Growin' Up

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

Siete preguntas para actuar

1. ¿Qué vas a hacer con tu vida? ¿Qué sueños quieres alcanzar?

2. ¿Quieres «ganarte la vida» o «vivir la vida»?

3. ¿Cómo ha sido tu vida hasta ahora (profesional y personal)?

4. ¿Qué pasiones tienes?

5. ¿Qué es lo que te produce más placer y más dolor?

6. ¿Qué es para ti la felicidad? ¿Cómo consigues ser feliz cada día?

7. ¿Qué necesitas para ser feliz? ¿Qué te hace sentirte satisfecho con lo que haces o con como eres?

Cinco ideas para recordar

1. Alegoría de la caverna aplicada al cambio. Hay un mundo que vemos, lo conocido, lo que hemos aprendido… que consideramos como verdadero y la única realidad existente (nuestra zona de seguridad). Sin embargo, existe otro mundo más auténtico que no hemos descubierto por miedo, por complacencia, o porque nadie nos ha mostrado un camino para ir más allá. La esencia del cambio reside en salir de la caverna para adentrarnos y conocer otras realidades.

2. Distinción entre «ganarse la vida» y «vivir la vida». Partiendo del hecho de que tenemos cubiertas nuestras necesidades más básicas, cada persona debe decidir cómo vivir: «ganándose la vida» con un trabajo cualquiera que le permita cubrir dichas necesidades y encontrar la felicidad fuera del mismo, o «vivir la vida» con un trabajo vocacional que le posibilite disfrutar de lo que hace, dando un sentido a su vida y accediendo a los escalones más altos de la Pirámide de Maslow.

3. Reflexionar, analizar y pensar qué sucede en nuestra vida y seguir buscando con la mirada de un niño hasta encontrar nuestra pasión. Incorporar la máxima que nos dejó Sócrates: «Una vida sin reflexión no merece ser vivida», y seguir buscando nuestra pasión con la mirada de un niño hasta encontrar aquello que nos apasione, con el lema que nos dejó Steve Jobs: «Stay foolish, stay hungry» (Manteneos alocados, manteneos hambrientos).

4. Hacer uso de la libertad para perseguir nuestros deseos. Identificar qué es lo que nos produce más placer y lo que nos genera más dolor. La felicidad consistirá en maximizar el placer y minimizar el dolor, como nos enseñaron los filósofos utilitaristas J. Bentham & J.S. Mill.

5. Considerar la felicidad como una búsqueda. La felicidad no es un destino, ni una promesa, ni está asegurada para todo el mundo, sino que se produce en el día a día con una actitud frente a la vida y de vernos a nosotros mismos como un proceso en continuo crecimiento hasta alcanzar un estado de ánimo caracterizado por la paz interior, la tranquilidad, la satisfacción, el equilibrio o el bienestar. Como decía V. Camps: «La felicidad es la búsqueda de la mejor vida que está a nuestro alcance».

Capítulo 2

«Darkness Of The Edge Of Town»

El camino equivocado

Perderse en los sueños equivocados

Esta canción forma parte del disco «Darkness Of The Edge Of Town», lanzado en 1978 cuando la vida de Bruce había cambiado radicalmente. Había vivido las mieles del éxito con «Born To Run»: un millón de copias vendidas, considerado uno de los mejores discos de la historia del rock, primera aparición en Europa… Incluso había llegado a aparecer de forma simultánea en la portada de revistas como Time y Newsweek, reservada para grandes celebridades del mundo de la política, la cultura, el deporte, etc. Ahora todos esperaban más de él; no en vano había sido considerado por algunos como el «futuro del rock and roll». Pero no todo habían sido buenas noticias para Bruce. Después del premio gordo de «Born To Run» comenzó un conflicto con su manager por el control de sus canciones y los derechos discográficos de sus primeros discos. Este conflicto desembocó en un litigio que paralizó su carrera musical impidiéndole el lanzamiento de nuevos discos. Fue un tiempo de frustración, de rabia, de sentirse engañado… Además, su país vivía una crisis económica que acabó enviando al paro a millones de trabajadores, incluidos amigos y familiares.

