Los irreductibles III

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

—¡Pues les cambiamos el nombre a los personajes! Es sabido que Casper y Rodríguez Menéndez se movían en los mismos círculos, hay pruebas de su amistad. Además, no es como si nos fuera a denunciar por calumnias que está desaparecido y en busca y captura. Solo faltaba.



Jaime se pasó una mano por la frente, frotándose los ojos como si quisiera despertar de aquello.



—Está bien

 —concedió abatido—.

Tú verás…



—¿Tienes una faceta conspiranoica que desconozco? —le preguntó Kino al fantasma de Ricardo.



—En absoluto, hijo. Es solo que quería aprovechar esta película para hablar de ciertos temas.



—¿Por qué?



—Pues porque pretendía que el público atase los mismos cabos que yo con la información de la que disponía.



—¿Y sirvió para algo?



—Sirvió, sí. Pero no para lo que yo quería. Hablé de corrupción, y expuse tramas que más tarde la prensa confirmó como ciertas. Pero para aquel entonces el daño ya estaba hecho. ¿Oíste alguna vez lo de que la realidad supera siempre a la ficción? Cuando se empezó a descubrir que había tramas de corrupción como las que yo describía en mis películas, los medios se esforzaron por restar credibilidad a la prensa acusándoles de dejarse llevar por fantasías, y de copiar noticias de argumentos de películas.



—¿Pero había pruebas?



—Ya te digo que había. Discos duros enteros llenos de pruebas en las sedes de los partidos.



—¿Y no sirvió de nada?



—De nada en absoluto. A la gente la terminaron por convencer, por medio de un constante bombardeo mediático, de que no existían tales pruebas y de que los hechos no eran más que invenciones de la prensa amarillista. Y por supuesto, la Fiscalía nunca consideraba que había suficientes indicios para abrir una investigación, «me pregunto por qué». Y la rueda siguió girando.



—Madre mía… Pues sí que es viejo el invento de la posverdad.



Ricardo soltó un bufido malhumorado.



—Luchar contra la desinformación y la propaganda es como mear con el viento de cara.



—Pero hay una cosa que no entiendo —dijo Kino.



—¿El qué?



—¿Cómo era que tú estabas al tanto de todas esas tramas, conspiraciones y demás? ¿Cómo es que tú tenías esa información privilegiada?



—Yo no tenía información privilegiada, Kino —respondió Ricardo con una sonrisa misteriosa—. No hace falta tenerla para saber qué es lo que está pasando. Las pistas están ahí, solo hay que saber buscar. Atar cabos.



—Pues o tú atas cabos mejor que un marino, o la gente estaba muy dormida, ¿no?



—¿Qué te hace pensar que han despertado?



—Bueno… me parece obvio. Hoy en día tenemos al alcance de nuestras manos más información que nunca. Por lo tanto, es más fácil que nunca estar bien informado.



—No sabes cuánto tiempo llevo oyendo lo mismo —replicó Ricardo cansinamente.



Kino miró a su padre confundido, pero Ricardo no respondió. Dio un suspiro y pareció concentrarse, y de repente el entorno alrededor de ellos cambió, y Kino se encontró con una imagen lejanamente familiar.



Estaban una vez más en la Ribeira de Miño, y un joven Ricardo de catorce años leía sus historias para sus amigos, Jaime y Ramiro. En aquellos momentos, Jaime miraba al horizonte con mirada soñadora y aunque hablaba con vehemencia se preocupaba de no alzar la voz.



Joder

 —comenzó Jaime volviendo a bajar la voz para que solo le oyesen sus amigos—,

qué ganas tengo de que se muera el enano de una puta vez y se acabe la dictadura.



—¿Por qué?



—¿Cómo que por qué, Ramiro? ¿No nos ves hablando en voz baja por miedo a que alguien nos escuche? Si pasara por aquí un gris nos podría decir que «circulen» por ser un grupo de tres personas hablando. ¿No tienes ganas de vivir en un país donde puedas decir libremente lo que piensas?



