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Después de un largo momento, se separaron.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo Luke.

Imaginó que Don había venido desde Washington para reunirse con los oficiales de Fort Bragg, pero Don disipó esa idea en unas pocas palabras.

—He venido a buscarte —dijo.

* * *

—Es un buen trato —dijo Don. —Lo mejor que vas a conseguir.

Estaban conduciendo por las calles adoquinadas del centro de Fayetteville en un sedán de alquiler indescriptible. Don estaba al volante, Luke en el asiento del copiloto. Había gente sentada en las cafeterías y restaurantes al aire libre a lo largo de las aceras. Era una ciudad militar, muchas de las personas que iban de un lado a otro estaban erguidas y en forma.

Pero además de estar saludables, también parecían felices. En este momento, Luke no podía imaginar cómo era sentirse así.

—Explícamelo otra vez —dijo.

—Tú sales con el rango de Sargento Mayor. Una baja honorable, efectiva al final de este año civil, aunque puedes pedir un permiso indefinido esta tarde. La nueva paga entra en vigencia de inmediato y continúa hasta tu baja. Tu registro de servicio está intacto y tu pensión de veterano de guerra, así como todos los demás beneficios permanecen en su sitio.

Sonaba como un buen trato, pero Luke nunca había considerado dejar el Ejército hasta este momento. Todo el tiempo que había estado en el hospital, había esperado reincorporarse a su unidad. Mientras tanto, entre bastidores, Don había estado negociando una salida para él.

—¿Y si quiero quedarme? —dijo.

Don se encogió de hombros. —Has estado en el hospital durante casi un mes. Los informes que he visto sugieren que has progresado poco o nada en la terapia y eres considerado un paciente poco cooperativo.

Él suspiró. —No te van a dejar que regreses, Luke, piensan que eres mercancía caducada. Si rechazas el paquete que te acabo de describir, planean librarse de ti con un alta psiquiátrica involuntaria con tu rango y paga actual, con un diagnóstico de trastorno de estrés postraumático. Estoy seguro de que no tengo que decirte el tipo de perspectivas a las que se enfrentan los hombres con una baja en esas circunstancias.

A Luke nada de esto le supuso una gran sorpresa, pero aun así era doloroso escucharlo. Él sabía cuál era el trato. El Ejército ni siquiera había reconocido formalmente la existencia de las Fuerzas Delta. La misión fue clasificada, nunca sucedió. Así que no esperaba recibir una medalla durante una ceremonia pública. En las Delta, no ingresabas por la gloria.

Aun así, aunque esperaba que lo ignoraran, no se esperaba que lo tiraran al montón de la chatarra. Se había entregado mucho al Ejército y estaban listos para deshacerse de él después de una mala misión. Es cierto, la misión salió peor que mal. Fue un desastre, una debacle, pero no fue por su culpa.

—Me están echando de cualquier manera —dijo. —Puedo irme en silencio o puedo irme dando patadas y gritando.

—Así es —dijo Don.

Luke suspiró pesadamente. Vio pasar el viejo pueblo. Salieron del distrito histórico y entraron en una calle más moderna con centros comerciales. Llegaron al final de un largo bloque y Don giró a la izquierda en el aparcamiento de Burger King.

La vida civil vendría, le gustara o no a Luke. Era un mundo que había dejado hacía catorce años. Nunca había esperado verlo de nuevo. ¿Qué había pasado en ese mundo?

Vio a una joven pareja con sobrepeso caminar hacia la puerta del restaurante.

—¿Qué voy a hacer? —dijo Luke. —¿Después de fin de año? ¿Qué tipo de trabajo civil puedo obtener?

—Eso es fácil —dijo Don. —Vas a trabajar para mí.

Luke lo miró.

Don se detuvo en un lugar cerca de la parte trasera. No había otros coches. —El Equipo de Respuesta Especial está listo para despegar. Mientras estabas acostado en la cama, mirándote el ombligo, he estado luchando con los burócratas y preparando papeles. He consolidado los fondos, al menos hasta fin de año. Tengo una pequeña sede en los suburbios de Virginia, no lejos de la CIA. Están pegando las letras en la puerta mientras hablamos. Conozco al director del FBI y hablé por teléfono, brevemente, debería agregar, con el Presidente de los Estados Unidos.

