Un conde nórdico en el Caribe:

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

E. Los patriotas sitian a Cartagena

Al estar controlada por los patriotas la plaza de Santa Marta (aunque no así todas sus poblaciones interiores), el coronel José Prudencio Padilla recibió la misión de trasladarse a Cartagena, plaza que seguía sitiada por las fuerzas libertadoras. Padilla salió de Santa Marta con su escuadrilla de 43 canoas armadas, tomaron la ruta de los caños de la Ciénaga Grande hasta llegar al río Magdalena, siguieron por el canal del Dique y penetraron a la bahía de Cartagena el 4 de mayo de 1821.

Sobre la futura toma de Cartagena escribió Adlercreutz en la misma carta: “Cartagena es una de las más bellas fortalezas que se puede ver... sin embargo no lo creo tan imposible de tomar como se pretende, si bien sería necesario un fuerte bombardeo y un bloqueo completo por mar”. Y así sucedió cuatro meses después, cuando empezó el sitio de Cartagena, ahora bloqueada por los patriotas. El 24 de junio se dio el combate naval conocido como “La Noche de San Juan”. De acuerdo con la estrategia planeada, cuando Padilla atacara los barcos españoles, el ejército terrestre, al mando del coronel Adlercreutz, debía secundar la acción. Este coronel se apoderó de una pieza de artillería de 18 pulgadas que hizo colocar en el cerro de La Popa, desde donde bombardeo las fortalezas, con el objeto de atraer la atención de las tropas españolas. Montilla dejó un testimonio del aprecio y respeto que tenía por este conde sueco:

Libre ya la bahía interior se emprendió el transporte de piezas y municiones al punto de la Popa y necesario era hacer esto de noche porque el único punto capaz estaba a medio tiro de cañón del Castillo: el teniente coronel Adlercreutz en este y los demás trabajos sucesivos mostró un discernimiento y una constancia que acreditaban las buenas recomendaciones con que había venido desde Suecia a ofrecer sus servicios a Colombia (Montilla, 1982, p. 197).

Adlercreutz y sus hombres se tomaron el playón de Chambacú la noche del 24 de junio, hostigaron las murallas de Santa Catalina para atraer la atención de los españoles, quienes sin duda creyeron que los patriotas estaban atacando por tierra la plaza (Sebá, 1981). Mientras Adlrecreutz fustigaba por tierra, Padilla y sus hombres se tomaron la bahía sigilosamente, hundieron el bergantín Andaluz y se apoderaron de la escuadra que los españoles tenían anclada en la bahía de las Ánimas, compuesta por tres lanchas, tres barcas, dos bongos, dos obuseras y un bote, todas artilladas, además de doce barriles de pólvora. Luego de múltiples acciones militares y catorce meses de asedio, los realistas capitularon el 22 de septiembre de 1821, por lo que las tropas españolas se embarcaron para Cuba y el Ejército Libertador entró en la ciudad. Cartagena estaba por fin liberada, pero ahora aparecía como una ciudad en ruinas, una economía empobrecida y en la que por lo menos una tercera parte de su población había perecido en el conflicto o había emigrado.

F. Adlercreutz: comandante de húsares del Magdalena

Los catalanes de Santa Marta y los indios de Ciénaga seguían fieles a la causa realista y no se daban por vencidos. Es así como el 31 de diciembre de 1822 Francisco Labarcés y Jacinto Bustamante se tomaron el cuartel republicano acantonado en Ciénaga, y marcharon a Santa Marta el 3 de enero del año siguiente. Los realistas, o la catalanada como los llamaba Pedro Gual (Bierck, 1947), nombraron como gobernador al catalán Vicente Pujals, mientras al depuesto gobernador republicano Luis Rieux lo enviaron a Jamaica. Montilla organizó una expedición contra Ciénaga y Santa Marta de cuatrocientos infantes, ciento ochenta jinetes y ocho bongos de guerra y los puso al mando del coronel Reimboldt, quien salió de Barranquilla el 2 de enero. A su turno, el coronel Adlercreutz encabezó una escuadra de quinientos hombres, quienes entrando por los caños de la Ciénaga Grande debían desembarcar en el puerto del Carmen, cerca de San Juan de San Juan de la Ciénaga. El 20 de enero las tropas republicanas al mando de Adlercreutz y Reimboldt atacaron a los realistas de Pueblo Viejo y la Ciénaga encabezados por Jacinto Bustamante, quienes al verse derrotados emprendieron la huida (Alarcón, 1963).

