Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953

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Podríamos resumir que la biografía intelectual consiste en dar pautas siempre posibles, en trazar las líneas básicas y comprensivas de una trayectoria hipotética e hirsuta, que está entrecruzada de datos positivamente documentados y conceptos que proceden de los datos, y en seguirlas hasta agotar la veta, como en un socavón de mina profunda. Pero adentrarse en este, palpar las vetas fecundas y examinar las rocas inertes es una aventura intelectual por sí misma, un juego de fantasía, desgaste, resistencia e imaginación. Sumergirse en la vida de otro, en este caso, de un “ilustre muerto desconocido”, como decía de sus indagaciones de la literatura colonial Juan María Gutiérrez,34 descifrar las líneas evidentes y las escritas en tinta invisible, es un desafío abismal, casi un desafuero cognitivo.

¿Qué podríamos saber a ciencia cierta del otro, del muerto, del fantasma titilante que se nos presenta y se nos escapa a cada instante, que juega con nosotros, huye y vuelve a emerger cuando estamos al borde de desistir de perseguir la sombra? ¿Creen acaso que los documentos no hablan y al tiempo enmudecen, que se leen en el día y no resurgen en los sueños en la noche, en medio de pesadillas, o que son papel húmedo, muerto, unidireccional? ¿Acaso no es posible que esa familiaridad de lo mismo con lo mismo no desemboque en una esterilidad deprimente? ¿A partir de qué punto emerge la pregunta, el problema que guía la investigación? Sabemos, pretendemos y afirmamos un asunto. La pregunta, que es el punto de partida de toda investigación histórica, y por tanto la biografía intelectual es, en principio, una ciencia empírica, surge del reconocimiento de lo que se sabe y de lo que se desea saber y está en la oscuridad. Cada descubrimiento invita a indagar más lo conocido, en una dirección hasta ahora no cuestionada. Un “círculo de niebla”, como dice Droysen en su afamada Histórica,35 rodea nuestras representaciones del mundo del pasado, pero es cuestionado en el momento singular en que lo recibido no satisface nuestra curiosidad, en que ella reacciona contra lo ingenuamente recibido. Esa reacción recibe el nombre de duda, busca examinar lo recibido como fe para ser reaprendido.

Todos podemos afirmar que la vida histórica está en nosotros, que somos simple memoria ardiente. Parcial y subjetivamente, esto es una realidad. Nuestra existencia es una proyección de nuestros deseos y frustraciones, y hacemos de la escritura histórica reclamo y reivindicación, es decir, justicia y medio falsas demandas, presentándonos en el colmo del púlpito de la época como árbitros imparciales del pasado. Acumulamos, ordenamos, seleccionamos y analizamos las fuentes; decidimos qué decir, omitir o velar, por mérito, audacia, pereza, poder o maldad de clase, género, raza y partido (este es el quid de la historia oficial; entre nosotros, desde Henao y Arrubla, hasta… ¿quién?). Es un problema determinar el relieve, y por ello se puede llegar a preguntar si esto al fin es novela o ciencia, pues una novela contiene elementos incontrolables que desacreditan la postulación científica del trabajo, pero la técnica narrativa, en caso de dominarse, también contribuye a precisar el objeto científico. En cualquier caso, hay que ordenar discursivamente las fuentes, darles forma y cuerpo, como hace todo paciente y soberbio historiador, que ante ellas se emociona de modo onanista. De ahí que toda genuina historia es una potencial novela, una de non-ficiton, y no hay poder para dirimir el deslinde entre lo objetivo y lo caprichoso, entre lo épico y lo cómico, aunque siempre tengamos un manual metodológico para evitar esta grotesca contrariedad. En suma, hay que construir, reconstruir y destruir en un ciclo continuo de indecisiones.

