Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953

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En el clima enrarecido del siglo XX, la disonancia entre autor, obra y nación no es solo exigida, sino un presupuesto, pues este siglo ya no cuenta con una filosofía de la historia; es decir, en un siglo en que el “progreso indefinido de la humanidad” fue burlado, tratar de ensamblar las fichas de obra, vida e historia nacional en un brillante complejo armónico resulta una mala jugada epistemológica.24 El autor se juzga no por su curva satisfactoria entre nacer, crecer, desarrollarse, madurar y morir, sino más bien por la permanente bifurcación de caminos, bifurcación que al paso crean las tradiciones culturales en disolución y mutación violenta, las instituciones no siempre estables ni venerables, las sociabilidades frágiles y emergentes, las situaciones extremas y volátiles, y las periodizaciones líquidas y advenedizas. El siglo XX, al destruir el principio de esperanza, o al reconfigurarlo de un modo tan equívoco y condicionado, hace de la biografía, por un lado, una tentación fácil y consoladora, como en el caso del rutilante y trivial Zweig; por otro, hace una forzada caricatura del individuo biografiado, de su época y del tour de force de la narración. En otras palabras, una triple falsificación de época. La intrincada narrativa que tiende a esta armonización de individuoobra-historia resulta menos que un puzzle para armar y desarmar constantemente.

La filosofía de la historia de cuño ilustrado, la del “progreso indefinido de la humanidad”, y su consiguiente la filosofía hegeliana de la historia, tocaban su fin, y con ello también el fin de la concepción de las grandes individualidades, encarnada para la burguesía alemana, tipológicamente, en el ya mencionado autor del Fausto. El resultado fue el nazismo; la cereza del pastel envenenado, los campos de concentración. Es en este sentido que Adorno, quien tuvo que padecer el exilio en los Estados Unidos, como muchos de los intelectuales judíos, escribió: “La identidad del hombre, que el análisis afirma como principio central del individuo, no existe en absoluto en la situación actual”.25

“Todo documento de cultura es un documento de barbarie” proviene del famoso escrito “Sobre la historia”, de Benjamin, en el que había ideado una metodología adecuada para el nihilismo del siglo XX. Se trata de los fragmentos que Benjamin redactó antes de que se suicidara, o de que lo asesinaran, según Jünger, en los que decía que todas las anteriores concepciones proyectivas y utópicas de la historia habían muerto. Benjamin suponía la muerte de la historia, atrapada en el utopismo programado que ella contemplaba; de ahí su idea de la irrupción del instante kairós. No conozco un consecuente continuador de todo ello entre nosotros, ni le atribuyo mis miles de líneas, más bien tributarias del método más groseramente positivista. Con todo, las notas furtivas de una filosofía benjaminiana de la historia deben seguir escribiéndose.

A Benjamin no le tocó la tragedia de los campos hitlerianos de concentración, pero la previó. Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración escribieron la siguiente frase en contra del desencantamiento de la racionalidad ilustrada, la cual aspiraba a distinguirse como pensamiento “en constante progreso”: “la Ilustración es totalitaria como ningún otro sistema”.26 La filosofía de la historia del progreso continuo de Condorcet, la cual heredaron Comte y los utopistas como Saint-Simon, Fourier y Cabet, o Bakunin y Marx, sucumbió al horror previo de la hecatombe de la República de Weimar, al preludio sinfónico de Hitler. La decadencia de Occidente, del maldadoso Spengler, hizo su miserable labor de zapa: fue una verdadera Circe de la filosofía de la historia. Parece poco andar más. Las ciencias del espíritu deben resistir a su matematización. Por eso, hacer historia de resistencia después de Hitler no es solo un deber político, sino un reto enorme a la imaginación incómoda: no sucumbir al menester truculento del documento llano, sino reaccionar a él a tiempo, de modo que cada palabra sea su contraria, una contrapalabra. Dicho de otra forma, escribir un libro es siempre escribir su contrario; al menos, pedir su complemento. Hay desamor trágico porque hubo un previo amor encendido; un odio encendido. Pero las consecuencias radicales de todo esto escapan a estas débiles fuerzas argumentativas.

