Invitación a la fe

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Sari: Patmos #297
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2. LA BIBLIA

1. LA BIBLIA Y SUS LIBROS

Con casi todas las cosas que se refieren a la religión cristiana pasa lo mismo: da la sensación de que son cosas sabidas, pero muy pocos serían capaces de explicarlas si les preguntaran por ellas.

¿Qué es la Biblia? Quizá sea la pregunta más fácil. Casi todo el mundo puede responder que es un libro sagrado judío y cristiano. Muchos también lo han abierto y han intentado leer algo. Pero es difícil hacerse idea de lo que es la Biblia ojeando sus páginas sin ninguna preparación. Tampoco entendemos bien la Ilíada, si no sabemos nada de la historia, la geografía, la cultura, la religión y las costumbres griegas antiguas.

Además, la Biblia es más complicada que la Ilíada, porque no es un libro, sino muchos libros reunidos en un tomo. Antiguamente, se conservaban en rollos separados. Y todavía se hace así en las sinagogas judías.

Son libros muy distintos, que han sido redactados durante más de mil años. Algunos relatos son más antiguos que la escritura hebrea en la que fueron escritos, porque antes se transmitían oralmente. La escritura hebrea nació al escribir la Biblia. Y lo mismo ha sucedido después con muchas lenguas. La Biblia ha sido un libro muy importante en la historia de la escritura y de la cultura humanas. Por ejemplo, el alfabeto cirílico, ruso, se creó para escribir la Biblia. Y se suele decir que el alemán moderno, como tantas lenguas, se configuró con la traducción de la Biblia que hizo Lutero.

¿Y por qué era tan importante conservar estos libros antiguos? Muy pocos pueblos han conservado su historia desde los tiempos más antiguos. En España, por ejemplo, no conservamos ningún libro, ninguna tradición y ninguna historia de los muchos pueblos y tribus que encontraron los romanos cuando llegaron. Seguramente, tendrían tradiciones, pero o no consiguieron escribirlas o no consiguieron transmitirlas.

La mayor parte de las lenguas del mundo no han tenido y no tienen escritura. Pero el pueblo hebreo sí que tenía. Tenía una historia que transmitir y elaboró una escritura para contarla. ¿Por qué? Porque se consideraba y se considera un pueblo que hace más de tres mil quinientos años conoció a Dios y estableció una Alianza con Él. Todos los libros de la Biblia se refieren a ese trato con Dios y a la historia de esa Alianza.

Los libros de la Biblia se suelen dividir en tres grupos. El primero son los libros que cuentan el inicio de la historia del pueblo hebreo y su desarrollo: por eso se les llama “libros históricos”, en un sentido amplio. El segundo grupo son los libros que recogen la vidas y enseñanzas de los profetas de Israel, que hablaban en nombre de Dios; por eso, se les llama “libros proféticos”. Y en el tercer grupo se ponen el resto de los libros, sobre todo, el libro de los salmos, que son las oraciones poéticas de Israel; también los textos que recogen su sabiduría. A este conjunto de la Biblia judía, los cristianos añadieron los cuatro evangelios de Jesucristo y los escritos de los Apóstoles.

2. LAS VIEJAS TRADICIONES DE LOS PATRIARCAS Y LA ALIANZA

Decíamos que la Biblia está compuesta de muchos libros de diverso tipo y de diferentes épocas. A veces, es difícil fijar cuándo se ha escrito un texto, porque puede basarse en relatos orales anteriores; y también, porque a lo largo de la historia, se pueden haber juntado textos o mejorado la redacción. Lo que sabemos es que, en tiempos de Jesucristo, hace dos mil años, los libros que componen nuestra Biblia ya eran como son hoy. Y tanto la tradición judía como la cristiana han hecho un enorme esfuerzo por conservarlos. Son los textos que mejor han atravesado la historia humana, por la multitud de copias, traducciones y testimonios que conservamos. De ningún otro libro de la antigüedad tenemos tantas y tan buenas copias y traducciones.

