Sexo, violencia y castigo

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Referencias

Asúa Batarrita, A. (2009). “El significado de la violencia sexual contra las mujeres y la reformulación de la tutela penal en este ámbito. Inercias jurisprudenciales”. En Laurenzo, P., Maqueda, M. L. y Rubio, A. (coords.), Género, violencia y derecho. Buenos Aires: Del puerto.

Código Penal colombiano [C. PEN] (2000).

Hacking, I. (1991). “The Making and Molding of Child Abuse”. Critical Inquiry, 17 (2), 253-288. https://doi.org/10.1086/448583

1 Abogada de la Universidad de los Andes, Colombia (1996) y Doctora en Derecho, Harvard Law School, Cambridge, Massachussetts (2007). Profesora Titular de la Universidad de los Andes, Colombia.

2 Abogada de la Universidad de los Andes, Colombia. Doctora en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid, España. Profesora principal de carrera de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario, Colombia.

PRIMERA PARTE

Capítulo 1
La invención y moldeamiento del abuso infantil (3)

Ian Hacking (4)

Algunos actos viles son públicos. Quizás el genocidio es el peor de todos. Otros, como el de una persona que hiere a otra o se causa daño a sí misma, son privados. El abuso de niños, en nuestro cálculo actual, es la peor de las maldades privadas. Queremos acabar con él, pero sabemos que no es posible hacerlo; por lo menos no del todo. La maldad humana (o la enfermedad, si esa es su perspectiva del abuso) no se va a acabar. Pero debemos proteger a cuantos niños podamos. También queremos descubrir y ayudar a quienes ya han sufrido. Cualquiera que esté en desacuerdo con esto ya es casi un monstruo.

Estamos tan convencidos de las verdades morales que casi nunca nos preguntamos qué es el abuso de niños. Sabemos que no lo entendemos. Sabemos poco sobre qué lleva a alguien a hacerle daño a un niño. Pero sentimos que lo que queremos decir con maltra to infantil es perfectamente definitivo. Por esto nos sorprende que la idea misma de lo que es el abuso de niños haya cambiado constantemente en los últimos treinta años. Antes, nuestro concepto actual del abuso de niños ni siquiera existía. La gente hoy en día les hace a los niños las mismas cosas viles que hace un siglo, seguro. Pero las definiciones de maltrato han estado cambiando casi sin darnos cuenta y hemos revisado nuestros valores y códigos morales de conformidad.

Esto no tiene nada de malo. Una de las características más atractivas de la civilización occidental es la manera en la que ocasionalmente refinamos nuestro sentido moral y nos involucramos en procesos de concientización duraderos. Es lo que Norbert Elias, de manera optimista, llamaba “el proceso de la civilización”. Entendemos más sobre el abuso de niños no solo porque hemos descubierto hechos terribles, sino porque hemos clarificado nuestras ideas y aguzado nuestra sensibilidad moral. Este progreso no es como el de entender mejor la esclerosis múltiple o los genes. No se trata simplemente de acercarse a la verdad permanente sobre algo. Una de las diferencias es que, a medida que desarrollamos una idea sobre un tipo de persona o una forma de comportamiento, estos cambian. Los niños experimentan el dolor de manera distinta. Son más conscientes de cómo el maltrato emocional y sexual es doloroso y ven como parte del maltrato hechos que antes ignoraron o reprimieron. De pronto, este dolor es peor cuando se reconoce, o tal vez sea menos dañino a largo plazo. Cualquiera sea el caso, la experiencia del maltrato es distinta. De la misma manera, la experiencia del maltratador, de lo que ha hecho y de cómo lo ha hecho, no es la misma de hace treinta años. Se constituyen nuevas clases de personas que no se ajustan al conocimiento adquirido, no tanto porque el conocimiento estuviera equivocado como por el efecto de retroalimentación. No hay una verdad que, una vez descubierta, permanezca como verdad absoluta, pues una vez tenemos algo como verdadero y se acepta generalmente, cambia a los mismos individuos –maltratadores y niños– sobre los que dicho conocimiento versaba.

