Río torrentoso

Tekst
Sari: Extramuros #18
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

1. BRUJERÍA Y MÁS ALLÁ

El juicio McMartin fue un episodio insólito. Y fue particularmente insólito ya que ocurrió, no en el pasado distante, sino en los años recientes. La pregunta sobre la identidad —y, específicamente, la dicotomía Jekyll/Hyde— fue, en muchos sentidos, una cuestión propia de la vida discurrida durante la era de la revolución industrial. Pero McMartin también nos recuerda que los temores sobre la brujería, las fuerzas oscuras y malvadas, del satanismo, no solo tienen una larga historia en el pasado; sino que han sobrevivido hasta cierto punto, a pesar de los avances en ciencia y tecnología, y de la disminución de la creencia en lo sobrenatural. Es importante no exagerar la discontinuidad, pensar que nadie cree en Satanás ni exagerar la continuidad.

En lo que podríamos llamar la era precientífica, millones de personas devotas creían en santos y milagros, y también en diablos y demonios. Creían en la existencia de un submundo secreto y malévolo. Las criaturas que vivían en ese mundo podían ocasionalmente tomar la forma de personas normales. Particularmente en los siglos XVI y XVII, estalló una epidemia de juicios de brujería en toda Europa. Estos juicios fueron especialmente frecuentes en Alemania. También en Inglaterra hubo juicios: en 1612, doce personas (en su mayoría mujeres) fueron acusadas de brujería en Lancashire; diez fueron declaradas culpables y ejecutadas.33

Los juicios de brujería en Salem, Massachusetts, en el siglo XVII, en 1692 y 1693, son un ejemplo estadounidense particularmente conocido. El término “caza de brujas”, que fue usado para estos juicios, ha llegado a formar parte del lenguaje común. El episodio de Salem se desencadenó en febrero de 1692, cuando dos chicas jóvenes comenzaron a actuar de formas extraña, lo que generó la idea de que la comunidad estaba infestada de brujas, afectando a varias personas en el pueblo. Finalmente, veinte personas fueron condenadas y ejecutadas por brujería. Los destacados líderes religiosos —como Cotton Mather— fueron parte también de la creencia en la brujería, y estuvieron de acuerdo con la realización de los juicios. Mather y otros creían que el diablo estaba haciendo un arduo trabajo en Massachusetts, tratando de corromper a la sociedad y de conseguir almas. Creían que la fuerte fe religiosa de Nueva Inglaterra había hecho que el diablo ansiara apasionadamente subvertir a la colonia. Los novo-ingleses, escribió Mather (en 1692), “son un pueblo de Dios establecido en el lugar que alguna vez fue el Territorio del Diablo”. La llegada de este pueblo fue lo que “irritó” al diablo, que “inmediatamente probó todo tipo de métodos para derrocar a la pobre plantación”.34

La histeria en torno a la brujería logró extinguirse, en Nueva Inglaterra y en otros lugares. En Inglaterra, la Ley de Brujería de 1735 (9 Geo. II, c.5) puso fin a los juicios de brujería y, de hecho, prohibió las acusaciones de brujería. Pero la creencia en diablos, demonios y brujas nunca desapareció; simplemente pasó a la clandestinidad. Muchas personas continuaron creyendo en estas “maravillas del mundo invisible”: fuerzas secretas y ocultas que pueden corromper las almas de los seres humanos e incluso poseerlas. En 1822, un hombre llamado Joseph Lewis, en el condado de Norfolk, Virginia, mató a tiros a un afroamericano, Jack Bass, porque sospechaba que este lo había hechizado a él y a su esposa. Antes del hecho, una adivina le había asegurado a Lewis que sus sospechas estaban bien fundadas. En 1905, un florista en San Francisco, Louis De Paoli (su especialidad eran las violetas) golpeó a su cuñada hasta la muerte con una silla. De Paoli y su esposa estaban convencidos de que la mujer los había hechizado a ellos y a sus hijos.35 Los sacerdotes católicos tienen la potestad para realizar ritos de exorcismo, que son métodos utilizados para expulsar al diablo de personas poseídas por espíritus malignos. El exorcismo todavía existe, al menos en teoría; aunque la Iglesia rara vez lo usa. Desde el año 1999, la arquidiócesis de Chicago nombró a un “exorcista a tiempo completo”; año en el que también el Vaticano emitió un “rito católico autorizado para el exorcismo”. Los predicadores evangélicos también realizan “ceremonias de limpieza espiritual.”36 Las brujas, históricamente, fueron consideradas malvadas; pero en la actualidad, los ‘wiccanos’ y los ‘aquelarres’ de brujas han formado una especie de religión, aunque los pactos con el diablo y la conspiración satánica no forman parte de su repertorio; parecen, en general, ser devotos inofensivos de alguna forma de neopaganismo.