Es aquí cuando Bruce comienza a hacerse algunas preguntas vitales, como consecuencia de esta crisis personal, profesional y por el impacto de la crisis económica y social que había sufrido su gente más cercana. Él lo explicaba así: «Empecé a pensar quién era yo y de dónde venía». Y entendió aquello sobre lo que quería escribir en sus canciones: «La gente que me importaba, y quién quería ser yo. Veía a amigos y familiares esforzándose en llevar vidas decentes y productivas, y yo sentía que en esto había una especie de heroísmo cotidiano». El resultado fue un disco que refleja una reflexión oscura y siniestra, con canciones que invitan a la celebración y otras a mantenerse en la sombra. Un disco que muestra la rabia y el enfado por todo lo que sucedía, y que inevitablemente te conduce a la introspección y a realizar tu propia reflexión. Esa es la esencia del disco «Darkness Of The Edge Of Town», probablemente mi disco favorito.

Seguramente te estarás preguntando por qué he elegido esta canción como introducción de este capítulo. Permíteme que realice un pequeño rodeo. Todos alguna vez en la vida hemos tenido sueños. Algunos los perseguimos con ahínco hasta que se cumplen y conseguimos sentirnos realizados. Pero hay otros que nos ciegan y nos llevan a tomar decisiones erróneas. Son sueños que nos deslumbran y que buscamos desde jóvenes sin preguntarnos si realmente nos hacen bien. Estos sueños pueden ser estudiar una carrera con salidas laborales, alcanzar un trabajo con altas retribuciones económicas, perseguir un amor platónico o crear una familia viviendo en un entorno ideal. Descifrar la razón de estos sueños y todas las decisiones que tomamos para lograrlos puede llevarnos al diván de un psicólogo o un terapeuta. Erramos el tiro cuando tenemos sueños donde prevalece el resultado a la intención, al propósito o al para qué hacemos lo que hacemos. Séneca lo decía así:

«En toda actividad, el sabio atiende a la intención, no al resultado».

Incluso una vez conseguidos nuestros sueños de juventud podemos perpetuar nuestro empeño en mantenerlos, aún siendo conscientes de que no era eso lo que realmente queríamos. O que eso que perseguíamos con tanta fijación nos perjudica más de lo que nos beneficia. Porque en el fondo todos sabemos que nos hemos equivocado cuando comienzan a surgir preguntas incómodas al irnos cada noche a la cama, o cuando encontramos un momento para reflexionar sobre nuestra vida y eso nos deja una sensación agridulce pese a estar rodeados de objetos, dinero o una relación aparentemente idílica. Es ahí cuando aparece el drama y nos alcanza la «oscuridad» a la que se refiere Bruce en esta canción. Cuando las respuestas a esas preguntas nos escupen a la cara cierto grado de insatisfacción con lo que tenemos, lo que hacemos o lo que somos.

Mi caso no es muy diferente al de otras personas que probaron las «mieles» y las «hieles» del triunfo y se dieron cuenta de que «eso» no era lo que realmente querían. Logré tener una vida acomodada: un trabajo en una multinacional, un buen sueldo que me permitía pagar la hipoteca y los caprichos que se me antojaban... Además, tuve la suerte de no trabajar en exceso, y solo me quitaban el sueño algunas reuniones cuando los jefes europeos nos visitaban. Sin embargo, había algo que me generaba insatisfacción, frustración o angustia: no disfrutaba de mi trabajo. Y una pregunta comenzó a instalarse en mi mente: ¿me veo haciendo lo mismo dentro de diez años?

Tomar caminos equivocados no es un fracaso, aunque la mayoría de las veces lo consideremos de este modo. Empeñarnos en mantenernos en ese camino por nuestro ego, nuestras expectativas o por la cerrazón de nuestras ideas es un error que nos conduce a la oscuridad y a perderlo todo. Podemos vivir cegados por una realidad que no nos hace bien en pos de conseguir más dinero, más seguridad, más poder, más estatus, más reconocimiento… De hecho, podemos conseguir el éxito social que trae consigo todo eso que nos afanamos en perseguir desde que somos jóvenes y que la sociedad nos ha inculcado desde niños y, pese a todo, ser auténticos desgraciados con carencias emocionales imposibles de gestionar.

