Un verano con Clío

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–¡Qué barbaridad! Se equivocó en unos cuantos millones de años el señor obispo –dijo Julio divertido.

–Naturalmente ocurrió que las evidencias arqueológicas y paleontológicas que fueron surgiendo a partir del «Siglo de las Luces», del que ya hablaremos, demostraron el gran error de cálculo de tan voluntarioso y creyente obispo, aunque este cómputo temporal de la Creación fue aceptado hasta bien entrado el siglo XIX.

–¿Cómo es posible que se diera credibilidad a tal cosa?

–Pues eso es lo que ocurre cuando se toma al pie de la letra un libro que se dice inspirado por Dios, y por lo tanto infalible. La realidad es que fue escrito por hombres de diferentes épocas que obviamente escribieron aquello que beneficiaba a sus creencias y ambiciones, aunque algunos lo hicieran de auténtica buena fe. Hoy día, prácticamente ninguna iglesia cristiana seria sostiene el relato bíblico de Adán y Eva, argumentando que en realidad esta historia es una metáfora simplista, pergeñada para que los hombres de aquel tiempo, hace unos 3800 años, lo entendieran. Pero los más religiosos siguen defendiendo que, efectivamente, al menos Dios intervino para guiar el proceso y dotar a los seres humanos de mente autorreflexiva, de «alma».

–Pero entonces la Biblia puede contener otros errores.

–Y de bulto, aunque también tiene muchos aciertos. Pero esa es otra cuestión que ya analizaremos en su momento.

–Pues sigue tío.

–Ante la imposibilidad de que la Creación fuera realizada tal y como creían hasta hace apenas dos siglos los estamentos religiosos, los creyentes a ultranza en la intervención divina han propuesto que la teoría creacionista se modifique, siendo sustituida por la «Teoría del Diseño inteligente» según la cual Dios impulsó la aparición del Universo, el mundo, la vida y los seres humanos, programando el proceso que se inició con el Big Bang.

–¡Qué manía con el Big Bang! Ya sé que significa gran explosión, pero no lo entiendo bien.

–Te lo explicaré más adelante. Ahora concluyo con la «Teoría del Diseño Inteligente».

»Con ella, los creyentes, aceptando esa gran explosión primigenia resultado de un programa supuestamente establecido por Dios, se armonizan cronológicamente con el tiempo de millones de años, entre 15000 y 18000, que median entre el origen del Universo hasta la aparición del ser humano en la Tierra. Obviamente «seis días» no era un período suficiente para tan magna obra, ni siquiera para un dios, o al menos este no consideró necesario efectuarla tan rápidamente.

–¿Cuáles son las siguientes teorías sobre el comienzo de la Humanidad?

–Otra teoría que te va a gustar mucho es la «extraterrestre», la cual va teniendo cada vez más partidarios entre los heterodoxos que no están conformes con la hipótesis de la evolución darwiniana. Postula que nuestro planeta era una selva donde moraban algunos animales mamíferos parecidos y antecesores de los antropoides vulgarmente llamados monos o simios cuando, oportunamente, llegaron unas naves extraterrestres procedentes de un planeta al que algunos llaman «Niburu» y otros «Hercóbulus», según los nombres caldeo y griego que se le aplican.

–Vaya tío, eso sí que no lo esperaba de ti. Esta teoría no está en los libros de texto. Si te oyeran en la universidad se echarían las manos a la cabeza.

–¡Me lo imagino! Pero es una teoría que van proponiendo atrevidamente incluso algunos científicos, aunque, claro está, sin especificar en absoluto de dónde procedían esos extraterrestres.

–Háblame de ese hipotético planeta, si es que sabes algo –dijo Julio entusiasmado.

–No te extrañe que te hable de todo esto. Un buen historiador debe saber escuchar todas las posibilidades e indagar en ellas por sí mismo aunque la corriente principal de la Historia no las considere ortodoxas.

»Ese planeta «fantasma» se supone que tiene una órbita tan elíptica que pasa cerca de la Tierra cada 30000 años. En uno de esos acercamientos, hace unos 400000 años, se dice que los extraterrestres llegaron a nuestro mundo buscando materias primas agotadas en el suyo, principalmente oro.

–¿También los extraterrestres querían oro? –preguntó Julio sorprendido.

–Todo lo que te estoy diciendo es solo una suposición sin base científica alguna, pero te lo cuento para que conozcas todas las teorías.

