Meditación síntesis

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Si tuviéramos que dar una respuesta, la respuesta sería Sí. Sí a lo que es, sí al momento presente. Porque el momento presente es el momento que ha viajado a través del tiempo y ha tomado la forma que tiene ahora, y no otra, sino ésta. Todo lo que surge en este momento es el resultado de millones y millones de factores a lo largo de la evolución. Todo surge en este preciso momento para desaparecer luego. Si queremos, podemos negar la realidad que acontece, pero es tiempo perdido. Ir en contra de la realidad es como querer invertir la corriente del río.

Soy hombre o mujer, tengo tal estatura, he nacido en tal sitio, el color de mis ojos es tal… son las cartas que nos han tocado en el reparto del juego. No podemos enorgullecernos o deprimirnos por lo que nos ha tocado. Las cartas son neutras, depende cómo las juguemos. Ya lo sabemos: la sociedad no es neutra y valora más unas que otras, pero no hay nada personal en ello. La historia abunda en ejemplos de gran superación en circunstancias desfavorables.

El contentamiento tiene que ver con esto, con la aceptación de lo que tengo y de lo que no tengo. La gran libertad consiste en sentir un calor enorme y contentarse sólo con mojarse el rostro. En la superficie, es verdad que no sabemos tocar el piano, que cantamos fatal o que no nos manejamos bien con la informática, pero en el fondo estamos completos, no nos falta nada, no arrecia el deseo y no hay insatisfacción.

Si decimos Sí al momento presente, sea como sea, ya lo estamos transformando, y a nosotros con él. Eso no significa resignación, no significa quedarse con las manos cruzadas. Nuestro impulso evolutivo y nuestro nivel de conciencia nos empujan para mejorar lo que encontramos, para articular soluciones más efectivas, para restaurar un equilibrio perdido. Pero esto lo podemos hacer sin negar la realidad, sin darle la espalda. Aceptar cada momento sin regateos, saber estar a las duras y a las maduras, con lo que hay y con lo que no hay. Desde este poder interno, cada momento tiene una gran belleza. ¡No lo dejemos escapar!

Estructura

Etapas

Casi nadie acostumbra a beberse la vida de un trago, más bien nos la bebemos sorbito a sorbito. Vamos de un sitio a otro, paso a paso, por etapas, de forma progresiva. Es posible que alguien se siente por primera vez en meditación, cierre los ojos y sólo con eso sea capaz de saltar al abismo insondable del Ser… pero la mayoría debemos avanzar fase a fase. Y es de sentido común que primero aprendamos a sumar y a restar, y sólo después aprendamos operaciones más complejas.

Cada una de las siete etapas que propongo refuerza la anterior y, a la vez, es sostén de la siguiente, como una cadena en la que cada eslabón tira del que tiene al lado. Las etapas en la meditación se parecen más a un árbol que a una escalera. En la escalera, cada peldaño nos sirve para subir al siguiente, pero cuando estamos en el quinto, por ejemplo, ya no nos acordamos del primero. La imagen del árbol es más orgánica. Es cierto que hay una jerarquía de crecimiento: raíz, tronco, ramas, flores y frutos, pero en la misma medida que crece el árbol, todo crece en su conjunto. Cuando estamos en la quinta etapa, seguimos teniendo en cuenta la primera. No sólo el árbol entero está en la semilla; también lo está en la raíz y en la rama, como si se tratara de una imagen holográfica.

Numerología

¿Pero por qué precisamente siete etapas? Hagamos un poco de numerología. Decía Pitágoras que los números son la esencia de todas las cosas, y sentenciaba Galileo que la naturaleza está escrita con caracteres matemáticos. Quizá es una idea muy sencilla, pero cuando escribimos el 1 estamos aludiendo a la unidad. Nuestro ser es un cosmos, una totalidad ordenada que se sincroniza en todas sus partes, que conserva su individualidad, que se regula cuando una de sus partes deja de funcionar y que sigue una ósmosis buscando aquella unidad. Cuando un riñón no funciona bien, el otro aumenta de tamaño para realizar la completa función renal, y hasta la piel se convierte un poco en riñón ayudando a la purificación.