¿Qué se construye, reconstruye y destruye? Se debe dejar que los otros hablen, que los restos existentes, al decir de Droysen, o las fuentes (ensayos, entrevistas, cartas, fotografías, etc.) hablen por nosotros y nos entreguen ese otro: el pasado en su desnuda mudez, lo que no somos y lo que somos ahora. Porque esas fuentes nos hablan y nos interrogan, nos ocultan y sugieren, en forma necesariamente fragmentaria y discontinua; porque el pasado no es el presente, aunque vive en él. Un juego de la máquina incontrolable del tiempo, que debe pasar por el telos de una comunidad ideal. Porque hay una angustia existencial y casi una falta de consideración y respeto en la tarea investigativa de hacer surgir de los documentos muertos y mudos a un ser con vida propia. Por supuesto, todo investigador social podrá argüir esto o algo semejante en sus trabajos. ¿Cómo darle vida a un sindicato, un movimiento social, una región, un partido político, una corriente literaria, una nación o un continente? ¿Cómo operan los que hoy se atreven a hacer historia universal, en contra de todo pronóstico y con un éxito comercial que apabulla? Todos estos, al fin y al cabo, son sujetos históricos que se deben individualizar, caracterizar y tipificar en el curso de un lapso determinado, en una cronología y periodización adecuada. Sin embargo, la biografía intelectual corre el riesgo más agudo de la sobreidentificación con su objeto de estudio por el carácter personal, individual y aparentemente más concreto que se estudia. Endiosar o heroizar al biografiado es una tentación que parte del ego del mismo investigador: queremos ser o al menos sentimos que somos aquel individuo sobre quien escribimos, nos proyectamos en él y deseamos darle un perfil idealizado, como compensando nuestras deficiencias y frustraciones proyectivas en el otro ideal. Queremos y deseamos, pues, darle un carácter abstracto unitario: un dios terrenal. Una labor que tiene que ver más con la exaltación teológica que con la ciencia social moderna.

Pero invoquemos una nota autobiográfica para eludir de una vez el riesgo de identificación entre biógrafo y biografiado, entre biografía y autobiografía del supuesto biógrafo. Gutiérrez Girardot nos invadió en nuestra juventud, se metió en cada una de nuestras neuronas de estudiantes de Filosofía en la sede bogotana de la Universidad Nacional, acaparó y monopolizó cada una de nuestras apasionadas discusiones durante semestres y años en que formamos una secta de cuasifanáticos, de iluminados provocadores y de marginados a nuestro placer. Hicimos de la irreverencia una profesión cercana a la pedantería. Esto era algo natural, casi lógico, en un país atroz donde la desesperanza y las malas pasadas eran el pan amargo de cada día. Un país que odiábamos a fondo, por su orquestada capacidad de humillación y desamparo a que somete a su mayoría desde que Colón pisó por primera vez una playa americana. El rencor personal era un trasunto del rencor y la desesperanza de todo un continente, de cinco siglos de horror, violencia e injusticias sin par. Nadie esperaba nada de nadie, aparte de la puñalada en el riñón. Esta era la razón de una sobreidentificación con el monstruo Gutiérrez Girardot, que iluminó y dio calor vital a nuestra existencia de pobres estudiantes en la edad más febril.

En una expresión, fuimos como una secta saint-simoniana minúscula, que, antes de haber leído a Saint-Simon o a Cabet, conspiraba para cambiar el mundo. Unos utopistas tardíos. Nuestro père era José Hernán Castilla, pero nunca logramos, en el curso de las décadas, tener a nuestra mère. No salimos como los extraviados hijos del gran Saint-Simon al Medio Oriente en busca del ideal femenino, no tuvimos la suerte de ser leídos por Goethe, Balzac o Heine, ni fuimos los banqueros de Napoleón III; pero sí adoptamos, como toda secta, costumbres y lenguaje típico que nos aislaron del entorno, nos dejaron como parias en el mundo social. Como tales afirmamos, en forma cada vez más extravagante, los ademanes sectarios, las formas de una colectividad pequeñísima que se siente y se sabe dueña de la verdad, el camino y la vida. No éramos tan ingenuos para creer que sin partido radical, sindicato revolucionario o movimiento de masas podríamos hacer la revolución, pero confiábamos imperativamente en que solo de este modo nos liberábamos de lo más absurdo. Éramos semidioses truncados, de derrota en derrota. Si viviéramos otra vez, repetiríamos nuestra manera extraña de ser, en el encantamiento de esa soberanía cognitiva que, como a cierto personaje de Cien años de soledad, nos hacía levitar ante el altar.

