Un verano con Clío

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»La palabra «humano» proviene del latín «humus» que es esa mezcla de tierra, agua, bacterias y materia orgánica vegetal en descomposición que tan bien funciona para abonar las plantas. Se supuso durante muchos siglos que proveníamos de este compuesto fértil y que habíamos sido creados por un dios. Más adelante hablaremos de este asunto.

–¡Vaya! –exclamó Julio sorprendido–, no sabía que la palabra humano se relacionara con la tierra de jardín.

–Te sorprenderás de muchas más cosas, sobrino. Pero continuemos con el espacio exterior.

»En el resto de los planetas de este sistema solar, hasta el momento no se sabe si existe alguna clase de vida, aunque solo sea bacteriana.

–Sería «molón» que existieran extraterrestres.

–Eso dependería de sus intenciones y de las nuestras respecto a ellos... Pero ahora volvamos la vista hacia la Tierra.

»Nuestro planeta es un mundo bellísimo, lleno de contrastes, mares, desiertos, montañas, selvas, bosques, praderas, ríos, lagos. Si descendemos, observaremos que desde su superficie se contempla un cielo azul durante el día salpicado de nubes blancas que pueden tornarse grises cuando hay tormentas, mientras que por la noche el cielo aparece negro con puntitos blancos, las estrellas, y según sus ciclos la Luna redonda o en formas cambiantes, según la ilumine el Sol o la alcance la sombra de la Tierra en los eclipses.

»La Tierra es el tercer planeta en distancia que gira en torno al Sol y lo acompaña alrededor de la galaxia. Más cerca del astro rey están Mercurio y Venus, y más alejados, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y, por último, Plutón.

–Eso ya lo sabía, pero…¿cuál es la diferencia que permite la vida aquí y no en la Luna o en Marte?

–Lo que permite nuestra presencia en este mundo es que la Tierra está rodeada de una envoltura gaseosa llamada «atmósfera» que nos protege del vacío cósmico y de las crueles temperaturas y radiaciones del Sol. También nos protege de los meteoritos y asteroides, al menos de casi todos, que se desintegran al rozar con los gases atmosféricos, ya que alcanzan grandes temperaturas debido a sus altas velocidades de entrada.

–Pero en un reportaje de televisión vi que los dinosaurios fueron exterminados por la caída de un asteroide; entonces la atmósfera no sirvió de mucho.

–Claro Julio, te has dado cuenta del fallo que tenemos en nuestro planeta. Efectivamente, si un asteroide lo suficientemente grande llegara a la atmósfera, a pesar de perder parte de su masa, su tamaño le permitiría llegar a la superficie. Como consecuencia, debido a la enorme velocidad del impacto se produciría una explosión similar a la de varias bombas atómicas, incluso de miles dependiendo de su tamaño, lo cual generaría un invierno artificial temporal, pues las partículas de polvo y roca arrojadas a la atmósfera se mantendrían en suspensión durante años e impedirían que la radiación solar normal llegara a la superficie de la Tierra y a los océanos que sirven de termostato regulador de la temperatura.

»De esta manera parece que desaparecieron los dinosaurios, ya que a la onda calórica de la explosión le sucedió un gigantesco huracán y un invierno artificial prolongado que acabó con las plantas que eran su base alimentaria. Primero murieron los herbívoros y luego los carnívoros, sin olvidar la enorme bajada de las temperaturas. Se supone que los dinosaurios eran animales de sangre fría, como los cocodrilos, sus parientes, o los lagartos y los varanos. El frío repentino debió paralizarlos casi por completo.

–Así parece que fue; lo vi todo en un reportaje con modelos animados por ordenador. Fue emocionante –dijo Julio entusiasmado.

–Pero no hay mal que por bien no venga, ya que gracias a que los dinosaurios desaparecieron, los mamíferos pudieron prosperar y hacerse grandes, y de ellos procedemos nosotros. Probablemente si ese asteroide no hubiera caído en aquella época hoy no estaríamos aquí tu tía, tú y yo; en definitiva, ningún ser humano existiría.

