Para una refundación del Marxismo

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El Capital, ¿una teoría crítica?*

Presuntamente El Capital plantea una teoría del modo de producción capitalista. Y tiene como subtítulo “Crítica de la economía política”. Sin embargo, ¿qué debemos entender bajo los términos de “teoría” y de “crítica”?, y, ¿qué relaciones debemos establecer entre una y otra? Podríamos pensar que la teoría corresponde a los investigadores de las ciencias sociales, en primer lugar a los economistas, y la crítica a los filósofos, juristas, etc. No obstante, esta división del trabajo parece algo problemática. Porque en El Capital la crítica pretende fundarse sobre la teoría, admitiendo que aquella sólo tiene valor si la teoría lo tiene como tal; mientras que desde el principio la teoría se presenta como crítica, es decir, como si no tuviera un objeto propio más que desde el punto de vista de la crítica. Esta dificultad se traduce en relaciones ambiguas entre las pretensiones teóricas y las pretensiones críticas, y, por lo mismo, entre quienes asumen la carga de cada una de ellas. Además, tiende a resolverse en confusiones dialécticas o en arreglos eclécticos que neutralizan a la vez la teoría y la crítica. Por lo tanto, parece requerirse una coherencia de pensamiento si aspiramos a una práctica colectiva orientada hacia la emancipación de las relaciones de clase.2

I. ¿Qué clase de teoría expone El Capital?

En El Capital, Marx propone una obra de “ciencia” (social, histórica) en el sentido moderno del término. Realismo científico constructivista: construye un aparato conceptual porque la complejidad de lo real no puede ser conocida más que bajo esta condición. Desde mi punto de vista, sería un error suponer que el proyecto de teoría de la “ciencia” (social) presentado en El Capital se limita al de una teoría económica. En realidad, Marx define la economía capitalista en el cuadro de un programa teórico más amplio, el cual domina la exposición económica a la que consagra su obra mayor. Esto se explica muy particularmente en el célebre prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, de 1859. Ahí, Marx presenta el “hilo conductor” que lo guía y que no cesará de guiarlo.3 Un “hilo de Ariadna” que se le propone a quien quiera seguir el hilo de la historia. Sin embargo, esta metáfora lineal está vinculada a una metáfora espacial, esto es, a la representación de la sociedad como edificio, como estructura articulada en infra y super.4 Como sabemos, la infraestructura económica es comprendida como la articulación de lo tecnológico (“fuerzas productivas”) y lo social (“relaciones sociales de producción”: propiedad, control de la producción, repartición de lo producido, etc.). La superestructura jurídico-política designa, por su parte, la articulación de instituciones y de representaciones, ideológicas y culturales, implicadas en esas relaciones de producción.

La metáfora arquitectónica sugiere que la política descansa sobre la economía (que “la determina en última instancia”, pero entonces debemos saber qué puede significar esto y valorar semejante enunciado). Sin embargo, dicha metáfora también permite entender que las tecnologías son ininteligibles fuera de sus vínculos con las relaciones sociales de producción, de la misma manera que éstas los son fuera de sus vínculos con la superestructura jurídico-política, piedra angular que sostiene todo el edificio. La “teoría”, en el sentido fuerte del término, tiene por objeto la relación entre todos estos términos: es decir, el “fenómeno social total” (si se me permite retomar en este sentido tal expresión) en todas sus interrelaciones y a partir del cual podría ser afrontada una “práctica”, esto es, un proyecto estratégico de emancipación de las relaciones de clase. Así comprendida, la teoría no tiene la pretensión de sustituir a las ciencias sociales particulares. Su propósito es ponerlas en relación entre sí y vincularlas con una crítica orientada hacia una perspectiva política. Es en este sentido que hablamos de una “teoría crítica”. No obstante, falta saber bajo qué condiciones puede ser concebida.

En sí misma esta cuestión presenta dos aspectos: el de la “ciencia” y el de la “crítica”. Plantearé entonces dos tesis.