Algo todavía queda de esa semilla que nos hacía creer muy especiales e imbatibles. Sin esa convicción de fondo, esta biografía de Gutiérrez Girardot sería un trámite nada más que burocrático, una rendición pasiva al mundo de nuestra vida universitaria, en uno de sus sórdidos aspectos. La devoción, que por definición implica vasallaje, era para nosotros la forma alegre y ágil de nuestra libertad de saltar a los matones de nuestra diaria realidad. Así descargábamos toda nuestra furia moral en el escupidero sin fondo de la vida nacional. O lo presuponíamos… La actitud teorética que implica retar el mundo y negarlo era la típica actitud cognitiva de valor absoluto sobre todas las cosas, la cual se traducía en un ajuste de cuentas diario contra todo y contra todos. Borrosa quedó la pregunta sobre el riesgo del escepticismo estéril de esa actitud y sus posibilidades de automutilación intelectiva. Esta vida afectada no era, sin embargo, un juego irónico, sino una descarga incondicional con visos de autodestrucción a flor de piel. Nadie, pues, nos entendía, y en ello consistía en términos cotidianos ser gutierrista.

Los artículos que Gutiérrez Girardot nos enviaba para publicar en Colombia, especialmente los periodísticos, dirigidos a El Espectador de los Cano o La Prensa de los Pastrana, o las cartas dirigidas a José Hernán Castilla y a mí, eran textos venerables que no hacían sino enardecer el pathos desencadenado. Estos textos eran bendecidos una y otra vez con la lectura, la exégesis, la relectura y la divulgación, actos reiterativos en los que confiábamos para mejorar el mundo, para redimir de la postración al país. Adoptamos los ademanes lingüísticos, el estilo; hicimos propia la jerga como grito de combate. Nos figurábamos que él había hecho su sello irreconocible de “Mi defensa” de Domingo Faustino Sarmiento: “Yo he excitado siempre grandes animadversiones y profundas simpatías. He vivido en un mundo de amigos y enemigos, aplaudido y vituperado al mismo tiempo”. Eran y siguen siendo sus juicios fulminantes, su capacidad de herir a fondo con el bisturí de su ensayística, sus intensas imprecaciones y diatribas lo que más nos cautivaba; por supuesto, esto no es lo único ni lo más fundamental de su personalidad intelectual, pero sí algo imprescindible e indisociable.

 

Toda esta pasión se tradujo en Hispanoamérica. Imágenes y perspectivas de 1989, hasta ahora la mejor antología de Gutiérrez Girardot, según especialistas como Carlos Rivas Polo. Editada por José Hernán Castilla, pudimos publicarla gracias al decidido apoyo del doctor Jorge Guerrero, propietario de la editorial Temis. Gustavo Zalamea Traba, diseñador en esa época de La Prensa, distinguió la portada con una litografía (expresaba así su gratitud por la amistad que unió al antologado con la connotada crítica de arte Marta Traba, trágicamente desaparecida en 1983). Durante los dos años de elaboración del librajo, cada martes Jorge Guerrero nos invitaba a José Hernán y a mí a almorzar en el Restaurante Internacional, sito a espaldas de la Universidad del Rosario. Como estudiantes al garete, los tres platos nunca nos defraudaron. Estas invitaciones semanales eran más bien un festejo, una dichosa manera de enterarse, por boca del agudo jurista, de los más picantes chismes de la Bogotá del presente y del pasado (son inolvidables sus recuerdos de Gaitán, de Osorio Lizarazo, de Sanín Cano y de la mezquindad de Eduardo Santos).

La antología era el empecinado esfuerzo de José Hernán Castilla para darle al ensayista el puesto merecido, pero regateado en la parroquia colombiana. La concepción tan elaborada del libro, la disposición y la selección de los ensayos, la escrupulosa y detectivesca bibliografía, desde las primeras contribuciones en prensa, hacen del libro un clásico de las antologías de la crítica literaria colombiana. Un raro y bello ejemplar bibliográfico, no fácil de adquirir hoy. Muchos años después, en la noche del 8 de abril de 2010, y con las intervenciones de Carlos Gaviria Díaz, Fabián Sanabria y Luca D’Ascia, se presentó en el Auditorio del Centro Cultural García Márquez el homenaje de la revista Anthropos, “Rafael Gutiérrez Girardot. Un intelectual crítico y creativo de las tradiciones hispanoamericanas”.36 No le faltó razón al amigo tolimense al decirme entonces, en la mesa y en voz baja: “Yo fui el descubridor de Gutiérrez Girardot”.

