La noche de Iguala

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Este último es el punto coincidente con la declaración de El Cepillo, pues se refiere al enfrentamiento en el que integrantes de Guerreros Unidos mataron al hermano de Omar, Narciso, el 1 de julio de 2014, quien presuntamente formaba parte de Los Rojos.

En su declaración ante el Ministerio Público, el joven, a quien también se ha denominado en medios como “el 44” se identificó como Manuel Vázquez Arellano y planteó versiones distintas y contradictorias con otras de las que se tienen registro. El 9 de octubre de 2014 ante medios sostuvo que: “El día 26 en la tarde nosotros estábamos en la escuela, ya sabíamos que nuestros compañeros habían salido hacia Iguala a realizar una colecta y a eso de las 7:30 a 8:00 me llamó particularmente un compañero y me dijo: ‘Oye, nos están balaceando los policías aquí en Iguala’, en cuanto me dijeron eso yo corrí por los compañeros rápido, rápido, y organizamos la salida hacia allá en las Urvans de la escuela”.

Pero en el expediente de la pgr, con identidad reservada mva (Manuel Vázquez Arellano) –fragmento extraído del expediente público Tomo 117, foja 280– expone que venía en los autobuses secuestrados por los jóvenes que iban a Iguala: “Comparezco ante esta Representación Social de la Federación voluntariamente previa solicitud de ésta a fin de declarar en relación a los hechos ocurridos el 26 de septiembre del año 2014 en el Municipio de Iguala, en el estado de Guerrero y en relación a los mismos, sé y me consta que: siendo el día veintiséis de septiembre de dos mil catorce, aproximadamente las diecisiete treinta horas, abordamos dos camiones de la empresa Estrella de Oro con aproximadamente ochenta compañeros de la Escuela Normal de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos y nos dirigimos hacia Iguala en la carretera federal Chilpancingo exactamente en el cruce con la carretera que va a Huitzuco, llegando a dicho lugar aproximadamente a las diecinueve o diecinueve treinta horas, ahí decidimos…”.

El 20 de noviembre de 2015 ya convertido en un vocero de la causa política del caso aseguró a medios: “Mira, nosotros los que sobrevivimos tenemos un deber moral de hablar por nuestros compañeros porque estuvimos ahí y vimos lo que pasó. Vimos a la policía que se llevaba a los compañeros o disparando contra nosotros, por lo tanto en un primer momento dijimos: ‘Es como si ya hubiéramos muerto’, sobrevivimos por pura casualidad o porque no cupimos en las patrullas o porque no nos alcanzó una bala, entonces nuestro deber es hablar por aquéllos que se llevaron...”.

La multiplicidad de versiones que aporta llevó a cuestionar dónde estaba realmente, cuál era su verdadero nombre y si realmente era un estudiante de la Normal Raúl Isidro Burgos. Por esas fechas, el periódico La Razón publicó que de acuerdo con autoridades de la Normal Rural de Ayotzinapa no existe ningún registro ni historial académico que compruebe que Vázquez Arellano es, o fue, estudiante del plantel. “No hay ningún estudiante en la escuela registrado con esos apellidos. Sólo existe un trabajador administrativo de nombre Omar Vázquez Vicuña, pero ningún alumno”, aseguró personal de la institución.10

Omar García recorrió México pidiéndole a la gente que tomara las calles para manifestarse y criticar la forma en que el gobierno llevaba el caso. Terminó llevando su campaña fuera del país, a Estados Unidos y Europa, para levantar conciencia en torno al caso y haciendo presión con políticos y activistas para instar al gobierno mexicano a resolver el caso.

5. Enfrentamiento frente al Palacio de Justicia

En el surponiente de la ciudad, en la carretera a Chilpancingo, muy cerca del nuevo Palacio de Justicia, y a sólo unas cuadras del Hospital General, otro autobús –el 1531, que se había separado de los otros tres por la calle Aldama– quedó baleado principalmente en la parte de enfrente y en su interior había prendas de vestir de los normalistas, algunas de ellas ensangrentadas.