Para la mayoría del resto de nosotros, la creencia en las brujas parece ridícula, incluso primitiva. La brujería es tratada como una broma, una excusa para disfrazarse en Halloween, y nada más. Esto ya era así, por supuesto, en el siglo XIX. Sin embargo, la historia del Dr. Jekyll y el Mr. Hyde puede verse, entre otras cosas, como una historia secular de brujería. El Dr. Jekyll usó la ciencia, y no el diablo, para transformarse y liberar su ser oculto y malvado. Drácula de Bram Stoker (1897) introdujo en la literatura y el folklore una de las figuras más siniestras y perdurables: Drácula, el vampiro de Transilvania.37 Este monstruo del mal a veces tomaba la forma de un murciélago gigante. Dormía durante el día en un ataúd; la luz del día era su enemiga; acechaba a sus víctimas de noche; y su único alimento era la sangre humana. No solo bebía la sangre de sus víctimas, sino que sus mordidas, si duraban mucho, las transformaban en vampiros, convirtiéndolas en miembros del ejército de muertos vivientes, criaturas como el propio Drácula.

El libro de Stoker tenía fuertes connotaciones sexuales. Drácula parecía preferir la sangre de mujeres jóvenes, atractivas (y vírgenes); su mordida podía ser vista como una especie de iniciación sexual, que les robaba a estas mujeres su inocencia primaria, conduciéndolas a una vida más pecaminosa, malvada y sexualizada. Transilvania, donde Drácula vivía en un castillo oscuro y misterioso, era (para los ingleses) un lugar remoto y exótico, envuelto en misterio, un lugar de leyendas siniestras que formaban parte del folklore. Drácula fue escrito en forma de un diario, con relatos del día a día. Comenzaba con los relatos diarios de Jonathan Harker, un joven inglés que viajó al castillo de Drácula por negocios inmobiliarios. En el libro de Stoker, Drácula tiene un plan (que lleva a cabo) para abandonar su hogar ancestral en los Balcanes; se transporta en un barco (y en un ataúd) a Inglaterra, junto con cincuenta cajas de tierra de Transilvania. Su plan en Inglaterra era encontrar nuevas víctimas y sangre fresca (no se explica por qué no podía hacer ello en Transilvania). Drácula logra deslumbrar (con sus dientes) a una joven, Lucy Westernra, que muere (aunque luego vuelve a la vida como una mujer vampiro). Harker y los otros héroes del libro, buenos y valientes ingleses, se dan cuenta del secreto de Drácula; aprenden a dominar las técnicas antivampiros para frustrar sus planeas malvados. Logran salvar la vida y el alma de la heroína del libro, la esposa de Harker. Finalmente, Drácula intenta (sin éxito) escapar, para regresar a Transilvania con su única caja de tierra rumana restante (todos las demás habían sido destruidas por los héroes). Pero, mientras yace en su ataúd, le cortan la garganta y su cuerpo se convierte en polvo.