Don apagó el coche y miró a Luke.

—Estoy listo para contratar a mi primer agente. Eres tú.

Señaló con su cabeza un letrero grande cerca de la parte delantera del aparcamiento. Luke miró hacia donde Don le estaba indicando. Justo debajo del logotipo del Burger King había una serie de letras negras sobre un fondo blanco. Si se juntaban todas, las letras deletreaban un mensaje sombrío.

Tenemos vacantes de empleo. Pregunta dentro.

—Si no quieres unirte a mí, apuesto a que se te presentan muchas otras oportunidades.

Luke sacudió la cabeza. Luego se echó a reír.

—Este ha sido un día extraño —dijo.

Don asintió. —Bueno, está a punto de volverse aún más extraño. Aquí va otra sorpresa, esta es un regalo. No quería dártelo en el hospital porque los hospitales son lugares horribles. Especialmente los hospitales de la VA (Asociación de Veteranos).

De pie frente al coche había una hermosa joven, con cabello largo y castaño. Miró a Luke con lágrimas en los ojos. Llevaba una chaqueta ligera, abierta para revelar una camisa premamá. La mujer estaba muy embarazada.

Del hijo de Luke.

Luke tardó una fracción de segundo en reconocerla, algo que nunca le revelaría a nadie, ni siquiera bajo pena de tortura. Su mente no había funcionado bien en las últimas semanas y ella estaba fuera de lugar en este terreno baldío de unos aparcamientos. No esperaba verla aquí. Su presencia era irreal, de otro mundo.

Rebecca.

—Oh, Dios mío —dijo Luke.

—Sí —dijo Don. —Tal vez quieras ir a saludarla antes de que ella encuentre a alguien mejor. ¿Por aquí? No tardará mucho.

—¿Por qué... por qué la has traído aquí?

Don se encogió de hombros. Miró alrededor del aparcamiento del Burger King.

—Es más romántico que reunirse con ella en la base.

Luke salió del coche, parecía ir flotando hacia ella. Se abrazaron y él la abrazó durante mucho rato, de forma interminable, no quería dejarla ir.

Por primera vez, Luke sintió que las lágrimas corrían por su propia cara. Respiró profundamente. Se sentía muy bien abrazándola. No habló, no podía pensar en una sola palabra que decir.

Ella lo miró y le limpió las lágrimas de la cara.

—¿No es genial? —dijo ella. —Don ha dicho que vas a trabajar para él.

Luke asintió sin hablar. Parecía que se había resuelto, entonces. Don y Becca habían tomado la decisión por él.

—Te quiero tanto, Luke —dijo ella. —Estoy muy contenta de que esta vida militar haya terminado.

CAPÍTULO SEIS

3 de mayo

7:15 hora del Este

Sede del Equipo de Respuesta Especial

McLean, Virginia — Suburbios de Washington, DC

—Creo que podría tener algo para ti —dijo Don Morris.

Estaban sentados en la nueva oficina de Don. El lugar comenzaba a tomar forma. Había fotos de su esposa e hijos en el escritorio, lazos enmarcados y proclamaciones en las paredes. El escritorio en sí era una amplia extensión de roble reluciente. Encima de él había una consola porta-teléfono, un monitor de ordenador, un teléfono móvil, un teléfono por satélite y no mucho más. Don no creía mucho en el papeleo.

—Algo para sacarte un poco del campo. Pareces un poco inquieto desde que llegaste aquí, esto podría arreglarlo.

Luke lo miró fijamente. Era casi como si Don acabara de leer su mente. Don le había hecho un favor al darle este trabajo, Luke lo sabía. Era un salvavidas arrojado a un hombre que se ahogaba, pero Luke ya estaba avanzando lentamente hacia la puerta. Habían sido semanas de sentarse y hablar, como mucho. Luke estaba aburrido. Aunque eso estaba bien, el peligro era que, si continuaba demasiado tiempo, comenzaría a volverse loco. El trabajo de inteligencia desde un escritorio no era para él, eso estaba empezando a quedar muy claro.

