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—Descargada —dijo.

Tiró el arma lejos. Cayó estrepitosamente colina abajo.

Luke miró el arma rebotar. Parecía durar más de lo que él nunca hubiera esperado. Finalmente, se deslizó hasta detenerse en un pedregal de rocas sueltas. Miró a Murphy de nuevo. Murphy simplemente se quedó sentado allí, mirando a la nada.

Si venían más talibanes, estarían acabados. A ninguno de estos tipos les quedaban muchas fuerzas y la única arma que Stone aún tenía era la bayoneta doblada en sus manos. Por un momento, pensó distraídamente en rebuscar entre algunos de estos tipos muertos en busca de armas. No sabía si le quedaban fuerzas para ponerse en pie. Puede que, en su lugar, tuviera que arrastrarse.

Una línea de insectos negros apareció en el cielo desde muy lejos. Supo lo que eran en ese mismo instante, helicópteros. Helicópteros militares de los Estados Unidos, probablemente Halcones Negros. La caballería se acercaba, pero Luke no se sintió ni bien, ni mal por ello.

No sintió nada en absoluto.

CAPÍTULO TRES

19 de marzo

De noche

Un avión sobre Europa.

—¿Están ustedes cómodos?

—Sí, señor —dijo Luke.

Murphy no respondió. Se sentó en un sillón reclinable al otro lado del estrecho pasillo de donde estaba Luke, mirando por la ventana a la vacía oscuridad. Estaban en un pequeño jet, decorado casi como si fuera la sala de estar de alguien. Luke y Murphy se sentaban en la parte de atrás, mirando hacia adelante. Al frente había tres hombres, incluido un coronel de las Fuerzas Delta y un general condecorado del Pentágono. También había un hombre vestido de civil.

Detrás de los hombres había dos boinas verdes, en posición vigilante.

—¿Especialista Murphy? —dijo el general. —¿Está cómodo?

Murphy bajó la persiana de la ventanilla. —Sí, estoy bien.

—Murphy, ¿sabe cómo hay que dirigirse a un oficial superior? —dijo el coronel.

Murphy se apartó de la ventanilla. Miró directamente a los hombres por primera vez.

—Ya no estoy en su ejército.

—En ese caso, ¿por qué está en este avión?

Murphy se encogió de hombros. —Alguien me ofreció dar un paseo. No hay muchos vuelos comerciales que salgan de Afganistán en estos días, así que pensé que sería mejor coger este.

El hombre vestido de civil miró hacia la puerta de la cabina.

—Si ya no está en el ejército, supongo que siempre podríamos pedirle que se fuera. Por supuesto, hay un largo camino hasta el suelo.

Murphy siguió los ojos del hombre.

—Hazlo, te prometo que vendrás conmigo.

Luke sacudió la cabeza. Si esto fuera un patio de recreo, casi sonreiría. Pero esto no era un patio de recreo y estos hombres estaban extremadamente serios.

—Está bien, Murph —dijo. —Cálmate un poco. Yo estaba en esa colina contigo y nadie de este avión nos puso allí.

Murphy se encogió de hombros. —Está bien, Stone. —miró al general. —Sí, estoy cómodo, señor. Muy cómodo, gracias.

El general miró los papeles que tenía delante.

—Gracias, caballeros, por su servicio. Especialista Murphy, si está interesado en que se le dé de baja en sus obligaciones de forma anticipada, le sugiero que lo comente con su comandante cuando regrese a Fort Bragg.

—De acuerdo—, dijo Murphy.

El general miró hacia arriba. —Como saben, esta ha sido una misión difícil, que no ha ido exactamente como se había planeado. Me gustaría aprovechar la oportunidad para familiarizarme con los hechos ocurridos en esta incursión. Tengo los registros del informe de la misión, de cuando ambos regresaron a Bagram. Según el testimonio y la evidencia fotográfica, reconozco que la misión en general ha sido un éxito. ¿Estaría de acuerdo con eso, Sargento Stone?

—Eh... si por la misión en general, se refiere a encontrar y asesinar a Abu Mustafa Faraj, entonces sí, señor. Supongo que ha sido un éxito.