»Pero sigamos con la atmósfera. Es rica en nitrógeno y oxígeno, lo que nos permite respirar y vivir. También tiene otros gases menos abundantes, como dióxido de carbono, hidrógeno, ozono y otros «gases nobles» en menores proporciones. También tiene nuestro planeta a su alrededor, mucho más lejos de la atmósfera, una protección magnética, los llamados «cinturones Van Hallen», que nos evitan los negativos efectos de los rayos cósmicos y del «viento solar», que son gigantescas emisiones de plasma, de partículas nocivas para la vida, que se desvían gracias a este oportuno escudo. Sin estos maravillosos escudos magnéticos tampoco sería posible la vida tal y como la conocemos.

–Vale tío, pero ¿cómo empezó el Universo? Nunca he entendido bien eso del «Big Bang».

Manuel se repantigó en el sillón haciendo crujir el mimbre. La pipa se le había apagado otra vez. La sacudió enérgicamente contra un cenicero de cristal situado sobre una mesita. Luego sacó del bolsillo un pequeño instrumento de metal y rascó la cazoleta, limpiándola de restos de tabaco quemado.

–Disculpa Julio, tengo que volver a encenderla para terminar esta conversación; ya te he dicho que me ayuda a pensar; manías de viejo profesor.

–No eres tan viejo tío, solo un poco mayor que mi padre.

–Sí, le llevo cuatro años, pero parecen más. Tu padre se conserva estupendamente. Claro, no fuma y hace deporte, si yo pudiera…

–Tú podrías si quisieras Manuel –dijo Cintia–, todo es cuestión de organizarse, y ya sabes lo que te dijo el médico.

–Sí, sí, que tengo que hacer deporte y dejar de fumar. Un día de estos empezaré a hacer las dos cosas, lo prometo –al decir esta última frase le guiñó un ojo a Julio–. Las mujeres que nos aman se preocupan por nosotros. Ya verás cuando tengas pareja.

»Bien –encendió la pipa con grandes bocanadas de placer–, estábamos con el principio de todas las cosas.

–Claro tío, tuvo que haber un comienzo, ¿no?

–Por supuesto. Las investigaciones parecen señalar que todo comenzó hace unos quince o dieciocho mil millones de años, cuando en nuestra dimensión se produjo un estallido de tales proporciones que ni siquiera podemos imaginar. Toda la materia que hay en el Universo –que es bastante– surgió en aquella explosión en forma de partículas subatómicas.

–¿Las partículas subatómicas son los quarks? –preguntó dudoso Julio.

–Efectivamente, una parte de ellas. Los quarks son las que forman los neutrones y los protones, pero también estaban los electrones, los bosones, los gluones, los fotones, en fin, toda una sopa desordenada de partículas infinitesimales que se expandían, y al mismo tiempo, al expansionarse, bajaba la tremenda temperatura inicial y la presión.

–Entonces ¿estaba caliente?

–No te puedes imaginar cuánto, millones de grados centígrados. Si toda la materia que hay en el Universo estaba concentrada y comprimida en un punto infinitesimal… ¿te imaginas qué temperatura y qué masa tendría?

–No tío, una burrada.

–Efectivamente, una «burrada» –sonrió al decir esta palabra– de calor. Pero al expandirse se iba enfriando, y al enfriarse, las partículas fueron agrupándose, formando el primer átomo. ¿Adivinas cuál?

–Pues no sé tío, dame una pista.

–Es el más sencillo de todos.

–¡Ah claro! El hidrógeno; he sacado buena nota en Física y Química.

–Me alegro. Efectivamente. El hidrógeno es el átomo más sencillo; solo tiene un protón y un neutrón en su núcleo, y un solitario electrón en órbita. Por eso, todavía hoy después de tanto tiempo transcurrido desde entonces, el hidrógeno es el elemento más abundante en el Universo.

