En busca del elefante

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

1 Juego de estrategia conocido en Occidente con el nombre japonés de Go, el objetivo es ganar territorio desplazando fichas en un tablero.

2 Platillo típico coreano preparado a base de col fermentada, pimienta roja, ajos, cebollas, zanahoria, etc., de olor fuerte y característico.

3 Tren entre la capital Seúl y la ciudad provinciana de Chunchon.

4 Fenómeno natural en que fuertes vientos estacionales levantan enormes nubes de fina arena provenientes del desierto de Gobi.

5 El saludo típico coreano se realiza arrodillado en el suelo con ambas manos hacia adelante e inclinando la cabeza hasta el suelo.

Todos somos ángeles

Julio es el mes en que los cuernos del ciervo cambian. Julio es el mes en que no puede uno sentarse en la tienda de campaña al mismo tiempo que se asan las mazorcas de maíz. Y es, además, el mes en que los bueyes mugen y maduran las frambuesas. También es el mes en que las frutas absorben la luz del sol.

La página de julio en el calendario tenía un dibujo en el que se veía la luz penetrando entre la oscuridad de los árboles de un intrincado bosque. Kim Yohok se tapó rápidamente los ojos con ambas manos, pues tenía mucho miedo de quedar ciega por esa luz tan intensa. Repitió con los ojos cerrados lo que estaba escrito en la hoja del calendario: julio es el mes en que los cuernos del ciervo cambian, en que no puede uno sentarse en la tienda de campaña y en el que las frutas absorben la luz del sol. Kim Yohok, con el canto de los indios recobró la fuerza de sus piernas y bajó los brazos, pero los árboles del calendario eran demasiado negros y oscuros. Recitó repetidas veces la canción de julio que los indios entonaban, sin embargo, el miedo la invadía como si estuviera abandonada, sola en medio del bosque a medianoche, a merced de los enemigos. Si no se podían sentar en la tienda de campaña, ¿adónde se marcharían los indios que vivían en un lugar tan lejano en julio? ¿Quién guardaría los cuencos, mantas, ropas viejas, zapatos…? Kim Yohok movía la cabeza sin saber qué decir. Ya era julio. Era probable que se marchara alguien de la tienda de campaña antes de que las frutas absorbieran la luz por completo. Pensando en esto, Kim Yohok se puso de pie junto al calendario. ¿Sería por la falta de sueño? Estaba parada, inmóvil y las rodillas le temblaban.

Tomó el mensaje que estaba sobre la mesa del despacho de la directora. Con letras zigzagueantes estaban escritos diez métodos para dormir bien:

• En primer lugar, deje de pensar sólo en el sueño

• Quite el reloj de la pared

• Entre al dormitorio sólo para dormir

• Establezca la hora en que se meterá en la cama

• No tome siesta

• Dúchese con agua caliente

• Coma golosinas

• Tome leche en vez de alcohol

• No haga ejercicio por la noche

• Tome una cantidad conveniente de algún somnífero.

Así estaban escritas las diez reglas para superar el insomnio. Era la hoja del mensaje que el hombre que hacía anuncios con luces de neón había dejado el día anterior en la mesa del despacho de la directora, cuando salía del estudio de arte.

Parece que los que no han sufrido de insomnio saben más que los insomnes, tienen decenas de maneras de superarlo. Kim Yohok nunca dejaba de pensar en dormir ni quitaba el reloj de pared ni fijaba la hora en que iba a dormirse. No tomaba leche en vez de alcohol, pero no dejaba de ponerse los calcetines antes de acostarse. Fue Lee Miran quien le había aconsejado que antes de acostarse se pusiera los calcetines para calentarse los pies.

El hombre de los anuncios acostumbraba, en cuanto llegaba al estudio, mirar los ojos de Kim Yohok, siempre enrojecidos y con los capilares reventados por el insomnio. Para ella era muy molesto que él descubriera sus ojos marcados por la vigilia, pero los ojos del hombre también estaban enrojecidos, como los de un conejo que duerme, siempre listo para huir en caso necesario.