—Eso es lo que he querido decir, Sargento. Faraj era un peligroso terrorista y el mundo es un lugar mejor, ahora que se ha ido. ¿Especialista Murphy?

Murphy miró al general. A Luke le quedó claro que Murphy ya no estaba allí. Estaba mejor que la mañana siguiente a la batalla, pero no mucho.

—¿Sí? —dijo.

El general apretó los dientes. Miró a los hombres a su izquierda y su derecha.

—¿Cuál es su evaluación de la misión, por favor?

Murphy asintió. —Oh. ¿La que acabamos de hacer?

—Sí, Especialista Murphy.

Murphy tardó varios segundos en responder, parecía estar pensando en ello.

—Bueno, perdimos a nueve chicos de las Delta y dos pilotos de helicópteros. Martínez está vivo, pero tiene los huevos revueltos. Además, matamos a un grupo de niños, según me han dicho, e incluso a algunas mujeres. Había montones de tipos muertos en el suelo. Me refiero a cientos de chicos muertos. Y supongo que allí también había un famoso terrorista, pero nunca lo llegué a ver, así que... algo a lo estamos acostumbrados, supongo que se podría decir. Parece que es así cómo van estas cosas. Este no ha sido mi primer rodeo, si sabes a qué me refiero.

Miró a Luke al otro lado del pasillo.

—Stone parece estar bien. Y con respecto a mí, no me he hecho ni un rasguño. Podría decir con seguridad que ha ido bien.

Los oficiales miraron a Murphy.

—Señor —dijo Luke. —Creo que lo que el Especialista Murphy está intentando decir y verá en mi testimonio que estoy de acuerdo, es que la misión estaba mal concebida y probablemente mal supervisada. El Teniente Coronel Heath era un hombre valiente, señor, pero tal vez no fuera un estratega o un táctico muy bueno. Después de que se estrellara el primer helicóptero, le pedí que abortara la misión y se negó. También fue responsable personalmente de la muerte de varios civiles y probablemente de la muerte del cabo Wayne Hendricks.

De forma absurda, decir el nombre de su amigo casi hizo llorar a Luke. Los estaba disgustando de nuevo, este no era el momento ni el lugar.

El general volvió a mirar su papeleo. —¿Y, sin embargo, está de acuerdo en que la misión ha sido un éxito? ¿El objetivo de la misión ha sido alcanzado?

Luke pensó en eso un largo rato. En el sentido militar propiamente dicho, habían logrado el objetivo de la misión, eso era cierto. Habían matado a un terrorista que estaba en busca y captura y tal vez en algún momento, eso salvaría vidas. Incluso podría llegar a salvar muchas más vidas de las que se habían perdido.

Así era como estos hombres querían definir el éxito.

—¿Sargento Stone?

—Sí, señor, estoy de acuerdo.

El general asintió. También lo hizo el coronel. El hombre vestido de civil no respondió.

El general reunió sus papeles y se los entregó al coronel.

—Bien —dijo. —Caballeros. pronto aterrizaremos en Alemania, y luego me despediré de ustedes. Antes de hacerlo, quiero remarcar que creo que han hecho un gran trabajo y que deberían estar muy orgullosos. Obviamente, ustedes son hombres valientes y muy hábiles en sus trabajos. Su país tiene con ustedes una deuda de gratitud, una que nunca se les podrá pagar apropiadamente y tampoco será reconocida de manera pública.

Hizo una pausa.

—Por favor, reconozcan que la misión de matar a Abu Mustafa Faraj al-Jihadi, aunque fue un éxito, no se produjo. No existe en ningún registro, ni existirá jamás. Los hombres que perdieron la vida como parte de esta misión murieron en unas maniobras de entrenamiento durante una tormenta de arena.

Los miró, ahora con ojos duros.

—¿Entendido?

—Sí, señor —dijo Luke, sin dudarlo. El hecho de que estuvieran haciendo desaparecer esta misión no le sorprendió lo más mínimo. Él también la haría desaparecer, si pudiera.

—¿Especialista Murphy?

Murphy levantó una mano y se encogió de hombros. —Es tu problema, tío. Creo que nunca he estado en una misión que haya existido.

