La liturgia, casa de la ternura de Dios

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1 ADVIENTO Y NAVIDAD



DE SU DIARIO



AL ACERCARSE EL ADVIENTO



Comenzamos la última semana antes del Adviento. Y la comenzamos con la solemnidad de Jesucristo Rey. Invitación a la esperanza: el que viene es el Señor, por lo mismo viene con poder y se abre camino él mismo.



Las incitaciones interiores, en la medida que deban ser cumplidas, pueden todas cumplirse. Apertura al Espíritu. Procurar recoger —si me es posible en un día de retiro, si no pudiera ser, al menos con más largos ratos de oración— las iluminaciones de la última época, para llevarlas a cabo en cuanto me sea concedido.



Ha habido durante mucho tiempo una iluminación intensa y, con sus deficiencias, operante, respecto de la expiación, la calidad de víctimas.



Parece llegado el tiempo de realizarla. El Adviento debe sin duda teñirse para mí de esta totalidad expiatoria, victimal. He de contemplar abundantemente la cruz de Cristo: en las realizaciones sacramentales; en la oración: meditaciones, viacrucis…; en la actividad: advertencia gozosa a la contradicción corporal o psicológica; práctica esmerada de mortificaciones físicas (ayuno en todos los aspectos) y de combate contra la impulsividad.



El conocimiento amoroso de Cristo víctima se recibe sobre todo partiendo de los sacramentos, compartiendo la contradicción en el correr del día y revolviendo todo en el corazón. Esta es la faena propia de este Adviento que va a empezar.



Naturalmente, sin exagerar, va siendo más probable, según va pasando el tiempo, que mi actividad exterior merme. Como era de esperar, voy sintiendo cansancio en ocasiones en que no hace mucho mi cuerpo resistía perfectamente. Inevitablemente la gente se irá apartando…



Pero las actitudes fundamentales, con expresiones distintas ahora: la oración, el mérito, la expiación…, esas no solo perviven, sino que crecen en vitalidad.



Pues dependen no más de la caridad. Por el momento, no obstante, esa situación todavía apenas se plantea, y el testimonio ha de ocupar su lugar capital en mi estilo de vida. He de apresurar las determinaciones testimoniales. El despojo de muchas cosas; la imagen ofrecida hacia fuera… Espero que este año litúrgico la actividad litúrgica del Señor en la tierra aporte tales modificaciones, en la intensidad y maneras, muy notablemente.



El motivo de la esperanza es el de siempre: cuando Dios hace desear algo —y conozco que me lo hace desear él, porque no hay lugar al egoísmo, a la carne que siente cabalmente lo contrario—, nos está preparando para recibirlo.



La certidumbre, un poco más sentida que en cualquier otra época, de la enfermedad gravísima de la sociedad, aun en lo interior de la Iglesia, y de mi responsabilidad y poder de ayuda a la salvación, indica la cercanía de gracias salvíficas por recibir.



El Adviento —con dedicación especial de este templo que soy yo mismo, dedicación al culto, en exclusiva, con eliminación de otros menesteres, con esmero en la limpieza, en el decoro, en el esplendor del culto divino— ha de disponerme a esta transformación de claridad en claridad.



Pensar, ante todo, en el incremento de la oración: intensidad y tiempo… Es lo primordial.



Día 27 de noviembre



Oración de 5,15 a 7,15. Estamos a martes: quedan 4 días enteros para comenzar el Adviento. Pienso que es hora de iniciar la actitud práctica de espera: intensificación de la oración y del ayuno.



Procurar rematar las lecturas «profanas» para dejarlas el Domingo.



Abandonar toda la satisfacción del gusto y acelerar la eliminación de comodidades. El valor de la cruz, de la mortificación, de la «incomodidad», del dolor, para encontrar a Cristo. Pues desde la cruz nos atrae y allí, por tanto, ha de ser encontrado.