La biografía, concebida como la brillante y tenaz continuidad de una vida ilustre, como reflejo o eco sinfónico del medio, con voz propia y partitura auto-genética, refrena la crítica negativa de la posibilidad, todavía abierta, del silencio rebelde. La biografía clásica del genio es el mundo al revés: el esfuerzo por darle coherencia al individuo biografiado, al medio y al lector, y así satisfacer la incertidumbre del público con la radiante perspectiva de una vida llena de sentido, valor y plenitud. Este es el riesgo más que frecuente de identificación entre autor, obra y medio que satisfacía a la conciencia burguesa alemana, como fue el caso de la identificación entre la genialidad de la obra inmensa de Goethe (son más de cien volúmenes en la edición de Cotta) y el real Júpiter de Weimar durante el siglo XIX. Este riesgo, que, además, es síntoma de todo un mundo cultural, no solo debe ser eludido, sino que en el contexto actual colombiano resulta evitable porque esta presión ideológica de la tradición cultural burguesa no gravita casi en ninguna medida entre nosotros. La misma formación de la nacionalidad colombiana, por lo demás tan contrahecha, no estimula esta falsa exaltación de tono imperialista. Lo que subyace en la tendencia biográfica denunciada con tanto énfasis por Adorno corresponde a una identidad no solo del sujeto y la obra, sino de ambos con la nación en irreversible ascenso. Esta es una conciencia falsificada de su desarrollo positivo hacia un clímax y paroxismo burgués-patriótico. En Alemania, de nuevo, se llama Goethezeit, y se puso en tela de juicio en esa nación solo tras la derrota de la Primera Guerra Mundial, la huida de Guillermo II, el Tratado de Versalles, el ascenso de Hitler y, por supuesto, los campos de concentración nazi. Este no es nuestro caso colombiano.

Vida intelectual

¿Dónde acaba lo intelectual y dónde empieza lo que no lo es? ¿Quién y cómo traza la raya entre una biografía y una biografía intelectual? ¿Qué habilita esa separación que se puede tomar como un capricho de moda, una arbitrariedad insostenible? ¿No es el hombre una unidad de cabeza a pies, señalada por la línea descendente del corazón? ¿Cómo cercenar los sentimientos, la vida amorosa, pasional, afectiva y moral del hombre de su naturaleza intelectiva, de su ser intelectual? ¿Es posible, pues, la historia intelectual y, si es así, en qué podría consistir?

La historia intelectual no traza una línea imaginaria y absurda entre las neuronas como generadoras de ideas, discursos y representaciones, y los otros aspectos de la vida que sentimentalmente se llaman humanos. Entre la proyección autoconsciente del biografiado que se considera intelectual, que escribe, piensa y organiza su vida como intelectual, y las otras funciones, desde las biológicas hasta las sexuales, que pueden hacerlo indiferenciado sociológicamente del resto de sus congéneres y contemporáneos, este tipo de historia privilegia lo primero a manera de corte analítico (por carnicera que sea la metáfora). La oración “este hombre produce un ensayo”, con su connotación múltiple, no es indiferente culturalmente a decir “este hombre está enamorado”. La vida intelectual se construye a partir de una decisión en gran medida consciente, compromete la intimidad subjetiva racional y se despliega en un hilo de tiempo que suele coincidir con la vida del biografiado, aun en el caso de que este, por razones también sociológicamente verificables, como el ascenso de clase abortado, decida odiar su talante intelectual y se declare un antiintelectual, que es, en esencia, un intelectual antiintelectual.

La actividad intelectual es una vieja práctica, o una tan antigua como la condición humana. Es decir, la activación de la masa cerebral para descifrar simbólicamente el mundo, la naturaleza y el hombre (en Grecia nace con los presocráticos, como hito inaugural de la filosofía occidental) puede diferenciarse históricamente de la vida intelectual como fenómeno de la tardía modernidad europea (el científico y profesorado universitario, par excellence). Cuando la inteligencia socialmente selectiva restringió su saber, en virtud de exigencias científicas, sociales e institucionales, y en favor de su propia protección y sus privilegios; cuando traicionó los postulados, en principio ilímites, de la vocación intelectual, al mismo tiempo se condenó a que otras capas y sectores sociales, hasta entonces por fuera de la producción intelectual públicamente activa, disputaran con propiedad las formas y los medios de producción de representaciones intelectivas. Esto se hizo posible y universalmente visible a partir del afamado caso Dreyfus en Francia, al declinar el siglo XIX.27

