Sexo en la biblia

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Capítulo II

Celestineo

“La Celestina”, obra literaria del siglo XV atribuida al bachiller Fernando de Rojas, se encuentra entre los libros más leídos, después de la Biblia y el Quijote. En principio fue llamada simplemente comedia, más tarde fue conocida como tragicomedia. El desarrollo, propio de la época, es simple. Calisto, perdidamente enamorado de Melibea, acepta los servicios de una mala mujer, borracha, astuta, experta en engaños y simulaciones, con la intención de lograr el amor de Melibea.

Con grandes diferencias, la Biblia presenta dos casos que pueden considerarse celestineos.

Una familia de judíos emigra a Moab a causa del hambre que azotaba Judá. Allí mueren el cabeza de familia y los dos hijos del matrimonio. La mujer, Nohemí, decide volver a Judá. Con ella va una de sus nueras, Rut. Nohemí, bien intencionada, decide buscar un nuevo marido a la joven viuda. Piensa en un pariente cercano, Booz, hombre rico, dueño de campos. Da este consejo a la nuera:

“Te lavarás, pues, y te ungirás, y vistiéndote tus vestidos, irás a la era; mas no te darás a conocer al varón hasta que él haya acabado de comer y de beber.

Y cuando él se acueste, notarás el lugar donde se acuesta, e irás y descubrirás sus pies, y te acostarás allí; y él te dirá lo que hayas de hacer.

Y ella respondió: Haré todo lo que tú me mandes”

Rut 3:3-5

El segundo caso se encuentra en el Nuevo Testamento. La Historia la cuentan en sus respectivos Evangelios Mateo y Marcos. Herodías, mujer tan perversa como la Celestina de la novela hizo de alcahueta de su hija Salomé en el dramático relato que describe la decapitación de Juan el Bautista. Esta es la versión de Mateo:

“Pero cuando se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio, y agradó a Herodes, por lo cual éste le prometió con juramento darle todo lo que pidiese. Ella, instruida primero por su madre, dijo: Dame aquí en un plato la cabeza de Juan el Bautista. Entonces el rey se entristeció; pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, mandó que se la diesen, y ordenó decapitar a Juan en la cárcel”

Mateo 14:6-10

Capítulo III

Celibato

Echando mano de la preposición inseparable súper, tan en boga en nuestros tiempos, utilizada por jóvenes, por adultos y hasta por viejos, diré que para la Iglesia católica el celibato es un tema súpersensible.

El elevado número de libros que se han escrito sobre el celibato a lo largo de veinte siglos formarían una bien surtida biblioteca.

San Pedro, a quien la Iglesia católica clama como primer papa, era casado. Lo sabemos porque Mateo 8:14 afirma que Jesús curó a la suegra, en cama con fiebre. En cuanto a San Pablo, dice a los corintios:

“quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo”

1ª Corintios 7:7

Pero ¿cómo era él: soltero, viudo, separado, divorciado, casado? No lo dice. A los mismos corintios insinúa que le asiste el derecho de llevar con él a una mujer en sus viajes (1ª Corintios 9:5). Pero en los muchos viajes que se mencionan a partir de Los Hechos de los Apóstoles hasta Filemón, jamás menciona a una mujer como acompañante.

Biógrafos católicos y protestantes observan que Pablo era miembro del Sanedrín, suprema autoridad administrativa del judaísmo, y para serlo era obligatorio estar casado.

Según la historia del Cristianismo, durante los tres primeros siglos se ordenaba a sacerdotes y obispos casados. Desde el siglo IV se fue generalizando la idea de que el clero dejara de cohabitar con sus mujeres. Esta disciplina se relajó mucho durante los cuatro siglos siguientes. El Concilio de Trento, que tuvo lugar de 1545 a 1549, de 1551 a 1552 y de 1562 a 1563 impuso el celibato obligatorio para todo el clero de la Iglesia católica, desde sacerdotes, frailes y monjes hasta el papa.

Tal imposición entra en contradicción con la enseñanza de Jesucristo. En conversación íntima con los discípulos les dice que el celibato debe ser optativo, practicable sólo por aquellos que tengan ese don de Dios:

“Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces Él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado”.

El Antiguo Testamento no conoce el celibato como forma de vida. Al contrario, considera una desgracia morir sin haberse casado. En esta primera parte de la Biblia el celibato no encaja en los planes divinos.

El matrimonio es fundamental en la historia de la creación. Dios no está satisfecho de su obra hasta que crea la pareja humana:

“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”

Génesis 2:18

El autor del Génesis pone de relieve que la integridad de la naturaleza y la necesidad de la procreación exigen la existencia de la pareja hombre-mujer como origen divino del matrimonio, leyes abolidas en países de occidente que permiten el casamiento entre personas del mismo sexo.