Capital es la impetración: multiplicar las peticiones de luz y vigor, en orden al ejercicio del desprendimiento práctico. El encuentro con el Señor en la comida eucarística se proporciona con el abandono de los gustos de alimento terreno.



La dejación de todos estos días: he abundado en menudas satisfacciones materiales. Solamente las posturas han mejorado: mucho más raramente me he sentado en butacas, sillones… En cambio, en la comida ha sido regalado.



A partir de mañana he de comenzar-recomenzar, pero extremando la realización de mis visiones: existencia muy austera en todos los campos.



Notablemente austera: notable para mí, que debo recibir la revelación de Cristo crucificado, pobre, identificado con los que sufren en la tierra… Notable para los demás, que han de recibir un choque con los minúsculos actos en cada terreno.



No debo centrarme, intentar centrarme en varios puntos: sino des-centrarme de ellos, y dejarme centrar, v. gr., en el ayuno de comida y bebida, en la austeridad de las posturas corporales. Y luego, en el Adviento, en la exclusión de las lecturas no espirituales o teológicas. Incluidos, en cambio, los estudios de psicología.



Repasar las motivaciones para la austeridad: dedicar una «vigilia» al asunto. Podría simplemente comenzar una noche antes o acabar una mañana más tarde… Que pueda tomarme varias horas seguidas…



Valor de la expiación: necesidad peculiar de la época…



Quizás mi «problema» se reduzca a la lentitud. Desde que contemplo cualquier realidad, incluso como aliciente, hasta que comienzo a practicarla en la caridad, transcurren de ordinario muchos días y aun meses. Quizás debería estar más atento a las minúsculas realizaciones. Una por una, una tras otra.



Escribo dubitativamente: quizás, quizás… pues no estoy cierto de que sea verdad lo escrito. Pues quizás sea tal mi idiosincrasia que precise de esta lentísima asimilación. Con tal, desde luego, ciertamente ahora, de que camine, aun despaciosamente.



Y, sin embargo, mi rapidez general ¿no indicaría que lo peculiar en mí es cabalmente la realización pronta de lo entrevisto?



Dejemos abiertas las posibilidades: intentemos, para probar, hacer así: prontamente, cosa tras cosa, algunas de las prácticas que me ocurren reiteradamente. Primero las más fáciles, las más gustosas o menos costosas.



Después, una por una, las demás. Verdad que apenas llevada a cabo una posibilidad vienen a ofrecerse siete más. De ahí la duda: ¿qué género de vida sería ya el mío si hubiera practicado una tras otra tantas ideas como me han ido viniendo a las mientes desde hace seis o siete años? Creo que podría hacer larga lista de actos y modos suprimidos o instaurados en pocos años. Mas el camino de la supresión y de la acción es interminable. Y en el camino soy acrecentado en robustez de amor.



El ciento por uno… ¡Qué sugerencia de apremio! Notar que una de las primeras consecuencias del ciento por uno, simultánea con otras, es la apertura de cien nuevas «renuncias», aún no experimentadas como tales.



En todo caso he de tener paciencia con mi torpe caminar en zigzag… Los retrocesos, los «descansos» caben tornarse en progresos de humildad y comprensión y paciencia y esperanza… y, sobre todo, en conocimiento del amor de Cristo…



La repetición, no buscada, de estas ideas, de estas aspiraciones parece indicar proximidad de donación por parte de Dios. Muy probablemente me halle en los umbrales de una «vida nueva», incomparablemente más saturada de Espíritu, por tanto incomparablemente más austera a los ojos de la carne de los pobres espectadores humanos, entre los cuales me encuentro yo mismo.



Día 28 de noviembre



Oración de 5 a 7. Comenzar el Adviento intensificando y actualizando una vez más la conciencia del pecado en nosotros. Esperamos al «salvador», a «Jesús», «Cristo»: ungido por el Espíritu Santo, por el mismo Espíritu que ha de comunicarnos para nuestra salvación.



