La liturgia, casa de la ternura de Dios

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1 EL AÑO LITÚRGICO



DE SU DIARIO



SU VOZ EN LA LITURGIA



Seguridad en que Dios me salva; experiencia de la faena ya efectuada. Y relato, necesidad de relatarlo a los demás: «magnificad conmigo al Señor; exaltemos juntos su nombre».



Pues me encuentro débil para la tarea; busco colaboradores, compañeros en la celebración. Y entonces el breviario y la misa —sobre todo la misa— eran —y están volviendo a ser— necesidad psicológica en mi labor de celebración. Porque también los demás son improporcionados a este altísimo trabajo de glorificación. Y entonces él acude a esta debilidad. Y en la liturgia me presta su voz misma. Y el Padre queda suficientemente loado por la voz de Cristo, que brota de mis propios labios.



Multiforme es el amor a mis propios ojos cegatos; pero Cristo posee todas las formas, porque Cristo es el amor. Y yo mismo —¡yo mismo, con esta potencia que experimento contrastando con la flojera de cuantos circundan!— quedo desbordado, vencido, incapaz de amar como él, de competir con él, ni muy de lejos. «Aunque el hombre diera toda su hacienda, sería reputado por nada». Mi hacienda es todo mi ser. Y todo mi ser no es nada en esta competición inimaginable. Cuando me comparo, aun sin querer, con los hombres que conozco, con los hombres cuyas noticias me llegan en biografías, en escritos confidenciales; con el hombre tipo que me ofrecen los estudios de psicología, yo me veo egregio, es decir, fuera de esa grey, superior, al menos en deseos. Si atiendo a una vieja y amada definición de Ortega, captada amigablemente hacia los 14 años, según la cual hombre selecto —es decir, separado de la masa, en suma egregio— es aquel que se exige más que los otros; siempre he podido considerarme egregio —y el trato frecuente con los hombres me ha confirmado, intensa e indestructiblemente, en tal convicción—, pero cuando me enfrento con Cristo —el que ama— me veo, al contrario, como el incapaz de amar, si no es por el deseo. Pero entonces, reducido a límites, encerrado en mi estrecho terruño (yo, a quien todo el mundo llama exagerado, es decir, salido de la tierra, de los confines) puedo esperar de él que me salve de la mediocridad.



Y tal es el misterio al que no he logrado ni siquiera asomarme. Si los hombres desean —y necesitan— sentirse amados, saborearse asegurados, si Cristo ama a cada uno de esos hombres y es su única seguridad, ¿por qué no se encuentran tales amores?



«Gustad y ved cuán bueno es el Señor». Y este es el arcano. Que casi nadie ha gustado la bondad —la amabilidad— de Cristo.



Y esta es mi tarea: gustarla y manifestarla a todos. Enseñarla, atestiguarla. En la medida que la gusto, la deseo y deseo que sea deseada; en la medida que la deseo y la gozo, hablo de ella y espero en ella, y siento que no sea conocida. Y en la medida que espero y deseo, mi testimonio se carga de la fuerza divina, del Espíritu, del aliento de Dios, que se me transmite a través de esa confianza. Y entonces mi palabra es eficaz, porque lleva ese aliento divino. Tal es el misterio del apostolado.



Y tal la explicación —y esto es claro— del fracaso rotundo de tantos ensayos apostólicos. Que no llevan ni la palabra, ni el aliento del Padre. Hablando exactamente: que no son apostolados…



(Diario, 70-71)



DE SUS CUADERNOS



EL AÑO LITÚRGICO: SENTIDO Y REVISIÓN



1.- Introducción



La vida cristiana es «vida de hijo de Dios», plenamente filial, que recibimos del siempre inicial amor del Padre, por la gracia del misterio salvador de Cristo y en la comunicación del Espíritu Santo.



