Ecos del misterio

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Sari: Ensayo
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La acción trágica se determina por el carácter y los pensamientos de los personajes que toman parte en ella. El carácter es la expresión de una actitud de la voluntad; el pensamiento de la conciencia racional. El personaje se juzga más por el carácter que por el pensamiento, pues es por la voluntad, por donde entramos en la intimidad última, en las elecciones decisivas. Pero el sufrimiento trágico se relaciona con la acción libre de modo necesario (o probable); es decir, que está en conexión con una expresión de la ambición racional y consciente.

“Los movimientos puramente pasionales son, pues, excluídos de los verdaderamente trágicos; sólo llegan a ser ético-característicos, cuando obtienen una aprobación racional y consciente”.

Los caracteres trágicos son imitaciones, pero idealizadas. Personalmente, encuentro exacta la tendencia a la idealización, pues en su realidad auténtica, un hombre es siempre mucho más de lo perceptible. Los actos deben parecer derivarse, necesariamente o probablemente, del carácter. Debe ser fiel a sí mismo.

Hay que evitar un estilo demasiado brillante, porque distrae la atención de los personajes.

En cuanto a las emociones, parece considerar las más importantes el miedo y la compasión –pero no las únicas–. Supone, como parece suponer Platón, que la representación suscita en nosotros las mismas pasiones, al menos como suceso ordinario. Pero, mientras Platón se apoya en esto para impugnar el valor de la tragedia, Aristóteles encuentra ahí una purgación, por la que el hombre se libera de algo que tiene de todas formas, y luego queda sereno. Refiriéndose a temperamentos normales –no excesivamente sensibles, que se entregarían al desenfreno, ni excesivamente fríos– piensa que la excitación de emociones, en la tragedia, basta para liberarles de la carga normal que han de tener, y poder reaccionar después equilibradamente. La catharsis restablece el equilibrio psicológico, y hace gozar un placer excepcional de descarga y vuelta a la medida, distinto del superficial placer de los sentidos.

Ahora debo dejar a Aristóteles, para preparar algunas misas y actos de ejercicios; pero he de pensar en este asunto de la catharsis, de superlativa importancia, en cuanto al arte, y la misma liturgia, y las predicaciones.

Estas consideraciones aristotélicas coinciden, en parte, con la función que yo suelo asignar a ciertas maneras litúrgicas, o incluso de predicación, que ofrecen a la sensibilidad pasto conveniente, mesurado, en tanto llega a una altura bastante, para gozar de objetos no inmediatamente sensibles. Sin embargo, hablando en general, y refiriéndome a lo que hoy puede contemplarse en los espectáculos públicos, más bien me acuesto a las opiniones platónicas. Pienso que, de sólito, el espectador sale de allí perturbado, con la sensibilidad mal inclinada, fomentada en sus propensiones a constituirse en fundamento de la vida humana.

La comedia: en ella lo central es lo burlesco; es descompuesto, pero no doloroso. Lo ridículo es inesperado, nos sentimos sorprendidos y engañados, pero enriquecidos. La risa es necesidad vital, medio de descanso y recreo, pero debe estar sometida a medida. Debe consistir en sátira fina, no en bufonadas.

La épica imita la acción humana, de modo narrativo. Puede ser más extensa que la tragedia. Debe imitar una acción que se desarrolla de manera activa, ordenada a manera de un organismo. Su objeto es también lo necesario, con transcendencia universal; debe evitarse la intervención del deus ex machina. Prefiere la tragedia, y afirma que se puede disfrutar de ella con la lectura privada, lo mismo que de la épica.

La poética tiene sus leyes, que no son las de las ciencias naturales. La poesía tiene, entre otras, la finalidad de encantar, por eso hay que juzgarla desde puntos de vista peculiares. Lo más valioso de un poeta es ofrecer algo que sea, a la vez, asombroso y lógico, algo, cuyos momentos se enlazan, necesariamente, contra todas nuestras expectaciones. Lo ilógico, absurdo, sólo puede aceptarse, si no centra la atención en la misma extravagancia, y si realmente asombra. Admitimos en la poesía ciertos imposibles –como por convención– y por supuesto la idealización. La poesía es autónoma, con sus propias leyes, y se ha de leer en su contexto y ambiente poético, diverso de cualquier otro. Aristóteles, frente a Platón, toma por medida el gusto, no de la plebe, pero sí de la mayoría. “Porque en toda multitud, dice, cada uno pone su atención en una parte o aspecto distinto de la obra, y, por consiguiente, la convergencia de muchas opiniones da lugar a un juicio multilateral y fundado en todo el conjunto”.