El 1 se divide en el 2, donde encontramos una tensión dinámica para manejarnos en este mundo, que es dual. Dos brazos y dos manos, dos piernas y dos pies que permiten en su movimiento alternado caminar rectos por el sendero. Dos ojos, dos oídos, que se unifican en una sola visión, en una única melodía. Dos riñones, dos pulmones… y hasta el corazón, que aparenta ser uno, es alternancia entre sístole y diástole, un juego entre el corazón izquierdo y el derecho.

El cuerpo está dividido en dos mitades que, más que antagonistas, son complementarias. Esta dualidad es necesaria para alumbrar una nueva unidad, de la misma manera que óvulo y espermatozoide generan una nueva vida.

Esa nueva unidad es el 3. Si el 2 deja una huella visible en el cuerpo simétrico, el 3 se reconoce en el movimiento. Una extremidad inferior rígida no podría moverse: necesita la articulación, necesita -haciendo alarde de una gran economía- un muslo, una pantorrilla y un pie. Manipulamos el mundo con nuestros brazos, pero éstos necesitan articularse en brazos, antebrazos y manos. De alguna manera misteriosa, el cuerpo se comporta como un fractal, y la misma mano se articula como carpo, metacarpo y dedos, y estos últimos en primera, segunda y tercera falange, siguiendo la estela del 3.

A un nivel más profundo, el 3 recorre el cuerpo de arriba abajo y de abajo arriba. Es cierto que el cerebro se divide en dos hemisferios, y que cada uno de ellos se especializa en lo concreto o en lo global, en la lógica o en la intuición, pero en un análisis vertical encontraremos tres cerebros. Un cerebro reptiliano, encargado de nuestra fisiología involuntaria y que regula el hambre, la temperatura, la pulsión sexual y la respiración. Un cerebro límbico, sede de nuestra memoria emocional, que regula desde el miedo hasta la rabia, desde los celos hasta el llanto. Y por último tenemos el neocórtex, encargado de la autorreflexión, la resolución de problemas y la discriminación, entre otras funciones.

Somos, en primera instancia, un cigoto que se desarrolla en tres capas embrionarias. Simplificando: el endodermo da lugar a los órganos digestivos; el mesodermo a la osamenta, la musculatura y la circulación; y el ectodermo desarrolla el cerebro, la piel y las glándulas mamarias.

La programación trinitaria en el cuerpo está muy marcada. Tenemos tres espacios que van de menor a mayor complejidad, de mayor a menor capacidad y de menor a mayor protección: son el vientre, el pecho y el cráneo, respectivamente.

El número se hace carne, como vamos viendo. La unidad busca una nueva unidad, pero a través de la permanente diferenciación. No podemos llegar al 3 sin pasar por el 2, ni al 5 sin pasar por el 4, y así sucesivamente. La nueva unidad en el 5 apenas se hace visible en los cinco dedos que tiene cada mano y cada pie, o en las cinco vértebras lumbares, pero, sin duda, es muy notable en el despliegue de los grandes sistemas fisiológicos que van desde el sistema nervioso al reproductor, desde el digestivo al respiratoriocirculatorio, sin olvidar el sistema renal de eliminación.

El 7 es una unidad dentro de la unidad. Tiene matices y profundidad; es la base de muchos procesos, como los que se dan en nuestra propia biografía. Muchos autores remarcan el ritmo septenario de nuestro crecimiento. Cambiamos la dentadura y dejamos de ser niños pequeños a los siete años; entramos en la adolescencia a los catorce; a los veintiuno acaba nuestro desarrollo físico y empieza nuestra juventud; a los veintiocho empezamos nuestra adultez, a los treinta y cinco iniciamos nuestra madurez, y así hasta el fin de nuestros días.

Siete son los colores del arcoíris y siete son las notas musicales en nuestro sistema musical. Siete también los días de la semana, que son claramente una partición del ritmo lunar. El 7 está en la naturaleza y está en nuestra cultura. Siete son los sacramentos cristianos, siete son los dones del Espíritu Santo y siete los pecados capitales… analogías y analogías, hasta perderse en el infinito.