Fuimos, pues, los abanderados oficiosos, los agitadores de esquina, los perros falderos de Gutiérrez Girardot, como nos encantaba que nos dijeran. No nos frustraba que la literatura crítica que llegaba a nuestras manos se contrajera a un impacto tan difuso y de menor escala; por lo contrario, como nacidos para el apostolado utópico guterriano en la deshecha Colombia, aquello nos producía el efecto inverso: magnificábamos y asíamos semejantes páginas por ese carácter reverencial y salvador, por la calidad incanjeable que les atribuíamos y que de algún modo no hemos dejado de atribuir en el curso de las cuatro últimas décadas. Con los años, la pasión y el fervor no tienen por qué haber disminuido y, más aún, se acrecientan también a placer. Tratar ahora de hacer el falso ejercicio de distanciarse, de objetivar y neutralizar al monstruo, no es matar al padre, sino un intento absurdo de autonegación. No hay necesidad de hacer una enmienda tras décadas de supuestos extravíos, porque al menos deseábamos acertar y vincular ese acierto con una redención colectiva que todavía no se ha producido. Esa espera está siempre allí, inconfundible, inextinguible. Hay, sí, una distancia entre el hoy y la pasión y fervor juvenil, pero tratar de enmendarse de un vicio tan consustancial, como la dependencia a la heroína, es una falta de respeto consigo mismo y un proceso kafkiano en que uno es a la vez víctima, demandado, juez, fiscal y segunda instancia.

¿Es la biografía una autobiografía “de sustitución, un juego de papeles disfrazados”, como afirma el prolífico Lacouture?37 Parcialmente, no. El rasgo de empatía con Gutiérrez Girardot se cuenta entre los resortes últimos de motivación de su biografía intelectual, como queda dicho, pero no determina ni asfixia la distancia crítica, la modelación proyectiva final del trabajo. Su biografía intelectual no parte de la fascinación por buscar a un héroe padre, un esfuerzo psicológico personalizado por rendir homenaje póstumo a un mártir postergado de nuestra república de las letras. La empatía se encauza más bien en un amplio propósito académicouniversitario por restituir en el flujo dinámico de nuestra historia intelectual latinoamericana y colombiana a uno de sus personajes más representativos del siglo XX, quien justamente desarrolló su amplia labor para proporcionar un sólido piso histórico-social a nuestras letras continentales, desde la Colonia hasta el presente. El “juego de papeles disfrazados” que puede haber en ello significa solo que hay una tradición universitaria propia que debe ser potenciada y que en él puede encontrar un buen comienzo. Es esto lo que nos precave o nos debe precaver de hacer de Gutiérrez Girardot y de todo intelectual una biografía de arrebato. El biografiado representa y debe significar, para este caso, un tipo histórico-sociológico muy diferenciado.

Careció Gutiérrez Girardot de la mano caritativamente oportuna de un colega e íntimo amigo que preservara su memoria, como sí la tuvo en su instante el legendario Lessing en el filósofo Mendelssohn: este concibió el propósito de trazar un cuadro biográfico que lo resaltara entre sus contemporáneos, según indica Dilthey. Todas las líneas que tenemos de los amigos contemporáneos de Gutiérrez Girardot son de ocasión, episódicas, incursiones incipientes y parciales. Así que partimos solo de modestos despliegues que, con todo, son estímulos de una camaradería condicionada entre los discípulos de Gutiérrez Girardot: los trabajos pioneros de José Hernán Castilla, Carlos Sánchez, Edison Neira, Juan Carlos Celis, Selnich Vivas, Rodrigo Zuleta, o los más recientes de Carlos Rivas, Diego Zuluaga, Ana Jaramillo, Andrés Quintero, Andrés Arango, es decir, aquellos inquietos que asumieron una tarea medio despreciada, medio incomprendida, pero decisivamente provocativa. Dicho de otra forma, esta reflexión metodológica es también un lugar de reencuentro entre el biógrafo y sus amigos, condiscípulos y alumnos, a todos los cuales debe tanto y en cuyo círculo eventual de discusiones, y malentendidos, todos tratamos de aprender de todos. Para quien conoce la naturaleza humana, no parece necesario agregar que algunos hemos dejado de hablarnos, que ya no queremos saber unos de los otros, mientras que otros, por supuesto, consolidamos a diario el increíble sueño humano de una amistad inalterable.

