Historia breve de Japón

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Se trata de un lugar excepcional por varias razones. Primero, por su tamaño, de nada menos que cuarenta hectáreas; se trata de la población Jomon más grande de Japón, al menos entre las conocidas hasta la fecha. Parece que hubo una tendencia continuada a hacer el lugar cada vez más grande a lo largo de su historia, y que dicha tendencia no disminuyó en intensidad ni siquiera en las etapas finales.

Segundo, es el único de los asentamientos de la zona que estuvo habitado de forma ininterrumpida desde su fundación, hacia el año 3500 a.C., hasta su decadencia, que tuvo lugar mil quinientos años más tarde. No está claro si esta ocupación era continua o no, es decir, si Sannai Maruyama estaba habitado todo el año o solo en determinadas estaciones. Algunos estudiosos piensan que el gran tamaño del yacimiento indicaría una población estable todo el año, otros opinan que las sociedades de cazadores-recolectores como las que poblaban Japón en estos momentos cambiaban de residencia de manera estacional debido, precisamente, a su modo de vida. Algunas de las especies vegetales documentadas en el yacimiento para consumo humano, que se verán más abajo, podrían haber sido cultivadas, lo que implicaría una ocupación continuada, pero también podrían haber sido recolectadas, ya que no parece posible distinguir la variedad silvestre de la doméstica en esta etapa. Se sabe también que se plantaron algunos árboles, aunque ciertamente el cultivo de árboles no requiere una presencia permanente. Sea como fuere, el lugar estuvo habitado durante un periodo larguísimo e incluso continuó habiendo ocupación residual tras su abandono; hay algunas viviendas de finales de la etapa Heian y restos de un castillo de la época del último shogunato. Por ello, Sannai Maruyama nos ofrece un panorama único de los modos de vida y la cultura material de la prehistoria japonesa.

La arquitectura del yacimiento es además muy característica, y no se da en otros lugares contemporáneos. Naturalmente, en Sannai Maruyama hay típicas casas Jomon, de planta redonda rehundida, muy simples, con alzado de elementos vegetales. Se han documentado unas quinientas de estas casas (no todas habitadas al mismo tiempo), que, en etapas avanzadas, contaban a veces en su interior con una especie de banco elevado, que se ha interpretado como un posible asiento-cama. Habitualmente, las casas Jomon de este tipo son pequeñas, con un diámetro de entre cuatro y cinco metros. Sin embargo, en Sannai Maruyama hay también grandes casas ovales, con ejes de hasta treinta metros. Y no se trata de una o dos viviendas, sino de más de veinte en la zona excavada hasta el momento, que, por cierto, no es sino la mitad del total. Parece que solo había una de estas grandes casas ovales en cada fase de vida del yacimiento, lo que ha hecho pensar que tal vez se tratara de talleres comunales, o de espacios de reunión para todo el poblado.

Otras construcciones únicas de Sannai Maruyama son los edificios de postes de madera. Durante las excavaciones se encontraron los restos de curiosos edificios alzados sobre seis columnas de madera de castaño, de las que quedaban restos en la zona inferior. Se ha reconstruido uno de los de mayor tamaño: tiene tres plantas y una altura de casi quince metros; cada poste tiene un metro de diámetro. Hoy día no hay ya en Japón castaños de ese porte, y los troncos empleados en la reconstrucción arqueológica hubieron de ser llevados desde Rusia.

Las huellas de los postes, que a menudo se superponen, hacen pensar que estos singulares edificios se construyeron y reconstruyeron una y otra vez en el mismo lugar a lo largo del tiempo. Se han encontrado restos de hasta cien de ellos, y se cree que al menos cinco o seis existían al mismo tiempo. Midiendo y comparando las distancias entre las huellas de los postes de los edificios de los diferentes momentos, los arqueólogos japoneses han intentado descubrir cuál era la unidad básica de medida que empleaban los constructores Jomon. Se han propuesto dos unidades, una equivalente a unos treinta centímetros, y otra de algo más del doble.

La función de estas grandes construcciones de postes no está clara; se ha pensado que fueron santuarios, pero no se descarta que se tratara de otro tipo de monumentos, que sirvieran como almacenes sobreelevados o que tuvieran funciones defensivas a modo de torres-vigía. El primero de estos enormes edificios comenzó a excavarse en el año 1994, y su descubrimiento ayudó en gran medida a establecer la importancia y originalidad del yacimiento. Además, los postes de castaño han resultado extremadamente útiles en varios aspectos. En primer lugar, se había conservado suficiente madera como para efectuar análisis dendrocronológicos y de carbono 14.