La esposa del señor que trabajaba con neón no venía desde hacía una semana al estudio de arte. Kim Yohok no le preguntó por su esposa, y aquél salió del estudio dejando el mensaje en la mesa. Si él volviera a casa, podría ver a Lee Miran. Sería probable que Lee Miran y el hombre de los anuncios de neón hicieran el amor poniendo entre los dos una toalla congelada en la nevera y dejando medio abierta la ventana. Apartó la mirada de la espalda del hombre que bajaba por las escaleras y apagó la luz bruscamente. El hombre, sorprendido por la súbita oscuridad, había visto de reojo a Kim Yohok, que estaba de pie en la planta de arriba. Kim Yohok entró precipitadamente al estudio y cerró la puerta. Seguro que habría bajado por las escaleras, desde el cuarto piso hasta la planta baja, tentaleando la pared como un ciego. Kim Yohok no le preguntó en ningún momento por su esposa.

Unos cuarenta minutos después, los alumnos aspirantes a la escuela secundaria de artes llegaron a la academia. Se vería cómo la ventana del despacho de la directora se abriría de par en par. Si bajara un poco más la cabeza, sería posible que viera a Lee Miran enrollar kimbab1 o remover toks con salsa picante y varios condimentos para cocinar tokboki.2 El restaurante de Lee Miran se situaba en un semisótano, un poco más abajo de la acera. Desde hacía unos días veía hacia la altura del cuarto piso estirando la cabeza, por lo que ya le dolía el cuello. No era fácil ver la cara de aquella mujer que estaba al otro lado de la calle de cuatro carriles en un piso tan alto.

Encendió el aire acondicionado y un aroma se esparció en el ambiente. Kim Yohok estaba pensando que cuando Lee Miran llegase, le contaría lo que había soñado la noche anterior. Le contaría qué comía cada día de la semana, o le hablaría del color verde de los pepinos y calabacitas que había comprado en el viejo mercado que se abría allí abajo, o acerca del cuervo que murió ciego, después de que los ojos se le congelaran por la ola de frío del invierno pasado. También le contaría cuántas personas habían estado en el restaurante de la señora Lee Miran a lo largo de la semana, a qué número de autobús subían después de salir del restaurante y del mensaje que el hombre de los anuncios de neón había dejado sobre la mesa, como para sacar algo que le pesaba en el pecho.

Pero Kim Yohok no le dijo nada a Lee Miran sobre su esposo, como tampoco le preguntó a él por su esposa. Kim Yohok recordaba a los animales pequeños del bosque que aprendieron a mimetizarse, a esquivar el peligro, a encogerse o ponerse boca abajo para sobrevivir a los enemigos de los que el bosque estaba lleno. Algunos animales se escondían dentro del hueco de algún árbol muerto.

Chiye y Songhyun, del sexto curso de la escuela primaria, entraron juntas al estudio sin tocar a la puerta. Songhyun era una niña de un palmo menos de estatura que Chiye. Las dos siempre se acompañaban como hermanas, pues eran huérfanas de padres. Le mandó a Chiye que concluyera el diseño que había dejado el día anterior sin terminar, mientras a Sonhyun le dijo que hiciera un dibujo de la cantimplora y la vela que había puesto en la mesa. Si la señora Lee Miran hubiera estado en el estudio, le habría dado a Songhyun una botella de agua mineral, un sándwich o kimbab bien envuelto en aluminio. Cuando estaba presente, Lee Miran no se concentraba en su propio trabajo, sino que se pasaba el tiempo acariciando suavemente la nuca de la niña o vaciaba el agua sucia del cuenco. Lee Miran y el señor del taller de anuncios de neón aún no tenían hijos.

