Un corazón alegre

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14 de febrero - Familia

El día de los enamorados

“¡Yo soy de mi amado, y mi amado es mío!”

(Cantares 6:3).

En muchos lugares hoy se celebra San Valentín, el día de los enamorados, o del amor y la amistad. Valentín fue un presbítero que vivió en la ciudad de Roma en el siglo III, y allí servía a los cristianos de la época, en tiempos de Claudio II (el Gótico). El emperador Claudio prohibió el matrimonio entre los jóvenes en su intento de formar un ejército de soldados de dedicación exclusiva sin cargas familiares. Naturalmente, esta medida promovía el amor libre entre los jóvenes. Para evitar esto y no perder el uso sacro del matrimonio, Valentín casaba a estos jóvenes cristianos en secreto. Pero cuando las autoridades descubrieron su desobediencia a la ley civil, Valentín fue detenido, enviado a prisión, juzgado y condenado a muerte. Murió torturado el 14 de febrero de 270. Es así como llegó a ser el patrón de los enamorados.

Muchos siglos antes, Salomón escribió el Cantar de los Cantares que es una exaltación al amor de una pareja en donde se enaltece de forma clara el romanticismo, la sexualidad y la unión matrimonial. Muchos siglos antes, tuvo lugar la verdadera instauración del matrimonio, algo que Dios mismo diseñó para beneficio del hombre y de la mujer (Gén. 2:24).

El matrimonio de calidad es una opción que conlleva altos niveles de satisfacción vital y una mejor salud. Incluso se ha puesto de manifiesto que promueve la longevidad. El Dr. Lewis Terman (1877-1956) llevó a cabo un estudio fascinante: la selección y seguimiento de mil quinientos niños de alta capacidad intelectual que participaron en el estudio por el resto de su vida. Muchos fueron los datos recabados de estos sujetos, siendo uno de ellos el estado civil y su relación con la salud y la longevidad. Uno de los últimos informes sobre este grupo lo publicaron Howard Friedman (Universidad de California) y Leslie Martin (Universidad de La Sierra). Su libro The Longevity Project muestra que estos participantes (algunos aún vivos cuando el libro fue publicado en 2011) gozaban de una vida más larga cuando habían tenido un buen matrimonio.

La vida matrimonial es de origen divino y constituye un ideal. Es cierto que hay matrimonios que causan más dolor que placer, pero también es verdad que muchos otros alcanzan el éxito, en gran parte por el ejercicio del verdadero amor y por el poder de Dios. Por su gracia, hazte hoy el propósito de nutrir tus relaciones de amor, sea con tu cónyuge, tu padre, tu madre, tu hijo o tu hermano: “¡Yo soy de mi amado, y mi amado es mío!"

15 de febrero - Familia

Herencia de Jehová

“Herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre”

(Salmo 127:3).

Cuando el magnate de la industria norteamericana Wellington Burt (1831-1919) murió, nadie se imaginaba el extraño contenido de su testamento. Dejó una inmensa fortuna, que no podía transmitirse de forma inmediata a ninguno de sus descendientes. Había que esperar a que murieran todos sus hijos y todos sus nietos, contar veintiún años y entonces repartir el capital entre los descendientes que vivieran en ese momento. Tales condiciones no se cumplieron hasta 2010, casi un siglo después de su muerte. Así heredaron doce descendientes directos (bisnietos, tataranietos y choznos) que, sin haber conocido a su antepasado rico, recibieron su porción correspondiente de una herencia que sobrepasaba los cien millones de dólares. Nadie conoce las razones de esta excéntrica decisión. Pero es posible que fuera el deseo de continuar controlando, después de muerto, la vida de los demás. Las herencias suelen ser complicadas y con frecuencia causan serias disputas y rencores entre los herederos.

Pero la herencia del versículo de hoy supone mucho más que dinero o bienes materiales. Jehová nos transmite hijos en herencia. A pesar de ser el dueño de todas las cosas que hay en la tierra (Deut. 10:14), ha escogido darnos a los hijos como legado. Toda herencia, hasta la de los hijos, trae consigo problemas de administración y algunos quebraderos de cabeza, pero también proporciona satisfacciones y recompensas.