La dendrocronología es un método de datación basado en los anillos de crecimiento de los árboles. Fue creada por el astrónomo y arqueólogo Andrew Ellicott Douglass a principios del siglo XX, y ha seguido desarrollándose desde entonces. Los árboles de la misma zona suelen desarrollar anillos de igual espesor a lo largo del mismo periodo, ya que el grosor depende de factores ambientales comunes. Estos patrones de crecimiento pueden ser comparados y unidos, retrocediendo cada vez más, de modo que se llegan a establecer tablas cronológicas que alcanzaban épocas muy antiguas. De este modo, si se cuenta con datos suficientes de la zona, los restos de madera arqueológicos pueden integrarse en este panorama general para conocer su fecha. El momento preciso en que el árbol fue cortado solo puede determinarse si se conserva el último anillo de crecimiento, que se encuentra justo bajo la corteza, aunque, incluso sin él, puede llegarse a una fecha aproximativa con un noventa y 5% de fiabilidad.


Reconstrucción de uno de los grandes edificios de postes de madera del yacimiento de Sannai Maruyama

En cuanto a la datación por carbono 14, también conocida como datación por radiocarbono, es un método que mide la cantidad de isótopo carbono 14 para determinar la edad de materiales orgánicos. La técnica, descubierta en 1949, valió a su creador, el doctor Libby, el Premio Nobel de Química. Se basa en el hecho de que cuando un organismo vivo, ya sea animal, o, como en este caso, vegetal, muere, deja de absorber carbono 14; a partir de ese momento, la cantidad de carbono va desapareciendo de manera constante, de forma que se reduce a la mitad al cabo de cinco mil setecientos treinta años, y así sucesivamente. El carbono 14 presenta una serie de problemas que hacen que no siempre sea adecuado para datar materiales arqueológicos, y además las fechas que proporciona no son exactas, pero es, en cualquier caso, muy útil para momentos tan antiguos como los que nos ocupan, en los que desafortunadamente es difícil encontrar restos orgánicos con los que llevar a cabo las pruebas: por todo ello, los datos de Sannai Maruyama son doblemente interesantes.

Además de permitir análisis cronológicos, los abundantes restos de madera confirmaban la presencia generalizada de castaños en la zona, ya indicada por los análisis de polen y por el hallazgo de gran cantidad de cáscaras de castaña. Resulta curioso que la primitiva vegetación del área de Sannai Maruyama, consistente en robles y hayas, fuera sustituida de forma rápida por los bosques de castaños coincidiendo con la ocupación humana del sitio. Como ya se apuntó más arriba, se ha pensado que tal vez este fenómeno se deba a una acción directa del hombre sobre el entorno natural, que habría plantando de manera extensiva la especie que le interesaba más. Pues, en efecto, la madera de castaño no solo se utilizaba en la construcción, sino también para la elaboración de herramientas y como combustible, y sin duda la castaña tuvo un papel relevante en la dieta de los habitantes del poblado, ya que, aunque tiene menos grasas que otros frutos similares, resulta muy nutritiva al ser especialmente rica en hidratos de carbono. De hecho, los análisis del ácido desoxirribonucleico de los frutos hallados en diferentes lugares del yacimiento parecen confirmar la hipótesis del cultivo extensivo de castaños. El ADN de estas castañas ha resultado idéntico. Si hubieran sido recolectadas en árboles silvestres dispersos, su ADN habría mostrado alguna variación, por leve que fuera, lo que indica que dichas castañas provienen con gran probabilidad de bosques ‘artificiales’ plantados por el hombre.

Por supuesto, los pobladores de Sannai Maruyama consumían otros alimentos además de castañas; las especies vegetales documentadas en el yacimiento incluyen uvas silvestres, nueces, judías, calabazas y bayas de varias clases. Además, los abundantes restos óseos identificados durante las excavaciones han permitido reconstruir de forma aproximada la dieta de origen animal. La mayor parte de la carne consumida en Sannai Maruyama era de pequeños mamíferos como el conejo y la ardilla voladora, aunque de vez en cuando se comía ciervo, jabalí y ballena. Patos, faisanes y ocas tampoco eran desconocidos. Pero resultan especialmente interesantes los numerosos restos de pescado, de especies muy variadas. Predominan los tiburones y los atunes, pero hay sardinas, bacalaos, e incluso restos de pez globo, un animal venenoso, que sigue siendo muy apreciado hoy día en Japón. La manipulación del pez globo o fugu resulta difícil y su consumo es peligroso, e incluso mortal, si dicha manipulación no se lleva a cabo correctamente. Este dato da idea del grado de sofisticación de los pescadores de Sannai Maruyama.