–¿Y cómo se formaron los restantes átomos? Porque existen un montón de elementos químicos diferentes.

–Pues en los hornos estelares, es decir, se cocinaron dentro de las estrellas.

–Pero primero tendrían que formarse las estrellas, ¿no? –preguntó Julio socarrón.

–Claro Julio. Conforme fue expandiéndose la sopa de partículas y se enfriaba, comenzó a llenarse todo de hidrógeno. Por fortuna la explosión inicial tuvo irregularidades, no fue totalmente homogénea en toda su superficie. Gracias a este fenómeno, el gas empezó a concentrase en nubes, y esas nubes, por efecto de la gravedad, se fueron comprimiendo y adoptando formas esféricas. La presión originada por la contracción de las esferas de gas consiguió subir la temperatura interior y lo hizo hasta tal punto que los átomos de hidrógeno empezaron a fusionarse entre sí originando otro elemento diferente. ¿Sabrías decirme cuál?

–Lo estudié en la tabla periódica de los elementos de Mendeliev; creo recordarlo… era ¡el helio!

–¡Efectivamente Julio! El helio tiene dos protones y dos neutrones en su núcleo, resultado de la fusión de dos átomos de hidrógeno. ¿Y qué pasa cuando se rompe la fuerza que une los protones y los neutrones de los núcleos de los átomos y estos se fusionan formando un nuevo elemento?

–Pues que se genera un montón de energía.

–¡Otra vez has acertado! Veo que la Física se te da mejor que la Historia. Así es que cuando se fusionan los átomos de hidrógeno se produce una explosión termonuclear, o lo que llamamos una bomba de hidrógeno, mil veces más potente y devastadora que una bomba atómica que se fundamenta en lo contrario, la rotura del núcleo atómico.

–Sí, pero aún quedan muchos más elementos químicos por fabricar.

–Claro Julio, ten paciencia. Cuando una estrella va quemando el hidrógeno y este se va convirtiendo en helio, llega un momento en el que consume casi todo el gas hidrógeno, y entonces empieza a gastar el helio que se fusiona para formar otro elemento y así sucesivamente, hasta que explota originando una supernova o se dilata tremendamente convirtiéndose en una gigante roja y luego se comprime hasta formar una enana blanca. En todo este proceso van creándose, como por arte de magia, todos los elementos que conocemos: el oxígeno, el carbono, el hierro, etc.

 

–¿Y cómo llegan a un planeta?

–De varias formas. Primero te diré que nuestro Sol y todos los planetas que lo acompañan en su viaje sideral proceden de los restos de una estrella masiva que explotó en una supernova. Te diré que una supernova es una explosión tan gigantesca que se puede ver desde millones de años-luz de distancia. Pero una vez que ha estallado, quedan restos, los suficientes como para formar una nueva estrella, ahora más pequeña que la de antes, y los despojos de menor tamaño acaban formando un disco alrededor de esa nueva estrella, y de ese disco de gas se van constituyendo los planetas. En estos nuevos mundos ya existen los elementos que se han formado en la supernova, y además se van agregando los asteroides, los meteoritos y los cometas que circulan por el espacio y que caen sobre estos proyectos de planeta. Todos los asteroides, meteoritos y cometas tienen en su composición elementos químicos de todas clases, pues proceden de lejanos soles que a su vez han estallado, ya que no todos los fragmentos de la explosión son retenidos sino que salen despedidos al espacio y escapan a la gravedad de la nueva estrella.

–Vale tío. Ahora entiendo como se han formado el Universo, los átomos, las estrellas y los planetas. Pero hay una pregunta que me ronda la cabeza… ¿qué originó esa explosión del Big Bang?

Manuel exhaló una buena bocanada de humo y lo contempló elevarse hacia el cielo con los ojos entrecerrados. Sonrió satisfecho. La curiosidad de su sobrino le agradaba, pues aquella era una pregunta que muy pocos hacían.