—Soy todo oídos —dijo Luke.

Don hizo un gesto hacia la puerta abierta de su oficina. —Vamos a bajar a la entrada.

Luke siguió a Don por el estrecho pasillo hasta la sala de conferencias, que estaba muy iluminada, en el otro extremo. Este pequeño complejo de oficinas había sido una delegación de la Oficina de Vivienda y Desarrollo Urbano seis meses atrás. Don estaba trabajando para arrastrar el edificio un poco hacia el siglo XXI.

Con eso en mente, un joven alto con una cola de caballo y extrañas gafas de aviador recicladas, colgaba una pantalla plana en una pared. Otra pantalla ya estaba instalada en la pared opuesta, con los cables conectados a un panel de control en la larga mesa de conferencias. El chico llevaba una camiseta roja, blanca y azul, vaqueros y zapatillas altas Converse All-Star.

Luke apenas lo miró, supuso que era un técnico de una agencia de contratistas del gobierno, o posiblemente algún técnico de las profundidades del FBI.

—Luke, ¿conoces a Mark Swann? —dijo Don, casualmente, echando por tierra esos pensamientos. —Es nuestro nuevo diseñador y operador de sistemas, a cargo de nuestras redes de inteligencia, Internet, conexiones por satélite... Mark va a tener un montón de trabajo, al menos durante un tiempo. Mark Swann, este es el Agente Luke Stone. Luke es nuestro primer agente de campo, aunque estamos a punto de contratar a un par más.

El chico se dio la vuelta. Era flaco, tenía patas de alambre. La parte delantera de su camiseta de la bandera estadounidense decía: —¡Somos el Número 31!

 

Los ojos del chico se encontraron con los de Luke, quien lo evaluó rápidamente. Era joven, quizás unos veintipocos, parecía incluso más joven. Estaba lleno de seguridad hasta el borde de la arrogancia. Era inteligente, probablemente había sido un chiflado de la informática en el instituto. Él y Luke iban a estar en diferentes departamentos. De lo que se ocuparía este chico sería del equipo: desmontarlo, volverlo a montar, hacer que funcionara. Probablemente nunca había participado en un momento de violencia en toda su vida y podría no haber siquiera presenciado tales momentos.

Se estrecharon las manos.

—Somos el número treinta y uno, ¿verdad? —dijo Luke. —¿En qué somos el número treinta y uno?

El chico se encogió de hombros y sonrió.

—No lo sé, tío, tal vez puedas adivinarlo.

Luke casi se rio.

—No puedo adivinarlo —dijo. —Tal vez puedas ayudarme un poco.

—En salud —dijo el chico. —Somos el número treinta y uno en salud, según la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, somos el número uno en gastos de atención médica, si buscas algo de lo que estar orgulloso.

Luke todavía sostenía la mano del chico.

—Me enorgullecería romperte algunos huesos y ver el buen trabajo que hacen los médicos estadounidenses para soldarlos de nuevo. Pero es probable que prefieras arreglártelos en México.

Swann echó la mano hacia atrás. —En Cuba, tal vez. O en Canadá.

—Muy bien, Mark —dijo Don. —Estoy seguro de que el Agente Stone está contento de descubrir que ha estado arriesgando su pellejo todos estos años por un país con un desempeño medico tan mediocre.

Don hizo un gesto con la cabeza hacia la instalación audiovisual. —¿Cómo va?

Mark asintió. —La primera pantalla está lista para funcionar. Conexión de alta definición y alta velocidad. Puedes colocar ese teclado sobre la mesa y esa pequeña pantalla y acceder a cualquiera de tus archivos con solo iniciar sesión. Puedes elegir lo que quieras compartir y aparecerá en la pantalla grande. Puedo poner fácilmente esa capacidad a disposición de cualquier persona en el edificio; aunque quería que lo probaras primero, ver si te gusta.

