Un final inexorable

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Antes de Lacan hubo aquí analistas de derecha y analistas de izquierda. Incluso se discutía qué interpretaba el analista de izquierda y qué interpretaba el analista de derecha y, por ejemplo, cómo se posicionaba el analista de izquierda frente a un sujeto que en la década del 70 se embarcaba hacia la guerrilla y cómo lo hacía por el contrario un analista de derecha. Eran tiempos donde la ideología obturaba al psicoanálisis.

Yo empecé a conocer a Lacan después de haber pasado por una serie de discusiones sobre ese tipo de problemas. Tanto era así que por esas discusiones llegaban a dividirse instituciones psicoanalíticas. Esas divisiones no se producían por el psicoanálisis sino por la ideología de los analistas. Es por esto que sigo pensando que es muy importante mantener una distancia entre la posición del analista y la posición política del analista. Es una distancia que está hoy en discusión, dado que determinados momentos y circunstancias del mundo y del país reducen esa diferencia. Me parece importante introducir ahí una interrogación y una cierta prudencia respecto de la distancia entre el analista y la política. Hay un texto de Miller sobre el tema y en algún momento podremos revisarlo.

Retomando el hecho de la existencia de los re-análisis, ¿por qué la gente se re-analiza y se va a otro análisis? Antes era porque aparecían analistas lacanianos y se consideraba que eran mejores que los que había hasta ese momento. Sin embargo, esta circulación sigue ocurriendo ahora entre lacanianos, es decir que no depende solo de la persona del analista sino de circunstancias del análisis.

Recuerdo el caso de una persona de la que yo pensé que había terminado su análisis. Yo estaba seguro de que iba a realizar el pase y de que iba a pasar, pero justo en el momento en que iba a hacer el pase vino la ola trasatlántica y 20 años después se sigue analizando. ¿Me equivoque yo? ¿El análisis no termina nunca? ¿Se relanza? Lo que quiero transmitir es que lo que se llama “re-análisis“ tiene que ser comprendido para mí como una interrogación acerca de lo que es el final del análisis.

En los carteles del pase Miller intervenía como éxtimo y solicitaba que se agregara “… no será el nec plus ultra del final del análisis, pero hay un perfume singular…”. Todos los AE primeros fueron marcados por esta expresión “no será en nec plus ultra del final”. Con esta fórmula se le pone una duda al final del análisis y se lo saca del lugar del juicio inapelable. Tengan en cuenta que no solo podemos constatar que hay re-análisis de los AE, sino que más bien es difícil que haya algún AE sin re-analizarse.

Si el pase se coloca en un ideal de pureza el efecto es claro, pasan muy pocos y no hay una verdadera clínica de los AE. Con estas vicisitudes que traigo a colación, lo que me interesa resaltar es que evidentemente hay una indeterminación respecto del final del análisis. Es por eso que, exagerando un poco la conclusión, digo: no hay final del análisis. Después vamos a ver los daños que supone la aplicación de este axioma de “no hay fin del análisis”, como así también veremos lo que aporta el que sí haya final del análisis.

Lo que quiero decir es que no hay una prueba matemática del fin del análisis y cuando no hay prueba matemática, entonces lo que hay es verificación sintomática. Conversé este tema con Jorge Losicer y le decía que sería bueno conocer desde el orden jurídico cómo se piensa al punto conclusivo, es decir la cosa juzgada, cómo es un punto de final concebido en el mundo de la ley. La cosa juzgada se relativiza constantemente, y si la queremos tomar como una analogía para pensar lo que sucede en el campo del psicoanálisis, nos encontramos con el dato de que el punto conclusivo del final se reabre y se reabre todo el tiempo.

Veamos ahora otro aspecto vinculado al final de los análisis, el de las salidas de análisis precipitadas y el de las salidas lentas. Empecemos por las salidas lentas. Hay analizantes respecto de los cuales uno cree que hace tiempo terminaron su análisis pero sucede que no se quieren ir. [Risas]. ¿Por qué uno se queda en el análisis más del tiempo necesario? Hay en el análisis un factor inercial muy importante, es la inercia que nosotros llamamos goce de la palabra. Contra esa inercia es que se justifica la aparición de ese forzamiento que entiendo debe estar siempre actuando desde el lugar del analista.