–Pues no se sabe. Algunos científicos postulan que existen infinitos universos paralelos, y que cuando chocan entre ellos, se produce una trasferencia de energía. Eso pudo ocurrir, pero también pudieron intervenir otras causas que todavía desconocemos, como por ejemplo una singularidad del «Campo Punto Cero». Los creyentes dicen que fue simplemente el deseo de Dios. Lo siento Julio pero no puedo asegurar nada; simplemente ocurrió y aquí estamos.

–Nunca he oído hablar del «Campo Punto Cero»; no venía en los libros de Física que he estudiado.

–No me extraña Julio. Es un descubrimiento revolucionario que pondrá la Física patas arriba y todavía tiene detractores.

–¿En qué consiste? –Julio puso toda su atención.

–Algunos físicos postulan que existe un infinito campo de energía pura al que llaman el «Campo Punto Cero». De ese campo, que estaría en una dimensión paralela a la nuestra, surgió una emisión, una pequeña burbuja de energía que formó nuestro Universo. Y ya sabes que la base de la materia es la energía; en realidad, según dijo Einstein, «lo único que verdaderamente existe es la energía».

–¿Y de dónde ha salido ese «Campo Punto Cero»?

–Pues no lo sabemos… todavía. Parece que es la matriz de todo lo que existe… En realidad lo que hemos hecho es trasladar la gran pregunta un poco más lejos que antes.

–Entonces somos el resultado de las reacciones nucleares de las estrellas. Los átomos de mi cuerpo formaron parte alguna vez de una estrella.

–Sí Julio, así es. Todo procede de las estrellas.

–¡Qué bonito! –exclamó Cintia que escuchaba atenta las palabras de Manuel–. ¿Y no tendremos algún recuerdo de aquella etapa en nuestro interior?

–Tal vez Cintia… tal vez –murmuró Manuel mordisqueando la pipa que sostenía en la mano derecha–; el ser humano es muy especial. Somos especiales, pero esa es otra historia.

–Me gustaría saber cómo empezó la vida. Lo he estudiado en los libros de texto, pero me gustaría escuchártelo contar a ti. Haces que todo parezca fácil tío.

–Gracias Julio. Para un profesor, que sus enseñanzas parezcan fáciles de comprender y recordar es un elogio maravilloso. Algunos prefieren presumir de «duros» y de que solo unos pocos alumnos, los empollones, pueden entenderlos. Procuran hacer del estudio y la cultura algo muy complicado y oscuro, pero están equivocados. Lo realmente difícil es hacer la educación sencilla y agradable… –miró su reloj de pulsera–. ¡Caramba! ya es un poco tarde. Vamos a dormir y mañana continuamos. Tenemos que preparar un plan de estudios, un horario para organizarnos. Ahora tengo más tiempo, pero cuando llegue Clío tendremos que coordinarnos.

Julio se levantó y le dio un beso a Cintia.

–Buenas noches tía, hasta mañana.

–Hasta mañana, que duermas bien.

–Recuerda que desayunamos a las ocho en punto –advirtió Manuel.

–Vale tío Manuel, no te preocupes. Hasta mañana.

Julio entró en la casa y subió a su habitación. A través de la ventana contempló las estrellas que titilaban en lo alto y respiró profundamente advirtiendo la estela blanquecina de la Vía Láctea. Allá, sobre la negrura del cielo, las estrellas continuaban fabricando los elementos que luego servirían para que surgiera la vida. Se puso el pijama y se tumbó en la cama. Cerró los ojos y se durmió soñando con mundos rutilantes que giraban en el espacio infinito.

e

El comienzo de la vida

La alarma del teléfono móvil despertó a Julio a las siete y media de la mañana. Dio un respingo en la cama y se estiró perezoso entrando en un agradable duermevela. A los diez minutos la alarma volvió a sonar. Julio saltó de la cama, tocó la pantalla de su smartphone para detener la música y entró en el cuarto de baño. Abrió la ducha y se metió bajo el agua resoplando, pues aunque estaban a final de junio, no le gustaba demasiado el agua fría sobre su cuerpo. Movió el grifo de la caliente hasta que consiguió una placentera temperatura.