»Se dice que los extraterrestres trabajaron duramente para conseguir las materias primas que buscaban, hasta que un buen día hubo una rebelión debido a las extenuantes condiciones laborales. Visto lo cual, los dirigentes de los alienígenas decidieron «fabricar» un ser que trabajara para ellos y liberar así de la agobiante tarea a sus propios compañeros.

–¿Y cómo se supone que lo hicieron?

–Capturaron simios y, manipulando su ADN, consiguieron una nueva especie con mayor encéfalo. Pero no fue suficiente. Luego mezclaron su propio código genético con el de un antropoide y lo implantaron en una hembra de la misma especie, aunque tampoco dio el resultado esperado. Por fin, implantaron el óvulo manipulado de un primate en unas cuantas mujeres de su misma raza que dieron a luz nuevos seres, la especie humana, nuestros primeros antepasados. A partir de ahí se cuidaron de que estos se reprodujeran; incluso pudieron usar la clonación; el caso es que los dedicaron a trabajar en las ocupaciones más duras. Según los sumerios, estos nuevos seres ancestros de los hombres y las mujeres de hoy se llamaban «lulu», que significa «mezclado».

–¿Y se sabe cómo podrían ser esos extraterrestres?

–Estos extraterrestres reciben el nombre de «Annunakis», porque así los llamaron los sumerios que relataron esta historia en sus tablillas escritas hace más de 5000 años. Esta palabreja significa «los que del cielo bajaron». Como espero que ya sepas, los sumerios se consideran los primeros seres humanos civilizados de la Historia. Naturalmente ellos no se refirieron a los Annunakis como extraterrestres, sino como dioses. Es decir, los sumerios creían que los dioses venidos del cielo habían creado al hombre mezclando su sangre con la de simios. El aspecto de estos «dioses» –y contesto a tu pregunta– no debería ser muy diferente al nuestro, pues los sumerios los representaron en sus sellos como personas iguales a los seres humanos.

–¡Gracias! Eres el único profesor que me ha hablado de esta posibilidad: que seamos descendientes de una raza alienígena.

–No te entusiasmes demasiado; esto es solo una teoría sin confirmar. Pero la siguiente no deja de ser impactante.

–No creo que sea tan extraordinaria.

–La siguiente teoría es la llamada «Panspermia». Según ella, la vida es sembrada por todo el Universo por los cometas y los meteoritos y asteroides que viajan por el espacio y chocan contra los planetas.

–Pues tienes razón, es guay.

–Al parecer, cuando la Tierra estaba en sus albores, algunas bacterias cayeron al océano viajando dentro de meteoritos o cometas, salvándose así de morir abrasadas al entrar en la atmósfera. Al chocar con el agua o las rocas, el cuerpo celeste se rompió, liberando a sus «huéspedes» en nuestras aguas. Una vez allí, las bacterias comenzaron su desarrollo a partir de la programación implícita de su ADN, el cual recientemente se ha descubierto que utiliza las señales del medioambiente para modificar su proceso de fabricar proteínas activando unos genes y anulando otros, adaptándose de este modo al entorno mediante pequeñas mutaciones inducidas.

–Vaya, tío, me dejas sorprendido. Al final vamos a proceder del espacio.

–De una forma o de otra procedemos del espacio. La molécula de ADN es la responsable de que estemos aquí. Está viva, es capaz de reproducirse, se alimenta, se mueve, se expresa, se modifica a sí misma y se auto-repara. Todo ser vivo tiene su origen en esta maravillosa molécula que está formada por cuatro ácidos llamados nucleicos: la adenina, la citosina, la guanina y la timina. Las múltiples combinaciones de secuencias a lo largo de esta molécula, que parece una doble escalera de caracol, y su cantidad, hacen que cada especie sea diferente, y, dentro de cada especie, cada individuo.

–¿Y el ADN se formó por casualidad?

–Si no llegó del espacio... Eso afirman algunos científicos, algo prácticamente imposible pues las leyes matemáticas de la probabilidad dicen que la formación de la vida representa un suceso posible entre billones de que ocurra. De todas maneras, aunque llegara en un asteroide, solo conseguimos trasladar la pregunta más atrás: ¿cómo se formó en su origen?

–Entonces, ¿nunca lo sabremos?