Si llegaran de repente al estudio los estudiantes que se preparaban para el ingreso a la universidad, estaría tan ocupada que no tendría tiempo para comer. Cuando empezaron las vacaciones de verano, se agregaron tres o cuatro alumnos que querían aprender a pintar. Esto fue buena suerte para ella, pero estaba fuera de su capacidad enseñarlos a todos por sí misma. Hacía ya dos años que Dahok, hermana mayor de Yohok, había desaparecido inesperadamente. Las dos habían establecido juntas la academia privada de pintura, pero desde entonces, Yohok no tenía ninguna noticia de su hermana. Quién sabe por qué, pero al terminar la clase a mediodía, al salir de allí, Kim Yohok no cerraba con llave la puerta del estudio.

A eso de la una de la tarde, cuando Kim Yohok subía despacio por las escaleras al cuarto piso del viejo edificio, hasta hacía unos días esperaba vagamente que su hermana mayor Dahok estuviera en el estudio. La llave de la puerta se quedaba en el buzón de la planta baja del edificio, pero se reía de tan vana esperanza. Nunca había llegado nadie antes que ella al estudio. Cuando estaba de pie, sola y desilusionada, se animaba con la fantasía de que la arena que había salido por una rotura del reloj de arena le cubría primero el empeine, subía hasta las rodillas y al final le llegaba hasta el cuello. Cuando llegara Lee Miran al estudio, le comentaría lo del reloj de arena que, en realidad, ni existía, y también le contaría algún relato que hasta entonces no hubiera conseguido contarle.

Kim Yohok entró al despacho de la directora y sacó una grabadora del cajón. Metió una cinta sin usar. Sacó una botella de agua natural y tomó un trago. Se sentó y acercó la grabadora un poco, apretó el botón para grabar. La cinta empezó a dar vueltas con un ruido raro.

 

“Me llamo Kim Yohok. Voy a cumplir veintinueve años en diciembre. ¿Cómo llaman los indios al mes de diciembre? Todavía no he pasado las hojas del calendario. Podré saber automáticamente cuál es diciembre cuando lleguemos al último mes. ¡Qué tontería! Y yo, aún en pleno verano, ya estoy pensando en diciembre. Ni siquiera ha llegado agosto… Dicen que va a empezar en pocos días la temporada de lluvias, pero que este año serán esporádicas, por eso no se sabe cuándo empezarán o terminarán. Un día empieza a llover de repente, y después continúan los días bochornosos. El ardor asfixiante del sol se prolonga por unos días, de modo que lloverá pronto. Se dice que aún no se soluciona la sequía en el sur del país. Quizá sea una temporada en que se presente no la lluvia sino un tifón. Eso no sería tan malo, porque solucionaría la sequía y, con su violenta fuerza, removería el mar, de manera que se llenaría de oxígeno el fondo. Hay un refrán que dice: ‘Después del tifón, viene una pesca abundante’. ¡Ah! El tifón nos va a embestir… Hago así mi diario todos los días. Un día alguien podrá oír mi diario, pero no me importa saber quién será. Tal vez será lo mismo que antes, cuando cada vez que abría la puerta del estudio lo que me esperaba en la puerta no era ya mi hermana Dahok, aunque no recuerdo exactamente desde cuándo. No me importa quién oiga mi diario. Para mí es suficiente que se recuerde que existí en este lugar. Lo que he sido durante un tiempo será reconocido como un hecho. Durante todo un mes sufrí de pesadillas que me caían como lluvia, pero voy a dormir cueste lo que cueste. Ahora no estamos en la temporada del terrible frío; por eso, creo que no hace falta preocuparme de que mis ojos se congelen una vez que me duerma. ¿No es así? Sí, es verdad. Es una historia de ciertos cuervos en un país lejano. Ya he empezado con una historia de cuervos. Pues contaré otra historia más. Dicen que cuando los cuervos bajan a la rama de un árbol, pliegan las alas tres veces para comprobar si están bien plegadas. ¡Huy! Esto significa que quieren realmente seguir viviendo. No cabe duda, esa especie volátil con el nombre de cuervo es de aves muy inteligentes…”