Recuerdo el argumento dado por un paciente a favor de continuar su análisis; me decía: “¿Para qué voy a cambiar el juego si voy ganando, si así estoy bien? Quizás dejo el análisis y se me arruina todo”. O sea que el análisis queda como un amuleto de buena coordinación y armonía. Otro argumento que me plantearon fue: “Aquí, en análisis, tengo un espacio para pensar”. Este argumento es un horror para nosotros. [Risas]. Exactamente decía: “Un espacio para pensar en mí” o “un espacio propio, mío…”, peor todavía. [Risas]. Como pueden notar esa es la idea del análisis alojador, idea que para nosotros representa un análisis que crea una nueva neurosis, que la refuerza, y refuerza además todos los síntomas.

La duración de los análisis es algo que también pongo a consideración. Tiempo atrás analizarse 15 o 20 años era normal, era casi una virtud, daba una especie de jerarquía el haberse analizado muchos años. En la actualidad, cuando escucho que una persona se analiza hace 20 años tiendo a pensar que algo no anda bien: o anda mal el analista o anda mal el paciente, pero algo no está funcionando. Para mí los tiempos acotados del análisis lacaniano implican también un esfuerzo hacia la brevedad respecto de la duración total del análisis. Es una tesis que habría que probar, pero es una conclusión que extraigo de la lógica de nuestra práctica.

Si nosotros desde la primera entrevista tomamos una posición de presión para que emerjan conclusiones, si hacemos lo que llamamos “operación reducción”, es porque ya está ahí en juego la orientación hacia el final. Esa presión es la que se ejerce bajo la forma de nuestro trabajo de reducir y reducir, y de esa forma obtenemos datos específicos desde la primera entrevista, datos que van a aparecer y confirmarse en el final. De ahí que el final lo anticipemos desde la primera entrevista cuando hacemos la operación reducción y cuando tenemos el método de elegir un rasgo. Cuando elegimos un rasgo estamos destituyendo todo lo que se agrega a eso y así se arma lo que llamamos lógica de la cura. A través de esa operación es que se ejerce esa presión que va contra el desplegarse del hablar. Si dejáramos desplegarse a ese hablar, como ocurre con toda conversación que por sí misma tiende a extenderse a un más allá y a un más allá del más allá, es lógico que el tiempo también se extienda. Asistimos a los debates de la cámara de diputados, son insoportables, carecen de punto de conclusión.

Lacan propone el acortamiento de los tiempos. Nunca se dijo que ese acortamiento del tiempo implicara también acortamiento del tiempo del análisis. Hemos pensado explícitamente la necesidad del acortamiento del tiempo de la sesión, pero sería algo extraño que esta indicación del acortamiento del tiempo de las sesiones no tuviera consecuencias en la duración de los análisis. Creo que los análisis tienen que ser más cortos. Desde esta perspectiva la extensión de los análisis a 20 o más años son para mí no una virtud sino un defecto.

Ahora bien, ¿cuál es la fuente de ese forzamiento que ya dije debe ejercer el analista contra la inercia del hablar? Ese forzamiento tiene su fundamento en el deseo del analista que encarna un más allá del principio del placer. Recuerden las quejas que testimonian algunos pacientes de Lacan, quienes se iban a otros analistas diciendo “…vengo a hablar de mí…”. Hay un analista cuyo nombre no recuerdo que contaba haber atendido muchos pacientes de Lacan que se quejaban de que Lacan no los dejaba hablar de ellos. El hablar de sí puede llevar horas y años, para hablar de sí nunca alcanza el tiempo. Nuestro trabajo es intentar reducir todo el tiempo la operación de hablar de sí, porque entendemos que el análisis no es para pensar sino que es para operar una reducción que conduce a un más allá de lo que uno quiere decir.

Nuestro trabajo es de debilitamiento del yo que habla y por lo tanto de una reducción a puntos esenciales. Evidentemente, esta modalidad de análisis tiene que tener una consecuencia contraria a la prolongación de los análisis en los que se hablaba de todo con toda libertad durante 50 minutos, cuatro veces por semana fumando cigarrillos y supuestamente pensando lo que se decía. El analista estaba sentado en una poltrona (se la llamaba así), 50 minutos con los pies para arriba para no provocarse varices. [Risas].