Mapa 3. Movimientos de F.T. Adlercreutz en las provincias del Caribe grancolombiano, 1820-1830, como integrante del Ejército Libertador.


Fuente: Elaboración propia.

En 1821, Adlercreutz fue designado comandante del primer escuadrón de húsares del Magdalena y jefe de ingenieros y fortificaciones de la plaza de Cartagena. Montilla elogia a los hombres del escuadrón de húsares del Magdalena, por su valentía y por el manejo efectivo del armamento: “dudo que haya otro en la república que maneje las armas mejor que él” (Ediciones de la Presidencia de la República, 1982, p. 936). En cartas dirigidas al vicepresidente Santander, Adlrecreutz hace gala de sus conocimientos de caballería aprendidos en Europa, durante sus años de estudio y de combate: pide sillas y frenos para sus caballos, tomando como modelo los adoptados en Hungría; recomienda comprar carabinas francesas o inglesas; y envía modelos de uniformes para su escuadrón, pues desea:

Una rigurosa uniformidad tanto en la tropa como (en la) oficialidad (Cortazar, 1964, p. 115).

En la misma comunicación diferencia el comportamiento de algunos combatientes, como una justificación razonada de su solicitud:

Los medios de destruir a su enemigo que tiene el llanero, no los tiene el hombre de la costa, pues lo que la naturaleza ha dado al uno, es preciso que el otro logre por medio de trabajo, disciplina e instrucción (Cortazar, 1964, p. 115).

En 1822, los realistas al mando del coronel Francisco Morales se tomaron Maracaibo. El general Montilla organizó un contingente de tropas patriotas acantonadas en Santa Marta y Riohacha, para contener el avance realista y recuperar Maracaibo. En noviembre de 1822 las tropas del coronel José Sardá, jefe de la Primera División, se enfrentaron en la batalla de Sinamaica, cerca de Maracaibo, a los hombres dirigidos por Morales. En estos combates también participaron los hombres al mando de Federico Tomás Adlercreutz, quién había pasado a la defensa de Riohacha en la campaña para recuperar Maracaibo. Esta batalla fue lamentable para las huestes patriotas, ya que en ella murieron unos cuatrocientos soldados y cayeron prisioneros cerca de seiscientos. Bolívar quedó tan indignado con esta derrota, que le escribió al vicepresidente Santander: “Si Morales no comete alguna falta muy grave y como vuelvan a cometer los nuestros otra imprudencia, como la de Clemente y Sardá, (a los realistas) espérelos usted en Bogotá” (Cortazar, 1964, p. 119; Miramón, 1997). Por fortuna los errores no se volvieron a cometer, y el general José Prudencia Padilla se llenó de gloria en la batalla del lago de Maracaibo, liberando esa ciudad definitivamente de las tropas españolas.

En mayo de 1823 Adlercreutz fue ascendido al grado de coronel, en 1824 se desempeñó como presidente interino de la “Comisión subalterna de repartimiento de bienes nacionales”, y en 1826 fue nombrado comandante militar de la guarnición y de provincia de Santa Marta. De nuevo en Maracaibo se presentaron algunos brotes de insurrección, por lo que Bolívar despachó para esa ciudad el batallón Granaderos y dio instrucciones precisas para que los escuadrones que marchaban con Adlercreutz no se sublevaran (Lecuna, 1917, p. 159). Esta enumeración de acciones en las que participó Adlercreutz, es una muestra rápida de la frágil cohesión de la Gran Colombia y la alta estima que de este coronel sueco tenían Bolívar y Montilla.

4. Real Archivo Militar (Colección Nils Adlercreutz), Estocolmo, Etat Major Général de l´Armée Suédoise, N° 657, Estocolmo, 9 de diciembre de 1819.