Además de viviendas y edificios de postes, en el yacimiento se han excavado tumbas, tanto infantiles como de adultos. Los niños eran enterrados dentro de vasos de cerámica, cerca de las casas, mientras para los adultos se excavaban fosas ovaladas de unos dos metros de largo. Lo habitual es que las tumbas de adultos no contaran con ajuar de ninguna clase. Algunas, muy pocas, presentaban en el interior pigmentos rojos y piezas de piedra. Estos elementos líticos son redondeados, con una cara plana, a modo de base, y una gran protuberancia irregular; se conocen como sekkan o ‘coronas de piedra’. Su propósito y significado continúan siendo inciertos, aunque claramente desempeñaron un papel concreto en las creencias del momento.

 

Para las tumbas infantiles, de las que se han excavado hasta la fecha más de setecientas, se reutilizaban las mismas jarras de cerámica empleadas en la vida cotidiana. Tampoco en este caso solían depositarse ajuares, aunque a veces hay dentro del vaso un guijarro o dos.

Había tres accesos principales a Sannai Maruyama: desde el sur, desde el este y desde el oeste. Se trataba de caminos bien establecidos, de varios metros de anchura. Al igual que se haría en Occidente muchos años más tarde, un gran número de tumbas de adultos se situaron a los lados de estas vías de entrada a la población.

Han salido también a la luz talleres de alfarería, y dos túmulos, formados a lo largo de los siglos por acumulación de basura doméstica, pero en los que también han aparecido objetos rituales, como adornos de jade o figurillas dogu de arcilla cocida y un gran número de vasos cerámicos, algunos de los cuales estaban intactos en el momento de ser depositados en el lugar. Las piezas excavadas en estos inmensos basureros, que tal vez tuvieron también propósitos religiosos, abarcan un periodo de aproximadamente mil años.

La cerámica de Sannai Maruyama es muy similar a la que aparece, en general, en el norte de la isla de Honshu y en el sur de Hokkaido; es del tipo conocido como Ento, que se caracteriza por sus vasos alargados de boca muy abierta y profusa decoración cordada. El hecho de que aparezca en las dos islas al mismo tiempo nos indica que, incluso en estas fechas tan tempranas, existía comunicación regular por mar entre ellas. De hecho, en el yacimiento se han documentado materiales con un origen todavía más lejano, como el asfalto de Akita, la obsidiana de Hokkaido o el ámbar de Iwate, que nos hablan de toda una red comercial extendida entre numerosos asentamientos de época Jomon.

Otro dato muy interesante tiene que ver con la laca. Durante mucho tiempo se ha considerado que la tecnología de la laca se originó en China, desde donde se extendió por otros lugares. Sin embargo, en Sannai Maruyama no solo han aparecido objetos de laca en las fases más antiguas del yacimiento, sino también instrumental para este tipo de trabajo, e incluso semillas del árbol de la laca. Todo esto está haciendo pensar que tal vez la laca se descubriera y desarrollase de manera independiente en China y en Japón prehistórico, aunque sigue siendo factible una propagación desde el continente, que se daría así en momentos mucho más antiguos de lo que en principio se había pensado.

En Sannai Maruyama se han hallado también útiles líticos en gran número, entre los que se cuentan hachas, puntas de flecha o morteros. Las excavaciones han proporcionado asimismo multitud de elementos de hueso, como agujas, anzuelos o arpones, e incluso piezas orgánicas muy frágiles, como una cesta completa, preservada en una de las zonas húmedas del yacimiento.

No hay que olvidar tampoco los abundantes materiales relacionados con el adorno personal, como agujas para el pelo, colgantes y pendientes de piedra y hueso, y los objetos rituales, entre los que destacan de forma especial las ya mencionadas figurillas de arcilla dogu y las curiosas sekkan o ‘coronas de piedra’.