En ese lugar, también conocido como Puente del Chipote, a las 21:40 horas la policía había instalado un retén desde el cual le marcó el alto a la unidad, iniciando un feroz enfrentamiento, porque los uniformados querían que los jóvenes bajaran del vehículo, pero éstos se resistían y les arrojaban piedras. Una veintena de uniformados, la mayoría encapuchados, rompieron ventanas y faros y poncharon las llantas del automotor. Como los jóvenes se mantuvieron en el autobús, los agentes lanzaron gas lacrimógeno. El chofer entonces se arrojó por la ventana y al caer al piso fue golpeado. Igual pasó con alrededor de quince muchachos que fueron subidos a camionetas de la policía y no volvieron a ser vistos.

Algunas versiones, particularmente una de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, basadas en el testimonio del chofer del camión 1531, refieren que en esta acción también habrían participado policías del municipio de Huitzuco, quienes se habrían llevado a algunos estudiantes en sus camionetas, aunque esta línea de investigación no se ha agotado.

6. El quinto camión

Muy cerca del Puente del Chipote, los jóvenes que viajan en el quinto camión –el Eco ter 3738– descienden del mismo y también se dispersan, buscando refugio en casas particulares y en el monte. Esa unidad, que es la conocida como “el quinto camión”, había salido de la terminal a las 21:18 y se había quedado estacionada por algunos minutos en Periférico Sur. La pgr recoge dos versiones sobre la forma en que entre ocho y diez jóvenes abandonaron ese vehículo: en un caso señalan que policías revisaron la unidad, y en otro que ellos mismos decidieron bajar por su propia voluntad.

Lo cierto es que cualquiera de las dos ocurrió a la altura de la colonia denominada Las Tres Iguanas, tras lo cual los normalistas intentaron regresar a la ciudad, huyendo de policías que para ese momento los habían ubicado y los estaban agrediendo. Se ocultaron por más de una hora en un cerro aledaño, a la altura de la colonia Los Pajaritos.

Sobre la ruta que siguió ese camión, la pgr realizó una investigación y no detectó ningún motivo para suponer que éste pudiera llevar alguna carga, presuntamente droga. Interrogó al chofer, reconstruyó su itinerario e incluso hizo una revisión del mismo –pues lo tenía asegurado– casi al año siguiente, cuando integrantes del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes consideraron que la unidad podría abrir una línea de investigación más amplia.

Sin embargo, se descartó que el vehículo pudiera haberse utilizado para el trasiego de drogas, ya que su recorrido no era hacia las entidades que representan rutas directas a Estados Unidos. Tampoco resultaron positivos el peritaje ni la inspección realizada con un binomio canino para detectar la presencia de alguna sustancia ilegal.

7. Ataque a los Avispones

Tras los dos ataques simultáneos a los normalistas, el de Juan N. Álvarez y el del Puente del Chipote, la policía municipal tenía retenes no sólo en Periférico Sur sino también en la calle Hermenegildo Galeana para vigilar la entrada y salida de los vehículos.

Pasadas las 22:00 horas, de acuerdo con la investigación de la pgr, la policía dejó pasar un autobús de la empresa Castro Tours, que transporta al equipo de futbol de la tercera división los Avispones de Chilpancingo, el cual en esos momentos iba saliendo del estadio general Ambrosio Figueroa tras haber jugado un partido. Al recibirse la alerta relacionada con la huida de los estudiantes, un grupo se desprendió a toda prisa tras ese autobús.

A veinte kilómetros al sur de la zona urbana de Iguala, a la altura del poblado Santa Teresa, sobre la carretera federal 95, policías municipales y algunos hombres armados atacaron a diversos vehículos. Alrededor de las 23:30 horas, detectaron el autobús de los Avispones, un Volvo gris con placas 434rk9, y le dispararon arteramente. Mataron a uno de sus tripulantes, un jugador menor de edad identificado como David Josué García Evangelista, y dejaron mortalmente herido al chofer del automotor, Víctor Manuel Lugo Ortiz, de un disparo en la cabeza. Éste perdió la vida la mañana del 27 de septiembre.

Instantes después la policía se percató de su error y llamó a los servicios de emergencia para que atendieran a las víctimas. En ese lugar las balas también impactaron al taxi en el que viajaba Blanca Montiel Sánchez, quien también murió en el lugar mientras el chofer del auto de alquiler quedó herido. Al menos otros dos taxis resultaron también agredidos a tiros.