Todo nuestro dispositivo va en contra de la homeostasis del placer del hablar. De allí es que se entiende cuando los pacientes dicen que sienten una sensación de tensión en la sesión. Esa tensión es contraria a la idea de que el análisis es para relajarse. El análisis no es en absoluto para relajarse, el análisis es para vibrar, para mover. No es así todo el tiempo, pero un análisis que flota es un análisis en el que el analista no está en marcha sino que está dejando hablar. A veces uno deja hablar por múltiples razones, por ejemplo porque está cansado, porque está deprimido, porque está enojado o por cualquier otra razón.

En esta línea es importante también señalar el lugar de la sala de espera como factor de presión para el analista y también para los pacientes. Los obsesivos dicen: “Yo con esta gente esperando no puedo hablar”. [Risas]. En definitiva, todo el dispositivo, incluida la sala de espera, están en la línea del analista presionando hacia una conclusión.

Cuando hablamos entre analistas de casos o de casuística lacaniana también se produce una operación de reducción y acortamiento del tiempo, en la medida en que todo debe apuntar a ubicar lo que dijo el paciente, lo que dijo el analista y la respuesta del paciente frente a lo que dijo el analista. Para mí la clínica lacaniana es una clínica que tiene muy presente la marcación que hace el analista y si no la hace, para mí no se arma el caso, porque el caso no viene solo.

 

Por todas estas razones es que pensé en tomar el texto Construcciones en el análisis para trabajar la idea de que no hay un fin natural del análisis. Ese final no tiene nada de natural, independientemente de lo que quiera decirse con natural o no natural. Un fin del análisis lo preparan el paciente y el analista desde el primer día, apuntando desde ese momento a lo que hemos llamado “una ficción”. El análisis lacaniano se orienta al final por un artificio y no por la adecuación a la realidad, y ese artificio se construye desde el primer día siempre que el analista intervenga desde el inicio y se dirija hacia ese lugar.

La idea de que el paciente vaya de algún modo solo hacia un punto no es correcta, a mi entender, dado que el análisis es constructivo en la medida en que, en primera instancia, construye algo que no estaba dicho, para luego, en una instancia posterior, ser deconstructivo sacando todo lo que sobra para arribar a la localización última del análisis.

En resumen, propongo una investigación acerca de si los análisis lacanianos son más cortos. Para eso exploremos la variedad de fenómenos que ustedes conozcan o experiencias que hayan vivido acerca del final del análisis, se trate de interrupciones, cambios de analista, etc. Tengamos en cuenta también que si no planteamos que hay un final, la ética del forzamiento se debilita. El analista avanza hacia el final desde el primer día con ese forzamiento cuyo instrumento es la interpretación.

El trabajo que realizaremos viene dado por estos ejes. Exploraremos Análisis terminable e interminable, interrogando especialmente los tópicos relativos a la sexuación femenina y al final de análisis. Todos los fenómenos clínicos que ustedes vean en forma de terminación del análisis los podemos aportar y discutir, incluidos los re-análisis y los cambios de analista.

Voy a retomar también una frasecita que dice Miller por allí: “El punto de capitón que pone el final del análisis, eso ordena el análisis y la vida…”. Después vamos a entender qué es lo que dice, pero así es la frase, refiriéndose a la vida para adelante y para atrás, no para adelante solamente. ¿Preguntas?

BRÍGIDA GRIFFIN: Te quería pedir que ampliaras un poco más la cuestión de la sesión corta en relación al análisis lacaniano que, según lo que explicabas y tu parecer, debiera ser más breve. Te lo pregunto porque hay un hecho constatable y es que ningún análisis de los que hemos hecho es más breve. Todos quienes nos encontramos acá hacemos análisis lacanianos que se extienden tanto como los otros.

JORGE CHAMORRO: Lo vamos a ir desarrollando, pero ya dije algunas cosas en ese sentido. Si uno no deja expandirse la sesión y reduce la inercia a hablar, creo que se verán efectos en la operación final. Si se produce esa reducción radical de la proliferación de palabras, los tiempos se tienen que achicar.

En tu caso por ahí es un problema de tu analista, yo que sé [Risas], que no te forzó a salir, o te forzó a salir y vos te negaste, no tengo idea [Risas].