En el recipiente rojo de plástico estaban apilados ordenadamente veinte rollos de kimbab. Su color negro y brillante se veía fresco. Eran los rollos que los padres de un niño beisbolista pidieron para la merienda de todo el equipo de beisbol de una escuela primaria cercana. Le quedaban todavía unos treinta rollos más que preparar, sin embargo, empezaba a dolerle la muñeca y ya iban a dar las cuatro de la tarde. Todavía no volvía al restaurante el estudiante que tenía un trabajo temporal como repartidor y que había salido ayer, a temprana hora, antes de concluir su trabajo, excusándose y diciendo que tenía algo que hacer en la noche. El reparto se tenía que realizar exactamente a las cuatro de la tarde. Sobre una hoja de alga bien extendida, Lee Miran puso el arroz blanco mezclado con varios ingredientes y aceite de sésamo. De repente levantó la cabeza. No era la hora en que él tenía que pasar por ahí. No obstante, como de costumbre, asomó un poco la cabeza a la calle. Siempre que los vehículos pasaban, se veía subir el calor del suelo por encima de la superficie.

Durante unos días, cada vez que miraba por la ventana, de vez en cuando encontraba que la directora Kim Yohok miraba también hacia afuera desde la ventana de su despacho del cuarto piso bien abierta. En esas ocasiones, Lee Miran se encogía de hombros y entraba de prisa al restaurante. Sabía que Kim Yohok miraba todos los días desde la ventana del cuarto piso, pero no podía saber exactamente, por la distancia que había entre las dos, hacia qué objeto dirigían la mirada sus ojos; sólo suponía que ella también esperaba a alguien. Podría ser a su hermana mayor Dahok, quien, según le dijo, se había marchado hacía dos años.

Las dos se parecían mucho, aunque no eran gemelas, tenían el mismo corte de pelo, que les llegaba a la cintura, la cara redonda, el párpado de uno de sus ojos caído, y además sus nombres eran muy parecidos. Desde antes de que fuera al estudio de arte, Lee Miran había observado con frecuencia que Kim Yohok y su hermana mayor iban juntas de compras al mercado, comían en el restaurante, elegían el mismo tipo de zapatillas, etc. Actualmente, Kim Yohok hacía todo sin su hermana. Lee Miran no sabía desde cuándo había empezado esa vida solitaria. Kim Yohok era una mujer bajita, con los hombros caídos, que caminaba arrastrando una pierna, como si tuviera una lesión en alguna parte del tobillo.

Ya había pasado un mes desde la apertura del restaurante, cuando las dos hermanas empezaron a ser clientes. La causa por la que las recordaba no estribaba en su apariencia, aunque no las distinguía fácilmente, sino en que comían muy poco cada vez que iban allí. Cuando salían del restaurante, Lee Miran siempre se preocupaba al ver las sobras de kimbab y dopbap.3

Después de que Kim Dahok se marchó, Yohok iba raras veces al restaurante y comía sola. Lo extraño era que, ahora que se encontraba sola, mostraba inopinadamente cierta bulimia. Aunque veía que tenía la muñeca tan fina como una pata de gallina, se comía uno tras otro todos los platos: un plato de tokboki, otro de kimbab y otro de sundae.4 Lee Miran temblaba frente al mostrador. Ese aspecto la hacía sudar frío, un sudor que le corría por la espalda, como si viera que una serpiente larga se tragara de un bocado un sapo gordo.