Esta vida no se recibe en abstracto, sino entrando en comunión, en comunicación real y ontológica con las personas divinas. Y esto en la Iglesia; nunca al margen o fuera de ella. Ya en el credo confesamos a la Iglesia como obra del Espíritu Santo que actúa en ella. Por eso nuestra vida de hijos de Dios es vida también de hijos de la Iglesia: recibimos de la Iglesia, tal como ella es y existe; y hemos de saber recibir lo que ella nos quiere comunicar.



La Iglesia nos vivifica y hace crecer sobre todo por la liturgia: sacramentos, Liturgia de Horas, continuamente celebrados para hacer eficaz el misterio de la redención de los hombres. Al ritmo del año litúrgico, la Iglesia madre alimenta y vivifica a sus hijos para llevarlos a la plenitud de la madurez en Cristo.



El año litúrgico es entonces la celebración continuada y progresiva que la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, realiza del misterio salvador de Cristo, por cuya «memoria» nos vamos configurando cada vez más perfectamente a Cristo, se nos comunica vitalmente el Espíritu Santo y llegamos a ser plenamente hijos de Dios Padre y hermanos de todos los hombres: santos.



Cada tiempo litúrgico —Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Pentecostés, Tiempo Ordinario— y cada fiesta o domingo nos va revelando y comunicando distintamente este amor que nos hace hijos de Dios. Cada acto redentor de Cristo, que celebramos en la liturgia, tiene su matiz específico: expresa y comunica algo de la riqueza insondable que es Cristo, el Padre y el Espíritu. Al celebrarlo nos enriquece y personaliza en esa línea del misterio celebrado.



2.- Sentido fundamental de todo tiempo litúrgico



Tomamos como ejemplo el tiempo de Adviento, pero estos son criterios que pueden aplicarse a cualquier tiempo.



El Adviento es el tiempo litúrgico con el que la Iglesia comienza la celebración de los misterios de la vida de Cristo, a lo largo de todo el año litúrgico.



Nos prepara directamente a celebrar la Navidad, nos recuerda la primera venida de Cristo y más profundamente nos dispone a vivir el encuentro definitivo con Cristo al final de nuestra vida y de todos los tiempos.



Las actitudes que suscita en nosotros el tiempo de Adviento deben ir avivándose a lo largo de todo el año.



En la liturgia, lo fundamental, lo primero es «contemplar para poder recibir»:



a) La iniciativa amorosa del Padre:



Este tiempo de Adviento es manifestación de la iniciativa amorosa del Padre que quiere salvar a todos los hombres en Cristo, su Hijo muy amado, por la comunicación creciente del Espíritu. Y no ha dudado en hacer lo imposible para llevar a cabo este plan de salvación.



El Adviento resume para nosotros eficazmente todo el Antiguo Testamento y así nos hace conocer y gozarnos y recibir el amor infinito del Padre que ha creado todo y ha dispuesto todo desde antiguo, a lo largo de toda la historia del mundo y del pueblo escogido, para nuestra salvación.



Conocemos así el amor de Dios Padre creador y salvador, su sabiduría infinita, su deseo de comunicarse a los hombres, su misericordia y perdón ante el misterio del pecado de los hombres, su ternura insobornable al redoblar continuamente sus ofrecimientos, su acción incansable en la historia.



La fuente de la vida en la liturgia es el Padre, dador de todo don, porque es la fuente de la vida trinitaria misma, en cuyo seno se inserta la liturgia misma.



b) La acción redentora de Cristo:



Cristo, que está viniendo continuamente, actúa siempre en su Iglesia por laliturgia. Él es el sumo y eterno sacerdote, presente en toda acción sacerdotal. Y actúa eficazmente, porque él es quien nos salva, redime, eleva, diviniza…



Dejamos que Cristo actúe en nosotros para que nos introduzca en sus misterios: encarnación, nacimiento, vida oculta, muerte y resurrección, glorificación…



Así vamos creciendo en el conocimiento sabroso, amoroso, confiado, eficaz que Cristo nos tiene a cada uno y cuyo origen es el amor eterno del Padre al Hijo y a nosotros en él. Cristo nos da a conocer y a participar en la liturgia de todo este misterio.