El intelectual, pues, nace en medio de una opinión pública ensordecida y polarizada, y pone en práctica un activismo grupal que decide sobre una masa de lectores a la que no le es indiferente la sustancia del debate político que allí se pone en juego. El intelectual, identificado con el activismo vindicativo de Zola, y luego con el del Sartre de ¿Qué es la literatura?, emerge en esa batalla de ideas, construye sus argumentos, hace del ensayismo un arma cortopunzante suficientemente aguda, mordaz y mortal, y se postula como paradigma de la dignidad nacional. El eco de esa protesta, del “yo acuso” en contra de la corrupción nacional que destituye y encarcela al capitán judío Dreyfus, obra de modo inmediato y hondo, como si no hubiera resquicios para mantener los hombros en alto y decir: “todo ello me importa un carajo”. Este compromiso de la opinión pública, aunque siempre hay una ausencia de opinión pública que también labra su contraparte, es un síntoma de politización de las masas, donde se encuentran profesionales desempleados e inconformes dispuestos a vengar las injusticias, a identificarse con el valiente credo de los intelectuales.28

 

El intelectual zoliano crea también el intelectualismo antiintelectual (Barrés, Maurras y la ultraderechista Acción Francesa), que se postula a sí mismo como defensor de la patria y los valores de la tradición nacional. La vieja lucha del siglo XIX entre jacobinos y ultramontanos, que podría tener su mismo origen en la Revolución Francesa, se reedita en un contexto de sociedad de masas. Para el caso de las masas del siglo XX, estas no solo han profundizado la crisis del parlamentarismo burgués por participar de la vida electoral eligiendo a sus representantes no burgueses, sino que se han alfabetizado casi universalmente y de un modo peligroso: se han vuelto politizadas y alfabetizadas, han creado al intelectual proletario. De este modo, han adquirido un nivel de conciencia de representación política y cultura intelectual antes a ellas negado, y propenden a una representación inédita, no meramente nominal. Como lo estudia Sorel en Reflexiones sobre la violencia, son masas que hacen del activismo protestatario de calle un mito auto-gestativo de su nueva identidad de clase.

La historia del intelectual en el siglo XX es increíblemente rica, variada y confusa. La Primera Guerra Mundial, como vimos, abrió un foso en la confianza hacia la razón, la ciencia y la universidad para gobernar el mundo. No solo el proletariado activo y los múltiples movimientos sociales de mujeres, jóvenes y antiimperialistas, etc., profundizaron esa zanja. Las élites intelectuales de derechas, por ejemplo, responsables de la llamada revolución conservadora en la Alemania posguillermina, descreyeron de esas bases constitutivas de la razón occidental. Allí hubo de todo, desde la exaltación del heroísmo guerrero en Jünger hasta el budismo extático de Hesse. La crisis del derrumbe de la racionalidad del capitalismo, el ascenso del fascismo y las fugas hacia la intimidad encontraron sus primeros analistas en autores como Max Weber, Antonio Gramsci, Karl Mannheim y Julien Benda. A ellos siguieron sociólogos como Robert King Merton, Edward A. Schils y Richard Hofstadter, y de un modo nada pueril, aunque con temas cada vez más amplios o inabarcables, hoy siguen hablando de intelectuales autores como Herbert Lottman, J. G. A. Pocock, Dominick LaCapra, Roger Chartier o Edward Said.

A propósito del intelectual palestino (autor de una obra tan sugerente como cuestionable, Orientalismo), deseo recoger algunas líneas que pueden ser directrices de esta discusión, originalmente emitidas en sus Conferencias del Reith por la BBC de Londres en 1993:

La amenaza particular que hoy pesa sobre el intelectual, tanto en Occidente como en el resto del mundo, no es la academia, ni las afueras de la gran ciudad, ni el aterrador mercantilismo de periodistas y editoriales, sino más bien una actitud que yo definiría con gusto como profesionalismo. Por profesionalismo entiendo yo el hecho de que, como intelectual, concibas tu trabajo como algo que haces para ganar la vida, entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde, con un ojo en el reloj y el otro vuelto a lo que se considera debe ser la conducta adecuada, profesional: no causando problemas, no transgrediendo los paradigmas y límites aceptados, haciéndote a ti mismo vendible en el mercado y sobre todo presentable, es decir, no polémico, apolítico y objetivo.29

¿Cómo hice mi archivo de Rafael Gutiérrez Girardot?