Drácula, la novela, fue un gran éxito. Ha fascinado a los lectores desde que se publicó; llegó a inspirar una película clásica (1931), protagonizada por Bela Lugosi como el Conde. Tiene una evidente afinidad con los viejos cuentos de brujería, maldad y lo sobrenatural. Está vinculado a un género específico de la literatura inglesa, la novela gótica, que se puso de moda un poco antes de su publicación. Las historias de fantasmas fueron muy famosas en la literatura victoriana. Al insertar a su siniestro vampiro en Inglaterra, Stoker invocó la dualidad victoriana: la sociedad inglesa era, en apariencia, apacible y próspera, pero tenía un trasfondo oscuro y misterioso. En resumen, Drácula tenía un cierto parentesco con el Mr. Hyde, con Jack el Destripador y con todas las personalidades ocultas y duales de la literatura victoriana. Simbolizaba la oscuridad bajo la superficie de la gran metrópoli. Además, el subtexto oculto del libro insinuaba la sexualidad secreta de la sociedad victoriana: un aspecto de la identidad social que fue rigurosamente censurado y reprimido. Volveremos a este tema.

Stoker nunca esperó que su lector realmente creyera en el Conde Drácula, el vampiro de Transilvania. La emoción de una historia de terror no proviene de una creencia verdadera.38 A lo largo del período moderno, persistió una especie de clandestinidad psicológica: grupos reducidos en la sociedad, personas que todavía creen en brujas, o en extraterrestres, en grandes conspiraciones, engaños gigantes y fuerzas siniestras que permanecen reprimidas y ocultas a la vista. Las redes sociales son una herramienta vital para todos estos grupos. Quienes creen en temas como aquellos pueden comunicarse entre sí; pueden formar grupos virtuales; pueden encontrar personas de ideas afines; y pueden reforzar sus fantasías más paranoicas. Internet abre la puerta a almas afines que creen, desde el fondo de sus corazones, que el mundo es plano, no redondo; que el alunizaje nunca tuvo lugar; que la Fuerza Aérea estadounidense mantiene cautivos en el desierto a los extraterrestres. Algunos creen, como si fuera el evangelio, en los Protocolos de los sabios de Sión; una falsificación antisemita; o en conspiraciones para destruir la hegemonía de los ‘blancos’. Otros practican cultos que predican mensajes sobre un próximo Armagedón. Uno cuantos están seguros de que el fuego o la destrucción sobrenatural está a punto de acabar con la vida en el planeta tal como la conocemos, y que después de este cataclismo, solo unos pocos elegidos sobrevivirán. Todo ello muestra que la creencia en las ‘maravillas del mundo invisible’ nunca ha terminado. Tal vez ha disminuido, pero se sigue considerando como una fuerza a tener en cuenta. Y la continua ambigüedad sobre la identidad personal —el hecho de que realmente no podemos saber quiénes son estas otras personas, las que vemos todos los días; que no podemos estar seguros de que la realidad externa refleja la verdadera realidad interna: todo esto permite que ‘el mundo invisible’ continúe sumando creyentes.

 

18 Simon A. Cole, Suspect Identities: A History of Fingerprinting and Criminal Identification (2001), p. 3. Como Judith Flanders señala en The Invention of Murder: How the Victorians Revelled in Death and Detection and Created Modern Crime (2011), p. 295, la urbanización “había creado un mundo donde un gran número de extraños vivían uno al lado del otro en la ignorancia de la naturaleza real de los demás”.

19 Al respecto, ver L. Perry Curtis, Jr., Jack the Ripper and the London Press (2001).

20 La bibliografía sobre el caso Lizzie Borden es extremadamente amplia. De un interés particular es el análisis sobre el significado del caso en Cara W. Robertson, “Representing ‘Miss Lizzie’: Cultural Convictions in the Trial of Lizzie Borden,” Yale J. Law and the Humanities 8:350 (1996); Robertson a abordado exhaustivamente el juicio en The Trial of Lizzie Borden: A True Story (2019); ver también Joseph A. Conforti, Lizzie Border on Trial: Murder, Ethnicity, and Gender (2015); A. Cheree Carlson, The Crimes of Womanhood: Defining Femininity in a Court of Law (2009), pp. 85-110; Sarah Miller, The Borden Murders: Lizzie Borden and the Trial of the Century (2016).