Esto hay que tenerlo en cuenta –y para todo– pero cuando se trata de personas educadas, que realmente pueden ofrecer un juicio, o al menos una impresión válida. La realidad suele ser, que la mayoría inmensa de los espectadores son absolutamente incapaces de suministrar otra cosa que impresiones confusas y, caso de tomarlas en cuenta, perturbadoras.

Con esto acabo el capítulo de Aristóteles. Parece que, por primera vez en mi vida, estoy desarrollando durante este viaje los planes propuestos, o por lo menos voy a quedar muy cerca de los objetivos señalados...

Día 7 de agosto de 1969

Las cinco. Anoche prolongada charla con X., que me impidió acostarme hasta las 12 pasadas. Consiguiente retraso en el madrugón. De todas maneras, aún tengo por delante cinco horas, casi enteras, para mis trabajos. Las conversaciones me van pareciendo cada vez más inútiles; nos asemejan extraordinariamente a los pobres animales de noria; vueltas y vueltas sobre el mismo tema. Acaso, las personas que hablan conmigo salgan relativamente confirmadas en algunos criterios substanciales; pero en todo caso, cuanto más provechoso sería abandonar estos terrenos de lamentaciones, para contemplar las realidades maravillosas que nos penetran, en lugar de mirar en torno lo que no puede entrar en nosotros, a no ser con nuestro propio consentimiento...

Prosigo con la historia de la estética. La época helenística: la ciencia peripatética del arte.

Teofrasto otorga preeminencia al oído sobre el ojo; el primero permite que los sonidos y las palabras penetren en nuestro interior: los unos comunican los movimientos del espíritu conocedor, las otras los movimientos del alma como vida. El ojo nos hace conocer solamente las exterioridades del hombre; el oído nos pone en relación con su alma. Conforme con toda la Antigüedad, concede, consiguientemente mayor valor a las artes de las musas, que a las plásticas.

Preciso pronto de un estudio serio y atinado acerca del valor de los sentidos. Pues íntimamente, por espontáneo movimiento, estoy persuadido de la exactitud de la valoración expuesta. Pero no poseo motivos ponderados que puedan apoyarla. Creo que Guardini debe de decir algo en su libro sobre los sentidos. Y como creo haber señalado, en este cuaderno mismo, sería de desear un estudio caracterizador de las civilizaciones de la vista, del oído, del tacto... Pienso, por ejemplo, en la tendencia ordinaria a tocar, a constatar con el tacto, lo percibido con los ojos: el cartelito usual de “no tocar los objetos” supone ciertamente esta tendencia como algo arraigado, innato, en el espectador. Ello lo he aplicado frecuentemente en mi pensamiento, a la moda femenina: si permiten ver, ¿por qué no estarían dispuestas a ofrecer lo mismo visible a la caricia? Y de hecho... Ahora, cuantas siguen la moda no más por seguirla, quedarían espantadas, si muchas personas osaran palpar lo que muestran ¿Por qué, entonces, no se cuelgan un cartelito indicador, prohibitivo? Y no dejaría de tener su gracia...

Las artes de las musas nacen de tres fuentes: alegría, dolor, entusiasmo; emociones que suscitan movimientos acelerantes, o viceversa, del tono vital, y que pueden ser sometidos a ritmo. Y éste puede ser verbal, de las musas y del alma, como principio consciente de vida. Lo postrero nos intensificaría el sentido interpretativo, expresivo de la música o la poesía. Pero no poseemos los posibles desarrollos de Teofrasto...

Importancia de Plinio –autor que no he alcanzado todavía en mis lecturas latinas– para la historia del arte. Por lo visto, abunda en citas y se constituye en fuente cardinal. Acaso sería interesante comprar sus cartas a mi paso por Madrid, y leerlas.

Tres criterios de la época helenística: fidelidad en la imitación, belleza en la idealización, razón en las obras alegóricamente sugestivas. Lo de fidelidad e idealización, no creo que haya que entenderlo solamente en cuanto al modelo exterior, sino en cuanto a la postura interior que se expresa: yo puedo descargar en una obra cuanto siento, o puedo depurarlo: y eso es lo que se debe hacer.