Los primeros cinco libros de la Biblia forman una unidad, que los cristianos llamamos “Pentateuco”, palabra griega que significa “cinco libros”. Los judíos le llaman la “Toráh”, que en hebreo quiere decir “la Ley”, porque contiene la ley de vida que tienen que vivir; pero también porque en esos textos se narra el origen del pueblo judío. Son algo así como su “Constitución”.

El primer libro del Pentateuco es el Génesis, que narra los orígenes del universo y del pueblo de Israel. A los judíos les gusta llamarle por la primera palabra del libro, Beresit, que significa “en el principio”, porque la primera frase de ese libro y de toda la Biblia es: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra”.

En ese libro se narra sobre todo la historia de los patriarcas y de su alianza con Dios. Se llaman patriarcas a los padres del pueblo hebreo. El Génesis cuenta que un día Dios se presentó a Abraham, un caldeo, habitante de Mesopotamia, hoy Irak. Estableció con él una Alianza. Le pidió que le adorara sólo a Él. Y le hizo unas promesas: que su descendencia formaría un gran pueblo; que recibiría una tierra (la tierra prometida, Israel); y que por esta alianza serían bendecidas todas las naciones. Después, Dios se presentó varias veces a Abraham y renovó solemnemente la Alianza. Guiado por la fe en Dios, Abraham salió de Caldea y se instaló en la tierra prometida, la que ocuparía su descendencia.

Abraham es el origen de Israel. Transmitió la Alianza con Dios a su hijo Isaac, y a su nieto, Jacob. Este tuvo doce hijos y de ellos surgieron las doce tribus de Israel. De cada patriarca el Génesis cuenta pocos recuerdos significativos y, sobre todo, la solemne renovación de la Alianza con Dios. Hay que leerlos como lo que son: antiquísimas tradiciones con fuerte sentido religioso. Estas escenas han constituido durante siglos la base de la imaginación de nuestros artistas, de manera que están representadas por todas partes.

No todas las personas tienen facilidad para leer textos antiguos, por falta de gusto o de sensibilidad literaria. Los antiguos no se expresaban de la misma manera que nos expresamos hoy. Pero el que tenga sensibilidad disfrutará mucho con estos relatos que contienen un fuerte mensaje religioso del que todavía vivimos una parte importante de la humanidad.

3. LA CREACIÓN DEL MUNDO SEGÚN EL GÉNESIS

A la hermosa historia de los patriarcas, el Génesis antepone la creación del mundo, como si fuera un prólogo de la Alianza. Para entender bien lo que Dios ha hecho en la historia, hay que entender que también el mundo es obra de Dios. Es lo que quieren subrayar las narraciones de la creación.

Son narraciones muy hermosas, que tienen el gusto literario de los textos antiguos y están llenas de imágenes. Recuerdan textos de otras culturas donde se habla de los orígenes mitológicos del mundo. Pero la Biblia marca una gran diferencia. En los relatos más antiguos de la humanidad se habla del origen de los dioses a la vez que del origen del mundo. Pero la primera frase de la Biblia es: “En el principio, creó Dios el cielo y la tierra”. La Biblia da por supuesto que sólo hay un Dios creador, que está ya antes del principio del mundo y que no se confunde con el mundo. Tres rasgos diferenciales.

Los primeros capítulos del Génesis cuentan cómo Dios crea el cosmos en diversas etapas con la fuerza de su palabra. Y es bonito leer que, una vez tras otra, se dice que es bueno lo que Dios ha creado. Con eso nos asegura que el mundo, con toda su belleza y orden, ha salido de las manos de Dios. Que sólo hay un Dios creador y que todo lo que hay en la naturaleza son fuerzas naturales y creadas. Esto era muy diferente de lo que pensaban la mayor parte de los pueblos vecinos.