Ese mundo de oscuridad es el que nos lleva a sacar lo peor de nosotros: apatía, negatividad, queja, crítica, rabia, arrogancia, prepotencia, cinismo, victimismo… Y podemos quedarnos anclados ahí, sin movernos, envenenándonos con nuestro resentimiento o instaurando un estado de resignación que nos conduzca a la depresión. Lo bueno y lo malo de esta situación es que la responsabilidad de salir o permanecer ahí la tiene cada persona. Al final, cada uno es responsable y tiene la capacidad para elegir qué actitud y qué decisión tomar ante esta situación. Porque, como dijo una vez Springsteen, «siempre hay esperanza»; incluso a pesar de que el sueño nunca se convierta en realidad, hay que seguir soñando.

Darte cuenta de tu error

«Darse cuenta» significa tomar conciencia de lo que te está sucediendo. No hay que ser una mente brillante para comprender que algo no va bien en tu vida si aparecen ese cúmulo de emociones o comportamientos a los que nos referíamos antes. Sin embargo, no es fácil aceptar que nos hemos equivocado. Que en el pasado tomamos el camino equivocado. Aparecen pensamientos y preguntas que nos incomodan, porque claro, eso significa aceptar que tenemos que cambiar y no es sencillo. Cambiar implica abandonar los hábitos, comportamientos y creencias que nos han acompañado durante mucho tiempo. Cambiar significa tomar decisiones que traen asociados riesgos y situaciones incontrolables. Cambiar trae consigo salir de nuestra zona de seguridad y ponernos a trabajar, probando nuevos caminos sin tener la certeza de si son los correctos o nos vamos a equivocar de nuevo.

Te das cuenta de un error cuando aparece una profunda insatisfacción por la situación que estás viviendo. Cuando te quejas y todo te parece negativo y te gustaría salir huyendo. Cuando lo negativo gana terreno a lo positivo. Cuando alguna de las emociones básicas, el «Big Three» de las emociones –el miedo, la ira y la tristeza–, irrumpe en tu vida. En ese momento, tu bienestar o felicidad se ven amenazados. Justo cuando Bruce estaba viviendo el conflicto con su representante y no podía grabar nuevas canciones ni lanzar un nuevo disco compuso una canción que refleja ese sentimiento de negatividad e impotencia. La canción «The Promise» cuenta una historia, con claros tintes autobiográficos, donde el protagonista que «busca la canción del millón de dólares» vive un momento en el que algo falla, «la promesa se rompió»:

 

«Bueno, gané a lo grande una vez y llegué a la costa

sí, pero pagué el coste.

Dentro sentí que llevaba los espíritus rotos

de todos los otros que perdieron.

Cuando la promesa se ha roto, sigues viviendo,

pero algo es robado de tu alma.

Cuando se dice la verdad, no hay diferencia,

algo en tu corazón se enfría».

Es en ese momento cuando entras en la oscuridad, cuando sientes que algo ha fallado o cuando tomamos conciencia de los errores cometidos. Es entonces cuando aparece en nuestra mente la palabra fracaso, un término que hemos desterrado de nuestra cultura latina, principalmente porque nos cuesta mucho aceptar el error y reconocer nuestros fallos o fracasos. De hecho, la cultura del error está muy poco desarrollada. Consideramos que haber fracasado en algo implica ser un fracasado.

El origen filosófico de esta concepción lo encontramos en una visión profundamente racionalista procedente de dos filósofos muy importantes de nuestra historia: René Descartes e Immanuel Kant. El primero, famoso por su lema «Pienso, luego existo», consideraba al hombre como un ser dotado de dos facultades principales mal ajustadas entre sí: un entendimiento limitado y una voluntad ilimitada. Es a través de la voluntad con la que podemos llegar a los grandes logros y llegar a parecernos a Dios. Es decir, para Descartes fracasar significa mantener nuestra voluntad en los límites de nuestro conocimiento, que como sabemos es finito y limitado. O, lo que es lo mismo, fracasar implica no haber utilizado adecuadamente nuestra voluntad. Mientras que Kant, autor de la trilogía Crítica de la razón pura, práctica y del juicio, creía que nos comportamos erróneamente cuando no sabemos escuchar a nuestra razón. Por lo tanto, ya sea por nuestro limitado uso de la razón o por la ausencia de voluntad, el fracaso es concebido como un acto generado por el hombre, porque no es lo suficientemente inteligente o porque carece de una voluntad de hierro y, por lo tanto, es culpable de la situación.