He aquí algunas ventajas que ofrecen los hijos. Primero, los hijos añaden propósito, significado y motivación a los padres. Segundo, fortalecen la relación conyugal. Tercero, facilitan el buen humor y muchos ratos felices y memorables en familia. Cuarto, hacen que los padres reduzcan su egoísmo, se hagan más disciplinados y mejor preparados para hacer frente a las dificultades. Finalmente, las Sagradas Escrituras otorgan a los padres el enorme privilegio de enseñar los valores divinos a sus hijos “estando en tu casa y andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes” (Deut. 6:7). De esa forma, el niño “ni aun de viejo se apartará de él [del camino]” (Prov. 22:6). ¡Qué enorme privilegio conducir a los hijos a los pies del Salvador!

Si eres padre o madre, piensa hoy en tus hijos, no como una carga, sino como la herencia que has recibido de Dios mismo. Con esa actitud los amarás más y tu relación con ellos se enriquecerá. Si no tienes hijos, mejora tu actitud hacia los más pequeños y actúa como Jesús, quien oraba por ellos y les advertía a sus apóstoles: “Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis…” (Mat. 19:14)

16 de febrero - Familia

Las pisadas del Maestro

“Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas”

(1 Pedro 2:21).

Joellen Johnson, madre de familia numerosa, se dio cuenta de que su hijito de tres años la seguía constantemente. Pero el niño resultaba un estorbo, pues impedía que su madre llevara el ritmo necesario para terminar las tareas domésticas. Intentó persuadirlo para que jugara a un lado. Pero cada paso que daba la madre, el niño también lo daba. Cuando su mamá le pedía que no la siguiera, él replicaba sonriendo:

—Yo quiero estar contigo.

Finalmente, la mamá se dio por vencida y dijo:

—Está bien, pero dime, ¿por qué estás todo el tiempo a mis pies?

A lo que el pequeño respondió:

—La maestra de preescolar nos dijo que siempre siguiéramos las pisadas de Jesús y, como no veo a Jesús, te sigo a ti.

Con lágrimas de gozo, Joellen abrazó a su hijito y se sentó a conversar un buen rato con él. Tan sencillo ejemplo resultó ser inspirador.

El texto de hoy nos invita a seguir las pisadas de Jesús. Pero el mensaje se nos presenta en el contexto del padecimiento. Es decir, Cristo sufrió por nosotros y se nos pide que sigamos su ejemplo. El sufrimiento es parte de conocer a Jesús, pues su vida fue sufrimiento: herido, molido, castigado y afligido (Isa. 53). El sufrimiento también conduce al perfeccionamiento (1 Ped. 5:10). Y la prueba lleva a la paciencia que acaba haciéndonos cabales y cubriendo todas nuestras necesidades (Sant. 1:3, 4).

Ser padre o madre se traduce a veces en sufrimiento. En efecto, aparte de las muchas satisfacciones que proporcionan los hijos, también son fuente de preocupación, ansiedad y dolor por cuestiones de salud, relaciones, temperamento, estudios, planes de futuro e incluso abierta rebeldía. Con frecuencia es un reto criar y educar a nuestros hijos y, para ellos, no es fácil mantener una relación óptima con sus padres.

La solución viene necesariamente de ambas partes: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Efe. 6:1) y también “padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos…” (vers. 4). En todo caso, la tarea no es fácil y requiere mucha sabiduría. Pídele hoy a Dios ese don de la sabiduría en lo tocante a las relaciones familiares. Su promesa certera dice: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Sant. 1:5).

17 de febrero - Familia

Las manos de Jesús

“En esto se le acercó un leproso y se postró ante él, diciendo: ‘Señor, si quieres, puedes limpiarme’. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: ‘Quiero, sé limpio’. Y al instante su lepra desapareció”

(Mateo 8:2, 3).

Meses después del fallecimiento de mi (J) madre, en una visita a la casa de mi hermana, noté que mi sobrino adolescente me miraba las manos. Le pregunté la razón y me contestó:

—Tus manos me recuerdan a las de la abuela.

