La corriente del Padre

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¿Por qué escojo este punto de vista? Creo que debería señalar dos motivos. Ahora bien, en tal caso comenzamos ya a asumir puntos de vista bien firmes. Así pues, en primer lugar, lo que propiamente me impulsa es una peculiar manera de pensar. ¿He de decir una manera de pensar primigenia, congénita? Si así es, entonces es también una manera de pensar cultivada con el mayor cuidado. Una manera de pensar pronunciadamente orgánica. Y en segundo lugar amor a la ley de contraposición. Con esto empezamos desde ya a cavar hacia lo hondo. Tal vez sea muy imprudente hacerlo ya en la primera tarde juntos. No obstante, como los pensamientos que ahora exponemos son la base para todas las investigaciones posteriores, tenemos que contar con que más tarde serán repetidos con frecuencia, de modo que al final tendremos a pesar de todo la estructura íntegra.

¿Cuáles son los dos motivos de la selección, los dos motivos del punto de vista desde el cual partimos? Permítanme repetirlo: el cultivo arraigado y cuidadoso del amor al pensar orgánico. A partir de allí procedo a desarrollar lentamente el resto.

Este pensar orgánico busca siempre reafirmar las leyes de desarrollo de un proceso de vida que actúan de forma orgánica. Después, cuando el proceso de vida se ha realizado, mantiene también de forma inconmovible la visión orgánica de conjunto de la estructura íntegra. Tienen que perdonarme si lo expreso ahora de forma un poco abstracta, enseguida lo explicaré.

¿Qué se entiende por pensar orgánico? Lo contrario es el pensar mecánico, mecanicista. Reflexionen ustedes mismos qué quiere decir todo esto. Pensar orgánico: yo pienso siempre en un organismo, en cierto sentido siempre en círculo y nótese que digo «en cierto sentido». El pensar femenino está por naturaleza predispuesto de esa manera. En cambio, el pensar masculino —como hemos dicho a menudo en el pasado— es un peculiar pensar por bloques: un bloque se agrega a otro bloque; ese modo de pensar puede tornarse problemático si no se amplía hacia un pensamiento circular. Pero en cualquier caso ya sabemos —eso supongo en todo caso— lo que tenemos que entender cuando hablamos de pensar orgánico.

¿Y qué efectos tiene esta manera de pensar orgánica? Presupone que mantenemos siempre una estructura orgánica integral. Y quiero aplicar esto enseguida al caso que estamos tratando. ¿En qué estructura nos estamos moviendo ahora? Poco a poco ya lo vamos sabiendo. Las formas de expresarlo pueden cambiar, pero el asunto al que se refieren es el mismo: aquí se trata de la disposición fundamental del movimiento del padre; en última instancia se trata de la actitud o corriente Victoria Patris. Naturalmente, ahora podría separar la corriente del Padre entera tal y como la conocemos de todas las demás cosas que resuenan con ella. Ese peligro no se da hoy entre nosotros, pero en el pensar moderno sí que existe el enorme peligro de permanecer detenido en un punto y olvidar todo lo que con él resuena.

Dicho a la manera del pueblo sencillo: supongamos que antes cuando hablábamos del ideal personal —o sea hace ya mucho, mucho tiempo, cuando nos ocupamos por primera vez o en los primeros tiempos de ese tema, solíamos utilizar a menudo una imagen. Dicha imagen debía señalarnos que en última instancia todos estamos en condiciones de reproducir todos nuestros ideales con una sola palabra. En aquel entonces utilicé como imagen un dispositivo peculiar, se lo llama «armonista». Tenemos el armonio y el armonista. ¿Cómo está construido el armonista? Tenemos dos teclados: uno arriba y otro abajo. En el teclado de arriba, el del armonista, se encuentra el tono fundamental y en el de abajo, el del armonio, está el acorde que debe relacionarse con el tono fundamental. Por lo tanto, si no sé tocar, si debo hacerlo ya mismo y tengo delante un «armonista», solo necesito tocar con él cada tono fundamental —y en realidad eso puede aprenderse fácilmente—. ¿Qué otro sonido resuena con el fundamental? ¡El acorde! ¿Comprenden lo que quiero decir con eso? Ahí tienen una estructura orgánica integral.