Últimamente se ha hablado mucho sobre la construcción social de las ideas, y algo de esto ha sido sobre la idea del abuso de niños (5). Me preocupa menos el que la idea de abuso de niños sea una construcción que el hecho que, como lo he señalado en otra parte, estemos “creando personas” de manera espontánea y acrítica (6). Hay más que un tufillo de teoría del etiquetamiento aquí: a las personas las afecta la manera en la que las llamamos y, lo qué es más importante, las afectan las clasificaciones disponibles para describir sus propias acciones y tomar sus propias decisiones. Las personas actúan y deciden bajo descripciones, y a medida que surgen nuevas posibilidades de descripción, surgen también nuevas posibilidades de acción. Es un callejón de doble vía. Puesto que las personas actúan de forma diferente, de acuerdo con cómo las clasificamos –porque actuamos distinto conforme a cómo nos presentamos a nosotros mismos– las descripciones y clasificaciones deben a su vez ser modificadas.

El abuso de niños ilumina muy bien este tema, pero es peligrosamente real. Despierta grandes pasiones. Es una historia que se desarrolla cada día. Hay largos períodos en los que cada semana hay un nuevo especial de televisión. Cuando empecé a escribir este texto había un programa sobre una línea de emergencia británica dedicada a ayudar a los niños víctimas de maltrato. Eran tantas las llamadas divulgadas por el programa que daba la impresión de que uno de cada diez niños era maltratado. Lo seguía el especial semanal de ABC Battered Children que resaltaba los problemas morales de los médicos en cuanto “primeros en detectar los signos del maltrato”. Los cómics acababan de adueñarse del tema del abuso de niños. El “Hombre araña”, “Rex Morgan” y “Gasoline Alley” tenían historias sobre el tema, mientras que Mary Worth le coqueteaba. El “Hombre araña” tenía un cómic especial sobre el maltrato que circuló entre millones de niños. Pero lo más importante era, tal vez, que cada comunidad en este continente tenía su propio pequeño conjunto de historias de horror locales.

Para enfatizar la importancia del abuso de niños en el debate público, en una versión anterior de este ensayo, hace cuatro años, escribí: “¿La semana próxima? No lo sé, pero puedo predecir con certeza que habrá mucho que decir sobre él”. Esto era innecesariamente modesto. Uno puede hacer predicciones más específicas, o, en cualquier caso, adivinar correctamente. Esta es una de las cosas que uno podría saber por adelantado: el continuo y enorme sentimiento de liberación que las mujeres experimentaron y expresaron cuando finalmente les permitieron recuperar las maneras en las que sus padres las abusaron sexualmente. También podría adivinar fácilmente que las acusaciones de abuso ritual y ritos satánicos se divulgarían como una franquicia exitosa de pueblo en pueblo. (Se esperaba menos que ninguna jurisdicción fuera capaz de obtener una sentencia tajante al condenar actividades que debían involucrar, a lo largo del territorio, a miles de participantes en estos cultos).

En cuanto a predicciones específicas, estaba convencido de que el juicio por abuso de niños de los McMartins en Manhattan Beach, un suburbio de los Ángeles, en muchos sentidos el más caro y espantoso caso de abuso de niños llevado a juicio, iba a terminar en la exoneración de los acusados (7). En Newfoundland un grupo de sacerdotes fue condenado por violencia sexual, y fueron niños la mayoría de las víctimas. En el proceso se estableció además que uno de los refugios para niños administrado por los Christian Brothers, el Mount Cashel, había sido por décadas un lugar donde los cuidadores azotaban y sodomizaban a los niños. El arzobispo de la diócesis estaba al tanto de todo lo que pasaba (renunció a su puesto ante el Papa en julio de 1990). Nada de esto era sorprendente. Cualquiera que medio conociera el contexto sabía que el clero de Newfoundland era un desastre. Después de una reunión, el Comité Ad hoc de violencia sexual de la Conferencia Católica de Obispos Canadienses declaró que “no hay razones para considerar que exista una conexión entre el abuso y el celibato”. Lo que me levantó de mi asiento fue escuchar a un miembro del Comité Ad hoc culpar a la “sociedad” en vez de referirse a los sacerdotes responsables: “la situación es tan grave, que hasta el clero abusa” (8). No anticipé ese tipo de excusa.