21 Edwin H. Porter, The Fall River Tragedy: A History of the Borden Murders (1985; facsimil de la edición de 1893), p. 268.

22 Joseph Conforti, Lizzie Borden on Trial, en 194.

23 La madrastra fue la primera en morir. Si Andrew Borden hubiera sido asesinado antes que su esposa, ella habría obtenido una parte de la herencia. De hecho, las dos hijas obtuvieron la herencia completa. Al menos, esta situación y este motivo son conjeturas más o menos plausibles. Andrew Borden aparentemente murió sin haber dejado un testamento; Emma Borden administró la herencia e informó que ella y Lizzie eran las “únicas hijas y herederas legales” de Andrew Borden. New Bedford Journal, Feb. 9, 1894, p. 4. Cuando Lizzie murió en 1927, ella dejó una fortuna calculada alrededor de $1,000,000, una suma considerable para aquel tiempo. New York Times, June 8, 1927, p. 20.

24 Paul Collins, Blood and Ivy: The 1849 Murder That Scandalized Harvard (2018), p. 201.

25 El caso fue Sheppard v. Maxwell, 384 EE.UU. 333 (1966).

26 Ver Cynthia L. Cooper y Sam Reese Sheppard, Mockery of Justice: The True Story of the Sheppard Murder Case (1995). El coautor fue el hijo del Dr. Sheppard.

27 Al respecto, ver Tom Cullen, The Mild Murderer: The True Story of the Dr. Crippen Case (1989).

28 “Crippen Mystery Remains Despite DNA Claim,” BBC News, http://news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/7050714.stm, de fecha 18 de octubre de 2007.

29 Richard Wightman Fox, Trials of Intimacy: Love and Loss in the Beecher-Tilton Scandal (1999), p. 27.

30 Hal Higdon, The Crime of the Century: The Leopold and Loeb Case 1975).

31 Peter Graham, So Brilliantly Clever: Parker, Hulme, and the Murder that Shocked the World (2011), p. 173.

32 Ver Debbie Nathan y Michael Snedeker, Satan’s Silence: Ritual Abuse and the Making of a Modern American Witch Hunt (1995); Paul y Shirley Eberle, The Abuse of Innocence: The McMartin Preschool Trial (1993).

33 Sobre la historia de la hechicería, ver, por ejemplo, Sigrid Brauner, Fearless Wives and Frightened Shrews: The Construction of the Witch in Early Modern Germany (1995).

34 Cotton Mather, The Wonders of the Invisible World (1692), subtitulado “Being an Account of the Tryals of Several Witches Lately Executed in New-England.”

35 Owen Davies, America Bewitched: The Story of Witchcraft after Salem (2013), p. 100.

36 John W. Fountain, “Exorcists and Exorcisms Proliferate Across U.S.,” New York Times, Nov. 28, 2000, p. A. 16. Un incidente controvertido en la década de 1940 dio lugar a una novela y una película popular, El exorcista, estrenada en 1973, que “provocó una avalancha de películas que tratan sobre la posesión demoníaca y el satanismo.” Ibídem.

37 Ver Jim Steinmeyer, Who Was Dracula? Bram Stoker’s Trail of Blood (2013).

38 De hecho, los buenos vampiros tienen un lugar en la cultura popular moderna; la serie de novelas Crepúsculo, de Stephanie Meyers, a principios del siglo XXI, presenta una familia de vampiros que bebe sangre animal, no humana.