B. GRIFFIN: No, no hablo en nombre propio, hablo de los análisis lacanianos en general.

J. CHAMORRO: Estudiaremos el tema pero creo que debemos partir de la observación del hecho de que desde un punto de vista lógico debiera ocurrir que el análisis sea más corto.

P.: Eso es algo que no necesariamente se cumple en la práctica… Podemos tenerlo como perspectiva, pero…

J. CHAMORRO: Diríamos que no se cumple en la práctica…

P.: Le escuché una vez a Laurent decir que el promedio de los análisis es de 15 años. Lo que se encuentra mucho en los testimonios es que el analista al final hace algo que le demuestra al analizante que se terminó, ya sea que deja la silla vacía o de alguna otra manera.

J. CHAMORRO: O le dice que le cobra el doble.

P.: Hay varias maneras, hay varios testimonios que relatan esa experiencia. Miller habla de llegar en el final a un punto de satisfacción. Siempre hay un acto del analista que no va en el sentido de “te doy el alta”, pero sí en el de demostrar que se acabó. Lo que se acaba es molestar las defensas. Aunque estoy de acuerdo en que hay algo que no se acaba en tanto es lo incurable.

J. CHAMORRO: En esto que decís puede incluirse la teoría de los ciclos de análisis. ¿Qué es un ciclo? No hay un fin de análisis irreversible, pero esa formulación es post-fase. Se habla de ciclos de análisis como una forma de interrogar el final inapelable. Cuando se dice que hay ciclos se quiere decir algo así como: “Andá y podés volver…”.

Más adelante trataremos de captar qué quiere decir la deconstrucción del Otro al final. Qué quiere decir que al final no hay Otro.

Hice mención a toda esta fenomenología de los distintos tipos de finales con la idea de ampliar el marco de nuestra interrogación. ¿Hay final o no hay final? ¿Qué es el final para nosotros? No vamos a encontrar una respuesta inapelable a estas preguntas, pero me parece importante profundizar en ellas.

PATRICIO ÁLVAREZ: Dos observaciones. La primera es que en algún momento los AE empezaron a decir cuántos años de análisis habían hecho y me ha dado la impresión que en los últimos testimonios se dice que ha habido menos años de análisis, más específicamente alrededor de 15 años.

Me parece que la cuestión de los ciclos se tomó de dos maneras: por un lado y en relación al libro Efectos terapéuticos rápidos se habló de los ciclos en ciertas condiciones, por ejemplo en la cuestión de la urgencia, de la institución, etc. Por otro lado, otro modo de tomar los ciclos que me parece más interesante en relación a esto que estamos hablando, es el de referirlos al punto en el que aparece una conclusión lógica que remite a un momento y a ciertas condiciones de análisis.

Me refiero a observaciones acerca de cómo un análisis puede llegar a un fin del análisis con un determinado analista en ciertas condiciones, lo cual no quiere decir necesariamente que eso implique por sí mismo el pase. En otras condiciones quizás se llega a un punto de certeza del final y esa persona va, hace el pase, le dicen que no y entonces en otras condiciones distintas vuelve a hacer un análisis. Pero eso no quiere decir que las condiciones de ese análisis que llegó a su final lógico no sean válidas. También se pueden pensar los ciclos del análisis en el sentido en que se llegó a un punto de reducción y a un final lógico que quizá no coincida con el pase, que quizá no coincida con el jurado que nomina a un AE, pero que es un final del análisis.

J. CHAMORRO: Todo esto es parte de una idea general que siempre mantengo y que consiste en intentar interrogar nuestras convicciones inapelables para hacerlas vacilar.

El jueves que viene nos vemos. [Aplausos]

Clase 2 DE UN OTRO AL OTRO

Creación

El sujeto

El deseo

El acto

No hay metalenguaje

Este es el título que lleva el Seminario 16 de Jacques Lacan, De un Otro al otro. Allí leemos: “Me gustaría indicar si aun no lo sospechan que este título significa algo que requiere una elección cuidadosa de estas palabras que se escriben –como atrevo a esperar de ustedes las escriben en sus cabezas– de un Otro al otro. Este año escribí varías veces la A mayúscula en estas hojas donde les recuerdo cada tanto la existencia de algunos grafos y el otro concierne a lo que escribo con a minúscula”. (1)

Recortando los fenómenos de salidas, finales y re-análisis, aparece una diversidad de formas de cierre de un análisis. Hay un final, que es al que apunta el psicoanálisis, que tiene al pase como consumación, y hay finales que no alcanzan ese punto. Voy a desarrollar un eje que recorre la lógica lacaniana del final del análisis y se refiere a la deconstrucción del Otro, del Sujeto supuesto Saber.

