La Pasión de los Olvidados:

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

El inspector operó rápidamente con su lápiz táctil sobre la pantalla de la UP y, acto seguido, se la tendió a Ethan. Éste tomó en sus manos temblorosas aquel objeto plano y liviano y, tratando de mantener la compostura, miró la fotografía que en él se mostraba. Al centrar su atención en ella el abismo terminó de abrirse definitivamente, el rostro hinchado, ensangrentado e inerte que se mostraba en la pantalla era el de Samuel, no había duda alguna. Su hermano estaba muerto. Sintiendo que su cuerpo estaba más frío que nunca, que su consciencia estaba a punto de desvanecerse en medio del repentino torbellino que se había apoderado de su cabeza, Ethan le devolvió la UP al inspector asintiendo levemente pero sin ser capaz de decir una palabra. No eran necesarias más confirmaciones.

- Lo siento mucho - anunció Finnegan con calculado tono de pésame -. Aunque no creo que les sirva de ayuda, imagino que les gustaría saber que el señor Samuel Sutton se encontraba en la zona de los campos de refugiados de Watford en el momento de su muerte. Un bólido solitario de gran potencia cayó allí a primera hora de la tarde. Hubo muchas víctimas, ya saben, los campos son áreas densamente pobladas. A pesar de todo han sido relativamente afortunados, tenemos una identificación positiva y se puede dar por concluido el procedimiento. Él se encontraba un tanto alejado del lugar del impacto, lo mató la onda expansiva, de haber estado mucho más cerca no hubiera quedado gran cosa que identificar. Es lo que ha sucedido con los restos de al menos otras doscientas personas.

El funcionario del traje gris decía que habían sido afortunados, al menos la incertidumbre dejaría de consumirles porque ya sabían lo que había sucedido. Sí, por fin Ethan lo sabía, y un tipo de angustia daría paso a otro muy diferente. “¡Estúpido, estúpido, estúpido, puto retrasado de mierda! Deberías haber ido tú, deberías haber sido tú el que cayera. Ahora Samuel está muerto y es culpa tuya”; esas palabras resonaban una y otra vez en su cabeza, carcomiéndole por dentro.

- Discúlpenme señores, debo marcharme - el inspector rompió una vez más el denso silencio reinante -. Créanme que lo lamento de veras, las noticias que estoy obligado a dar son aquellas que nadie quiere escuchar. Tengo más trabajo que hacer esta mañana, que tengan suerte. Buenos días.

Diciendo esto dio media vuelta y se marchó caminando pausadamente. Puede que el gobierno de la época, refugiado en Dublín como el resto de aliados europeos, hubiera abandonado a su suerte a la mayoría de los habitantes de Gran Bretaña. No obstante todavía concedía gran importancia a gestos como aquellos, en cierto sentido inútiles, para demostrar que seguía estando presente. De esta manera cientos, tal vez miles, de grises funcionarios como Finnegan recorrían el país llevando a cabo su lúgubre labor. Informaban de las pérdidas puesto que no podían evitarlas.

Ethan y su madre se quedaron solos uno frente al otro, callados y sin tan siquiera mirarse durante no se sabe cuánto tiempo. Ella mantenía un semblante inexpresivo, como si permaneciera en estado catatónico, como si todavía no fuera consciente de lo sucedido.

- ¿Cómo has logrado dar conmigo? - quiso saber Ethan al cabo. Como si aquello fuera lo más importante en esos momentos -.

A lo que la apagada voz de Nancy respondió con otra pregunta:

- ¿Qué hacía en Watford?

Entonces Ethan se lo contó todo, quizá no era lo más conveniente, pero al fin y al cabo era su madre y tenía el derecho a conocer la verdad. Así pudo descargarse, expulsar toda la rabia que tenía dentro, todos los sentimientos de culpabilidad y toda la frustración. Mientras él confesaba su madre apenas sí varió la expresión ¿No sentía nada al respecto? O tal vez la base la había insensibilizado hasta tal punto que ya era incapaz de sentir. Nadie imaginaría que la procesión iba por dentro.