–Tal vez, pero un tal Jeremy England, científico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), postula que en un entorno con una fuente de energía (podría ser el Sol) y un medio cálido (por ejemplo el agua), los átomos pueden modificar su estructura y asociarse para disipar esa energía de más que reciben, es decir, que formarían una molécula orgánica. Tal vez la respuesta es que el Universo está hecho para que aparezca esa molécula bajo determinadas circunstancias de energía, medioambiente y calor, o al menos así lo creen ya algunos científicos.

–¿Quieres decir que todo este inmenso Universo existe para que se desarrolle el ADN?

–Podría ser… y que el ADN tenga como objetivo su desarrollo y evolución, la inteligencia reflexiva, es decir… nosotros.

–¿Tan importantes somos?

–Puede ser que la evolución no se detenga en el ser humano tal y como lo conocemos hoy, sino que solo seamos una prueba, un anticipo del ser que vendrá a continuación.

–¿A continuación de qué? –Julio abrió mucho los ojos y escuchó con atención.

–A continuación de nosotros, los «Homo sapiens». Luego veremos que la evolución ha seguido una línea ascendente en cuanto a complejidad, desde las bacterias hasta los humanos pasando por las plantas, los peces, los anfibios, los reptiles, las aves, los mamíferos, y, finalmente, nuestra especie. Pero puede que no seamos la última en surgir en este planeta ya que tenemos muchos defectos de diseño y podríamos destruir este e incluso otros mundos, por ejemplo con una guerra nuclear. En ese caso tal vez el ADN tenga una codificación oculta que nos extinguirá y aparecerá un nuevo ser humano menos egoísta, menos codicioso, menos ambicioso, menos despiadado. Es posible que ya lo esté haciendo y no lo sepamos.

 

–¿Cómo?

–Pues posibilitando que nazcan niños con un cerebro diferente, una forma de pensar y sentir distinta a la nuestra. Al principio no nos daríamos cuenta, pero cuando fueran adultos y empezaran a influir en el mundo, lo harían de forma distinta a como lo han hecho hasta ahora nuestros dirigentes.

–Caramba tío, ¿y eso podría estar pasando ya?

–No tenemos manera de saber si los cerebros de los niños que están naciendo ahora son distintos al nuestro en su forma de conceptuar la vida, pero sí, podría estar ocurriendo. Los niños que están llegando hacen preguntas demasiado inteligentes, tienen una creatividad y un sentido común nada común, y suelen ser muy listos. Pero, no, no nos desviemos de lo que estábamos diciendo.

»Estábamos en los comienzos de la vida. Todas las células de los seres vivos, incluso de los virus, tienen ADN. En los seres pluricelulares, por ejemplo el ser humano, compuesto por unos 50 a 100 billones de células, cada una de ellas tiene en su núcleo una doble hélice de ADN de manera que con solo una célula se podría reconstruir a la persona, pues toda la información de como es un individuo se encuentra codificada en esa maravillosa molécula. Por eso se pueden clonar animales, e incluso se podrían clonar personas; aunque eso está prohibido.

–Ya he visto alguna peli donde se clonaban seres humanos, pero eso daba lugar a muchos problemas.

–Es que en la clonación humana no solamente estaría en juego el ADN, sino también la conciencia, el espíritu humano, la memoria. Podríamos clonar a una persona, pero… ¿se clonaría también su forma de ser, su personalidad, sus recuerdos? No lo creo.

–Sería emocionante ¿verdad tío? Ver qué pasa al clonar a una persona. –Julio entornó los ojos mirando al vacío.

–Pero no podemos jugar a ser Dios, Julio. Eso está bien para la ciencia-ficción. No tenemos derecho a jugar con la vida de una persona. No sabemos lo que pasaría con ese clon, lo que sentiría o las deficiencias que tendría. Tal vez crearíamos un ser doliente que sufriría lo indecible. Es mejor dejar esta cuestión a la naturaleza, que lo ha hecho bien durante milenios.

–Vale tío Manuel, sigue con el origen de la vida. Es que hace poco leí una novela de ciencia-ficción en la que se fabricaban cientos de miles de clones perfectos para constituir un gran Ejército invencible, soldados agresivos, crueles, sin miedo, sin familia.

–Podría ser la tentación de un dictador loco. Esperemos que eso nunca se pueda llevar a cabo. Sigamos con el comienzo de la vida.

»La panspermia postula que la molécula de ADN contiene una programación cuya consecuencia final aún no conocemos, pero que se desarrolla originando toda clase de especies compatibles con el medioambiente con el que interactúa, desde los virus al ser humano, al cual se le considera la cúspide de la pirámide viviente por tener conciencia autorreflexiva, una cultura escrita transmisible, y manos para manipular y construir herramientas.