—Pues… supongo que sí

 —dijo el que, de los tres que allí se encontraban, menos tiempo al día dedicaba a pensar en tales menesteres.



Pues eso, Ramiro. No puedo esperar a que la palme el enano para que se termine la dictadura y para que se acabe la censura. Imagínatelo. Imagínate vivir en un país donde no solo podamos expresar nuestro pensamiento libremente, sino que también tengamos libre acceso a la información. Que no haya nadie controlando lo que leemos o lo que vemos. Con acceso a la información a la que nosotros queramos acceder, podría haber por fin una educación de calidad, un sistema educativo que sirviese para algo, no como la mierda que tenemos ahora. Que nos enseñaran a pensar en vez de a memorizar. El fin de la censura significaría el fin del analfabetismo, y un pueblo culto y bien formado no puede ser controlado. Por eso hay tanto analfabeto funcional, porque al régimen no le conviene enseñar a la gente a pensar.



Cuando Jaime hubo terminado de hablar, el entorno cambió una vez más, y Kino y su padre volvieron a encontrarse en el salón de casa de sus padres. Jaime y Ricardo seguían debatiendo qué rumbo debía tomar cada escena, pero Kino no hacía caso.



—¿Por qué me has vuelto a enseñar eso ahora? —dijo pasándose una mano por la frente. Se sentía mareado, como si acabara de hacer un gran esfuerzo.



—Para que veas. Uno no es verdaderamente consciente del poder manipulador de los medios hasta que ve sus efectos a lo largo del tiempo. ¿Acaso te crees que Jaime era de los que sí creían que el Gobierno era corrupto? —Ricardo hizo una pausa y negó con la cabeza con gesto severo—. Él votó siempre al mismo partido, sin importar a cuantos cargos pillasen con las manos en la masa en cualquiera de sus múltiples chanchullos.



Kino volvió a mirar la estampa del salón, asimilando poco a poco las palabras de su padre y dejando que calaran lentamente. Aquel hombre tan despierto, que en esos momentos jugaba con Kino y con su hermano, aquella persona tan aguda y avispada, que tantas inquietudes había tenido de joven… ¿había terminado por convertirse?



Kino se preguntó también si Jaime se consideraría a sí mismo como una persona bien informada. Él sí lo hacía, pero porque Kino sí que sabía a ciencia cierta que él sí que era capaz de discernir noticias falsas de verdaderas. Al fin y al cabo, él había trabajado en el mundillo y conocía sus entresijos. Su ritual informativo consistía en analizar la misma noticia siempre desde los dos periódicos situados en cada extremo del espectro ideológico, y después contrastar información con algunos titulares más neutros de medios no tan radicales. Era un proceso largo y tedioso, pero a su juicio era la única manera de estar bien informado sobre las cosas que ocurrían en el mundo.



Pero también recordó la conversación que habían mantenido su padre y el Jefazo después de la Ceremonia de los Goya sobre las cadenas de televisión, y una nueva pregunta se coló en su ya atribulada mente: si al fin y al cabo siempre es la misma gente la que escribe los titulares, independientemente de la supuesta ideología a la que se adscriba cada medio, ¿hay acaso una posibilidad real de saber lo que pasa?





_______________



1

 Así era como se llamaba el sargento de policía en el que aglutinaron todas las cualidades de los auténticos oficiales que participaron en la investigación real.





VIII



Los días iban pasando rutinariamente, y por primera vez en su vida Ricardo pasaba más tiempo en casa que preparando sus producciones. Después del estreno de

El Rey del Butrón

, Jaime y él comenzaron a trabajar en el guion de la última película que él dirigiría:

Regreso al Hogar

.