También son muy hermosas y llenas de simbolismo las dos narraciones del origen del ser humano, Adán y Eva. Ocupan un lugar especial en la creación, porque son imagen de Dios y no solo un pedazo de tierra. Tienen una dignidad especial, tanto varón como mujer, por eso hay que respetarlos y no se puede derramar su sangre de cualquier modo. Dios bendice la fecundidad humana y el matrimonio, donde los dos forman “una sola carne”. También habla del primer pecado de Adán y Eva, por no respetar la ley que Dios les da. Es la prefiguración de todo pecado.

El libro del Génesis cuenta el origen del universo como podía contarlo un autor de aquella época. Es un relato religioso y no un relato científico. A veces con afán polémico, durante más de dos siglos, algunos científicos han repetido que no hay creación porque la materia ni se crea ni se destruye. Pero desde 1965, la física moderna ha llegado a la conclusión de que nuestro universo ha surgido con una explosión que tuvo lugar hace, aproximadamente, 13 300 millones de años. No conviene mezclar demasiado los campos entre la Biblia, que tiene un lenguaje literario, con el de las ciencias que trabajan investigando la materia. Pero nunca se había parecido tanto lo que comprueba la física moderna con lo que cuenta el Génesis.

Puede suceder que ese Big Bang de hace 13 300 años no sea realmente el origen, sino que haya fases anteriores. De momento, no lo sabemos. Lo que sabemos es que todo nuestro universo procede de ahí. Y, por otro lado, por el Génesis, sabemos que Dios creó el mundo. Quizá en ese momento, quizá antes. Pero así empezó el tiempo y nuestra historia.

4. MOISÉS Y EL ÉXODO HASTA EL SINAÍ

Las historias de los patriarcas, con ese sorprendente y hermoso prólogo que es la creación del mundo, definen el origen del pueblo hebreo, basado en la Alianza con Dios, con sus tres grandes promesas: será un pueblo numeroso, recibirá la tierra prometida, y en él serán bendecidas todas las naciones.

El Génesis termina con la bonita historia de José, uno de los doce hijos de Jacob, que es vendido por sus hermanos como esclavo. Lo llevan a Egipto y allí, por lo mucho que vale, consigue llegar a ser un gran administrador que goza de la plena confianza del faraón. El hambre llevará a que acudan a él los mismos hermanos que le habían vendido. Y así la descendencia de los patriarcas se traslada a Egipto, con sus familias, sus criados y sus ganados. Un centenar de personas o quizá más.

 

El Génesis, primer libro de la Biblia, acaba aquí. Todo esto es como la historia más antigua, las viejas tradiciones que quedan muy atrás en el tiempo. El siguiente libro de la Biblia, el Éxodo, empieza mucho después. Han pasado varios siglos y estamos hacia el siglo XIII o XIV antes de Cristo. La situación ha cambiado. La descendencia ha crecido hasta formar un pueblo. Y ya no gozan del favor de los egipcios, por miedo a ese aumento. Por eso el faraón quiere esclavizarlo y reducirlo. Son tiempos duros.

Entonces Dios suscita un gran líder para liberar al pueblo. Es Moisés. Su historia es hermosa y vale la pena leerla en ese segundo libro de la Biblia que se llama Éxodo, porque trata de Israel que sale de Egipto.

Moisés recibe el encargo de sacar a Israel de Egipto y conducirlo a la tierra prometida. Convence al faraón. Anima y organiza al pueblo, lo conduce por el desierto y obtiene un gran triunfo, al pasar el Mar Rojo, sobre los egipcios que les persiguen. Pero para que se vea cómo hace Dios las cosas, resulta que Moisés era tartamudo. Para explicarse, le ayuda su hermano, Aarón, que será nombrado sacerdote principal y origen de la casta sacerdotal de Israel.