Sentimos atracción por el 7 porque promete completitud, progresión inteligente hacia un estado de armonía. En el fondo, puede ser una mera ficción, pero hay ficciones útiles que nos ayudan a seguir caminando. Podríamos seguir con la numerología corporal, pero prudentemente nos quedaremos en el 7.

Septenario

En realidad, nosotros llegamos al 7 desde el 3. Tres esferas ubicadas en nuestro cuerpo donde, además de vísceras y órganos, encontramos orientaciones en la vida. Por analogía, el vientre y las entrañas nos recuerdan a la persona vital, el pecho y el corazón a la persona afectiva y, por último, el cráneo y el cerebro a la persona mental. Tenemos entonces tres tipologías básicas para tres maneras distintas de filtrar la realidad. Claro que es una simplificación, pero no olvidemos que toda caricatura nos hace distinguir de manera efectiva el rasgo distintivo de lo que tenemos delante.

En el Yoga distinguimos tres vías principales de transcendencia del ego. Tres vías complementarias que colaboran secretamente entre sí, aunque sea una de ellas la que vaya por delante en cada caso, de la misma manera que las ruedas de un patinete están engarzadas en una misma plataforma aunque sea una la que va delante abriendo camino.

La vía del vientre es la de la acción desinteresada, una acción que debe estar libre de precipitación, confusión e interés personal. De esta manera, los frutos de la acción no estarán cargados de errores ni mezquindades.

La vía del pecho es la vía devocional, por la que nos entregamos a algo más grande que nosotros mismos. En ella, se establece una relación íntima con lo sagrado y se celebra la vida a través del canto, la ofrenda o la plegaria.

 

La vía de la cabeza es el sendero del conocimiento intuitivo: desnudar la realidad hasta descubrir con asombro el despliegue del espíritu y el camino de retorno hasta la fuente misma.

Las tres vías nos permiten ir más allá de nuestro egoísmo, de nuestra importancia personal y de la limitación de nuestras creencias. Son tres vías para ampliar eso que creemos que somos y para recordar lo que realmente somos.

De alguna manera, la segunda, la cuarta y la sexta etapa de la Meditación Síntesis que proponemos tienen mucho que ver con estas tres esferas y estas tres vías de trascendencia.

¿Y qué pasa con las otras etapas? ¿Os acordáis de los conjuntos que aprendíamos en la escuela? Dos conjuntos -o esferas- interseccionan. A la zona que está tanto en un conjunto como en otro la coloreábamos como una zona especial. Son zonas fronterizas, de tránsito y de intercambio.

Es curioso que también tengamos tres diafragmas en el cuerpo, que protegen de alguna manera aquellos tres espacios de los que hablábamos. El diafragma pélvico protege el vientre, el diafragma torácico protege el tórax y el diafragma craneal protege la cabeza. Tres diafragmas que en Yoga son liberados de sus tensiones a través de tres llaves energéticas que actúan sobre el esfínter anal, el diafragma y la base del cuello.

Así pues, estos tres diafragmas coinciden con la primera, la tercera y la quinta etapa de meditación. Coinciden también con fuertes nudos psíquicos: el apego a las cosas materiales, al vínculo afectivo con determinadas personas y la importancia y ambición del propio ego.

Tenemos, de entrada, tres centros y tres espacios fronterizos que median y preparan para el asalto al siguiente centro de atención. Nos falta uno: el séptimo, que también es una frontera… con lo absoluto. Un espacio que intercede entre lo estrictamente individual y lo plenamente universal.

Centros

Tanto el Árbol de la Vida dentro de la Cábala como el camino del héroe en los arcanos del Tarot, las etapas del despertar de la Doma del Buey en el Budismo Zen o las Moradas del Castillo Interior que describe Santa Teresa de Jesús son, todos ellos, esquemas evolutivos de desarrollo espiritual, cada uno con un lenguaje y simbolismo propio de su época y cultura. Sabiamente, la tradición ha generado mapas precisos de ese camino espiritual, que grandes seres han transitado de forma intuitiva en el pasado. Todos necesitamos guías en algún momento, y todos necesitamos alguna chuleta o algún manual de instrucciones cuando estamos perdidos en el pantanal de nuestros miedos o en el laberinto de nuestras miserias.