Cuando fue al estudio el día anterior, ya entrada la noche, Lee Miran vio que Kim Yohok estaba sentada sola sobre la mesa grande en la que los alumnos ponían los floreros, ladrillos, un cubo de aceite u objetos que tenían que bocetar y aprender a pintar. Lee Miran se asustó de súbito al ver que la mesa estaba cubierta con una tela blanca. Se debía a que las alumnas de Kim Yohok, con las que trabajaba de este lado, no estaban. Aunque la vio muy brevemente, alcanzó a ver que la mirada de Kim Yohok estaba vacía por completo. Ella parecía una blanquísima estatua de yeso, o un pez atrapado en las redes que estaba por volver al agua en la bajamar, después de haber entrado en la pleamar y abandonar la vida sobre la arena.

Siempre que miraba desde lejos la sombra negra de Kim Yohok que se ponía de pie junto a la ventana del cuarto piso, Lee Miran no podía menos que recordar que esa figura era la de ella misma sentada sola, dándole la espalda, encima de la mesa, en el estudio donde no había nadie. ¿Usted también buscaba una sombra?

El marido fue el primero que empezó a ir al estudio de arte, después de que lo obligaran a renunciar en la empresa de automóviles donde había trabajado más de diez años y luego de no haber encontrado fácilmente otro trabajo. Las noches en que volvía a casa borracho, el marido sollozaba mordiendo el pezón de su esposa, como si tragase lágrimas. Lee Miran apretaba los dientes siempre que se sobaba la areóla oscura alrededor del pezón. Quizás él no aguantaba más la decepción por no poder empezar un nuevo trabajo a una edad que no llegaba a los cuarenta; fue un golpe psicológico ocasionado por la dimisión obligada. Le faltaban muchas cosas para presentarse al examen y aspirar a un puesto como funcionario público, lo mismo que para invertir en acciones o para abrir una tienda.

El marido empezó a aprender, en la primavera del año anterior, diferentes técnicas para la manufacturación de anuncios con tubos de neón en el Instituto Hankuk. Lee Miran creía que era mejor que su marido estudiara ahí, que ir a la Asociación Hankuk de Cerrajería o a la Academia Avícola para distinguir del sexo de los pollos. Después de que terminó el curso regular en el Instituto Hankuk, abrió un pequeño taller con un compañero de estudios. En la mayor parte de los pedidos él tenía que hacer los trabajos con neón conforme al diseño que le indicaban, pero a veces tenía que hacer el letrero directamente, por su cuenta, inventando su propio diseño del logotipo. Por eso pensaba que debía tener mayor capacidad para hacer personalmente las propuestas. Fue por eso que empezó a asistir al estudio de arte de Kim Yohok.

Hacía tres o cuatro meses que Lee Miran había empezado a ir al estudio. Ella prefirió no decirle nada a su marido de por qué tenía que ir también al estudio. Al hacer memoria, a ella le parecía que su marido tampoco le había dicho nada.

Un joven había perdido su billetera en el restaurante. En realidad, no era que la hubiera perdido, ni que Liu Sangjin hubiera salido de allí dejando su billetera, sino que durante su ausencia, al haber ido a los servicios en la segunda planta del edificio de al lado, después de haber pedido ramyon5 y kimbab, ella tomó la billetera de su mochila. Viendo la situación y la actitud de Lee Miran, parecería que no distingue entre el significado de robar algo o tenerlo. La cleptomanía surge cuando, en el conflicto entre la voluntad y el deseo, aquélla es más débil, pero ella sabía que este hábito esporádico provenía del problema psicológico de querer llenar una carencia o por un complejo de inferioridad. No había considerado seriamente que robar fuera un hábito. Creía que el ladrón no siempre tenía en mente el objeto que quería robar. Se consolaba a sí misma pensando que el hábito de robar no era más que una actitud momentánea, como el impulso que cualquiera tiene de cortar un cable de doce o trece metros de largo para llevarlo a casa, al ver que el lugar a donde lo llevará es amplio.