Moisés condujo al pueblo por el desierto hasta el monte que da nombre a la península, el Sinaí. Allí renovó solemnemente la Alianza del pueblo con Dios, entre manifestaciones espectaculares. Y recibió las leyes morales (los Diez Mandamientos) y las prescripciones para el culto. Construyeron una gran tienda o tabernáculo que en adelante será el lugar de Dios en medio de su pueblo. Cuando Moisés iba allí salía con el rostro encendido. Después condujo al pueblo hasta la frontera de la tierra prometida.

Moisés es una personalidad fascinante, la segunda figura fundacional, después de Abraham. Hombre fiel a Dios y guía de Israel. El libro del Éxodo recuerda que “hablaba con Dios cara a cara como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 11-13). Y el último libro del Pentateuco, Deuteronomio, que resume todo, lamenta que “no ha vuelto a surgir un guía semejante en Israel que hable con Dios cara a cara” (Dt 34,10). Será Jesucristo.

El libro del Éxodo con sus etapas: salir de la esclavitud, cruzar el Mar Rojo, peregrinar por el desierto, encontrarse con Dios y entrar en la tierra prometida, es también una parábola de la vida humana. Los judíos celebran la salida de Egipto en la fiesta de la Pascua. Pero ese día resucitó Jesucristo. La Iglesia celebra la Pascua recordando la liberación del pecado y la renovación del cristiano en Cristo resucitado.

5. EL REINO DE DAVID Y LOS PROFETAS

Después del Pentateuco, los libros siguientes de la Biblia, el de los Jueces, el de Josué y los libros de los Reyes cuentan la conquista de la tierra prometida y el establecimiento del Reino de Israel, con su capital en Jerusalén y su templo. Es una historia larga, con avances y retrocesos importantes. Al principio, el pueblo de Israel es gobernado por líderes religiosos que Dios hace surgir: se les llama Jueces. Pero, por la insistencia del pueblo, que quiere parecerse a sus vecinos, Dios les elige un rey. Primero, Saúl. Después, cuando falla Saúl, David.

David es el origen de la monarquía israelita y el rey modelo. La tercera gran figura de la Biblia, después de Abraham, padre del pueblo, y de Moisés, guía de la liberación. Sin olvidarse de Adán, que queda atrás, como origen de la humanidad junto con Eva.

David es el Rey que conquista la ciudad santa, Jerusalén que, desde entonces, será la capital del pueblo de la Alianza y el lugar principal de la presencia de Dios en la tierra. Era un hombre enamorado de la gloria de Dios, que compone hermosas alabanzas y oraciones, el núcleo del libro de los Salmos. Él mismo los tocaba y cantaba danzando. También era un hombre de contrastes y grandes pecados que tiene que purgar. Grandeza y miseria.

Recibe la profecía que de su descendencia saldrá un gran Rey. Será Jesucristo. En referencia a Adán, Jesucristo es el origen de la nueva humanidad. En referencia a Abraham, el origen del nuevo pueblo de la Alianza, pero no por la herencia de la carne, sino del Espíritu Santo. En referencia a Moisés, el guía que saca al pueblo del pecado, y lo lleva a la tierra prometida. Y en referencia a David, el Rey del nuevo Reino, que no será un reino de este mundo, como Cristo mismo explica a Pilato (Jn 18, 36).

El hijo de David, Salomón, al ser elegido Rey, pide a Dios sabiduría. Y Dios se la concede. A él le tocó construir el hermoso templo en Jerusalén. Ya se han cumplido materialmente las promesas. Hay un pueblo, una tierra prometida, con su capital, la ciudad santa de Jerusalén y su templo, centro del culto. Está todo, pero todavía es demasiado humano. El propio Salomón cae en pecado y viola la alianza porque da culto a otros dioses, impulsado por sus mujeres.

Desde entonces, la historia de Israel se parece a la de otros pueblos: intrigas de palacio, divisiones, violencias, rebeliones, guerras con los vecinos. Pero siempre hay algo peculiar: la Alianza. Para recordarla y hacerla respetar, Dios suscita unos personajes peculiares, que se llaman los profetas.

