Cartas (I)

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[1] Ver Introducción General, V. Testimonio de Mons. Javier Echevarría Rodríguez, sin fecha, en AGP, serie A.3, 87-2-8, p. 4.

[2] Correspondencia con la imprenta, nota del 25 de diciembre de 1965 en AGP, serie E.3.4, 904-3579.

[3] DRAE, actualización de 2018, lema “manuscrito,ta”.

[4] Mons. Javier Echevarría explica en una anotación del 26 de mayo de 1969, en la portada de un ejemplar de la Carta n.º 18 (en AGP, serie A.3, 93-3-1), que en esa fecha san Josemaría estaba revisando sus cartas.

[5] Así consta en una anotación del propio Autor en el borrador de la Carta n.º 20, en AGP, serie A.3, 93-3-3.

[6] Con ellas salieron once nuevas y una nueva edición de otras diez que ya habían sido impresas anteriormente. Nota 23/65, 21 de enero de 1966, en AGP, serie E.1.3, 244-3.

[7] Nota manuscrita de Javier Echevarría, del 26 de mayo de 1969, en la portada de un ejemplar de la Carta n.º 18.

[8] Así consta en una anotación del propio Autor en el borrador de la Carta n.º 20, en AGP, serie A.3, 93-3-3.

[9] De ello habla Javier Echevarría en un testimonio sin fecha, de los últimos años de su vida (en AGP, serie A.3, 87-2-8).

[10] Nota manuscrita de Javier Echevarría, del 26 de mayo de 1969, en la portada de un ejemplar de la Carta n.º 18, en AGP, serie A.3, 93-3-1.

[11] Nos hemos servido de la versión de Biblia Sacra iuxta Vulgatam Clementinam, (ed. de Alberto COLUNGA y Laurentio TURRADO), Madrid, Editorial Católica, 1965 (en la biblioteca de san Josemaría hay un ejemplar de una edición anterior: 1946).

[12] Concretamente: La Sagrada Biblia traducida de la Vulgata Latina, Nueva edición corregida con esmero (ed. Félix TORRES AMAT), Barcelona, Viuda e hijos de J. Subirana, 1876; El Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo (ed. de Carmelo BALLESTER NIETO), Tournai, Desclée y Cia, 1936; La Sagrada Biblia: Antiguo Testamento (ed. de Felipe SCIO DE SAN MIGUEL), Barcelona, Trilla y Sierra, 1878; id. Nuevo Testamento, Barcelona, Sociedad editorial La Maravilla, 1867, vols. 1-2; Nuevo Testamento, Edición separata de la versión de la Sagrada Biblia (ed. de José María BOVER), Madrid, Editorial Católica, 1948; Nuevo Testamento (ed. de Eloíno NÁCAR FUSTER y Alberto COLUNGA CUETO), Madrid, Editorial Católica, 1964 e id. Sagrada Biblia, Madrid, Editorial Católica, 1955. Cfr. Jesús GIL SÁENZ, La biblioteca de trabajo de san Josemaría Escrivá de Balaguer en Roma, Roma, Edusc, 2015.

III.

TEXTO CRÍTICO ANOTADO

CARTA N.º 1

[Sobre la llamada a la santidad y al apostolado en la vida ordinaria, también designada por el íncipit Singuli dies, lleva la fecha del 24 de marzo de 1930 y fue enviada el 21 de enero de 1966]

1. CONTEXTO E HISTORIA

Esta Carta, fechada en Madrid el 24 de marzo de 1930, trata de la llamada a la santidad y al apostolado en la vida ordinaria. Se conoció también por sus dos primeras palabras en latín: Singuli dies.

La fecha evoca los primeros momentos después de la fundación, cuando san Josemaría contaba sólo con dos seguidores[1]. Pocas semanas antes, el 14 de febrero de 1930, había recibido una importante luz fundacional: el Opus Dei estaba abierto a las mujeres y era evidente que se precisaba dar vida a una nueva realidad eclesial[2]. En esa fecha —era entonces la fiesta de san Gabriel arcángel[3]—, estaba claro en su corazón, como testimonian sus Apuntes íntimos[4], la esencia de lo que describe en esta Carta.