5. Devereux se desempeñó como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario para promover los inetereses de la Gran Colombia en las cortes de Rusia, Suecia-Noruega y Dinamarca, entre noviembre de 1822 y julio de 1823. El Vicepresidente Francisco de Paula Santander fue el encargado de nombrarlo y de revocarle los poderes conferidos (De Mier, 1983, pp. 1445-1446, t. 5).

6. En 1823 el Congreso de la República de Colombia y el vicepresidente Francisco de Paula Santander le otorgaron a Elbers el privilegio de la navegación a vapor por el río Magdalena. Aunque esta exclusividad era por veinte años, el presidente Simón Bolívar revocó el privilegio en 1829 (Viloria, 2002, p. 30).

7. Pedro Gual fue un destacado patriota y político venezolano. Colaboró con Miranda en la primera República (1810-1812), y poco antes de la derrota patriota fue nombrado agente ante el gobierno de Estados Unidos. De este país pasó a Cartagena en 1813, en donde lo eligieron diputado a la legislatura provincial. Entre enero y mayo de 1815 ejerció como gobernador del Estado de Cartagena, y salió para Estados Unidos unos meses antes de iniciarse el Sitio de Cartagena por las tropas de Morillo. Luego de campañas fallidas en México y Florida, regresó a las costas colombianas del Caribe en abril de 1820, y se desempeñó como gobernador civil de la provincia entre junio de 1820 y febrero de 1821. Se le podría considerar como el primer administrador público (no militar) de las provincias del Caribe colombiano (Bierck, 1947).

8. Carta de F.T. Adlrecreutz a Johan Norderling, gobernador de la isla de San Bartolomé. Riksarkivet (Archivo Nacional de Suecia), Estocolmo.

 

V. La venta de los buques de guerra suecos

En los primeros años de la República, los patriotas tuvieron siempre el temor de una nueva invasión por parte de las fuerzas españolas. Para enfrentar una posible reconquista como la adelantada por Pablo Morillo entre 1815 y 1819, el gobierno colombiano necesitaba adquirir algunos buques artillados. Para la misma época en que los colombianos buscaban una buena oferta para comprar los buques de guerra, el gobierno sueco había enviado a ese país suramericano un emisario con la intención de concretar un acuerdo comercial. Los colombianos se decidieron por la alternativa de comprar unos buques de guerra suecos, y es probable que la iniciativa de esta negociación haya sido múltiple: pudo ser fruto de la misión que adelantó Severin Lorich en Colombia en 1823; de la influencia del conde Federico Adlercreutz en el gobierno colombiano; y también de las relaciones del negociante sueco Carl Ulrich von Hauswolff con algunos empresarios y políticos de su país; o una conjugación de las tres.

En 1822, luego de la Independencia de Colombia (1819-1821), la corona sueca tomó la decisión de enviar un agente a ese país, que le permitiera negociar en forma directa acuerdos comerciales. Para esa misión fue designado Severin Lorich, Cónsul de Suecia en Filadelfia, quien llegó a Colombia en 1823 y se convirtió en el primer agente sueco ante el gobierno colombiano. Lorich propuso firmar un acuerdo comercial entra las dos naciones, y aunque este acuerdo no prosperó, son evidentes sus contactos con políticos republicanos de alto rango, como el Secretario de Guerra y Marina Pedro Briceño Méndez. En carta fechada el 23 de agosto de 1823 Briceño comenta de su reunión con Lorich y recomienda al Secretario de Hacienda comprar en Suecia artículos como pólvora, balas y metralla, ya que los precios son más favorables que en otros países (Vidales, 1991).

Otro contacto en este negocio al parecer fue Carl Ulrich von Hauswolff, llamado “el colombiano” por el ministro Lowenhielm, quien para la época de las negociaciones de los buques estuvo en París y Londres. “Hay motivos para sospechar que al salir de Colombia ya tenía en su bolsillo el proyecto del negocio de (los) buques… Sus maquinaciones en París y Londres disgustaron al gobierno de Suecia, por lo cual fue apartado de las gestiones” (Paulin, 1952, p. 625). Sea Lorich, Hauswolff o Adlrecrutz, lo cierto fue que en 1824 delegados colombianos tomaron la iniciativa de contactarse con el ministro sueco en Londres, para estudiar la posibilidad de la venta de unos buques usados.