Al día siguiente por la tarde, justamente en la parada frente al restaurante, vio a un joven que bajaba del autobús 78. Pasó junto al restaurante y esperó la luz verde del semáforo, cruzó la calle, entró a un edificio viejo y subió por las escaleras. Este edificio tenía un gimnasio en el sótano; un restaurante de costillas de cerdo en el primer piso; una sala de lectura en el segundo; una academia privada en el tercero, y un estudio de arte en el cuarto. El joven que cruzó la calle llevaba en la mano un objeto envuelto en papel blanco. Advirtió intuitivamente que el lugar al que iba era el estudio de arte.

Lee Miran esperó al muchacho que trabajaba provisionalmente en el restaurante. Poco después ella subió al estudio de arte de Kim Yohok llevando la identificación del joven y su cartera, en la que había varios billetes de diez mil wones.6 Entró en el estudio de Kim Yohok, quien conversaba con el joven delante de su caballete, con una mano en la cintura. Parecía que hablaban de un cuadro hecho por él. Lee Miran le devolvió su billetera. No, no fue eso, le devolvía la billetera que había tomado. Kim Yohok miró a Lee Miran y el joven miraba despreocupadamente a otra chica que pintaba dándole la espalda. Ella llevaba un delantal verde y estaba bosquejando un cesto de bambú que contenía dos o tres membrillos amarillos.

“Tal vez ésta fuera una trampa más en mi vida. Una trampa no se ve con los ojos, parece una enredadera exuberante, pero es algo más repelente que todo el excremento del mundo junto. Se esconde día y noche. Si se acerca una persona, espera la oportunidad para enganchar su tobillo. Pero es bueno saber que es una trampa. Nadie puede descansar en su propia sombra. Sólo los demás podrían descansar en mi sombra. Yo querría entrar en su sombra antes de que fuera tarde”, se decía a sí misma Lee Miran bajando por las empinadas escaleras.

A partir del día siguiente, Lee Miran empezó a ir al estudio de arte de Kim Yohok.

Llegó el día en que se cumplió una semana desde que él se había marchado de Seúl. Y hoy volverá. El joven, a quien vio la semana pasada en el estudio de arte, le dijo brevemente a la directora Kim Yohok que no vendría unos días al estudio. Lee Miran, que escuchaba a escondidas detrás de Songhyun —que pintaba al lado izquierdo de él—, no pudo preguntar por qué. Se acordaba exactamente del día en que volvería a Seúl. Los días en que se ausentaba Liu Sangjin del estudio, Lee Miran siempre avisaba a Kim Yohok que no podría ir. Durante toda una semana, Kim Yohok no mandó a ninguno de sus alumnos al restaurante para comprar kimbab ni iba allí a comer bulgoki dopbab7 o arroz blanco mezclado con calamares en salsa picante, a pesar de haber sólo una calle de por medio, corta distancia que separaba el estudio del restaurante. Lee Miran, sin embargo, no vio entrar a Kim Yohok a ningún otro restaurante ni a ningún repartidor entrar al edificio donde estaba su estudio.

 

Después de terminar de enrollar los kimbabes para ser repartidos, hizo otros cinco rollos más. Puso una buena cantidad de atún prensado y pepinillos. A Liu Sangjin le gustaba el kimbab con bastantes pepinillos.

Encargó el reparto al estudiante que, además de estudiar, trabajaba, se polveó la cara que le brillaba por el sudor y se miró en el espejo que colgaba de una pared del restaurante. Su marido iba al estudio de arte sólo miércoles y viernes. Aquel joven venía los lunes, martes y sábados. Lee Miran iba al estudio lunes y sábados. Hoy es lunes, día en que regresa Liu Sangjin.

Mientras se arreglaba el pelo, oyó frenar un autobús, pero Lee Miran ni siquiera se volvió a mirar. En un espejo del tamaño de una bandeja pequeña se veían reflejadas las sandalias y pantorrillas que de costumbre pasaban por la calle. Ella miraba fijamente al espejo. Los autobuses dejaban bajar ordenadamente a los pasajeros y partían. Él va a quedarse en el cuarto piso desde ahora hasta que cierre el estudio de arte. Esperó a que volviera el estudiante repartidor y salió del restaurante.