Él era incapaz de recordar con claridad cómo se había llegado a aquella situación. Hubo un tiempo en que Nancy fue seguramente como debían de ser la mayoría de las madres, cariñosa, entregada al cuidado de sus hijos, siempre atenta y protectora. Si, Ethan apenas recordaba esa época, como apenas recordaba a Craig, su padre. A pesar de las enormes dificultades sabía que por aquel entonces llegaron a ser felices, una familia completa. Él sólo era un crío y Samuel un avispado retaco que apenas sí levantaba unos palmos del suelo. Pero la temprana desaparición de su padre supuso el inicio del descenso a los infiernos. Mamá dejó de ser mamá y se convirtió en Nancy, una sombra enfermiza y degenerada de lo que una vez fue. Aquella droga de consumo habitual en aquellos años, un variopinto cóctel de productos de fabricación casera conocido vulgarmente como base, podía tener parte de la culpa. Pero como a menudo suele suceder el mal ya estaba dentro antes de que un veneno externo lo amplificara. Ethan temía a ese fantasma más que a cualquier otra cosa, lo temía porque ya se había deslizado por la misma peligrosa pendiente. Él era como su madre y Samuel había sido como su padre. Si le retiraban aquel apoyo fundamental tal vez no lograra ponerse en pie nunca más.

Y viendo el proceso de autodestrucción en Nancy veía su propio futuro. Ambos lo sabían y se separaron sin más, sin apenas mantener una conversación. No hubo llantos, ni abrazos y mucho menos palabras de consuelo. Cada uno sabía muy bien dónde encontraría refugio para su dolor.

***

Tal vez a causa de esa sensación de deriva y confusión, de no saber muy bien qué esperar del futuro, Ethan fue en busca de su madre días más tarde. Engañándose a sí mismo quiso creer que no sabía por qué estaba haciendo aquello, pero en el fondo sus motivos estaban bien claros.

Nancy solía deambular por Beckton, una antigua barriada próxima a las inmundas y extensísimas explanadas donde antes se habían ubicado los antiguos muelles Victoria, Albert y King George junto al aeropuerto de Londres. El aeropuerto tampoco existía, como todo lo demás el Enemigo lo destruyó mucho tiempo atrás y las aguas de los muelles habían sido cegadas con sedimentos dragados del curso bajo del Támesis. Aquel lugar era ahora otro sucio agujero más de la ciudad donde malvivían toda clase de desheredados en cientos, incluso miles, de chabolas junto a la basura, las ratas y los perros y gatos callejeros. Allí se ubicaba también el gran mercado de Canning Town, en esos tiempos el mayor centro de trueque y compra-venta clandestina de todo Londres. La práctica totalidad de las transacciones que allí se realizaban eran ilegales, pero las autoridades carecían de la capacidad de acabar con dicha actividad, por lo que toleraban su existencia ya que además contribuía a la supervivencia de la población. Como en Canning Town se podía encontrar prácticamente de todo si podías pagarlo o tenías algo de valor con lo que intercambiarlo, sexo y drogas inclusive, era frecuente que Nancy se dejara ver por allí.

No obstante el mercado era inmenso y contaba con innumerables puestos alrededor de los cuales se arremolinaba una apretada, sucia y vociferante multitud. A Ethan le costó toda una mañana dar con alguien que supiera decirle dónde encontrar a su madre. Finalmente dio con el lugar, un edificio parcialmente derruido cuyos bajos se habían convertido en refugio de todo tipo de chusma. Pequeños pilluelos con aspecto de no haber tomado un baño en su vida correteaban por el interior en una incesante búsqueda, no dudaban en robar si alguien andaba despistado, razón por la cual los adultos los alejaban de un puntapié al verlos venir. Ethan estaba por otras cosas y, tras deambular por aquel lugar inmundo registrándolo de punta a punta, logró encontrar a Nancy en el interior de un pequeño habitáculo delimitado por placas de cartón-yeso que parecían a punto de deshacerse.