Después de la ducha se miró en el espejo que estaba encima del lavabo. Vio algún vestigio de acné, pero nada grave, y una leve pelusilla sobre la cara. Pensó que su padre no tenía la barba cerrada. De hecho estaba dos días sin afeitarse y apenas se le notaba.

Por suerte él parecía seguir sus pasos, así tendría que afeitarse menos veces y podría comenzar a hacerlo más tarde que su mejor amigo, Guillermo, compañero de clase que ya se estaba afeitando desde al año anterior todos los días.

Una vez vestido bajó a la cocina, que era amplia y rectangular con un entramado de vigas de madera soportando el techo y múltiples cacharros de brillante cobre colgando de la campana de la chimenea que creaban un ambiente rústico y acogedor. Una gran mesa de madera maciza de castaño ocupaba el centro. Sus tíos ya estaban sentados untando mantequilla en las tostadas. El olor agradable de café recién hecho llenaba la estancia.

–Buenos días, huele bien ese café –dijo Julio al entrar.

–Buenos días –respondió la pareja casi al mismo tiempo, como a coro.

–¿Qué planes tengo para hoy? –preguntó Julio vertiendo el negro y aromático café en su taza.

Cintia empujó levemente una cesta con rebanadas de pan tostado. Sobre la mesa, cubierta con un inmaculado mantel a cuadros, se ordenaban los frascos de la mermelada, cereales, paquetitos de mantequilla, una aceitera de cristal con aceite de oliva, una jarra con leche y una bandeja de cerámica con fiambres variados. Más al centro había otra jarra llena de zumo de naranja y tres copas de cristal.

–Supongo que desayunarás bien en tu casa; el desayuno es la comida más importante del día –sentenció Cintia sonriendo y mostrando una limpia y cuidada dentadura.

–Claro tía, no somos de cafetito ligero y magdalena. Me gusta empezar el día con un buen desayuno.

–Hoy tengo trabajo en la facultad –intervino Manuel–; tengo que revisar exámenes, pero estaré aquí a la hora de comer. Creo que debes repasar el primer tema. Después de la siesta me comentarás lo que te ha parecido.

–Vale, pero si tengo tiempo me gustaría darme una vuelta por los alrededores para respirar aire puro.

–Muy bien Julio. El estudio no debe ser una obligación agobiante. No se tiene que hacer más de dos o tres horas seguidas. Un paseíto o cualquier otra actividad ayuda a despejar la mente, a recuperarse físicamente y a fijar las nociones en nuestro cerebro. Una vez refrescado, se puede seguir con la labor de descifrar esos malditos textos que los profesores nos empeñamos en haceros aprender ¿verdad?

–Sí, es verdad. Lo siento tío, pero es que no veo la utilidad de esta asignatura; aparte de para presentarse a algún concurso de la tele, todo son cosas pasadas, viejas. A mí me interesa más lo que ocurre hoy.

–Te comprendo sobrino, y no creas que me enfado por tu actitud. Es normal que los jóvenes solo os preocupéis por el presente y algo por el futuro, pero ya entenderás que la Historia es mucho más que una asignatura pesada e inútil. En realidad, conociendo nuestro pasado es como podemos entender el presente, lo que nos está pasando ahora y lo que puede ocurrir en el futuro. Podemos decir que es la llave que nos abre la puerta del conocimiento de quiénes somos en realidad y de lo que podemos esperar de nuestro comportamiento como especie.

–Pues espero que me lo aclares tío, porque yo no veo nada de eso –contestó Julio con gesto de ignorancia.

–Ten paciencia, Zamora no se tomó en una hora. –Manuel se levantó limpiándose la boca con una servilleta de papel.

–Que aproveches la mañana. Nos veremos para comer.

Cintia se levantó también y besó a su marido cariñosamente.

–Ten cuidado con el coche.