Se plantea la posibilidad de sugerir realidades invisibles: los caracteres, v. gr. del demos. Ello requiere ingenio en el artista, e inteligencia en el espectador. Teofrasto se declaraba contra el exceso de pormenores en las expresiones literarias; es preciso escoger detalles, y dejar al oyente la posibilidad de completarlos: de lo contrario, pensaría que lo tomamos por tonto. La teoría de la sugestión es, pues, muy antigua...

Se otorga gran importancia al ingenio, frente a la diligencia de las manos. El ingenio es la capacidad de inventar, de impresionar al espectador obligándole a pensar. En el arte de Timantes, se entiende siempre más de lo que se ve.

He oído, a veces, alabar a Velázquez, por haber ocultado el rostro irrepresentable del crucificado: así, hace tantos siglos, era loado Timantes, por haber ocultado el semblante del padre de Ifigenia...

La idealización de los dioses y de los hombres: Cresilas representaba a los nobles más nobles aún de lo que eran... Y la idealización se lograba, a veces, mediante la “inducción”, como en el caso de Zeuxis, en el cuadro de Acragas.

 

En la escultura se alaban, ante todo, la audacia y la sutileza. Y la habilidad técnica es algo que ni se celebra de ordinario, sino que se supone normal.

Hay artistas exagerados en su preocupación técnica, tales como Apolodoro el loco –destructor de sus obras, porque jamás llegaban a satisfacerle– y Calímaco, cuya obra resulta fría a fuerza de perfecta. Lo que demuestra que en todo, incluso en la perfección, hay que guardar medida (Plinio).

“En un boceto... afirmaban ya los antiguos, que se admira aún más, que en un cuadro acabado, el vivo pensamiento en pleno desarrollo, lo dinámico de la intención, mientras que con la imaginación se complementan los rasgos que faltan...”

Después de exponer un poco de historia, resume así: “la pintura comenzó con figuras planas, esquemáticas, en las que, poco a poco, se iban indicando los músculos y los pliegues. Con Parrasio se comenzó a dominar el relieve, primero del contorno mismo, luego en su contraposición con el fondo. Apeles y Nicias lograban crear la ilusión de los miembros reales, y de personajes que se movían en la misma esfera de la realidad que el espectador”.

La crítica de arte alcanza una sutileza imposible, sin una teoría estética muy bien establecida, aunque implícita.

Aunque no voy anotando los mínimos detalles, si es importante advertir cómo todos –incluído Aristóteles– al referirse a los estilos, en los aspectos más externos, reprueban una constitución en puros períodos. Demetrio de Falerón, que, aunque posterior, representa bien las teorías helenistas de los tiempos que analizo, afirma que oír hablar en períodos ininterrumpidos, marea.

Antipatía a lo híbrido, en cualquiera de sus formas. Valoración del autodominio: el poderío resulta de la fuerza reprimida. Lo cual parece indudable: una fuerza que se reprime a sí misma es la realización de la fuerza en sí. En cuanto a la observación sobre lo híbrido, merecería consideración especial: el gracioso en el teatro clásico... que a mí me hace tanta gracia.

La estética del estoicismo. Así como Platón tiene a Dios como artista, y para Aristóteles el único artista es el hombre, para los estoicos el primer artista es la naturaleza. Partiendo de sus supuestos filosóficos: la consciencia del fuego, y su intervención creadora de formas, según reglas inmanentes racionales y conformes al fin, el artista es el fuego. Y toda forma viviente, todo organismo una obra de arte, muy superior a las construídas por el hombre. La belleza tiene carácter dinámico: resulta de una tensión entre fuerzas opuestas. Formada por el fuego, en el hombre por el corazón y la razón que en él vive, es fruto del ritmo de los movimientos, de los humores... y en el alma del equilibrio de las tensiones, de las tendencias. En tercer lugar, la belleza es la correspondencia de las formas con el todo –que es lo más hermoso– y entre sí. Correspondencia de lo estático - simpatía de lo dinámico. Por eso, cada forma es el análogon de otros seres, signo de otra, u otras varias formas, lo que da una ordenación jerárquica al universo. Y cuando el alma se relaja de su ligazón al cuerpo es capaz de percibir algunas de estas significaciones. “La inspiración poética es una forma de esta inmanencia ardiente del alma divina, en el alma humana”.