Voy a construir un caso hipotético: podría haber una situación en la que todos dijéramos: mi ideal personal es «padre». ¿Qué presupone eso? Con la palabra «padre» tiene que resonar todo el acorde. ¿Y qué acorde es el que resuena con ella? Y se requiere un tiempo hasta que en la vida concreta yo haya establecido una relación entre la palabra «padre» y toda la originalidad que anida en mí. Pero la situación es clara. Como ven, suponiendo que así fuese, con unas palabras o con otras todos diríamos: nuestro ideal personal común, aunque suene extraño, es «padre». ¿Dónde está, entonces, la originalidad? Esta puede residir en el tinte de la imagen de padre y al mismo tiempo reside también en la originalidad del sonido que resuena con ella. ¿Ven lo que significa, lo que tiene que resonar aquí? ¿Cómo llegamos nosotros a la imagen del Padre, a la entrega al Padre? Hay estaciones, hay procesos de vida, hay acordes individuales que primero han tenido que ser tocados y ser relacionados lentamente con el padre Dios, con la imagen del Padre. Y ¿dónde han estado en nuestro desarrollo, por lo menos en general, los puntos que de alguna manera todos hemos tenido que encarnar? ¿Cuáles han sido esos puntos? Han sido la entrega a la Santísima Virgen, la entrega al Jesús, la entrega al Espíritu Santo. Entonces, ¿qué es lo que hay que mantener, lo que hemos de mantener? La integración, la estructura integral. En realidad, nunca debemos separar el amor al Padre del amor a la Santísima Virgen, nunca separarlo del amor a Cristo. Y percibirán ustedes incluso en qué tendría que consistir próximamente nuestra tarea más central: en preocuparnos de que el acorde esté siempre como corresponde. Tenemos que cuidar de no pasar nunca por alto los diferentes acentos en nuestro desarrollo. ¿Cuáles son esos acentos? Son la imagen de María, la imagen de Cristo, la imagen del Espíritu Santo. ¿Puedo suponer que lo he formulado ya con suficiente claridad para nuestros fines?

Mucho depende de que después de haber alcanzado una cierta altura, no nos arriesguemos a dar un salto de Ícaro. Pero no tenemos por qué temer. No lo digo porque exista el temor de que mañana o pasado mañana suceda tal cosa, ¡para nada! Lo digo solamente para que ahora, después de haber alcanzado un cierto punto culminante mantengamos esa altura dentro del organismo íntegro. Ahora se podría examinar si no se habla demasiado del padre, de la paternidad y de la piedad en torno al Padre. Por ejemplo, un extraño podría escucharlo y entenderlo mal. Pero si se nos escucha con atención, notarán que la palabra «padre» como tono fundamental va siempre acompañada del acorde entero.

Y tenemos que prestar atención en primer lugar a que no constituye carencia alguna que, transitoriamente, el sentimiento hacia la Santísima Virgen se haya hecho más débil. Es algo normal. O de que el sentimiento hacia Jesús se haya hecho más opaco. Todo eso es pasajero, nada más. Solamente tenemos que cuidar de que lo que Cristo es para nosotros hoy y era ayer y anteayer no sea trasladado al Padre de manera unilateral. El gran ideal, el acorde completo tiene que estar siempre en orden.

El gran ideal —también para nosotros como directores espirituales—. No debemos actuar como uno de los nuestros, oriundo de Westfalia, de Paderborn, una figura marcial11 —es algo que he contado a menudo en el pasado; se dice, por lo demás, de mortuis nil nisi bene12—: este feliz de haber sido ordenado preguntaba enseguida en el confesionario:

— ¿Dónde se encuentra usted?