Como ya sabemos, en la actualidad, buena parte del yacimiento de Sannai Maruyama está musealizado, y se ha convertido en toda una atracción turística en la zona. Cuenta con un centro de interpretación y con una sala de exposiciones, y se han reconstruido algunas de las principales estructuras para dar idea al visitante del aspecto del lugar durante el periodo Jomon.

El pensamiento y la religión: el sintoísmo


Santuario de Ise

Una parte importante del conocimiento de la religiosidad japonesa más antigua proviene de las dos obras fundamentales de la literatura japonesa inicial, que ya se mencionaron en la historia de Jimmu Tenno: el Kojiki o ‘Relación de las cosas antiguas’, del año 712 y el Nihonshoki o ‘Crónica de Japón’, del 720 de nuestra era. Aunque ambas están escritas en chino, su objetivo es la legitimación política de tinte nacional de los dirigentes japoneses de la zona central del país. Por ello no recogen la totalidad de la temprana mitología de Japón, sino una selección más o menos sesgada de los mitos y leyendas que se consideraron adecuados en su tiempo para exaltar el buen gobierno de un reino unificado. Aún así, ambos libros resultan imprescindibles en la cadena de transmisión de los mitos japoneses, y su valor para el estudio de la religión de Japón antiguo es incalculable.

El sintoísmo o shinto, el ‘camino de los dioses’ (mencionado por primera vez con ese nombre en la crónica Nihonshoki), es la religión tradicional japonesa, centrada en las divinidades locales o kami que pueblan la naturaleza. Estas deidades, cuyo culto se entremezcla con el que se tributa a los antepasados, habitan bosques y montañas, rocas y ríos; hay además kami del fuego y del cereal, y otros asociados a distintos animales.

Los lugares naturales donde los kami se manifiestan se señalan mediante cuerdas sagradas hechas de paja de arroz y denominadas shimenawa. El santuario sintoísta más antiguo es casi con toda seguridad el de Izumo, aunque probablemente no fuera fundado, como quiere la tradición, en el lejano siglo III a.C. Algo más moderno pero todavía más importante es el santuario de Ise, sobre el que se volverá más abajo. Pero, en realidad, todo el territorio japonés se considera un producto de la expresión divina; no es casual que se aluda a Japón como Kami no Kuni o el ‘País de los Dioses’. Como ya se apuntó en el apartado dedicado a Jimmu Tenno, según las ideas sintoístas, los dioses creadores Izanagi e Izanami formaron personalmente cada isla del archipiélago, desde el puente flotante de los Cielos, en medio del Océano Primordial.

A menudo se habla del shinto como ‘religión nativa’ de Japón. Sin embargo, como recordamos, los pobladores del archipiélago llegaron a él desde el continente y quizá también desde las islas polinesias, por lo que resulta lógico pensar que las ideas religiosas que más tarde llegarían a sistematizarse en el shinto también viajaron con ellos. De hecho, hay quien explica la noción de kami poniéndola en relación con el concepto polinesio de mana o fuerza numinosa.

Ya vimos con anterioridad que la religiosidad japonesa de las etapas más antiguas se conoce solo de forma indirecta a través del registro arqueológico. Se supone que una religión más o menos próxima a lo que después sería el sintoísmo comenzó a desarrollarse durante los primeros siglos de nuestra era. Los historiadores japoneses suelen hablar de ‘sintoísmo primitivo’ para definir la etapa que va desde estos nebulosos orígenes hasta aproximadamente el siglo VI, cuando el budismo inició su expansión por el país. Desde estos momentos se produjo una progresiva estructuración y homogeneización del sintoísmo. Llegado el siglo X, el antiguo y amplio abanico de ritos y mitos locales se había convertido en una religión organizada, de mitología más o menos coherente, con un sacerdocio bien definido y una cabeza visible: el emperador.

La diosa sintoísta más conocida de Japón es sin duda Amaterasu, ‘la Radiante’ divinidad del sol y antepasada de la Casa Imperial, a la que ya se aludió a propósito de Jimmu Tenno. Junto con su hermano Susanowo, Amaterasu protagoniza uno de los ciclos míticos más célebres del sintoísmo, el denominado Takama no Hara o ‘Llanura de lo Alto’, que merece la pena resumir aquí.