El sitio estaba atestado de basura, apestaba y, como flotando en toda esa inmundicia, un mugriento colchón constituía casi el único mobiliario. En él parecía descansar su madre, o más bien lo que quedaba de ella. Resultaba obvio que había pasado los últimos días fumando base sin descanso, la forma más segura de colocarse ya que encontrar jeringuillas que no estuvieran infectadas era por entonces tarea casi imposible. En ese estado difícilmente reconocería a nadie, pero además no estaba sola. Un sujeto sucio y de mirada torva permanecía a su lado, apenas vestido con unos cuantos harapos su aspecto era casi infrahumano y resultaba complicado estimar la edad que tendría. Como Nancy tampoco llevaba gran cosa encima no hacía falta ser un genio para adivinar lo que había estado haciendo con ella, pues a la hora de conseguir base cualquier cosa resultaba admisible. La irrupción de Ethan tal vez le había aguado la fiesta. Un tipejo como aquel únicamente podía aliviarse con yonquis a cambio de la pertinente dosis y, naturalmente, aquella interrupción no le hizo la menor gracia.

- ¿Qué coño quieres? - graznó agresivamente al ver aparecer a Ethan -.

- Soy Ethan, el hijo de Nancy. Me gustaría hablar un momento con mi madre.

El sujeto se aproximó a él y le sostuvo la mirada durante unos segundos, al momento avanzó hasta ponerse a su lado. Su hedor se elevaba incluso por encima de la pestilencia del ambiente.

- Cuando vuelva no quiero verte por aquí, ¿entendido? - dijo amenazante con su cara pegada a la de Ethan -.

Al cabo se largó sin más dejándole a solas con la narcotizada Nancy. Después de un rato ella volvió parcialmente en sí y se percató de que tenía visita, incorporándose dificultosamente y tratando de cubrirse en un mínimo gesto de pudor. Su aspecto era incluso peor que cuando les notificaron la muerte de Samuel.

- ¿Po… por qué has venido? - logró decir cuando descubrió que el que estaba allí era su hijo -.

- ¿Quién es ese que estaba aquí? - quiso saber él -.

 

- S, se… se llama Graham, Gregor o… ¿qué coño importa? - masculló ella en tono despectivo -.

- No importa nada Nancy - desde hacía tiempo Ethan la llamaba por su nombre de pila -, es como si todos esos tíos fueran el mismo.

- ¡Déjate de rollos y dime por qué cojones estás aquí! - escupió su madre con cierta furia al tiempo que lograba ponerse en pie con gran dificultad -.

- He venido a ver si tienes algo - repuso él -.

- ¿Algo de qué?

Ethan volvió a echar un vistazo todo alrededor, encontrando evidentes signos de consumo. Luego dijo:

- Sabes muy bien qué he venido a buscar.

- Me pareció oír por ahí que lo habías dejado - replicó Nancy -.

- Es cierto, pero ahora todo es distinto. Ahora ya nada importa y por eso lo necesito. Tengo cupones de comida, se pueden intercambiar por pan de molde, conservas o leche en polvo. Son tuyos si los quieres.

Ella permaneció en silencio durante un buen rato, todavía se la veía bastante desubicada. Al final dijo con voz áspera:

- No tengo nada para ti. Si tanto deseas volver a pillar vete a Canning Town, allí tus malditos cupones resultan más valiosos que un gramo de mierda.

Aquel escatológico apelativo era uno de los muchos sinónimos que se empleaban para referirse a la base. Nancy estaba en lo cierto, en el mercado él podría haber intercambiado sus cupones alimentarios por una cantidad apreciable de droga, siempre y cuando no se los hubiesen quitado previamente. Sin embargo no fue el temor a un robo lo que lo dejó allí plantado, mirando fijamente a lo que quedaba de su progenitora con gesto de desolación.