— Aquí.

— No, no, tiene que bajarse de ahí. ¡Amor a María!

Por supuesto eso es erróneo. Aquí ven ustedes el organismo entero. Lo que tenemos que hacer en nosotros mismos, tanto en la dirección espiritual como en la auto educación es escuchar siempre lo que late en el alma como punto de enlace vivo: eso mismo es lo que tenemos que mantener, alentar, desarrollar. Pueden estar seguros de que si el Espíritu Santo actúa en nosotros no tardará… ¿mucho?: pues sí, en realidad también puede tardar mucho, pero seguramente llegará el tiempo en que el organismo entero se replique con todo tipo de matices.

Por eso ¿de qué se trata? ¿Comprenden ahora lo que esto significa? ¡Integración de la idea del Padre!

Así pues, estamos hablando de la integración en el sentido de esta estructura integral, que debe verse siempre como una totalidad. Por supuesto eso no impide dejar que el Espíritu Santo haga resonar una vez este tono, otra vez ese otro y otra vez aquel otro. Si hemos reflexionado alguna vez por nuestra propia cuenta estos sencillos pensamientos y podemos mantenerlos, podremos conducirnos y gobernarnos a nosotros mismos en innumerables casos sin correr el peligro de extraviarnos en modo alguno.

Pero hay una segunda cosa que he dicho. Antes he mencionado también la ley de desarrollo orgánico. Creo que también en este punto puedo decir que las constantes a las que me refiero pueden considerarse de abajo a arriba o de arriba a abajo. Todos nosotros conocemos muy bien esas leyes. Permítanme enunciarlas rápidamente de una vez:

• la ley del desarrollo lento,

• la ley del desarrollo de dentro hacia fuera,

• y la ley del desarrollo de una totalidad orgánica a una nueva totalidad orgánica: un desarrollo simultáneo, pero no parejo.

No sé si debo explayarme ahora en el tema. En este momento se trata solamente de posibilitar una captación empática en el plano del sentimiento. Sin duda también aquí creo poder decir —más tarde podré hablar más extensamente al respecto— que ahora no se trata tan solo de adentrarse y crecer en el orden sobrenatural, sino también en el orden natural. La estructura integral de un hombre religioso abarca no solamente el plano sobrenatural, sino también de la forma más amplia el plano natural. ¿Qué significa esto en la práctica? Significa un lento desarrollo del influjo de la gracia en la naturaleza y a la inversa un lento desarrollo de la disposición de la naturaleza para la gracia. Esto es hoy muy importante. Estas cosas aunque solo se las aborde brevemente son hoy de una importancia elemental ya por el solo hecho de que hoy existe un desgarro que afecta a todas las dimensiones: lo sobrenatural ya no existe más o casi y la naturaleza… ¿qué será de la naturaleza? ¿Habrá de ser quizá tocada todavía por la gracia? ¿Se ha de disponer para la gracia? Potentia oboedientialis13: ¿acaso se la ha de desarrollar para lo divino? Pienso que si ven estas cosas frente a ustedes tendrán por lo menos un concepto de lo que se está queriendo decir aquí con integración.

 