Llanura de lo Alto es el nombre del reino que la asamblea de los dioses decide confiar a Amaterasu a petición de su padre, el dios creador Izanagi. Su hermano Susanowo, ‘el Varón Impetuoso’, es nombrado gobernador de la Llanura Marina. Pero Susanowo, desolado por la muerte de su madre, la diosa creadora Izanami, está provocando la devastación de las tierras a su cargo y además pretende bajar a los Infiernos para visitarla. Ante ello, su padre lo expulsa de la Llanura Marina.

Antes de partir al exilio, Susanowo va a despedirse de su hermana Amaterasu. Ella le recibe armada, temiendo una invasión, pero él le asegura que sus intenciones no son tales, y para demostrárselo le propone que juntos generen nuevas deidades, cosa que hacen empleando el collar de ella y la espada de él. Estos ocho dioses y diosas surgidos de las joyas de Amaterasu y de la espada de Susanowo serían los antepasados de las principales familias nobles de Japón. Se trata concretamente de tres diosas, Tagori, Tagitsu e Ichiki Shima, y cinco dioses, Masaya Akatsukachi Hayabi Ama, Ama no Hohi, Amatsu Hikone, Ikutsu Hikone y Kumano no Kusubi.

Tras esta introducción, el mito pasa a describir el comportamiento de Susanowo en la Llanura de lo Alto. Haciendo honor a su nombre, el dios lleva a cabo toda suerte de acciones turbulentas, que culminan en un desagradable clímax. El episodio en que el Varón Impetuoso arroja un animal sobre las tejedoras de su hermana ha llegado hasta nosotros con ligeras variantes. En algunos casos se habla de un mulo o caballo celeste desollado que cae desde el techo. Otras veces el animal es terreno e irrumpe en los telares enloquecido por el dolor de los latigazos propinados por Susanowo, que le han arrancado la piel de buena parte del cuerpo. En cualquier caso, el resultado siempre es el mismo: Amaterasu se enfurece y huye.

Da inicio así la parte más interesante del mito. Cuando Amaterasu se oculta en la cueva, las consecuencias no se hacen esperar: la oscuridad perpetua cubre la tierra y se interrumpe la sucesión natural de días y noches. Para lograr que salga, los demás dioses celebran, entre otras cosas, tres rituales reflejados directamente en las prácticas sintoístas.

Primero tratan de conmover a la diosa con plegarias. El sintoísmo emplea oraciones denominadas norito que, según parece, a menudo se han transmitido más o menos invariables desde fechas muy tempranas. A continuación, los dioses adornan un árbol sakaki o Cleyera japonica. Este tipo de ciprés desempeña un destacado papel dentro del sintoísmo. Su presencia es habitual en los templos; sus hojas y ramas siempre verdes se utilizan para elaborar diversos objetos sagrados y también se colocan en los altares domésticos.

Después, la diosa Ama no Uzume lleva a cabo un baile que la tradición establece como precedente de las danzas sagradas sintoístas llamadas kagura, ejecutadas por mujeres. El último elemento clave para convencer a la diosa del Sol resulta ser un espejo que las deidades han suspendido en las ramas del árbol junto con una joya. Cuando Amaterasu se asoma movida por la curiosidad, admira su propio reflejo y su luz vuelve a iluminar el mundo. Los demás dioses aprovechan el momento para cerrar la entrada de la cueva y retenerla entre ellos.

Tal vez uno de los elementos que originaron este mito de Amaterasu y la cueva fuera un fenómeno natural que provocó el oscurecimiento transitorio del sol, como un eclipse o una gran erupción volcánica. Otras interpretaciones ven en la historia una alusión a los ciclos estacionales; la danza provocativa de Ama no Uzume sería así un símbolo de la fertilidad que retorna a la tierra en primavera, cuando el sol regresa tras haber estado ‘oculto’ en invierno.

Finalmente, el mito pasa a describir las hazañas de Susanowo en su exilio terrestre. El punto final y culminante de la historia es el matrimonio de Susanowo con la princesa de Izumo. Como recompensa por haberles librado de la monstruosa serpiente de ocho cabezas que devastaba la región, los príncipes del lugar conceden al dios la mano de su última hija. A continuación, el Impetuoso se reconcilia con su hermana ofreciéndole una espada que había hallado en el interior del cuerpo de la serpiente. Huelga decir que la lucha del héroe contra el monstruo es un motivo recurrente y universal, que aparece a menudo en los mitos antiguos. Como rasgo específico de la versión japonesa cabe destacar el hecho de que Susanowo emborracha a la serpiente antes de enfrentarse a ella. Precisamente el licor de arroz o sake se utiliza con mucha frecuencia como ofrenda en los ritos sintoístas.