CAPÍTULO CUATRO

23 de marzo

16:35 horas

Mando de Operaciones Especiales del Ejército de los Estados Unidos

Fort Bragg

Fayetteville, Carolina del Norte

—¿Puedo traerte una taza de té?

Luke asintió. —Gracias.

La esposa de Wayne, Katie, era una chica preciosa, rubia, pequeña, bastante más joven que Wayne. Luke pensó que tal vez tendría veinticuatro años. Estaba embarazada de ocho meses de su hija y estaba enorme.

Vivía en un alojamiento básico, a medio kilómetro de Luke y Becca. La casa era un pequeño chalé de tres habitaciones, en un vecindario de casas exactamente idénticas. Wayne estaba muerto y ella estaba allí porque no tenía dónde ir.

Le llevó a Luke su té en una pequeña taza decorada, la versión adulta de las tazas que usan las niñas cuando juegan a fiestas del té imaginarias. Ella se sentó frente a él en la sala de estar, amueblada de forma austera. El sofá era un futón que podía convertirse en una cama doble para invitados.

Luke había visto dos veces antes a Katie, ambas veces durante cinco minutos o menos. No la había visto desde antes de estar embarazada.

—Eras el gran amigo de Wayne —dijo ella.

—Sí, lo era.

Ella se quedó mirando su taza de té, como si tal vez Wayne estuviera flotando en el fondo.

—Y estabas en la misión donde murió —no era una pregunta.

—Sí.

—¿Lo viste? ¿Lo viste morir?

A Luke no le estaba gustando la dirección que estaban tomando estas preguntas. ¿Cómo responder a una pregunta así? Luke no vio los disparos que mataron a Wayne, pero le había visto morir, de acuerdo. Daría cualquier cosa por no haberlo visto.

 

—Sí.

—¿Cómo murió? —preguntó ella.

—Murió como un hombre, como un soldado.

Ella asintió, pero no dijo nada. Tal vez esa no era la respuesta que estaba buscando, pero Luke no quería ir más lejos.

—¿Sufrió? —dijo ella.

Luke sacudió la cabeza. —No.

Ella lo miró a los ojos. Sus ojos estaban rojos y llenos de lágrimas. Había una tristeza terrible en ellos. —¿Cómo puedes saberlo?

—Hable con él, me dijo que te dijera que te amaba.

Era una mentira, por supuesto. Wayne no había logrado pronunciar una oración completa, pero era una mentira piadosa. Luke creía que Wayne lo habría dicho, si hubiera podido.

—¿Es por eso que has venido hasta aquí, Sargento Stone? —dijo ella. —¿Para decirme eso?

Luke cogió una bocanada de aire.

—Antes de que muriera, Wayne me pidió que fuera el padrino de vuestra hija —dijo Luke. —Acepté y estoy aquí para honrar ese compromiso. Tu hija nacerá pronto y quiero ayudarte a superar esta situación en todo lo que pueda.

Hubo una larga y silenciosa pausa entre ellos. La pausa se alargó más y más tiempo.

Finalmente, Katie negó con la cabeza, sólo un poco, y habló en voz baja.

—Nunca podría dejar que un hombre como tú fuera el padrino de mi hija. Wayne está muerto por culpa de hombres como tú. Mi niña nunca tendrá un padre por culpa de hombres como tú, ¿lo entiendes? Estoy aquí porque todavía tengo atención médica, así que mi bebé nacerá aquí. ¿Pero después de eso? Voy a correr lo más lejos posible del Ejército y de gente como tú, tanto como pueda. Wayne fue un estúpido por involucrarse en esto y yo fui una estúpida por aceptarlo. No tienes por qué preocuparte, Sargento Stone, no tienes ninguna responsabilidad conmigo. Tú no eres el padrino de mi bebé.

Luke no pudo pensar en una sola cosa que decir. Miró su taza y vio que ya se había terminado su té. Puso la taza de té sobre la mesa. Ella la recogió y movió su cuerpo hacia la puerta de la pequeña casa. Abrió la puerta y la mantuvo abierta.

—Que pases un buen día, Sargento Stone.

Él la miró fijamente.