No conocemos casi ningún detalle acerca de su composición, excepto que se envió a los centros del Opus Dei el 21 de enero de 1966, junto a otros veinticuatro documentos[5]. Nos situamos, por tanto, en el momento de mayor actividad de san Josemaría como escritor, pero la misma mole de Cartas dadas a la luz en tan poco tiempo, nos impide precisar cuándo la dio por terminada. Podemos afirmar sólo por conjeturas que debió de ser a lo largo de 1965.

En la primavera de 1965, el fundador del Opus Dei había sacado ya a la luz diez Cartas, como sabemos, con un número creciente de páginas[6] —de siete en la primera, a treinta y ocho en la última— pero relativamente breves en su conjunto, considerando los documentos que vendrían después.

Las Cartas salidas a lo largo de 1966 —entre las que se cuentan las cuatro que aquí se editan— son más largas que las anteriores: tienen entre 19 y 83 páginas, aunque la mayoría supera las 50.

2. FUENTES Y MATERIAL PREVIO

En AGP se conserva una carpeta (serie A. 3, 91-1) con las fuentes de esta Carta y algún material previo.

El manuscrito (m1) consta de 34 cuartillas mecanografiadas a doble espacio, en papel de grueso gramaje, en formato apaisado de 21,5 x 16 cm. Acerca de sus características (posible datación, tipo de correcciones autógrafas, etc.) nos remitimos a lo que se ha dicho en la introducción a la presente edición.

Las hojas impresas (h1) son dos y contienen erratas señaladas por el Autor. Corresponden a las páginas 5-8 (números 3-6, junto a unas líneas del n.º 2 y al primer párrafo del n.º 7).

En el volumen de 1967 (v1) la Carta ocupa de la página 6 a la 33.

La impresión de 1985 (i1) cuenta 23 páginas (formato 17 x 24 cm), y está encuadernada en cartulina amarilla.

En la misma carpeta de AGP se conserva un grupo de 68 fichas manuscritas, de tamaño desigual (preferentemente octavillas), algunas escritas por los dos lados. Sus características principales son: a) han sido redactadas de puño y letra por san Josemaría; b) cada ficha forma una unidad temática, como se suele hacer al elaborar un fichero por voces, aunque aquí no figuran voces; en su lugar, en la parte superior derecha de cada ficha, se lee una numeración correlativa, escrita a lápiz, quizá después de haberlas ordenado; c) la secuencia de las frases corresponde con el manuscrito.

Su contenido podría considerarse una versión previa del texto final, aunque no completa. La datación de estos papeles resulta incierta, aunque tal vez sea, al menos en parte, cercana a los materiales más antiguos que san Josemaría empleó. Futuras investigaciones podrán tal vez fechar ese material y precisar a qué momento de la redacción corresponden, aunque esta reconstrucción no afecta al texto en sí, que, como decimos, Escrivá dejó como definitivo en m1, después de haber trabajado al menos en otra versión intermedia que debió de destruir.

Como mera curiosidad, señalamos algunos ejemplos de las diferencias entre esas fichas y m1:


frase en ficha (n.º ficha)la misma frase en m1 (pág.)
(2) ... cada uno en medio del mundo.(p. 1) .... cada uno, en su estado, en medio del mundo.
(16) Siguiendo el ejemplo del Señor, somos levadura que, desde dentro de la masa, la fermenta hasta convertirla en pan bueno.(p. 5) Me gusta hablar en parábolas, y más de una vez he comparado esa misión nuestra, siguiendo el ejemplo del Señor, a la de la levadura que, desde dentro de la masa10, la fermenta hasta convertirla en pan bueno.
(32) ... y uniendo —de un modo que acaba por ser connatural— la vida contemplativa con la activa.(p. 12) ... y uniendo —de un modo que acaba por ser connatural— la vida contemplativa con la activa: porque así lo exige el espíritu de la Obra y así lo facilita la gracia de Dios, a quienes generosamente le sirven en esta divina llamada.
(50) Estamos obligados a hacer de nuestra vida ordinaria una continuada oración.(p. 19) Estamos obligados a hacer de nuestra vida ordinaria una continuada oración, porque somos almas contemplativas en medio de todos los caminos del mundo.

En otro expediente de la misma carpeta, se encuentran tres fichas más, escritas en los dorsos de papeles de 1926, que se corresponden con parte de los números 5, 6 y 7 de la Carta. Es posible que sean algunos de los papeles viejos que conservaba desde los años treinta o antes. Tampoco en este caso aportan nada al texto, porque se trata de ideas esbozadas, que luego desarrollará en el manuscrito m1. No las hemos incluido en el aparato crítico porque esta edición desea presentar al lector el texto final, no el iter genético y evolutivo de los diferentes materiales utilizados a lo largo del proceso de redacción.