–Ya sabes que siempre lo tengo; además voy con tiempo de sobra, no necesito correr demasiado.

Julio terminó su desayuno y ayudó a su tía a quitar la mesa.

–Mañana por la mañana llega Clío; espero que hagáis buenas migas –comentó Cintia mientras metía los platos y las tazas en el lavavajillas.

–¿Cuántos años tiene? –preguntó Julio.

–Pues creo que unos veintisiete o veintiocho, si no me equivoco.

«Vaya –pensó Julio algo decepcionado–, ya es bastante madurita, me lleva diez años por lo menos. Mejor, así me ahorro salir con esa empollona a entretenerla; para ella seré un crío con acné».

–Pues claro, así cuando no esté el tío le podré preguntar cosas que no entienda.

–Seguro que te ayudará. Se licenció con premio especial de carrera. Es una apasionada de la Historia.

«Lo que me imaginaba –reflexionó Julio–, una empollona insoportable. En fin, trataré de encontrarme con ella lo menos posible».

En su imaginación, Julio se estaba haciendo una representación mental de Clío: una chica gorda, con papada, fea de narices, de pelo grasiento, gafitas negras redondas de miope, ojitos de ratón y la sombra de un recio bigote sobre el labio superior.

«Las guapas no estudian tanto –siguió pensando–; no tienen necesidad de destacar en los estudios; ya lo hacen con su belleza, y se ligan al que quieren, un tío con pasta o un famoso. ¿Para qué van a estudiar como locas? Solo las feas lo hacen».

Terminó de ayudar a Cintia y salió al jardín. Un paseo entre los árboles y los parterres de flores le iría bien antes de empezar a estudiar. Luego subió a su dormitorio y cogió el texto de Historia con aprensión; era un tomo bastante grueso.

Abrió el libro con desgana y empezó a leer…

La voz de su tía llamándolo desde la escalera le hizo cerrar el pesado texto, dejando el bolígrafo con el que había tomado apuntes sobre el bloc de notas. La hora de la comida había llegado.

–¿Cómo ha ido la mañana? –le preguntó su tío.

–Mal… estudiando y tomando apuntes.

–Eso no está tan mal como piensas. Todo esfuerzo tiene su recompensa tarde o temprano. Venga, vamos a comer y luego nos echamos una pequeña siesta. Cuando refresque nos vemos, ¿de acuerdo?

Julio asintió mientras entraban en el salón-comedor.

Después de comer hacía un calor tremendo. Los días finales de junio estaban siendo muy pesados y todo el mundo comentaba lo que pasaría en julio con esa temperatura agobiante, que ya estaba causando problemas de salud a las personas mayores.

La siesta era obligada. La habitación permanecía fresca gracias a las gruesas paredes de la casa y al buen aislamiento que colocaron al construirla. Julio se echó sobre la cama un poco somnoliento aunque no acostumbraba a dormir por la tarde, pero el poco vino que su tío le había servido en la comida le estaba pasando factura, pues no tenía la costumbre de beberlo.

Medio adormilado pasó el tiempo y el Sol fue amortiguando su brillo. Jugó un poco con su consola consiguiendo pasar de nivel; ya estaba en los últimos pantallazos, a punto de alcanzar la meta.

 

El móvil emitió un sonido de campanitas. Era un «whatsApp» de su amigo Guillermo. Le enviaba una foto de la playa de Gandía, donde estaba ya con sus padres y hermanos, gracias a que había aprobado todo el curso. Aparte le mandaba un mensaje: «Ya estamos en la playa. Siento que no puedas estar aquí. Me acordaré de ti cuando salga con chicas guapas. Un abrazo».

«Menudo cabrón –pensó Julio sonriendo–. Qué suerte tiene; él en la playa ligando y yo aquí aguantando a una foca empollona. En fin, el que ría el último reirá mejor».

Tecleó una respuesta: «Que te lo pases bien colega, aquí estoy sacrificado estudiando con una piba que está como un tren. Menudo verano me espera. Ya te contaré».