8. Nuevo ataque en la “conferencia de prensa”

Pasada la media noche, ya en los primeros minutos del sábado 27 de septiembre, un grupo de estudiantes se reunió donde ocurrió el primer ataque y la detención de entre 20 y 25 estudiantes, en Periférico Norte y Juan N. Álvarez. Un testigo identificado como Ángel señala que había alrededor de 50 personas entre estudiantes, maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (ceteg), y algunos periodistas, quienes escuchaban a un normalista denunciar lo ocurrido minutos antes cuando, refiere el mismo testigo, empezaron a sonar ráfagas de armas. Aparentemente éstas provenían de las inmediaciones del Hospital Cristina, ubicado sobre la avenida Juan N. Álvarez, entre la calle Rubén Figueroa y Aquiles Serdán, a tres cuadras del lugar, aunque también hay versiones que dicen que provenían de civiles que se ubicaban en Periférico Norte.

Algunos normalistas pidieron a gritos a la gente mantenerse junta, tras precibir ruidos que parecían tiros al aire. No obstante, cuando empezaron a escuchar que los tiros estaban impactando los vehículos estacionados cerca de ellos, entendieron que era una agresión directa.

En ese lugar quedaron muertos el estudiante Daniel Solís Gallardo y Julio César Nava Ramírez, quienes también habían llegado en vehículos Urvan de la Normal a “apoyar” a sus compañeros. Quedó gravemente herido Édgar Andrés Vargas, con un disparo en el maxilar superior. El resto de la gente reunida en el lugar empezó a correr hacia diferentes lugares. Las ráfagas, de acuerdo con las versiones, duraron alrededor de quince minutos.

 

Los policías de Iguala y Cocula, en una acción en la que también participan integrantes del crimen organizado en vehículos particulares, empezaron a detener a más normalistas y a subirlos a las patrullas municipales, así como a otra camioneta de redilas para llevárselos.

Julio César Mondragón

Uno de los normalistas que se encontraba en el lugar durante la conferencia de prensa, Julio César Mondragón, de 22 años, apodado El Chilango, fue brutalmente asesinado. Su cadáver apareció del otro lado de Periférico Norte, en la zona industrial, sin piel en el rostro, sin nariz y sin un ojo. Uno de sus agresores, de acuerdo con algunas hipótesis, pudo haber sido directamente El Tilos.

Julio César, a diferencia del resto de los normalistas, tenía el pelo largo y vestía una playera roja. Al momento del ataque corrió hacia la esquina de la calle Benito Juárez, la del autolavado El Peque, paralela a Juan N. Álvarez. Según testimonios, jóvenes que habían conseguido que los dejaran guarecerse en una casa aledaña le gritaron que fuera con ellos, pero éste no les hizo caso y siguió corriendo hacia Benito Juárez. Esa fue la última vez que lo vieron.

Julio César Mondragón, conocido como El Chilango, tenía 22 años y era originario del pueblo de San Miguel Tecomatlán, municipio de Tenancingo, en el Estado de México. Según sus familiares, cuando terminó la preparatoria, entró a la Normal Rural de Tenería pero fue dado de baja. Intentó entrar a la Benemérita de Maestros en la Ciudad de México y a la Tecnológica de Villa de Guerrero, en Toluca, Estado de México, pero por falta de dinero no lo logró.

En 2011, en un baile de Tenería conoció a Marisa Mendoza, de la Ciudad de México, y el 5 de octubre de 2013 se casó con ella, por lo que se mudó ahí. Julio consiguió un trabajo como elemento de seguridad en la empresa Conpryssa que da servicios en el centro comercial Santa Fe. Al enterarse de que sería papá decidió estudiar, por lo que presentó examen primero en la Normal de Michoacán donde no quedó y luego en la Normal de Ayotzinapa, en donde fue aceptado el 18 de agosto de 2014. Dicen que pronto hizo amistad con normalistas de distintas partes del país.

La hija de César Mondragón nació el 30 de julio, 15 días después de que él decidiera mudarse a Ayotzinapa. Antes de lo ocurrido en Iguala, Marisa llevaba al menos once días sin hablar con Julio César porque supuestamente había perdido su teléfono celular. El último mensaje de texto lo recibió de otro número con la leyenda que estaba bien, que no se preocupara, que la amaba y que le diera besitos a la bebé, según lo dicho por Marisa. Le contó que tenían que botear para la marcha del 2 de octubre. El sábado 27 de septiembre Marisa se enteró de lo ocurrido en Iguala. Tomó el teléfono y marcó al número del último mensaje recibido, pero nadie le contestó. Después alguien subió a las redes sociales una foto de un hombre con playera roja y una bufanda alrededor del cuello y desollado.