Ella empezó a llorar. Su voz era más suave que nunca.

—Por favor, sal de mi casa. Sal de mi vida.

* * *

La cena fue monótona y triste.

Se sentaron frente a la mesa, sin hablar. Ella había hecho pollo relleno y espárragos y estaba bueno. Le había abierto una cerveza y la había vertido en un vaso, todo por complacerle.

Estaban comiendo en silencio, casi como si las cosas fueran normales.

Pero no podía mirarla.

Había una pistola de color negro mate de nueve milímetros en la mesa, cerca de su mano derecha. Estaba cargada.

—Luke, ¿estás bien?

El asintió. —Sí, estoy bien —le dio un sorbo a su cerveza.

—¿Por qué está tu arma sobre la mesa?

Finalmente, él la miró. Era hermosa y, por supuesto, él la amaba. Estaba embarazada de su hijo y llevaba una blusa premamá con estampado de flores. Casi podría llorar por su belleza y por el poder de su amor por ella. Lo sintió intensamente, como una ola rompiendo contra las rocas.

—Uh, está ahí por si la necesito, nena.

—¿Por qué ibas a necesitarla? Sólo estamos cenando. Estamos en la base, a salvo, nadie puede…

—¿Te molesta? —dijo.

Ella se encogió de hombros. Deslizó un pequeño trozo de pollo dentro de su boca. Becca comía lenta y cuidadosamente. Comía en pequeños bocados y a menudo le llevaba mucho tiempo terminarse la cena. No se tomaba la comida como otras personas lo hacían, a Luke le encantaba eso de ella. Era una de sus diferencias. Procuraba ​​masticar bien su comida.

La observó masticar a cámara lenta. Sus dientes eran grandes, tenía dientes de conejo. Era bonito, entrañable.

—Sí, un poco —dijo ella. —Nunca has hecho eso antes. ¿Tienes miedo de que...?

Luke sacudió la cabeza. —No le tengo miedo a nada. Tenemos un hijo en camino, ¿de acuerdo? Es importante que mantengamos a nuestro hijo a salvo, es nuestra responsabilidad. Es un mundo peligroso, Becca, por si no lo sabías.

Luke asintió ante la verdad de lo que estaba diciendo. Cada vez más, comenzaba a percibir los peligros a su alrededor. Había cuchillos afilados para preparar la cena en el cajón de la cocina. Había cuchillos de corte y un gran cuchillo de carnicero en un bloque de madera en la encimera. Había unas tijeras en el armario detrás del espejo del baño.

El coche tenía frenos y alguien podría cortar fácilmente los cables de los frenos. Si Luke sabía cómo hacerlo, mucha otra gente sabría. Y había mucha gente que quería ajustar cuentas con Luke Stone.

Casi parecía como si...

Becca estaba llorando. Apartó la silla de la mesa y se levantó. Su rostro se había vuelto carmesí en los últimos diez segundos.

—¿Cariño? ¿Qué pasa?

—Tú —dijo ella, las lágrimas corrían por su rostro. —Te pasa algo malo. Nunca habías vuelto a casa así antes. Apenas me has hablado, no me has tocado en absoluto, siento que soy invisible. Te quedas despierto toda la noche, parece que no has dormido nada desde que llegaste. Ahora tienes un arma encima de la mesa. Tengo un poco de miedo, Luke. Me temo que ha pasado algo muy, muy malo.

Se puso de pie y ella dio un paso atrás. Sus ojos se ensancharon.

Esa mirada. Era la mirada de una mujer que le tenía miedo a un hombre. Y él era ese hombre, eso le horrorizó. Era si se hubiera despertado bruscamente. Nunca imaginó que ella lo miraría de esa manera. Él nunca habría querido que ella le mirara de esa manera, ni a él, ni a nadie, por ninguna razón.

Echó un vistazo a la mesa. Había colocado un arma cargada allí durante la cena. Ahora, ¿por qué hacía eso? De repente, se avergonzaba de esa pistola. Era cuadrada, rechoncha y fea. Quería taparla con una servilleta, pero era demasiado tarde, ella ya la había visto.

Él la miró de nuevo.