De todos los esquemas que conozco, destaca para el tema que nos ocupa la estructura septenaria de los centros de energía, precisamente porque constituyen etapas corporizadas de un camino espiritual. Los chakras son nexos de unión entre el cuerpo burdo y los cuerpos sutiles, donde se cruzan los canales energéticos que se denominan nâdis, por donde, según parece, circula la energía vital o prâna. Esta fisiología mística surge a partir del siglo VI de nuestra era, en el marco del tantrismo, que repercute tanto en el hinduismo como en el budismo o el jainismo, y en particular, en el Hatha Yoga que conocemos actualmente.

Lo interesante del tantrismo es que afirma que todo, especialmente lo prohibido, lo marginado e incluso lo rechazado por la visión dogmática de una cultura puede ser una gran herramienta de crecimiento espiritual. El yogui (o la yoguini) perciben la polaridad de la vida, y a través de su práctica intentan reunificar lo masculino y lo femenino, el cuerpo y el espíritu, la energía y la consciencia. No hay, por tanto, una oposición entre los pares de opuestos, sino una profunda complementariedad. Lo importante no es negar el cuerpo o la sexualidad, sino utilizarlos como sostén para trascender la naturaleza y para sublimar nuestro deseo.

En esta mística, que a todas luces se presenta como oscura, compleja y esotérica, se elabora el mito de la kundalini como fuerza vital representada por una serpiente, enroscada en la base de la columna, a la que hay que “despertar” para que ascienda por el canal central hasta el encuentro con la consciencia trascendente. De esta manera se pretende reunificar lo alto y lo bajo, el individuo y la especie para abolir la dualidad en la que nos encontramos todos.

Al considerar que hay una analogía entre el cosmos que nos envuelve y el cosmos que nos sostiene por dentro, cada chakra o centro energético es una base de visualización para la propia meditación, en la que se representa esa unión entre macrocosmos y microcosmos. Es cierto que los puntos corporales donde se ubican los chakras manifiestan una sensibilidad y una carga energética en determinados estados de meditación o trance, pero también es verdad que toda la imaginería propia del sistema de chakras forma parte de herramientas mágicas que el iniciado “coloca” ahí para su concentración y, por tanto, son opcionales. El cuerpo, para el yogui, es un templo lleno de símbolos, y con ellos se hace una representación que le permite vivir la realidad y operar con ella. A través de la visualización de colores, sonidos, animales simbólicos, deidades, figuras geométricas, etc., podemos movilizar una extraordinaria cantidad de energía que nos ayudará en el proceso de purificación del cuerpo y de la mente.

En el fondo, nuestro esquema de meditación se apoya en este modelo evolutivo de los chakras porque congrega cuerpo y psique, sensación y visualización, energía y consciencia. También el Yoga es práctica corporal y meditación, trabaja sobre los bloqueos del cuerpo para deshacer con más facilidad los nudos de la mente, regula la respiración para calmar la agitación de nuestros pensamientos y se abandona en total relajación para drenar miedos y automatismos. Todo Yoga no es más que una forma de meditación y, tal vez por esto, la meditación que proponemos se coloca el guante del Yoga para trabajar cuerpo, energía, respiración, relajación, visualización y concentración. Casi sin quererlo, nos estamos abocando, así, a ese espacio inmenso que es la conciencia meditativa.

Objetivos

Cuando viajamos tenemos claro cuál es la meta, y decíamos que esa meta se alcanza por etapas, progresivamente. Evocando la imagen tradicional, antes de iniciar el viaje hemos de engrasar los ejes del carro, sujetar los bueyes al enganche y preparar el equipaje. Cada tarea es un objetivo dentro del gran objetivo, un paso dentro del camino. No en vano dice el refrán que todo gran viaje comienza por un pequeño paso.