–O sea, que nosotros mismos nos decimos que somos los mejores del mundo mundial –dijo Julio golpeándose levemente el pecho.

–Eso piensan la comunidad científica y la religión. El problema de esta teoría es lo siguiente: ¿quién o qué ha programado el ADN? Podríamos volver otra vez a Dios o a los extraterrestres, pues parece muy improbable que esta complicada molécula se haya construido por «casualidad». Si nos vamos a los extraterrestres podríamos seguir preguntando: ¿quién los ha creado a ellos o de dónde han salido? Y si apelamos a Dios, podríamos preguntar: ¿quién es Dios? y ¿por qué? Una pregunta que las religiones intentan contestar, aunque no dan respuestas satisfactorias a la ciencia.

–Resulta interesante tío; por todas partes aparecen extraterrestres en nuestra genealogía.

–Dios también es un «extraterrestre» si pensamos que este concepto puede atribuirse a cualquier ser que no sea oriundo de este planeta, y Dios, de existir, no lo sería.

–Pues no lo había pensado así, claro. Dios no es «terrestre», vive en el «cielo» y nunca ha nacido ¿no?

–El «cielo» es solo un concepto que define una dimensión espiritual diferente a la material. Los primeros humanos definían el cielo como algo azul, con sus nubes o estrellas, como la morada de los dioses, ya que era algo inalcanzable. Ahora que hemos llegado al cielo y más allá, nos damos cuenta de que ese «cielo» divino es una región distinta, impalpable, una nueva dimensión diferente a las nuestras conocidas, alto, ancho, largo y el tiempo. Pero eso es otra historia; no divaguemos, vayamos a la última teoría de la vida.

–Adelante tío, soy todo oídos –exclamó Julio con el bolígrafo en ristre dispuesto a tomar notas.

–La última teoría y más aceptada por los científicos es la «Teoría Sintética de la Evolución», basada en la propuesta de Charles Darwin que preconizaba una «evolución de las especies por selección natural», combinada con las leyes de la herencia de Mendel y con el reciente descubrimiento del ADN. Aunque el compatriota y contemporáneo de Darwin, Alfred Russel Wallace, llegó a las mismas conclusiones prácticamente al mismo tiempo e incluso envió a Darwin una carta adjuntando su teoría cuando este aún no había publicado la suya, el nombre de Darwin ha quedado asociado a la evolución por selección natural de forma indisoluble. Ya casi nadie recuerda al señor Wallace, aunque el propio Darwin reconoció que era coautor de la teoría, algo que calificó de «extraordinaria coincidencia investigadora».

–Pues no sabía que otro científico postulara la misma propuesta de Darwin y al mismo tiempo.

–Es que Wallace estaba en Asia en plena selva y Darwin en Londres donde gozaba ya de cierto prestigio y de buenas relaciones, algo que le faltaba a Alfred.

–Siempre he pensado que si descubres algo sensacional lo menos importante es quien seas.

–Pues no del todo. El descubrimiento hecho por alguien ya reconocido es mucho más valorado y en menos tiempo y con menos oposición que si lo hace alguien desconocido. Son cosas de la sociedad humana.

–¿Y no pudo Darwin copiar a Wallace?

–Hay quien ha formulado sospechas, pero los expertos han descartado esa posibilidad, aunque siempre queda la duda. «La Teoría Sintética de la Evolución» propone que la vida ha surgido «por casualidad» en este planeta, debido a los múltiples cambios originados en su proceso de formación a través de unos cuatro o cinco mil millones de años. Según sus postulados, primero se combinaron ciertos elementos químicos de la atmósfera terrestre de manera que se formaron aminoácidos levógiros que fabricaron las primeras moléculas de ADN dando lugar a las bacterias procariotas en el mar. Estas bacterias unicelulares no tienen núcleo sino que el ADN está «flotando» dentro de su citoplasma, el líquido interno celular. Puede decirse que la vida comenzó cuando la primera célula se rodeó de una membrana que la separó del resto del mundo.

–¿Los procariotas fueron los primeros seres vivos?