Pero he dicho que la integración va también de arriba a abajo. Esto es del todo posible y es también muy frecuente. A propósito: ustedes pueden encontrarlo explicado con exactitud en las viejas jornadas, desde el comienzo. Instintivamente ha sido siempre un intervenir en los engranajes del tiempo venidero: siempre hemos vivido a partir de lo que se va suscitando y hemos intentado establecer y poner de manifiesto las grandes constantes con la mayor rapidez y profundidad posibles. Es así por ejemplo en el caso del cardenal Newman. Él es uno de esos tipos de personalidad en los que se daba con una fuerza extraordinaria el camino inverso. Él llegaba de forma relativamente rápida a Dios, pero no sin la criatura, lo cual sería un error. Y cuando era anciano llegó a la integración de la idea de Dios, de la idea del Padre y descendió tanto hasta la criatura, que como anciano podía hacer celebraciones piadosas y letanías a todos los santos. Por supuesto hoy dirá todo el mundo: «esas son cosas periféricas, cosas del pasado, todo eso no es piedad ninguna, hoy hay que eliminar todo eso». Con ello toco lo que más tarde quiero exponer por extenso: un punto extremadamente candente del pensamiento actual. Quizá lo diga en otro contexto. Resumo brevemente: cuando hablé del punto de vista desde el cual queremos ver ahora la integración, hice referencia a dos puntos: al pensar orgánico y después a la ley de contraposición.

¿Qué significa ley de contraposición? También aquí podríamos detenernos larga, muy largamente. Sí, ley de contraposición. ¡Cuán a menudo han oído ustedes desde que estoy de vuelta aquí la expresión utamur haereticis14! Una frase clásica de la pluma de san Agustín. No es que hayamos sido personas que estaban constantemente sentados tras los muros. No, no. Tal vez, como pocos, nos hemos orientado siempre por las contraposiciones en el mundo actual. Utamur haereticis. Lo que san Agustín dijo en aquel entonces sobre los herejes lo hemos retomado y aplicado a todo lo que hoy está fermentando en el mundo y se establece como contraposición frente a nosotros o frente a la Iglesia.

Lo que Juan XXIII estableció una vez como ley fue para nosotros lo más evidente del mundo desde el comienzo. Ustedes lo saben porque ya hemos hecho referencia a eso con frecuencia. San Agustín piensa: por supuesto, Dios nos ha hablado a través de la Sagrada Escritura; pero quien quiera interpretar la Sagrada Escritura tiene que hacerse siempre dependiente del tiempo. Dios habla a través del tiempo. El tiempo interpreta las distintas verdades de la Sagrada Escritura. Y lo que hoy es nuevo, por lo menos en lo fundamental —y aunque ya se lo haya practicado aquí y allá— ha sido para nosotros nuestro alimento cotidiano desde el comienzo. Siempre hemos partido de la idea de que, si quiero comprender el lenguaje de Dios en el tiempo, tengo que ir al campo ajeno o sea, a los campos extra eclesiales pues estos llevan en sí de la forma más extrema, todo aquello que está fermentando en el tiempo. Aunque, desde luego, después hemos hecho siempre la distinción: a partir del espíritu negativo del tiempo tenemos que destilar, en cada caso, el espíritu positivo del tiempo.

Así pues, comprenderán ustedes que la ley de contraposición se nos ha metido en la sangre. Si lo comprenden, si lo retienen, entonces no temblarán cuando desde todas direcciones lleguen a sus oídos errores, herejías, afirmaciones que les pongan sabe Dios en qué medida los pelos de punta —si es que aún tienen pelo—. Deberíamos alegrarnos de vivir en un tiempo semejante, en el que todo es un embrollo intelectual. Hemos de tener el coraje de intentar averiguar qué quiere decirnos Dios a través de todas estas corrientes —y queremos hacerlo en el curso de los próximos días, aunque lamentablemente sean solo ocho pláticas, pero queremos al menos empezar desde ya—. Es así: no debemos pensar ni tampoco actuar como si a lo largo de estos días nos volviéramos catedráticos. Pero tenemos que llevarnos con nosotros una posición firme, una idea concreta: eso es lo más importante. Por supuesto en la medida en que las circunstancias lo permitan yo me esforzaré por hablar con mucha claridad y nitidez, también científicamente. Pero ahora la intención no estriba en que podamos resolver todas las cuestiones, porque tampoco podremos hacerlo. Habrá y tiene que haber siempre preguntas que se presentan ante nosotros como enigmas cuya respuesta vendrá solo en el futuro. Pero lo que ya es importante ahora es no esconderse en un agujero, sino alegrarse de poder participar en un embrollo semejante. ¡Dios habla! ¿Y cómo habla Dios? El único problema es que hemos olvidado cómo comprender e interpretar correctamente su lenguaje.