Ahora bien, muchos eventos no podían predecirse: por ejemplo, el particular tipo de escándalo de abuso de niños que sacudiría al Reino Unido. La reacción del público americano al caso McMartin se ve tímida cuando se compara con la reacción inglesa en el punto más álgido del Cleveland affair. A diferencia de casi todos los “eventos” anteriores de abuso de niños que habían ocurrido fuera de Estados Unidos, este caso era completamente sui generis, no seguía el patrón americano. En 1986, un artículo del Lancet recomendó una técnica forense conocida como dilatación anal para detectar la posible sodomización de infantes y niños. Dos pediatras en una región de clase trabajadora del noreste de Inglaterra usaron esta técnica como uno de los argumentos para ubicar a 121 niños al cuidado del Estado. Los tabloides y congresistas locales salieron a atacar a los expertos, argumentando que estaban destruyendo la familia británica y debilitando el Estado de derecho. En Estados Unidos, cada escándalo provocaba mucha ira en contra del acusado; en el Reino Unido, por el contrario, a los que se odiaba amargamente era a los pediatras y trabajadores sociales. El número total de palabras sobre el abuso de niños publicado en el Reino Unido se duplicó en solo 18 meses, todo en virtud de este caso (9). La gente comentaba que este era un desastre “inevitable”, pero nadie pudo haber previsto que su eje central fuera la dilatación anal o la intensidad de la furia que se evocó.

 

De vuelta en Estados Unidos, para 1986 ya era posible anticipar ciertos tipos de reacciones políticas y restricciones. Yo consideraba, no obstante, que los programas educativos que ayudaban a que los niños reconocieran los peligros del maltrato estaban suficientemente establecidos. Nunca me imaginé que en 1990 el Estado de California aboliría estos programas bajo el argumento “Piagetano” de que los niños pequeños no habían alcanzado la madurez necesaria para entender lo que se les estaba enseñando (10).

Menciono algunos de los eventos más mediáticos para que recordemos que no podemos escapar del abuso de niños ¿Qué está sucediendo? ¿Acaso es que constantemente nos han vuelto más conscientes de una maldad objetiva que existe entre nosotros, pero hemos sido muy buenos en ignorar? Hay una cantidad de pensadores constructivistas, comprometidos con la idea de que las categorías y las clasificaciones son construcciones sociales, que se resisten a ver el abuso de niños desde la perspectiva de “crear personas”. Estos nominalistas que en otros casos serían meticulosos, protestan y dicen que el abuso de niños es un maltrato real que finalmente ha sido descubierto después de haber estado oculto por generaciones. No estoy en desacuerdo. Creo que el movimiento del abuso de niños ha efectuado la más valiosa, y a la vez más desalentadora, concientización de mi vida. Ha prendido las luces y nos ha obligado a mirarnos al espejo. El reflejo no ha sido gran cosa.

El caso es que para 1960 nadie tenía la más remota idea de lo que contaría como abuso de niños en 1990. No es como que supiéramos qué males debíamos encontrar y al final nos topáramos con más de lo que buscábamos. Aunque ahora confiamos en nuestra letanía de las atrocidades que se les pueden hacer a los niños, todas las cuales metemos en la categoría de abuso de niños, algunas de esas cosas ni siquiera eran problemáticas hace tres décadas. A veces soy escéptico e irónico sobre lo que sigue –no sobre los intentos de ayudar a los niños–, sino sobre la confianza en una verdad sobre este tema, una verdad “allá afuera”, que debemos descubrir y usar. No tengo interés en contribuir al escepticismo generalizado, pero en este caso puede valer la pena. La característica más impactante del abuso de niños, que veo cuatro años después de empezar este trabajo, es la penetrante sensación de depresión.

