La khátarsis del cine mexicano

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Y la khátarsis westernterritorial era por búsqueda retardada, más que por prurito de originalidad, un reposicionamiento y una reposición, un grave ejemplo de remordimiento histórico por todo aquello no haber sido abordado antes.

La khátarsis balseropotémkina

Un desternillante viaje feérico en vocho-balsa cual acorazada cáscara de nuez.

Harto, exasperado, prófugo de su condición de obrero sindicalista desempleado a perpetuidad ya que vegeta despedido por el Estado con todo y empresa en liquidación, huyendo además de su gorgonesca mujer redonda La Varanda (Norma Angélica) con hija idéntica a ella (Azalia Ortiz) que regentean juntas un puesto de dardos revientaglobos en una permanente feria pinche e imbuido de los consejos de su veterano compañero de infructuoso piquete huelguístico El Alacrán (Salvador Sánchez), el crédulo pero agitado pobrediablo jarocho desechable Silverio Palacios (Silverio Palacios quién más) adapta su Volkswagen modelo ’73 jodido como imposible balsa pintoresca, se despide efusivamente de su gigantón amigo del alma desde niños aunque hoy transexual La Manuela antes Rubén (Terry Holiday) y se hace a la mar desde el puerto de Veracruz, seguro que él, tras desembarcar directamente por la noche en los cayos de Florida, sí será bien recibido como (falso) refugiado político cubano que huye de los desastres del régimen castrista. Sin embargo, el pobre hombre será despistado por una brújula descompuesta y asaltado por una tormenta que le desgarra hasta la bandera de su frágil embarcación (con el escudo futbolero de los Tiburones del Veracruz) e irá a dar a las playas de La Habana, por lo que su discurso ante las autoridades gubernamentales tendrá que ser el de un fugitivo del capitalismo que ya no tolera la explotación y ha decidido embarcarse al país del comunismo, que pronto lo convertirá en celebridad, le proporcionará trabajo como un taxista-motorista más, con sidecar-palanquín, luego de convertir su vocho en vehículo de tracción por motocicleta para alquiler de turistas.

También será alojado en una atiborrada y estrecha vivienda precaria que se considera de lujo porque es para él solo y que regentea la atractiva hembraza de grandes arracadas incitantes Lucía (Laura de la Uz), también al cuidado del añoso pintor clavado en silla de ruedas Alberto (Enrique Molina) que se dedica a copiar obras maestras del arte cubano (René Portocarrero y demás) para venderlas como auténticas y que resultará más que comprensivo con el inquilino infructuosamente enamorado de su compañera. Aunque bien instalado en ese su nuevo hogar tan hospitalario, cruzando feliz La Habana de arriba abajo a bordo de su vochito y pronto estupendamente adaptado a los rollos / pronunciamientos socialistas verbales de la isla, el buen asilado político Silverio sufrirá no obstante una gran decepción al enterarse de que su alto salario, oficialmente equivalente a 300 dólares, en realidad no vale encima de los 12, por lo que, para lograr hacerle las remesas prometidas (ahora clandestinas) a su querido Manuela / Rubén, deberá, obedeciendo a un impulso natural y automático de subsistencia, comprar mercancías en mercado negro para revendérselas con provechosas ganancias a los usuarios extranjeros de su taxi arreglado.

Sin embargo, ganado por los escrúpulos culpables, la catástrofe moral del sobreadaptado Silverio surgirá cuando se sienta obligado a tundir a puñetazos a un abusivo diputado paisano chilango llamado Carlos (Juan Carlos Colombo) que insistía en confundirlo con lenón proveedor de prostitutas y cuando pretenda emigrar de nuevo, llevándose consigo a su despampanante casera rejega, a quien, equivocadamente, dentro de su confusión de valores, creía prendada de él y deseosa de residir fuera de su patria. Así pues, todo habrá de estallar durante una fiesta-bailongo de sorpresa que le organizan al camarada mexicano tan querido sus compañeros de trabajo y sus vecinos para celebrar su cumpleaños, donde el principal regalo será la presencia de la Manuela asumida otra vez como Rubén y empujando muy servicialmente readaptado la silla rodante del preclaro rival de su cariño Beto. Herido tanto por su falta de conciencia como por el rechazo rotundo de la anfitriona Lucía, el innoble Silverio ganará de nuevo altamar a bordo de su vocho-balsa, otra vez en esperanzado rumbo a Miami, llegando tan esforzada cuan irónicamente a las mansas arenas de un lugar asimismo poblado por güeros privilegiados y donde también se habla inglés: el internacional paraíso turístico de Cancún.