–Sí, son los más sencillos de estructura y aún existen. A continuación, pasados unos cuantos miles de años, tal vez millones, estas células primigenias se dotaron de un núcleo donde guardar plegado el ADN y así especializarse más, absorbiendo y realizando una simbiosis con una bacteria e integrándola en el funcionamiento celular, la mitocondria, la cual produce energía metabolizando el oxígeno. Estas células con núcleo, que denominamos eucariotas, son las que conforman nuestro cuerpo.

–¿La mitocondria celular es una bacteria? –preguntó extrañado Julio.

–Esa es la última propuesta a la que han llegado eminentes biólogos. Para que se desarrollase totalmente la vida compleja multicelular hacía falta un sistema que usara la energía de forma eficiente y el oxígeno lo proporcionaba, pero había un problema.

–¿Cuál?

–Que el oxígeno era venenoso para la vida; de hecho sigue siendo venenoso para muchas bacterias, las anaerobias, que mueren en su presencia. También oxida todo lo que toca, incluidos nosotros. Envejecemos porque nos oxidamos.

–¡Pero si respiramos oxígeno! Sin él nos moriríamos en pocos minutos. No lo entiendo.

–No todo lo que respiramos es oxígeno, apenas un veintiún por ciento del aire. El resto es nitrógeno en su mayor parte, el setenta y ocho por ciento, y otros gases en muy pequeña proporción, el uno por ciento. Respirar oxígeno puro es nocivo, aunque se emplee temporalmente con los enfermos que tienen déficit de este gas en la sangre. Pero una persona sana no necesita más de esa pequeña proporción que hay en la atmósfera.

–¿Y cómo consiguió la vida aprovechar el oxígeno, si era venenoso para su desarrollo?

–Pues asociándose con la mitocondria. Esta bacteria consiguió, mediante varias mutaciones y adaptaciones epigenéticas, metabolizar oxígeno y transformarlo en energía. Cuando las células eucariotas se unieron con las mitocondrias dieron un paso de gigante, pues pudieron obtener el combustible que necesitaban para crecer y multiplicarse hasta formar organismos complejos.

–Pues yo no sabía que el oxígeno fuese un obstáculo para el desarrollo de la vida.

–Sí, fue un impedimento en principio, pero ya ves que la vida supo resolver el problema. Más adelante en el tiempo, algunas células individuales se unieron formando un ser pluricelular, un proyecto de animal parecido a una planta, pero que ya podía moverse algo, crecer, absorber nutrientes del suelo y del medio marino y reproducirse.

–Me dejas asombrado tío… ¿Cuándo empezó la vida?

–Primero tenemos que saber que los últimos estudios basados en algún tipo de rocas nos dicen que este bendito planeta sobre el que vivimos tiene una edad aproximada de 4500 a 4600 millones de años. Según los científicos, por las huellas fósiles encontradas, la vida empezó hace unos 3000 millones de años. Primero fueron las bacterias, vida unicelular, es decir, seres vivientes que solo constaban de una célula y por lo tanto eran elementos microscópicos. Posteriormente se agruparon para formar un ser pluricelular, una planta marina, pues todos están de acuerdo en que la vida surgió en el mar, en los océanos terrestres. Más tarde (y luego veremos cuánto tiempo significa esto) algunas plantas decidieron desprenderse del sustrato donde estaban ancladas y empezaron a moverse de un sitio a otro; se convirtieron en animales. Así podían encontrar más comida.

–¿Qué tipo de animales fueron los primeros?

–De estos primigenios animales parecidos a plantas, surgieron las medusas, los gusanos, los moluscos, los crustáceos y después los peces. Al principio sin mandíbulas, con un simple agujero por el que succionaban el alimento. El siguiente paso fue dotarse de este elemento indispensable para comer cosas más grandes, las mandíbulas. Los primeros peces tenían placas calcáreas protegiendo su cuerpo; estaban acorazados, por eso sus movimientos eran torpes y lentos. Más tarde aparecieron los peces cartilaginosos como el tiburón, una de las especies más antiguas de la actualidad. No ha cambiado casi nada desde hace 400 millones de años.

–¿Tan antiguos son los tiburones? Si parecen muy modernos.

–Efectivamente, por su diseño parecen peces muy avanzados, pero precisamente por tener ese diseño tan moderno y eficiente han sobrevivido hasta hoy mientras otras especies han desaparecido. Pero no tienen esqueleto óseo, sino cartilaginoso.