Sin embargo, cada tarea está engarzada en una secuencia que implica un orden preciso: no podemos empezar la casa por el tejado. Cada etapa meditativa contempla un objetivo. Y estos objetivos van desde lo más concreto a lo más sutil, desde lo más natural a lo más místico. Podríamos imaginar estos objetivos como las piedras que, una al lado de la otra, nos sirven para vadear el río que nos separa de nuestra serena consciencia.

Estos objetivos ponen la atención en elementos de la meditación que, a veces, por descuido o ignorancia, podemos pasar por alto. “Establecer una postura estable” es necesario para darle solidez a nuestra posterior concentración; desde ahí podremos recorrer el cuerpo para sensibilizarlo y liberarlo de tanta coraza muscular. A medida que avanzan las etapas, los objetivos se vuelven más sutiles, y por tanto, más difíciles. “Establecer una postura estable” es casi tarea arquitectónica: basta con bascular la pelvis o proyectar la columna, pero “ser uno con la Totalidad” requiere, por hacer un poco de broma, una vida de santo.

En todo caso, no todos los objetivos son pertinentes para cada persona y para cada momento. Unos entran de forma fluida mientras, otros vienen a contrapelo. “Calmar el mundo emocional” en un momento de crisis relacional puede ser más imperioso que “ralentizar la mente”, pero en otra situación puede ser más importante ocuparse de esto último.

Técnica

Desde el primer homínido que golpeó una nuez con una piedra o que aireó un palo para defenderse, estamos ligados a la técnica. Las técnicas amplifican nuestras capacidades naturales, tal como la lanza potencia el golpe del puño o la rueda la longitud del paso. Hasta tal punto es importante la técnica, que el desarrollo de nuestro cuerpo se debe en parte a la naturaleza y en parte a la cultura de la técnica. No tendríamos el cerebro que tenemos si no nos hubiéramos erguido sobre los dos pies y empuñado objetos que permitían liberar la cabeza de las presiones propias de la postura semihorizontal del primate, dando así impulso a la expansión craneal. Pero dejemos este apunte antropológico para adentrarnos en la importancia de la técnica en la meditación.

En nuestra meditación, cada objetivo preciso requiere también una técnica precisa. Cuanto más adaptada sea esta técnica, más efectiva resultará para conseguir el objetivo deseado. La postura meditativa, sea la postura del loto, la de tobillos entrelazados o la de piernas cruzadas, requiere (como veremos más adelante) un cierto dominio del cuerpo, un conocimiento de los movimientos corporales y una sensibilidad para adoptar la vertical y poder mantenerla. Hay libros enteros dedicados a las interioridades de la postura meditativa o a los gestos simbólicos que se adoptan en ella. A veces se tardan años en conseguir esa estabilidad de la que hablamos.

Casi todos hemos pasado, en nuestro recorrido meditativo a lo largo de los años, por etapas de “rebeldía” con respecto a cualquier método de meditación y sus técnicas de concentración: sólo queríamos “fluir” con el momento presente, sin darnos cuenta de que nuestra mente estaba a kilómetros de la realidad y que nos habíamos olvidado el paracaídas. Sería ideal cerrar los ojos y que con ese único gesto todo estuviera ya conseguido, sería milagroso dar un salto y encontrarnos en la otra orilla, pero también es maduro comprender que las barcas que hemos inventado facilitan la navegación. Las técnicas meditativas existen porque nuestra mente es inestable. El ajuste postural, los recorridos corporales y la respiración profunda forman parte de nuestra caja de herramientas, y toda herramienta hay que aprender a manejarla. Aún más, la técnica nos ayuda a enfocar y a concentrarnos, de la misma manera que el destornillador requiere una concentración y un enfoque para que podamos colocarlo correctamente sobre la estría del tornillo.

Ahora bien, existe el peligro de que la técnica nos produzca tal fascinación que, a la postre, se convierta en un fin en sí mismo, y por lo tanto en un obstáculo para el verdadero objetivo. No es necesario que pintemos la barca con pintura de oro… basta con que no se hunda y mantenga el rumbo.