Ante la anuencia del monarca Carlos XIV Juan, en 1825 el Consejo de Ministros sueco aprobó la venta de dos buques de guerra para Colombia y tres para México. Al ser descubierta la transacción secreta por parte de las delegaciones española y rusa en Estocolmo, el gobierno sueco se trató de eludir su responsabilidad argumentando que “los barcos estaban destinados a una expedición a las Indias Orientales. La cosa se complicó aún más, porque las tripulaciones que en total ascendían a 1.800 hombres, […] habían obtenido permiso para residir en le extranjero durante tres años” (Paulin, 1952, p. 625). Que se tenga noticias, de los 1.800 tripulantes suecos que debían permanecer en Colombia y México, solo uno se quedó en Colombia (Fahlmark), empleado en los servicios geodésicos con sede en el istmo de Panamá.

Los buques con destino a Colombia zarparon cuando comenzaban las protestas rusas y españolas. Ante lo delicado de la situación, Suecia aceptó la propuesta del ministro británico en Estocolmo, consistente en suspender la salida de los buques mexicanos, así como el permiso de los tripulantes de las dos primeras embarcaciones de permanecer en Colombia. Mientras se desarrollaba esta puja diplomática, llegaron los dos buques a Cartagena, en donde Adlercreutz de seguro los debía estar esperando para comunicarles los acontecimientos ocurridos durante su travesía. En Cartagena, el gobierno colombiano se negó a recibir los barcos, por la prohibición a la tripulación de vincularse temporalmente con la armada colombiana. Los buques siguieron viaje a Nueva York, en donde fueron subastados, pero la suma obtenida por la venta ni siquiera alcanzó para costear el regreso de los tripulantes. El negocio, que prometía amplias ganancias para Suecia, terminó en forma humillante para ese país y con una pérdida financiera considerable.

VI. Otros suecos en Colombia durante la época de Adlercreutz

En secciones anteriores hemos visto el interés político y comercial que despertó en Suecia la Independencia de las colonias españolas. En este sentido, la isla de San Bartolomé jugó un papel crucial al servir de puerto de trasbordo para los legionarios europeos, el armamento y demás mercancías con destino a los republicanos de la Gran Colombia. Entre 1818 y 1821, el Ejército Libertador recibió miles de legionarios extranjeros, que antes de llegar a la isla de Margarita hacían escala obligada en San Bartolomé.

Por esta isla pasaron los tres primeros suecos que estuvieron en territorio colombiano durante el siglo XIX: Severin Lorich, Federico Tomás Adlercreutz y Carl Ulric von Hauswoff. Lorich estuvo en la isla entre 1815 y 1816 como jefe de un destacamento y luego viajó por varias islas del Caribe y Estados Unidos; Adlercreutz solo hizo una corta escala en 1820, de paso para la isla de Margarita y luego al territorio continental, donde se incorporaría al Ejército Libertador; y Hauswolff se desempeñó como Secretario de la isla hasta 1819.

Severin Lorich llegó a Colombia en 1823, convirtiéndose en el primer agente sueco ante el gobierno colombiano. De acuerdo con Lorich, para Suecia resultaba conveniente comerciar con las nuevas repúblicas hispanoamericanas, a través de la isla de San Bartolomé. El agente Lorich propuso firmar un Acuerdo Comercial entra las dos naciones, pero estas proposiciones no fueron aceptadas por el gobierno colombiano, ya que el Acuerdo no llevaba implícito el reconocimiento formal de la nueva República. En general, las opiniones de Lorich respecto a Colombia y sus habitantes fueron respetuosas, muy diferentes a las emitidas por su compatriota Carl August Gosselman, a raíz de su viaje por Colombia entre 1825 y 1826. Sobre los colombianos escribe Lorich (1991):

Los habitantes de Colombia son de numerosos colores. Hay españoles, indios, mulatos, negros, mestizos y una raza llamada de zambos, de origen africano e indígena […] El carácter del pueblo presenta menos impetuosidad y pasiones violentas que el del español. Su civilización es todavía muy inferior a la de los europeos, lo cual proviene más de falta de educación que factores de la naturaleza. El gusto del pueblo parece inclinado a las ocupaciones de paz (p. 3).