Como sucede con otras Cartas de este periodo de redacción, se encuentran paralelismos con textos de su predicación oral. Aunque no se ha realizado una comparación sistemática con esas fuentes, que en estos momentos no resulta posible, se han encontrado algunos pasajes simétricos, que mencionamos a continuación, como ejemplos.

El n.º 6d, sobre el respeto a la libertad de los demás cuando se anuncia la doctrina cristiana, se encuentra, casi textualmente, en un párrafo de una meditación del 9 de enero de 1959, que salió publicada en las páginas de Cro1964,02,10-11; la mayor parte del n.º 11d, sobre la brasa encendida, aparece casi textualmente en Cro1960,05,9; el ejemplo de 12a-b, en el que se imagina el cómico episodio del camarero que trae una culebra en lugar de la pescadilla, lo usó en varias ocasiones, alguna de ellas anteriores a esta Carta: en Londres en 1961, por ejemplo[7]. También el ejemplo de 13a, del niño que forma un ramillete de pequeñas flores campestres para darlo a su madre, lo empleó en su predicación: casi textualmente se encuentra en una meditación de 1958[8]. La anécdota de la persona que dejaba tirada y desordenada su ropa, pensando que así manifestaba su despego por ella, debió de relatarla diversas veces, y se encuentra con pocas modificaciones en una meditación de 1959[9].

 

3. CUESTIONES DE CRÍTICA TEXTUAL

La mayoría de las variantes responden a las correcciones autógrafas que san Josemaría realizó en el manuscrito, después de que hubiera salido el volumen de 1967. Son cambios pequeños en su mayoría, que no plantean dudas. Sólo en pocos casos ha prevalecido la versión de v1 sobre m1 e i1 (que generalmente concuerdan, como ya se ha explicado), por ejemplo cuando en m1,12 e i1,11 se lee «la importancia santificante y santificadora del trabajo», mientras que en la versión de v1,17 se lee «la importancia santificadora del trabajo», para eliminar una redundancia, pues los dos adjetivos significan lo mismo: es una de las mejoras de v1 que se habían perdido y que hemos recuperado.

4. CONTENIDO

Aunque san Josemaría recalcó varias veces que con estas Cartas no pretendía hacer un tratado, sino que buscaba sencillamente abrir el corazón a sus hijos, es posible rastrear un cierto orden, que, sin ser un esquema propiamente dicho, ayuda a tener una visión de conjunto de todo el escrito.

A nuestro juicio se pueden distinguir cuatro apartados principales en esta Carta:

a) Los fieles del Opus Dei son instrumentos en las manos de Dios para llamar a todos a la santidad (n.os 1-3).

b) Esta llamada a la santidad y al apostolado tiene como marco la vida ordinaria, en el cumplimiento de los deberes profesionales, familiares, etc., cosas pequeñas, normalmente, realizadas con naturalidad y esfuerzo, sin llamar la atención, porque los cristianos deben actuar —como enseñó el mismo Jesucristo— como levadura dentro de la masa (n.os 4-19).

c) La humildad es el fundamento de esta tarea ascética; humildad que, en el Opus Dei, es tanto personal como colectiva, y lleva a comportarse en todo momento con rectitud de intención y naturalidad (n.os 20-21).

d) La conciencia de la misión recibida impulsa a los miembros del Opus Dei a procurar acercar muchas personas a Cristo, mediante el apostolado personal (n.os 22-23).

5. Texto crítico anotado

CARTA N.º 1

[Sobre la llamada a la santidad y al apostolado en la vida ordinaria, también designada por el íncipit Singuli dies, lleva la fecha del 24 de marzo de 1930 y fue enviada el 21 de enero de 1966]

1a

Dar a conocer la misericordia de Dios

Todos los días, hijos queridísimos, deben presenciar nuestro afán por cumplir la misión divina que, por su misericordia, nos ha encomendado el Señor. El corazón del Señor es corazón de misericordia, que se compadece de los hombres y se acerca a ellos. Nuestra entrega, al servicio de las almas, es una manifestación de esa misericordia del Señor, no sólo hacia nosotros, sino hacia la humanidad toda. Porque nos ha llamado a santificarnos en la vida corriente, diaria; y a que enseñemos a los demás —providentes, non coacte, sed spontanee secundum Deum[1], prudentemente, sin coacción; espontáneamente, según la voluntad de Dios— el camino para santificarse cada uno en su estado, en medio del mundo.