Nunca había pensado que mis manos guardaran parecido con las manos de mi madre. Reflexionando, entendí que sí, que el sobrino tenía razón. Su apreciación me hizo pensar en cómo las manos, casi tanto como el rostro, muestran nuestra identidad. Me hizo también recapacitar que aquellas fueron las manos que me dieron de comer, me levantaron cuando me caía en mis primeros pasos, me abrazaron, me consolaron y oraron por mí. Me pregunté si mis manos estaban dedicadas a hacer el bien y a servir a otros como lo están las manos maternas.

Las Escrituras mencionan las manos de Jesús. El Señor extendió su mano y tocó a un leproso o a un ciego. Las puso sobre los niños, las usó para sostener a Pedro cuando se hundía en el mar de Galilea y también para lavar los pies de sus discípulos. No sabemos cuál fuera la fisonomía de aquellas manos, pero debieron ser fuertes y de piel endurecida por su trabajo de carpintero y constructor. Y al mismo tiempo, llenas de amor, de sensibilidad, de empatía y del poder sanador que por ellas pasaba hacia la completa curación de tantos dolientes desahuciados.

Las manos también son vías de transmisión de amor, cariño y emociones hacia los seres queridos. Los padres manifiestan amor y ternura hacia sus hijos mediante el contacto físico y los niños les corresponden. Son necesarias para dar y obtener apoyo emocional. Hace unos años, cuando brotó la epidemia del virus del Ébola, las autoridades sanitarias impusieron un duro protocolo al personal sanitario en contacto con los posibles infectados. Entre las numerosas restricciones estaba la prohibición de toques de ánimo, abrazos y apretones de mano. Como resultado, muchos hablaban de la frustración y el desgarro emocional que les causaba la ausencia del contacto físico ante las muchas escenas trágicas que habían de presenciar.

 

Pero Jesús jamás tuvo miedo de tocar a cualquier enfermo, incluso a los leprosos. No importa la gravedad de tu situación física, psíquica o moral, el Señor está dispuesto a poner sobre ti su mano restauradora, a consolarte y a guiarte. Permítele hoy que te alcance con sus amorosas manos.

18 de febrero - Familia

Reconciliados

“Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y castigue la tierra con maldición”

(Malaquías 4:6).

El veterano y célebre actor norteamericano Dick Van Patten evoca una época de sus años mozos. A pesar de haber actuado y adquirido fama desde su niñez, en una ocasión se encontró sin trabajo. Casado y con tres hijos en edad escolar, se veía en la necesidad apremiante de encontrar un empleo; y a ello dedicaba todo el tiempo disponible. Al ver a su padre tanto tiempo en casa, sus hijos le rogaban: “¡Papá, vamos a jugar!" Pero Dick no tenía ningún deseo de jugar. Su esposa retiraba a los pequeños y los conducía hacia otra parte para que jugasen entre ellos. La situación se prolongó semanas y los resultados de las muchas solicitudes no se veían. La pareja oró mucho a Dios para que abriera alguna oportunidad de empleo para Dick. Su esposa, de gran talento musical, buscó también trabajo. Finalmente, fue ella quien encontró un empleo en una producción musical y él quedó al cargo de los tres niños. Dick no estaba enteramente satisfecho con el nuevo arreglo, pero era la única salida que quedaba y un poco a regañadientes aceptó que esa era la respuesta a sus oraciones.

Tal situación familiar proporcionó a Dick y a sus hijos oportunidades múltiples de desarrollar fuertes vínculos jugando, hablando y haciendo tareas domésticas juntos. La experiencia se prolongó muchos meses y la relación paterno-filial se fortaleció hasta el punto de que Dick quedó plenamente convencido de que esa era verdaderamente la mejor respuesta a sus oraciones. Cuando, ya en su edad avanzada, Dick Van Patten escribió su historia, reflexionó que tal experiencia había valido mucho más que el mejor de los papeles de actor imaginable.