Washington, junio 27 –Un panel de expertos en cuidado infantil nombrado por el gobierno ha concluido que– “el abuso de niños es una emergencia nacional en los Estados Unidos” y atacó la “falta de una respuesta efectiva” (Tolchin, 1990).

A estas alturas del partido una afirmación de este tipo es extraordinaria. Hace quince años, después de quince años de agitación sin tregua por parte de un grupo inicialmente pequeño de personas, el sentimiento de emergencia se hizo presente. Todo fue exuberante. Nuevos métodos, nuevas agencias, nuevas leyes, nuevas políticas educativas, nueva información para padres, nuevas terapias y, sobre todo, nuevo conocimiento, transformarían el mundo. Fue impactante cuando en 1981 se reportaron 1,1 millones de casos de abuso de niños. Qué mejor razón para sentarse a trabajar en soluciones. Pero en 1989 se reportaron 2,4 millones de casos y aunque el aumento se deba a un incremento en las denuncias, no es posible pensar que el maltrato sea menos que en 1975. La depresión no la sienten solamente las comisiones de expertos. Se siente en las calles, donde trabajadores sociales con condiciones laborales precarias y poca preparación sienten que no pueden más. ¡Si tan solo hubiera más gente y más tiempo!

Y ¿qué tenemos para ofrecerle a más gente con más tiempo si no son más casos de abuso de niños? Los conocimientos se reemplazan casi de manera caprichosa. Acabo de mencionar que California derogó su Programa de Entrenamiento para Prevención del Maltrato. Este programa se creó porque sabíamos, bastante bien, cómo enseñarles a los niños a estar alertas. Ahora, otro conocimiento, basado en otra psicología, dice que los niños no tienen aún los conceptos que les permitirían hacer las distinciones necesarias. El programa era poco sólido en su pedagogía. ¿Habría un estudio que pudiera mostrar cuál programa es mejor? ¿Probablemente uno de estos grandes estudios longitudinales? Estamos llenos de estudios intrascendentes. Cuando se creó la revista de Child Abuse and Neglect en 1976 sus artículos estaban llenos de terribles noticias, pero había confianza en el conocimiento. Ahora el tenor de los artículos es bastante distinto. La escena del abuso de niños es mucho más depresiva hoy en día de lo que ha sido en los últimos treinta años.

Mi propósito no es entender esta maldad, el abuso de niños. No es tampoco explicar o descubrir sus causas, aunque sí invito a que demos un paso atrás y nos preguntemos con escepticismo si estamos usando las ideas correctas de explicación, causa y conocimiento. Mi objetivo no es aquel del historiador social que pretende explicar la súbita aparición del abuso de niños en el debate público en los Estados Unidos en los sesenta y su evolución desde entonces. Haré un breve recuento de esa historia porque es al menos la superficie de la invención y moldeamiento del abuso de niños, así que es un recurso que necesitamos. Mi propósito tampoco es el de un estudioso de la política o los movimientos morales, que intenta explicar los mecanismos que hacen que un asunto surge, se afina y se disipa, como asunto público (11). Mi propósito original era considerar cómo un tipo de comportamiento humano ha cambiado radicalmente, para así entender cómo se forman y se moldean tipos de personas. Estos tipos son, eso creo, distintos a lo que los filósofos llaman tipos naturales pues interactúan con los mismos seres a los que se aplican (12).

El conocimiento acerca de las cosas empieza por clasificarlas, agruparlas, ver conexiones entre ellas y especular sobre causas y efectos. El malestar y la depresión que acompaña el trabajo en abuso de niños son, en parte, consecuencia de tener expectativas y concepciones equivocadas sobre el conocimiento que será la base para la acción. Entonces, lo que inició como un intento más bien abstracto de entender lo que es la naturaleza de la raza humana es, en este momento, algo mucho más cercano a la práctica pues creo que la depresión resulta en parte de esfuerzos fundados en ideas incorrectas sobre el papel del conocimiento y la causalidad en los asuntos humanos.