Lee Miran subía despacio por las escaleras sosteniendo firmemente una bolsa de plástico en la que llevaba comida.


Siempre que pintaba, Liu Sangjin no sabía hasta dónde debía pintar para decir que el cuadro estaba terminado. Y, además, Kim Yohok casi nunca le decía que firmase su cuadro, aunque él dijera que ya había concluido. Cuando ella empezaba a agregar colores al cuadro que él pensaba terminado, encontraba espacios vacíos y carentes de color, pero Liu Sangjin no había visto hasta ahora un cuadro de Kim Yohok. La puerta del taller de trabajo en el estudio de arte siempre estaba cerrada. Él sabía que allí dentro los cuadros de Kim Yohok, y su hermana mayor Kim Dahok, estaban apilados. No sabía desde cuándo, pero esa puerta no se abría nunca.

Mientras esperaba a que cambiara el semáforo en el paso de peatones, miraba hacia arriba, al edificio. El despacho y el taller de trabajo siempre tenían la luz encendida con las ventanas abiertas de par en par, como si alguien trabajase en el interior, pero cuando llegaba al estudio, la sala de trabajo siempre estaba cerrada. Antes imaginaba que tal vez Kim Yohok empezaba a pintar alrededor de las diez de la noche, hora en que los alumnos se habrían ido a casa. Había salido del estudio ya pasadas las diez de la noche y tuvo que esperar largo tiempo el autobús que no llegaba; se apagaron las luces, una tras otra, paulatinamente. Pensaba que Kim Yohok saldría del estudio. Sin embargo, nadie salió del edificio, y el autobús que se dirigía hacia su casa llegó a la parada donde había estado esperando.

—El color de la luz no es blanco, como piensa la gente. Ni tampoco es amarillo. Mire esta foto detalladamente.

Kim Yohok señaló con el dedo una foto pegada en la esquina izquierda del caballete. Era la foto que Liu Sangjin había recortado de una revista con el fin de copiarla. La foto contenía algo de mar, en una mañana fresca en Venecia, sobre el cual flotaba una góndola. Las luces matutinas del sol que acababan de traspasar las nubes se esparcían deslumbrantes por encima de las olas del mar. Para pintar las luces, Liu Sangjin había mezclado blanco con amarillo.

—Entonces, ¿cómo se pueden pintar las luces?, ¿qué colores tengo que mezclar? —le preguntó Liu Sangjin a Kim Yohok, que pintaba de nuevo en el lienzo con el pincel que no llevaba ningún color, después de haberlo limpiado en el agua de la lata.

Él sintió fugazmente que Park Sulye lo miraba, y también a Kim Yohok. Park Sulye, del lado izquierdo de Liu Sangjin, pintaba para terminar un cuadro al óleo que había empezado desde hacía un mes. Se le veía una parte de la columna vertebral y de la espalda entre el cordón que ataba el delantal a la cintura por detrás del pantalón.

—El color de la luz no es amarillo, pero la mejor manera de expresarla es el amarillo. Tampoco es el color perfecto de la luz, aunque es un color cálido. ¿Ha visto algún paisaje a través de un cristal amarillo en un día nublado de invierno? En ese momento se puede sentir vivamente el color amarillo —sentía que se le llenaba el pecho y también la vista. También que llegaba una brisa cálida de primavera—. El amarillo es el color de Van Gogh. Se cuenta que él mismo dijo: “No puedo expresar qué color me impresiona más, pero sigo teniendo la sensación de obstáculos, tela de alambre y paredes”. Van Gogh quería escapar con la ayuda de las muchas tonalidades del color amarillo. Quizá. ¿No sería que quería encontrar la luz, es decir, el color de la luz?