Visualización

Si tenemos una caja de herramientas es por la sencilla razón de que todo no lo podemos arreglar con el martillo: necesitamos variedad. Variedad de técnicas y variedad de enfoques. El buen orador sabe que no puede llegar a todo su público con un discurso monocorde. Sabe, por experiencia, que tiene que salpicar su exposición con ejemplos, cuentos, metáforas, razones… y hasta algún chiste que otro. Su exposición no debe ser lineal y ascendente, sino en forma espiral, con avances pero también con retrocesos que aporten una síntesis de lo ya expuesto.

Nuestros canales de comunicación no son idénticos, como tampoco lo son nuestras formas de ser. A algunos les resultan útiles las ideas, a otros los sentimientos; hay personas muy visuales, otras más auditivas, unas muy vitales, otras muy intuitivas… De forma natural, cuando nos expresamos ajustamos el canal de comunicación a nuestro oyente, si queremos de veras ser entendidos. La meditación, en su dinámica interna, también tiene que abarcar un amplio abanico de posibilidades; no caigamos en el error de aseverar que una buena técnica, y sólo ella, es apta para todo el mundo.

En este esfuerzo de adaptación, además de las técnicas de referencia que proponemos, echamos mano de la fuerza evocativa de los símbolos. Los símbolos van más allá del concepto y tienden un puente entre el mundo subconsciente y el consciente, algo así como una caña de pescar que permite rescatar contenidos que, de entrada, no son perceptibles porque están por debajo de la línea de flotación. Junto con el símbolo, buceamos, y a menudo encontramos tesoros que nos llevamos más tarde a la superficie, a la luz del día.

 

Los símbolos no tienen un valor en sí mismos; son útiles por lo que iluminan dentro de una cosmovisión determinada. Una máscara tribal en la vitrina de un museo etnológico apenas es una carcasa vacía, pero esa misma máscara en su contexto, en medio de la danza, en el trance chamánico, adquiere su pleno significado.

Simbolizamos el mundo para hacerlo humano, para poder digerirlo, para manejarlo con sólo dos manos. Tenemos capacidad simbólica porque nuestra mente profunda funciona con imágenes: soñamos con imágenes, fantaseamos también con imágenes. Por eso, aunque lo ignoremos, el símbolo es capaz de lanzar sondas a las capas más profundas de lo que somos. El símbolo completa nuestro proceso de aprendizaje y nos inunda, como un oleaje, de contenidos y más contenidos, cada uno más y más insondable. No hay que confundir los símbolos con los signos. Los signos señalan, mientras que los símbolos evocan, aquéllos están anclados al objeto que representan mientras que éstos vuelan, estableciendo vínculos con otros objetos y realidades. El rojo del semáforo no da lugar a la duda: hay que parar, pero el rojo del cuadro puede llevarnos a la pasión o la guerra, al coraje o al amor.

Un símbolo es un atajo para la memoria, la personal pero también la colectiva. Si estamos suficientemente sensibles, es una llave para abrir un mundo arquetípico, donde nuestra alma despliega sus batallas heroicas. Los símbolos forman parte del lenguaje del inconsciente y tenemos que aprender a descodificarlos.

Cuando decimos que hemos de aprender a meditar como una ola queremos rescatar la fluidez de la ola, el ritmo, la aparente separación del océano y también su embestida. La ola nos recuerda nuestra individualidad pero también la invitación a la profundidad, una vez se asuma como parte de la inmensidad del mar.

Visualizar la ola, por seguir con este símbolo, nos ayuda a conectar con nuestra respiración y su espontaneidad, porque todos hemos estado delante del mar horas y horas ensimismados por la ola que va y viene, ajena a cualquier tribulación, temeraria ante la roca, juguetona ante la espuma. La ola está fuera, pero el símbolo actúa dentro, y el símbolo permite un tránsito a una dimensión desconocida. El símbolo nos deja al borde del abismo, Ahora, sólo tenemos que saltar.

Elegimos el rayo como imagen de la intuición, el firmamento como imagen de la infinitud o el fruto maduro como imagen del desprendimiento interno. Visualizamos símbolos, pero en realidad nos interesan las cualidades sabias, aquellas que nos ayudan a superar la cerrazón del ego. Para representar la celebración ante la vida, elijo al pájaro que canta cada mañana, pero también podría elegir una danza tribal. Insisto, lo importante del símbolo es lo que éste ilumina, y no tanto el símbolo en sí. Apostemos por la creatividad en este ámbito.