- No sabes lo que quieres Ethan - masculló ella al fin -. Lárgate de una vez.

- ¿Cómo hemos llegado a esto? - pareció reflexionar él - ¿Qué nos ha pasado?

- Lo mismo que a otros muchos, vivimos en un mundo de mierda y cada uno ha de buscarse su propio agujero. Cuando lo encuentras te acurrucas en él y te dejas llevar hasta que llegue tu hora - y después de este consejo gratuito concluyó -. Te repito que aquí no hay nada para ti, mamá y su hijito ya han charlado bastante, así que esfúmate y no des más por el culo.

- ¿Eso es todo? - replicó Ethan con rabia contenida -. Confieso que después de lo que ha pasado esperaba algo más de ti, pero he sido un iluso al imaginar que reaccionarías. Daría lo que fuera por comenzar de cero otra vez, por darnos una nueva oportunidad.

- Darías lo que fuera, darías lo que fuera, ¡bah! - la mirada de su madre se perdía mirando a un lado y a otro buscando vete tú a saber qué mientras se dirigía a él con dureza - ¡Ya no puedes arreglarlo Ethan!, además, ¿qué pinto yo en todo esto?

- ¡Eras su madre, maldita sea! - gritó él en un estallido de furia - ¿Cómo que qué pintas tú? Tuvimos que arreglárnoslas solos desde que éramos unos mocosos, un buen día tú desapareciste de nuestras vidas sin más y no tuvimos más remedio que aprender a sobrevivir por nuestra cuenta ¿Cuántas veces vamos a tener que seguir hablando de esto, hasta cuándo Nancy, hasta cuándo? Ya has perdido a un hijo y parece que no te importe lo más mínimo perder al único que te queda. Yo al menos soy consciente de mis errores.

- ¡Déjame en paz desgraciado! - rugió Nancy arrojándole a Ethan una lata vacía recogida del suelo de aquella pocilga, al momento apretó sus sucios dientes furiosa mientras emitía un sonido que casi parecía un gruñido. Luego prosiguió - ¿Quién coño te has creído que eres, eh? ¿Piensas que puedes aparecer por aquí y soltarme todo ese discursito sin más como si pretendieras juzgarme? Si quieres juzgar empieza por ti mismo, estás tan al cuello de mierda como yo.

- ¡Ya lo hago Nancy, ya lo hago! Ni tan siquiera sé muy bien por qué he venido. Sin Sam me siento… me siento tan perdido.

- Siempre has sido igual Ethan, nunca cambiarás - cargó de nuevo su madre -. Siempre lloriqueando, siempre lamentándote por las oportunidades perdidas, por lo que pudo ser y no fue ¡A la sombra de tu hermano menor! Sin él no hubieras llegado a ninguna parte, sin él tus despojos hace tiempo que estarían pudriéndose en cualquier montón de basura de esta puta ciudad. Yo al menos sé de qué va todo esto y he decidido terminar mi vida como yo quiero.

- Si tus planes pasan por acabar así - Ethan contempló una vez más aquel nauseabundo agujero -, es algo mucho más triste de lo que pensaba.

- ¡Ja, como si tú vivieras en un maldito palacio! - se mofó Nancy -.

Después de la repentina descarga de adrenalina todo había pasado, quedando únicamente un negro pozo de desesperación. Sabía que su madre tenía razón, él nunca había sido nada, tan sólo se había limitado a dejarse llevar por Samuel. Fue él quien los sacó adelante a los dos. Ethan quería pensar que también había hecho su contribución, pero en el fondo comprendía que sin el apoyo de su hermano ni siquiera hubiera logrado lo más mínimo, era ese apoyo el que siempre le había dado fuerzas y coraje. Ahora esas muletas habían desaparecido, se las habían arrebatado de repente y se sentía más tullido que nunca.