La base documental de esta investigación sobre Gutiérrez Girardot parte de su archivo personal, el cual reposa en la Biblioteca Gabriel García Márquez de la Universidad Nacional de Colombia. Su acceso y disposición me ha sido posible en virtud del asesoramiento que ofrecí en el momento en que este llegó a la hemeroteca de la Universidad, remitido hacia el año 2007 por Bettina Gutiérrez-Girardot como anexo a la venta del fondo bibliográfico en lengua alemana del profesor colombiano. Este archivo sobrepasa los diez mil folios originales y comprende: a) los ensayos de filosofía y crítica literaria (sobre Colombia, España y Alemania), b) las llamadas Vorlesungen o lecciones magistrales dictadas en alemán en la Universidad de Bonn entre 1970 y 1992 (todas inéditas entonces) y c) la rica correspondencia, principalmente con colombianos, españoles y alemanes. Hay que agregar que durante los primeros años de su custodia estuvo clausurada su consulta para el público en general; hoy reposa en una especie de búnker de difícil acceso. Además, de manos de Bettina he recibido cartas, separatas y, sobre todo, lo que es talismán inolvidable, su pluma fuente Parker de su época de diplomático.30

He venido ampliando este fondo archivístico desde hace más de una década, mediante viajes a diversos países, como México, Argentina, España y Alemania, en busca de cartas, fotografías, casetes o ensayos en revistas refundidas, y más simple o cómodamente mediante insistentes correos electrónicos. He adquirido, pues, algunas joyas muy raras, que no posee otra entidad o persona. Así, me precio de haber obtenido la correspondencia completa con Eduardo Mallea, luego de dos idas en vano a Buenos Aires para tratar de entrar en contacto con el sobrino homónimo del gran novelista. La tercera fue la vencida. También obtuve la correspondencia con Alfonso Reyes, al visitar la Casa Alfonsina, y contar con la generosidad de su nieta, Alicia Reyes, que me permitió tomar copia de los originales. También debo agregar que la correspondencia con Ángel Rama la obtuve gracias al viaje de Anita Jaramillo a Montevideo, quien la recibió de Amparo Rama, no sin antes haberse frustrado un viaje de Diego Zuluaga con la misma misión. Diego Zuluaga fue a su vez el encargado de conseguir la correspondencia del gran poeta español José Pepe Valente, en pesquisa de los archivos de la Cátedra Valente de la Universidad de Santiago de Compostela. Las cartas con Juan Gustavo Cobo Borda y con Sergio Pitol, custodiadas en la Universidad de Princeton, las obtuve también por intermedia persona, ahora mi estudiante Diego Posada, quien viajó expresamente para ello. La Universidad de Barcelona me facilitó parte de la correspondencia con José Agustín Goytisolo.

También obtuve por correo electrónico la maravillosa correspondencia con Nils Hedberg, legendario director del Instituto Latinoamericano de Gotemburgo (Suecia), gracias a la amable voluntad de la bibliotecaria Anna Svensson. Me complace tener la correspondencia con Hans Paeschke y Hans Schwab-Felisch, directores de la revista Merkur, por el envío directo de esta desde el Archivo Literario Alemán, en Marbach, institución teutona a la que uno escribe haciendo la solicitud del material y a la semana, por tarde, la obtiene por correo postal, en copias impecables y de modo gratuito. En Berlín, he podido consultar por días enteros la Ibero-Amerikanische Bibliothek por virtud del hospedaje cariñoso que he recibido del poeta, hispanista y periodista Rodrigo Zuleta: su prodigiosa memoria rehace mil detalles que, de otro modo, quedarían en el agujero negro de esta historia. Debo resaltar la indispensable colaboración, sin la que esta investigación sería aún más escuálida, de la directora de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (Aecid): ella puso a mi disposición las fuentes que me permitieron escribir la petite histoire del colegio guadalupano.