Cualquier símbolo puede ser fecundo, pero la tradición nos advierte que elijamos uno que no provoque rechazo ni deseo. No dejemos que se inmiscuyan nuestras emociones ni nuestras preferencias; seamos ecuánimes. Pero tampoco exageremos, pues tampoco nos servirá un símbolo que nos sea del todo indiferente. Nos interesa elegir un soporte simbólico que tenga un alto poder de evocación, que construya puentes de significados, que evite la ambigüedad y que abra la puerta del asombro. La mesa está servida.

Obstáculos

A la fiesta de la meditación asisten todos los invitados: los que nos caen bien y los que, ¡ay!, no quisiéramos tener al lado de nuestro plato. Zarandeados por la vida, nos gustaría encontrar en la meditación un oasis de paz cuando, en realidad, la meditación nos ayuda a encontrar un marco de sentido, pero no necesariamente un bálsamo. En cada sentada, vamos aprendiendo que la vida no avisa, no se ciñe a nuestro deseo, no espera, no se adapta a nuestra moral y sobre todo, no es indolora.

Probablemente, en la meditación nos encontraremos con la incomodidad, el dolor, la dispersión… Habrá momentos de negatividad y de aburrimiento; iremos muchas veces de la fantasía al sopor, y con miedo caeremos ante el vértigo de la disolución. Los obstáculos nos van a acompañar, queramos o no, porque forman parte intrínseca del camino. Y ya que van a ser compañeros de viaje, más vale hacernos amigos de ellos. Nos conviene señalar el obstáculo cuando aparece, nombrarlo, reconocerlo y dialogar con él. De esta manera, el obstáculo pierde su larga sombra fantasmagórica y aparece como lo que es: una resistencia a la entrega, una huida de la realidad o un bloqueo ante la intensidad.

Es cierto que duele la rodilla, pero la articulación duele porque algo -o alguien- dentro de nosotros no quiere en realidad estar allí sentado, perdiendo el tiempo. Duele la rodilla porque una parte de nosotros no entiende lo que estamos haciendo, el sinsentido de la meditación, y quiere salir corriendo. En definitiva, duele la rodilla porque duele el alma, porque la vida reclama un precio que no estamos dispuestos a pagar, porque nos sentimos defraudados ante todas las expectativas que se han ido quedando por el camino, o porque nos miramos en el espejo y ya casi no nos reconocemos.

Pero la meditación nos recuerda todo el tiempo que hay una salida al sufrimiento psicológico, a la desesperación y a la confusión. Hacemos como en la buena medicina: diagnosticamos y proponemos la terapia adecuada para cada enfermedad. En la alforja de nuestra meditación podemos encontrar un medicamento para cada obstáculo, un antídoto para cada veneno. Ante el dolor, el desapego de las sensaciones; ante la incomodidad, la inmovilidad; ante la dispersión, la concentración… Si cada obstáculo es el reconocimiento de una resistencia interna, cada antídoto es un reto de superación. No hay manera de superar el pecado sino a través de una cierta virtud. Cierto que el jarabe que cura es amargo, pero ya sabemos que la meditación no es una fiesta infantil repleta de dulces. Para responder de verdad a la pregunta de quiénes somos, puede que haya que abatir muchos dragones.

Meditación

En nuestro afán pedagógico, en cada capítulo hemos dado muchas vueltas concéntricas, con la intención de explicar a veces lo inexplicable, para que no quedara ningún concepto en la penumbra. Ahora, se trata de ir por el sendero recto, directos a la médula de la etapa meditativa.

Este último apartado constituye un pequeño resumen de lo que se ha ido desplegando en cada uno de los apartados. Pero, sobre todo, este pequeño texto quiere ofrecerse como una pauta de seguimiento de los aspectos a tener en cuenta en esta etapa de meditación. Son dos o tres pautas para no perderse en cada etapa. No necesitamos más.

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