionario.

—¿Quieres que continúe leyendo? —preguntó Vanina en voz alta, intentando sin mucho éxito que su amiga guardase los secretos que envolvían su alma—. Todavía quedan muchos relatos por leer, aunque parezca de tamaño diminuto, contiene muchas historias, a mí me está gustando mucho y creo que a ti también, ¿quieres que continúe, verdad? —siguió insistiendo Vanina.

—La verdad es que no. Necesito desahogarme. Necesito contar mi tara. Mi secreto —dijo Eloise sin hacer mucho caso a la mirada de su amiga, que se retorcía las manos en la silla de manera ansiosa.

Vanina se levantó y cogió un vaso de agua de la mesilla de noche, al dirigirse a Eloise la forzó a beberlo.

—Vamos, Eloise, no seas cría, cuanta más hidratación tenga tu cuerpo antes se pasará el efecto. —Persistió, sujetando el vaso con más fuerza para que no lo tirase al suelo.

—VANINA, SIENTO MUCHO SI NO QUIERES OÍRLO, PERO NECESITO SOLTARLO —chilló con mucha intensidad. Aunque no tenía las facultades necesarias para argumentar con palabras lógicas, Eloise sintió que tenía una piedra tan grande como un monolito en su corazón y por primera vez en la vida, decidió desahogarse.

«Vanina no iba a impedirlo. ¿Quién era ella para no querer escucharla? ¿Quién que se creía que era obligándola a beber ese vaso? ¿Y si había droga también en el agua? —decía una voz muy profunda y oscura a Eloise—. No la escuches, Vanina solo quiere ayudarte. No quiere que después del efecto de la droga, te arrepientas de contárselo. Me parece bastante respetable por su parte», sugirió otra voz más vaporosa que la anterior.

—¡CALLAOS! —gritó Eloise, a la vez que se levantaba de la cama.

—Eloise… ¿qué te ocurre? —preguntó Vanina con un hilo de voz y ojos desorbitados por el miedo.

—Perdóname. Tengo dos voces en mi cabeza que no paran de darme consejos diferentes. No puedo pensar. ¿Te imaginas a un gato jugando con un ovillo de lana por un largo pasillo? Me siento como si fuera ese ovillo de lana. —Eloise volvió a sentarse en la cama muy despacio y volvió a tener la mirada perdida en algún punto entre sus dos voces.

—Muy bien, si me lo quieres contar, adelante. No te voy a interrumpir en ningún momento —decidió al fin Vanina—. Tampoco voy a hacer comentario alguno, ni te voy a juzgar. Creo que tienes suficiente con tus vocecitas —dijo mirándola de reojo— como para que encima yo te sermonee. Ya está, dejo de hablar. —Vanina terminó la frase, se levantó de la silla y se acercó un poco más a Eloise.

—Voy a empezar desde el principio, porque si no, te vas a enredar y no vas a entender por qué sucedieron los acontecimientos de esa manera. Vamos a ver… si… esto, mmm… Creo que desde que tengo memoria, no uso de razón, ni recuerdos vagos e imprecisos, sino memoria. Mi madre satisfacía siempre a mi padre. No importaba cuál fuera el momento, ni el lugar. Su deber como esposa era complacer al marido. En ningún momento implicaba que mi madre disfrutara con ello. Era totalmente irrelevante. Los recuerdos que tengo comienzan en el sofá… estábamos viendo la película Instinto Básico, y justo cuando Sharon Stone abre sus piernas durante el interrogatorio, mi padre silba. Silba alto y con fuerza. Mi madre estaba haciendo la cena y soltó con un gran estruendo el cuchillo encima de la tabla de cortar, fue directa andando hacia el salón con pasos de ultratumba —aunque era muy pequeña, el poder que transmitía esa orden siempre era la misma— y al llegar al salón ni siquiera nos vio. Parecía que no existíamos para ella… Colocó un cojín acolchado repleto de agujeros en el suelo, luego colocó las dos piernas en él, le bajó la cremallera del pantalón y con la otra mano sacó el pene del calzoncillo.

»Esa fue la primera vez que vi un pene. Parecía un palo de escoba muy recto.

»Mi madre seguía desabrochando el pantalón y al mismo tiempo le bajaba también los calzoncillos.

»Los calzoncillos estaban manchados de una sustancia marrón rojiza que olía muy mal. Mi madre en ningún momento cambió la expresión de su cara. Creo que era porque de manera básica, no le quedaba ninguna expresión.

»Mi madre comenzó a mover el pene de arriba abajo, con esas manos tan suaves que me acariciaban por la noche con delicadeza. Después se lo metió en la boca con esos labios tan dulces que me daban el beso de buenas noches al acostarme… Después de todo esto retiré la mirada casi al instante y volví a mirar la película que me parecía de lo más interesante en ese momento.

»Escuché los gemidos de mi padre, los sonoros gases que desprendía y el ruido de succionar un polo muy frío en verano… el gemido llegó con un prolongado suspiro.

»—¡Mira hijo! —gritó con triunfo a su único hijo varón—. Así es como tiene que quedar una mujer después de una buena mamada. ¡Sí, señor! ¡Mírala! —señaló a mi madre que estaba repleta de semen sin poder abrir los ojos siquiera y con la misma expresión impenetrable.

»En ese momento mi madre se limpió la cara con la manga de su chaqueta desgastada.

»—¡QUÉ COÑO HACES! ¡¿CREES QUE QUIERO VERTE QUITÁNDOTELO!? ¡QUÉ ASCO ME DAS! ¡LÁRGATE ANTES DE QUE SAQUE EL CINTURÓN Y TE ENSEÑE BUENOS MODALES! —gritó exasperado.

»Al final mi padre no sacó el cinturón porque mi madre se fue corriendo y con las prisas y los ojos manchados de ese líquido viscoso, se tropezó con la mesa del comedor. Hecho que mi padre aprovechó para reírse y señalarla con el dedo.

»—¡VAMOS, MUJER! ¡A QUÉ ESTÁS ESPERANDO! ¡LIMPIA LO QUE HAS MANCHADO! ¡TENGO SECOS Y PEGAJOSOS LOS MUSLOS POR TU CULPA! —vociferó con desparpajo.

Eloise se quedó callada un momento sin mirar a ningún lado en particular y prosiguió su relato. Daba la sensación de que si pensaba más en su pasado… jamás iba a contarlo. De ningún modo se desligaría de aquellas experiencias. Así pues, se armó de valor y coraje y continuó hablando con voz temblorosa pero firme, ante la mirada orgullosa de su amiga.

—Bueno, esa fue la primera vez que tuve un ligero contacto con el sexo. Después de aquella experiencia mi madre se volvió más silenciosa, más seria, más taciturna… parecía un espectro vagando por los pasillos de nuestra casa. Jamás le dijo que no a mi padre, ni cuando mi hermano quiso experimentar conmigo aquellas sensaciones. Pero espera, nos estamos desviando… eso fue después. La primera vez que me manoseó fue en el cine. Íbamos solo los tres —mi padre, mi hermano y yo—, ya que a mi madre no la dejaba salir de casa —incluso la compra la hacíamos nosotros—. Mi padre no dijo nada, ninguna frase o palabra que me preparase para ello o algún tipo de preámbulo. Nada. El muy cerdo hijo de puta decidió separar mis piernas y metió sus gruesos y rollizos dedos dentro de mí. Hubiese querido berrear, pelear o por lo menos decirle. «No, papá. Soy tu hija, por el amor de Dios. Pero no salió ningún sonido por mi boca. Me quedé quieta, postrada en la butaca del cine para que nadie se percatase de lo que hacía.

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