Por eso la liturgia no es mero recuerdo, sino realización, acto real de Cristo sacerdote. Y nosotros podemos «reaccionar» a su acción, en la medida en que nos dejamos mover por el Espíritu Santo.



c) Acción santificadora del Espíritu Santo:



El Espíritu de Cristo, que es santo y vivificador, santifica a la Iglesia, esposa de Cristo, especialmente en la liturgia y siempre en conexión con ella.



Es en la liturgia donde el Espíritu Santo nos es dado abundantemente, como comunicado por el Padre y el Hijo.



El Espíritu Santo nos dispone, nos abre a recibir todo lo que el Padre y Cristo nos quieran dar. Nos impulsa continuamente a contemplar a Cristo y a amarle, y en él al Padre. Él trabaja incesantemente en nosotros la purificación de nuestros pecados, la perfección de nuestra santificación.



Este impulso remata siempre en vida de adoración y glorificación, que vienen de arriba, de la liturgia celestial.



d) En la Iglesia:



La liturgia es obra santificadora de las personas divinas en la madre Iglesia. Porque «solo» en la Iglesia actúan y se revelan y comunican las personas divinas. Dios Padre convoca a su Iglesia en atención a Cristo, para entregarla a su Hijo, como regalo de bodas. Cristo es principio de vida para cada hombre, en la medida en que está integrado en la Iglesia que es su cuerpo. Y en el seno de la Iglesia, como en el seno de María, el Espíritu Santo quiere «formarnos», darnos forma a nosotros que somos «informes»; nos forma formando a la Iglesia, unificándola, purificándola, asistiendo a la jerarquía, también en las realizaciones litúrgicas y asistiendo también a los fieles para que reciban lo que por la jerarquía les es dado. «De este modo la Iglesia aparece ante el mundo unificada por virtud y a imagen de la Trinidad, como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para alabanza de la infinita sabiduría del Padre» (Prefacio dominical).



Por todo esto hemos de crecer en la conciencia y en la actitud de recibir en la Iglesia, sobre todo y especialmente en la liturgia.

 



Todo esto se nos comunica en la sabia trabazón de tiempos y fiestas, domingos y días de feria, celebraciones de María y de los santos.



También es eficaz la liturgia en la palabras —sobre todo la palabra de Dios proclamada— y en todos los signos y gestos litúrgicos. En todos ellos, hasta los más simples que estructuran y embellecen la liturgia, las personas divinas se nos quieren comunicar eficazmente.



De ahí la importancia de calar su sentido, de profundizar su significado, de penetrar la riqueza de su contenido, de «traducir» (normalmente se suele traducir para entender y saborear mejor una cosa) tanta gracia que Dios nos regala en la liturgia.



3.- Nuestra postura ante la liturgia



Ya hemos recordado algunas posturas. Señalamos ahora ordenadamente otras.



a) Visión de fe:



El año litúrgico, sus tiempos y celebraciones, miran sobre todo a acrecentar nuestro conocimiento de las personas divinas, como ellas son. En definitiva, en esto consiste la vida. Conocimiento de sus atributos, de sus cualidades, de su manera de actuar con los hombres, de sus planes sobre mí y sobre todos los hombres.



