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La bordadora de sueños

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Porvenir

Se sabía si una mujer era viento del sur en la forma de su andar, por eso aquella noche de las Almas Perfumadas, las que estaban embarazadas se sentaron en círculo junto a las viejas sabias de la aldea.

En medio se miraba un gran comal sobre la hoguera y es que el ritual consiste en echar las tortillas para ver que será de las criaturas que están por venir, según sea el color y la manera de inflarse. Todo tiene un significado y la comadre de Itzel, doña Benigna, le concedió el honor de que estuviésemos presentes en la celebración.

La fuerza del nombre será el destino, así como se llame, así serán sus pasos, es por ello que para seleccionarlo, se necesita de la sabiduría de los ancestros. Si la tortilla se infla sobre el lado suave, será de carácter tranquilo; en caso contrario, su carácter será muy fuerte.

Cuentan que doña Benigna tiene el don de saber el sexo del bebé antes de nacer y que en más de una ocasión, hasta la fecha del día de su muerte, cuando la criatura no se va a lograr, las tortillas nomás no se abultan.

Esa tarde Macaria le comentó a Benigna:

«Ayúdame a ponerle nombre, no vaya a pasarme como aquella vez con Eulogia, que por escogerlo mal, toda su historia se enredó, y eso de andar sobre las huellas de otro que no es uno mismo, no trae ventura».

Benigna tomó la masa, la palmeó con cuidado y al tirarla sobre el comal dijo una oración entre dientes.

Vimos cómo se infló sobre el lado duro y de la misma manera sobre el otro lado. Nos miramos confundidas, pareciera que la tortilla tuviera dos caras iguales y tomando otra bola de masa, la echó sobre el fuego, ésta levantó como si fuera ampolla su lado fino y al momento Benigna habló:

«Serán gemelos de la misma placenta, habrá que buscarles una señal para distinguirlos y tener mucho cuidado en no cambiar sus nombres, porque el parecido será tan grande que incluso ellos mismos se podrían confundir».

Con el tiempo, ya que hayan encontrado sus caminos, uno jalará para la montaña y cultivará la tierra y el otro andará por tierras muy lejanas y demorará años fuera, hasta el día que su hermano le llame desde el pensamiento, regresará a esta tierra que lo vio nacer y reconocerá por su manera de caminar a la que será su mujer.

A según sea el día del Santo se les llamara, pero si no tocan dos nombres distintos, busca en el abrevadero de tus sueños, ahí los encontrarás.

Macaria observó a Itzel, quien le confirmó que los reconocería.

Estoy invitada al bautizo, seré madrina de uno de ellos.

Pócima

Sentada en la banca de madera, viendo cómo Itzel prepara la comida, de entre los aromas aparece su pregunta:

«¿En dónde estás?, hace días que te noto distraída».

Me quedé pensando y recordé su lenguaje directo, sin la más mínima duda le respondí:

«Mi corazón habita dos mundos, y eso no me da paz. Cuando estoy aquí, siento que es donde siempre hubiera querido estar y extraño a mis amores; y cuando estoy en casa, echo de menos este lugar. Estoy dividida, amiga Itzel, si pudieras darme una pócima para hacer volver el corazón a su verdadero lugar.

Con su sonrisa y los ojos brillantes, se quedó pensando.

Al cabo de un momento comenzó a contar:

«Dicen que Teodora era una hija obediente y trabajadora. En un año que no hubo buena cosecha, decidió ir a la ciudad a buscar trabajo, dejando a su familia y a Miguel, que fue su novio desde niña.

El compa siempre la quiso bien, desde niño la alcanzaba a la orilla del camino y le ayudaba con la carga de leña, diario contento y bien trabajador. Nomás veía a Teodora y sus ojitos negros se le nublaban de amor.

Ella al principio no se halló, pero pasaron los meses y le fue agarrando el gusto, dejó de vestirse como nosotras y ya sólo mandaba dinero. Aprendió a leer y escribir español, y se enamoró de un ladino, que le pidió matrimonio.