Es muy oportuna esta experiencia de incapacidad total para salir de mis ataduras pecaminosas. Las inhibiciones que impiden el desarrollo de los dinamismos de la fe y de la caridad. Esta represión de los más levantados instintos que, naturalmente, produce incomodidad. Y que se transparenta en las minúsculas sensaciones de incomodidad por cosillas materiales…



Cierto asombro, perdurable desde hace mucho tiempo: ¿cómo no recibo ya estas gracias demandadas continuamente en la oración litúrgica? La oración para iniciar el rezo de cada día: «Aperi Domine os meum…». Y no obstante sigue la suciedad y la dispersión y la vanidad en mis operaciones mentales, y la sequedad en la voluntad, y la dignidad no se presenta, y la atención no llega y la devoción parece inalcanzable…



La dejación de la temporada, en cuanto a mortificaciones materiales (comida, tabaco…): calculada, desde luego; pero hay que retornar a la práctica de la austeridad en todo. Y con mayor esmero, intensidad y extensión… Más que nada: esperar-atender al Espíritu…



No puedo pasar por alto la realidad del progreso, patente en muchos detalles. No obstante, el conjunto… Y la actitud radical mía: los desfallecimientos continuos…



Probablemente me falta todavía conciencia gozosa de mi autoridad: esta especie de temor frente a antiguos dirigidos; no pienso que sea respeto a las personas, sino debilidad de mi certidumbre de la propia autoridad para ayudarles. Verdad que casi nunca es cierta en particular, en cuanto a tal o tal otra persona.



Por otra parte, las mismas omisiones aludidas en materia de austeridad indican la flojedad de tal conciencia. No creo, o creo muy débilmente, en la eficacia de la cruz. Se manifiesta en la vida de cualquier santo pastor.



Día 29 de noviembre



Oración de 6,30 a 8,30. He despertado tarde; pero no tengo que comenzar los menesteres exteriores hasta las 10, aunque deseo ir antes al centro. Idea animosamente asumida de Adviento. Recibir a Jesucristo como es. Recibirlo realmente. El Hijo de Dios, ungido por el Espíritu Santo.

 



Espíritu que me va siendo comunicado para que lo posea en común con Jesús, para ser poseído por él con Jesús mismo.



El Adviento nos da la esperanza del Espíritu. No desear menos: pues el Espíritu constituyéndose más y más en principio de mis actos me va ensanchando. Poca fe es fe débil; pero asimismo: fe estrecha, poco abierta, poco dilatada para coger los regalos que nos prepara. Y que de momento no podemos imaginar. Lo peor es que constreñimos el alma y el deseo a la medida de nuestras concepciones e imágenes.



Abnegación primera… Negación de nuestra individualidad en favor de nuestra personalidad… Universalidad, hasta formar un solo individuo con todos los hombres…, y con Cristo mismo, y de ahí, en cierto sentido, con la Trinidad misma, infinita, individual… Deseo confiado de que durante el año que comienza se rompan, aunque sea «a lo bestia», muchas ataduras: personales, en cuanto que soy yo quien las padece, mi persona atada, en sí individuales, sea con otros individuos personales o con cosas o con acontecimientos…



Un Adviento que integre abundantemente la conciencia de la cruz del hombre: el viacrucis, las imágenes del dolor humano…



Deseo de avanzar en la unificación personal con todos: nada humano puede serme ajeno. Menos que nada la humanidad de mi salvador; pero la humanidad de mi salvador es toda la humanidad con cada una de sus circunstancias…



A lo largo del año que termina he ido llevando a cabo muchas tareas nuevas: generalmente al insistir en unas se debilitaba la ejecución de otras. He de repasarlas todas y elegir las que estimo como dones permanentes. Y luego insistir solamente en ellas. Y lo demás lo recibiré por añadidura…



Día 30 noviembre. San Andrés, apóstol.