Visión de la sabiduría del Padre, que me da a conocer en el desarrollo del año litúrgico la perfección misteriosa de su plan de salvación, la realización progresiva y siempre admirable y «escandalosa» del mismo en la historia. Sabiduría que nos es expresada, hablada, dicha para nosotros en Cristo y que puedo disfrutar, gozar y saborear por la íntima comunicación del Espíritu Santo.



b) Actitud contemplativa:



Por todo lo que venimos diciendo, lo más importante es contemplar: «mirar a Cristo», fuente de este conocimiento y comunicación. Crecer en una atención amorosa cada vez más continua del misterio que celebramos y que quiere centrar todo el día, todo el domingo o fiesta, toda una temporada o toda nuestra vida.



c) Adoradores en espíritu y verdad:



Adorar significa dejarse divinizar cada vez más, «entusiasmados» por el misterio. Movidos por el Espíritu Santo para adorar al Dios tres veces santo; iluminados, aclarados por la verdad que es Cristo, es decir, hechos verdaderos hijos de Dios. En actitud gloriosa y glorificadora de la Trinidad.



d) Esperanza cierta:



Deseo confiado de recibir fructuosamente toda esta gracia por la seguridad de la acción de las personas divinas, por la certeza de la acción de la Iglesia.



Necesidad de purificar continuamente la esperanza, liberándola de deseos malos, inútiles, falsamente mesiánicos que distraen del misterio.



e) Crecimiento continuo:



La vida divina se nos comunica purificándonos y divinizándonos en progresión siempre creciente. De ahí la importancia de una actitud receptiva cada vez más pura.



El año litúrgico y su forma progresiva de celebración modera y equilibra en nosotros el deseo de recibir, la urgencia de responder a tanta gracia, la atención sosegada a la voluntad de Dios, la paciente espera de los frutos.



Para prepararse mejor a cada tiempo litúrgico o fiesta es preciso meditar despaciosamente los textos de la misa y de la Liturgia de Horas. Ayudará también leer algún documento bíblico con sabor espiritual y sapiencial y algún estudio de la liturgia en general o de los distintos tiempos litúrgicos.



Es muy necesario y conveniente saber integrar y acomodar a la liturgia, en sus tiempos y fiestas, las diversas formas de la piedad personal (adoración al Santísimo, rosario, viacrucis…), para que así ayuden más eficazmente a la perfección de toda la personalidad cristiana, unifiquen y enriquezcan la vida cristiana. Y esas devociones y sus formas de expresión tengan siempre a la liturgia de la Iglesia como fuente última de inspiración y moderación.



(Notas para la reflexión)



CRITERIOS Y REVISIÓN DEL AÑO LITÚRGICO



La vida del cristiano es vida de hijo de Dios, vida plenamente filial que recibe del Padre por Cristo en el Espíritu Santo. Esta vida no se recibe en abstracto, sino «en» la Iglesia, nunca al margen de ella o fuera de ella.



1. Elementos fundamentales:



—Presencia activa y eficaz de las personas divinas: acción fontal del Padre, entrega continua-eterna del Hijo, donación muy eficaz del Espíritu Santo.



—Palabra de Dios especialmente proclamada, sobre todo, en los tiempos litúrgicos que llamamos «fuertes». Palabra siempre eficaz y transformadora.



—Signos y gestos litúrgicos, expresivos y eficaces para comunicarnos los misterios de nuestra fe.



—Celebración de todos los misterios de la vida de Cristo: verdadera comunión —simultaneidad— con ellos. También celebración del misterio de Cristo en María y en los santos.



2.- Visión de fe



Examinar la visión de fe del año litúrgico como gracia de Dios ofrecida en la Iglesia. Sentido de indignidad, de necesidad de esta gracia. Visión de la sabiduría del Padre que manifiesta el año litúrgico, expresada en el Hijo que es la sabiduría y comunicada interior y sabrosamente por el Espíritu Santo.



Conciencia de la eficacia del año litúrgico bien vivido, por la acción del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia. Deseo confiado, receptividad continua a la acción litúrgica, a la iniciativa divina que manifiesta. Atención a la liturgia que vivo desde todos los campos de mi vida: trabajo, estudio, oración, lecturas, santificación personal, abnegación, visión de la Iglesia, visión del mundo, organización de la vida (del día, de la semana, del ritmo del año). Contraste que experimento con la organización del tiempo y del descanso que vive el mundo.