Además de constituir una interesante muestra de las ideas sintoístas sobre los dioses y sobre la ritualidad que a ellos se asocia, el mito de la Llanura de lo Alto nos relata el origen de unos elementos que han desempeñado un papel muy especial en la historia religiosa de Japón: las Tres Enseñas Imperiales.

 

Las Tres Enseñas Imperiales son también conocidas como los Tres Tesoros Sagrados. Se trata de tres objetos con nombre propio: la espada Kusanagi, el espejo Yata o Yata no Kagami y la joya Yasakani o Yasakani no Magatama.

Como ya dijimos en el apartado dedicado al primer emperador, según la mitología relativa al origen del Casa Imperial japonesa, el nieto de la diosa Amaterasu, Ninigi no Mikoto, descendió desde los cielos portando consigo las Tres Enseñas Imperiales como emblema de legitimidad. Cada objeto simbolizaría además una virtud. La espada equivaldría a la fuerza; la joya sería la benevolencia y espejo vendría a representar la sabiduría.

El espejo Yata sería el mismo que habría animado a Amaterasu a salir de la cueva. Según la tradición, se conserva en el santuario de Ise, el principal centro de culto a Amaterasu en Japón. Hay que decir que el Ise Jingu o santuario de Ise resulta sumamente interesante también en otros aspectos, pues se ha venido destruyendo y reconstruyendo periódicamente cada veinte años desde poco tiempo después de su fundación, estimada hacia el año 4 a.C. Cada restauración trata de reproducir hasta el último detalle el edificio original anterior, de manera que el conjunto parece haber mantenido hasta hoy con relativamente pocas variaciones la arquitectura sacra de Japón del siglo I a.C.

El segundo de los objetos sagrados que componen las Tres Enseñas Imperiales, la espada Kusanagi, ‘la que corta la hierba’, sería el arma encontrada por Susanowo en el cuerpo de la serpiente. Hoy se venera en el templo de Astuta, en Nagoya.

Por último, la tercera Enseña Imperial, la joya Yasakani, custodiada en el Palacio Imperial de Tokyo, sería la que los dioses habrían colgado del árbol, junto con el espejo, a la entrada de la cueva de Amaterasu. A veces se representa como una sola gema, mientras otras fuentes aseguran que se trata de un collar de cuentas de jade.

Todas las enseñas se hallan cuidadosamente empaquetadas. Solamente el emperador de Japón puede quedarse a solas con los tres objetos sagrados, aunque nunca los desenvuelve. De hecho, la presentación de las Tres Enseñas es uno de los puntos culminantes de la ceremonia de coronación.

La idea de que las Tres Enseñas encarnan la legitimidad del gobernante no es solo una metáfora, y no han faltado ocasiones a lo largo de la historia japonesa para demostrarlo. Uno de los episodios más famosos es sin duda el que se produjo en el siglo XIV, cuando existieron dos cortes rivales en el país. La posesión de los Tres Tesoros hizo que la dinastía del sur fuera después reconocida como genuina por los historiadores y por los siguientes emperadores. Menos conocido pero igualmente significativo es el capítulo en el que la familia Taira llevó consigo las Enseñas a la guerra contra los Minamoto a finales del siglo XII.

Como cualquier otra religión, el sintoísmo, aún manteniendo mitos antiguos y ceremonias de gran tradición, fue variando a lo largo de los siglos. Durante los periodos Nara y Heian no solo fue armonizado con el budismo sino que se añadieron también elementos de origen taoísta relacionados con la longevidad y la sanación, sobre todo entre las clases populares. En los siglos XIII y XIV se produjeron nuevas ‘sistematizaciones teológicas’, algunas de las cuales de nuevo distanciaban la noción de kami de las ideas budistas.

Durante los dos primeros shogunatos, Kamakura y Muromachi, y durante la época Momoyama, el budismo había gozado de la preeminencia que le garantizaba el respaldo estatal. Pero las suertes se invirtieron en el último shogunato, es decir, en el periodo Tokugawa. A partir del XVII el sintoísmo recuperó el lugar de honor y se convirtió en un útil elemento político dentro de las ideas Tokugawa de identidad nacional. Este proceso culminaría en un fenómeno complejo y muy interesante desde el punto de vista histórico y antropológico: el sintoísmo de Estado del siglo XIX.