En primer lugar, del lado de la “ciencia”. Si nos remitimos al “hilo conductor” planteado por Marx debemos reconocer que El Capital no sólo tiene por objeto una “teoría del modo de producción capitalista”, comprendida como una ciencia de la infraestructura económica, sino que ésta última se despliega en el cuadro de una teoría general (infra-super-estructural) de la sociedad moderna. Sociedad que, a lo largo del Postfacio a la segunda edición del Libro I, Marx designa de forma alternada como “capitalista”, “burguesa” o “moderna”, vinculando fuertemente estos tres términos (pp. 23-25, 29[6-8]).5 De tal forma que en El Capital encontramos una teoría general de la sociedad moderna (en tanto burguesa-capitalista) y una teoría particular (infraestructural) de su economía, ambas incluidas en el registro de la ciencia social. Esto significa que una y otra deben responder a las mismas exigencias epistemológicas y deben ser discutidas sobre el terreno de la cientificidad (social): confrontadas, por lo tanto, a la cuestión de lo verdadero y lo falso.

De manera correlativa afirmamos que sólo a partir de esta construcción teórica infra-super-estructural podemos aprehender El Capital como discurso crítico. El científico-teórico [savant-théoricien] no se desdobla en un filósofo-crítico cuya tarea consistiría en juzgar un orden económico previamente descrito. La crítica que el “Marx de madurez” pone en marcha no está por encima del discurso de la “ciencia” y tampoco viene de su exterior. La crítica es inmanente a la teoría en la medida en que es planteada como inmanente al orden social moderno que la propia teoría define. La teoría marxiana define una sociedad de clase a la que le es inmanente un potencial de autocrítica. Pero esto sólo es posible porque dicha teoría tiene por objeto la relación entre el orden político, que contiene semejante pretensión crítica, y el orden económico. Es aquí donde surgirán los problemas entre el economista y el filósofo.

II. El Capital para los economistas

Marx escribe en un tiempo en el que diversas ciencias sociales han entrado en auge —sociología, economía, historia, psicología, antropología—, a partir de ese tronco común que durante mucho tiempo fue la “filosofía” y del cual ellas se están separando. En la economía, el paso ya ha sido dado con Ricardo y Marx no retrocederá. Sin embargo, hará las cosas de tal modo que, en esta separación, la relación con la filosofía no terminará de romperse y las diversas ciencias sociales no se perderán de vista entre sí —haciendo que la explicación mantenga contacto con la comprensión. En ese sentido, la ciencia económica de Marx no es “positivista”.

Como sabemos, El Capital no tiene la ambición de producir un “tratado de economía” válido para “la sociedad” en general, sino una “teoría” de la economía capitalista, la cual prevalece durante un periodo histórico determinado. No obstante, esta preocupación económica se coloca desde el principio en el contexto del conjunto “infra-super-estructural”. Y sólo se autonomiza (relativamente) de forma paulatina en el desarrollo de la exposición hasta volverse puramente “técnica” y terminar por concentrarse en la “infraestructura”. No es azaroso que los filósofos, los juristas e incluso los sociólogos y los historiadores estén principalmente interesados en las primeras secciones del Libro I, aun cuando luego de formas diversas hayan trabajado otras partes de El Capital y otras obras de Marx. Esos enunciados primordiales los interrogan más inmediatamente ya que, en el preámbulo, la matriz infra-super-estructural está presente en su unidad constitutiva. Eso es lo que debemos mostrar.

De hecho, Marx no comienza su exposición por los conceptos más generales (transhistóricos) del nivel que designaremos como N1, es decir, el del trabajo en general — este planteamiento sólo aparece en el primer parágrafo del capítulo 7 del Libro 1: “El trabajo productor de valor de uso”.6 Más bien se dirige inmediatamente a su objeto específico “el modo de producción capitalista”, cuya existencia depende de un tipo particular de sociedad. Sin embargo, en el comienzo Marx se sitúa en el nivel N2 que, aunque es constitutivo del capitalismo, no le es enteramente propio, ya que la relación social que define el nivel N2 preexiste al capitalismo desde hace milenios, aquí y allá, ejerciendo una influencia usualmente limitada aunque a veces decisiva sobre el proceso productivo en su conjunto. Nos referimos a la relación mercantil de producción.7 Es verdad que en el nivel N2 se aborda, en principio, la cuestión del capitalismo; sin embargo, éste es presentado en su cuadro más “general”, en su momento más “abstracto” (para decirlo en la terminología de Marx), a saber: la forma mercantil en la que el capitalismo se hallará inscrito. Posteriormente Marx va a mostrar cómo es que la forma mercantil se vuelve el objeto de una “transformación” específica, es decir, de una determinación (“concreta”) mediante la cual se define propiamente el capitalismo, nivel N3 de la exposición. Esto es lo que se juega en las tres primeras secciones del Libro I. El desafío de esta secuencia es la articulación entre los niveles N2 del valor, objeto de la Sección 1, y N3 del plus-valor (o sobrevalor), objeto de la Sección 3, mediante la transformación, expuesta en la Sección 2, del primero en el segundo. Sin embargo, los economistas y los filósofos no comparten la misma visión sobre esta secuencia.