»A continuación aparecieron los peces con huesos y escamas, los peces «modernos» que podemos ver en las pescaderías, la merluza, el lenguado, etc. Pasó el tiempo y un buen día un pez se atrevió a salir del agua un poco en alguna zona de marismas. Se adaptó a respirar el oxígeno del aire en cierta medida y surgieron los anfibios. Luego aparecieron los animales totalmente terrestres, puesto que ya existían plantas sobre la tierra e incluso insectos.

–Entonces es verdad que todos procedemos del mar.

–Parece que sí. En realidad las aguas marinas son un entorno más apropiado para la vida que la superficie terrestre. Las temperaturas varían menos, la gravedad prácticamente no afecta, las corrientes permiten trasladarse sin apenas esfuerzo y el plancton que arrastran permite comer casi sin moverse. Es ideal para ahorrar energía.

 

–¿Y si es así por qué salimos de ese entorno tan bueno?

–Por los depredadores y la expansión de la propia vida, que busca ocupar todos los posibles nichos ecológicos donde pueda sustentarse. Los primero animales que salieron del mar no tenían depredadores a los que temer y prosperaron rápidamente. Primero se convirtieron en anfibios. Los reptiles evolucionaron a partir de los anfibios, expandiéndose hasta llegar a ser los famosos dinosaurios. Durante esta era de dominio de los grandes reptiles aparecieron unos pequeños animales cubiertos de pelo y con sangre caliente, los mamíferos, que se ocultaban de los dinosaurios carnívoros excavando túneles bajo tierra. No ponían huevos como los reptiles y las aves, sino que portaban las crías que se desarrollaban en su vientre hasta el momento de parir y luego las alimentaban con leche que producían las madres hasta que podían comer por sí mismas.

–¿Y qué ventaja tenían sobre los reptiles?

–Que eran mucho más inteligentes y podían vivir en climas más fríos. Los reptiles dependen de la temperatura ambiente para vivir. Cuando hace frío tienen que hibernar, es decir, ralentizar su metabolismo. Por eso no pueden sobrevivir en las tierras cercanas a los polos donde los inviernos son largos y gélidos.

–Pero pueden pasar mucho tiempo sin comer ¿no?

–Así es, aunque no demasiado. Por su lento metabolismo pueden permanecer sin alimentarse durante meses dependiendo de sus depósitos de grasa almacenada. Es posible que aguanten varios meses, pero no mucho más tiempo; agotarían sus reservas y morirían. Los mamíferos pueden moverse y vivir con independencia del clima, aunque tienen que alimentarse más a menudo. Pero volvamos a los dinosaurios.

–Los vi en la serie de pelis Jurassic Park. ¡Impresionantes! ¡Eran enormes!

–Sin embargo, hoy vive el animal más grande que jamás ha vivido en la Tierra.

–¿Sí, cuál? –Julio abrió los ojos sorprendido.

–La ballena azul, más propiamente el rorcual azul. Es mucho más grande y pesada que cualquier dinosaurio de aquel tiempo, pero como vive sumergida en el océano y solo sale a respirar, apenas nos damos cuenta de su existencia.

–Claro, es verdad, la ballena... ¡Volvamos a los dinosaurios! –reclamó Julio con los ojos brillantes.

–Hoy día, los científicos están de acuerdo en que la caída de un gran asteroide cerca de la península del Yucatán produjo un cataclismo tal en la Tierra que hizo desaparecer a los dinosaurios. Unos murieron debido a la onda expansiva ardiente de la explosión, otros murieron asfixiados debido a las cenizas y el polvo en suspensión, y los más murieron debido al cambio climático, al larguísimo e inusual invierno inducido por los restos de rocas pulverizadas atrapadas en las capas altas de la atmósfera que provocaron una menor radiación solar, una drástica bajada de las temperaturas y la consecuente muerte de las plantas que les servían de alimento.

–¿Murieron todos de repente? –Julio se removió en su asiento entristecido.

–No, claro. Su extinción no fue inmediata, pues se han encontrado restos de algunas especies en estratos posteriores a la extinción masiva, pero las circunstancias ambientales habían cambiado cuando el planeta volvió a recibir los rayos solares con normalidad. Incluso puede que aquel impacto variara el eje de la Tierra y la velocidad de su rotación con las consecuentes alteraciones en el ciclo día-noche y las estaciones, y si cambia el medioambiente las especies se adaptan o desaparecen.

–Y los dinosaurios no se adaptaron, ¿verdad?