Oración de 5 a 7,30, con la misa. Luego viaje a Madrid.



Asidua y fructuosa lectura del maestro Eckhart, desde hace bastante tiempo.



La familiaridad con un autor, incompatible verosímilmente con la actitud de «estudio», de intento de «dominio de su doctrina», actitud manifiestamente agresiva va influyendo suave, lenta, pero inexorablemente en el lector.



Cuando se trata de autores espirituales el influjo es incomparablemente más eficaz, ya que fluye el mismo Espíritu Santo.



«Suave y fuertemente», con blandura y fortaleza: la ternura, la grata ternura, mana del vigor, como tantas veces he anotado. La repetición de la dulce verdad va transformando graciosa y sabrosamente a la persona que la recibe. Realidad del trato personal con los autores. Las amistades con los santos, con los que perviven en el cielo no es menos, sino más real que las amistades en la tierra. Lo decimos, como viejo e indiscutible enunciado; no solemos creerlo. Las pocas personas que «viven» con «sus muertos» suelen echarle imaginación y se desviven con fantasmas. Pero la realidad es esa. Los fantasmales somos los terrícolas…, los que tenemos fantasía para suplir a la realidad…



Mas la inteligencia del maestro exige la práctica esmerada de sus doctrinas.



La asunción a la «verdad una», a la «unidad» presupone la aceptación de la renuncia a la multiplicidad. Paulatina, paciente, humilde, blando…, pero real: el ejercicio de la renuncia, ejecutado más que nada como elección reiterada de lo más valioso, lo más sabroso, lo más suculento y nutritivo.



He de consagrar un rato «tranquilo» —¡ojalá pudiera ser esta noche misma!— al repaso de las acciones del año que termina. A la petición de luz para escoger las actividades centrales, en que habré de ejercitarme en el comienzo del año que se inicia…



¡Cuántas mudanzas, realmente, en mi vida! El movimiento «uniformemente acelerado». Mucho despojo, pero naturalmente, me ha dejado abierto el camino a despojos mucho más amplios. ¡Cómo se ensancha el espíritu con el desasimiento! Cuidado de realizarlo. ¡Si pudiera dedicar una vigilia del sábado al domingo!



Lecturas que no pasan a la práctica, se indigestan perniciosamente.



Prácticas que no manan de pensamiento, engañan y tuercen el ánimo…



Necesidad de «lo total». «Asunción a lo universal». Importancia de planear «humildemente» las «hipótesis del Adviento».



Considerar más y más las maneras de «venida» de Cristo: los signos: presencias sacramentales, los superiores, los acontecimientos, las inspiraciones interiores, el prójimo. Cada vez que discierno su figura en las «especies» sacramentales o cuasi-sacramentales de las que se rodea soy espiritualizado. ¡Prisa, acuciamiento pacífico, gozoso, por ser encontrado de una vez! Hambre y sed del Espíritu Santo.



Mis actitudes no son mediocres en cuanto que sinceramente busco casi continuamente a Cristo. Son mediocres en cuanto que las interrupciones en el ardor son frecuentísimas y los actos imperfectos y aun pecaminosos muy reiterados.



Esencial, este discernimiento de Jesús en sus muy diversos signos. El sentido simbólico del universo: la conciencia —hasta llegar a la sensación incluso— de todas las acciones como «mías», puesto que han sido producidas de una u otra manera por mi propio espíritu. Ser propiedad del Espíritu es igual, por la gracia, a ser propietario del Espíritu. Y todo lo que pueda producirse en el mundo, aun el pecado en cuanto es acto, viene producido por él. Y es mío, acto santificador para mí. Solamente he de verlo y aceptarlo, dejándome mover intelectual, volitivamente, también en los aspectos afectivos (no necesariamente siempre «sensibles») por el Espíritu mismo. La consonancia, la armonía deleitosa, forzosamente deleitosa entre el objeto, la persona, el suceso, cualquiera que sea, y mi propia personalidad. El rechazo del «no», según la expresión de Eckhart. De lo «nada» que separa del Espíritu y consiguientemente del hombre, de la realidad, sin más.