Antes de responderle regresó al pueblo y no la reconocimos. Sus papás se alegraron mucho de verla, sus hermanos también, pero ella había ido olvidando sus raíces y éstas son muy celosas, si las niegas, te castigan.

Les contaba de cómo era vivir en la gran ciudad, y al fin se animó a compartir la propuesta de matrimonio que había dejado pendiente. Sus padres se asustaron, no conocían al hombre ni sabían de sus intenciones, pero la vieron tan emocionada que le dijeron que lo llevara.

El día que regresaría a la ciudad se encontró en el parque a Miguel, serio la saludó en su lengua. Ella sintió cómo las mariposas se echaban a volar en su cuerpo y la duda la habitó. Supo por las vecinas que él la seguía esperando y le faltó el valor para decirle que no pensaba regresar.

Miguel se ofreció a acompañarla al camión. La noche anterior, le comentó a su abuela que Teodora no se había caído de su corazón, le rogó por una pócima para retenerla. Ella sacó sus plantas, hizo el conjuro y en la madrugada le entregó una vasija pintada a mano. Le explicó que si la bebía, seguramente volvería con él.

Mientras caminaban a la parada de autobuses, Miguel se quitó el sombrero y con mucho cuidado la despidió, diciéndole:

«Verás, Teodora, yo siento que tú eres la pareja de mi corazón, pero es tanto lo que te amo y tan poco lo que puedo ofrecerte, que confieso que esperaré hasta que decidas. Por favor toma este líquido que te ayudará a alumbrar tu camino. Teodora se despidió y subió al camión. Sentada en la ventana, hizo un recuento de su vida y se le enredaron los cabellos con su voluntad. A medio camino, se acordó del regalo.

A los pocos días regresó y desde entonces vive con Miguel. Nunca volvió a decir nada de la vida en la capital. Es la mujer que canta junto al río una extraña canción en español, que dice: «el amor cuando es verdadero, no necesita de una poción».

Le pregunté: «¿entonces no la tomó?».

Se quedó en silencio un largo rato y comenzó a tararear la canción.

Sombra

La Sombra es ésa que vive contigo, se desplaza a donde quiera que vayas y se puede vestir de mil colores. A veces se autonombra soledad, otras tristeza y se esconde en los bordes para alimentarse de tus sonrisas hasta secarlas.

En ocasiones es una flama que danza en el vientre y reconoce tu cuerpo con las palmas llenas de ayeres.

Hay noches en que Sombra se sienta en la silla de la habitación, se sirve del vaso de los sueños y aguarda a que regreses.

Cuando los pasos son previsibles, esconde las sandalias para que recorras diferentes caminos, te cambia las alas y siempre, como regla, maneja una forma pequeña. Tiene prohibido crecer más que su compañero, porque he visto sombras mayores a sus amos y éstos han engordado de pena y soberbia. Yo la mantengo a dieta.

Es mi cómplice, cuando la descubro dormida, la cobijo con una frazada y le acaricio la frente.

Cuando me hace enojar, la guardo en la caja y le apago la luz.

En el puente

Sentada sobre el puente, mira sus pies lastimados que se balancean y moviendo con fuerza sus manos repite una y otra vez:

«Ya te dije que no me sigas, hicimos un pacto y no lo respetas».

La sombra a su lado se movió un momento, ella continuó:

«Eres insistente, pero recuerda lo que hablamos. Tú te alejabas, mientras yo juntaba los recuerdos que se cayeron al río de una carcajada. Y tú necia en no querer devolverme esos jirones de alegría, te instalas disimuladamente a decir en secreto: “Tírate, que no vales nada”».

Enciéndete

Y uno aprende a vivir sin perro, padre e hijos, con una madre distraída, a la que aprendí a suplir, hasta en su viudez, con la pena que asumí y me obligo a no hacer mía.

Y lloro desde mi nueva vejez, abrazo neurosis propias y ajenas, y bendigo cada presencia, porque me han atropellado las ausencias.