Ustedes tienen consigo el librito15. No lo digo ahora para hacer propaganda, sino porque vale la pena. Acabo de hojearlo: en él se reúnen las actas de fundación. Si consideran ustedes una vez más la segunda acta de fundación, se darán cuenta de que hay en ella frases también palabras colmadas de significado. Ahí pueden ver ustedes cuán antiguas son estas concepciones, con qué soberana serenidad hemos enfrentado siempre las corrientes del tiempo y nos hemos dejado llevar por ellas con gran sosiego. Porque Dios habla. Y cuando habla tenemos que escuchar. Cuando en el ámbito de la Iglesia se suscitó resistencia contra nosotros, la ley: ¿Qué quiere Dios? Quiere que esto se acentúe especialmente16. ¿Y qué es lo que él quiere que se acentúe? ¡Él habla a través del tiempo! Escuchen de nuevo con cuánta claridad lo formuló Juan XXIII. Por eso, lo que tenemos que hacer aquí es no huir como liebres frente a esos ataques, sino escuchar: ¿qué debe acentuarse ahora de manera especial?

¿Y si aplico ahora las leyes? Léanlo ustedes mismos. Del mismo modo sería importante que todos viviéramos de vuelta y en mayor medida en el pasado de la Familia. ¡Todos esos regalos tan grandes que Dios nos ha dado, los enfrentamientos con el tiempo, que deben tomarse en serio! Verán ustedes, esto es así: imagínense que nosotros hubiésemos comprendido y dominado el tiempo hasta 1950 y que de pronto el tiempo se nos hubiese escapado. ¡Compréndanlo por favor!

Pensemos en los grandes puntos que marcan etapas en la historia del pensamiento a nivel universal, sobre todo en Europa y podría remontarme también a más atrás. ¿Creen que todas esas cosas que ya son manifiestas, han sido superadas? ¿Creen que lo que trajo la Reforma ya se ha superado? ¿Creen que ya se ha superado lo que trajeron todas las otras corrientes de pensamiento, que fueron el clímax del naturalismo, en especial la Revolución francesa? ¡Qué va! Ahora todo eso se está sumando. Y pueden retroceder hasta el gnosticismo. Hoy tienen ustedes una mezcolanza de todas esas corrientes de pensamiento y si creemos que antes logramos vivir a partir de esas corrientes, considero a priori que entonces tendríamos que aceptar que también hoy somos capaces de dominar dicha mezcolanza, y eso sin considerar todo lo que el Espíritu de Dios ha obrado en la Familia ni tampoco lo que quiere obrar todavía. Así pues, ¡ley de contraposición! Por eso hemos de tener una clara conciencia de contraposición. Verán que no es así: cuántos hay que tienen miedo y entonces gritan enseguida: ¡empatizar, empatizar! Sí, tengo que captar con empatía, pero no teniendo la intención de salir después corriendo: el captar con empatía debe ayudarme a fortalecer mi clara conciencia de contraposición. Desde luego hay que someterlo a comprobación, pero esto no tiene por qué significar que como algo está siendo atacado yo diga lo contrario. En ese caso cometeríamos el error que atribuimos hoy en día a tantos y tantos. Para estos últimos la cosa es así: lo que era antiguo es erróneo por el solo hecho de ser antiguo. No debemos decir tampoco que porque es antiguo es bueno o correcto, de ninguna manera.

Todo debe ser sopesado. Pero sí podemos decir siempre que deberíamos alegrarnos de vivir en un tiempo como este. No podemos dormir y no debemos dormir. Si me permiten expresarlo así: «como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos», y, por lo tanto, me doy la vuelta para un lado y me pongo a roncar, y me doy la vuelta para el otro lado y sigo roncando. ¡No! ¡El roncar se ha acabado! Ahora la consigna es: ¡despertad, y despertaos mutuamente!