Capítulo 3

Los delitos de la movilidad

En el siglo XIX, las ciudades en crecimiento, con sus masas de extraños y su consecuente anonimato, produjeron nuevos tipos de delitos o hicieron que algunos delitos antiguos fueran más comunes. Las ciudades, por supuesto, fueron y son sitios donde se cometen muchos crímenes, incluyendo toda la clase de delitos clásicos y comunes, como el robo, el hurto y el asalto. De hecho, estos crímenes florecieron en la metrópoli: especialmente, en las calles oscuras y neblinosas de Londres, y en los barrios bajos de Nueva York. Pero a estos crímenes comunes se sumaban delitos que dependían específicamente de la existencia de la sociedad moderna y urbana —y de su constante movilidad; crímenes cuyas raíces tenían mucho que ver también con la ambigüedad de la identidad personal.

La bigamia, por ejemplo, es en gran medida un crimen de ese tipo. Este delito se comete cuando uno se casa con más de una mujer (u hombre). En una ciudad pequeña, con una población estable, es casi imposible convertirse en un bígamo. Joe no puede proponerle matrimonio a Anne si ya está casado con Emma, porque todos en la ciudad saben que Emma es su esposa. En otros tiempos, la bigamia debe haber sido un delito inusual de hecho, dado que la identidad simulada en general era poco común.39 Este delito se hace más frecuente en una sociedad que se mueve mucho, una sociedad donde muchas o incluso la mayoría de las personas en la ciudad han estado allí por poco tiempo, o viven en ciudades tan grandes que están inundadas de extraños —lugares donde las personas pueden ponerse y quitarse identidades al igual que un reptil muda de piel para que le crezca otra nueva.

La bigamia nunca fue, por supuesto, un delito de la escala del robo o el asalto; nunca tuvo un gran impacto en las estadísticas de la delincuencia. Pero fragmentos de evidencia sugieren que la bigamia aumentó en el siglo XIX.40 En Inglaterra y Gales, se reportaron 5,327 juicios por bigamia entre 1857 y 1904, un promedio de 98 juicios al año. Es probable que la mayoría de los bígamos hayan continuado con su doble vida; probablemente, solo una pequeña minoría —hombres muy o inusualmente descarados— terminó en la corte. En los casos de divorcio, cuando la bigamia se demandaba como la causa, solo uno de cada ocho casos era procesado.41 Desafortunadamente, no hay cifras confiables en los Estados Unidos; pero la bigamia debe haber sido al menos igual de común, o probablemente más usual, en un país tan grande e inquieto. Una evidencia al respecto podemos encontrarla en la experiencia sobre pensiones para veteranos de la Guerra Civil. Aparentemente, hubo unos pocos miles de casos en los que, después de la muerte de un esposo soldado, más de una ‘viuda’ reclamaba la pensión.42 La movilidad hizo posible la comisión de la bigamia en estos casos, porque permitía que las personas puedan moverse de un lugar a otro adquiriendo nuevas identidades. Esto sucedió, como se vio en el caso de las pensiones, en un buen número de juicios. Un autor incluso consideró que estos archivos sobre las pensiones eran evidencia de que el matrimonio era ‘fluido’ en los Estados Unidos; y que la bigamia era “una práctica casi tan común como el divorcio en el siglo XIX.”43 Es imposible saber si esto fue así o no. Lo que está claro es que tal ‘fluidez’ era un reflejo de la movilidad existente y del problema de la identidad personal.