El arte tiene un finalismo universal: la belleza de lo útil. El fundamento de toda belleza es la producción del ser, y luego el mantenimiento de la vida. Pero sobre esta base, la naturaleza persigue, incluso, el lujo de lo superfluo.

Subjetivamente cada ser tiene su misión, y la del hombre, por encima de cualquier otro ser, es la de contemplar e imitar el cosmos en su actividad artística. El hombre es la obra de arte más sublime. Y como artista reproduce la obra de la naturaleza, con sus dos objetivos: lo útil y lo meramente bello. Hay relación entre la belleza corporal y anímica. La primera se conecta con la salud, y se determina por el tamaño y forma oportunos de los miembros, junto con la suavidad del color. La belleza del alma está en la homología, la armonía interna, que produce acorde perfecto entre pensamientos y aspiraciones, por una parte, y las prescripciones racionales de la inteligencia por otra. La causa de la desarmonía está en la desproporción, la exageración de algún aspecto.

El cuerpo hermoso es una obra de arte en que se manifiesta el alma formadora, y el alma es bella, y producida por la inteligencia formadora.

La virtud es arte, y sólo el sabio merece el nombre de artista. Dan más importancia al arte ejecutor que al creador. El artista es el logos que mueve al sabio.

Teóricamente, siendo lo mismo logos y pneuma, debería haber correspondencia infalible, entre la belleza de alma y cuerpo - forma y materia; pero, de hecho, no es así. Expresamente recalcan la superioridad de la belleza de alma.

La virtud es la belleza auténtica, y la física está entre lo indiferente. Se identifica, según el tema griego normal, lo bello y lo bueno. Y la hermosura es felicidad para quien la posee, y placer para quien la contempla.

Yo pienso que en la realidad, objetivamente, hay mucha más correspondencia, de lo que se suele pensar, entre la belleza moral y la física. Aunque ciertamente no total. Lo que sucede es que, ante todo, bajo el imperio del instinto sexual, se ha acostumbrado el hombre a considerar bello lo corporal, en la medida que es apetecible sexualmente, o al menos que se asemeja todavía –o ya– a lo apetecible sexualmente. Pero la belleza perfecta no existe, y en cuanto a la relativa, contiene muchos aspectos. La belleza de un niño es muchas veces superior a la de una joven, y ésa es todavía apreciada, porque parece prometer, para en adelante, la hermosura apetecible; pero la belleza de un anciano, que consiste sobre todo en cierta serenidad, en cierta calma, y otras cualidades semejantes, consecuentes a virtudes morales, no se suele apreciar, porque en el orden sexual no queda nada atractivo...

En cuanto a mi poca simpatía por la juventud, creo que nace de que apenas hay tal juventud, sino que los jóvenes son, de ordinario –e inculpablemente en parte– adolescentes retrasados; se han quedado en la adolescencia, en esa postura inconforme, protestona, que tan mal sienta a todo el mundo, y que es característica del adolescente.

Panecio contempla al hombre, desde el punto de vista estético: difiere de las bestias en su capacidad de apreciar y sentir la belleza.

Contemplamos y realizamos la belleza más sublime, en la armonía de la conducta de la vida.

Distinción de kalon y prepon: el primero, es todo cuanto está en la línea elevada del hombre; el segundo expresa, en lo conveniente, una medida o simetría especial con el aspecto externo, de una liberalidad no forzada y espléndida.

El decoro moral irradia cuando interpretamos, libre y perfectamente, el papel que el ideal del hombre, del “ser hombre”, nos impone, no sólo en nuestros actos, sino también en nuestras convicciones más íntimas; no sólo en nuestras decisiones, sino también en todos los detalles del comportamiento exterior. Como la belleza corporal debe mostrar la salud, así la belleza moral debe ser manifestación de la virtud.

El papel de la vida tiene hasta cuatro aspectos (naturaleza humana - persona particular - determinaciones circunstanciales independientes de nuestra voluntad - profesión aceptada); somos perfectamente bellos, cuando realizamos perfectamente los cuatro aspectos.

La belleza es algo objetivo, seguiría siendo, aunque nadie la conociese ni alabase.

Con la distinción del bien útil y honesto, Panecio se explica sobre la belleza. Y dice de ella, lo que se había dicho del bien. De modo que la belleza es lo laudable, lo deseable, lo grato, lo conmovedor...