Don asintió. —Muy bien. ¿Qué pasa con los visitantes? También, ¿qué pasa al compartir información con otros lugares?

El chico, Mark Swann, levantó las manos como diciendo: ¡No dispares! —Estamos en ello, pero vamos a necesitar un cifrado hermético, antes de comenzar a transmitir información fuera del edificio. Puedes enviar por correo electrónico lo que quieras, pero ¿en cuanto a colocar imágenes de video o datos que aparecen en otros lugares, o traer transmisiones hasta aquí? Eso sucederá en cada caso concreto con cada socio. La CIA, la NSA, la Casa Blanca si llegamos a eso, incluso la sede del FBI, todos tienen sus propios procedimientos y vamos a seguir sus pasos.

Don asintió. —Está bien, Mark, ya me está gustando. ¿Puedes darnos al Agente Stone y a mí unos veinte, tal vez, treinta minutos? ¿Y traer aquí a Trudy Wellington?

Swann asintió. —Por supuesto.

Cuando se fue, Don miró a Luke.

—Un niño divertido —dijo Luke.

—Un niño prodigio —dijo Don. —Mi objetivo aquí es contratar a los mejores. Y cuando se trata de eso, no siempre es el tipo al que mejor le queda el traje. En términos de tecnología, por lo general no es así. Aquí somos vaqueros, Luke, somos los niños que sobrepasan los límites, eso es lo que quieren de nosotros. El mismo director del FBI lo dijo.

—Estoy contigo —dijo Luke.

—Deberías. Eres uno de los mejores miembros de operaciones especiales que he visto en mi larga carrera y en cuanto a sobrepasar los límites... bueno...

De repente apareció una mujer joven en la puerta. En todo caso, era incluso más joven que el chico que se acababa de ir. Don estaba dotando de personal a este lugar con niños. Esta chica, sin embargo, era hermosa. Tenía el pelo castaño, largo y rizado. Llevaba una camisa de etiqueta y pantalones que abrazaban sus curvas. Llevaba unas gafas rojas grandes que le daban un ligero aspecto de búho.

—¿Don?

—Trudy, entra. Quiero que conozcas a Luke Stone, es el hombre del que te hablé. Luke, esta es Trudy Wellington. Ella es nuestra nueva agente de inteligencia. Es otra niña prodigio, se graduó en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) cuando era una adolescente, pasó un par de años en puestos de escucha de la CIA. Ahora está con nosotros, lista para dar un gran salto al siguiente nivel de espionaje.

Luke le dio la mano a la joven. Ella era un poco vergonzosa, no se cruzaría con los ojos de él. Demonios, todavía era una niña.

Luke miró de un lado a otro entre Don y Trudy. Notó algo en su lenguaje corporal...

No, era imposible, Don había estado casado durante treinta años. Tenía una hija y un hijo que eran mayores que esta tal Trudy.

—Trudy nos informará sobre la misión que tenemos entre manos.

Trudy se sentó en la mesa de conferencias, Luke y Don hicieron lo mismo. Inmediatamente cogió el teclado, empujó el pequeño monitor hacia adelante y tecleó su información. El escritorio de su ordenador de oficina apareció en la gran pantalla plana de la pared.

—¿Ya sabes cómo se usa esto? —dijo Don.

—Sí, bueno... Teníamos cosas audiovisuales como esta en el MIT, por supuesto. No tanto como he visto en la CIA, pero imagino que lo tienen en alguna parte. Swann me dio acceso antes, creo que estaba presumiendo.

—De todos modos, es genial —dijo Don.

Luke asintió, casi se ríe de nuevo. Imaginó a Don con su mirada férrea, como lo había conocido en los últimos años: lanzándose en paracaídas en zonas de combate, dirigiendo a los hombres en el campo, matando implacablemente a los malos. Parecía casi absurdamente orgulloso de su pequeña agencia, sus artilugios de oficina y los jóvenes civiles a los que manipulaba con tanta facilidad. Bueno, bien por él.