 

Incluso aquellos economistas que no juzgan pertinente esta teoría pueden seguir fácilmente el camino lógico (no histórico) que se propone en ella yendo de lo simple a lo complejo. En la Sección 1, Marx parte de la hipótesis de una lógica de producción puramente mercantil, donde la concurrencia8 se organiza entre productores independientes, incitados a producir en el menor tiempo los productos demandados en el mercado. En este nivel abstracto, la concurrencia se establece alrededor del valor, definido por el “trabajo socialmente necesario” en condiciones técnicas y sociales determinadas. Después, en la Sección 3, Marx toma en consideración que hay quienes poseen los medios de producción y, por lo mismo, la situación se vuelve más compleja: los constreñimientos del mercado subsisten, pero la concurrencia ya no se establece alrededor del valor sino alrededor del plus-valor en una lucha donde sólo prevalecen quienes llegan a acumular el máximo beneficio. En este cuadro analítico, la coherencia entre la teoría del valor-trabajo y la del plus-valor se debe a que la plusvalía sólo puede provenir del hecho de que el asalariado trabaja más tiempo del necesario para producir los bienes que puede adquirir mediante su salario.

Sin embargo, se puede observar que esta coherencia de la teoría marxiana del “valor-trabajo” no autoriza convertirla en un principio de cálculo empírico. Marx explica esto en las Secciones 1 y 2 del Libro III. Por un lado, los capitalistas no tienen ninguna necesidad de ello para sus cálculos racionales. Lo que les interesa en términos prácticos no es la tasa de explotación o tasa de plus-valor, PL/V, relación entre trabajo “no pagado” y trabajo “pagado”, sino, al contrario, la tasa de ganancia, PL/C+V,9 relación entre la ganancia y el capital comprometido, cuya expresión no necesita los conceptos (marxianos) de valor y de plus-valor implicados en PL/V. “Es indiferente para el capitalista considerar que él adelanta el capital constante para obtener beneficio del capital variable o que él adelanta ese capital variable para poner en valor el capital constante”,10 escribe Marx al principio del capítulo 2 del Libro III.

Por el otro lado, las mercancías capitalistas no se intercambian “a su valor”, sino en función de eso que Ricardo ya había denominado como los “precios de producción” determinados, según los mecanismos de la concurrencia, por “los costos de producción + el beneficio medio”. En consecuencia, los economistas que se remiten al marxismo no se ven conducidos a proponer imposibles “cálculos del valor”. Ellos utilizan los datos estándar de la economía, pero tomando como “hilo conductor” el análisis socio-económico de Marx, según el cual los capitalistas no tienen otra lógica que la ganancia y su acumulación -con las contradicciones sociales que de ello se desprenden. Ellos pretenden describir las consecuencias sobre la reproducción del capital, sobre las crisis, sobre las relaciones entre ganancia, renta e interés, etc.11

Ciertamente, el economista va a encontrarse confrontado con categorías jurídico-políticas ya que las categorías económicas se encuentran insertas en ellas inextricablemente. Esto es así debido a que la infraestructura presupone siempre la superestructura. Sin embargo, la elaboración que le es propia al economista va a exigir que haga un trabajo de abstracción en la conformación de figuras ulteriores como las de la reproducción, la acumulación (Libro I), la circulación (Libro II), la división del plus-valor en beneficio, interés y renta, la crisis (Libro III). El trabajo de la “ciencia económica” consiste en volverse autónoma sin que ello quiera decir que no hayan vasos comunicantes entre las cuestiones económicas y sociopolíticas. Sin embargo, la construcción económica sigue un camino propio, analizando progresivamente la estructura capitalista, las condiciones de su emergencia y sus tendencias históricas. Así, el economista tendrá derecho a leer El Capital como una teoría del capitalismo que se desarrolla lógicamente, del comienzo al final, por determinaciones sucesivas, en un discurso económico.