Y estoy muy de acuerdo con Panecio...

Posidonio es, acaso, autor de algunas de las ideas atribuídas a Panecio. No es clara la distinción entre ambos. En todo caso, siguiendo a mi autor, anoto la división de las artes en cuatro grupos: las que proveen a las necesidades - las que proveen al mero placer - las que enjuician esto mismo: las artes liberales - las facultades morales.

La conciencia estética de los sentidos se basa en la adecuación y simpatía entre el objeto y el sujeto. La finalidad suprema del arte es el arte de vivir, de ser feliz y realizar la belleza en el comportamiento.

A los estoicos, el arte de la palabra les parece el supremo, porque la palabra es la expresión más directa del logos. El arte de las formas racionales o lógicas del pensar es la lógica: y consta de dialéctica y retórica (mano abierta y cerrada de Zenón). La retórica se emparenta con la dialéctica y, a la vez, por otros aspectos, con la música, danza, etc. Pero, para el sabio, el ideal es una retórica muy cercana a la dialéctica. Son en gran parte rigoristas: “elocuencia es, en primer lugar, el uso espontáneo de la palabra adecuada para designar a cada objeto”.

Al mismo tiempo, algunos por lo menos, utilizan la poesía (comparación de la trompeta: Cleantes).

Para Aristón de Quíos, el Calvo, la primera finalidad de los poetas es pedagógica y ética; esto se logra por la explicación del contenido; pero intrínseca es también la belleza de la forma, que emana, no sólo del lexis, sino también de la música que el oído experimenta, gracias a un juicio sensible. Pero este juicio sensible, para ser perfecto, debe proceder de la educación y el ejercicio del gusto.

Posidonio define la poesía: “la creación de un poema lleno de discreción y la revelación de la significación más profunda de las cosas, en una imitación de todo lo divino y humano... el poema mismo es una lexis (forma verbal) métrica, rítmica, oratoria, que, por su esplendor decorativo, se alza por encima de la prosa puramente racional”.

Algunos estoicos, sin embargo, junto a los epicúreos, defienden la insignificancia ética y pedagógica del arte, que causa un mero placer, y es ocasión de la entrega al gusto puramente subjetivo; ya que cada uno capta, a su manera, lo dicho por el poeta.

Diógenes de Seleucia se levanta en contra, y defiende el valor pedagógico de la música, que, por medio del melos y el ritmo, produce estados de ánimo, buenos y malos. Y es que el alma posee doble facultad de percepción, por una parte capta las propiedades sensibles, pero por otra las cualidades –también en el orden sensible– de medida y equilibrio. Y esta facultad más elevada puede ser adiestrada por medio del ejercicio.

Crates de Malos aplica la doctrina a la literatura, pero partiendo de la necesidad de eliminar cuanto no cuadra en la lógica y moral. Y se constituye una escuela de filólogos, muy famosa, y muy severa, del tipo de Zoilo, uno de sus componentes. Pero personalmente Crates es mucho menos rigorista: la poesía es un arte autónomo, con su prepon interno. Hay algo que hace que la poesía sea poesía, y ello no es la lógica ni la ética. Las descripciones y sentimientos del poeta hay que captarlas sensiblemente; sólo así puede llegarse al contacto del Logos divino, presente en cada poema, por la clarividencia del poeta. El placer poético proviene pues, de la apreciación capacitada de la armonía (forma) verbal, métrica y rítmica, y del sentir los pensamientos del poeta (contenido); y en plano más elevado, el poema es entendido por otra inteligencia, distinta a la pura razón lógica; no se rechaza el logos, sino que descubre significaciones más profundas, ocultas bajo formas alegóricas.

El alegorismo toma vuelos. El habla es una creación relacionada con la realidad de las cosas nombradas (importancia de la etimología); pero como también hay diferencias, hay que tener en cuenta no sólo la analogía, sino también la anomalía. “La alegoría es un medio para expresar o sugerir, indirectamente y en lenguaje figurado, la esencia de las cosas”. Se funda en la relación de simpatía que une todo.

Los estoicos cambian el concepto de Aristóteles; para ellos los primeros, y en suma los más importantes poetas, son los teólogos. Sólo después viene la ínfima poesía que se ocupa en el hombre...