Necesidad de vivir en esta zona preeminentemente intelectual, volitiva. Acto tras acto, circunstancia tras circunstancia…



Ejercitarme de nuevo —como hice abundantemente hace muchos años— en la visión explícita del amor de Dios en cosas y acontecimientos. Es el ejercicio más santificante y juntamente el más grato que pueda concebir.



Día 3 de diciembre



Último del año litúrgico.



Oración de 6 a 7,15. Me levanto tarde, poco antes de las 6, por el cansancio del viaje de ayer. Esta noche debo hacer vigilia disponiéndome inmediatamente al nuevo año; terminaré las horas postreras del año presente e iniciaré de inmediato las del siguiente.



La impresión tantas veces anotada de notable progreso, pero lento, pero muy parcial, con muchos retrocesos igualmente parciales. La temporada final ha sido muy deficiente: disminución de interés en el examen; algunas omisiones en la oración (más o menos compensadas en otros ratos); pocas, muy pocas vigilias; remisión casi total en el combate contra los impulsos; debilidad en la tarea de liberación de las redes «sociales»; descenso en el recogimiento… De manera que sí, en conjunto puedo comenzar el nuevo año en un nivel bastante más alto que el pasado. Sin embargo, me encuentro más bien flojo, débil y frágil ante los menesteres no solo entrevistos, sino incluso ya practicados.



En todo preciso de incremento de energía, de aliento, de Espíritu Santo. La desproporción entre los deseos —sinceros y todo— y las realizaciones es abrumadora. Sin duda alguna —de modo que no cabe tentación en esto—, me experimento con toda mi personalidad impotente incluso para el primer paso. Situación no contradictoria, sino viceversa, muy propicia para la esperanza.



Un Adviento y unas Navidades en plena dedicación —literalmente consagración—, totalmente consagradas, a lo explícitamente espiritual, con exclusión de cualquier otra faena.



Lecturas, predicación, ayuno, mortificaciones, incomodidades… Despegue hacia la altura… Siento brotar en mí, como no míos, muchedumbre de impulsos: pensamientos, imágenes, voliciones, deseos, sensaciones corporales… en plena inconformidad con mi proyecto vital. Este proyecto que experimento como mío y que mana de la fuente divina. Agua que salta hasta la vida eterna, acción del Espíritu Santo, a quien reconozco como alma verdadera de mi verdadera personalidad.



Ello dificulta mi desenvolvimiento vital. Como advierto muchas veces: no sufre el torpe, sino el inteligente inhibido. Sufre quien capaz de experimentar tendencias vigorosas hacia el objeto y de experimentarlas —lo capte intelectual, racionalmente, o no lo capte así— como propias se siente incapaz de llevarlas a término. Así mi situación actual. Continua o, al menos, reiterada defección de la vertical ascendente del agua que salta hacia la vida: acciones ejecutadas en declarado descenso, torcimiento hacia abajo, del impulso «personal» hacia delante: hacia el seno del Padre, hacia el interior del Padre en que ya vivo…



Así parece que acabo el año comenzado en el Adviento del 83. Dentro de un par de horas escasas celebraré la misa. Voy a ofrecerla «directamente» por mí, teniendo en cuenta a tantos como en el plan de Dios dependen de mi fecundidad para su santificación.



Acción de gracias porque al cabo he «recibido» muchas gracias fecundas para ellos.



Petición de perdón en plenitud: que nos sean dadas las gracias necesarias para iniciar el Adviento presente como deberíamos iniciarlo de haber recibido las gracias rechazadas.