Hoy profeta significa en castellano el que adivina el futuro. Pero en la Biblia significa el que habla de parte de Dios. Recriminan a los reyes y al pueblo por sus pecados y desviaciones y les invitan a la conversión; interpretan las desgracias históricas de Israel como castigo por su infidelidad. También les traen aliento y consuelo en sus desgracias.

Y empiezan a anunciar la venida de un Mesías, salvador de Israel y la renovación de la Alianza con Dios, con un cambio del corazón. Dios pondrá directamente su Ley en los corazones, al dar su Espíritu. Y así cumplirán la ley. Las promesas de renovación se concentran en el anuncio misterioso de un Mesías, ungido por el Espíritu de Dios, Siervo obediente de Dios para cumplir sus designios, rey descendiente de David y guía del pueblo como Moisés.

6. LIBROS SAPIENCIALES Y SALMOS

El tercer grupo de libros de la Biblia está formado por los salmos y los libros sapienciales. El libro de los Salmos reúne la poética religiosa de Israel. En su mayoría son alabanzas y también quejas que se dirigen a Dios. En principio, estaban compuestos para ser cantados, pero no sabemos cómo se cantaban. El núcleo original es un grupo de Salmos que, según la tradición de Israel, vienen del Rey David.

Lo bonito de los Salmos es que expresan los sentimientos del ser humano cuando se pone delante de Dios. De un Dios que es creador, justo y bueno. Son tan auténticos que, todavía hoy, a pesar de la distancia histórica, una persona puede usarlos para expresar sus sentimientos. En los himnos de gloria y alabanza, se agradece a Dios la creación del mundo y sus maravillas. En los salmos penitenciales, se pide perdón a Dios por los propios pecados. Y en los salmos de queja y petición de ayuda, se lamenta uno por los males que padece, que, a veces le parecen incomprensibles.

Una persona que quiere ser honrada y fiel a Dios también experimenta la contradicción interior y el fracaso o la persecución. Y esto nos prueba mucho porque nos sentimos desamparados en el mundo. El mismo Cristo expresó este sentimiento cuando desde la cruz se queja: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Son palabras tremendas del salmo 22, que Cristo recita desde la cruz. Y muere con las palabras de otro salmo: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31,6).

La Iglesia usa constantemente los salmos para su oración. Y los monjes y monjas y religiosos y sacerdotes y muchos cristianos los recitamos diariamente en la oración oficial de la Iglesia, que se llama Liturgia de las Horas y que se reparte a lo largo del día. Laudes, por la mañana. Vísperas por la tarde. Al cabo de un mes se recitan todos los salmos de la Biblia.

Hay también libros sapienciales, porque tratan de la sabiduría, el saber más profundo, los designios de Dios creador sobre el sentido de la vida y del cosmos. ¿Qué sentido tiene la vida, para qué estamos en el mundo y cómo tenemos que vivir? El libro de los Proverbios contiene aforismos o sentencias sobre la manera sabia de vivir y también otros grandes libros, como el Libro de la Sabiduría, el de Ben Sirac o el Qohelet que nos hablan de la sabiduría divina que creó el mundo y gobierna la historia. La sabiduría es un saber sabroso: en castellano se ha conservado la hermosa relación entre saber y sabor.

En esos libros, la sabiduría divina que ha hecho el mundo se presenta misteriosamente personalizada. En el libro de los Proverbios (8, 22-31) se lee: “Desde el principio fui formada, antes del origen de la tierra. No había manantiales ni hontanares; no estaban todavía encajados los montes. Cuando trazaba la bóveda celeste sobre la faz del océano, cuando sujetaba las nubes en la altura y contenía las fuentes abismales”. Y en el Libro de la Sabiduría: “Contigo está la sabiduría, que conoce de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos. Mándala desde tus santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y llegue a saber lo que te es grato” (Sb 9, 9-10).