Sobre la recepción en Colombia

Ha habido grandes altibajos en la recepción de Rafael Gutiérrez Girardot en Colombia. Carlos Gaviria Díaz, con ocasión de la presentación del homenaje de Anthropos, recordaba que el artículo de Borges publicado en Mito en 1962 lo leyó entonces en su despacho de juez de provincia; siguió la antología El fin de la filosofía y otros ensayos de 1968, la primera en su larga trayectoria, preparada por Darío Ruiz Gómez y publicada en Ediciones Papel Sobrante de Medellín, cuyo director era Óscar Hernández M.; luego hubo algunas publicaciones menores en El Tiempo a mediados de la década de 1960, como sus ensayos sobre la universidad y sobre Lukács. Picos estimulantes en la década de 1970 fueron dos ediciones de Juan Gustavo Cobo Borda, en su momento director editorial de Colcultura: Horas de estudio de 1976 y una versión muy suya de “La literatura colombiana en el siglo XX”, publicada en el tomo III del Manual de historia de Colombia de 1979.38 Esta labor continuó en Procultura, bajo la dirección de Santiago Mutis, con el adusto Aproximaciones de 1986.39 Las entrevistas publicadas en Lecturas Dominicales de El Espectador,40 impulsadas por José Hernán Castilla y mi persona, y por las que agradecemos la complacencia de Ana María Cano, fueron como un boom incidental para una bienvenida condicionada al profesor ensayista radicado en Bonn.41

Un colectivo de estudiantes de la Universidad de Caldas, agrupado en Piedra de Sol, trajo en 1988 a Horst Rogmann, profesor asistente de Gutiérrez Girardot, para dictar un seminario de literatura latinoamericana. La editorial Cave Canem, de Mario Jursich, Óscar Torres Duque, Darío Jaramillo Agudelo y Diego Amaral, publicó en 1989 un ciclo de conferencias del pensador boyacense en la sede bogotana de la Universidad Nacional, a la que llegó invitado por Lisímaco Parra París: Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana constituye todavía hoy un título de gran relevancia crítica. En Manizales, la revista Aleph de Carlos Enrique Ruiz estuvo permanentemente dispuesta a resaltar la obra del maestro: el número 134 de 2005 prueba esa fidelidad. Tampoco pueden pasarse por alto las entradas “Rafael Gutiérrez Girardot” y “El ensayo filosófico”, de Óscar Torres Duque, en la Gran Enciclopedia de Colombia.42 Las entrevistas del periodista Fernando Garavito en Guión y La Prensa aportaron sus dos granos de arena al relieve.43 Durante toda esa década de 1980, Gustavo Bustamante, desde su “antro” del Goce Pagano, hizo su labor nocturnal.44 También continuaron esta labor de divulgación algunos estudiantes de Sociología de la Universidad de Antioquia, por ejemplo, Edison Neira, Juan Carlos Celis y Rafael Rubiano en la revista Crítica. La crítica para responder a la crisis de 1992, inspirada por el ideario guterriano.45

Sin duda, las ediciones de Rafael Humberto Moreno-Durán en la editorial Montesinos tienen un lugar privilegiado. La primera edición de Modernismo en 1983 marca un antes y un después en la divulgación de Gutiérrez Girardot como crítico literario en lengua española: este es su libro símbolo, punto de llegada de una larga labor crítica y punto de partida para futuros ensayos, los cuales desembocan en otro libro que editó el mismo Moreno-Durán: Pensamiento hispanoamericano,46 publicado tras el fallecimiento del ensayista y de su antólogo editor. Siguió la no menos estimulante edición de Lenz, de Georg Büchner, una de las figuras posgoethianas a las que más admiraba Gutiérrez Girardot, quien nos ofrece en el volumen un extenso y brillante prólogo, y una intachable traducción. De comparable factura fueron Moriré callando. Tres poetisas judías. Gertrud Kolmar, Else Lasker-Schüller, Nelly Sachs de 1996. La mano editora de Moreno-Durán también está detrás de Provocaciones e Insistencias, publicadas por la editorial Ariel de Bogotá, así como la mano editora de Alfonso Carvajal está detrás de Jorge Luis Borges. El gusto de ser modesto, César Vallejo y la muerte de Dios y El anticristiano, de Nietzsche, en editorial Panamericana; detrás de Jorge Luis Borges. Ensayo de interpretación en Ediciones B.