A Marisa le llegó esa foto y lo reconoció, sólo faltaba hacerlo físicamente, así que viajó a Chilpancingo. Fue en el Servicio Médico Forense, donde estaba el cuerpo de Julio, que le dijeron que le habían quitado la piel estando vivo. El cadáver fue llevado al Estado de México para velarlo y sepultarlo el 9 de octubre. En noviembre, la viuda de Julio César recibió por parte del gobierno de Guerrero quince mil pesos en dos cheques “para reparar el daño”. De acuerdo con algunas versiones, El Chilango sería líder de Los Rojos en Ayotzinapa y por eso fue que lo torturaron y asesinaron de forma tan brutal. El principal sospechoso de esta acción es presuntamente la cabeza de Los Peques, Víctor Hugo Benítez Palacios, quien habría actuado con Gildardo López Astudillo, El Gil, apoyados por David Hernández Cruz. Esa versión, aunque no está confirmada, sí está incluida en el informe del caso Iguala de la Procuraduría General de la República: “El indiciado 18, según declaró El Gil, dijo que lo habían correteado (a Julio César Mondragón) pero como no se quería parar lo empezaron a apedrear hasta matarlo y enseguida lo desollaron y fueron a tirar su cadáver a un camino de terracería”.11

9. Los heridos

Veinticinco personas, entre estudiantes, maestros de la ceteg, dos taxistas, integrantes del equipo de futbol Avispones de Chilpancingo, una reportera y un ministerio público resultaron heridos y poco a poco comenzaron a llegar al Hospital General de Iguala, ubicado cerca del dif municipal, y a otros hospitales como el Cristina, en cuyas inmediaciones tuvieron lugar tiroteos y detenciones.

En el primero fueron atendidos diecisiete heridos de bala y por lesiones menores, ocho de los cuales eran normalistas. El estudiante Aldo Gutiérrez Solano, de 20 años, originario de Tututepec, municipio de Ayutla, llegó muy grave, en coma, tras haber recibido un disparo en la cabeza. Otro estudiante, herido de un disparo en el rostro, era Édgar Andrés Vargas, quien días después requirió una cirugía plástica en el Distrito Federal. Igual se atendió a los alumnos de la Normal de Ayotzinapa, Erick Santiago López, que traía una herida de bala en la mano, Leonel Fonz Loyola y Fernando Marín Benítez.

El director general de ese nosocomio, José Fernández Yáñez, confirmó que también llegaron jugadores de los Avispones de Chilpancingo, atacados en Santa Teresa, y el chofer del autobús, Víctor Manuel Lugo Ortiz, quien murió alrededor de las 6:00 horas del 27 de septiembre, tras recibir atención por un impacto de bala en la cabeza. El médico señaló que ante el temor de los jóvenes de ser nuevamente atacados, decidió solicitar el apoyo de las Fuerzas Federales, que se encargaron de resguardar el lugar.

También llegó herida la profesora de la ceteg, Fátima Viridiana Piña –quien, después se supo, en los tres meses previos había cobrado 49 mil pesos sin dar clase–, el director de Cultura, Física y Deporte de Chilpancingo, Facundo Serrano Urióstegui; el utilero del equipo Avispones, Carlos Adame Flores; y los jugadores de futbol Javier Medina Bello y Félix Pérez Pérez, entre otros.

A principios de febrero de 2015, peritajes revelaron que estas últimas cinco personas, al igual que los normalistas Leonel Fonz Loyola y Fernando Marín Benítez, dispararon armas de fuego esa noche. El dictamen 627 elaborado por la dirección de Servicios Periciales de la Procuraduría de Guerrero, con fecha 28 de septiembre de 2014 y con el número de expediente hid/sc/02/0993/2014, arrojó que todos ellos dieron positivo a la prueba de rodizonato de sodio, es decir, se les detectaron restos de pólvora y bario en las manos. El documento está firmado por la perito química María de Guadalupe Moctezuma Díaz, con cédula profesional 2423858.