Los bígamos eran, en su mayor parte, hombres. De los acusados en una muestra de 304 casos de bigamia cometida en Inglaterra, el 82% eran hombres.44 Aparentemente, este también fue el caso en los Estados Unidos. Los hombres se movían, después de todo, mucho más que las mujeres; eran mucho más libres para recorrer el país. Robert Schmidt, un inmigrante alemán, se casó con Theresa en 1857. Schmidt luego se mudó a California, se hizo llamar Herman Weber y se casó con una joven alemana en San Francisco. El caso de Schmidt (o Weber) fue uno de los pocos del archivo de pensiones cuya primera esposa lo atrapó. Un adivino le había dicho a Theresa que los dos se encontrarían de nuevo, y la predicción se hizo realidad. Theresa misma se mudó a California, donde vivía su esposo. Cuando ella lo enfrentó, Schmidt-Weber le dijo que si se quedaba callada y no lo denunciaba, le dejaría tener la mitad de su pensión.45

Los bígamos se pueden dividir en varios tipos. Algunos quizás pensaron sinceramente que su primer matrimonio estaba legalmente terminado. Mucha gente creía que era perfectamente legal volverse a casar, si una pareja había estado separada por siete años o más, pese a, en realidad, no existía tal regla.46 O un hombre o una mujer podrían creer, con toda sinceridad, que la primera esposa o el primer marido, desaparecidos durante mucho tiempo, había muerto probablemente. Este fue el caso de una de las pocas mujeres bígamas registradas, Mary Vandenwende, en Nueva York en 1885. La Sra. Vandenwende, de 24 años, “de tez blanca”, con “gafas con montura de oro ... bastante robusta” y “con la apariencia de la inocencia en sí misma”, fue arrestada debido a una denuncia presentada por su (segundo) esposo. Ella afirmó que su primer esposo había desaparecido, “y pensó que estaba muerto.”47 Por otro lado, los auténticos estafadores constituyeron lo que probablemente era un tipo más común de bígamo. J. Aldrich Brown tuvo, aparentemente, una exitosa carrera como bígamo y estafador. Se casó al menos diecisiete veces; pero nunca se quedó mucho tiempo con alguna esposa en particular. Parecía bastante inteligente (astuto sea quizás una mejor palabra); y fue descrito como guapo y alto. Su especialidad era aprovecharse de “chicas que cosían” pertenecientes a familias ricas; con las que se casaría, tomaría sus ahorros y lo que sea que tuvieran de valor, y desaparecería rápidamente. Otro tipo —probablemente el más común de todos— consistía en los maridos inquietos e insatisfechos. John Wilgen, que trabajaba como impresor, tenía una esposa y dos hijos en Minneapolis, pero también le escribía cartas a una mujer llamada Rena Mead, a quien le envió su foto. Se casaron en 1897 en Limestone, Nueva York, y Wilgen comenzó a vivir una doble vida, diciéndole a Rena que a menudo tenía que ir a Minneapolis por negocios. Otro ejemplo fue Arthur P. Emery, un “agente de viajes de la Chrome Steel Company of Brooklyn”, quien, en 1876, en uno de sus largos viajes, se casó con una mujer en Cincinnati, a pesar de que su esposa estaba en Brooklyn. Emery era “de mediana edad, guapo” y se jactaba de tener grandes “hazañas con el sexo débil”.48

El bígamo era un estafador, se viera a sí mismo de esta manera o no. Por supuesto, había engañado a la primera esposa; pero la segunda esposa había sido engañada aún más. No es sorprendente, entonces, que en los reportes de los casos ingleses, se observe que la parte que insistía más durante un juicio era más a menudo la segunda esposa.49 Según la ley, un matrimonio bígamo era completamente nulo; y la segunda esposa simplemente ‘vivía en pecado’. Algunas de estas mujeres quizás sabían sobre la primera esposa; la mayoría, sin embargo, desconocían completamente el pasado secreto de su esposo. Todas las esposas de un bígamo eran víctimas. La esposa original había sido engañada y abandonada por su esposo. El resultado para la segunda y las posteriores esposas, si se llegaba a saber la verdad, era aún más desastroso. En términos victorianos, estas mujeres quedaban ‘arruinadas’: el sinvergüenza quizás había tomado su virginidad, ciertamente había afectado sus posibilidades de un matrimonio regular y respetable, incluso tal vez más allá de la redención. Eran, en resumen, objetos dañados.