Esta sería una cinta de ciencia ficción que seguía la vida de un joven normal y corriente que vivía en Valencia. Un buen día, sin darse ninguna explicación en toda la película de por qué ocurre, dejan de funcionar todos los aparatos electrónicos. Se dejan caer varias explicaciones sobre este acontecimiento como descargas solares o pulsos electromagnéticos (provocados quizá por una explosión nuclear cercana), pero ninguna explicación resulta definitiva. Y en la primera media hora de película, se reflejaba una rápida decadencia de la sociedad al derrumbarse todos los organismos e instituciones oficiales, por no hablar de los efectos que tiene la ausencia de aparatos eléctricos en una sociedad completamente dependiente de la tecnología.



En poco tiempo, la sociedad se desmorona en el medio del caos y la anarquía, y el paisaje nacional se convierte en un páramo postapocalíptico plagado de escasos grupos de supervivientes y numerosas tribus de saqueadores y maleantes. En medio de toda esta decadencia, el protagonista de la historia, Luis, inicia una odisea personal por regresar con su familia, que se encuentra en Galicia, sin saber nada de ellos, pues las comunicaciones fue lo primero que se perdió cuando desapareció la tecnología. La mayor parte de la película contaba cómo se iba convirtiendo poco a poco en un superviviente de la carretera, y cómo hace frente a los innumerables peligros desencadenados por el colapso de la sociedad a lo largo de su viaje entre los dos extremos de la península.



Un año antes de que se estrenase la película, en el 2008, Ricardo se encontraba revisando una y otra vez el guion ya que la preproducción comenzaría en pocas semanas. Había conseguido mantener la rutina que había adoptado antes de que naciese Raúl, cuando empezó a escribir su primera y única novela. Y lo cierto era que a Kino le hacía mucha gracia verse a sí mismo pululando alrededor de Ricardo mientras este trabajaba, imitando lo que hacía su padre.



Ricardo solía pasar las tardes escribiendo en su portátil, y a sus pies era habitual que se colocase el pequeño Kino, de tan solo tres años, y hacía como si él también estuviese escribiendo. Aunque lo que en realidad hacía eran garabatos y dibujos, colocando de vez en cuando las hojas de papel apoyadas en vertical, y golpeando con los dedos una carpeta. Como si él también estuviese escribiendo en un ordenador.

 



Kino reía por la nariz, observando aquella estampa. Y de repente se dio cuenta de que el fantasma de su padre lo miraba a él con una sonrisa.



—¿Qué? —preguntó Kino sin dejar de sonreír.



—Nada —contestó Ricardo devolviéndole la sonrisa.



—No sabía que me venía de tan atrás la perra de querer ser escritor.



—Ya te digo que te venía de atrás —dijo Ricardo fingiendo exasperación, mas sin dejar de sonreír—. Pero antes de tu faceta de escritor apareció la de lector. Y eso sí que fue un suplicio.



—¿Por qué?



—¿Sabes cómo aprendiste a leer tú?



—No sé. ¿En el colegio?



—Ojalá. Tú llegaste al colegio sabiendo leer ya.



—¿Y cómo aprendí a leer? —preguntó intrigado Kino.



—Pues preguntando.



La imagen cambió, y aunque seguían estando en el salón de casa, Ricardo no estaba con el portátil, sino sentado en el sofá repasando hojas de notas y apuntes con un boli que a veces estaba en su oreja y otras colgando de la comisura de sus labios. De repente, apareció el pequeño Joaquín, caminando graciosamente a una velocidad mayor de la que le deberían permitir sus cortas y rechonchas piernecitas. En las manos traía sujeto con mucho cuidado el periódico del día.





—Papá. ¿Qué pone aquí? Pa… ¿qué más?





—¿Cómo?

 —dijo Ricardo confuso, sin apartar la vista de sus notas.



—Aquí. ¿Qué pone?



—A ver. «País». Esa palabra es país.



—¿Y aquí?



—«El».



—«País El».



—No, Joaquín

 —dijo Ricardo conteniendo la risa—.