10. Hospital Cristina

Estudiantes que estuvieron en el segundo ataque ocurrido en Periférico Norte y Juan N. Álvarez se dirigieron al Hospital Cristina, con un compañero herido. Alrededor de la 01:15 llegaron al lugar. El Dr. Ricardo Herrera reconoció más tarde, en declaración ante la pgr, que había solicitado apoyo por conducto del c-4, porque había ingresado gente armada a la clínica.

En las primeras dos horas de ese 27 de septiembre, militares del 27 Batallón de Infantería acudieron al lugar y en el camino vieron que había dos cadáveres. Cuando llegaron, las luces estaban apagadas, por lo que llamaron a la puerta que fue abierta por un supuesto estudiante. Los militares revisaron el hospital y comprobaron que había estudiantes heridos y profesores, y llamaron ambulancias para que los pudieran atender en otros nosocomios.

El militar que encabezaba al grupo declaró que “una vez que nos percatamos que no había personas armadas, procedimos a bajarnos al recibidor donde se encontraba un grupo de aproximadamente veinticinco personas del sexo masculino, de edades aproximadas de entre quince y veinte años de edad, otra quien dijo ser profesor de Iguala, y les pregunto qué estaban haciendo aquí en el hospital; pero como me respondieron varias personas a la vez, les dije que hablara una persona para que los pudiera escuchar con claridad, qué es lo que querían manifestar; manifestando una persona de aproximadamente veinte años de edad, de estatura uno sesenta y cinco, quien dijo ser estudiante de la Escuela Normal de Ayotzinapa, que habían sido objeto de una agresión con armas de fuego por parte de la policía municipal, y que habían resultado uno de sus compañeros lesionado por disparo de arma de fuego en el labio; por lo que veo al lesionado y éste presentaba una lesión en el labio superior, misma que sangraba de leve a moderado y uno de sus compañeros le limpiaba la boca con una playera; en ese momento sonó el teléfono celular de una de las personas, preguntando si podía contestar, yo le indique que sí podía contestar el teléfono, y escuché que decía: ‘sí estamos bien, estamos en el hospital, aquí están los militares’; en ese momento salgo del hospital para comunicarme con el [...], para informarle de la situación del grupo de los estudiantes, así como del herido, y solicitando el apoyo de una ambulancia; dándome la orden de que les proporcionara los apoyos que solicitaran respetando siempre sus derechos humanos y su integridad física, así como sus pertenencias y objetos personales”.12

La versión de algunos estudiantes es que los militares los fotografiaron y les pidieron sus generales. Lo cierto es que los efectivos del ejército se retiraron para revisar el sitio donde estaban los cuerpos de, se sabría después, Julio César Ramírez Nava y Daniel Solís Gallardo. Y decidieron dividirse en dos grupos: el primero permaneció en el sitio del primer ataque, mientras el segundo retornó al Hospital Cristina aunque, al llegar, se percató que los estudiantes ya lo habían abandonado.

la presencia del ejército, dónde y cuándo

El ejército, a través del 27 Batallón de Infantería, con sede en el municipio, tuvo participación en varios momentos y lugares durante los sucesos de Iguala, ofreciendo apoyo y resguardo a las víctimas, facilitando el acceso a los servicios médicos y de emergencia y preservando lugares en donde ocurrieron hechos relevantes.13 El 26 de septiembre, la mitad de las fuerzas disponibles, porque el resto se encontraba de franquicia –como se llama a los días de descanso– lo había pasado mayormente atendiendo una emergencia que se presentó en el kilómetro 44 de la carretera de cuota Iguala-Puente de Ixtla, en las inmediaciones de la comunidad de Cieneguillas, donde se volcó un tráiler de la empresa Trans Explo que transportaba 35 toneladas de nitrato de amonio, una sustancia inflamable que genera vapores altamente tóxicos.

Alertado desde las 10:30 horas de la situación, el comandante de la unidad ordenó a una fuerza de reacción, conformada por un oficial y 21 integrantes de la tropa, acudir al sitio a prestar apoyo, labor que concluyó a las 22:30 horas. Ese día, el mismo batallón debió atender una invitación y cumplir con el protocolo de enviar a un elemento que lo representara al informe de labores de María de los Ángeles Pineda Villa. El capitán que acudió esa noche al evento se retiró a las 22:00 horas.

