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La bordadora de sueños

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Märgi loetuks
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Susurro

Me pides que baje la voz, que no pise tan fuerte, y te respondo: «es que no se hacerlo, aprendí que poner la otra mejilla significaba rozar el abismo de la niebla y levantarme me llevaría a la otra orilla».

Pero no bastó que mis pies se mantuvieran firmes, sacudir los restos de inocencia, enderezar la espalda y seguir… La noche me doblegaba, el miedo se colaba en las entrañas y había que hacer más. Para sostener la cordura fue necesario levantar la voz, descubrí que ello me salvó de que se violara por completo la ingenuidad. Y es que la cuido con esmero para no perderme en el sinsentido del poder. Permanece la vocecilla vigilante que me habita y susurra «cuidado, por ahí no debes andar».

Si te sientes amenazado por el hecho de que yo tenga tan claro el camino que debo recorrer, comprende, hermano, que existimos seres que logramos una alianza hace millones de lunas, y reconocemos la diferencia entre merecer y obtener.

Yo me cobijo en los papeles impresos de letras, tú, en cambio, en los que llevan números.

El destello de lo que soy lo obtengo de la luz natural, tú, en cambio, permaneces adicto al reflector.

Disculpa si no puedo murmurar.

Lía Yólotl Villava Alberú

Soy mexicana, de abuelos extranjeros. Nací en Jalisco y he vivido en varias playas de México, hasta dar con mi hogar en Cancún, hace 30 años.

Ser rubia en mi país trae mucha discriminación, me confunden con gringa y es curioso, porque nacer güerito y de ojo claro siendo nacional es un logro, como si dependiera de uno. Así que a veces me tratan bien y otras desconfían de mi colorido. Cuando llegué a Chiapas de invitada, las mujeres no compartían la banca, me miraban y en sus lenguas hablaban de mí y reían; supe lo que era ser extranjera en las entrañas de mi tierra.

Vivo cerca del mar, quizá por ser piscis, tal vez huyendo de una sociedad bastante costumbrista de la que decidí salir muy joven. Cuando mi corazón se encuentra fuera de su lugar, recurro al azul del Caribe para arrullarlo.

He vivido varios huracanes y de todos he salido fortalecida; del último, lo único que saqué de casa antes de emigrar fue una muda de ropa, cepillo de dientes y el manuscrito de La bordadora de sueños. Olvidé los documentos oficiales de la familia, fue ahí donde me reconocí vocera de otras mujeres.