Otro de los suecos grancolombianos fue Carl Ulric von Hauswoff, quien en 1820 emprendió una gira por las costas de Venezuela, Colombia y Panamá. Al año siguiente llegó a la Cartagena recién libertada, en cuyas batallas decisivas participó su compatriota Adlercreutz, y al tener conocimiento de la fiebre de oro que se vivía en diferentes provincias andinas, se encaminó a Antioquia en donde consiguió la concesión de una mina. Con este documento viajó a Londres en 1823, en donde consiguió el respaldo económico de los banqueros judíos B.A. Goldsmith & Co. Luego viajó a Suecia en donde se casó con María von Greiff, reclutó algunos técnicos como el joven ingeniero Pedro Nisser y organizó la expedición del barco mercantil sueco Cristóbal Colón. En su viaje a Colombia en 1825, el Cristóbal Colón contó entre sus oficiales con Carlos Augusto Gosselman, teniente de la Armada sueca (Paulin, 1952, Mörner, 1961, Tisnés, 1983).

Al arribar a Cartagena, Gosselman se alojó en una casa colonial perteneciente a Domingo Díaz Granados Paniza, cuñado de Adlercreutz. Sin duda, el Conde le consiguió este alojamiento a su compatriota durante su estadía en Cartagena. Gosselman era un oficial de gran cultura, que durante dos años recorrió el país, observó sus paisajes, su gobierno, su economía y sus costumbres, plasmándolo todo en su libro Viaje por Colombia 1825 y 1826.

A diferencia del informe de Lorich, el libro de Golsselman está plagado de comentarios racistas sobre los colombianos. En palabras de Hans E. Skold, embajador de Suecia en Colombia en 1979:

Gosselman llegó a Colombia saturado de prejuicios […] Con gran largueza y muchas veces con tendencias racistas critica este forastero de las afueras de Europa Septentrional, condiciones y comportamientos que no le parecen conforme a su fondo de realismo nórdico y luteranismo frío. (Gosselman, 1981, pp. 9 y 38).

Gosselman no andaba en vueltas para tildar de perezosos a los colombianos y a los negros de indolentes:

Puedo decir con razón que los colombianos durante la mitad del año tienen días de fiesta y el otro medio año no hacen nada (Gosselman, 1981, pp. 9 y 38).

Pero el autor parece encontrar una explicación determinista a esta pereza generalizada: “Quizás el clima ayude a que así sea… Es difícil hacerse a la idea de un día de este estilo. Es como estar rodeado de una gran masa de gas que ilumina y llena todo con su deslumbrante luminosidad” (Gosselman, 1981, pp. 9 y 38).

Más allá de su incomprensión por las costumbres colombianas, el libro de Gosselman es una crónica de gran interés histórico, escrita en el estilo característico de los viajeros europeos del siglo XIX. En la medida en que fue conociendo el país, sus comentarios se hicieron más benévolos: argumentó que las tierras de Colombia no solo eran aptas para producir frutos tropicales, o explotar el oro y la plata, si no que también, en sus regiones montañosas, se podían cultivar los productos de clima templado, o impulsar una industrialización adecuada “capaz de satisfacer sus necesidades sin requerir de la ayuda extranjera” (Gosselman, 1981, p. 320).