Como he dicho antes, es cierto que no podemos esperar una respuesta claramente científica a todos los problemas morales; sin embargo, no por eso vamos a salir corriendo ante ellos. Creo que podré darles más tarde una respuesta resumida con la que por lo menos en la práctica podremos ir saliendo adelante; pero no quisiera adelantárselas ahora.

Para concluir rápidamente con este hilo de pensamiento: ¿de qué se trata? Creo que puedo decir lo siguiente: según mi manera de ver, el mayor sufrimiento, la mayor catástrofe psicológicamente hablando de hoy en día estriba en la enfermedad del pensar mecanicista. Fíjense qué lejos llega esta manera de pensar. En efecto, tenemos aquí a uno de nuestros doctores de Wurzburgo que ha escrito recientemente un artículo como respuesta a un ataque publicado en el Würzburger Sonntags-Zeitung. La dificultad era: hoy se trata siempre de lo central, mientras que lo que Schoenstatt quiere, lo mariano, es todo periférico. ¡Lo central! Sí, lo central. Pero ¿qué es lo central? De esa manera, mañana o pasado mañana tendremos la concepción protestante. Verán, en una ocasión —y ya muy a menudo en el último tiempo desde que he regresado— formulé la ley sobre la centralización17. De eso se trata hoy: todo debe estar centralizado, todo lo demás fuera, ¿verdad? Siempre he de repetirlo: creo que no encontrarán nada de lo que hoy suena, sabe Dios qué tan moderno, que no haya sido objeto de enfrentamiento por nuestra parte en el pasado más remoto, como sucedió en Alemania en los años treinta, cuando eclosionó con tanta fuerza toda la manera de pensar moderna. Por ejemplo, cuando se trataba del josefinismo, con todo lo que lo rodea. Josefinismo: quitar todo, lo que cuenta es lo esencial. Antes lo he expuesto de esta manera: sí, se trata de lo esencial; pero en un árbol ¿qué es lo esencial? ¿quién me lo indica? En la práctica: ¿pertenece la rama a la esencia? ¡Fuera con ella! ¿La rama más grande? ¡Fuera con ella! ¿El tronco pertenece a la esencia? Quizá, pero no hace falta que sea tan grueso [risas]. ¿Cuál es la esencia del cristianismo?

Ahora bien, pareciera que me lo tomo con ligereza, y no es así. Yo podría traer a colación todo el trasfondo científico de aquella época, también en lo que se refiere a la lucha en torno a la imagen de Cristo, comenzando por Harnack, con La esencia del cristianismo. La solución era siempre sencilla: ¿qué hacemos con todo lo que no parece esencial en el árbol del cristianismo?, ¿lo podamos todo? Entonces me puedo podar a mí mismo, es decir, puedo talarme yo y talar el árbol entero. Entonces ¿qué tenemos que hacer? Piensen en las ramas, en las hojas: ¡tenemos que retrotraer todo a la raíz! Esa es la respuesta: ¡regresar a la raíz! Esa tiene que ser la tarea y ninguna otra. O si piensan por ejemplo en lo que hacemos ahora en Chile o hemos hecho en Brasil.

Recuerdo bien que la primera vez que estuve en Norteamérica, fue para mí una vivencia escalofriante el notar que en Estados Unidos se habían asumido masivamente todas las modalidades alemanas de pensamiento, todas sus manifestaciones patológicas. Fue así como surgió después la idea: no solamente había que enseñar de nuevo el pensar orgánico, sino que era necesaria una acción más radical. Y así llegué a asumir el mayor riesgo de mi vida: en 1949, el ataque contra el episcopado alemán. Esto podía costarle la vida a la obra entera. Y fue realizado solamente en interés del pensar orgánico.