Conocimiento de las personas divinas que me comunica la liturgia: sus cualidades, sus atributos, su manera de actuar, sus acciones en los hombres y en el mundo, sus deseos, su acción en mí.



«Mentalidad» litúrgica que se me va desarrollando: perfectamente integrada. Que integra los diversos niveles de mi persona en orden a la santidad: sensibilidad, manera de ver las cosas y los hombres, criterios, posturas, deseos…



El año litúrgico como cristificación, configuración con Cristo continua: comunicación eficaz, inmediata del misterio de Cristo, entrando en comunión real con él, con su vida aquí en la tierra. Acción continua de Cristo sacerdote, con toda su eficacia…



Necesidad de recibir y de cooperar a esta actividad de las personas divinas y de la Iglesia como miembros vivos del cuerpo místico…



3.- Adviento



Deseo de Cristo, Hijo de Dios, Verbo eterno y verdadero hombre. Deseo de Cristo como salvador. Conciencia de la necesidad de ser salvado, de ser liberado. Conciencia de la necesidad que tiene la Iglesia y cada uno de los hombres. Verdadera necesidad de salvación: profundidad que adquiere el criterio en mi vida real; manifestaciones…



Actitud de esperanza: ver la virtud en general. Deseo confiado, continuo, permanente, radical, sin fisuras de esta salvación para mí y para los demás.



Objetos de mis deseos: abnegación continua de apegos. Deseo de la vida eterna, del encuentro definitivo con Cristo. Conciencia de los obstáculos que pongo. Planteamiento cada vez más consciente de toda la vida como un continuo adviento de Cristo a mí y a los demás. No solo preparación para la Navidad, sino para todo el año litúrgico.



4.- Navidad



Amor a Cristo, Verbo encarnado para mí, porque es complacencia del Padre y del Espíritu Santo, porque nos es dado para esta complacencia perfecta y eterna. Intimidad con Cristo esposo.



Tendencia fácil y gozosa a la oración: intimidad consciente y explícita. Contemplación abundante de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.



«Intercambio que nos salva»: si mi vida va teniendo sentido centrada en Cristo.



5.- Epifanía



Manifestación de Cristo a todos los hombres. Si le reconozco en sus distintas manifestaciones y presencias. Y con fuerza y expresividad (Inhabitación, liturgia, sacramentos, Iglesia, pobres, sufrimientos, humillación, cruz, superiores…). Si voy siendo manifestación de Cristo cada vez más luminosa, más clara, más reconocible.



6.- Tiempo anterior a Cuaresma



Nos presenta la vida cristiana como seguimiento de Cristo. Conciencia de haber sido llamado ya desde el bautismo: iniciativa divina; Cristo ha venido a llevarme consigo.



Vida de santidad, como vida de relaciones personales con las personas divinas y por ello también con los demás y con el mundo. Cristo me introduce, es mediador, siempre desde él. A partir del bautismo.



Llamada a la santidad, a la plenitud de la vida divina en Cristo: «Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco. Escuchadle». La vida cristiana como complacencia en Cristo, como escucha del que es la única palabra que tiene el Padre.



Certeza de la llamada a la santidad. Manifestaciones de esta llamada: seguridad, confianza… Esperanza de seguir. Criterios equivocados frente a esta llamada que todavía me funcionan: que es difícil; que solo llama a algunos; desconocimiento; la dificultad de mis pecados e infidelidades…



7.- Cuaresma



«Está cerca el reino de Dios; convertíos»: actitud continua de conversión ante Cristo, siempre presente.



a) Bautismo: gracia de filiación divina, deificación, elevación al nivel sobrenatural. Si lo vivo de manera habitual, consciente y gozosa. Si lo valoro debidamente. Si lo agradezco como don inmerecido. Consecuencias de esta vida divina: en mi pensamiento, en mis deseos, en mis sentimientos, en mis actuaciones… a lo divino. Trabajo, como colaboración con la gracia para desarrollar todas las «virtualidades» del bautismo.



b) Penitencia: vida divina rechazada por el pecado. La realidad de mi pecado; su gravedad en lo que tiene de específico. Importancia real que le doy (humildad, prudencia y medios que pongo para evitarlo…). Ofensa a Dios. Horror al pecado, mi ser de pecador. Necesidad de penitencia. Contrición.