Acorazado (Jaibol Films - Lemon Films - Fidecine / Imcine - Eficine 226, 85 / 97 / 110 minutos, 2009), debut en coproducción con Cuba y como autor total del chilango exasistente de dirección y TVserialista de 36 años Álvaro Curiel de Icaza (cortos previos: Viajando sobre los durmientes, 1999, y Vuelvo en un minuto, 2007; varios capítulos de las series M13dos, Terminales, Los simuladores, Mujeres asesinas y Los héroes del norte), premio del público en el Festival de Morelia de 2010, se basa en una idea de Alejandro Lozano que fue inspirada por el corto documental La requisa de Martín Boege (2004) sobre sindicalistas veracruzanos en épocas de Salinas de Gortari, si bien la disolución de la Compañía de Luz y Fuerza por otro Lozano bajo las órdenes de Calderón vendría a ser luego el referente obligado, y se asume de antemano, sin ningún pudor ni modestia, a lo grande, al modo que acostumbran los ambiciosos productores fraternos Fernando y Billy Rovzar (de Matando cabos y Sultanes del Sur del mencionado Lozano, 2004 / 2006, a Salvando al soldado Pérez de Beto Gómez, 2011), como una tragicomedia mostrenca, una hipercomplaciente sangronada satírica, una cinta concebida supercomercial (de ésas que hoy suelen tronar a la primera semana de exhibición), una comedieta populachero-sentimental que entra y sale y vuelve a entrar a discreción en los terrenos de la farsa, una “falsa comedia que culmina en drama” (“He inventado un género cinematográfico nuevo”, le gusta pregonar al buen director Curiel obligado por el marketing a definir promocionalmente su cinta a diestra y siniestra) o, quizá más bien una farsa desmadrosa que quiere plasmar a la vez una descomunal ironía sobre los abundantes balseros cubanos que durante los años noventa e incluso al principio del nuevo mileno arriesgaban su vida para huir del obligatorio edén castrista de la isla bella sobre frágiles balsas de confección casera intentando desesperadamente llegar de manera clandestina a Miami (miniepopeyas glosadas de modo tan doloroso cuan soberbio en el TVdocumental catalán Balseros de Carles Bosch y Josep María Domenech, 1994-2002, con guión de David Trueba, que obtuvo un escandaloso Oscar en el 2004) y una casi homónima nueva versión épica de bolsillo, o puntual relectura mordaz, de El avorazado Potémkin, injertada de El balsero Potémkin, en pos de alguna avizorada khátarsis balseropotémkina, como sigue.