Los cristianos entenderán que habla poéticamente del Hijo de Dios, que misteriosamente en el comienzo de su Evangelio San Juan llama el Logos, palabra griega que se traduce por el Verbo o la Palabra o el conocimiento divino.

7. LA BIBLIA CRISTIANA

El cristianismo nació dentro de la tradición judía y, por eso, venera y ama todos los libros de la Biblia judía. Pero hay algunas diferencias. Al expandirse el cristianismo, el judaísmo marcó las fronteras y apartó de su Biblia todo lo escrito en griego, prohibió las traducciones griegas que usaban los cristianos y ordenó que en las sinagogas sólo se guardara y leyera la Biblia en hebreo.

Por eso, desde el siglo I, la Biblia cristiana contiene algunos libros en griego que ya no recoge la Biblia judía. Además, y es lo más importante, los cristianos le añadieron los Evangelios (en griego), con la vida y mensaje de Jesucristo, y los escritos de los Apóstoles, que son: una breve historia de los primeros años de la Iglesia, que se llama Hechos de los Apóstoles, un conjunto de Cartas, la mayoría de san Pablo, y el misterioso libro del Apocalipsis, que cierra la Biblia cristiana y habla del final de los tiempos.

Los cristianos añadieron estos libros porque creemos que Jesús es el Mesías anunciado por los profetas, y que en Él se ha realizado la renovación de la Alianza. El nombre de Jesu-cristo confiesa que Jesús es el Mesías. Cristo en griego significa lo mismo que Mesías en hebreo (o arameo): es decir el “Ungido” por el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que cambiará los corazones poniendo dentro la Ley del Señor.

En los evangelios, se hacen muchas referencias a los profetas y a los salmos, para mostrar que en Cristo se cumplen las promesas a Israel sobre el Mesías, la nueva Alianza y el nuevo Reino de Dios. Cristo mismo explicó a sus apóstoles el sentido de su muerte y de su resurrección y cómo estaba anunciado en los profetas y salmos de Israel. Cuando en el credo cristiano se dice que “resucitó según las Escrituras” quiere decir que resucitó según estaba anunciado y es un eco directo de las palabras de Cristo.

Las buenas ediciones de la Biblia suelen tener en los márgenes referencias a otros textos de la Biblia. Es sorprendente y sabroso seguirlas porque así se descubre la profunda red de relaciones. La Biblia está compuesta a lo largo de la historia de Israel, con hechos y dichos en conexión unos con otros. Al estudiarla así, se revela su unidad y la trama de fondo, que es la “Historia de la Alianza” o “Historia de la salvación”: Con el inicio de la Alianza con Abraham y los Patriarcas o padres de Israel (precedido del relato de la creación). La liberación y renovación solemne de la Alianza con Moisés. El establecimiento del Reino y la ciudad santa, con David. Y desde entonces, los fallos de reyes y reinos terrenos, con las promesas de una renovación de la Alianza y del Reino con el Mesías.

La Biblia tiene también un lenguaje de figuras (tipológico, se llama) porque en Cristo confluyen las de Adán y de Abraham y de Moisés y de David y de un misterioso sacerdote antiguo de Jerusalén, Melquisedec. Jesucristo es cabeza de la humanidad (como Adán), del nuevo pueblo de la Alianza (como Abraham), Rey de la casa de David, sacerdote como Melquisedec. Melquisedec, que no era hebreo, había ofrecido en tiempos de Abraham un misterioso sacrificio de pan y vino (Génesis, 14, 18).

 

Al establecer la Alianza, Dios dijo a Abraham que sería una bendición para todas las naciones. Y cuando María llevó a Jesús recién nacido para presentarlo en el templo de Jerusalén, un anciano de Israel, Simeón, lo tomó emocionado en sus brazos y exclamó: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 22-35).