–No la mayoría. Con su práctica desaparición, los mamíferos, mucho más pequeños, capaces de soportar el frío refugiados en madrigueras subterráneas, prosperaron poco a poco, y cuando la Tierra se recuperó del impacto, se extendieron por todo el planeta apareciendo nuevas y más grandes especies que ocuparon todos los nichos ecológicos: el mar (con ballenas, delfines, focas, etc.), el aire (con especies como murciélagos) y la tierra.

–¿Cómo han llegado a saber que fue la caída de un asteroide la causante de tamaño desastre?

–Porque han encontrado una fina capa de polvo conteniendo grandes cantidades de iridio en todas las partes del mundo donde se ha buscado. Y da la casualidad de que el iridio es muy escaso en este planeta pero abundante en los asteroides y meteoritos. Si a eso le sumamos que cerca de la península del Yucatán se ha descubierto lo que parece un gran cráter sumergido, pues es fácil deducirlo si además la fecha del estrato iridiado coincide con la era geológica de la extinción.

–Pobres dinosaurios, eran grandiosos.

–No todos. Solo los grandes nos llaman la atención, pero también existían algunos muy pequeños del tamaño de un pavo o de una gallina.

–Me gustaría poder viajar en el tiempo para verlos.

–No hace falta Julio, ahora mismo los puedes ver a diario.

–Sí claro, en los museos, en reportajes de la tele y en los libros, pero no es igual.

–Me refiero a que puedes verlos «vivos».

–¿Estás de broma?

–No. Mira, las aves; los paleontólogos actuales las consideran descendientes directas de los dinosaurios, más bien son pequeños dinosaurios con plumas. Es decir, que para ellos los dinosaurios como especie siguen existiendo en las aves. Como te he dicho, algunos dinosaurios evolucionaron para adaptarse a las nuevas condiciones ambientales. Aceleraron su metabolismo calentando su sangre y se revistieron de plumas para aislarse del frío. Luego solo quedaba echar a volar.

–Es pasmoso tío, realmente apasionante. Continúa con los mamíferos.

–Antes debo decirte que los dinosaurios, esos animales que tanto fascinan a los jóvenes, dominaron el planeta más de 135 millones de años. Comparado con esta cifra, nuestra existencia apenas es digna de mención.

–¡Qué barbaridad! Parece increíble, ¿duraremos tanto nosotros?

–Al paso que vamos es poco probable si no cambiamos la forma de tratar el planeta. Y ahora sigamos con nuestros parientes.

»Los mamíferos tienen una característica especial: sus descendientes se desarrollan dentro de la madre en un órgano llamado útero gracias a la placenta, y cuando nacen se alimentan de una secreción también producida por las madres llamada leche que sus progenitoras exudan de sus glándulas mamarias. Además, las madres y los padres protegen a la prole hasta que esté en condiciones de alimentarse y huir de los depredadores. En un principio los mamíferos eran muy pequeños, como las musarañas y los ratoncitos. Para alimentarse comían insectos, raíces, carroña, y vivían en madrigueras excavadas bajo tierra. Es posible que contribuyeran a la extinción de los dinosaurios al comerse sus huevos. Eran nocturnos y aprovechaban las más bajas temperaturas para salir a comer, cuando los reptiles estaban más torpes.

–¡Qué listos!

–Sí Julio, más que los reptiles. También eran muy fértiles; tenían muchas crías en poco tiempo y se podían permitir algunas bajas sin poner en peligro la subsistencia de la especie. Sin embargo, los reptiles los mantenían a raya; no podían prosperar demasiado ni crecer en tamaño pues todos los nichos ecológicos estaban ya ocupados por los dinosaurios. Y así ocurrió hasta que el asteroide acabó con estos. Y podría haber acabado también con los mamíferos, pero estaban escondidos bajo tierra y resistieron las bajas temperaturas gracias a su sangre caliente y a su pelo. Como eran muy pequeños necesitaban pocas calorías para alimentarse y así sobrevivieron hasta que las condiciones climáticas mejoraron y el planeta se recuperó. Entonces salieron de sus madrigueras y empezaron a crecer y comer a pleno día por el ancho mundo; tenían mucho territorio libre y abundancia de alimentos y emprendieron la aventura de evolucionar ocupando los nichos ecológicos que antes eran exclusivos de los reptiles. Su ADN detectó las señales del ambiente: menos depredadores, más alimentos, más territorios, más oportunidades, y mutó para adaptarse. Entre otras cosas, crecieron de tamaño.