Se lee de izquierda a derecha, no al revés.



—¿Qué es izquierda?



Ricardo soltó un profundo suspiro, preguntándose por qué tendría que meterse en aquellos fregados. Dejó sus notas a un lado y se acercó a su hijo, cogiéndole de su manita.



—Izquierda es todo lo que te encuentres del mismo lado que esta mano. Y derecha

 —dijo cogiéndole la otra—,

todo lo que te encuentres que esté del mismo lado que esta. ¿Entiendes?



—Sí

 —contestó el pequeño Joaquín muy convencido, volviendo a posar sus ojos en la portada del periódico—.

«El País». «El pá…» ¿Qué pone aquí?



—«Pánico». Ahí pone pánico

 —dijo Ricardo echando un vistazo por encima de sus papeles.





—¿Y aquí?





—A ver. «Hunde», ahí pone hunde

 —dijo Ricardo repitiendo la operación.



¿Qué es

«hunde»?



—Algo se hunde cuando se va para abajo, cuando se sumerge. Como cuando tú metes los juguetes en la bañera y se van al fondo, porque no flotan. Ahí se hunden. ¿Entiendes?



—Sí

 —respondió el pequeño Kino muy convencido una vez más, algo que hizo que a Ricardo le diese un poco la risa, divirtiéndole la confianza en sí mismo que demostraba su hijo pequeño. Ricardo volvió a centrar su atención en sus notas, pero no tardó mucho antes de volver a oír la voz de su pequeño—. «

El pánico hunde las…». ¿Qué pone aquí?



—«Bolsas». Ahí pone bolsas.



—«El pánico hunde las bolsas»

 —leyó Kino en voz alta—.

¿Y por qué se hunden las bolsas? ¿El pánico pesa mucho?



Ricardo, a pesar de que intentó contenerla, terminó soltando una carcajada.





—Sí, hijo, sí. Pocas cosas hay que pesen más que el pánico.





—Cuánta paciencia, madre mía —comentó Kino observando la escena—. No sé cómo aguantabas.



—Bueno, tengo que admitir que también era divertido.



—¿Y aun a pesar de tenerme a mí por ahí molestando todo el día conseguiste terminar el guion de

Regreso al hogar?

 —El fantasma de Ricardo asintió sonriendo con dulzura—. Enhorabuena.



—Gracias —dijo Ricardo sin darle ninguna importancia—. Pero no fue molestia ninguna. De hecho, al final demostró ser una inversión de futuro.



—¿Y eso?



—Pues que esa «molestia» como tú la llamas me terminó dando también muchas satisfacciones.



Kino no entendió lo que su padre quería decir, pero no tuvo tiempo de preguntarle ya que el entorno alrededor de ellos cambió una vez más. En aquel momento Ricardo se encontraba en la cocina, preparando la cena para todos ya que Teresa aún no había llegado a casa y sus hijos no dejaban de recordarle que tenían hambre. Aquel día había optado por preparar una cena sana, y había cocinado contramuslos de pollo cocido con perejil, patatas y aceite. Y para acompañar, mayonesa casera.



Como Ricardo se encontraba usando la batidora, no oyó a su hijo que lo llamaba desde debajo de su cintura, pero sí que notó cuando Kino le agarró del pantalón y empezó a tirar. El Kino adulto que se encontraba observando aquello al lado del fantasma de su padre dedujo que había avanzado el tiempo, ya que, aunque él seguía viéndose a sí mismo como un piojo, ahora parecía haber crecido algo más y le llegaba a su padre casi a la altura de la cintura.



—¡Un momento, Kino!

 —dijo Ricardo elevando la voz para que se le oyera por encima de la minipimer. Terminó de batir la mayonesa para que esta no se cortara, y cuando el aparato dejó de hacer ruido, Ricardo se limpió las manos y se acuclilló junto a su hijo—.

Dime

.





—Mira.