La khátarsis balseropotémkina frecuenta por derecho propio el cine cómico mexicano, a fondo y a pleno pulmón, más allá de la bufonada ocasional. Sobrino del simpático historietista, actor secundario y descarado churrero fílmico de 20 películas Federico Curiel Pichirilo (de Aventuras del Látigo Negro, 1959, a Bohemio de afición, 1984, pasando por una exitosísima postelenovelera María Isabel, 1967), el realizador Curiel de Icaza ha hecho previamente un corto documental para evocar / reivindicar / invocar la figura y la carrera de su tío (Pichirilo, 2002), pues quiere heredar, parece haber heredado, pretende usufructuar la herencia por vía familiar de un gusto y un regusto por el viejo cine popular mexicano, su gracia, su verba, su desenfado, su picardía. Acorazado disemina pocas pero seguras e infalibles secuencias cómicas, de humor dudoso, fresco, renovado, reciclado, misógino, autopatético o híbrido, lo mismo le da. Rolling-gag autoexcitado y explotado repetitivamente al infinito del multiadaptado vocho metamórfico que fungirá como vehículo milusos, balsa, cascarón flotante, resguardo, instrumento de trabajo habanero, negocio redondo. Tautológica escena hogareña al lado de las ballenas madre e hija con sonido en off de narración TVdocumental sobre ballenas muy ilustrativa, solemne y tumultuario desfile triunfal hacia la playa a la hora de embarcarse hacia el extranjero cual pasional subida al Monte Calvario jalando con la cruz-automóvil a cuestas, naufragio en riscos que semejan burlas enhiestas, héroe de la demagogia cargado de pies y manos como bulto inservible, uniformación efervescente con camiseta que orgullosamente ostenta el ancilar letrero casi pedigüeño de Habana al llegar por huevón inconcebiblemente tarde para “ingresar a las filas revolucionarias”, coqueteo adolescente-vetarro sorbiendo helados compartidos, sucesión de clientes en plena euforia, intento de redimir a una suculenta chava confundida con jinetera que en realidad esperaba a su novio en una esquina, archifrustrante ingreso a la prometedora sala del Cine Acapulco habanero donde se exhibe un ansiado y querido de antemano ¡Que viva México! que resulta narrado en ruso (Eisenstein, 1931-1932) cuyo objetivo será mostrar horribles estampidas de caballos sobre las cabezas de antiguos peones eternos tan enterrados en vida como él mismo, fuga despavorida de la isla bella a medianoche solitaria y llorosa compulsiva del irredimible mexicanito a medio redimir imposible (“Estás huyendo de ti mismo, mexicano loco”), alud de alusiones a dos crisis paralelas (la mexicana, la cubana) para homologarlas y divertirse y burlarse de ellas mediante una risa cordial e inquietantemente satisfecha, otro gozoso envenenamiento individual-colectivo del sueño americano para connacionales, mientras la edición implacable del documentalista cuequero José Manuel Cravioto (Los últimos héroes de la península, 2008; Café Tacvba, seguir siendo, codirigiendo con Ernesto Contreras, 2007-2010) constriñe al máximo las acaloradas acciones acorraladas y sopla a todo vapor la música de Ricardo Martín dejándose contagiar por invasoras canciones de época el también homenajeable antepasado familiar del realizador Gonzalo Curiel (1904-1958), con esa “Vereda tropical” como grandioso tema musical y glosa-recreación como envío-estrépito conclusivo, más un romántico fragmento de un desconocido Concierto para piano de lírica exquisitez inesperada a media película.

 

La khátarsis balseropotémkina propone la comicidad de un cómico neoemblemático. Pelma, pelmazo, tonto, bobo, zorimbo, huevonazo, estólido, estulto, necio, iluso, cándido volteriano, quimérico, nugatorio, excéntrico, vivales, buscavidas, pero encantador aun en el descrédito y la ignominia, Silverio Palacios interpretando a Silverio Palacios (muy por encima del hilarante Matando cabos o de intentos congestionados tipo Paradas continuas de Gustavo Loza, 2009, o Conozca la cabeza de Juan Pérez de Emilio Portes, 2008) crea, hace presente, traza, paraboliza y robustece a un nuevo tipo de pícaro redondo, rechoncho, jactancioso, de bigotitito caído, medio aniñado, fresco, fachoso, frustrado sexual, pillo, raterillo, fugitivo, inescrupuloso, orondo, picajoso y picaflor donde hay, que debe representar a todo un país antes, durante y después de representarse a sí mismo. O sea el mexicano perfecto, de personalidad que se cree tan característica y peculiar como indefinible y volátil, en caso de que tenga alguna, de fijo, pero siempre sintiéndose digno de tenerla, pese a sobrevivirle a la huelga que ya no existe de una empresa que ya no existe gracias a un sindicato que ya no existe ¿en un país que ya no existe y refugiado hasta la ciega fe salvaje en un socialismo real que ya no existe? Tiene algo del Ernesto Gómez Cruz El Azteca de Los caifanes (Juan Ibáñez, 1966) ya que por algo le apodan El Olmeca (tanto como El Cabezotas o El Manzanero), aúlla machete inútil en ristre, tira henchidas palinodias incallables en los camiones de línea, botea a la brava abordando casi por asalto a un turista alemán (Marius Biegai) para que lo apoye con una moneda (“Todavía hay manera de sangrar al erario”) que le permita “regresar al mercado de trabajo”, vende películas “piratas originales” en carrito de ambulante con televisor portátil, se cree muy bueno para la rayuela y pierde a la primera, se deja bocabajear e impresionar y aleccionar por sus cuates de mayor edad y experiencia, le roba a su monstruosa mujer dormitante los billetes que guarda en sus frondosos senos heredados de la voluminosa gorgona de la Batalla en el cielo de Reygadas (2005) antes de encenderle su telenovela diaria ya al final (“Si serás pendejo”) o de ser poseído aplastantemente por ella, expulsa a patadas de su taxi VW a los pasajeros que se la chupaban adentro desatando la furia de su dueño, prepara con cuidado sus nuevos discursos plañideropolíticos (al fin que “Nadie entiende nada”), deja que califiquen de cetáceas a sus gordas entrañables, juguetea equívocamente y chapotea ambiguamente con su cuate transexual al insinuante calor de las olas costeras, se deja lavar el coco a lo pendejo para largarse como ilegal en su vocho vuelto balsa a la Florida y acabar idiotamente en Cuba. A kilómetros y siglos de distancia de los grandes cómicos regionales o barriobajeros de los años cincuenta-sesenta (Manolín, Resortes, Clavillazo, Piporro, Chespirito) o los maniáticos albureros de los ochenta-noventa en pléyade (Alfonso Zayas, Caballo Rojas, Rafael Inclán, Luis de Alba, Flaco Guzmán, Flaco Ibáñez), carece genealógicamente de la espontánea verba natural de Cantinflas (el verborrágico enfermo del lenguaje) o de Tin-tán (el incentivo dueño del lenguaje florido vaga pero poderosamente exótico), pero suple su carencia macheteando y copiando, más que estudiando, manuales marxosos y discursos panfletarios de los que exprimirá sus lugares comunes ultraeficaces para toda circunstancia. Silverio Palacios como un Capulina posmoderno, en solitario y en revuelta, si bien profusa / confusa / difusamente politizado, que “al grito de ‘vamos al grano’”, queda “desprotegido, descuidado, desmecatado hasta que se le deslíe su natural vena humorística” (Luis Tovar en La Jornada Semanal, 26 de diciembre de 2011). De cualquier manera que se le enfoque, su acción sólo tiene como objetivo demostrar de manera inequívoca y fehaciente que cualquier mexicano es incapaz de responder a las exigencias de su propia toma de conciencia (como no sea madrear a un diputado corrupto demasiado insistente en su soborno), que es demostrablemente inferior a cualquier extranjero (incluyendo hasta a un cubano) y que no importa qué lugar del mundo (por atrasado y precario que sea) es superior y más vivible que México, donde obtener el trabajo, la comida, la habitación, los amigos y la autovaloración que aquí en su patria le están negados.