Se quedó delante de él, sumisa, como una niña, con los hombros encorvados, la cara arrugada, las lágrimas corriendo por sus mejillas.

—Te quiero —dijo ella. —Pero estoy muy preocupada en este momento.

Luke asintió. Lo siguiente que dijo le sorprendió.

—Creo que podría necesitar irme por un tiempo.

CAPÍTULO CINCO

14 de abril

9:45 Hora del Este

Centro de Atención Médica del Departamento de Asuntos de Veteranos (VA) de Fayetteville

Fayetteville, Carolina del Norte

—¿Por qué estás aquí, Stone?

La voz sacudió a Luke de cualquier ensueño en el que pudiera estar perdido. A menudo vagaba solo a través de sus pensamientos y los recuerdos de estos días, y después no podía recordar en qué había estado pensando.

Miró hacia arriba.

Estaba sentado en una silla plegable entre un grupo de ocho hombres. La mayoría de los hombres estaban sentados en sillas plegables, dos iban en silla de ruedas. El grupo ocupaba un rincón de una sala abierta, grande pero triste. Las ventanas de la pared opuesta mostraban un día soleado de principios de primavera. De alguna manera, la luz del exterior no parecía entrar en la habitación.

El grupo estaba colocado en un semicírculo, frente a un hombre barbudo de mediana edad, con una barriga grande. El hombre llevaba pantalones de pana y una camisa de franela roja. La barriga sobresalía hacia afuera, casi como si se hubiera escondido una pelota de playa debajo de la camisa, excepto que la parte frontal era plana, como si el aire se estuviera escapando. Luke sospechaba que, si le golpeaba en el estómago, estaría tan duro como una sartén de hierro. El hombre era alto y se inclinaba hacia atrás en su silla, con sus delgadas piernas en línea recta delante de él.

—¿Disculpe? —dijo Luke.

El hombre sonrió, pero no había humor en ello.

—¿Por qué... estás... aquí...? —dijo de nuevo. Lo dijo lentamente esta vez, como si estuviera hablando con un niño pequeño o con un imbécil.

Luke miró a los hombres a su alrededor. Era la terapia de grupo para los veteranos de guerra.

Era una pregunta razonable, Luke no tendría que estar aquí. Estos chicos estaban destrozados, físicamente desarmados y traumatizados.

Algunos de ellos parecía como si no fueran a regresar nunca más. Un tipo llamado Chambers era probablemente el peor. Había perdido un brazo y ambas piernas. Su rostro estaba desfigurado, la mitad izquierda estaba cubierta por vendas, una gran placa de metal le sobresalía por debajo, estabilizando lo que quedaba de los huesos faciales de ese lado. Había perdido el ojo izquierdo y todavía no se lo habían reemplazado. En algún momento, después de terminar de reconstruirle su orificio orbital, iban a ponerle un nuevo ojo falso.

Chambers había viajado en un Humvee que había pasado por encima de un artefacto explosivo improvisado en Irak. El dispositivo era una innovación sorprendente: una carga hueca, que penetró hacia arriba a través del tren de aterrizaje del vehículo y luego por encima de Chambers, separándolo de abajo arriba. El ejército estaba modernizando los viejos Humvees con una armadura pesada y rediseñando los nuevos, para protegerse contra este tipo de ataques en el futuro, pero eso ya no iba a ayudar a Chambers.

A Luke no le gustaba mirar a Chambers.

—¿Por qué estás aquí? —dijo el líder una vez más.

Luke se encogió de hombros. —No lo sé, Riggs. ¿Por qué estás tú aquí?

—Estoy tratando de ayudar a hombres a recuperar sus vidas —dijo Riggs. Lo dijo sin alterarse. O bien era una respuesta estándar que guardaba para cuando la gente lo retaba, o realmente lo creía. —¿Qué hay de ti?

Luke no dijo nada, pero todos lo miraron fijamente. Rara vez decía algo en este grupo. Él, posiblemente, muy pronto dejaría de asistir. No creía que le estuviera ayudando. La verdad sea dicha, pensaba que todo era una pérdida de tiempo.

—¿Tienes miedo? —dijo Riggs. —¿Ese es el motivo por el que estás aquí?