Ricardo cogió las hojas de papel que Kino traía en las manos, y con gran sorpresa pudo ver que estaban repletas de texto. Un texto escrito con una mano temblorosa, pero con una caligrafía sorprendentemente cuidada para un niño de cinco años. A Kino le dio la sensación de que su corazón se acababa de detener en seco, y abrió los ojos de par en par mientras los acontecimientos se sucedían ante él. ¿Acaso era aquello lo que él creía que era?



—¿Esto lo has escrito tú?

 —El pequeño asintió con la cabeza mientras lucía una sonrisa de oreja a oreja en la que faltaban algunos dientes de leche—.

¿Qué es?





—Un cuento.







—¿Para mí? ¿Quieres que lo lea?







—Sí. Bueno, y también me preguntaba si podrías corregírmelo. Los errores.





—No me lo puedo creer —dijo el Kino adulto.



—Claro, hijo. Faltaría más

 —contestó su padre riendo mientras cogía la primera historia escrita por su hijo con el pecho henchido de orgullo.



—¿Qué ocurre? —preguntó el fantasma de Ricardo a su hijo.



—Lo recuerdo. Recuerdo esto. Esta fue la primera historia que yo escribí. —Kino miró a su padre, que asentía lentamente con una sonrisa de puro orgullo en su rostro—. Buah, lo había olvidado. Era… era un cuento sobre un tiburón, ¿no?



—Sobre un tiburón al que tenían encerrado en la piscina de un hotel y al que soltaban de vez en cuando para que se alimentara con los huéspedes. Una historia de misterio y asesinatos. Me acuerdo perfectamente.



—Vaya. Ya de pequeño me gustaban las historias gore.



—Sí. —Rio Ricardo—. Estilo propio desde joven.



Kino hubiese jurado que ahora veía lo que ocurría delante de él mejor que antes, como si hubiese pasado de una imagen normal a una de más definición, más nítida. Sabía que aquello no tenía sentido, ya que no estaba mirando a ninguna pantalla, sino que todo lo que percibía era una interpretación de su mente de los datos guardados en la AF01. Pero mientras observaba a su padre repasar tildes y cambiar una b por una v de vez en cuando, le era imposible no pensar en que por primera vez desde que había entrado en la AF01 era como si realmente estuviese allí. O, mejor dicho, como si volviese a estar allí, reviviendo aquel momento tan feliz del cual se había olvidado a saber cuándo.



Y no hizo falta que su padre dijera nada más para saber qué era lo que él sentía en aquel recuerdo, pues era lo mismo que parecía sentir su fantasma: orgullo.





IX



Kino abrió los ojos mientras los circuitos de la AF01 se iban apagando alrededor del asiento de la máquina, y se encontró con que delante de él estaban Spiegel y su hermano muy sonrientes, liberándolo de sus ataduras al Trono.



—¡Qué pasa, Kino! —saludó Raúl pletórico—. Buen trabajo, tío. ¡Buen trabajo! Un momento, ¿qué te pasa?



—¿A mí? —preguntó Kino sorbiendo por la nariz, ya que la sentía húmeda—. Nada, ¿por?



—Porque estás llorando —dijo Spiegel—. ¿Te encuentras bien?



Kino pasó sus dedos por las mejillas, y comprobó que su amiga tenía razón. Se miró las yemas de los dedos, húmedas después de haberse palpado el rostro.



—¿Ha pasado algo malo ahí dentro? —preguntó Raúl.



—No, no, nada malo —dijo Kino dejando por fin de mirarse las lágrimas en la punta de sus dedos—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Ha ido algo mal?



—¡Qué va! —respondió su hermano—. De hecho, por eso no entiendo que estés llorando. Hoy ha sido una sesión muy buena. Muy larga y bastante fructífera.



—Vaya… Me alegro —dijo Kino esbozando una sonrisa.