1b

Vio Jesús a la muchedumbre —nos cuenta el Evangelio—, y tuvo misericordia de ella[2]. Hijos míos, el Señor tiene puestos los ojos y el corazón en la muchedumbre, en todas las gentes; nosotros también, como Jesús: ésa es la razón de la llamada divina, que hemos recibido.

2a

La perfección cristiana es para todos

Hemos de estar siempre de cara a la muchedumbre, porque no hay criatura humana que no amemos, que no tratemos de ayudar y de comprender. Nos interesan todos, porque todos tienen un alma que salvar, porque a todos podemos llevar, en nombre de Dios, una invitación para que busquen en el mundo la perfección cristiana, repitiéndoles: estote ergo vos perfecti, sicut et Pater vester caelestis perfectus est[3]; sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial.

2b

Siguieron a Cristo los mártires, pero no ellos solos, escribía San Agustín; y continuaba con un estilo gráfico, pero barroco: hay en el jardín del Señor no sólo las rosas de los mártires, sino los lirios de las vírgenes, y la hiedra de los casados, y las violetas de las viudas. Queridísimos, que nadie desespere de su vocación: por todos ha muerto Cristo[4].

2c

¡Con cuánta fuerza ha hecho resonar el Señor esa verdad, al inspirar su Obra! Hemos venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa —homo peccator sum[5], decimos con Pedro—, pero con la fe de quien se deja guiar por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad: no es necesario abandonar el propio estado en el mundo, para buscar a Dios, si el Señor no da a un alma la vocación religiosa, ya que todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo.

2d

Diversidad de caminos

Es el nuestro un camino con muy diversas maneras de pensar en lo temporal —en el terreno profesional, en el científico, en el político, en el económico, etc.—, con libertad personal y con la consiguiente responsabilidad también personal, que nadie puede atribuir a la Iglesia de Dios ni a la Obra, y con la que cada uno sabe valiente y lógicamente cargar. Por eso, nuestra diversidad no es, para la Obra, un problema: por el contrario, es una manifestación de buen espíritu, de vida corporativa limpia, de respeto a la legítima libertad de cada uno, porque ubi autem Spiritus Domini, ibi libertas[6]; donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.

3a

Necesidad del apostolado

Quisiera que, al considerar estas cosas en la presencia de Dios, se os llenara el corazón de agradecimiento y, a la vez, de afán apostólico, de deseos de llevar a las gentes la noticia de esa caridad de Cristo. No lo olvidéis: dar doctrina es la gran misión nuestra.

3b

Dar a conocer esa llamada a todos los hombres

En esto consiste el gran apostolado de la Obra: mostrar a esa multitud, que nos espera, cuál es la senda que lleva derecha hacia Dios. Por eso, hijos míos, os habéis de saber llamados a esa tarea divina de proclamar las misericordias del Señor: misericordias Domini in aeternum cantabo[7], cantaré eternamente las misericordias del Señor.

4a

El testimonio de la vida ordinaria

Os he dicho, desde el primer día, que Dios no espera de nosotros cosas extraordinarias, singulares; y que quiere que llevemos esta bendita llamada divina por todo el mundo, y que invitéis a muchos a seguirla. Pero nuestro proselitismo hemos de hacerlo con sencillez, con el ejemplo de nuestra conducta: mostrando que muchos —si no todos— pueden, con la gracia de Dios, convertir en camino divino la vida ordinaria y corriente, del mismo modo que vosotros habéis sabido hacer divina vuestra vida, también corriente y ordinaria.

4b

Nuestro modo de ser ha de estar empapado de naturalidad, para que se nos puedan aplicar aquellas palabras de la Sagrada Escritura: había un varón en la tierra de Hus llamado Job, y era sencillo y recto, y amaba a Dios, y se apartaba del mal[8]. Como esta sencillez cristalina, que hemos de procurar que haya en nosotros, no puede ser simpleza —sin misterio ni secreto, que no los necesitamos ni los necesitaremos jamás—, tened en cuenta lo que se lee en el Eclesiástico: non communices homini indocto, ne male de progenie tua loquatur[9]; no hables de tus cosas particulares con un hombre ignorante, para que no diga mal de tu linaje.