—Riggs, si piensas eso, es que no me conoces bien.

—Ah —dijo Riggs y levantó un poco sus manos carnosas. —Ahora estamos llegando a alguna parte. Eres un tipo duro, eso ya lo sabemos, así que hazlo. Da el paso, cuéntanoslo todo sobre el Sargento de Primera Clase Luke Stone, de las Fuerzas Especiales del Ejército de los Estados Unidos. Delta, ¿verdad? De mierda hasta el cuello, ¿verdad? ¿Uno de los tipos que fue a esa misión fallida para matar al hombre de Al Qaeda, el tipo que supuestamente perpetró el atentado contra el USS Sarasota?

—Riggs, yo no sé nada sobre ninguna misión como esa. Una misión como esa sería información clasificada, lo que significaría que si cualquiera de nosotros supiera algo al respecto, no estaríamos en libertad...

Riggs sonrió e hizo un movimiento de giro con la mano. —Para discutir un asesinato premeditado, tan importante y crucial como este que nunca ha existido, en primer lugar. Sí, sí, sí. Todos sabemos lo que se dice, ya lo hemos escuchado antes. Créeme, Stone, no eres tan importante. Cada hombre en este grupo ha visto un combate. Todos los hombres de este grupo son íntimamente conscientes de que...

—¿Qué tipo de combate has visto tú, Riggs? —dijo Luke. —Estabas en la Marina, en un destructor en medio del océano. Has estado detrás de un escritorio en este hospital durante los últimos quince años.

—Esto no va sobre mí, Stone, sino sobre ti. Estás en un hospital de Veteranos, en la sala de psiquiatría, ¿verdad? Yo no estoy en la sala de psiquiatría, tú sí. Yo trabajo en la sala de psiquiatría y tú vives allí. Pero no estás obligado, estás aquí voluntariamente. Puedes salir de aquí cuando quieras, incluso en medio de esta sesión, si lo deseas. Fort Bragg está a cinco o seis kilómetros de aquí. Todos tus viejos amigos están allí, esperándote. ¿No quieres volver junto a ellos? Te están esperando, tío. Rock and roll. Siempre habrá otra misión clasificada FUBAR (Estropeado Hasta Lo Irreconocible, por sus siglas en inglés) en la que enrolarse.

Luke no dijo nada, se limitó a mirar a Riggs, que estaba fuera de sí. Él era el que estaba loco, ni siquiera era capaz de mantener la calma.

—Stone, os veo de vez en cuando aquí, a los chicos Delta. Nunca tenéis un rasguño encima. Sois como, sobrenaturales. Las balas, de alguna manera, nunca os dan. Pero estáis asustados, quemados. Habéis visto demasiado, habéis matado a demasiada gente. Tenéis su sangre en vuestras manos. Es invisible, pero está ahí.

 

Riggs asintió para sí mismo.

—Tuvimos un chico Delta por aquí hace tres años, de tu edad más o menos, él insistió en que estaba bien. Acababa de regresar de una misión secreta en Afganistán. Aquello había sido un matadero, por supuesto, pero él no necesitaba toda esta cháchara. ¿Te suena a alguien conocido? Cuando salió de aquí, se fue a su casa, mató a su esposa, a su hija de tres años y luego se metió una bala en la cabeza.

Una pausa se extendió entre Luke y Riggs. Ninguno de los otros hombres dijo una sola palabra. El tipo era un aprieta-botones. Por alguna razón, entendió que ese era su trabajo. Era importante que Luke se mantuviera fresco y no permitiera que Riggs se metiera bajo su piel, pero a Luke no le gustaban este tipo de cosas. Sintió una oleada levantándose dentro de él. Riggs se estaba moviendo en territorio peligroso.

—¿Es eso de lo que tienes miedo? —dijo Riggs. —Te preocupa ir a casa y esparcir los sesos de tu esposa por todo el...

Luke se levantó de su silla y cruzó el espacio entre él y Riggs en menos de un segundo. Antes de que supiera lo que había sucedido, agarró a Riggs, le dio una patada a la silla que tenía debajo y lo arrojó al suelo como si fuera una muñeca de trapo. La cabeza de Riggs chocó con las baldoses de piedra.