—Kino, no sé qué habrá pasado o qué habrás visto —intervino Spiegel—, pero vuestros perfiles se acaban de enlazar hasta un treinta y siete con ocho por ciento.



—¿Y eso es mucho? —preguntó Kino.



—Muchísimo —respondió Spiegel pasándole la habitual botella de agua—, teniendo en cuenta que hasta ahora estábamos trabajando con un siete por ciento e íbamos tirando. A partir de ahora deberíamos de poder empezar a trasladar los datos a imágenes mucho más rápido. Ha sido la hostia, Kino, necesito que me digas qué ha pasado. Estaba yo tan tranquila monitorizando la sesión, como siempre, y de repente se empezaron a despejar automáticamente un montón de parámetros que hasta entonces estaban incluidos dentro del término de error.



—Ya —asintió Kino entre sorbos del botellín, fingiendo que entendía lo que le estaba diciendo Spiegel.



—Lo que quiere decir esto —continuó ella—, es que a partir de ahora los algoritmos de enlazamiento funcionarán mucho mejor.



—Así que dinos, ¿qué fue lo que viste hoy ahí dentro?



Kino se quedó un rato mirando a su hermano antes de contestarle. Volvía a sentir una extraña sensación en su interior, y cuando recordó lo que acababa de revivir en la AF01 sintió como si las lágrimas quisieran volver a brotar. Pero esta vez fue capaz de contenerlas.



—Acabo de ver una cosa de la que no me acordaba. El primer cuento que escribí en mi vida. Joder, ni yo recordaba eso —dijo pasándose el dorso de la mano libre por la frente.



—Explícate —dijo Raúl con el rostro iluminado. Antes de contestar Kino, miró a Spiegel y vio que ella también lo miraba con una expresión de expectación máxima en el rostro.



—Pues eso, que era el primer cuento que escribí con cinco años. Se lo había enseñado a papá para que me corrigiese las faltas de ortografía y tal.



—Oh, Dios… —dijo Spiegel con felicidad en sus ojos—. Kino, ¿sabes lo que significa esto?



—¡Que acabas de repasar un recuerdo compartido! —dijo Raúl antes de que Kino tuviese oportunidad de negar con la cabeza—. ¡Un recuerdo en común! Algo que los dos recordabais. ¡Por fin!



—Bueno, decir que yo recordaba esto sería ir demasiado lejos. Me acordé al verlo, que es lo que me parece raro.



Kino no lo quería decir, pero lo que de verdad le extrañaba fue sentir que su padre recordaba algo que él ya había olvidado. A pesar de que fuese algo tan importante y memorable como la primera historia que él había escrito.



—Pero ¿pasó o no? —le preguntó Raúl.



—Sí, sí, pasó. Pasó. Es como una de esas cosas que no eres consciente que recuerdas hasta que te lo cuentan.



Tanto Raúl como Spiegel soltaron sendas exclamaciones de puro júbilo. Spiegel lanzó un par de puñetazos al aire mientras sonreía con los dientes apretados, y Raúl levantó los brazos como si acabase de marcar un gol para después acercarse a su hermano y plantarle un sonoro beso en la frente.



—¡Pero bueno! —se quejó Kino, intentando zafarse de aquella súbita e inesperada muestra de afecto por parte de su hermano—. ¿Me podéis decir qué está pasando? ¿A qué viene esto, por qué os ponéis así?



—Kino, el hecho de que acabes de vivir algo que te pasó a ti, un recuerdo compartido con tu padre, confirma que la máquina funciona —dijo Spiegel—. Es decir, hasta ahora dábamos por hecho que funcionaba porque la información que recopilábamos se correspondía con lo que cabía esperar, así que íbamos tirando «palante» con los dedos cruzados. Pero esto es diferente. El hecho de que ahí aparezca algo que sabemos que fue cierto es la primera prueba empírica de la que disponemos que demuestre que los recuerdos y la consciencia de tu padre efectivamente están metidas en la máquina. El proceso de almacenamiento de memoria ha sido un éxito.