Puedes comprar a tus hijos costosos juguetes, ropa, tecnología y material deportivo, pero a largo plazo, esto no conduce a la unidad y puede alejar e incluso enemistar a padres e hijos, si no hay una relación estrecha. Todos necesitamos acercamiento y reconciliación familiar. Y eso solo se consigue invirtiendo tiempo de relación activa. Si tienes hijos, especialmente en edad de crecimiento, considera si estás pasando con ellos el tiempo suficiente. La profecía de Malaquías nos dice que Dios hará “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (4:6). Si hoy permaneces abierto a la influencia de tu Padre celestial, él producirá auténtica reconciliación con tus hijos (o con tus padres) terrenales.

19 de febrero - Familia

Los primeros años

“Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres”

(Lucas 2:52).

Todo lo revelado de la infancia y la adolescencia de Jesús se encuentra en pocas palabras en Mateo 2 y en Lucas 2. Sabemos de las condiciones de su nacimiento en Belén, su circuncisión al octavo día, su presentación en el templo, la huida de la familia a Egipto, su regreso a Nazaret y su pérdida en el templo de Jerusalén cuando el muchacho Jesús contaba con 12 años. Aquí se encuentra el versículo de hoy (que se reitera en Lucas 2:40). Los textos mencionan el principio del crecimiento integral y armónico de Jesús, algo que continúa enfatizando la pedagogía actual para el desarrollo óptimo. Se nos habla del aumento de la estatura/fortaleza, la sabiduría y la gracia, estableciendo así la atención a los ámbitos físico, mental y espiritual.

Francisco y Elsa tenían dos hijos en quienes pusieron altísimas expectativas. Desde los primeros días de su escolaridad, enfatizaron las tareas escolares, poniéndolos a hacer los deberes escolares durante dos horas diarias, porción que fue aumentando año tras año. Solo aceptaban notas de excelencia y sus estudios eran el centro de la vida familiar. Cuando apreciaban algún descenso académico, les asignaban profesores particulares y mantenían rígidas las horas de estudio. Estos dos muchachitos carecían de actividad física, juegos, deportes y relaciones con otros niños de su edad. Tampoco recibieron educación religiosa, pues según el razonamiento de los ambiciosos padres, ese componente no les ayudaría a alcanzar los más altos objetivos académicos y profesionales. Sin embargo, cuando llegaron a la mayoría de edad, los hermanos decidieron abandonar el hogar paterno y hacer su vida independiente. Si bien el régimen educativo de los padres los condujo a logros profesionales, las restantes facetas de su desarrollo completo (social, físico y espiritual) quedaron sin atender y tuvieron que enfrentar problemas de relación y crisis existenciales que probablemente se habrían evitado con una educación más equilibrada.

Si tienes hijos, sobrinos u otros menores a tu cargo, procura favorecer su desarrollo integral, como fue la experiencia de Jesús. Ofréceles ejercicio intelectual y cultural como la lectura, el apoyo en el aprendizaje escolar, la visita a museos, bibliotecas, eventos culturales, entre otros. Cuida de su desarrollo físico con la actividad al aire libre, los deportes, una alimentación sana, la higiene y el cuidado personal. Por último, no dejes de suplir sus necesidades espirituales, por medio de la oración, la lectura de las Sagradas Escrituras, la asistencia a la iglesia, el ejercicio de la fe en Dios y la práctica de los principios religiosos proyectada en la ayuda y la empatía hacia los demás.

20 de febrero - Familia

Los derechos del niño

“Le presentaban niños para que los tocara, pero los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: ‘Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios’ ”

(Marcos 10:13, 14).

Cuando Jean Piaget (1896-1980) tenía tan solo diez años acudió a una biblioteca en busca de información sobre una especie rara de gorrión albino. El bibliotecario lo trató de modo despectivo, pues era solo un niño. Tal desprecio no impidió que Jean preparara un trabajo basado en las observaciones ornitológicas que él mismo había hecho en su barrio. Una revista científica publicó su artículo. Cuando el bibliotecario vio el ejemplar impreso, comenzó a dispensar un trato respetuoso hacia el niño. Jean Piaget llegaría a ser una figura clave en la psicología infantil y sus teorías siguen vigentes y se aplican de forma habitual en el ámbito de la enseñanza y el aprendizaje. Nunca deberíamos minusvalorar a un niño o joven por su edad.