Luke se agachó sobre él y levantó su puño.

Los ojos de Riggs estaban muy abiertos y por una fracción de segundo el miedo cruzó su rostro. Entonces su actitud tranquila volvió.

—Eso es lo que quiero ver —dijo. —Un poco de entusiasmo.

Luke respiró hondo y dejó que su puño se relajara. Miró a los otros hombres a su alrededor, ninguno de ellos había hecho un movimiento. Sólo se quedaron mirando de manera indiferente como si, que un paciente atacara a su terapeuta, fuera una parte normal de su día.

No, no era eso, se quedaron mirando como si no les importara lo que sucediera, como si se hubieran quedado sin fuerzas.

—Sé lo que estás intentando hacer —dijo Luke.

—Estoy tratando de sacarte de tu caparazón, Stone. Y parece que finalmente está empezando a funcionar.

* * *

—No te quiero aquí —dijo Martínez.

Luke se sentó en una silla de madera junto a la cama de Martínez. La silla era sorprendentemente incómoda, como si hubiera sido diseñada para desalentar la vagancia.

Luke estaba haciendo lo que había evitado durante semanas: estaba haciéndole una visita a Martínez. El hombre estaba en un edificio diferente del hospital, sí. Pero era todo un paseo de doce minutos desde la habitación de Luke. Hasta ahora no había sido capaz de enfrentarse a ese paseo.

Martínez había emprendido un largo camino, un camino por el que parecía no tener interés en pasar. Sus piernas habían sido destrozadas y no se pudieron salvar. Una la tuvieron que cortar por debajo de su pelvis, la otra por debajo de la rodilla. Todavía podía mover los brazos, pero estaba paralizado justo desde debajo de su caja torácica en adelante.

Antes de que Luke entrara, una enfermera le susurró que Martínez pasaba la mayor parte del tiempo llorando. También pasaba mucho tiempo durmiendo, estaba tomando una gran dosis de sedantes.

—Sólo he venido a decirte adiós —dijo Luke.

Martínez había estado mirando por la ventana el día brillante de fuera. Ahora se había vuelto para mirar a Luke. Su cara estaba bien, siempre había sido un chico guapo y todavía lo era. Dios, o el Diablo, o quienquiera que estuviera a cargo de estas cosas, le había perdonado la cara al tío.

—Hola y adiós, ¿vale? Me alegro por ti, Stone. Todos estáis de una pieza, saldréis caminando de aquí, probablemente obtendréis una medalla, algún tipo de mención. Nunca veréis otro minuto de combate porque estabais en la sala de psicología. Montad un despacho, ganad más dinero, enviad a otros chicos. Bien por ti, tío.

Luke se sentó en silencio. Cruzó una pierna sobre la otra y no dijo una palabra.

—Murphy estuvo aquí hace un par de semanas, ¿lo sabías? Le pregunté si iba a ir a verte, pero me dijo que no, que no quería verte. ¿Stone? Stone le sigue la corriente a los jefazos. ¿Por qué debería ver a Stone? Murphy dijo que se iba a subir a un tren de carga y a viajar por todo el país, como un vagabundo. Ese es su plan. ¿Sabes lo que pienso? Creo que se va a pegar un tiro en la cabeza.

—Siento mucho lo que pasó —dijo Luke.

Pero Martínez no estaba escuchando.

—¿Cómo está tu esposa, tío? ¿El embarazo va bien? ¿El pequeño Luke junior está en camino? Eso es muy bonito, Stone, me alegro por ti.

—Robby, ¿te he hecho algo? —dijo Luke.

Las lágrimas comenzaron a correr por la cara de Martínez. Golpeó la cama con los puños. —¡Mírame, tío! ¡No tengo piernas! Voy a estar orinando y cagando en una bolsa el resto de mi vida, ¿de acuerdo? No puedo caminar, nunca más voy a caminar. No puedo...

Sacudió la cabeza. —No puedo...

Ahora Martínez comenzó a llorar.

—Yo no he hecho esto —dijo Luke. Su voz sonaba pequeña y débil, como la voz de un niño.