Pasamos en este tránsito de la construcción freudiana a la ficción lacaniana. La diferencia que se juega en este pasaje podemos empezar a abordarla señalando que Freud trata de llenar el vacío del recuerdo, llegar a lo que el recuerdo no puede alcanzar, y sobre ese fondo el lugar del analista es el de quien construye lo necesario para establecer la continuidad de la conciencia. Es de esa forma como Freud apunta a la curación de la neurosis. En ese punto que denominamos los impases freudianos Lacan dirá: no hay forma de llenar ese vacío. Lo cito: “Freud enunció que no se sabe por qué vía, que hay una Urverdrangung, una represión que nunca se anula. Corresponde a la naturaleza misma de lo simbólico implicar este agujero. Yo apunto a ese agujero, en el que reconozco la Urverdrangung misma”. (2) Según esta perspectiva, como no hay forma de llenar ese vacío, lo que hay que hacer es construir ficciones a partir de él, hay creación ex nihilo.

Cada uno deberá inventar, crear algo, y el producto será propio del sujeto y no del analista. El analista ocupará el lugar de la causa de la invención. El problema que Freud se planteaba, que era el de cómo insertar en el inconsciente del sujeto la construcción del analista, no tendrá sentido ahora.

Un capítulo de La ética del psicoanálisis de Lacan, se llama justamente “creación ex-nihilo”, es decir, creación a partir de la nada. Ya veremos cómo sigue la evolución de esta cuestión de la ficción.

La deconstrucción del Otro implica precisar si hay Otro o no hay Otro, es decir, si hay un Otro falso y un Otro verdadero al que apuntaría el psicoanálisis. La respuesta final es que el Otro es una invención del neurótico que avanza hasta terminar siendo por lo tanto un semblante. Hay un semblante que el neurótico inventa. Cuando comienza un análisis, la trasferencia completa al neurótico con el Sujeto supuesto Saber.

En el Seminario El acto analítico Lacan precisa dos lugares para que el acto analítico se constituya: el del Otro y el del sujeto. Las personas tienen que ocupar esos lugares para cumplir esa función, o sea, nadie nace ni hombre ni mujer, etc., sino que hay que ocupar el lugar, y en esa medida las personas se constituyen como tales, mediante el acto. El acto analítico tiene que considerarse entonces según esa estructura de dos lugares: al lugar del Otro va el analista y al lugar sujeto va el paciente. Ocupar ese lugar exige condiciones y estas condiciones se distinguen de la relación imaginaria considerada como un vínculo entre personas.

El Otro es un lugar simbólico donde se aloja la cultura, el lenguaje, el Edipo freudiano. Del lado del sujeto se ubica en cambio el rasgo del que no habla sino que es hablado por lo que dice. Ese es entonces el sujeto de la asociación libre, un sujeto que nunca puede hablar, nunca puede caminar, sino que es un sujeto constituido como ser hablante a través de sus dichos. El analista en tanto tal distingue metódicamente cuando habla la persona y cuando en cambio es el sujeto el que se hace presente. Cuando habla el sujeto es cuando la persona que está hablando se ve interferida. El signo de que hay sujeto en marcha es que la persona que habla se ve obstaculizada a seguir hablando. Y cuando la persona aplasta al efecto sujeto es el analista el que tiene que obstaculizar que la persona vele al sujeto. ¿Cómo se aplasta un sujeto, cómo hace la persona para impedir que se manifieste el sujeto? Desconociendo lo que está diciendo, desconociendo el valor literal de las palabras que emplea, pretextando que emplea metáforas y las emplea en un sentido figurado. En el discurso hay un eje al que se llama voluntad de decir, en el que ubicamos todo lo que digo, lo que no quise decir, pero dije.