Hay una tendencia generalizada a privar a los niños de sus derechos, situándolos en situación desventajosa. La Organización de Naciones Unidas (ONU), a sabiendas de que en muchas partes se violan los derechos infantiles, creó una convención de derechos del niño de 54 artículos. El documento estipula acciones que los padres y los gobiernos deben llevar a cabo para preservar el desarrollo sano, físico y mental de los más jóvenes. Aparte de los derechos más básicos (escolaridad, protegerles de la violencia, suplirles servicios sanitarios, facilitarles juego y recreación, y protegerlos de la explotación, la guerra y los conflictos armados), también se reconoce el respeto por el punto de vista del niño. Esto es especialmente cierto cuando las decisiones de los mayores afectan a los niños, siempre teniendo en cuenta el nivel de madurez de los menores, que va acrecentándose con la edad.

Jesús desplegó una conducta muy avanzada para su tiempo. Los niños no eran valorados ni se les reconocían derechos en la era del Imperio romano. Pero el Salvador no solo facilitó su acceso a él, sino que además dijo que el reino de los cielos les pertenecía e incluso llegó a decirles a sus discípulos que, a no ser que se hicieran como niños, no entrarían en el reino de los cielos (Mat. 18:3).

En tu relación con tus propios hijos u otros menores, recuerda que, de la misma forma en que Jesús los recibió, tú también debes estar abierto a sus puntos de vista, no para que dicten lo que ha de hacerse, sino para escuchar cuidadosamente y tener en cuenta su parecer.

21 de febrero - Familia

Honra a tu padre y a tu madre

“ ‘Honra a tu padre y a tu madre’—que es el primer mandamiento con promesa—, para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra”

(Efesios 6:2, 3).

Existen estudios en los que se comprueba que la armonía familiar general va ligada a la salud (física y mental) y, por lo tanto, a la longevidad de sus miembros. Entendemos que esta interacción familiar positiva incluye el respeto de los padres hacia los hijos, así como la honra y la obediencia de los hijos hacia los padres, lo cual es coherente con la promesa bíblica del versículo de hoy.

Las Escrituras exaltan de diversas formas el reconocimiento de los hijos hacia sus progenitores. La honra a los padres es muy importante, por eso ha sido incluida en el Decálogo (Éxo. 20:12). El profeta Jeremías hace referencia a bendiciones significativas como resultado de la obediencia a los padres (Jer. 35:18, 19). El sabio Salomón declara que “el hijo sabio recibe el consejo del padre, pero el insolente no escucha las reprensiones” (Prov. 13:1).

Jesús reprobó duramente (Mat. 15:3-9) a quienes se valían de artimañas legales para no auxiliar a sus padres. Los legisladores religiosos de su tiempo habían hecho ajustes para evitar el mandamiento de Dios. Utilizaban la idea de corbán como algo dedicado a Dios o al templo. Con tal clasificación, cerraban herméticamente sus bienes para no transferirlos a ningún otro beneficiario. Así, cualquier sacerdote, escriba o fariseo podía declarar sus posesiones y recursos como corbán; cuando padre o madre acudiesen en necesidad de ayuda, el hijo explicaba: “No puedo ayudarte porque todo lo que tengo es corbán”. Se trataba de un entramado legal para eludir la obligación moral.

Por su parte, el apóstol Pablo incluye a los “desobedientes a los padres” junto con los perversos de los últimos tiempos: amadores de sí mismos, avaros, vanidosos, soberbios, blasfemos, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin templanza, crueles, enemigos de lo bueno, traidores, entre otros (2 Tim. 3:2).

Cuando pensamos en la durísima tarea de ser padres, que consiste en satisfacer tan diferentes y cambiantes necesidades casi siempre sin recibir gratitud, no podemos sino concluir que los hijos deben honrar a los padres mediante su obediencia y amor. Es cierto que algunos progenitores no aman a sus hijos y hasta pueden hacerles daño o explotarlos. Pero la mayoría de los padres hacen un uso correcto de su autoridad y actúan de acuerdo a las ordenanzas divinas.

Honremos hoy a nuestros padres y sigamos el mandato del Señor: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Col. 3:20).