 

Que la bigamia es un delito de movilidad parece obvio, como dijimos; de movilidad dentro de los países, pero también a nivel internacional. El siglo XIX fue una era de inmigración. Decenas de miles de hombres abandonaron el viejo país para ir a Estados Unidos, Argentina, Canadá o Australia. Muchos de ellos dejaron esposas e hijos. A menudo, el plan era traer al resto de la familia después de un tiempo. Pero hubo hombres que se olvidaron de la antigua familia y se casaron con una nueva esposa en el nuevo país. Este fue el destino de una mujer judía que escribió su triste historia en la columna de consejos del Jewish Daily Forward en 1906. Su esposo había emigrado a los Estados Unidos y se había casado nuevamente. Más tarde, ella misma llegó solo para descubrir la triste verdad. Su esposo fue arrestado y terminó en la cárcel.50

La bigamia también fue, en cierto sentido, un delito de movilidad para mujeres y hombres. Sin duda, la mayoría de las mujeres que cayeron en las garras de los bígamos eran mujeres que permanecía en su misma casa, pueblo o aldea o ciudad. Sin embargo, tenían, en cierto modo, su propio tipo de movilidad. Se casaron con un hombre que era, esencialmente, un extraño. El matrimonio tradicional era una unión de familias, organizada por familias, y tenía lugar dentro de un círculo estrecho; la novia y el novio podían haberse conocido entre ellos y a sus familias durante años. Las mujeres que se casaban con bígamos habían salido de ese círculo tradicional. Se casaban con recién llegados, no con vecinos; con extraños y no con esposos elegidos por sus familias, o aprobados por estas.

La bigamia es, en cierto sentido, una especie de delito de clase media. Para cometerlo uno tiene que parecer que está casado, lo que implica llevar a cabo un rito regular, un rito que al menos parezca legítimo. ‘Vivir en pecado’ sería, para los victorianos respetables, completamente inaceptable; un camino a la perdición; ciertamente, una mujer que vivía con otro hombre como amante no sería bienvenida en una sociedad bien educada. La segunda esposa del bígamo estaba ‘viviendo en pecado’ sin saberlo. Su novio la había defraudado. Él se había ‘vestido’ con la apariencia de la respetabilidad —un estatus que desde el punto de vista legal no le correspondía. Sin duda, hubo parejas que ‘vivieron en pecado’, afirmando falsamente que estaban casados. Esto no era bigamia, por supuesto. Era una violación de un código de moralidad —una violación para la que, como en el caso de bigamia, la movilidad había allanado el camino. Mientras que en un pequeño pueblo todos sabrían que John y Mary que compartían un hogar, no estaban realmente casados, en la gran ciudad, esto no sucedía.

Otro delito de movilidad es también el chantaje.51 Este delito expresa, asimismo, la crisis de la identidad personal. El chantajista clásico es una persona que sabe algo ilícito o vergonzoso sobre los antecedentes de otra persona; algo oculto, algo enterrado en su pasado, algún aspecto de la ‘víctima’ que es mejor mantener en secreto. El chantajista amenaza con exponer a la víctima, a menos que esta le de dinero. Es, en algún sentido, un delito difícil de entender; e incluso hay académicos (especialmente economistas) que se preguntan por qué debería ser considerado un delito en absoluto. Como preguntó un académico, ¿por qué el chantaje —que vende silencio por dinero— es “diferente de un negocio ordinario?”52 Si conozco uno de los secretos de Joe, un esqueleto en su armario, y Joe está dispuesto a pagarme para mantener la ‘boca cerrada’, ¿por qué sería un delito? El conocimiento es poder, y es o puede ser utilizado como un activo también. ¿Por qué está mal ganar dinero con este activo? Quizás no sea un negocio ético, ¿pero un delito? Los académicos han presentado una serie de razones, más o menos plausibles, sobre por qué el chantaje debería ser ilegal. De hecho, la mayoría de los chantajistas son personas completamente desagradables, o incluso peor; personas que ganan dinero amenazando con arruinar la vida o reputación de alguien por pura malicia o avaricia. Gran parte de lo que hacen es ilícito bajo cualquier teoría. Ciertos tipos de chantaje pueden constituir fraude o extorsión; pero estos sí son crímenes en sí mismos. Algunas formas de chantaje son simplemente un comportamiento desagradable; y el comportamiento desagradable como tal no viola el Código Penal. Podría decirse que si una persona sabe que Joe ha cometido un delito y no ha sido atrapado, la sociedad se beneficia si esta persona ’canta’; y la sociedad pierde si ella se calla. Pero si el secreto no es un crimen, si es simplemente algo embarazoso —Joe, un hombre casado, ha tenido una aventura fuera del matrimonio— ¿por qué el chantajista iría a la cárcel?