Cada vez que el analizante ajusta lo que dice, acomoda lo que no le encaja en su propia razón –lo que cree que fue una exageración en su decir– encontramos un indicio del sujeto. Todo lo que no encaja en la voluntad de decir es lo que dice el inconsciente. Sujeto es un término que usamos para señalar esa zona en la que la persona no quiso hablar pero habló, lo que aparece por ejemplo en sus metáforas y especialmente en el sentido literal de esas metáforas. Escuchado de esta forma, decir “estoy muerto de cansancio” no conduce a la cama, sino al cementerio. Nosotros vivimos de formas de decir. El que lo dijo se jodió. Se enfrenta a su noche.

Sujeto es sujeto hablado. De la mano del sujeto va el deseo, y ambos, sujeto y deseo, están –en términos freudianos– reprimidos originariamente. Nadie puede decir “yo como sujeto tal cosa”. Y tampoco puede decir –porque está en la misma línea, porque el sujeto está debajo siempre de lo que digo, es lo que me hizo hablar sin que yo lo quiera– su deseo de manera directa. El deseo está en la misma articulación. El deseo nunca puede ser formulado como ganas, el deseo se lee por los actos posteriores. Igual que el acto, se consuma como tal a posteriori, por sus efectos. El deseo no se anuncia, se realiza.

 

Y tenemos un lugar llamado Otro, dónde se aloja el analista. La transferencia, y el Sujeto supuesto Saber que la encarna en el plano simbólico, identifican al analista con ese lugar. La operación de deconstrucción deberá luego desarticular esa identificación. Ese Otro que funciona como partenaire del sujeto en el primer paso de la operación analítica, deberá dejar su lugar al partenaire esencial del sujeto que es el objeto a. En el lugar del Otro, el objeto a. Las vicisitudes del objeto serán el próximo camino a recorrer, el eje objeto.

La deconstrucción del Otro se realiza por la interpretación. La interpretación siempre deberá decir no soy el Otro. Esto por supuesto no se declara, se transmite en el acto interpretativo mismo.

En el Seminario O peor…, esto quedará formulado como “hay el Uno”, y para que esto sea nítido debemos agregar entonces: “no hay Otro”. Una fórmula que empleó un cartel para comunicar al pasante que no lo nominaba fue “no se esfumó todavía la voz del Otro”. Sin embargo se reconoce que había “cierta localización de letras de esa voz”. Esto nos orienta mostrando que puede haber puntos intermedios en los que no se alcanza aun la finalización del análisis, pero en donde pueden situarse momentos de aproximación a ese final.

La interpretación tiene dos caras: una frente al analizante, en la que se apunta a su división, otra en la que el analista dice “no soy el Otro”. Decir que un análisis está orientado desde el principio hacia el final puede parecer una propuesta abstracta, pero esa formulación puede ayudar por ejemplo a precisar el trabajo de la interpretación sobre el Otro, en donde tenemos cuatro tiempos.

Un primer tiempo, en el año ‘53, en “Variantes de la cura tipo”; un segundo tiempo en “La presencia del analista”, el Seminario 11; un tercer tiempo en “Del trieb de Freud al deseo del analista”; y un cuarto tiempo en “El atolondradicho”, en donde Lacan desarrolla la interpretación por el equívoco.

La frase fundamental del texto “Variantes de la cura tipo” es: “portar la palabra”. (3)

Allí leemos: “Ahora bien, el analista se distingue en que hace de una función que es común a todos los hombres un uso que no está al alcance de todo el mundo cuando porta la palabra”.

El analista actúa como tal cuando porta la palabra. ¿Qué es portar la palabra? Lo primero que menciona el texto para desarrollar la idea es el furor curandis. Si el furor curandis predomina, no hay posibilidad de plantear el fin del análisis más allá de los efectos terapéuticos.

Esa demanda de curación nos desafía todo el tiempo. La gente tiene todo el derecho de esperar la curación, pero nosotros tenemos que hacer la operación de mediatizar eso, operación que Miller desarrolla bajo la forma de esfuerzo de poesía. Le dice esfuerzo, porque la demanda del paciente es de curación inmediata sin dar vueltas, y proponerle a este un más allá de esa demanda es convocarlo a un esfuerzo.