Y veo a mi madre subir las escaleras, cerciorándose, antes de apagar luces, si cerró bien, si le hará falta algo además del té, y sí, le hace falta el marido que tuvo a bien morir en el comedor, días antes de sus bodas de oro. Extraña su genio disparejo, que le cuidaran el sueño, las idas al súper, las tomas de medicinas, que la adoraran de esa manera, la lectura del periódico y las siestas en el sillón de orejas, incluyendo ronquidos. Su presencia atrás de la computadora jugando solitario, postergando la muerte, ésa, que a veces tanto deseó.

Y ella hacía tiempo que ya no lo escuchaba, él guardó silencio, tampoco le creyó cuando tirado en el suelo intentó decirle algo, no entendió que moría.

Regreso a mi nueva realidad; a veces, llena de ira porque no elegí esta situación, me rebelo a aceptar en tan poco tiempo los cambios y sé que dejaré de sufrir al aceptarlos.

Desde ahí comienzo a buscar referencias amorosas en amistades cultivadas, ahí logro reflejarme brillante y no es una ilusión, ésa también soy yo y debo nutrirme, ahí puedo fortalecer mi corazón. Debo recordarlo.

Cuando la luz se oculta es bueno tener una mano amiga que me recuerde que también soy luz.

Enciéndete.

Secreto

Lucía tiene un sueño recurrente. Se mira de niña jugando a las muñecas en su habitación, habla con ellas y escucha sus respuestas. De pronto su madre se asoma y le pregunta desde la puerta:

 

—¿Con quién hablas, cariño?

—Con mis muñecas, mamá.

Voltea a mirarlas y éstas mustias vuelven a poner sus caras sin gestos.

Al salir su madre, Lucía las regaña:

—¿Por qué me hacen eso?, mi mamá es buena, no le tengan miedo.

Mariquita, con su vestido ampón, sus chapas coloradas y el cuello bastante almidonado, le responde:

—Verás, Lucía, esto es un secreto entre nosotras. Si tu mamá se entera de que tenemos vida, te va a creer loca y a nosotras nos tirará a la basura.

Al decir esto, movió sus brazos extendidos de porcelana y giró su cabeza, diciendo:

—Hazme caso, nena, sé por qué te lo digo —y cerró sus ojos.

Lucía se quedó pensando y eligió guardar silencio, para no perder su valiosa compañía.

Una nueva vecina llegó a la colonia y se hicieron grandes amigas, pero nunca compartió el secreto que guardaba con Mariquita y las demás. Eran como un tesoro.

Al pasar los años, Lucía pierde a sus padres en un accidente. Sobrevive gracias a sus creencias y a la comunicación con sus muñecas.

Su tía Elena la adopta y la observa con cierta desconfianza, no es una niña normal.

Lucía vive encerrada en su mundo interior.

Al cumplir los catorce años, ganó su primer concurso de cuento en el colegio y desde entonces leía y escribía con tal intensidad que fue necesario que la tía le llamara la atención:

«Ahora sal a vivir eso que tanto lees». Y, preocupada, se deshizo de Mariquita.

Lucía ahora recorre las tiendas de antigüedades para dar con su amiga/muñeca.

De eso hace seis años, ahora no habla de ello, desde que conoció a Saúl, el anticuario.

Cuentan las malas lenguas que ella se enamoró de su colección privada de muñecas. Se disfraza de Mariquita Pérez, y en las noches de frío, extiende sus brazos, entrecierra los ojos y con voz infantil le dice a Saúl:

«Este es nuestro secreto, si alguien se entera, nos encierran».

Abre su falda de crinolina y con las mejillas coloradas lo invita a jugar.

Regalo

Zoila se apenaba cada vez que veía a su marido tejiendo redes para pescar y guardaba silencio. Carlos llegó a la montaña desde hace muchos inviernos y le sigue costando trabajo acostumbrarse al frío. Él es de tierra caliente, donde el sol se levanta sobre una cama de agua bien grande, ahí arrojaba su tarraya y ésta se iba llenando de peces con colores brillantes, tornasolados.