Luego de su muerte, han venido creciendo en Colombia, aunque con cierta lentitud, el interés y el estudio por su obra y figura intelectual. Hay en su nativo Sogamoso una institución educativa de primaria y secundaria que lleva su nombre (kilómetro 6, vía Sogamoso-Aquitania). Ha habido una atención especial por parte del investigador y profesor Damián Pachón Soto, reflejada en ponencias, ediciones y artículos académicos sobre el significado de su labor filosófica, en particular sobre sus análisis del nihilismo.47 La revista Pensamiento y Acción48 publicó un dosier con contribuciones de Eleázar Plata, Darío Fernando Rodríguez, Miyer Fernando Pineda y Clara María Parra. El interés en la universidad se ha visto reflejado en la edición de La encrucijada universitaria de 2011, publicado por Asoprudea en la Universidad de Antioquia con la participación de Selnich Vivas, Diego Zuluaga, Carlos Rivas y Diego Contreras (hay en curso una reedición ampliada, por parte de Luis Quiroz y Juan Camilo Dávila).49 En la Universidad del Tolima, los números 8 y 28 de la revista Aquelarre, dirigida por Julio César Carrión, contaron con la selección de José Hernán Castilla, complementando Hispanoamérica. Imágenes y perspectivas. La publicación de los dos volúmenes de Ensayos de literatura colombiana por Jairo Osorio en el Fondo Editorial de la Universidad Autónoma Latinoamericana, los cuales cuentan ya con tres reimpresiones, es un hito en este impulso. Las tesis de pregrado, maestría y doctorado realizadas sobre el crítico boyacense de Selnich Vivas, Ana María Jaramillo, Diego Zuluaga, Andrés Arango, Carlos Rivas, Andrés Quintero, Juan Carlos Herrera, Jhonathan Tapias y Leonardo Morroy garantizan la continuidad de la discusión inter pares. La traducción reciente de la lección magistral El problema del modernismo, realizada por Andrés Quintero para la Editorial Universidad de Antioquia, estimula el retorno crítico a Modernismo… Hay otros asuntos que se me escapan, pero omitir no es ofender.

 

Por todo ello, cuando la profesora Carmen Elisa Acosta me insiste, con ese énfasis seriote que la distingue, que yo exagero al quejarme por la escasa difusión o atención de Gutiérrez Girardot, acaso le asiste justa razón. Para añadirle quizá otro argumento, transcribo el correo electrónico del pasado 17 de marzo de 2020 de Jorge Iván Gómez, testimonio procedente de Manizales que ofrece una viva muestra de la presencia y vigencia del pensamiento de Gutiérrez Girardot y que fue escrito a instancias de esta investigación:

Para algunos ciudadanos interesados en el mundo de los libros, la lectura y apropiación social de las ideas el nombre de Rafael Gutiérrez Girardot empezó a circular en Caldas gracias al Manual de historia de Colombia, al Magazín Dominical de El Espectador, a la revista Argumentos, y a la revista Aleph, gracias a su director el intelectual e ingeniero Carlos Enrique Ruiz.

En mi caso personal se inició con la lectura del Manual de historia de Colombia, y del artículo “Universidad y Sociedad”, que la revista Argumentos cedió al Magazín Dominical de El Espectador. Después vino la lectura completa del número de Argumentos sobre Universidad y Sociedad, editado entre Rubén Jaramillo Vélez, usted, Carlos Sánchez Lozano, y en el cual se hizo un homenaje a la tradición de pensadores de América Latina desde Andrés Bello, hasta llegar al mundo contemporáneo.

Después de esta publicación vino la lectura del libro Horas de estudio, la edición de libro de Procultura, las visitas de Rafael Gutiérrez a la ciudad para los seminarios en los cuales presentó sus textos sobre temas y problemas de una historia social de la literatura latinoamericana, y en los cuales nos orientaba a todos a leer lo más representativo de la literatura y el pensamiento latinoamericano y reconocernos en esa tradición, que a la vez es un llamado de atención a la tradición europea emancipadora y liberadora.

Luego vinieron las invitaciones de Gutiérrez a Bogotá para seminarios en la Biblioteca Luis Ángel Arango, donde se plantearon diversidad de hipótesis sobre el tránsito en Europa de una concepción liberal del Estado a una concepción autoritaria, lo que dio alas al trabajo que usted realizó sobre la República Liberal, Gaitán y Laureano Gómez y la concepción autoritaria del Estado que usted vino a exponer a Manizales en el año de 1989.