Mi estancia en Santander en la primavera de 2014, como profesor invitado en la Universidad de Cantabria, gracias a la invitación de los profesores y amigos Manuel Suárez Cortina y Ángeles Barrio, me facilitó la indagación de los archivos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de la que pude recabar los folletos de los cursos de verano de 1949 a 1953. Tal vez la odisea más laberíntica de este trabajo de “heurística”, en términos de Droysen, o de recolección y hallazgo de fuentes, fue consultar en Santander el inapreciable fondo de libros en español de Gutiérrez Girardot, comprado por la Fundación Barcenillas antes que la Universidad Nacional lo hiciera con la biblioteca en lengua alemana. Fue odisea genuina porque la Fundación Barcenillas queda en el corazón más perdido de la península, a dos horas de la capital de Cantabria en tren de cercanías, en medio de un hermoso paisaje donde uno ve caminar a José María de Pereda resucitado; es decir, queda en la literal mierda. Fue odisea, lo es por la lejanía, porque los más de cuatro mil libros están allí tan conservados como enterrados; en 2013, antes del cierre general al público, solo se podían consultar en horarios restringidos, puesto que las cartas se podían leer de manera condicionada, sin tomar copias, sin tan siquiera transcribir. Pero a cambio quedé con una serie de libros rubricados por sus autores al crítico colombiano, desde Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, hasta Pepe Valente y Gonzalo Sobejano. No debo dejar de decir que conté con la ayuda de la amable bibliotecaria Paz Delgado, y que todo lo compensaba el almuerzo deliciosamente campesino, con vino inigualable a precios para sudacas.

También, disculpen la reduplicación del “también”, tuve ocasión de obtener en Bogotá un valioso material del Archivo General de la Nación, en particular la documentación del servicio diplomático en Colonia-Bonn, con el cual pude captar el ambiente de la diplomacia colombo-germana de la década de 1960. Maravillosa, aunque a medias por el corto tiempo disponible, fue la visita a la elegante sede de la Fundación Xavier Zubiri en el barrio Salamanca de Madrid: implicó respirar una atmósfera de genuino culto a la figura del gran filósofo español, tan admirado por Gutiérrez Girardot, y donde tuve ocasión de obtener datos y documentos por la deferencia de los directivos. La larga y afable entrevista que realicé en la Fundación Santillana de Madrid al vicepresidente de esa casa matriz librera, Emilio Martínez, tres días luego del acabose de plebiscito contra los acuerdos de paz, el 5 de octubre de 2016, me hizo desistir de la decisión de abortar este episodio de Gutiérrez Girardot y España.

Frustrante, hasta lo cervantino, fue la visita al Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, pues la documentación de la diplomacia entre España y Colombia se corta hacia mediados de la década de 1940. Frustrantísimo ha sido no poder obtener la documentación de Gutiérrez Girardot del archivo de la Universidad de Friburgo: por ejemplo, su llamado Studienbuch, o libro de estudios, y los Gutachten, o conceptos de su tesis doctoral sobre Antonio Machado. Solo logran salvar la situación las preciosas cartas con el eminente romanista Hugo Friedrich. El hilo de la correspondencia con los responsables del archivo de la Universidad de Friburgo (enero-febrero de 2011), se resumió en la imposibilidad de obtener, por ahora, estos indispensables documentos.31 De la Universidad de Bonn he logrado documentar fotografías, hablar con amigos y conocidos, recrear algunos pasajes de su vida, pues, también como Lektor que fui allí durante cuatro años (1989-1992), tengo mis selectos Erinnerungen. Siempre que paso por Bonn, y van ya cuatro veces en esta década, Angela Baron, propietaria de la Librería, un imponente depósito de más de cincuenta mil libros selectos en español, me regala dos o tres títulos de Gutiérrez Girardot, a manera de tributo a su maestro y apoyo a mi labor.