La historia sobre el chantaje arroja algo de luz respecto a la pregunta planteada.53 El chantaje, en su sentido moderno, se convirtió en un delito en la primera mitad del siglo XIX. Algunos casos ingleses en el siglo XVIII fueron, en cierto modo, casos de protochantaje. En estos casos, el chantajista (los tribunales no usaban este término) amenazaba a la ‘víctima’ de exponer públicamente sus comportamientos homosexuales, a menos que le pagara dinero a cambio. En 1779, la ‘víctima’ fue Charles Fielding, hijo de un conde. James Donnally fue quien le exigió dinero y lo amenazó con llevarlo ante un juez para acusarlo de un “intento de cometer un crimen antinatural”. Pero fue Donnally, no Fielding, quien terminó en la corte, acusado de un delito. ¿Pero qué crimen había cometido? El juez calificó la acción de Donnally como un robo, señalando que este delito no tenía que ser considerado solo como un acto violento; existía o pudo haber existido algo así como una especie de “violencia constructiva”. Esta interpretación fue, desde el punto de vista jurídico, algo exagerada. Pero el juez se había indignado tanto por la conducta del acusado que estaba dispuesto a forzar la figura. Algo similar ocurrió en un caso de 1776: un tal Thomas Jones acusó a un hombre respetable (un hombre de un “carácter extraordinariamente bueno”) de atribuirse ciertas “libertades” con él dentro un teatro. Jones le exigió dinero a cambio de guardar silencio. El juez calificó el comportamiento de Jones como un cobro tan exorbitante que lindaba con los límites del delito de robo.54 El juez consideró que estas amenazas a la reputación de la ‘víctima’ merecían la mayor severidad. La sodomía era considerada un delito muy grave; por lo que las amenazas de exposición respecto de estos actos, si se basaban de alguna manera en una historia plausible, les daban a los chantajistas un arma poderosa para ‘exprimir’ dinero de sus ‘víctimas’.55

El chantaje floreció en las ciudades turbulentas y abarrotadas de Londres y Nueva York, con sus poblaciones flotantes, sus distritos llenos de vicios y sus casas de juego. Nunca dejó una gran huella en el sistema de justicia penal; pero la práctica pudo haber sido más común de lo que sugieren las estadísticas. Los chantajistas solían ser hombres de confianza, claros y sencillos. La ‘marca’ podía ser, por ejemplo, un comerciante respetable proveniente de algún pueblo pequeño. Este había venido a la gran ciudad, y había decidido probar la fruta prohibida, asistiendo, por ejemplo, a una casa de prostitución. Una vez allí, caía en una trampa puesta por chantajistas. Un relato publicado en 1880 cuenta la siguiente historia: un clérigo ingenuo, en una visita a Nueva York, recibe un mensaje para atender las necesidades espirituales de una mujer moribunda. Cuando llega a la dirección, sin embargo, descubre que ha entrado en “una de las casas más famosas de Nueva York”; allí le dicen que su “visita de medianoche” podría ser probada fácilmente, y le exigen dinero a cambio de silencio.56

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?