Imploración de nuevas gracias que nos elevan a la altura que la Iglesia entera, y el mundo entero, precisa de nosotros…



Esta noche comenzaré un nuevo cuaderno, aunque el rato primero de la vigilia sea del día de hoy: litúrgicamente ya habrá comenzado el Adviento con las primeras vísperas del I Domingo.



Señor ten piedad de nosotros…



(Páginas finales del Diario, año 1984)



MARÍA EN EL ADVIENTO



Día 7 de diciembre de 1974



Oración desde las 5. Progreso en la relación con la Virgen. Comienzo a sentir más intenso, más real y más puro que nunca el gozo de su contemplación. A penetrar regocijadamente la realidad de su acción maternal. A confiar más en ella.



Creer de verdad que es quien ha de educarme y que mi adelanto espiritual, mi crecimiento vital, se proporciona a esta actitud de abandono en sus manos. Toda la idea del «juego», pero en conexión con su faena materna .



Es muy verosímil que se me conceda, pero ha de ser así: una gracia claramente otorgada. No la gracia de trabajar yo, a puro tirar de mí, sino la gracia de sentirme gustoso en la renuncia, por el aliciente de alguna dádiva en trueque. Digan lo que quieran los otros. La vida espiritual es toda gracia, don… y la paz y el gozo son frutos discriminantes de la acción del Espíritu…



Gusto especial en leer sus grandezas, en contemplar sus cualidades. Y facilidad creciente en la conciencia de su presencia activa. Se trata de que me eduque, ni más ni menos. Y la educación no consiste en tener al crío reprimido, sino en estimularle continuamente a dejar lo menos bueno por lo mejor.



Por eso lo único importante es insistir en las lecturas, oraciones, reflexiones prolongadas y luego, al comenzar cada acto, al plantearme la conveniencia o necesidad de alguna tarea, renunciar a mis juicios y voluntades y gustos, y acudir a ella, para que me lleve. En brazos, claro. ¡Son las madres quienes trabajan para los hijos! No viceversa… Los últimos meses han frutado actitudes deseadas desde hace años y jamás conseguidas y en poco tiempo —no llega a los cuatro meses— he realizado avances realmente espectaculares, sin esfuerzo alguno. Todo lo contrario; constituyen una de las épocas más agradables y más suaves de toda mi vida. Pensemos en los nueve meses de una gestación normal. No voy a señalar plazos a Dios, pero ¿qué será de mí en mayo? La postrera «conversión» tuvo lugar en agosto…



Es verdad que me descubro más y más macas en toda mi personalidad, pero ello es, ciertamente, un indicio de doble sentido: progreso, puesto que mi vista se purifica y penetra más y más esclarecidamente; maldad actual, puesto que me observo sin esfuerzo tantas deficiencias…



La educación de mi impulsividad será probablemente labor de mucho tiempo, pero es menester grato, realizado así, tal como lo veo, tan inmediatamente guiado por tales personas.



Hoy me toca confesar. Una de las piezas cardinales de mi renovación. En el sacramento se me actualiza la acción de las personas divinas, de María. Es un puro recibir. Como gracias a Dios, en todas estas confesiones no suelo tener materia deliberada, me ocurre la idea de especificar pecados pretéritos «humillantes». No tengo todavía humildad para hacerlo. Podría, claro, con esfuerzo, pero no creo que sea el camino. Espero que probablemente pronto me broten espontáneas acusaciones de ese tipo, sin sentir la humillación como tal, sino el gozo de proclamar la bondad de mi Padre que así me va trocando…

 



Confesar cada vez más con el deseo impregnado totalmente de confianza, de recibir cuanto voy viendo que me falta. El confesor, es claro, entenderá lo que pueda, pero en mi boca, mis acusaciones son la expresión de mis esperanzas. Me culpo de deficiencia de celo pastoral porque espero que Dios va a colmar ese enorme hoyo; de debilidad ante mis impulsos porque espero la confortación del Espíritu Santo…



Es una sensación de estar a menos de medio hacer, precisamente porque yo no me he dejado construir; por eso se trata de acusaciones contra mí mismo. Las circunstancias de mis fallos se tornan, en ocasiones, de un propio conocimiento bastante pacífico que se convierte sin dilación en esperanza y humildad.