En la pantalla, apareció una identificación del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Mostraba a un soldado de pelo cortado a cepillo, mandíbula ancha y mirada amenazadora. Parecía sarcástico, irritado y listo para asesinar a alguien de un solo golpe. Parecía el tipo de persona que haría su servicio de combate en el extranjero, luego volvería a casa y pasaría el rato metiéndose en peleas de bar durante su tiempo libre. Un cliente rudo.

Luke había visto a muchos tipos así. De hecho, había dejado inconscientes a algunos de ellos.

—Voy a asumir que ninguno de vosotros tiene conocimiento previo del tema, o de la tarea en cuestión —dijo Trudy. —Podría hacer que esta conversación fuera un poco más larga de lo necesario, o puede que no. Pero tiende a garantizar que todos estamos en la misma página. ¿Os parece bien?

—Bien —dijo Don.

—Me parece bien —dijo Luke.

Ella asintió. —Entonces vamos a empezar. El hombre de la pantalla es el antiguo Sargento del Cuerpo de Marines, Edwin Lee Parr. Treinta y siete años, natural de Kentucky, al sur de Lexington. Veterano de guerra, que estuvo en activo tanto en la invasión de Panamá en 1989, como en la Guerra del Golfo. También fue desplegado en un papel de mantenimiento de la paz al final de la guerra de Kosovo. Corazón Púrpura y una Estrella de Bronce por un servicio meritorio durante la invasión de Panamá. Honorable baja en diciembre de 1999, después de doce años de servicio.

—Parr llegó a casa y se pateó todo el país durante un año y medio después de eso, haciendo trabajos de seguridad. Tenía una licencia de transporte oculta y era sobre todo un guardaespaldas personal, principalmente para hombres de negocios, a menudo para comerciantes de diamantes. Trabajó para una firma llamada White Knight Security y fue viviendo entre Nueva York, Miami, Chicago, Los Ángeles y San Francisco. Unos pocos viajes documentados a Tokio, Hong Kong y Londres, aunque no está claro cómo se manejaron las regulaciones sobre armas de fuego en esos casos.

Luke observó los ojos enfurecidos del hombre. No parecía un mal trabajo para un veterano de guerra. Sin mucha acción, pero con mucho movimiento. Incluso podría gustarle a un hombre como...

—Luego llegó el once de septiembre —dijo Trudy.

—¿Se volvió a alistar? —dijo Luke.

Ella sacudió su cabeza. —No. En un corto período de tiempo, hubo una enorme demanda de contratistas militares con experiencia. White Knight Security escindió una nueva división llamada White Knight Consultants. Edwin Parr fue uno de los primeros expertos disponibles en la zona de combate. Hizo una gira por Afganistán y ahora lleva veinticinco meses seguidos en Irak.

Luke estaba empezando a desear que fuera al grano. La idea de Edwin Lee Parr en un escenario de combate, sometido a poca o ninguna cadena de mando y ganando diez veces más que lo que ganan los soldados normales, irritaba a Luke, por decirlo suavemente.

—¿Veinticinco meses? —dijo Luke. —¿Qué está haciendo allí? Quiero decir, ¿además de rellenar su cuenta bancaria?

—Edwin Parr parece haber cambiado de bando —dijo Trudy.

Hizo una pausa y apartó la vista del teclado y el ratón por un momento. —Las siguientes imágenes son muy gráficas.

Luke la miró fijamente.

—Creo que podremos manejarlo —dijo Don.

Trudy asintió. —Parr fue despedido de la White Knight hace cuatro meses, a pesar de haber tenido una relación de cinco años con ellos. White Knight niega el conocimiento de sus actividades o su paradero, y renuncian a la responsabilidad por sus acciones.

Apareció una nueva imagen en la pantalla. Mostraba tal vez una docena de cuerpos esparcidos por algún tipo de plaza del mercado. Los cuerpos casi no se podían reconocer como humanos: habían sido destrozados a causa de una bomba o algún tipo de arma de repetición de alto calibre.