El 27 Batallón, al tener acceso a las comunicaciones del c-4, estuvo informado de los hechos que iban ocurriendo en Iguala, y en los que estaban involucrados los normalistas desde que éstos se encontraban en el Rancho del Cura y en la caseta, hasta la toma de camiones que llevaron a cabo en la central, en donde le habían destrozado las ventanas a una unidad, y su salida rumbo al norte de la ciudad.

Fue por ese medio que a las 21:50 horas recibió la información de que había detonaciones en la calle Juan N. Álvarez y una persona herida por arma de fuego “quien era atendida por una autoridad”. Desde ese momento, el ejército intentó establecer contacto con algún mando de la Secretaría de Seguridad Pública, lo cual logró cinco minutos después, a las 21:55 horas. José Adame Bautista, coordinador operativo de la policía estatal indicó en ese momento que su personal no saldría a atender el caso hasta no recibir una instrucción superior.

El comandante del 27 Batallón buscó entonces al secretario de Seguridad Pública municipal, Felipe Flores Velázquez, quien respondió hasta las 22:55 horas y, al ser cuestionado sobre los hechos de los que se estaba teniendo noticia, respondió que su personal no le había informado nada y negó que sus agentes tuvieran detenidos a los normalistas o que hubiesen disparado sus armas. Ello a pesar de que, después se sabría, estaba teniendo lugar la acción de agresión de policías e integrantes del crimen organizado a los jóvenes.

 

A esa misma hora se iba reincorporando la fuerza de reacción que había acudido a atender el accidente en Cieneguillas, pero su ingreso al cuartel fue por la avenida Colegio Militar, no por el Periférico Sur, donde a la altura del Puente del Chipote estaba ocurriendo otra agresión de los policías a los normalistas. En ese momento, cuando ocurrían sucesos importantes, ninguna autoridad civil había solicitado apoyo, así que sólo cinco minutos después, a las 23:00 horas, el comandante dio la instrucción a la fuerza de reacción de acudir a verificar las llamadas anónimas que advertían que había heridos de bala en el Hospital General, el cual se localiza a 300 metros de las instalaciones militares.

Este grupo confirmó entonces que había tres heridos en el hospital: Aldo Gutiérrez, baleado en la cabeza, Érick Santiago López, herido de un brazo y Andrés Daniel Martínez Hernández, lesionado de la mano por arma de fuego. Los soldados no obtuvieron el dato del sitio exacto donde habían sido agredidos, pero con la información que les dio el médico de guardia regresaron a las instalaciones del batallón y reportaron los datos. Ya eran las 23:40 horas.

Sólo cinco minutos después, a las 23:45 horas, arribaron a las instalaciones del batallón familiares de los jugadores del equipo de futbol los Avispones de Chilpancingo, quienes solicitaron apoyo tras recibir una agresión en el crucero de Santa Teresa, a 20 kilómetros de distancia por carretera. Cinco minutos después le confirmaron al comandante del batallón que en ese sitio efectivamente había personas heridas que viajaban en un autobús y en un taxi. Éste ordenó a la fuerza de reacción acudir a verificar los datos de los que disponían.

Ante la sucesión de hechos e informaciones, el jefe del batallón decidió integrar, con 23 elementos que conformaban esa noche personal de guardia y 41 de servicios interiores, una segunda unidad de fuerza de reacción que muy pronto estuvo lista para obedecer instrucciones.

A las 00:30 horas el personal que se había desplazado hacia Santa Teresa se comunicó para informar lo que había encontrado: un taxi en cuyo costado se encontraba el cuerpo de una mujer que había recibido impactos de bala, y el camión de Castro Tours –en el que viajaban los Avispones– con un joven muerto a bordo y heridos. También que en el lugar ya habían hecho acto de presencia policías federales y un agente del Ministerio Público del fuero común, un perito en criminalística y un vehículo del Servicio Médico Forense. Los militares se quedaron en el lugar para resguardar las diligencias que ahí se efectuaron y concluyeron hasta las 3:20 horas del sábado 27 de septiembre.

Poco después de recibir esta información, el comandante envió a hacer labores de patrullaje a otra unidad, que encontró el camión de Estrella de Oro 1531 bajo el puente del Chipote cuando estaba siendo remolcado por una grúa, ya sin personas a bordo. Ésta se retiró a la 01:00, una vez que el camión fue retirado, pero recibió la instrucción de acudir al Hospital Cristina a efecto de verificar si era cierto que personas presuntamente armadas –después se enterarían de que eran los estudiantes– habían ingresado a esa clínica. En el camino, los militares pasaron por la esquina de Juan N. Álvarez y Periférico y tomaron nota de que había dos personas tiradas, “al parecer sin vida”.