Pero ¿cómo cambiamos esa concepción tan negativa del fracaso? ¿Podemos darle otro significado y verlo como una invitación al cambio? Charles Pépin, en su ensayo Las virtudes del fracaso, nos muestra que podemos considerar el fracaso de una forma más positiva que nos permita aprender algún tipo de lección y nos abra la puerta a nuevas oportunidades como una invitación al cambio. Por ejemplo, podemos aprender del fracaso para afirmar nuestro carácter, midiendo nuestros límites y perseverando en nuestros objetivos. O considerar el fracaso como una experiencia de la realidad, aceptándola tal cual es por encima de nuestros deseos. O ver el fracaso, como una puerta hacia una nueva vida para reinventarnos y convertirnos en algo diferente a lo que hemos sido hasta ese momento.

En cualquier caso, para poder realizar este cambio de percepción convendría adoptar la concepción anglosajona del fracaso, que tiene que ver con la «cultura del error», es decir, aceptar los fracasos y errores como etapas necesarias para alcanzar la obra final. Cabe recordar la famosa cita de Samuel Beckett:

«Lo intentaste. Fallaste. No importa. Vuelve a intentarlo. Falla de nuevo. Falla mejor».

En cualquier caso, este tipo de afirmación debería hacernos reflexionar y poner en cuestión si el fracaso realmente nos ayuda a mejorar y es una estación de paso para alcanzar el éxito definitivo, premisa principal del discurso del fracaso motivacional. Porque en realidad este lema solo es posible repetirlo una y otra vez cuando se puede, es decir, cuando se dan las condiciones materiales o económicas para insistir en un proyecto hasta que se convierta en un éxito. Quizá más inteligente que repetir este mantra machaconamente, y que se ha convertido en uno de los lemas de la cultura empresarial de Silicon Valley, sea utilizar el fracaso como oportunidad para generar una reflexión y considerarlo como una oportunidad para descubrirnos sin identificarnos con él. Al fin y al cabo, como dice Charles Pépin, «el fracaso es el encuentro de uno de nuestros proyectos con el entorno». Aprovechar esos momentos de oscuridad y fracaso para redefinirnos, para conocer nuestros límites, para reconstruir nuestra identidad y decidir si queremos reinventarnos, cambiar de actitud o permanecer en la oscuridad.

Permanecer en la oscuridad

La oscuridad puede inundar nuestra existencia unos segundos o toda la vida, aunque cada persona tiene la posibilidad de tocar el botón que enciende la luz y enfocarse hacia otro camino. Sin embargo, permanecer en la oscuridad es una opción que tiene una serie de ventajas. En primer lugar, no implica ningún riesgo; simplemente decides adoptar una postura de víctima, quejándote de las circunstancias que te ha tocado vivir. En segundo lugar, mantenerte dentro del sistema, es decir, permanecer en la caverna platónica, viviendo en el mundo de las sombras pero sin cuestionar si lo que haces está bien o mal, te gusta o lo aborreces y sin quejarte en exceso puede conducirte a ser recompensado, elevando tu posición dentro del sistema. Cuántas personas prefieren mantenerse en trabajos poco satisfactorios o enriquecedores a cambio de una remuneración que les permita pagar sus facturas o sus caprichos cada verano. O cuántas parejas deciden continuar juntas sin ningún tipo de respeto, cariño o amor, por evitar cualquier vaivén emocional en una relación plana y anodina. Puedes aprender a vivir en la oscuridad y acostumbrarte a una existencia de mínimos, como explica Bruce en otra canción triste, lastimera y resignada, pese a que el nombre de la canción indique que siempre hay una razón para creer, «Reason To Believe». En un pasaje de esta canción cuenta:

«Mary Lou conoce a Johnny y, en un giro de la historia, es ella la que le dice a él que trabajará duro cada día para traer el dinero a casa. Un día, Johnny la abandona. Desde entonces, Mary Lou espera pacientemente al final de un camino polvoriento a que regrese Johnny».

Permanecer en la oscuridad implica elegir el papel de víctima. Y el victimismo tiene un beneficio: dejas de sentirte responsable de lo que pasa. Echas balones fuera y culpas a otros, o a la vida, o a quien sea, de la mala suerte que te ha tocado vivir. Y esta es la clave para permanecer en la oscuridad: encontrar un beneficio. Muchas personas viven quejándose continuamente; si siguen en esa actitud es que hay algo que les reporta cierto nivel de satisfacción, o que el beneficio que obtienen por continuar ahí es mayor que el coste que les supone encender la luz y tomar decisiones para salir de la oscuridad.