III. El Capital para los filósofos

Frente a este comienzo “mercantil” de El Capital los filósofos se encuentran confrontados a otros problemas. En efecto, ellos descubren allí un número de conceptos que exceden el campo de la “economía”, y que no pueden considerarse como evidentes o como si estuvieran ahí como un simple apoyo –sobre todo si comprendemos que todo lo que se plantea en ese comienzo concierne al capitalismo y no solamente a alguna sociedad anterior. El concepto económico de producción mercantil N2 se inscribe, de una forma muy clara, en el contexto de un supuesto de relaciones jurídico-políticas entre socios productoresintercambistas [producteurs-échangistes], que, al menos bajo esta relación, se consideran como “libres”, “iguales” y “racionales”. Al respecto véase la burla de Marx al final del capítulo 6: “Libertad, Igualdad, Propiedad y Bentham”. Sin embargo, el pasaje a N3 invierte la situación pues nos introduce en una relación de explotación y de dominación por parte de una clase sobre otra. Así, eso que para los economistas es una simple complejización del modelo, para la filosofía constituye una triple inversión de la que debe dar cuenta: la de la igualdad en desigualdad, la de la libertad en sujeción, la de lo racional en irracional.

Como se puede prever, explicar la relación entre N2 y N3 (esto es, entre la Sección 1 y la Sección 3) es un verdadero reto. Aunque el comentario filosófico siempre se halla envuelto en esta cuestión, opera según dos vías que desde mi punto de vista siguen siendo, la una y la otra, fundamentalmente inadecuadas.

Según la primera —llamémosla solución “ecléctica”— que prevalece en la presentación habitual de El Capital, especialmente cuando está a cargo de los filósofos, Marx comenzaría por la “superficie”, por el “fenómeno”, en el sentido de aquello que es inmediatamente visible. A la Sección 1 entonces solamente le concerniría el “proceso de circulación”: ella analizaría las normas del intercambio sobre el mercado y las relaciones entre las mercancías y el dinero, conforme a la figura M-D-M. Ahora bien, a través de la Sección 2 accederíamos al “proceso de producción” expuesto en la Sección 3: la secuencia D-M-D´ en la que emerge un plus-valor a partir del intercambio. Es decir, el plus “´” de D´, no sería inteligible más que a condición de que entre en juego una mercancía M particular, la “fuerza de trabajo”, la cual es comprada para ser puesta a trabajar en un proceso de producción P del que surge un plus de valor (porque el tiempo de trabajo efectuado en el periodo considerado es más largo que el necesario para la producción de los bienes que procura el salario correspondiente). Así, llegaríamos a una secuencia D-M-P-D´ donde “P” representa el proceso de producción propiamente capitalista en tanto que genera un proceso de sobrevalor en forma de plusvalía. Es verdad que, formulada así, semejante aproximación conduce, al igual que la de los economistas, a identificar la explotación con la fuerza de trabajo, comprendida como principio de acumulación de capital. Sin embargo, lo hace sugiriendo que la Sección 1 tendría por objeto la circulación (mercantil) y la Sección 3 la producción (capitalista), y que pasaríamos así del fenómeno, es decir, de las relaciones de intercambio (que existen antes del capitalismo pero se generalizan en él), a la esencia, es decir, a la relación de clase. Esta lectura produce una suerte de trivialización del propósito de Marx que termina por vaciar una parte de su potencial (como se verá, esto vale especialmente para el concepto de “fetichismo”, el cual va a hallarse estrechamente vinculado a este orden “fenoménico”).