Mientras Gosselman recorría Colombia y se dedicaba a observar detalladamente su geografía, sus instituciones o su economía, los otros suecos que llegaron con él se instalaron en Medellín, con la intención de sacar algunos gramos de oro de las minas que habían adquirido. Además de Hauswolff y su esposa María de Greiff, la pequeña colonia sueca en Antioquia la integraban Pedro Nisser, el capitán Carlos de Greiff (De Greiff, 1995), cuñado de Hauswolff, Luisa Faxe (esposa de Carlos), el químico Plageman, el herrero Zimmerman y una criada. La baja producción de la mina generó tensiones entre los suecos radicados en Antioquia, sobre todo entre Hauswolff y de Greiff. Hauswolff decidió regresar a Europa en 1831 para buscar nuevos recursos para sus proyectos, por lo que viajó a Cartagena y allí se embarcó rumbo a Estados Unidos y Europa. Ante una avería de la embarcación en que viajaban debieron desembarcar en Jamaica, en donde Hauswolff se encontró con su compatriota Adlercreutz y demás militares que habían sido expulsados de Cartagena, después de la muerte de Bolívar. Finalmente, Hauswolff prosiguió su viaje a Europa, pero ni en Suecia ni en Finlandia consiguió recursos para su empresa minera.

Ante el fracaso de la empresa minera de Hauswolff, las familias Nisser y de Greiff empezaron trabajos en una pequeña mina, y para conseguir el capital que la pusiera en funcionamiento, Pedro Nisser escribió un pequeño libro sobre la mina y viajó a Londres para promocionar su proyecto. En esa ciudad emitió acciones de la empresa que llamó “Río Anorí Gold Stream Works Company”, la cual tuvo una buena acogida en principio. Desafortunadamente, el entusiasmo y los consejos de Nisser no fueron de mucha utilidad, al comprobar que la mina no tenía las riquezas esperadas (Paulin, 1952; Nisser, 1990). Se debe destacar que, aunque Adlercreutz le daba gran acogida a sus compatriotas que pasaban por Cartagena, varios de los cuales se establecieron en Antioquia, nunca participó en las empresas mineras que los suecos tuvieron en esa provincia andina. Se podría plantear que Adlercreutz no fue un hombre de mentalidad empresarial o mercantil: mientras otros suecos y extranjeros en general buscaban oportunidades de negocio en la minería, en la venta de armamento a los patriotas o en el comercio en general, este conde sueco nunca le apuntó a tales actividades.

Otro de sus amigos fue el comerciante alemán Juan Bernardo Elbers, quien desde muy joven llegó al Caribe, y se instaló inicialmente en la isla sueca de San Bartolmé, desde donde despachaba armas, pertrechos, pólvora y demás mercancías a los patriotas colombo-venezolanos. Luego de ganada la Independencia de estas colonias, el gobierno colombiano recompensó con contratos y monopolios a varios de los comerciantes que habían colaborado con el Ejército Libertador. Fue así como en 1823 el Congreso de la República y el gobierno del vicepresidente Francisco de Paula Santander le otorgaron a Juan Bernardo Elbers el privilegio de la navegación a vapor por el río Magdalena. A Elbers se le confirió el permiso y la exclusividad por veinte años de transportar carga y pasajeros por el río Magdalena en vapores fluviales. Este privilegio solo duró seis años, pues en 1829 el presidente Simón Bolívar revocó el privilegio de navegación que había sido concedido el vicepresidente Santander a Elbers (Viloria, 2002). Se sabe de la amistad y consideración que Elbers tenía por Adlercreutz, pues en 1824 el primero le escribió al vicepresidente Santander solicitando “justicia” para que el gobierno colombiano cancelara sus deudas con el coronel sueco.

 

Por Colombia también pasaron otros suecos como el pintor y grabador Leonard Henrik Roos af Hjelmsater, quien estuvo en Cartagena y Mompox (1825-1827), y el joven oficial Eric Jacobo Fahlmark, que llegó a Cartagena en 1826 a bordo de uno de los buques de guerra suecos vendidos a la Gran Colombia (ver sección correspondiente), y luego fue empleado como geodesta por el gobierno colombiano, para hacer trabajos en el istmo de Panamá entre 1828 y 1829 (Gosselman, 1981, Paulin, 1952). De todos los suecos residentes en Colombia en este período, solo Carl Segismund von Greiff dejó descendencia en el país, siendo los más conocidos el poeta León de Greiff y el musicólogo Otto de Greiff. Por su parte, de los siete hijos de Adlercreutz y Pepa, uno murió recién nacido, tres murieron solteros en Venezuela y los otros tres se radicaron en Suecia, donde dejaron descendencia.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?