Por encima de todo, quiero enfatizar la maleabilidad de la idea de abuso de niños. El maltrato, como lo mostraré en mayor detalle, no es una cosa fija. Nuestro concepto actual de abuso de niños ha existido por un poco menos de treinta años, tiempo durante el cual ha sido una gran preocupación, especialmente dentro de los Estados Unidos. Antes de esto, usábamos una serie de ideas que manteníamos separadas; iban desde la crueldad a los niños hasta el abuso sexual de niños. Más allá de los ocasionales casos escandalosos, el público tenía poco interés en el asunto en los años anteriores, entre 1912 y 1962. Desde 1962, el tipo de actos que se clasifican como “abuso de niños” ha cambiado con frecuencia, tanto que quienes no se han mantenido al día aún no saben que la principal connotación para el abuso de niños hoy en día es la de violencia sexual. En el mismo sentido, quienes hasta ahora empiezan a investigar el tema se sorprenden de ver que la atención al abuso de niños inició con rayos x de los huesos en recuperación de bebés de tres años.

1. Conexiones

Antes de adentrarnos en esta historia conceptual es importante recordar las formas en las que el abuso de niños se conecta con otros temas preocupantes. Las ramificaciones parecieran ser infinitas. Aquí nombro algunas, en ningún orden particular. Esto muestra que, actualmente, la idea del abuso de niños puede llevar a casi cualquier otro tema.

1.1. Moralidad

El abuso de niños es un tema intrínsecamente moral. Maltratar a un niño ha llegado a parecernos el peor de los crímenes. Hay una larga tradición en la filosofía empirista inglesa de distinguir el “ser” del “deber ser”, para usar la frase de Hume. Una mera descripción, se dice, no implica nunca una evaluación. Pero no es posible, en nuestros tiempos, describir a alguien como un maltratador sin condenarlo moralmente. El poder evaluativo de la etiqueta proviene en parte de la forma como hemos agrupado distintos tipos de daños. Anteriormente sentíamos diferentes tipos de aversión moral frente al padre que voluntariamente descuida a su hijo; contra una persona que salvajemente golpea a un inocente; frente a un extraño que abusa sexualmente a un niño; y contra el incesto. Pero cuando todo esto funciona conjuntamente como abuso de niños, cuando el vicio sexual es lo que frecuentemente se invoca con la frase “abuso de niños”, y cuando la víctima es un niño, un inocente, no debería sorprendernos que nuestras sensibilidades morales más primitivas y profundas se desplieguen completamente. Todo nuestro sistema de valores se ha visto afectado por la trayectoria de la categoría del abuso de niños en los últimos treinta años; se ha producido una nueva constelación de lo que es la maldad moral absoluta: el abuso de niños. Los relativistas podrían argumentar que algunas de las cosas a las que se les llama abuso de niños solo son vistas de tal forma en una cultura como la nuestra. Pero nadie ha sugerido que nuestra aversión frente al abuso de niños sea “meramente relativa a nuestra cultura”. No obstante, hay tanta moralidad, tanta superioridad moral aquí que uno puede empezar a sospechar que una pseudomoralidad está infiltrándose.

1.2. Feminismo

La visibilidad pública del abuso de niños se debe, en parte, al movimiento de mujeres, aunque algunas de sus conexiones con este movimiento son inesperadas. Por ejemplo, supongo que el término “esposa maltratada” sigue al del “síndrome del niño maltratado” y no al revés. La expresión “niño maltratado” apareció en inglés en 1961 y la introdujeron médicos hombres. La expresión “esposas maltratadas” en cambio es sorpresivamente más reciente, y se piensa que se usó por primera vez en Inglaterra con la creación de un refugio dedicado a proteger a esposas maltratadas. Esto ocurrió en 1970, por Erin Pizzery, autora del poderoso libro Scream Quietly or the Neighbors Will Hear (13). Sin el feminismo no hubiera sido posible que la idea del abuso de niños absorbiera la noción de violencia sexual de niños. Las agresiones en contra de las mujeres y los niños se han asimilado y el fenómeno del abuso de niños se ve ahora como un aspecto más de la dominación patriarcal.