—Parr está operando en el noroeste de Irak, en lo que se conoce como el Triángulo Suní, más allá del alcance de las tropas de coalición. Tiene hasta una docena de anteriores contratistas, o posiblemente actuales, que operan con él, así como lo que creemos que son uno o dos desertores del Cuerpo de Marines. Se cree que es responsable de ordenar una masacre de civiles que tuvo lugar en este mercado al aire libre de Faluya y se cree que esta es una imagen de las consecuencias de esa masacre. Hasta cuarenta personas pudieron haber muerto en el ataque.

Luke estaba interesado. —¿Por qué haría eso?

Apareció una nueva imagen en la pantalla. Mostraba dos torsos quemados y sin cabeza colgando del paso elevado de un puente.

—Los cuerpos que se ven aquí han sido identificados como los restos de los antiguos contratistas militares estadounidenses Thomas Calence, de treinta y un años y Vladimir García, de treinta y nueve años. Su jeep fue atacado por insurgentes suníes. Fueron capturados, decapitados y les prendieron fuego. Cuando esto sucedió, ninguno de los dos estaba en nómina como contratista militar. La masacre de la imagen anterior parece haber sido la represalia por la muerte de Calence y García, como parte de una serie creciente de ajustes de cuentas. Calence y García habían estado de operaciones con Parr.

—¿Qué estaban haciendo? —dijo Luke.

Apareció una nueva imagen, un mapa del llamado Triángulo Suní.

—El Triángulo Suní era el bastión de Saddam Hussein en Irak. El sur del país es principalmente chií y Saddam hizo grandes esfuerzos para reprimir a este pueblo, incluidas frecuentes masacres. El norte es principalmente kurdo y en todo caso, los kurdos recibieron un trato aún peor que los chiíes. Pero el norte central y el noroeste de Irak son suníes. Saddam nació allí y las gentes de allí le son leales. Ha sido muy difícil para los militares estadounidenses controlar esta región y gran parte de ella sigue siendo una zona prohibida. Creemos que Parr opera allí porque es donde se oculta la mayor parte de la riqueza de Saddam.

—Parece que Parr ha estado descubriendo sistemáticamente escondites secretos de dinero, armas, diamantes, oro y otros metales preciosos, así como coches de lujo. Encuentra estas cosas mediante el uso de la tortura y el asesinato de los ex lugartenientes de Saddam y la intimidación hacia la población local. Los lugareños odian a Parr y están tratando activamente de matarlo.

—Pero Parr ha reunido un pequeño ejército de hombres duros: asesores militares, varios de ellos antiguos miembros de operaciones especiales y, como ya he indicado, posiblemente dos desertores del Cuerpo de Marines. Todos sus hombres están curtidos en la batalla y Parr los está haciendo ricos, siempre y cuando puedan mantenerse vivos. En ese sentido, están tomando medidas cada vez más extremas para asegurarse de que así sea. Actualmente, están secuestrando a mujeres y niñas de las tribus locales. Creemos que las usan como escudos humanos. También es posible que vendan a algunas de ellas a Al Qaeda y a los miembros de las tribus chiíes del sur.

 

Trudy se detuvo.

—Está saqueando el tesoro enterrado de Saddam lo más rápido que puede y no permite que nadie se interponga en su camino.

—¿Cuál es nuestro papel en esto? —dijo Luke.

Don se encogió de hombros. —Somos el FBI, hijo. Iremos allí, rescataremos a todos los que están recluidos contra su voluntad y arrestaremos a Edwin Lee Parr por secuestro y asesinato.

—Arrestarlo... —dijo Luke. —Por asesinato. En una zona de guerra, donde ya han muerto cientos de miles de personas.

Dejó que su mente digiriera eso durante un minuto.