Yo digo que nomás lo soñó. Pero me gusta oír cuando platica sus historias, porque le brillan los ojitos y se pone de buen humor.

Además de que es bien trabajador, yo le agradezco a la virgencita que me haya salido tan bueno, cuando nadie lo ve, me ayuda en los quehaceres y siempre anda chiflando. Ya lo quieren nombrar diácono, que porque tiene buen modo con las gentes y su palabra es ley.

Una noche frente al fuego, Carlos le confesó:

«Verás, mujer, siento que mi corazón está desconsolado porque no ve el mar, ni tan siquiera un lago donde pescar, así que fui con el padre Ezequiel y le conté de mis pesares. Me contestó que nomás había de dos sopas, o regresaba a mi tierra y me aplacaba o me estaba en paz. Yo le dije que con el favor de Dios y de la Virgen que es retemilagrosa, le pediría un lago aquí cerquita, para no dejar sola a mi mujer y a los niños. Me dijo que estaba loco, hasta se rió.

Yo agarré la veladora y con mucha fe le pedí, pos de menos un laguito, después de agradecerle por todo.

Zoila escuchó e hizo lo mismo, puso otra candela para que se le cumpliera el sueño.

Fue esa vez que llovió tanto que las aguas bajaron de los cerros y decidieron habitar aquí, fue nuestro regalo de Navidad. Hoy, hasta peces hay.

Pasado

Por fin en casa, felizmente y todo en paz.

Fui a dar una vuelta a mi pasado, allá en mi pueblo y hay muchas cosas que se develan y otras que se revelan, habrá que hacer un mapa emocional y situarlas donde van.

Mis viejos vivos y animados, fue puro consentimiento, hasta pacholas me dieron de comer. Agua de chía, fiesta.

A veces estando allá, siento que el tiempo se detiene, que yo ya me fui a tierras lejanas y que ésas no son las mías.

Abrí las alas desde chiquilla y me reconocí en otros mundos, en otras caras.

Pero la niña recorre las calles que conoció con su vestido blanco almidonado y su moño rosa, de la mano de la soledad. Con sus zapatos nuevos de La garcita, ésos que no se acababan aunque frenara en la bici con ellos y me duraban tres años para heredárselos a la hermana que me sigue; pero no en los sueños. Ella ve cómo me escapo por la ventana y espera a que regrese. No le he dicho aún, pero no pienso volver.

La geografía que elegí está muy lejana de esas calles. Ya no más gente con máscaras que desconozco, que miran, juzgan y señalan la herida que con mis dos manitas trato de cubrir, pero ellos se encargan de señalarla, pa’ que no se me olvide que ni soy de allá, ni me hallo a sus modos.

Bendita distancia, frontera que crucé hace miles de lunas, para cobijarme en otros cielos.

Desde mi lejana y desdibujada tierra.

Muelle

Después de tanto tiempo vuelvo a asomarme a la ventana del libro y por fin apareces, Itzel, ya no caminas sobre el muelle frente al lago, porque el huracán se lo llevó.

La luna apenas vuelve a calmar sus ansias y hace las paces con el agua.

Te busqué, amiga, en los pliegues de los sueños, en las hojas que vuelven a aparecer, aquéllas que se revolvieron enredadas en el cabello del viento y destejió los caminos, y no te culpo de haber regresado a tu mundo después de la tormenta.

Invocándote desde el caos, aferrada a la imagen, traté de seguir tus pasos descalzos, confieso, yo también me perdí.

Hoy hablé con el agua, le pregunté por ti y recordé que las respuestas no son inmediatas. Las mariposas tardan en llegar a tu comunidad para entregar el mensaje, su tiempo no es el nuestro. Apareciste volando, al ras de la laguna, con la elegancia y sencillez que son tan tuyas, y fue entonces que te reconocí.

Bienvenida compañera, me hiciste mucha falta. Ahora sé que tendré que mirar hacia la luz, asomarme desde el alma, soltar amarras y sumergirme en el origen, desnuda de mí.