Mi última estancia en Alemania, todo el otoño de 2018 para dictar un seminario sobre la ensayística latinoamericana, me confirmó la necesidad de sacar adelante esta biografía y darle este perfil algo minucioso, pues, pese a que en la biblioteca de la Universidad de Erlangen-Núremberg constataba la existencia de sus libros y algunas tesis doctorales por él dirigidas, también en la patria de Goethe sufren de la peste del olvido. No obtuve respuesta de mucha gente a la que escribí, pero qué l’iace, como decía mi abuela materna. Otro material valioso ya me está comprometido.32 Me gustaría dejar, como asunto post mortem, eso sí, el anecdotario de la pesquisa de material epistolar en nuestra Colombia, tierra querida. Solo resalto, como feliz excepción, al “gabólogo” y gran amigo Gustavo Adolfo Ramírez Ariza, no solo porque hicimos en conjunto una exposición en el Archivo de Bogotá sobre el ensayista en 2015, sino porque me ha donado libros inconseguibles y me referenció una entrevista sepultada en la HJCK, de 1981, con el tema “En el bicentenario de Andrés Bello”.33

 

Debo resaltar que los libros de autoría de Gutiérrez Girardot han tenido, para mi acervo, una suerte no siempre adecuada. Muchos he regalado, otros desaparecen misteriosamente de mis estanterías, para readquirirlos en los agáchese o por obsequio espontáneo, como los referidos. Los libros de Gutiérrez Girardot solo muy de vez en cuando se encuentran bajo las piedras, como me sucedió recientemente con su traducción de Carta sobre el humanismo de Taurus. Cuento, como pocos, con una treintena de títulos originales de la Colección Estudios Alemanes, publicados por las editoriales Sur y Alfa, porque me fueron enviados a finales de la década de 1980 directamente por Inter-Nationen (Berlín) a indicación de Gutiérrez Girardot. Pero también porque en Buenos Aires pude adquirir algunos ejemplares, pues allí no son, según entiendo, muy apetecidos. Pese a esfuerzos y diligencias, no he podido adquirir las veinticinco tesis de doctorado que dirigió Gutiérrez Girardot, conforme las he identificado, publicadas en la colección Spanische Studien de Peter Lang Verlag, pero por el momento las que tengo me son suficientes.

Anotemos que la compra de la biblioteca en lengua alemana y, por añadidura, del archivo personal de Gutiérrez Girardot por parte de la Universidad Nacional, se produjo tras un intento frustrado para que lo hiciera la Universidad de Antioquia, con final cómico por parte del entonces rector, Alberto Uribe Correa. El memorable episodio se presentó hacia el año 2007, en una audiencia en el despacho rectoral a la que acudimos el director del Instituto de Filosofía, Carlos Vásquez Tamayo; el decano de la Facultad de Comunicaciones, Édison Neira Palacio, y yo, coordinador del pregrado Letras: Filología Hispánica. La escena transcurrió del siguiente y desenvuelto modo. Expusimos los pormenores y la importancia de la biblioteca, Édison Neira apeló, incluso, a la autoridad de Belisario Betancur, quien en esos días había donado su biblioteca personal a la Universidad Pontificia Bolivariana y le había manifestado al rector Uribe Correa la singularidad del legado bibliográfico alemán de Gutiérrez Girardot. Uribe Correa nos escuchó atento entre dos tintos, y con el desparpajo arriero que nunca lo abandonó, tomó el auricular telefónico, se comunicó con la directora de la biblioteca central de la Universidad, pidió algún dato pertinente y colgó luego de segundos clave de espera. Nos miró y sin más nos dijo: “¡Ven, el alemán es una lengua muerta!”. No le sobraba razón burocrática y administrativa. No se compró la biblioteca de Gutiérrez Girardot porque prácticamente nadie consulta libros en esa lengua en nuestra universidad.

He logrado obtener de los sitios web una enorme información en volumen, pero que no ha sido de mucha utilidad temática para esta monografía, “Rafael Gutiérrez Girardot y España”, pues se trata, en su mayoría de los debates muy puntuales de asuntos colombianos que tanto llamaron, en su momento, la atención local. Son, sobre todo, material en red relativo a las polémicas en torno a los nadaístas Fernando González, Estanislao Zuleta.