Todo ello me trabaja honda y extensamente en la contrición. Pues advierto la experiencia de una vida nueva, apenas columbrada hasta ahora. Y ello me ha incapacitado, según las normas ordinarias de la acción divina, para ser genuinamente apóstol. ¡Qué inimaginables frutos pastorales producirán los años que me resten de vida en la tierra si soy fiel durante una temporada continua! La petición más intensa, más humilde es que Dios no me deje caer en la tentación. En ninguna. ¡Que no quiebre yo esta línea de gracias! ¡Que no me escape del torrente de un amor que me vuelca encima!



Cuidar de que los fallos en los proyectos sean rectamente considerados. Siempre señalo que no se trata de algo que hay que realizar cueste lo que cueste, sino de una raya o unos hitos que han de servir para reconocer mi flaqueza, si no los alcanzo, o la gracia de Cristo, si se me otorga llegar a ellos. Evidentemente, casi nunca hago todo lo que veo hacedero, pero si comparo mis actividades de ahora con las del curso anterior, la diferencia es desmesurada…



Día 10 de diciembre. Retiro en Cevico



Comienzo a las 8.30. Lectura de «Contemplata». Laudes: Conciencia de mi enorme indigencia de perdón, de re-creación. Comienzo, realmente, la vida espiritual. Lejanía inefable de la madurez cristiana. Ineficacia consecuente de mi faena apostólica…



Después de la plática determino consagrar la oración de la mañana a contemplar la figura de la Virgen, siguiendo mis acotaciones y subrayados del libro de Regamey.



La Virgen María desaparece en su función maternal… Debo mirarla como madre, solo así se muestra. Y yo he de desaparecer igualmente en el menester pastoral. Soy, todavía, demasiado notable como persona concreta. Una figura sacerdotal, un cura. Y basta.



Cuanto más grandes son las realidades evangélicas, Dios las dispone más humildemente: la humildad, la sencillez de la escena de la Anunciación… Y acaso fue más sencilla aún… Creer de una vez que hay aquí un estilo divino definitivo de actuación. Que no me acabo de creer. Los mismos cuadernos…



Soy excesivamente estruendoso, dentro del marco realmente humilde en que Dios me ha puesto y que he aceptado de buena gana. Tengo demasiado interés en que el testimonio no pase inadvertido. Ciertamente, he de compaginar este ocultamiento con la manifestación testimonial. Pues nuestro testimonio tiene que ser incisivo…



Pero acaso todo se reduzca a poner aquí la misma tranquilidad, el mismo desinterés que en tantas otras cosas. Sí, dar el testimonio, pero no sentir la preocupación de recalcarlo yo mismo, de interpretarlo para que sea rectamente entendido. El que tenga oídos para oír, que oiga. Y Dios sabrá a quién da oídos y a quién se los abre…



Meditar la frase de Regamy: «María es la memoria profunda y silenciosa, el amor y la luz interior, es la que guarda las cosas de Dios, cuyo sentido alcanza. Un contraste discreto, pero ciertamente puesto de manifiesto, se nota entre ella y todos los demás, que no profundizan tanto y que, sin embargo, se exteriorizan más».



Desde luego cada uno tiene su vocación y la mía, por ahora, es predicar. Pero cabalmente por ello, siempre me acecha la tentación de exteriorizar lo inexistente…



La denominación «llena de gracia» se le da como nombre; es un nombre insólito. El sentido inmediato es: «objeto de todas las complacencias».



Pienso que la manera única de ordenar mis impulsos, de enervar cualquier tentación es llegar a complacerme instintivamente en este objeto de