El problema de permanecer instaurados en la oscuridad, resignándonos a una existencia quejumbrosa y lastimera, radica en acabar encarnando los conceptos que nos enseñaron dos de los filósofos más representativos del siglo XIX, Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche. Ambos pensadores tuvieron vidas llenas de azares y contratiempos, que reflejaron en sus obras. El primero nos habló de la idea de la «angustia existencial», al sentirse angustiado, desesperado y mortificado por su propia vida. El segundo nos dejó el concepto de la «nada», que representaba el vacío existencial al negar los valores tradicionales provenientes de la religión judeocristiana y el mundo platónico. Suya es la famosa exclamación «¡Dios ha muerto!». Este rechazo a los principios religiosos y morales se conoce como nihilismo, y suele presentarse como «nihilismo existencial», que sostiene que la vida carece de significado objetivo, propósito o valor intrínseco.

No es de extrañar que en momentos de fracaso surja esa misma sensación de angustia, de vacío… y lleguemos a convertirnos en nihilistas existenciales, que no encuentran sentido ni propósito a su existencia. Dejamos de creer en todo lo que nos ha servido durante el tiempo anterior y entramos en momentos de desesperación donde ya nada importa. En la canción «Darkness Of The Edge Of Town», Bruce lo explica así:

«Perdí mi dinero y perdí mi mujer.

Ahora esas cosas parece que no importan demasiado.

Esta noche estaré en esa colina porque no puedo parar.

Estaré en esa colina con todo lo que tengo.

Con nuestras vidas en la línea donde los sueños se encuentran y se pierden.

Llegaré a tiempo y pagaré el costo

por querer cosas que solo se pueden encontrar

en la oscuridad a las afueras de la ciudad».

El sentimiento que se oculta detrás de todo esto es: ¿Por qué hay que levantarse cada mañana? Una pregunta que martillea cada día la mente de las personas amargadas, defraudadas, decepcionadas o desmotivadas cuando se enfrentan a un fracaso.

¿Por qué hay que levantarse cada mañana?

Esta pregunta es como el picotazo de una avispa. Cuando el fracaso llega en modo de pérdida de ilusión por un trabajo, por un desengaño sentimental, o ante una enfermedad crónica… aparece esta cuestión. Podemos ignorarla, pero cada cierto tiempo acudirá irremediablemente, puntual como un reloj suizo, y nos provocará cierta sensación de ansiedad, angustia o vacío. Kierkegaard lo llamó «pavor», mientras que Jean-Paul Sartre, otro existencialista, la denominó «náusea». Cuando de pronto caes en la cuenta de que no tienes una razón para levantarte cada mañana y todo comienza a perder el sentido.

Con demasiada frecuencia percibimos el fracaso como una puerta que se cierra o un tren que se nos escapa. Somos así de fatalistas. Pensamos que por perder un trabajo, terminar una relación o padecer una enfermedad, la vida deja de tener sentido. Sin embargo, nos olvidamos de otras posibilidades. Podemos ver ese fracaso como una ventana que se abre, o la marcha de ese tren como un espacio que se queda libre para que lleguen otros trenes. Consideramos las crisis en negativo, cuando son oportunidades para cambiar y aprender algo que nos haga superar ese momento. La palabra crisis proviene del griego y significa separar y decidir. Crisis es algo que se rompe, y cuando algo se rompe hay que analizarlo. La crisis nos obliga a parar para pensar y, por lo tanto, genera análisis y reflexión.

La función de una crisis es obligarnos a frenar para hacernos preguntas sobre nosotros mismos, sobre nuestra existencia y lo que de ella esperamos, sobre nuestras contradicciones y nuestros deseos conscientes e inconscientes. Es en estos momentos donde las tres preguntas que vertebran este ensayo toman fuerza: ¿Cómo vivir el cambio? ¿Qué quieres? y ¿Quién eres realmente? Pero también otras cuestiones relacionadas con la incertidumbre y la duda: ¿Qué es lo que ahora empieza? ¿Qué hay de interesante en la nueva senda que acabamos de tomar? ¿Qué me quiere decir esta situación? O lo que es lo mismo: ¿Para qué o cuál es la intención de este cambio?