La khátarsis balseropotémkina rasca la metáfora prolongada y megalómana. Quisiera que ese vocho a la deriva en medio de un mar embravecido funcionara como una alegoría de América Latina en su conjunto. Su condición precaria, su lucha, su destino, su falta de fin último visible. Pero sobre todo, el transa por naturaleza. La transa como tu segunda piel, tu verdadera índole valedera, tu peregrino estilo amable, tu astucia para improvisar, tu arrojo simpático, tu vicio conductual favorito, tu gravedad exorcizada, tu manera de atreverte a desdeñar la política donde todo se considera ¿y es? un acto político. Transa eres y en transa te convertirás. El que nació para transa no pasa del malecón. Ajeno a la conciencia y a la autoconciencia, su única voz de la conciencia posible son las advertencias en off de su amigo Alacrán (“Si no me haces caso, vas a acabar en Tampico y serás el hazmerreír de todo el mundo”), su única introspección será un temible sueño intencional profundo vuelto pesadilla pero jamás psicoanalítico, su única reacción consciente será el impulso constante de fuga. “El mexicano está lleno de máscaras”, le asesta como recitación instantánea el pintor transa cubano a su homólogo transa mexicano (“¿Y tú crees que puedes engañar a todo un pueblo? Todos son ambiciosos y corruptos”), citando explícitamente a Octavio Paz, cuando ya no tardan todos en desenmascararlo y él mismo está a punto de desenmascararse a sí mismo de cara a él mismo.