Entre los 39 libros que tiene el Antiguo Testamento encontramos una sola excepción, el caso de Jeremías, a quien el mismo Dios ordena que permanezca célibe.

“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: No tomarás para ti mujer, ni tendrás hijos ni hijas en este lugar”

Jeremías 16:1-2

En una época en que un Jeremías joven podía pensar en el matrimonio, la orden divina le impone el celibato. No sabemos si la imposición tenía carácter permanente o sólo era “en este lugar”, donde los niños morían de muerte violenta.

Temporal o permanente la imposición divina suponía un sacrificio para el profeta, más aún teniendo en cuenta el enfoque de desgracia y castigo que el Antiguo Testamento daba a la falta de descendencia.

En el Nuevo Testamento es San Pablo quien más escribe sobre el celibato, comentando extensamente la enseñanza de Cristo. Deja claro un principio: la conversión no exige un cambio de estado. Cada uno puede permanecer en el estado en que fue llamado. Pero, según opinión propia, tratando el tema desde el punto de vista espiritual enseña que el celibato es más ventajoso que el matrimonio:

“En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel. Tengo, pues, esto por bueno a causa de la necesidad que apremia; que hará bien el hombre en quedarse como está. ¿Estás ligado a mujer? No procures soltarte. ¿Estás libre de mujer? No procures casarte. Mas también si te casas, no pecas; y si la doncella se casa, no peca; pero los tales tendrán aflicción de la carne, y yo os la quisiera evitar. Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen”

1ª Corintios 7:25-29

El apóstol expone aquí tres razones que ensalzan el celibato sobre el matrimonio:

Una, la necesidad que apremia sexualmente tanto al hombre como a la mujer (versículo 26).

Dos, la brevedad del tiempo que permanecemos en la tierra (versículo 29).

Tres, considera el celibato más ventajoso para la dedicación al reino del espíritu (versículo 29).

En los siguientes versículos establece las exigencias que existen entre el casado y el célibe. Según su pensamiento el corazón tiene que atender a dos señores que reclaman su servicio:

“Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja. El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; pero el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer. Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella. La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu; pero la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. Esto lo digo para vuestro provecho; no para tenderos lazo, sino para lo honesto y decente, y para que sin impedimento os acerquéis al Señor”

1ª Corintios 7:32-35

He aquí tres opiniones profanas sobre el celibato:

Horacio. Poeta latino, primer siglo antes de Jesucristo:

“No hay cosa más excelente ni nada

mejor que la vida de célibe”.

Samuel Johnson, escritor inglés, siglo XVIII:

“El matrimonio tiene muchos sinsabores,

pero el celibato no goza de ningún placer”.

Honorato de Balzac, novelista francés, siglo XIX:

“El celibato tiene el defecto capital de que, poniendo todas las cualidades del hombre al servicio de una sola pasión, el egoísmo, hace a los solterones inútiles y nocivos”.

Capítulo IV

Circuncisión

La circuncisión es una intervención quirúrgica que consiste en la extirpación del prepucio del niño. Judíos y musulmanes la practican en obediencia al Antiguo Testamento y al Corán. El historiador griego Heródoto, del siglo V antes de Jesucristo, dice que los egipcios practicaban la circuncisión por razones higiénicas, aunque con el tiempo pudo adquirir carácter religioso. Otros habitantes de África y del occidente cristiano se someten a la circuncisión para acrecentar el placer sexual. Este animal llamado hombre no tiene freno ni tiene remedio. Ha conseguido silenciar la lengua, tranquilizar el corazón, pero desde Adán a nuestros días no ha logrado apartar el sexo de la mente ni del deseo.

1. Origen bíblico de la circuncisión

El origen bíblico de la circuncisión se encuentra en el capítulo 17 del Génesis:

“Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera”

 

Génesis 17:1-2

Este pacto, estable, universal y perpetuo conlleva un signo material y externo: la circuncisión:

“Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros. Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros”

Génesis 17:10-11

La circuncisión debía efectuarse ocho días después del nacimiento del niño:

“Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje”

Génesis 17:12

También los que carnalmente no descendieran de Abraham debían ser circuncidados. Omitir la circuncisión llevaba consigo el rompimiento del pacto y la exclusión religiosa del pueblo:

“Debe ser circuncidado el nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo. Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto”

Génesis 17:13-14

En el umbral de la tierra prometida Jehová ordena a Josué que lleve a cabo una circuncisión nacional. Para conocimiento de las generaciones futuras el propio Jehová explica al sucesor de Moisés los motivos de esta aparente extraña orden:

“En aquel tiempo Jehová dijo a Josué: Hazte cuchillos afilados, y vuelve a circuncidar la segunda vez a los hijos de Israel. Y Josué se hizo cuchillos afilados, y circuncidó a los hijos de Israel en el collado de Aralot. Esta es la causa por la cual Josué los circuncidó: Todo el pueblo que había salido de Egipto, los varones, todos los hombres de guerra, habían muerto en el desierto, por el camino, después que salieron de Egipto. Pues todos los del pueblo que habían salido, estaban circuncidados; mas todo el pueblo que había nacido en el desierto, por el camino, después que hubieron salido de Egipto, no estaba circuncidado”

Josué 5:2-5

2. Una trampa fallida

El autor bíblico de los dos libros que llevan el título de Samuel da cuenta de una malvada propuesta del rey Saúl. Este primer rey de Israel envidiaba al joven David y estaba celoso de su popularidad. Le tendió una trampa. Prometió darle su hija Mical como esposa a cambio de que matara a cien filisteos y les cortara el prepucio. Con esta disparatada condición esperaba que David muriera en guerra contra los filisteos.

“Y Saúl dijo: Decid así a David: El rey no desea la dote, sino cien prepucios de filisteos, para que sea tomada venganza de los enemigos del rey. Pero Saúl pensaba hacer caer a David en manos de los filisteos”

1º Samuel 18:25

La maquinación no dio resultado. David triunfó y cumplió con el doble de lo exigido.

“Se levantó David y se fue con su gente, y mató a doscientos hombres de los filisteos; y trajo David los prepucios de ellos y los entregó todos al rey, a fin de hacerse yerno del rey. Y Saúl le dio a su hija Mical por mujer”

1º Samuel 18:27

No puedo evitar que mi mente imagine una escena tan macabra. Doscientos filisteos muertos, tendidos en el campo de batalla y los soldados de David manipulando los penes sin vida y cortando el prepucio a cada uno de ellos. Una circuncisión de muerte. De muertos.

3. Dos marranos

Si a alguien molesta el substantivo que encabeza este apartado le ruego que siga leyendo. El nombre de marrano se daba a los judíos convertidos al cristianismo en aquella oscura España de Isabel y Fernando en el siglo XV, apoyados por la Inquisición, que ya existía desde el siglo XI. El mote ha quedado fijado para la persona que se porta con bajeza, como Simeón y Leví, hijos del patriarca Jacob.

Esta es la historia.

Jacob vive con su familia en Siquém, tierra de Canaán.

Un día el príncipe de aquellas tierras se encuentra con la hermosa Dina, hija de Jacob, y la viola. Ocurrió lo que tantas veces a lo largo de la historia:

“Y la vio Siquem hijo de Hamor heveo , príncipe de aquella tierra, y la tomó, y se acostó con ella, y la deshonró. Pero su alma se apegó a Dina la hija de Lea, y se enamoró de la joven, y habló al corazón de ella”

Génesis 34:2-3

Cuando los hijos de Jacob regresan del campo y se enteran de lo ocurrido “se enojaron mucho. El joven violador y su padre piden reunirse con Jacob y sus hijos. Les presenta esta oferta:

“Y Hamor habló con ellos, diciendo: El alma de mi hijo Siquem se ha apegado a vuestra hija; os ruego que se la deis por mujer. Y emparentad con nosotros; dadnos vuestras hijas, y tomad vosotros las nuestras. Y habitad con nosotros, porque la tierra estará delante de vosotros; morad y negociad en ella, y tomad en ella posesión. Siquem también dijo al padre de Dina y a los hermanos de ella: Halle yo gracia en vuestros ojos, y daré lo que me dijereis. Aumentad a cargo mío mucha dote y dones, y yo daré cuanto me dijereis: y dadme la joven por mujer”

Génesis 34:8-12

Los hermanos de Dina, Simón y Leví, inventan una treta cargada de malicia.

“Mas con esta condición os complaceremos: si habéis de ser como nosotros, que se circuncide entre vosotros todo varón”

Génesis 34:15

Padre e hijo canaítas, más nobles que los hermanos hebreos, caen en el engaño. Con inocencia y candidez reúnen al pueblo e informan a los habitantes:

“Estos varones son pacíficos con nosotros, y habitarán en el país, y traficarán en él; pues he aquí la tierra es bastante ancha para ellos; nosotros tomaremos sus hijas por mujeres, y les daremos las nuestras. Mas con esta condición consentirán estos hombres en habitar con nosotros, para que seamos un pueblo: que se circuncide todo varón entre nosotros, así como ellos son circuncidados”

Génesis 34:21-22

El pueblo acepta y son circuncidados “todos los varones que salían por la puerta de la ciudad”. A continuación tiene lugar la infamia:

“Pero sucedió que al tercer día, cuando sentían ellos el mayor dolor , dos de los hijos de Jacob, Simeón y Leví, hermanos de Dina, tomaron cada uno su espada, y vinieron contra la ciudad, que estaba desprevenida, y mataron a todo varón.