En suma, podemos ver las crisis o los fracasos como un mal momento coyuntural y olvidarlos lo más deprisa posible. O hacer un alto en el camino para analizar lo sucedido, aceptándolo como una parte de la realidad que nos ofrece una información. En este sentido, conviene recordar otra de las ideas estoicas:

«Las cosas que nos suceden en la vida no son ni justas ni injustas, simplemente son».

Lo que nos dicen los estoicos es que hay que aceptar la vida tal y como es, y pronunciar con más asiduidad «es lo que hay». Hay una anécdota que cuenta Toni Nadal, el que fuera entrenador de Rafa Nadal y cuya filosofía se asienta en los principios estoicos, que sirve para ilustrar esta idea. Cuando estaba entrenando a su sobrino Rafa Nadal y este se quejaba porque hacía viento, porque las bolas no botaban bien, o por cualquier otra circunstancia, la respuesta de su tío era invariable: «Rafa, no te quejes; esto es lo que hay».

Aunque lo verdaderamente importante es desde dónde decimos esto. Desde la amargura y la resignación del que se resigna a lo que hay, o desde la aceptación y la valentía para construir algo diferente a partir de lo que hay. Esa es la cuestión. Nos puede servir de guía el famoso poema «Si» de Rudyard Kipling, donde reconoce que hay que saber perder para llegar a ser un hombre. Perderlo todo y ponerse a reconstruirlo.

 

«Si soportas ver destruida la obra de tu vida,

y sin pronunciar palabra te pones a reconstruirla,

o perder de golpe la ganancia de cien partidas,

sin hacer un solo gesto y sin un suspiro…».

Es obvio que para poder enfrentar un fracaso con esa actitud es necesario haber desarrollado determinadas cualidades que iremos abordando en los próximos capítulos y que permiten forjar el carácter de una persona: esfuerzo, disciplina, perseverancia, resiliencia, valentía, determinación… y, quizá lo más importante, confianza en uno mismo y en la vida.

La decisión: el fracaso como ocasión de reinventarse

Como fruto de la reflexión, el análisis y el cuestionamiento de la realidad debe surgir una decisión: continuar en la oscuridad resignándote a tu suerte, como le sucede al protagonista de «Downbound Train», una canción triste y deprimente donde Bruce nos cuenta la historia de un tipo al que todo le sale mal...

«Joe pierde su trabajo, su chica y su futuro…

y termina dirigiéndose hacia el abismo».

...o decidir salir de ella abandonando la queja y el victimismo y responsabilizándote de tu situación. Es el momento de tomar la decisión, la gran decisión. Seguir hundiéndote en el mismo camino embarrado y ponzoñoso o salir de donde estás y tomar otra senda. En realidad, es el momento de decidir qué hacer, y las posibilidades entre las que podemos elegir son tres: la primera consiste en permanecer en la oscuridad, la segunda implica salir de ahí y elegir un nuevo camino y la tercera, cuando la segunda opción no sea viable por determinadas circunstancias, supone cambiar de actitud.

En primer lugar, mantenernos en la oscuridad puede resultar una opción atractiva, como hemos visto anteriormente, no exenta de su propia filosofía de vida. No cambiar implica fundamentalmente rechazar la posibilidad de asumir la responsabilidad de lo que nos está sucediendo y, por tanto, dejarse llevar por las circunstancias sin enfrentarse a uno mismo y sin analizar o reflexionar sobre las cosas que nos rodean. En suma, no cambiar significa convertirnos en personas dóciles y obedientes que, por miedo a las consecuencias de un futuro incierto, prefieren dejar en manos de otros la toma de decisiones. No cambiar implica dejar de activar nuestro pensamiento crítico, o lo que es lo mismo, rechazar el lema que nos dejaron los filósofos ilustrados del siglo XVIII: «Atreverse a pensar». Claro que para atreverse a pensar de forma autónoma es necesario ser valiente, apartar la cobardía, el victimismo y dejar de comportarse como una cabeza hueca, que es lo que hacemos cuando dejamos que otros piensen por nosotros.