5a

Unidos a nuestros iguales

La misión sobrenatural que hemos recibido no nos lleva a distinguirnos y a separarnos de los demás; nos lleva a unirnos a todos, porque somos iguales que los otros ciudadanos de nuestra patria. Somos, repito, iguales a los demás —no, como los demás— y tenemos en común con ellos las preocupaciones de ciudadano, de la profesión o del oficio que nos es propio, las otras ocupaciones, el ambiente, el modo externo de vestir y de obrar. Somos hombres o mujeres corrientes, que en nada nos diferenciamos de nuestros compañeros y colegas, de los que conviven con nosotros en nuestro ambiente y en nuestra condición.

5b

Levadura en la masa

Me gusta hablar en parábolas, y más de una vez he comparado esa misión nuestra, siguiendo el ejemplo del Señor, a la de la levadura que, desde dentro de la masa[10], la fermenta hasta convertirla en pan bueno. He gozado, en mis temporadas de verano, cuando era chico, viendo hacer el pan. Entonces no pretendía sacar consecuencias sobrenaturales: me interesaba porque las sirvientas me traían un gallo, hecho con aquella masa. Ahora recuerdo con alegría toda la ceremonia: era un verdadero rito preparar bien la levadura —una pella de pasta fermentada, proveniente de la hornada anterior—, que se agregaba al agua y a la harina cernida. Hecha la mezcla y amasada, la cubrían con una manta y, así abrigada, la dejaban reposar hasta que se hinchaba a no poder más. Luego, metida a trozos en el horno, salía aquel pan bueno, lleno de ojos, maravilloso. Porque la levadura estaba bien conservada y preparada, se dejaba deshacer —desaparecer— en medio de aquella cantidad, de aquella muchedumbre, que le debía la calidad y la importancia.

5c

Pasando inadvertidos

Que se llene de alegría nuestro corazón pensando en ser eso: levadura que hace fermentar la masa. Nuestra vida no es egoísta: es un luchar en primera línea, es meternos en el torrente de la sociedad, pasando inadvertidos; y llegar a todos los corazones, haciendo en todos ellos la gran labor de transformarlos en buen pan, que sea la paz —la alegría y la paz— de todas las familias, de todos los pueblos: iustitia, et pax, et gaudium in Spiritu Sancto[11]; justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.

5d

Pero, para ser levadura, es necesaria una condición: que paséis inadvertidos. La levadura no surte efecto si no se mete en la masa, si no se confunde con ella. No me cansaré de repetiros, hijos míos, que no debéis distinguiros en nada de los demás; que vuestra aspiración debe ser la de permanecer donde estábamos, siendo lo que somos: cristianos corrientes, personas que hacen una vida ordinaria y sencilla.

6a

Primeros cristianos

Contemplando vuestras vidas, parecen cobrar realidad nueva las palabras que se escribieron en los comienzos del Cristianismo: los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, la doctrina que viven no ha sido inventada por ellos, sino que habitando en ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un peculiar tenor de conducta, admirable y, según confiesan todos, sorprendente[12].

6b

El ejemplo de Cristo

Pero, sobre todo, tengamos presente el ejemplo de Cristo: habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, bajo el reinado de Herodes, he aquí que unos Magos vinieron desde Oriente a Jerusalén, preguntando: ¿dónde está el que ha nacido, rey de los judíos? Nosotros hemos visto en Oriente su estrella y hemos venido con la intención de adorarle. Al oír esto el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén[13].

6c

Se asustan, se sorprenden: no sabían que el Salvador estaba ya entre ellos. Un rey que pasa inadvertido; un rey que es Dios y pasa inadvertido. La lección de Jesucristo es que debemos convivir entre los demás de nuestra condición social, de nuestra profesión u oficio, desconocidos, como uno de tantos.

6d

Naturalidad

No desconocidos por nuestro trabajo, ni desconocidos porque no destaquéis por vuestros talentos; sino desconocidos, porque no hay necesidad de que sepan que sois almas entregadas a Dios. Que lo experimenten, que se sientan ayudados a ser limpios y nobles, al ver vuestra conducta llena de respeto para la legítima libertad de todos; al escuchar de vuestros labios la doctrina, subrayada por vuestro ejemplo coherente; pero que vuestra dedicación al servicio de Dios pase oculta, inadvertida, como pasó inadvertida la vida de Jesús en sus primeros treinta años.