En cumplimiento de la instrucción recibida, los soldados llegaron al Hospital Cristina, alrededor de la 1:15, y tocaron la puerta. Ésta fue abierta por una persona que al verlos prendió las luces de la recepción y puso las manos en alto. Se identificó como normalista de Ayotzinapa e informó que había más personas en un piso superior del inmueble. Los uniformados le pidieron pasar a la zona de recepción y al pasillo de la entrada.

Los militares contabilizaron alrededor de 25 personas, entre normalistas y profesores, quienes informaron que habían sido atacados a balazos por la policía municipal, sucesos en los cuales había resultado herido uno de sus compañeros. Ese joven, quien después se sabría era Édgar Andrés Vázquez, sangraba de la zona del maxilar superior y estaba acompañado por un adulto que los militares identificaron después como el mismo hombre que declaró a la empresa Telemundo, cuando reporteros de ese medio llegaron a Juan N. Álvarez, que los soldados habían dicho a los muchachos que ellos “se lo habían buscado” y acusó a las Fuerzas Armadas de haber impedido que hicieran llamadas y de tomar fotografías en la clínica.

Sin embargo, el jefe de la fuerza de reacción constató que los jóvenes sí hacían y recibían llamadas dentro del hospital y justificó el haber tomado una fotografía con su teléfono celular, porque así lo permiten los manuales militares a efecto de dejar testimonio de sus actuaciones. El militar, quien siempre se identificó con los jóvenes, llamó a una ambulancia y, cuando le indicaron que ésta se dirigía hacia el lugar, informó a los muchachos que pronto recibirían ayuda y se movió junto con los elementos de tropa a su cargo a la esquina donde habían visto que se encontraban los camiones 2012, 2510 y 1568 y las dos personas aparentemente sin vida.

De lo que vio en la zona de los ataques, lugar donde fue testigo del paso de dos ambulancias de la Cruz Roja, dio cuenta a sus superiores y recibió la orden de trasladarse nuevamente al Hospital Cristina. Así que tomó la decisión de dividir en dos grupos de seis elementos cada uno al equipo de reacción: el primero volvería a la clínica y el segundo se quedaría en la calle Juan N. Álvarez protegiendo la escena del crimen.

A las 2:05 horas, el primer equipo regresó al Hospital Cristina, donde vio que ya no había normalistas. Habló con el dueño del nosocomio, Ricardo Herrera, quien les aseguró que el grupo de muchachos había preferido no acudir antes de que llegaran los servicios de emergencia. El reporte 0139-10 registra el pedido de una ambulancia y el retorno de ésta sin pacientes al no hallar a nadie en el Cristina. Los seis militares regresaron entonces a Juan N. Álvarez.

A las 2:45 horas, a ese lugar llegó en un camión el profesor que los militares habían visto en el hospital Cristina, Pedro David García López, quien aprovechó la presencia de medios para acusar a “las autoridades” de haber cometido el ataque. Ya vestía para entonces una sudadera que antes había sido usada por un estudiante. A las 3:10 tomaron nota del arribo del Ministerio Público del fuero común, de un perito en criminalística y de un médico forense a dar fe de los hechos y a hacer el levantamiento de los cuerpos, diligencias que concluyeron hasta las 5:45 horas, momento en que la fuerza de reacción retornó al batallón.

La mañana del sábado 27, a las 10:20, el comandante de la unidad ordenó a la fuerza de reacción acudir a corroborar la información del c-4 según la cual había sido encontrado el cadáver de un hombre en la calle Industria Textil, también conocida como Camino del Andariego. Se trataba del cadáver desollado de quien resultaría ser Julio César Mondragón. Su retorno al cuartel está reportado a las 13:00 horas.

En el parte oficial de su participación esa noche, el ejército señaló que sustentó su actuación en los artículos 21 y 115 constitucionales según los cuales las fuerzas armadas no pueden intervenir ante manifestaciones sociales o su control o acciones de seguridad pública salvo si recibe la petición de ayuda de alguna autoridad civil o si hay flagrancia. Pero esa noche la autoridad municipal no pidió apoyo: mintió y ocultó información.

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