Siguieron los trabajos conjuntos entre Argumentos y la revista Investigar, en la que se publicaron aproximaciones al nadaísmo hechas por Carlos Sánchez Lozano, el trabajo sobre el proceso de la codificación del derecho civil en Colombia hecha por Óscar Julián Guerrero, que me estimuló a mí a hacer un trabajo sobre el proceso codificador del derecho civil y la importancia de Andrés Bello, tesis con la que recibí mi título de Abogado en el año de 1993.

Recuerdo la visita de Gutiérrez organizada por la revista Aleph, gracias al intelectual e ingeniero Carlos Enrique Ruiz, en la que Gutiérrez vino a Manizales a presentar su libro sobre la formación del intelectual latinoamericano en el siglo XIX.

Del año 1993 en adelante estuve cerca de Rubén Jaramillo por temporadas y perdí conexiones con el mundo intelectual de Rafael Gutiérrez por mi concentración en sacar adelante mi ejercicio profesional de abogado, de asesor de autoridades públicas como mi trabajo con el senador de la República Luis Alfonso Hoyos Aristizábal, de esposo y padre de familia, roles que asumí desde el año de 1994.

Ahora que estoy retomando mis nexos y responsabilidades me doy cuenta de que varios han seguido aportando y estimulando para la consolidación de una vida política y cultural en el país más activa y deliberante. A Rafael Gutiérrez le debemos la invitación a ser cada día más responsables, rigurosos, exigentes, metódicos. Él nos garantizó que el camino del conocimiento conlleva a la emancipación. Ahí lo seguimos demostrando.

También por expresa solicitud para esta extensa (e inabarcable) biografía intelectual, y como parte del trabajo en colectivo que en ella hemos aplicado, el filólogo y traductor Andrés Felipe Quintero Atehortúa reseñó la tesis doctoral del arquitecto y también filólogo Carlos Rivas Polo. La investigación del profesor Rivas Polo mereció, es inadmisible silenciarlo, mención honorífica a tesis de doctorado en el concurso organizado por el III Congreso de Historia Intelectual en 2016 del Colegio de México.

La tesis doctoral del profesor Carlos Rivas Polo, Rafael Gutiérrez Girardot. Los años de formación en Colombia y España (1928-1953), constituye el primer aporte significativo en la construcción del itinerario intelectual del crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot en Colombia. Sus 531 páginas comprueban la seriedad y el arduo trabajo investigativo que llevó a cabo Rivas Polo durante su estancia en España, el país que proporcionó a Gutiérrez sus bases conceptuales para explicar el entramado del pensamiento latinoamericano y que será clave para definir los horizontes interpretativos sobre la literatura en lengua española.

Podríamos afirmar que esta tesis es pionera en los estudios disponibles sobre Gutiérrez Girardot, pues aborda las influencias más determinantes en la conformación del crítico colombiano. Para descifrar los entresijos de la vida de un intelectual, Rivas nos describe los años universitarios del autor, sus estudios de Derecho en el Colegio Mayor Nuestra Sra. del Rosario y los estudios de Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá. Para tal efecto, se hace indispensable rastrear las raíces de la hispanidad, así como su filiación con el Instituto de Cultura Hispánica.

En esta dialéctica que Gutiérrez plantea sobre el mundo hispánico con todas sus limitaciones y alcances, resulta necesario poner de relieve la figura sacralizada de Ortega y Gasset, objeto de disputa y lucha verbal continua con la que Gutiérrez logra establecer los vínculos de la España profunda y los países iberoamericanos que siguen bebiendo de la fuente primaria que es la madre patria, y de la cual, por mucho tiempo, fue difícil cortar el cordón umbilical para adquirir una personalidad, un sello propio. En este caso, si España era un modelo para Latinoamérica, cabía preguntarse por su actualidad y el devenir histórico que significaba aferrarse a este pasado. ¿Qué puede rescatarse de estas relaciones tan ambivalentes y contradictorias entre “el país de los conejos” (España) y sus excolonias?

Precisamente es este el argumento de fondo que le sirve a Rivas Polo para trazar los caminos intrincados que le permitieron a Gutiérrez comprender la complejidad metodológica que suponía Latinoamérica. De esta manera, Rivas Polo dedica una tercera parte de su tesis a la relación intelectual tan profunda que cultivó Gutiérrez con su maestro Alfonso Reyes, de quien afirmará: “Yo fui uno de esos que no saben que existe América”. Gracias a Reyes, Gutiérrez pudo sopesar el conocimiento adquirido sobre el devenir de Latinoamérica, cómo se fue articulando en medio de tantas privaciones y carencias.