La khátarsis balseropotémkina lleva su sistema de referencias hasta extremos insospechados pero muy reveladores. Hagamos en este inciso-apartado-reenfoque sólo un par de comparaciones ejemplares de relieve. En la Época de la Lluvia de Oro del cine mexicano, a la hora de acometer películas idiosincrásicas para confirmar, fortalecer y redirigir la identidad nacional y el firme orgullo nacionalista en expansión, a los realizadores más ambiciosos de entonces sólo se les ocurrió acometer dos películas al hilo en torno a los iniciales-iniciáticos milagros florecientes de la Morenita del Tepeyac cuyos inusitados héroes intempestivos fueran indios mexicanos, uno pasivo a descorazonal-exaltar ante el altar en el emblemático rol sacrosanto de Juan Diego que interpretaría un actor indígena-seudorromano de reimportación hollywoodense (Ramón Novarro en La Virgen que forjó una patria de Julio Bracho, 1942, escrita por el excristero René Capistrán Garza) y uno activo a temer en el irreductible rol feroz aunque redimible del cacique Tenoch que encarnaría un debutante actor de origen marcadamente siriolibanés e importación confusa (Abel Salazar en La Virgen Morena de Gabriel Soria, escrita por el Reverendo Padre Carlos María de Heredia y música microtonal sin crédito de Julián Carrillo para las celestiales secuencias milagrosas). En la Época de la Lluvia de Plomo del cine mexicano, para reanimar la identidad nacional y el orgullo nacionalista en depresión, a los realizadores más ambiciosos de aquí y ahora sólo se les ocurre acometer dos películas al hilo en una alrededor de los iniciales iniciáticos milagros florecientes de la emigración ilusoria: una interpretada por el más chilango de los neopeladitos chilangos (Silverio Palacios el incondicional ayudante asiático del polifémico luchador Mascarita Joaquín Cosío de Matando cabos, el aplastafamilias dueño roñoso de una agencia funeraria marca patito de Morirse en domingo de Daniel Gruener en 2006, el exAzteca representante de la pobreza corrupta en Un inmundo maravilloso de Luis Estrada del 2006, el repelente compañero con corbata alevosa del Más que a nada en el mundo de la dupla Andrés León Becker y Javier Solar en 2006, el sinuoso comandante guerrillero de El violín de Francisco Vargas Quevedo en 2006, el alburero cachacuaz del taller mecánico de Paradas continuas, el hojalatero pillazo michoacano de contentillo en Amar a morir de Fernando Lebrija en 2007-2009, el decapitable mago de un circo de quinta en Conozca la cabeza de Juan Pérez, el vigilante jardinero antiviolaciones gays de La otra familia de Gustavo Loza en 2010 y el abogánster delegacional de la Pastorela del Emilio Portes Castro de 2011) en el seguro rol de un pícaro jarocho y supuesto impostor cubano, al interior de un mutante Acorazado Potemkin de tres centavos que sin embargo será escenario de una misma epopeya de la Nave de Guerra (versátiles éstas si las hay), misma epopeya del Amotinamiento (de uno contra sí mismo), misma epopeya de la Desviación marítima hacia un Refugio inesperado, misma epopeya del Recibimiento apoteótico masivo (por gentiles costeños o crédulos funcionarios, confirmada ante un micrófono como profesión de fe al centro de misma plaza pública), misma epopeya de la Represión (sustituida y sublimada a la mejor provocación por un espontáneo festejo salsero caribeño: en contraposición con el 68 de todos los días que vivimos hoy como rutina), misma epopeya de la Fraternidad, misma epopeya de la Marcha hacia otros mundos a la ventura de las aguas. Además de por ahí alguna misma epopeya de guiños de ojo al tal Sergüey Eisenstein desde el más naco imaginable (explicitados gracias al fragmento de ¡Que viva México! erráticamente atisbado en un cínico cinuco). Paralelismo hiperforzado, paralelismo edificante. Émulo, parodia advenediza, zombi folclórico / antifolclórico, reducción al absurdo. Paralelismo hipotético, paralelismo conjetural. Vivimos sin saberlo en varias realidades a la vez, una real (externa, interna) y una simbólica (contrahecha, híbrida, innombrable). Paralelismo objetivo, paralelismo subjetivo.

La khátarsis balseropotémkina nada concluye, ni en términos éticos, ni estéticos (más bien ausentes, a no ser por el placer de la congestión), ni discursivos. Sólo se inserta / injerta / enjareta un final que redondea el sinfín de gracejadas balbucientes de una comicidad binacional para mejor ejercer la acrítica mirada circular en torno a la propia nacionalidad propia. Del coloquio paradójico que se establece con los inofensivos transas cubanos al anticlímax humorístico de ese infeliz bodoque botijón trastabillando en el desconcierto absoluto entre los rubios altotes y las rubias hiperbuenonas que juegan voleibol en una bien montada cancha playera, mientras los aires del envidiable cielo azul son surcados por un letrero aéreo en que puede leerse la leyenda “Spring Break Cancún-México”.

Y la khátarsis balseropotémkina era por aullante remada bajo la estela luminosa un vuelco flotante para seguir nadando de a muertito a inconsolable nivel nacional.