«Se morirá de envidia cuando lo reciba –casi habló entre dientes–; el problema lo tendré cuando me pida una foto. Bueno ya lo resolveré como sea bajando la de alguna tía buena de Internet». Dejó el móvil sobre la mesa. No quería que una llamada inoportuna interrumpiera su conversación con Manuel. Iba a ser la primera «clase» con su tío y deseaba causar una buena impresión.

Bajó al salón. Manuel ya estaba sentado en el sofá ojeando un libro enorme.

–¿Has descansado bien? En verano hay que evitar el trabajo en las horas de más calor cuando ya tienes cierta edad; pero los jóvenes apenas os dais cuenta, os sobra la energía y vuestro organismo funciona perfectamente. Dime…

–He repasado el primer tema.

–¿Y bien…?

–Pues que me hago un lío con las eras geológicas del planeta y las especies vivientes que van apareciendo en cada una.

–No me extraña. He ojeado tu libro de texto por Internet. Es correcto pero frío. Lleno de erudición pero poco didáctico. Parece que su autor quiere demostrar que sabe de lo que habla, pero no se ha preocupado de que sea ameno y fácil de asimilar. Es triste que esto sea algo muy corriente en la enseñanza.

–¿Podrías explicármelo tú de otra manera?

–Lo voy a intentar.

»La aparición de la vida en este planeta es motivo de controversia. Existen diversas teorías que voy a exponerte a continuación de manera breve y escueta para no cansarte.

»Primero nos preguntaremos qué es vida, qué es un ser vivo.

–Parece algo que salta a la vista; un ser vivo es algo que tiene vida.

–No es tan fácil. Eso es como decir que un edificio es alto porque tiene mucha altura; en realidad no define nada. Te diré que la vida se identifica con algo capaz de nacer, crecer, realizar procesos metabólicos, alimentarse, multiplicarse y morir. Un cristal mineral es capaz de nacer y crecer, pero no de reproducirse ni de alimentarse; ni muere y por lo tanto no se considera un ser vivo.

–¿Y cómo llegó a surgir la vida?

–La primera teoría sobre cuál fue la razón de la existencia de vida en este planeta es la llamada «Teoría Creacionista», creída a pies juntillas durante siglos por los fieles de distintas religiones. Incluso en pleno siglo XIX, algunos historiadores occidentales serios todavía aceptaban que los primeros habitantes del mundo fueron Adán y Eva y que nuestra historia comenzó debido a la voluntad de un personaje sobrenatural, Dios, que lo hizo todo en seis días.

–Eso es lo que me enseñaron en clase de religión: «Lo dice la Biblia» –comentó Julio levantando la mano como si fuera el testigo en una película americana de juicios.

–Esa teoría postula que todo es obra de un «dios», en este caso del dios de la Biblia como tú has dicho. ¿Y qué es un dios? Aunque todo ser humano ha oído hablar de los dioses desde el principio de los siglos, existen unas características definitorias que los diferencian de los humanos.

–Dios es mucho más que una persona; es inmortal y puede hacer todo lo que quiera solo con pensarlo –lo interrumpió Julio.

–Podemos decir que, de la manera en como lo concebimos los humanos, es una especie de superhombre, pues tiene todos los atributos que el ser humano no tiene pero que nos gustaría poseer por encima de todo. Lo primero el poder y la inmortalidad; la omnisciencia y la omnipresencia ya no son tan apetecibles para nosotros. También depende de la deidad a la que nos refiramos, pues en la Historia aparecen miles de dioses que tienen atributos sobrehumanos pero con ciertas limitaciones. También entre ellos hay categorías, rencillas, odios y luchas. En general, podemos decir que, de existir, un dios sería un ser sobrenatural, invisible y todopoderoso que moraría en otra dimensión inaccesible al hombre, llamada «espiritual» o «los cielos», y que habría creado algo o todo lo que existe mediante su voluntad. En este caso concreto, la «Teoría Creacionista» se refiere concretamente al dios que aparece en un libro llamado «la Biblia».