En realidad, no es así como podemos comprender la teoría de Marx. La Sección 1 no sólo tiene por objeto la “circulación” mercantil, sino también, y en principio, aquello de lo cual ella es el correlato: la producción mercantil. La relación mercantil de producción (N2) es aquella que vincula en un mercado a los productores autónomos en concurrencia. En el inicio de El Capital se trata efectivamente del capitalismo, pero considerado en la lógica de producción N2 que le es inherente, aun si, como se descubre enseguida, el capitalismo la reconfigura, la “transforma”, la desvía hacia otra lógica de producción N3, vinculada al uso de una mercancía específica: la fuerza de trabajo. En resumen, este primer momento de la exposición, el de la Sección 1, referido a N2 y correspondiente al valor (llamado valor trabajo), no presenta una simple teoría de la “circulación”, sino una teoría de la producción (mercantil), entendida como la lógica social racional que funge como plano de fondo del capitalismo.

Esta primera lectura12 es esencialmente inadecuada debido a que devalúa la Sección 1: al desaparecer el concepto abstracto de producción mercantil condena a una cierta evanescencia el complejo jurídico-político ahí entrelazado. Dicha lectura es ecléctica en el sentido de que depende de un bricolaje que sólo retiene una lógica de intercambio en la relación mercantil, sin implicarla en una lógica de producción (de valores de uso), con lo cual otorga una visión sumamente miope de su relación, compleja y socialmente contradictoria, con la lógica capitalista de acumulación (de plus-valor). Para salir de este tranquilo eclecticismo no es suficiente reconocer que en dicha Sección se trata de la lógica mercantil de producción, la cual precede al capital aunque sólo se verifica plenamente en él. Es necesario entrar a la compleja serie de problemas teóricos que se derivan de la contradictoria relación económico-política entre lógica social mercantil y lógica social capitalista. Desde mi punto de vista, esto sólo puede hacerse a través de eso que designo como aproximación metaestructural.13

Ahora bien, al contrario de lo que ocurre con la primera solución, la segunda sobrevalora la Sección 1. Llamémosla solución “dialéctica”.14 Se presenta con agrado como una novedad, consiste en hacer de la teoría del valor localizada en la Sección 1 —y no de la teoría del plusvalor localizada en la Sección 3— el eje de la crítica a la “economía política” y a la sociedad capitalista. En un tiempo en el que tememos más “no ser explotados” (no encontrar empleo asalariado), que “ser explotados”, la crítica tiende a dirigirse hacia la precariedad del trabajador, la mercantilización universal (de los cuerpos en el trabajo, de los saberes humanos y de todo el ambiente natural), la disolución de todos los valores de uso, los valores de la vida, la cultura, las ocupaciones, en las frías abstracciones del cálculo financiero y la pérdida de sentido que deriva de ello. Aunque el tema de la explotación no se olvida por completo, termina por inscribirse en el registro de una mercantilización-abstracción generalizada. En esta solución, la teoría del valor es retomada en términos dialécticos tales que las relaciones de producción capitalistas se presentan como la realización de eso que ya se encontraba en germen en la relación social mercantil. La exégesis de Moishe Postone15 lleva al extremo esta tendencia observable en diversos títulos y en numerosas presentaciones recientes de El Capital, especialmente las que se reclaman de una “nueva dialéctica” (New Dialectic, véase Christopher Arthur), o de una “crítica del valor” (Wertkritik, véase Robert Kurz). Aquí, el argumento principal se sostiene en la idea de que, en la mercancía, el valor, como dato abstracto [donnée abstraite] referido al “trabajo abstracto”, prevalecería sobre el valor de uso, referido al “trabajo concreto”. Por lo mismo, el capital ya habría hallado su expresión verdadera en el dinero. Este retorno hacia el valor, que evoca toda una tradición capaz de hacernos remontar hasta Lukács (traductor de temas weberianos en lenguaje marxiano), se presenta como la crítica a un presunto viejo discurso productivista y se reivindica como el alpha y el omega de una ecología marxista.