Relativizar el furor curandis ubica a los efectos de curación como algo que se da por añadidura. Ese es el camino trazado por Freud cuando introduce la asociación libre. La asociación es libre, en primer lugar, del síntoma.

“Cuídense de comprender” es la frase que Lacan utiliza y desarrolla para extraer al análisis de la demanda terapéutica. Comprender quiere decir aquí tratar de captar lo que el sujeto quiere decir, darle un sentido a lo que dice.

Esta operación nos desplaza de lo que históricamente se llamó la psicología de la motivación, que se encarnó en un sujeto llamado Pierón. La psicología de la motivación es eso que aparece muchas veces entre nosotros en los diálogos familiares o de entrecasa cuando decimos cosas como: “…vos me estás diciendo eso porque me querés agredir”. Hay una palabra clave para entender, lo que es la psicología de la motivación: manipulación. Decir “me manipula” es leer una intención debajo de lo que se dice, algo más cercano a la paranoia que al psicoanálisis. Psicología de la motivación es hacer la interpretación de una intencionalidad debajo de lo que se dice.

“Clarín miente” es, por ejemplo, una formulación de este tipo. Desde nuestra perspectiva lo que hay que decir es que Clarín miente, sí, pero porque todos mentimos. Todo relato miente siempre respecto del referente, es siempre una interpretación. Del otro lado se dijo “es el relato”, ¿qué quiere decir es el relato? Que no es verdad lo que se dice, pero para nosotros la verdad es el relato, la verdad no está en la adecuación a la realidad. Siempre hay un relato. Podemos decir “Clarín miente” porque quien lo dice también miente, nosotros mentimos, nuestros pacientes mienten, etc. Terminamos diciendo que la verdad tiene estructura de ficción y no de adecuación a la realidad, por lo tanto siempre se trata de relatos. Nuestra diferencia es que nosotros detrás del relato no vamos a buscar una intención, eso lo hace la psicología basada en la idea de motivación. “Me manipula”, me decía una mujer hablando de su nene de 3 años, “quiere llamar la atención”. Este tipo de interpretación no es inocua, produce daños, porque esa madre va a responder a la supuesta intención de manipulación y no a lo que el niño transmite. Lo que de esa forma que queda adjudicado al niño es el fantasma de la madre.

Cuando hablamos del trabajo de deconstruir al Otro buscamos justamente que el analista no incluya sus propios fantasmas. El deseo del analista es un deseo sin fantasma. ¿Qué dice la política? Dice que hay intereses en juego, que hay intencionalidad política, etc. Todo eso corresponde a la motivación del relato. ¿Qué dice la psicología? Dice que hay intenciones inconscientes. Nosotros en cambio no hablamos de intenciones ni de nada que vaya más allá del relato. El relato es del relato para arriba, no para abajo. Cuando se mete con la intención inconsciente de lo que escucha el analista juega la contra-transferencia y sus propios fantasmas. Y cuando juega sus fantasmas se constituye como Otro que sabe, como otro que da sentido a lo que se dice.

Hoy me decía una persona: “Ya sé dónde querés ir…”. Y me lo decía así, con toda la certeza de quien sabía dónde yo quería ir y la verdad es que yo no quería ir para donde él había pensado, o sea, la persona estaba jugando su propio fantasma. Y remataba diciendo: “Bueno, te voy a dar el gusto…”. A la fantasmática del paciente Lacan la presenta en “El atolondradicho” como un “no lo digo, me lo hacen decir”. Es muy nítido como el paciente neurótico se inventa un Otro que le hace decir.

Cuando Lacan formula la idea del “poder discrecional del oyente” y coloca al analista en ese lugar, parece identificarlo al Otro. El analista define así el sentido de lo que se dice. Será necesario luego desplazar al analista al lugar de la causa para extraerlo de esa identificación. Para deconstruir al Otro hay que quitarle el poder discrecional. Es una primera forma para sacar al psicoanálisis de la relación imaginaria, del yo a yo, del vínculo entre personas.

Leemos en Lacan: “…al excluir de la relación con el sujeto de todo cimiento en la palabra, el analista no puede comunicarle nada que no haya recibido de un saber pre-concebido o de una intuición inmediata, es decir, que no esté sometido a la organización de su propio yo”. (4)