Deseo de purificación que el mismo Cristo me comunica: de mi pensamiento (errores, vanidades, pensamientos inútiles, criterios falsos…). De mi afecto (desarreglos respecto a personas o cosas…). De mis tendencias corporales (gustos, comodidades…).



c) Oración: gracia de trato real con las personas divinas. Conciencia de relación personal. Frecuencia. Sentido de indignidad. Oración continua. Intercesión y petición: criterios; experiencia…



d) Limosna: desprendimiento hasta de lo necesario. Tendencia a la pobreza efectiva. Capacidad de donación de sí mismo. Sentido de administración. Actitud de providencia.



e) Ayuno: «Mi comida es hacer la voluntad del Padre». Qué cosas me «alimentan», me descansan. Negación del alimento natural, en todas sus formas, para acceder más fácilmente al gusto y deseo espiritual.



f) Mortificación: criterios. Abundancia. Muerte continua al hombre viejo, carnal. Espíritu de sacrificio, de cruz, como tendencia de identificación con Cristo. Tendencia al conocimiento de Cristo que se manifiesta en la cruz. Realizaciones prácticas de una vida mortificada.



8.- Jueves Santo



a) Sacerdocio: conocimiento, aprecio, conciencia de presencia personal de Cristo, buen pastor. Actitudes que lo significan en mí.



b) Caridad fraterna: presencia de Cristo en los demás, especialmente en los pobres, en los que sufren… Tendencia creciente a la caridad universal, total en cuanto a mi entrega, en cuanto a todos. Manifestaciones diversas de egoísmo…



c) Eucaristía: presencia sacramental, real de Cristo mismo. Deseo, aprecio, valoración real (ver manifestaciones de ello), sentido de indignidad, adoración, comunión (con todos sus matices y efectos). Criterio de todo esto y su eficacia en mí.



9.- Viernes Santo



Tendencia a contemplar a Cristo crucificado.



Sentido de cruz: amor a la cruz, a los padecimientos, a la humillación. Búsqueda gozosa. Deseo de compartir los padecimientos de Cristo, de completar lo que falta a su pasión.



Intercesión, expiación, sentido del valor redentor del sufrimiento. Criterio y realizaciones prácticas.



10.- Resurrección y tiempo pascual



Gozo sin más de la glorificación de Cristo, de que viva glorioso en el cielo, de su triunfo definitivo, eterno.



Conciencia de que vive siempre para interceder en nuestro favor, de que nuestra fe tiene sentido a partir de su resurrección.



Deseo del cielo de vivir los bienes eternos, gozándome en Cristo mismo. Deseo de estar con nuestra cabeza, de participar plenamente de su gloria.



Cristo resucitado nos hace testigos de su resurrección: testimonio. Apostolado. Celo apostólico…

 



11.- Pentecostés



Madurez cristiana: relación personal, consciente y amorosa con el Espíritu Santo. Principio vital de todos los actos del cristiano. Espíritu de adopción: «Los que se dejan mover por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios». Docilidad a sus impulsos.



Apertura al don del Espíritu Santo, como fruto de la muerte y resurrección de Cristo. Incluso como fruto de todo el año litúrgico. Apertura continua porque es el verdadero don.



El misterio de la Iglesia: fruto del amor fecundo de Cristo y animada por el Espíritu Santo. Visión de fe: jerarquía, distintos miembr