No es mi deseo exponer ahora todo eso. Sin embargo, como dirigentes, para recuperar nuestra firmeza tendríamos que saber todas estas cosas, conocer los aspectos que están en juego. De otro modo seremos todos derribados de un soplo. Los más sagaces, los que menos arraigados están en el pasado, también en el pasado de la Familia, son los que más en peligro están de tirar todo por la borda. ¿De qué se hacen dependientes entonces? ¿Qué es lo que puede salvar el mundo? La liturgia y la Sagrada Escritura. No quiero abordar esta cuestión ahora, pero ya daré más adelante abundantes respuestas para todos estos temas.

 

No estoy diciendo todo esto para, de algún modo, tachar algo de herejía, sino porque tenemos que cuidar de seguir siendo una Familia con consistencia propia —y me parece que este es el gran regalo, así como también la gran exigencia—: con firmeza, visión de futuro y amplitud, pero también firmes en el terreno de la fe y con un saber claro.

¿Qué significa todo esto? Se lo diré brevemente.

Si acabo de decir que en aquel entonces dimos la respuesta y que hoy nos encontramos con el mismo problema, ¿cuál es esa respuesta? Acabo de insinuarla.18 Hoy tienen ustedes que procesarlo de este modo: centralización, unida a aislamiento, es pasado mañana «nihilismo».19 Comprueben ustedes mismos cuán verdadero es esto por si no lo tienen claro… Y esta es la gran tragedia también para los sacerdotes: en el fondo, a pesar de todo, estamos solos. Se sufre un tremendo extrañamiento. Y no solamente en los círculos sacerdotales, sino que hoy en día se trata de algo general para las personas y agrupaciones religiosas: extrañamiento respecto de todo el entorno, personas solitarias. Y esto es consecuencia no solamente del celibato. Eso ni siquiera es lo peor. Lo peor es, hablando en términos absolutos, el aislamiento en soledad. Y está claro: si estoy tan inseguro en el pensar y sentir, mañana o pasado mañana estaré enfermo del estómago, de los pulmones y de no sé cuántas cosas más. Creo que, si queremos desarrollar una condición humana sana, deberíamos cuidar de que en general podamos mantener siempre conceptos claros y posiciones firmes.

¿Comprenden ustedes lo que esto significa? Centralización con aislamiento: el Padre solo, todo lo demás ya no existe. De ese modo, pasado un tiempo no tendré nada, pues la creación está para eso: es de Dios para Dios.

Lo mismo vale también si perdemos el contacto con la vida, con la vida habitual y cotidiana, si borramos del mapa a la creación, si no la incorporamos, sino que en la religión permanecemos ajenos al mundo. Esto significa siempre aislamiento. Y la centralización unida al aislamiento conlleva a que nos separemos del mundo. ¡No en vano hablamos de santidad de la vida diaria!

¡Cuán largamente podríamos dedicarnos a analizar ahora todas estas cuestiones! De todos modos, ya intuirán ustedes lo que yo querría decirles.

¿Por qué integración en el sentido indicado? ¿Por qué? Es por un lado el amor al pensar orgánico y por el otro lado también el amor a la ley de contraposición. ¡Qué contrapuesto está hoy el pensar orgánico al pensar mecanicista!

Ahora tendrían que preguntarse —por lo menos los círculos que ya han reflexionado un poco de forma independiente acerca de todos estos pensamientos—: ¿por qué se asumió en aquel entonces el riesgo del 31 de mayo de 1949? Visto desde aquí, tiene que haber sido algo muy importante, pues de otro modo yo no habría puesto en juego a la Familia entera.

¿Por qué la lucha por el pensar orgánico? Ustedes conocen la respuesta última: si tenemos la misión de hacerle un lugar a la Santísima Virgen en el mundo, en Europa y sobre todo en Alemania, entonces primeramente nuestro pensar tiene que curarse, tiene que tornarse en un pensar nuevo, íntegro, orgánico.