 



—¡Dios! Ya podemos empezar con la siguiente fase —dijo Raúl exultante—, ¿cuándo crees que podríamos reproducirlo, Spiegel?



—¿Reproducirlo? —interrumpió Kino, algo que provocó que la expresión de Raúl cambiase de pronto, como si se arrepintiese de haber dicho algo—. ¿Te refieres a las sesiones convertidas en imágenes?



—Emmm… no exactamente —respondió Raúl incómodo.



Spiegel también puso cara de situación, y Kino se empezó a confundir.



—¿Entonces?



Raúl se tomó su tiempo antes de responder, y se quedó mirando a los ojos a su hermano durante un breve rato que a los dos se les hizo eterno. Al mirar a Kino, Raúl entendió que no serviría de nada intentar evadir la respuesta. Y al mirar a Raúl, Kino se dio cuenta de que había algo que no quería decirle. Finalmente, Raúl habló, pero todo rastro de felicidad había desaparecido, y usaba el mismo tono aséptico al que Kino se había acostumbrado desde hacía años.



—Me refiero a que el producto está prácticamente listo para su comercialización.



—Bueno, no adelantemos acontecimientos —dijo Spiegel—, aún queda mucho trabajo. Te lo recuerdo.



—Claro que queda, pero eso no quita que pueda empezar a promocionarlo entre futuros clientes, ¿no crees? Eso terminaría de eliminar la amenaza de espionaje.



—Espera un momento—intervino Kino con expresión agria en el rostro—. Pensaba que esto era un proyecto interno de Industrias Lázaro pensado para mejorar el rendimiento de las senseries. ¿Y ahora dices que pretendes venderlo?



—No exactamente —respondió Raúl con sequedad—. Pero no necesitas saber más.



—¡No necesito saber, los cojones! ¡Soy yo el que se mete dos días por semana a hurgar en la memoria de nuestro padre! Además, tanta chapa que me has dado tú con lo de la familia y el legado de nuestro padre, ¿y ahora piensas vender sus recuerdos?



—Tú no lo entiendes.



—Explícaselo, Raúl —intervino Spiegel—. Por favor.



—¿Qué es lo que me tienes que explicar? ¿Así piensas salvar Industrias Lázaro?, ¿vendiendo las intimidades de nuestro padre?



—Repito —dijo Raúl preparándose para abandonar la Caverna—, no necesitas saberlo.



Y sin más, se dirigió a la puerta. Pero Kino no se pensaba quedar aquella vez con la palabra en la boca, como tantas otras. Después de lanzar al suelo la botella vacía de agua, se echó por encima de los hombros de su chaquetón y salió detrás de su hermano al mismo tiempo que las compuertas se abrían.



—Mira tío, no me deberías tratar así —le espetó Kino a la nuca sin pelo de Raúl—. Te recuerdo que sin mí este proyecto se va a la mierda.



—Puede que fuera así antes, pero lo de hoy lo ha cambiado todo.



Llegaron hasta el montacargas y se subieron a él. A Raúl le parecía que iba insoportablemente despacio mientras escuchaba las incesantes quejas y reproches de su hermano.



—¡Ah, y qué pasa, que ahora que ya tienes lo que necesitas me vas a dar la patada! ¿Es eso? El gran hombre de negocios ya ha vuelto, me cago en la puta. —Raúl intentó escapar de él cuando el montacargas llegó al piso menos tres de Industrias Lázaro, pero Kino no pensaba alejarse de él, y le siguió sin ceder ni un ápice de terreno—. ¿Pues sabes qué te digo? Que me parece que te estás echando un farol.



Raúl miraba a los lados, nervioso, mientras fingía no escuchar a su hermano. A esas horas había poca gente que se quedaba trabajando en el edificio, pero los suficientes como para que hubiese más caras de las que a él le hubiese gus

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?