–El libro inspirado por Dios, según la Iglesia –afirmó Julio.

–¿Tú lo has leído, sobrino?

–No… es demasiado largo y espeso; me aburro en cuanto empiezo a leerlo. En realidad de religión solo sé lo que me enseñaron en catequesis, que he olvidado bastante, antes de hacer la primera comunión, y lo que aprendimos en un curso sobre las religiones, especialmente la católica.

Manuel hizo una pausa mirando al techo y pensando mientras buscaba con su mano derecha la pipa que mantenía agarrada pero sin encender, como si fuera una especie de talismán que le ayudaba a pensar. Se cuidaba mucho de fumar dentro de la casa.

–La Biblia se presenta como un libro escrito por los hombres e inspirado por el Dios verdadero y único que existe para los creyentes de las religiones que tienen esta obra como referencia de su fe. Es el libro más difundido del mundo y guía de más de mil quinientos millones de seres humanos que siguen las religiones cristiana y judía. Estos últimos son devotos al menos de la primera parte del libro al que llaman «La Toráh» y los cristianos el «Antiguo Testamento». Dentro del grupo de los creyentes en este Dios podemos incluir también a los musulmanes, los cuales llaman a Dios «Alláh» (Alá en español), que en realidad quiere decir «Dios» en árabe.

–Eso no lo sabía. Estaba convencido de que Alá era otro Dios distinto al de la Biblia –comentó Julio sorprendido.

–Pues se trata del mismo Dios único ancestral de los semitas, tribus nómadas que aparecieron en Oriente Próximo hace más de cinco mil años. Los musulmanes, aunque aceptan la Biblia como inspirada por Alá, consideran falsificados y abrogados por su libro sagrado, el Corán, muchos de los versículos de la Toráh. Afirman que el contenido del Corán fue dictado a Mahoma, Muhammad en árabe, por el mismo Dios a través de un arcángel. Sin embargo, aceptan como válidos todos aquellos versículos de la Biblia que no estén en contradicción o expresamente anulados por El Corán.

–Entonces ¿los musulmanes tienen creencias religiosas parecidas a las nuestras?

–Claro Julio, solo que aceptan a Jesucristo, no como hijo del Padre y consustancial a Dios mismo formando una Trinidad con el Espíritu Santo, sino como un gran profeta, el segundo en importancia por detrás de Muhammad, que para ellos es el más grande.

–Pues yo creía que su religión era totalmente distinta del cristianismo y que no tenían ningún punto en común.

–No Julio. Eso es lo que creen los ignorantes y los que fomentan la enemistad entre los musulmanes y los cristianos, pero hay más cosas que nos unen que aquellas que nos separan. Ya verás más adelante la importancia que ha tenido en la Historia esta mutua ignorancia de las afinidades entre las dos creencias y cuanta sangre se ha derramado y se sigue vertiendo por ello.

–Sigue tío, esto se va poniendo bien.

–En la Biblia, en el capítulo primero del Génesis, Dios, llamado Yahvé o Elohim en hebreo, o Jehová en español o «Alláh» en árabe, crea el Universo y el mundo, los animales y al ser humano en seis días y, cansado de tan gigantesca obra, descansa el séptimo. Esta simplista historia es creída o aceptada por millones de personas, y hasta hace muy poco era casi dogma de fe de las iglesias cristianas y de los «científicos» e historiadores hasta el siglo XVIII. Incluso un obispo irlandés de la iglesia anglicana, llamado James Ussher, calculó en el siglo XVII, basándose en las fechas propuestas por la Biblia, que la creación del mundo se realizó exactamente al atardecer del sábado 22 de octubre del año 4004 antes del comienzo de nuestra era común, es decir antes de la fecha atribuida al nacimiento de Cristo. Si los sumamos a los años transcurridos después del cristianismo sería hace 6020 años.