—¡Sí! ¡Lo hiciste! Tú hiciste esto. Fuiste tú, era tu misión, éramos tus hombres y ahora estamos muertos, todos menos tú.

Luke sacudió la cabeza. —No, era la misión de Heath. Yo sólo estaba…

—¡Bastardo! Sólo estabas siguiendo órdenes, pero podrías haber dicho que no.

Luke no dijo nada. Martínez respiró profundamente.

—Te dije que me mataras —él apretó los dientes. —Te dije… que… me… mataras. Ahora mira esto... este lío. Sólo tú podías. —él negó con la cabeza. —Podrías haberlo hecho, nadie lo hubiera sabido.

Luke lo miró fijamente. —No podía matarte, eres mi amigo.

—¡No digas eso! —dijo Martínez. —Yo no soy tu amigo.

Volvió la cabeza hacia la pared. —Vete de mi habitación.

—Robby...

—¿A cuántos hombres has matado, Stone? ¿A cuántos, eh? ¿Un centenar? ¿Doscientos?

Luke habló apenas por encima de un susurro. Respondió honestamente. —No lo sé, perdí la cuenta.

—¿No podías matar a un hombre como un favor? ¿Un favor para tu supuesto amigo?

Luke no habló. Tal cosa nunca se le había ocurrido antes. ¿Matar a su propio hombre? Pero ahora se daba cuenta de que era posible.

Por una fracción de segundo, estuvo de vuelta en aquella ladera esa fría mañana. Vio a Martínez tendido de espaldas, llorando. Luke se acercó a él. No quedaba munición. Todo lo que Luke tenía era la bayoneta retorcida en su mano. Se agachó junto a Martínez, la bayoneta sobresalía de su puño como un pico. La extendió hacia arriba, sobre el corazón de Martínez, y...

—No te quiero aquí —dijo Martínez ahora. —Te quiero fuera de mi habitación. Vete, ¿vale, Stone? Vete ahora mismo.

De repente, Martínez comenzó a gritar. Cogió el botón de llamada a la enfermera desde su cama y comenzó a apretarlo con el pulgar.

—¡Te quiero fuera! ¡Sal! ¡Fuera!

Luke se puso de pie. Levantó las manos. —Está bien, Robby, está bien.

—¡FUERA!

Luke se dirigió a la puerta.

—Espero que te mueras, Stone. Espero que tu bebé se muera.

Entonces Luke salió al pasillo. Dos enfermeras venían hacia él, caminando, pero moviéndose rápido.

—¿Está bien? —dijo la primera.

—¿Me has oído, Stone? Espero que tu...

Pero Luke ya se había tapado los oídos y corría por el pasillo. Corrió por el edificio, ahora dándose prisa, jadeando en busca de aire. Vio la señal de SALIDA, se volvió hacia ella y atravesó las puertas dobles. Luego corrió por los terrenos a lo largo de un camino de hormigón. Aquí y allá, la gente se volvía para mirarlo, pero Luke siguió corriendo. Corrió hasta que sus pulmones empezaron a arder.

Un hombre venía por el otro lado. El hombre era mayor, pero ancho y fuerte. Caminaba erguido con aire militar, pero llevaba vaqueros azules y una chaqueta de cuero. Luke estaba casi encima de él antes de darse cuenta de que lo conocía.

—Luke —dijo el hombre. —¿Hacia dónde corres, hijo?

Luke se detuvo. Se inclinó y puso sus manos sobre las rodillas. Su aliento llegaba como ásperas limas. Luchaba en busca de unos pulmones más grandes.

—Don —dijo. Don, tío, no estoy en forma.

Se puso recto. Extendió su mano para estrechar la mano de Don Morris, pero en lugar de eso, Don lo envolvió en un abrazo de oso. Lo sintió... Luke no tenía palabras. Don era como un padre para él, los sentimientos surgieron. Se sintió seguro, aliviado. Se sentía como si durante mucho tiempo, hubiera estado guardando tantas cosas dentro de él, cosas que Don sabía intuitivamente, sin tener que decírselas. El abrazo de Don Morris parecía como estar en casa.