Si, por ejemplo, en la reseña de un librito dice: «La “biunidad” entre la Santísima Virgen y Cristo no es católica», ¿qué significa eso? Naturalmente, así es si se lo piensa desde los dogmas. Pero solo está pensado psicológicamente. ¡De eso se trata! La integración debe tener un lugar en la vida de todos.

Así pues, que yo tenga cariño a Jesús no significa que tenga que apartar mientras tanto a la Santísima Virgen y meterla en el sótano o en algún otro sitio, o que el Padre celestial tenga que ir pensando en algún lugar a donde salir a buscar a otra persona que le preste atención. Se trata siempre de que todo sea un organismo sano. ¡Y tenemos que salir en defensa de este organismo! Eso es lo que la Santísima Virgen nos ofrece en esta ocasión. ¿Y qué es lo que ella nos ofrece? Permítanme repetirlo una vez más: integración de la figura del Padre.

Espero que entiendan más o menos lo que quiero decir. Pidámosle a la Santísima Virgen que nos ayude a entenderlo y también que tengamos en cierta medida un atisbo de la estructura integral de la mentalidad moderna y la asimilemos, que intentemos dar respuestas claras y, cuando no podamos darlas, nos sumerjamos en el espíritu de la fe. En última instancia de eso depende todo.

Quizá podríamos pedirle después a la Santísima Virgen que nos ayude a comprender la pequeña y sencilla oración que dice:

«El universo entero —ahí tienen dentro también el universo entero; todo pertenece al organismo— con gozo glorifique al Padre, le tribute honra y alabanza, por Cristo, con María, en el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén».

1 Mons. Wilhelm Wissing (1916-1996) fue un sacerdote de la diócesis de Münster que actuó en la pastoral juvenil y que fue encargado de la pastoral juvenil rural a nivel de toda Alemania Federal. De 1958 a 1967 dirigió el Comisariato de los Obispos Alemanes en Bonn, denominado «Oficina Católica». De 1968 a 1984 fue presidente de Missio, la obra misional pontificia con sede en Aquisgrán. En 1964 fue nombrado administrador apostólico de la Obra de Schoenstatt. Intervino de forma determinante en el levantamiento del exilio del P. Kentenich y en el desarrollo posterior, y desempeñó asimismo importantes tareas en varios Institutos de Schoenstatt.

2 Se refiere al Oficio de Schoenstatt del Hacia el Padre.

3 La consigna «Victoria Patris».

4 P. Heinz Puthen.

5 Profesor de Psicología en Salzburgo, exalumno palotino.

6 En la carta que el P. Kentenich no leyó al público dice: «Acepte mi más cordial agradecimiento por sus deseos de bendición. También yo le deseo una fiesta de Navidad con abundantes gracias y, para el año próximo, la más copiosa bendición de Dios para usted y su gran obra. Según espero, en 1968 llegarán a una conclusión las primeras investigaciones sobre el problema del padre. Sin embargo, harán falta ulteriores investigaciones para esclarecer por completo este muy complejo problema, así que lo seguiremos estudiando. Cada vez veo con más claridad la importancia del problema que usted denominó en los años treinta como «participación emocional». Lo considero uno de los problemas más importantes de la psicología pastoral, pues, sin vinculación emocional, en la vida religiosa nos comportamos como actores que representan un papel que no están en condiciones de ser. La pérdida del sentimiento es siempre también la pérdida del conjunto de la realidad. La psicología ha eludido el problema, pero ahora hay que abordarlo…» Véase también la pág. 40.

7 El Dr. Caspar Schulte (1899-1980), sacerdote de la arquidiócesis de Paderborn, fue durante largo tiempo director de la oficina principal para la pastoral de hombres de las diócesis alemanas en Fulda por nombramiento de los obispos alemanes. Perteneció a la generación más antigua del Instituto de los Sacerdotes Diocesanos de Schoenstatt.