En segundo lugar, elegir un camino nuevo es la opción de los valientes, los temerarios o los inconscientes. Suele darse cuando ya no puedes más. Cuando alguien ha agredido tus valores o aquella forma de ser o ver la vida que no estás dispuesto a que nadie ataque. También puedes tomar una senda nueva cuando has llegado a la conclusión de que necesitas cambiar y vivir nuevas experiencias. Sin embargo, el motor que nos impulsa al cambio es diferente, y probablemente el resultado será distinto a medio y largo plazo. Mientras en el primer caso el motor es el resentimiento o la ira, en el segundo, la fuerza para actuar la encontramos en la confianza en uno mismo, que nace de la «seguridad interior» para afrontar nuevos retos, aún sin saber si vamos a acertar o no. Cuando aparecen la ira o el resentimiento conviene tener cuidado, evaluar los riesgos y no dejarse llevar por esa emoción que arrasa con todo. En ambos casos necesitaremos seguir trabajando esa confianza en nosotros mismos que nos permitirá afrontar el proceso de cambio, y de la que hablaremos más adelante. Sin embargo, una persona que ha desarrollado su seguridad interior es una persona que actúa de un modo valiente, entendiendo la valentía en el término medio aristotélico que separa la cobardía de la temeridad.

Cuando elegimos un nuevo camino estamos tomando la postura de los filósofos existencialistas, de vivir la vida de un modo pleno, haciendo uso de nuestra libertad y en el ejercicio de la responsabilidad individual, para darle un sentido a nuestra existencia. Uno de los máximos representantes del existencialismo, Jean-Paul Sartre, sostenía que:

«La existencia precede a la esencia».

Lo que significa que somos libres de existir, de inventarnos y rectificar durante nuestra vida a medida que nuestra historia va transcurriendo. La motivación que nos hace cambiar puede ser variable. En el caso de un cambio laboral puede ser conseguir un trabajo con más poder o prestigio, o con más autonomía, que permita desarrollar la creatividad, establecer nuevas relaciones, u obtener mayor reconocimiento… En el caso de una nueva pareja, tener una relación más satisfactoria o plena; cada cual buscará lo que desee. La «existencia» es lo más importante para la persona, lo que implica devenir en un ser consciente que actúa de forma independiente y responsable, mientras que la «esencia» es la etiqueta que le ponemos a cada persona basada en roles, estereotipos, definiciones u otras categorías preconcebidas que se ajustan al individuo. La vida real o la existencia de la persona es lo que podría llamarse su «verdadera esencia». Así, para los filósofos existencialistas la persona se va constituyendo a través del devenir de su existencia, es decir del conjunto de cambios que van aconteciendo en su vida. De esta forma, el cambio debe ser visto como un proceso orientado a alcanzar una mayor felicidad que permita a cada persona afirmar su singularidad en base a lo que realmente quiera o desee ser. Por lo tanto, un proceso de cambio deber ser visto como un momento de reinvención para convertirte en lo que eres, como afirmaban los filósofos del devenir.

Y, en tercer lugar, cuando las circunstancias son las que son, y no las puedes cambiar, llega el momento de cambiar tu propia actitud ante lo que está sucediendo. Es una de las grandes enseñanzas que nos dejó Viktor Frankl, psiquiatra y filósofo austriaco, fundador de la logoterapia y el análisis existencial, que sobrevivió desde 1942 hasta 1945 a varios campos de concentración nazis (Auschwitz y Dachau). A veces no queda más remedio que seguir viviendo en la oscuridad y la única posibilidad reside en un «cambio de actitud», que traiga asociados cambios de hábitos o comportamientos. Probablemente sea la opción más difícil y compleja, porque exige reinventarse desde dentro, haciendo frente al mismo entorno y las mismas circunstancias. En este caso podemos acudir a uno de los lemas principales del estoicismo y recordar las palabras de Epicteto:

«Enfocar la vida desde dos perspectivas: las cosas que dependen de mí y las cosas que no dependen de mí».

O, lo que es lo mismo, saber qué está bajo nuestro control y qué cosas no podemos controlar porque no dependen de nosotros. En este sentido, nuestra actitud está entre aquellas cosas que podemos controlar. Esta diferenciación es clave para evitar determinados sufrimientos y dolores de cabeza cuando nos alcanzan las opiniones desfavorables o las críticas, o la envidia que nos producen los éxitos de compañeros de trabajo, o la falta de afecto y cariño de otras personas. Ninguna de estas cosas dependen de nosotros. Sin embargo, entre las cosas que sí podemos controlar están nuestras opiniones, creencias, pensamientos, reacciones, decisiones y actitudes.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?