Y a Hamor y a Siquem su hijo los mataron a filo de espada; y tomaron a Dina de casa de Siquem, y se fueron.

Y los hijos de Jacob vinieron a los muertos, y saquearon la ciudad, por cuanto habían amancillado a su hermana.

Tomaron sus ovejas y vacas y sus asnos, y lo que había en la ciudad y en el campo, y todos sus bienes; llevaron cautivos a todos sus niños y sus mujeres, y robaron todo lo que había en casa”

Génesis 34:25-29

¿Está justificado el calificativo de marranos?

4. Moisés, Séfora y la circuncisión

Moisés mata a un egipcio. Amenazado de muerte por el Faraón huye a tierra de Madián, no lejos de Egipto. Contrae matrimonio con Séfora, una de las siete hijas del príncipe de Madián. Allí permanece durante cuarenta años. Un día, estando cuidando el ganado del suegro, Jehová le habla a través de un zarzal que ardía sin consumirse. Le pide que se traslade a Egipto y libere al pueblo judío que allí permanecía en esclavitud. Moisés pone algunas objeciones, pero obedece. Con su esposa Séfora y su hijo Eliezer se encamina al país de los faraones.

Moisés era hebreo.

Séfora, no. Practicaba el culto a los astros, del que el padre era sumo sacerdote.

El hombre quería que Eliezer fuera circuncidado, aunque ya era mayor. La mujer se oponía.

A causa de esto Jehová se enfada con Moisés, hecho que se describe en uno de los versículos más oscuros del Antiguo Testamento:

“Y aconteció en el camino, que en una posada Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo”

Éxodo 4:24

Comentaristas del Génesis dicen que Dios no podía matar al hombre que había elegido para sacar al pueblo judío de Egipto.

Se trataría de alguna enfermedad que alarmó a Séfora.

La madre se enfurece y actúa acalorada, como cuenta el Éxodo:

“Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un esposo de sangre. Así le dejó luego ir. Y ella dijo: Esposo de sangre, a causa de la circuncisión”

Éxodo 4:25-26

La cruenta operación la hizo con un cuchillo de piedra.

No se conocía la anestesia.

Arrojó despectivamente el prepucio a los pies de Moisés. Esposo de sangre. La frase alude a la sangre que el hijo había derramado al ser circuncidado.

Después del incidente el matrimonio se rompió. Séfora regresó con su hijo a la casa del padre.

Un matrimonio frustrado, separado a causa de las diferencias religiosas que existían entre él y ella.

5. Jesús y la circuncisión

En una de sus estancias en Jerusalén Jesús sube al templo. Rodeado de multitud habla de su doctrina. Acusa a los fariseos de querer matarle por no cumplir la Ley de Moisés. Les dice que tampoco ellos la cumplen, especialmente en el tema de la circuncisión, que practicaban como ordenada por Moisés. El motivo por el que los rabinos permitían la circuncisión en sábado “no era por ventaja del sujeto en que se hacía, sino para dar cumplimiento material a la legislación mosaica sobre la circuncisión (Nacar-Colunga). Jesús aclara que la circuncisión no procede de las leyes dictadas por Jehová a Moisés, sino anterior, de los padres, de Abraham.

“Por cierto, Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres); y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Si recibe el hombre la circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané completamente a un hombre?

Juan 7:22-23

6. La circuncisión según San Pablo

Pablo recuerda que el niño Jesús fue sometido por los padres al rito de la circuncisión:

“Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres”

Romanos 15:8

Lucas apunta el relato histórico al que alude San Pablo. En tiempos de Jesús el nombre le era impuesto al niño en el momento de la circuncisión. Observan Nacar-Colunga: “con la dolorosa circuncisión, Cristo derramó ya al nacer la primera gota de sangre redentora”:

“Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido”

Lucas 2:21

En el capítulo tres de la epístola que escribe a los filipenses Pablo entra directamente en escena alegando su experiencia personal y su condición de judío fiel, cumplidor de las leyes patrias, en las que incluye el rito de la circuncisión:

“Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo”

Filipenses 3:5

A los gálatas escribe con energía y les dice que el rito de la circuncisión no añade absolutamente nada a la obra salvadora de Cristo.

“He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo”

Gálatas 5:2

Más directo se muestra cuando escribe a los romanos. La verdadera circuncisión no es la externa en la carne, sino la que simbólicamente procede de un corazón puro.

“Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios”

Romanos 2:28-29

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