- ¡Lárgate de aquí, márchate ya! - escupió ella en tono aún más despectivo -. Déjame en paz, no necesito lecciones de nadie. Menos aún de alguien que es menos que nadie.

No supo por qué pero aquello le dolió especialmente. Quería creer que, muy en el fondo, su madre aún seguía queriéndole y que todo aquello sólo lo había dicho por el dolor y la rabia que la desgarraban por dentro, por ese sentimiento de pérdida que únicamente el consumo de base podía aliviar en parte.

- Creo que me he equivocado al venir aquí - reconoció al fin -. Tranquila Nancy, nunca volveré a molestarte ni a pedirte nada.

- ¡Sí eso, desaparece! Deberías haber sido tú el que cayera en Watford, ¿sabes? Hubiese sido mejor así, al menos con Samuel las cosas podrían haber cambiado. Pero ahora ya no queda nada, las oportunidades se acabaron.

- Lamento ser ese hijo que hubieses preferido ver muerto - la voz de Ethan era ahora dura, amarga -. Adiós Nancy, que tengas suerte.

Prefirió largarse de allí cuanto antes, poner tierra de por medio, eso lo sabía hacer mejor que nadie. Pero antes de perderse por entre los innumerables recovecos de aquella ruina aún alcanzó a oír como su madre gritaba:

- ¡Nada tiene sentido, nada tiene sentido! ¿Dónde coño está la mierda, joder?

En aquel momento Ethan reparó en que apenas sí había llorado a causa de la muerte de su hermano, incapaz de exteriorizar sus tormentosas emociones. Sentía que tenía ganas de llorar pero no le salían las lágrimas, se encontraba perdido, sin expectativas, sin saber a dónde ir o lo que hacer. Tal vez lo mejor fuera arrojarse al río y acabar con todo de una vez, pero ni tan siquiera tenía valor para eso. Tan solo deambuló y deambuló sin rumbo, tratando de olvidar la última y patética visión de su madre, tratando de contener el arrollador sentimiento de culpa que lo consumía. Samuel regresaba una y otra vez a sus pensamientos. Con él había muerto también una parte de Ethan, quizá la más importante de todas. Ahora sólo quedaba una fría carcasa vacía por dentro, restos de lo que podría haber sido un ser humano completo.

Y como él los restos de la ciudad todavía seguían ahí, después de innumerables ataques, después de los infinitos golpes recibidos. Londres subsistía como una mera sombra de su glorioso pasado, un pasado que ya nadie recordaba. Muchos decían que, en un tiempo anterior a la Guerra, aquella fue una metrópolis opulenta, dinámica, vibrante y orgullosa de sí misma. Ahora sólo quedaba un ruinoso fantasma habitado por una triste legión de figuras sin alma que ya no esperaban gran cosa. Una más vagando por lo que una vez fueron sus calles no importaba demasiado. De hecho ya nada importaba en aquella tierra maldita en la que nunca salía el sol.

2

La versión oficial cuenta que Ethan Sutton fue una persona íntegra, un buen chico como suele decirse, pero que realmente tuvo muy mala suerte durante la mayor parte de su vida. Perdió a toda su familia y, al caer en desgracia, terminó en manos de unos desalmados que desde el primer momento se aprovecharon de su vulnerabilidad y su buen corazón. Él jamás se hubiera metido en asuntos turbios, como tampoco deseaba terminar convertido en un ladrón o un criminal. Pero aquella gente lo embaucó, se hicieron pasar por sus amigos pues los conoció cuando Samuel todavía vivía y, mediante mentiras y falsas promesas, consiguieron arrastrarle a Edimburgo. Se ha dicho que Ethan nunca supo nada de los planes de Marcel Louis y su banda, que lo utilizaron haciéndole creer que viajaban hasta el frente para un trabajo por completo legal. Un pobre inocente destinado a cargar con todas las culpas llegado el momento. Así, cuando aquel chapucero intento de robo en los almacenes de la Cuarta División terminó en desastre, los demás pusieron pies en polvorosa dejando tirado al pobre Ethan, que por supuesto no tenía la menor idea de lo que se le venía encima. Si debía haber algún sacrificado en todo aquel asunto no podía ser otro más que él.