Don asintió. —Correcto. Luego vamos a traerlo de vuelta aquí, juzgarlo y encerrarlo. Este hombre, Parr, es un desastre y necesita limpiarse. Es un asesino, un mentiroso y un ladrón. Está ahí, fuera del alcance de cualquiera, sin operar bajo el mando de nadie y se ha tomado la ley por su mano. Está cometiendo atrocidades por las que el pueblo iraquí está culpando a los estadounidenses. Si continúa, causará un incidente internacional, uno que echará a perder todos nuestros esfuerzos en Irak, Afganistán y en el mundo entero.

Luke respiró hondo. —¿Cómo os imagináis que acabará esto?

Don y Trudy lo miraron fijamente.

Trudy habló. —Si aceptas el caso, la CIA te proporcionará la identidad de un contratista militar corrupto que intenta sacar tajada —dijo. —Tú y tu compañero accederéis solos al Triángulo Suní, encontraréis las oficinas centrales de Parr, entre media docena de lugares sospechosos, os infiltraréis en su equipo, lo arrestaréis y luego pediréis que un helicóptero haga la extracción.

Luke gruñó, casi se rio. Miró a la joven y encantadora Trudy, graduada en una universidad de élite de la costa este. Por alguna razón, se centró en sus manos. Eran diminutas, inmaculadas, incluso hermosas. Dudaba que alguna vez hubieran sostenido un arma. Parecía como si nunca hubieran levantado nada más pesado que un lápiz, o que nunca en su vida se las hubiera manchado de barro. Sus manos deberían estar en un anuncio de Palmolive. Sus manos deberían tener programa de televisión propio.

—Eso suena bien —dijo. —¿Se te ha ocurrido eso a ti sola? Puedo decirte que mi última extracción de helicóptero fue bastante bien. Mi mejor amigo murió, mi oficial al mando murió, casi todos murieron, en realidad. Las únicas personas que no murieron fuimos yo, un hombre que perdió la cabeza y otro que perdió sus piernas y la cabeza. Y... sabes, su capacidad para...

Luke se fue apagando, no quería terminar esa frase.

—Ese tipo ya no me habla porque me pidió que lo matara y me negué.

Trudy miró a Luke con sus grandes y bonitos ojos. Las gafas hacían que sus ojos parecieran más grandes de lo que realmente eran. Ella lo miraba, en este momento, como un científico mira a un insecto a través de un microscopio.

—Eso es complicado —dijo ella.

—Es agua pasada —dijo Don. —O pierdes el miedo o no lo haces.

Luke asintió. Levantó las manos. —Lo sé, lo siento. Lo sé, ¿vale? Así que, digamos que entro. ¿Qué pasa si Parr no quiere venir calladito? ¿Y si pasar el resto de su vida en la cárcel no le atrae exactamente?

Don se encogió de hombros. —Si se resiste al arresto, entonces tú acabas con su comando y con la capacidad de su grupo para operar, a través de cualquier medio que tengas disponible en ese momento.

—¿Te das cuenta de que estamos hablando de estadounidenses? —dijo Luke.

Ambos lo miraron, pero ninguno de los dos respondió. Pasó un largo momento. Era una pregunta estúpida, por supuesto que se habían dado cuenta.

—¿Lo quieres? —dijo Don.

Pasó un minuto antes de que Luke hablara. ¿Lo quería? Por supuesto que lo quería. ¿Qué opción tenía? ¿Qué más podía hacer? ¿Sentarse en este edificio de oficinas y volverse loco? ¿Sentarse aquí y rechazar misiones hasta que Don finalmente captara el mensaje y lo dejara marchar? Para esto había sido contratado. Comparado con las cosas que había hecho anteriormente, ni siquiera era una misión. Era prácticamente una escapada de fin de semana.

Una imagen de Rebecca, ahora muy embarazada, en la cabaña de su familia, apareció en la pantalla de su mente. Su hijo estaba creciendo dentro de ella, pronto estaría aquí. A pesar de este trabajo de oficina, a pesar del largo viaje, a pesar de que estaba ausente durante todo el día, cinco días a la semana, el mes pasado fue el más feliz que habían pasado juntos.

¿Qué iba a pensar Becca sobre esto?

—¿Luke? —dijo Don.

Luke asintió. —Sí, lo quiero.