 

Pero los textos referidos no se pueden leer así. En realidad, en El Capital Marx abandona los temas “dialécticos” explorados en sus trabajos anteriores. Renuncia a la idea, adoptada por él en un principio, de una dialéctica que conduciría de una “forma valor” M-D-M a una “forma capital” D-M-D´. Es decir, a la idea de que se puede comprender la “forma valor”, inherente a la relación social mercantil, a partir de su desarrollo en la “forma capital”, inherente a la relación social capitalista. Ciertamente, la figura D-M-D´ implica una “transformación” respecto a M-D-M, pero es imposible seguir suponiendo que expresa una “forma” (Form), es decir, una relación social: ella no es más que una “fórmula” (Formel) que nos dirige a una representación de la consciencia ordinaria.16 La contradicción que ella contiene (como secuencia de equivalentes engendrando un excedente) no designa una contradicción real, sino una simple contradicción en los términos que hace falta resolver [lever]17 para llegar al concepto de capital como relación de explotación.18 Del registro N2 al registro N3, no hay entonces continuidad dialéctica, sino una ruptura cuyo estatuto, sin embargo, hace falta precisar. Cabe señalar que en la última formulación de la teoría del valor —la de la segunda edición alemana y la de la versión francesa “enteramente revisada por el autor”, como se lee en la página de cubierta del libro—, en ese momento último de su investigación, Marx abandona la idea de que habría “contradicción” (Widerspruch) entre el valor de uso y el valor, esas dos “caras” de la mercancía, “contrapartes” (Gegenteile) la una de la otra. Esta idea de una contradicción inmanente al registro N2 de la lógica de la producción mercantil, que impulsaría una marcha hacia adelante del valor al capital, no tiene cabida en la exposición “positiva” ofrecida por Marx.19

La confusión —gravísima— de las lecturas “dialécticas” tiene lugar al superponer dos tipos de abstracción que Marx expresamente se propone distinguir. Por un lado, la abstracción propia del valor N2, correspondiente al “trabajo abstracto”: ella concierne al trabajo porque hace abstracción de todo su contenido concreto particular, otorgándonos aquello que asemeja todos los trabajos, a saber, el gasto de fuerza de trabajo (de “cerebro”, de “músculos”, de “nervios”,…).Y, por otro lado, la abstracción propia del plus-valor N3: ella consiste en mostrar que la lógica del capitalista, en tanto propietario (ahora lo llamamos más habitualmente “accionista” o “financiero”) no es la producción de mercancías comprendidas como valores de uso, sino, estrictamente hablando, de plusvalor, o, como dice Marx en francés, de plus-value, es decir, la producción y la apropiación de una riqueza abstracta. En el análisis de Marx, la abstracción del trabajo abstracto se traduce en el valor. Una vez que ha expuesto la “relación del valor” en los apartados 1 y 2 del primer capítulo, deduce un análisis del dinero: tal es el objeto del parágrafo 3 titulado “Forma de valor”. En resumen, el alemán plantea el mercado, relación mercantil de producción, como un dispositivo racional en el que el dinero funciona como la piedra angular. El dinero es esa mercancía universal que permite la circulación de mercancías particulares entre aquellos que las producen o las poseen: esta “abstracción real” [el dinero] hace posible que sus poseedores dispongan de bienes concretos para el consumo. En cambio, la abstracción del plus-valor es una “abstracción real” de un género muy distinto. El capital, plus-valor acumulado, es una entidad abstracta que permite a quien la posee disponer de otros humanos, de su fuerza de trabajo, para un objetivo que necesariamente consiste en obtener más plusvalía que la del competidor (quien debe desaparecer frente a él), cualesquiera que sean las consecuencias sobre los seres humanos, las culturas y la naturaleza. Es aquí, en el momento N3 de la producción capitalista, y no en el N2 de la relación mercantil de producción, que se sitúa el axioma ecológico de Marx (el capital, no el valor, destruye la naturaleza). Y, de una manera más general, es aquí donde se localiza la cuestión de las relaciones entre lo racional y lo irracional, entre el sentido y el sinsentido, etc.

Tales son, desde mi punto de vista, los dos contextos de interpretación que, a partir de los años sesenta, gobernaron el trasfondo del trabajo filosófico sobre la teoría de El Capital. Sus deficiencias, desiguales, es verdad, nos llevan a retomar la exposición de Marx desde el comienzo, al menos si esperamos que esta obra nos abra el camino para una “teoría crítica”.

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