Así fue como comenzó todo según dicen o, más bien, según como nos lo han contado. A pesar de que Ethan se esforzó siempre por mostrar una actitud intachable en un mundo corrupto y degradado, fuerzas prácticamente irresistibles terminaban arrastrándole por el mal camino. No era culpa suya, tan solo las circunstancias de la época. Pero como todos los héroes han de encontrar al fin su recompensa, lo que en un principio parecía ser la mayor de las desgracias se convirtió en el punto de inicio de la gran aventura. Al fin y al cabo fue cosa del destino.

En realidad Ethan supo desde el principio de qué trataba exactamente el trabajo de Edimburgo. De hecho anduvo detrás de Louis durante semanas, suplicándole que lo incluyera en el grupo que viajaría hasta allí para perpetrar el gran golpe. Era la mayor oportunidad de su vida, la oportunidad que cualquier miserable que no tenía donde caerse muerto deseaba tener al alcance, pues cosas así rara vez se veían. Él no tenía ni idea de cerebros electrónicos para aplicaciones militares, ni mucho menos sabía cuál era su valor en el mercado negro, pero sí comprendía que participar en el robo de aquellos chismes le reportaría una suma de dinero con la que ni tan siquiera se había atrevido a soñar. Al menos eso era lo que decían. Si quedaba fuera de esto no merecía la pena seguir viviendo. Era algo así como el último tren que partía de la estación de la condena, si lo perdía ya no habría esperanza.

Sin embargo Louis tuvo muy claro desde el primer momento que no quería contar con Ethan para aquel trabajo. En realidad lo despreciaba, pues no veía en él más que a un torpe estúpido demasiado dado a intoxicarse con base o cualquier otra porquería que se pudiera encontrar en las calles de Londres. Alguien sin dignidad que incluso había llegado a rebajarse hasta extremos insospechados con tal de pagarse sus vicios. Tipos así los había a patadas y de entrada no los necesitaba para sus grandes planes. Si había tolerado a Ethan hasta ese momento era en cierto sentido para honrar el recuerdo de Samuel, que siempre le cayó bien y tenía un gran potencial. De haber vivido hubiera sido un buen socio en el que confiar, pero su patético hermano mayor en cambio sólo servía para tareas sencillas. A Louis le venía bien utilizarlo para ciertos recados, ya que lo tenía por un sujeto sin agallas y no especialmente avispado, razón por la cual sabía que nunca se atrevería a jugársela.

No, Ethan no entraba en los planes de Louis. Sin embargo una semana antes de partir para Edimburgo sus previsiones se vieron dramáticamente alteradas por un imprevisto catastrófico. El trabajo de aquella noche en los almacenes portuarios de Milwall era algo rutinario, ya lo habían hecho más de cien veces y nunca hubo complicaciones. Las patrullas de contención rara vez hacían acto de presencia en esa zona y mucho menos a esas horas, pero el caso es que en aquella ocasión sí lo hicieron. Tal vez alguien dio el chivatazo, tal vez sólo fue mala suerte, incluso se llegó a decir que aquello fue una trampa que los jefazos de la zona sur le tendieron a Louis, en respuesta a sus pretensiones de ir por libre para así controlar su propio territorio al otro lado del Támesis. Los motivos no importaron. Lo único que importó en ese instante fue que les pillaron con las manos en la masa y apenas quedó tiempo de reacción. Harold y Randall cayeron bajo los disparos de los soldados, que no dudaron ni un segundo a la hora de abrir fuego, Travis fue capturado y, en la confusión de la huida, el condenado Grabinsky desapareció y nunca más se supo de él.