 

7a

Sencillez, sin secreto alguno

Habéis de vivir con sencillez —os he dicho—, con discreción, vuestra amorosa entrega al Señor; debéis estar prevenidos contra la curiosidad agresiva de algunos, y tratar con delicadeza extrema todo lo que se refiere a la intimidad de vuestra vida apostólica.

7b

Aunque sé que no os hace falta, porque conocéis bien el espíritu que Dios nos pide que vivamos, quiero hacer una advertencia: discreción no es misterio, ni secreteo; es, sencillamente, naturalidad. En la Obra nunca hemos tenido, ni tendremos, ningún secreto, insisto: no nos hacen falta.

7c

Abomino del secreto. Cuando alguna vez una persona ha venido a mí y me ha dicho: le voy a hablar en secreto, le he respondido: pues póngase de rodillas, que a mí no me gusta más secreto que el del Sacramento de la penitencia. Usted, si quiere, se confía a un amigo y a un caballero; si no, de rodillas y en confesión.

8a

Consecuencias de la naturalidad

Lo que nos pide el Señor es naturalidad: si somos cristianos corrientes, almas entregadas a Dios en medio del mundo —en el mundo y del mundo, pero sin ser mundanos—, no podemos comportarnos de otro modo: hacer cosas que en otros son raras, serían raras también en nosotros. Sabéis bien que he prohibido que nuestra entrega tenga especiales manifestaciones externas: no hay ninguna razón para que llevemos uniformes o insignias.

8b

Respeto a los que piensan que, para ser buen cristiano, hace falta ponerse al cuello una docena de escapularios o de medallas. Tengo mucha devoción a los escapularios y a las medallas, pero tengo más devoción a tener doctrina, a que la gente adquiera conocimiento profundo de la religión.

8c

No distinguirse de los demás cristianos

De este modo no es necesario, para demostrar que se es cristiano, adornarse con un puñado de distintivos, porque el cristianismo se manifestará con sencillez en las vidas de los que conocen su fe y luchan por ponerla en práctica, en el esfuerzo por portarse bien, en la alegría con que tratan de las cosas de Dios, en la ilusión con que viven la caridad.

8d

En nosotros, no obrar así sería olvidar la esencia misma de nuestra divina llamada, porque entonces ya no seríamos personas corrientes: nos habríamos separado de la masa, y habríamos dejado de ser levadura. Una sola cosa ha de distinguirnos: que no nos distinguimos. Por eso, para algunas personas amigas de llamar la atención, o de hacer payasadas, somos raros, porque no somos raros.

9a

Cumplir el pequeño deber de cada instante

Vuestra vida y la mía tienen que ser así de vulgares: procuramos hacer bien —todos los días— las mismas cosas que tenemos obligación de vivir; realizamos en el mundo nuestra misión divina, cumpliendo el pequeño deber de cada instante. Mejor, esforzándonos por cumplirlo, porque a veces no lo conseguiremos y, al llegar la noche, en el examen tendremos que decir al Señor: no te ofrezco virtudes; hoy sólo puedo ofrecerte defectos, pero, con tu gracia, llegaré a poder llamarme vencedor.

9b

Nuestra vida sobrenatural, nuestro endiosamiento, no nos debe llevar a la necedad de pensar que no tenemos errores: muchas veces sólo tendremos imperfecciones, contra las que luchamos con la gracia de Dios y con el empeño de nuestra voluntad. Esa lucha, esa perseverancia en la tarea sobrenatural de hacer divina la vida ordinaria, es lo que nos pide el Señor, por la llamada específica que de Él hemos recibido.

10a

Santificar la vida corriente

Nuestro camino no es de mártires —si el martirio viene, lo recibiremos como un tesoro—, sino de confesores de la fe: confesar nuestra fe, manifestar nuestra fe en nuestra vida diaria. Porque los socios de la Obra viven la vida corriente, la misma vida que sus compañeros de ambiente y de profesión. Pero en el trabajo ordinario hemos de manifestar siempre la caridad ordenada, el deseo y la realidad de hacer perfecta por amor nuestra tarea; la convivencia con todos, para llevarlos opportune et importune, con la ayuda del Señor y con garbo humano, a la vida cristiana, y aun a la perfección cristiana en el mundo; el desprendimiento de las cosas de la tierra, la pobreza personal amada y vivida.