—…

—La luz del sol es incolora, brillante.

—¿Incolora?

—Sí, es incolora. No tiene ningún color.

—Pero un pintor dijo que para expresar el brillo máximo de la luz no hay nada mejor que el color blanco.

—Pues… si existe la luz a la que se puede llamar blanca, ésa no es la luz del sol, sino la de la luna menguante. Bueno, ésa no es más que mi propia idea.

Liu Sangjin miró con atención a Park Sulye cuando se levantó, vertió en su vaso agua natural y entró al despacho de la directora, dándose golpecitos con una mano en la cintura, como sobándose por algún dolor.

—¿Le parece bien que quite el color blanco de su paleta, Sangjin?

—Usted habla como si fuera un buen pintor impresionista: desde ahora quitemos el negro de nuestra paleta.

—Pues… Hay una anécdota. Cuando falleció Claude Monet, la gente llevaba el ataúd envuelto en una tela negra al cementerio. En ese momento, un amigo de Monet arrancó una cortina de color brillante de una ventana y se adelantó para cubrir con ella el féretro. En otras palabras, él pensaba que el color negro era un insulto para Monet ya muerto.

—El negro es igual que un profundo agujero. Es como si se tragara todos los colores. ¿No lo siente muy amenazante?

—Depende de la idea de cada uno. Se pueden atribuir distintos significados a un mismo color… También hay gente a la que le gusta usar con profusión el color negro. En nuestro estudio, por ejemplo usted, Sangjin. Tendrá que seguir perfeccionando este cuadro. A éste le falta la expresión de la luz. También debe haber alguna diferencia entre la luz que cae sobre la superficie del agua y la que se queda en el aire.

Kim Yohok se levantó del asiento de Liu Sangjin y se encaminó hacia Minho, que estaba preparando el examen de ingreso a la universidad. Liu Sangjin miró un buen rato los dos rayos de luz expresados con dos largas líneas que había trazado, una en amarillo y otra en blanco. Después salió cerrando con fuerza la puerta. En el baño se lavó las manos y se miró en el espejo. En la mejilla todavía quedaba la huella de dos nudillos. Se sirvió un vaso de agua del garrafón que estaba en un rincón del estudio y entró al despacho de la directora.

Park Sulye fumaba sentada, con un brazo apoyado en la mesa. Quizá por haberse quemado la piel con el sol, parecía que ostensiblemente se le habían encogido los hombros en una semana. Liu Sangjin tomó la silla que estaba delante de Park Sulye y se sentó allí. Cuando ella sacó otro cigarrillo, él se lo encendió rápidamente. Bajo el resplandor del fuego, las ojeras de Park Sulye se aclararon, pero de inmediato se oscurecieron. Se polveó la cara, pero no se ocultaron unas manchas que aparecían como puntos negros. Liu Sangjin tomó un cigarrillo y se lo puso entre los labios.

—Hace ya un mes que trabajo con el mismo cuadro, estoy la mar de aburrida con él. Oiga, Sangjin, ¿ha terminado ya su acuarela? Ha estado trabajando con ella desde hace bastante tiempo, ¿no?

—La directora me dijo que tenía que esforzarme un poco más para completarlo. Me cae bien porque su carácter es muy tenaz. Y usted, ¿por qué hace una semana que no viene al estudio? ¿Ha estado de viaje?

—Estamos de vacaciones. Fui con mi hijo a ver a mi marido.

—¿Me dijo que estaba en la provincia de Kangwon?

—Sí, en la ciudad de Sokcho.

—¿Ya estamos de vacaciones de verano?

—No, no por las vacaciones. Mi niño tiene problemas.

Hace tiempo, Park Sulye dibujaba en el estudio y salió apresuradamente después de haber recibido una llamada de parte del colegio. Liu Sangjin lo recuerda. ¿Qué le habrá pasado al niño?

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?