 

De la noche a la mañana todo se había ido al carajo. Ahora el equipo de Louis había quedado reducido a tres personas incluyéndole a él, un número insuficiente para llevar a cabo el gran golpe en el frente. Necesitaban como mínimo a dos más si querían que aquello saliera bien. El trabajo no podía posponerse, pues el contacto que tenían en los almacenes de la Cuarta División en Edimburgo lo había dispuesto todo para la noche del dieciséis de octubre, fecha del antiguo calendario. El robo debía realizarse en ese momento o de lo contrario no habría otra oportunidad igual hasta el año siguiente y, como era de imaginar, nadie estaba dispuesto a esperar tanto. Sería como desaprovechar una oportunidad increíble y había demasiado en juego.

Por eso Louis adoptó medidas desesperadas. A menos de una semana para partir no había tiempo para buscar a gente experimentada en la que además se pudiera confiar. Tenía que tirar de lo que tuviera más a mano y, cómo no, ahí estaba Ethan arrastrándose tras él y suplicando formar parte de aquello. No era ni mucho menos la mejor opción, pero al menos sabía de su carácter sumiso, por lo que obedecería sin rechistar y no causaría excesivos problemas si se le encomendaba la parte más sencilla del trabajo. Además, si todo salía bien, podía darle una parte mínima de los beneficios, por no decir insignificante, y aquel pobre desgraciado estaría más que contento.

Así fue como Ethan terminó embarcado en todo aquello sin ser muy consciente de dónde se metía. El viaje había sido mucho más largo de lo que esperaba, pues en aquella época las infraestructuras del país estaban devastadas y el camino de Londres a Edimburgo, la frontera de la Guerra, presentaba numerosas complicaciones. A pesar de ello se sentía optimista por vez primera en mucho tiempo, su suerte parecía estar a punto de cambiar porque pensaba que participaba en algo grande, casi sentía que era alguien importante. Aun así los recuerdos de Samuel y el sentimiento de culpa no dejaban de atormentarle. Soñaba una y otra vez con aquel fatídico día que nunca debió llegar, con el rostro sonriente de su hermano despidiéndose en aquellas escaleras, con el espantoso momento en que le notificaron su muerte. Aquella noche no había sido una excepción y para colmo el sueño pareció ser más vívido, más real, que de costumbre. Tal vez era la excitación del momento.

- ¡Eh tú, capullo! - la voz cantarina de Fergie sonó detrás de Ethan - ¿Qué coño haces ahí encantado mirando esa mierda? Larguémonos ya de casa de estos putos viejos, Louis y los demás ya están junto a la cargo. Date prisa o te dejamos tirado.

- Vale, vale, perdona - se disculpó él -. Es que esta noche no he dormido bien porque he tenido problemas de vientre. He ido varias veces al baño y…

- ¿A quién cojones le importa que te vayas por la pata abajo? ¡Vamos joder!

Diciendo esto Fergie, un poco fiable mulato de ascendencia jamaicana, dio media vuelta y se apresuró a salir de la casa.

A decir verdad Ethan se había quedado ensimismado contemplando los retratos que había sobre la chimenea de la sala de estar del hogar de los ancianos Wallace. Fotos impresas, como las que se decía que la gente atesoraba mucho tiempo atrás, de rostros desconocidos posando en lugares igualmente desconocidos. Por lo visto algunas retrataban al hijo de aquellos dos viejecitos, fallecido hace años presumiblemente en combate. Otras no se sabía de quién eran, reliquias que los Wallace habían conservado como tesoros de un pasado lejano. Ethan nunca había visto nada igual, las fotografías sobre papel ya eran una auténtica rareza en aquella época y muy pocos las poseían. Aquellas en concreto mostraban un mundo muy distinto al que él conocía, posiblemente el que debió de existir antes de la Guerra y por eso lo cautivaron. En ese mundo gentes felices y despreocupadas disfrutaban de todo tipo de lujos, derrochaban y malgastaban como si no importara el mañana y desconocían por completo la escasez y la miseria que atenazarían a las generaciones posteriores. En algunas instantáneas se las veía retozar en playas paradisiacas que no parecían reales, en otras mostraban orgullosas flamantes casas y vehículos recién estrenados y aun en otras se entregaban a pantagruélicos banquetes donde se reunía más comida que toda la que Ethan había visto en su vida.