10b

Hemos de tener presente la importancia santificadora del trabajo y sentir la necesidad de comprender a todos para servir a todos, sabiéndonos hijos del Padre Nuestro que está en los cielos, y uniendo —de un modo que acaba por ser connatural— la vida contemplativa con la activa: porque así lo exige el espíritu de la Obra y así lo facilita la gracia de Dios, a quienes generosamente le sirven en esta divina llamada.

11a

Apostolado de amistad y de confidencia

Habéis de acercar las almas a Dios con la palabra conveniente, que despierta horizontes de apostolado; con el consejo discreto, que ayuda a enfocar cristianamente un problema; con la conversación amable, que enseña a vivir la caridad: mediante un apostolado que he llamado alguna vez de amistad y de confidencia.

11b

Pero habéis de atraer sobre todo con el ejemplo de la integridad de vuestras vidas, con la afirmación —humilde y audaz a un tiempo— de vivir cristianamente entre vuestros iguales, con una manera ordinaria, pero coherente; manifestando, en nuestras obras, nuestra fe: ésa será, con la ayuda de Dios, la razón de nuestra eficacia.

11c

El mundo

No tengáis miedo al mundo: somos del mundo y, unidos a Dios, si vivimos nuestro espíritu, nada puede dañarnos. Quizá, en ocasiones, entre gentes alejadas de Dios, nuestra conducta cristiana pueda chocar: habréis de tener la valentía, apoyados en la omnipotencia divina, de ser fieles.

11d

Brasas encendidas

Pido para mis hijos la fortaleza de espíritu que les haga capaces de llevar consigo su propio ambiente; porque un hijo de Dios, en su Obra, debe ser como una brasa encendida, que pega fuego dondequiera que esté, o por lo menos eleva la temperatura espiritual de los que le rodean, arrastrándolos a vivir una intensa vida cristiana.

12a

Perfección en lo ordinario

En cambio, si alguna vez viniera la tentación de hacer cosas raras y extraordinarias, vencedla: porque, para nosotros, ese modo de obrar es equivocación, descamino. Lo diré con un ejemplo que probablemente os divertirá. Pensad en que vais a un hotel y pedís una pescadilla. Pasan unos minutos, y el camarero os trae un plato: al mirarlo, advertís con sorpresa que no es una pescadilla, sino una serpiente. Tal vez uno de esos grandes taumaturgos, que admiro y cuya vida está llena de milagros, hubiera reaccionado dando una bendición y convirtiendo el reptil en una merluza bien guisada. Esa actitud me merece todo el respeto, pero no es la nuestra.

12b

Lo nuestro es llamar al camarero y decirle claramente: esto es una porquería, lléveselo y tráigame lo que le he pedido. O también, si hay razones que lo aconsejen, podemos hacer un acto de mortificación y comernos la culebra, sabiendo que es culebra, ofreciéndolo a Dios. En realidad cabría una tercera postura: llamar al camarero y darle un par de bofetadas; pero ésa tampoco es una solución nuestra, porque sería una falta de caridad.

12c

Hijos míos, lo extraordinario nuestro es lo ordinario: lo ordinario hecho con perfección. Sonreír siempre, pasando por alto —también con elegancia humana— las cosas que molestan, que fastidian: ser generosos sin tasa. En una palabra, hacer de nuestra vida corriente una continua oración.

12d

Providencia ordinaria

Otros tienen diverso espíritu, ése que podríamos llamar del gran taumaturgo: me parece bien, lo admiro, pero no lo imitaré nunca. Nuestro espíritu es espíritu de providencia ordinaria. Mayor milagro es que todos los días se cumplan las leyes que rigen la naturaleza, que el hecho de que alguna vez se dé una excepción. No seáis amigos de milagrerías: el milagro de la Obra consiste en saber hacer, de la prosa pequeña de cada día, endecasílabos, verso heroico.

13a

Cosas pequeñas

Muy claro está, pues, nuestro camino: las cosas pequeñas. Se puede comparar nuestra vida, siendo nosotros hombres duros y fuertes, a la de un niño pequeño —lo habréis visto tantas veces— a quien llevan de paseo por el campo, y recoge una florecilla, y otra, y otra. Flores pequeñas y humildes, que pasan inadvertidas a los grandes, pero que él —como es niño— ve, y las reúne hasta formar un ramillete, para ofrecerlo a su madre, que le mira con mirada de amor.

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