En fin… Mientras culminaba la fase de corrección de esta investigación, llegó el 1 de marzo de 2021 de Alemania una caja de 25 kilogramos del legado de Gutiérrez Girardot, enviada a este, como sorpresa inusitada, por su hija Bettina. Pues la novedad consiste en que por fin tenemos una imagen más completa, si no decisiva, de su extensa obra crítica, que, entre otras cosas, podría ser de unos 45 tomos. Ahora tenemos a la mano su correspondencia con Martin Heidegger, con Golo Mann y alguna pieza de más con Hugo Friedrich. Tenemos, pues, ahora, en este envío, otras 2500 quinientas piezas epistolares, por ejemplo, las largas y jugosas cartas con el crítico uruguayo Ángel Rama, que componen más de 60 cartas, en la época más importante, como director de Biblioteca Ayacucho. Así que ya podemos saber en detalle cuál fue el proyecto de entre ambos, qué plan maestro se idearon para llegar a cabo la más imponente realización editorial de nuestro continente. Esto tiene un valor inestimable. También, y esto quizá con anécdota o valor simbólico para muchos, tenemos la última carta de Jorge Gaitán Durán, que escribe solo tres días antes de su fallecimiento, en accidente aéreo, del 19 de junio de 1962. Tiene al margen a su amigo fallecido, la nota a lápiz: “última carta. El 21-22 murió en accidente”. También hay una extensa carta de 1960 a Jaime Vélez Correa, S. J., que brinda datos inéditos hasta ahora de su biografía intelectual. Gracias a esta documentación adicional, de última hora, se lograron completar las piezas epistolares con la intelectualidad española, de que aquí se trató de sacar el mejor provecho.

Ahora podemos entablar no solo una red de intelectuales, una compleja y detallada vida intelectual, sus relaciones estrechas e, incluso, íntimas con Eduardo Mallea, Gonzalo Sobejano, Pepe Valente, los hermanos Goytisolo, R. H. Moreno-Durán, Ángel Rama, José Luis Romero, Hugo Friedrich, Alfonso Reyes, Nils Hedberg, Rubén Jaramillo Vélez, Fernando Charry Lara, Pedro Gómez Valderrama, hombres muy representativos de su cultura filosófica, literaria e histórica de sus países. Este cosmopolitismo intelectual que también se desplegó en otras múltiples realizaciones, en diversos espacios de la actividad intelectual, en universidades, congresos, foros, prensa, revistas, editoriales. El intelectual vive de estas relaciones, de este complejo y diverso y rico universo, que, en el caso de Gutiérrez Girardot, se despliega con un vigor inusitado, con una irreverencia, pero, sobre todo, con una pasión por América Latina. Por una devoción por la inteligencia que siempre hizo presente en el caso suyo por Heidegger, Zubiri y Reyes, quienes fueron sus maestros.

¿Qué significa que venga este legado al país, que se añade al ya existente en la Universidad Nacional? Mucho. Una lección de patriotismo y generosidad para un país que lo saquean por todas partes. Solo basta pensar en la familia de García Márquez que negoció sus papeles por millones de dólares a la Austin Texas University. Una vergüenza insólita. Es increíble que nadie, ni académicos, ni los profesores o ministros de cultura o educación, no hayan pegado el grito en el cielo. Ni los que proclaman que García Márquez es de nuestras entrañas culturales, como creo lo fue su contemporáneo Gutiérrez Girardot. La fama no es la única medida de la importancia cultural. El legado de Gutiérrez Girardot, y no hago un distingo de escalas de éxito comercial o bulla mediática, es de gran importancia, una pieza central de la vida cultural de nuestra nación. No diferente es el asunto con los herederos de Tomás Carrasquilla, con los de León de Greiff, que acaparan hasta el abuso los escritos de sus ascendientes, de los ilustres literatos que se deben sacudir en su tumba por el atropello a su memoria.

Riesgos con las fuentes, nota autobiográfica

El investigador social, el historiador y el filólogo viven en un continuo naufragio: el del océano de documentos, opiniones, criterios y demandantes estados de la cuestión, los cuales son inabarcables por su naturaleza. Todos parecen o no tener la razón. Cada cual dice una cosa y otro la contradice del mismo modo persuasivo. El náufrago estudiante se convierte rápidamente en un autista de su propia desesperación. Todo da vueltas en la cabeza, todo gira en un cosmos de fuentes que marea. Navega por un océano de incertidumbres y las olas incesantes lo tiran de aquí para allá. Pero hay que reaccionar, con decisión tan autoritaria como modesta. Simplemente no sucumbir es una simple cuestión de carácter.