“¿Cómo era posible que las cosas hubiesen cambiado tanto?”, pensaba. Bien es verdad que aquellas increíbles fotos, bastante deterioradas y ya descoloridas, pudieron tomarse hace ya muchísimo tiempo. Era posible incluso que ni tan siquiera los abuelos de los, al parecer, octogenarios Wallace hubieran conocido esa época de infinita abundancia. Nadie lo sabía, pero daba la impresión que aquellas imágenes mostraban más bien la vida en otro planeta. No, sin lugar a dudas aquello no podía ser la Tierra.

- ¡Venga, maldita sea! - una irritada voz femenina resonaba procedente del exterior - ¡Vámonos antes de que los cabezas cuadradas vuelvan a cerrar los accesos a la ciudad!

Aquello era un claro aviso a Ethan, el rezagado del grupo. No quiso importunar más a los restantes miembros del equipo y salió presto de la casa para subirse a la cargo. La encantadora señora Wallace estaba también fuera para despedirles. Empujaba la silla de ruedas en la que iba su marido, que parecía más viejo incluso que ella, un hombre sombrío que apenas sí había abierto la boca desde que estaban allí.

- Que tengan un buen viaje - dijo la menuda ancianita, que para la ocasión se había ataviado un llamativo chándal color fucsia a buen seguro cortesía de anteriores huéspedes -. Y no desesperen, ya sé que el viaje desde el sur puede ser terrible, pero Edimburgo ya está a la vuelta de la esquina.

- Descuide señora y muchas gracias por todo - anunció Louis con fingida cortesía -. De no haber sido por su buen corazón no habríamos tenido más remedio que dormir una noche más en ese incómodo vehículo - señaló la cargo -. Ha sido todo un detalle por su parte que nos aceptara en su humilde hogar, nos ofreciera camas blandas, un baño y, sobre todo, que haya compartido su escasa comida con nosotros. Lamento muchísimo no poder compensar esta infinita muestra de hospitalidad, pero como ya dije ayer son tiempos de gran necesidad y apenas sí poseemos más que lo que llevamos puesto.

- ¡Oh por Dios no es necesario que me den nada! - repuso la señora Wallace -. Ustedes los brigadistas ya hacen bastante, son casi lo único que nos separa de la barbarie. Mi Henry y yo siempre tendremos la puerta abierta para todo aquel miembro del servicio que no encuentre cobijo por los alrededores. No es lugar este en el que la vida resulte sencilla, ¿saben ustedes?

- Razón de más para que, de parte mía y de mi grupo, mostremos nuestro más sincero agradecimiento así como un profundo sentimiento de admiración hacia ustedes - Louis se deshacía en falsos elogios y al final aquel discursito de despedida quedó excesivamente forzado -. Sólo unos auténticos héroes se atreverían a resistir fijando su residencia aquí, tan cerca de la amenaza del Enemigo.

- ¡Oh vamos tío, no te pases o al final la vieja se va a dar cuenta! - mascullaba Donna en voz baja desde el asiento del conductor en el interior de la cargo. Ella era la única mujer del grupo aunque, por su aspecto y maneras, más bien parecía un muchacho menudo y delgado que no hubiera cumplido los veinte -.

- Bueno, bueno, no sea usted tan adulador - sonreía la anciana con timidez repentina, pues parecía un tanto emocionada al tiempo que avergonzada por las palabras de Louis -. Márchense ya, no vaya a ser que luego tengan complicaciones.